Capítulo 14:
Controlar tempestades (aportar calma a los demás)

Un hombre viajó a Chelm a fin de pedir consejo al rabino Ben Kaddish, el más sabio de todos los rabinos del siglo XIX.

—Rabino —preguntó el hombre—, ¿dónde puedo encontrar la paz?

El religioso lo miró y dijo:

—¡Rápido, mira detrás de ti!

El hombre dio media vuelta y el rabino Ben Kaddish le dio en la nuca con un candelabro.

—¿Te parece suficiente paz? —le dijo ajustándose su yarmulke [casquete].

En esta parábola se hace una pregunta absurda. No sólo es absurda la pregunta, sino también el hombre que viajó a Chelm para hacerla. No es que estuviera muy lejos de Chelm, pero ¿por qué no se quedó donde estaba? ¿Por qué fue a molestar al rabino Ben Kaddish? ¿Acaso el rabino no tenía suficientes problemas? La verdad es que el rabino estaba hasta la coronilla de este tipo de graciosos, sólo porque una tal señora Hecht hubiera mencionado su nombre en un juicio de paternidad.

No, la moraleja de este cuento es que este hombre no tiene nada mejor que hacer que vagabundear y poner nerviosa a la gente. Por ello, el rabino le golpea en la cabeza, algo que, según la Torah, es uno de los métodos más sutiles de demostrar interés. En una versión similar de este cuento, el rabino salta encima del hombre en un estado de frenesí y le graba la historia de Ruth en la nariz con un estilete.

Este cuento fue escrito por un joven Woody Allen en la década de 1960 y fue publicado en la revista The New Yorker. En él emplea como mecanismo humorístico el surrealismo, al estilo de los Hermanos Marx. Buenísimo, ¿no?

¿Por qué menciono a Woody Allen en un libro sobre crecimiento personal? Porque tanto el humor como el surrealismo son dos herramientas magníficas para combatir las neuras de los demás. Es más, yo diría que son dos herramientas fundamentales para quien desee tener una buena capacidad de relacionarse con los demás. Las deberían aprender y practicar grandes ejecutivos, jefes de gobierno… y, en realidad, cualquier ser humano que habite en el Primer Mundo, porque estamos tan neuróticos que cada vez es más importante saber convivir con las «neuras» ajenas, sin contagiarse de ellas.

En mis conferencias, muchas veces me preguntan qué hacer cuando se vive con un neurótico. Por ejemplo: «Cuando es mi pareja la que terribiliza y se pone histérico, yo ¿qué puedo hacer? ¡Él me empuja a la irritación!».

Es cierto que, en este mundo, muchas personas terribilizan, exageran la gravedad de todo lo que sucede. Sólo hay que abrir el periódico y ver cómo están redactadas las noticias: ¡todo son quejas! Y es que, sin duda, vivimos en la época más quejumbrosa de la historia. Así que ¿cómo no dejarse contagiar por el ambiente?, ¿cómo aplacar los ánimos de nuestra pareja cuando entra en barrena en la terribilización?

La primera medida para salir ileso de una tormenta de irritación, nerviosismo o desesperación es siempre la misma: saber que el dueño de tu mente eres tú. Si tú no abres tu pensamiento a las exageraciones irracionales de los demás, nadie podrá influirte.

Por eso, en terapia cognitiva decimos que nuestro objetivo es amueblar tan bien nuestra mente que las reacciones de los demás nos afecten muy poco. Es decir, nos conviene adquirir y sostener una filosofía racional de la manera más profunda posible. Hay que estar realmente convencidos de nuestro sistema de valores más allá de la opinión de los demás.

El soltero al que amargaron el día

Esta idea me recuerda el caso de Jesús, un paciente de unos 40 años que venía a verme por problemas de ansiedad y timidez. En una de nuestras sesiones, me comentó que aquella semana estaba más triste de lo habitual por un acontecimiento que le había sucedido durante el fin de semana. Había ido a un entierro en su pueblo de montaña y tuvo una conversación con un primo suyo.

—Hola, Jesús. ¿Cómo va todo por Barcelona? ¿Cómo estáis tú y tus hermanos? —le preguntó su primo.

Jesús vivía en Barcelona con su madre y dos hermanos, todos solteros, con quienes se llevaba muy bien. Si todos eran tan buenas personas como Jesús, seguro que debían darse mucho cariño y afecto. El caso es que mi paciente respondió:

—¡Bien! Estamos todos muy bien. Gracias.

Y su primo, que al parecer era un poco bestia, y, sin duda, terribilizador, replicó de repente:

—¡Qué narices vais a estar bien! ¡Pero si estáis todos solteros, ahí en Barcelona, a vuestra edad! ¡Eso no es vida! —Y se dio media vuelta y se fue.

El bueno de Jesús estuvo todo el fin de semana dándole vueltas al tema, preocupado por «ser menos» frente a los casados de su pueblo natal. Hasta entonces no se había castigado con la idea de «debo tener pareja e hijos o mi vida será un fracaso», pero gracias a las absurdas palabras de su primo, había empezado a hacerlo.

Y es que sólo podremos ser emocionalmente fuertes cuando sepamos protegernos de las neuras ajenas adquiriendo un convencimiento sólido sobre nuestras ideas. En el caso de Jesús, le enseñé —profundamente— que se puede ser absolutamente feliz sin pareja ni hijos, y que no se es «menos» por no seguir los cánones de la sociedad. ¡Sin dudarlo! ¡Frente a las ideas de su primo o de quien quiera que sea!

No dialogar desde la locura

La segunda medida para permanecer cuerdo en un mundo irracional es no entrar nunca en diálogos de locos. Cuando las personas que tenemos al lado se pongan nerviosas, exageren, nos exijan cosas que no deseamos conceder…, lo fundamental será no entrar en su dinámica, no discutir en los mismos términos que ellos, pues, en ese momento, están desviados de la realidad. Intentar razonar con alguien que temporalmente no está en su sano juicio no es razonable.

Cuando nuestra pareja ha perdido los estribos porque «no puede soportar» que nos hayamos olvidado de sacar la basura…, de nada servirá intentar convencerla de que no ha habido mala intención, que no vale la pena castigar a nadie con una bronca por eso y que tampoco es necesario amargarse por ello. En ese momento, no lo entenderá, porque ella está empleando argumentos irracionales y se deja llevar por ellos.

Todos hemos tenido la experiencia de intentar razonar con alguien que terribiliza, y el resultado suele ser que empeoramos la situación porque ese diálogo está viciado desde el principio. Con premisas erróneas no podemos llegar a conclusiones válidas y la primera premisa equivocada es: «¡Esto es terrible; es insorportable!».

Lo que podemos hacer, a lo sumo, es intentar influirles positivamente sacándoles de su neura, distrayéndoles con tres herramientas: el humor, el amor y el surrealismo. Si lo hacemos bien, es posible que la persona vuelva a sus cabales.

Las tres armas: amor, humor y surrealismo

Por ejemplo, si nuestra pareja pierde los nervios porque hemos dejado una tarea por hacer y nos dice de mala manera: «¡Estoy harta de ti, ya no puedo más», podemos responder con amor, darle un beso, recordarle lo mucho que la queremos…, insistir con amor hasta que se calme! Con nuestra actitud cariñosa estamos expresando —entre líneas— lo siguiente: «Cariño, hacer o no las tareas no es lo esencial en esta vida impermanente. Mucho más importante es amarnos y mantener la armonía entre nosotros».

Las expresiones de amor son, pues, el antídoto a la locura de la terribilización.

Como ya hemos visto, lo que no tiene sentido es discutir cuando ella ha perdido los nervios porque no ve la realidad tal y como es. Está exagerando los hechos, y de un tipo de diálogo exagerado no pueden salir soluciones efectivas.

El humor es otra gran estrategia para enfrentarse a las personas que terribilizan, pero tiene que ser un humor compartido. Es decir, el objetivo es hacer reír a la persona que está enfadada o nerviosa y nunca ser sarcástico, lo cual todavía la irritaría más. El humor —y el amor— tiene la propiedad de sacar a la persona del estado mental negativo para devolverlo a la realidad.

A veces, recomiendo a los pacientes que cuando estén delante de alguien que terribiliza empleen un acento mexicano o andaluz —diferente al suyo—. Es una forma de mostrar que estamos de broma. Por ejemplo: «¡Ozú, esso e inaguantable, xiquillo!».

Por último, podemos usar el surrealismo para contestar a alguien demasiado preocupado, enfadado o triste. El surrealismo consiste en responder con algo que no tiene nada que ver con el tema del que se habla, fingiendo que hemos perdido la razón.

La niña que dudaba demasiado

En una ocasión, una madre vino a verme preocupada porque su hija pequeña era demasiado miedosa y dubitativa, incapaz de decidirse por nada por miedo a equivocarse. Me explicó que, por ejemplo, por las mañanas, tardaba horas en decidir qué ponerse para ir al colegio. Al final, se bloqueaba y terminaba preguntándoselo a su madre. Al final, siempre llegaban tarde con tanto debate matutino.

—Mamá, no sé qué escoger. Dímelo tú. ¿La falda o el pantalón?

La madre aprendió a usar el surrealismo para atajar las dudas de su hija:

—Yo hoy cogería un plátano y me lo pondría en la cabeza, hija mía —le respondía muy seria la madre.

La niña, sorprendida, se tronchaba de risa y se ponía la prenda que tenía más a mano. Con ese juego, a los pocos días dejó de preocuparse tanto por su imagen.

El surrealismo es gracioso y, además, nos saca de un empujón del marco mental de preocupación en el que estamos metidos. Una respuesta surrealista es equivalente a decirle al otro: «¡Déjate de tonterías y haz algo provechoso como reírte, amar o gozar de la vida!».

Para ilustrar la técnica desterribilizadora del humor y el amor, muchas veces explico mi propia experiencia personal con mi madre. He tenido la suerte de tener una madre maravillosa. Una persona alegre, inteligente y un amor para todos los que tiene a su lado, pero, en ocasiones, como buena madre de la generación anterior, terribiliza que da gusto.

Cuando se enfada con uno de sus hijos —somos cinco hermanos— suele dramatizar y generalizar de una forma curiosa:

—¡Tu hermano me ha dicho esto y lo otro! ¡Cómo se atreve! ¡Estoy harta! ¡Un día me voy a ir lejos y ya no me vais a ver más!

Por alguna razón que se me escapa y que ya no intento comprender, cuando se enfada con uno de nosotros hace extensible el enfado a todos. Pero como la conozco perfectamente, sé cómo desactivar su irritación con una mezcla de amor y humor surrealista.

—Pero, mamá, dime: ¿quién es tu hijo favorito?

—¡Déjate de historias! ¡Ninguno! —siempre responde ella.

—No, ya sabes que soy yo. —Y aquí aprovecho para achucharla un poco y darle algún beso—. Por cierto, ya que hablamos de esto, tendríamos que ir a ver a mi amigo el notario para arreglar el testamento y que me dejes la herencia a mí solo, ¿eh?

Invariablemente, en este punto empieza a reírse. Continuamos un poco más la broma de mi amigo el notario al estilo de Groucho Marx y ya podemos cambiar de tema. Siempre funciona: ésta es la increíble magia del amor para atajar comportamientos neuróticos.

Las tres armas, amor, humor y surrealismo, pueden emplearse combinadamente para obtener mejores resultados: una buena broma que nos haga reír, con grandes dosis de surrealismo y unos gestos cariñosos para rematar la jugada, son mano de santo para desmontar las terribilizaciones de cualquiera.

Recordemos, en todo caso, que lo fundamental es no entrar en las «comidas de coco» de los demás, ni siquiera para ayudarles, porque, una vez dentro, no nos resultará fácil salir.


En este capítulo hemos aprendido que:

  1. Hay que evitar entrar en las neuras de los demás.
  2. Las mejores estrategias frente a alguien que terribiliza son: el amor, el humor y el surrealismo.