8
Uno de los problemas de la vergüenza es que no te hace más bajito, ni más silencioso ni menos visible. Sólo te sientes como si lo fueras.
Phury estaba en el jardín de la mansión, mirando fijamente la sombría fachada de la casa de la Hermandad. Toda gris, con una gran cantidad de ventanas oscuras y siniestras, el lugar parecía un gigante que hubiese sido enterrado hasta el cuello y no estuviera muy contento con su situación.
Él tenía tantas ganas de entrar en la mansión como la mansión de recibirlo.
Al sentir una brisa, miró hacia el norte. Era una típica noche de agosto en el norte del estado de Nueva York. Todos los alrededores seguían en verano, con los árboles llenos de hojas, la fuente encendida y las macetas de flores a cada lado de la entrada de la casa. Sin embargo, el aire tenía una consistencia diferente. Un poco más seco. Un poco más frío.
Las estaciones, al igual que el tiempo, eran implacables.
No, eso no era cierto. Las estaciones no eran más que una manera de medir el tiempo, igual que los relojes y los calendarios.
«Estoy envejeciendo», pensó.
Cuando sus pensamientos comenzaron a adentrarse por direcciones que parecían peores que el drama que probablemente le esperaba en la mansión, atravesó la puerta y entró al vestíbulo.
La voz de la reina salió desde la sala de billar, acompañada de un cuarteto de bolas que se estrellaban suavemente una contra otra y caían con un golpe seco. Tanto la maldición como la risa que siguieron tenían acento de Boston. Lo que significaba que Butch, que era capaz de derrotar a todos los demás habitantes de la casa, acababa de perder frente a Beth. Por segunda vez, por supuesto.
Mientras los escuchaba, Phury pensó que no podía recordar cuándo había sido la última vez que jugó una partida de billar o pasó un rato tranquilo con sus hermanos; y aunque lo hubiese hecho, estaba seguro de que no habría estado tranquilo. Él nunca estaba en paz. Para él la vida era una moneda que tenía por un lado el desastre y, por el otro, la víspera del desastre.
«Necesitas otro porro, socio», dijo el hechicero arrastrando las palabras. «Mejor aún, fúmate el paquete entero. Eso no cambiará el hecho de que eres un absoluto imbécil, pero aumentará las posibilidades de que le prendas fuego a tu cama cuando caigas inconsciente en ella».
Con ese propósito, Phury decidió enfrentarse a los leones y subir al segundo piso. Si tenía suerte, la puerta de Wrath estaría cerrada…
Pero no era así y el rey estaba ante su escritorio.
Wrath levantó la vista de la lupa con la que estaba examinando un documento. Aun a través de sus gafas oscuras era evidente que estaba bastante cabreado.
—Te estaba esperando.
En la imaginación de Phury, el hechicero se recogió las vestiduras negras y se sentó sobre una silla reclinable tapizada con piel humana.
«Mi reino por unas palomitas de maíz y un refresco. Esto va a ser es-pec-ta-cu-laaaar».
Phury entró al estudio y sus ojos apenas se fijaron en las paredes pintadas de azul, los sofás forrados en seda color crema y la chimenea de mármol blanco. En el aire flotaba un olor dulzón a restrictor y Phury pensó que seguramente Zsadist acababa de estar en el mismo sitio en que él estaba ahora.
—Supongo que Z ya habrá hablado contigo —dijo, porque no había razón para no llamar a las cosas por su nombre.
Wrath dejó la lupa a un lado y se recostó tras su escritorio Luis XIV.
—Cierra la puerta.
Phury se encerró con él.
—¿Quieres que hable yo primero?
—No, ya has hablado suficiente. —El rey levantó sus enormes botas y las dejó caer sobre la frágil estructura del escritorio. Aterrizaron como un par de cañonazos—. En realidad hablas demasiado.
Movido más por la cortesía que por la curiosidad, Phury se quedó esperando a que el rey comenzara a recitar la lista de sus errores. Sabía muy bien cuáles eran: arriesgarse a que lo mataran en el campo de batalla, asumir la responsabilidad de ser el Gran Padre de las Elegidas y no haber completado la ceremonia, preocuparse en exceso por la vida de Z y Bella, no prestarle suficiente atención a Cormia, fumar todo el tiempo…
Phury se concentró en el rey y esperó a que una voz distinta de la del hechicero comenzara a hacer el relato de sus meteduras de pata.
Sólo que no ocurrió. Wrath no dijo absolutamente nada.
Lo cual parecía sugerir que los problemas eran tan grandes y evidentes que enumerarlos sería como señalar una bomba a punto de explotar y decir: vaya, eso va a producir un estruendo y también va a dejar un cráter en el suelo.
—Pensándolo bien —dijo Wrath—, dime qué debo hacer contigo. Dime qué demonios debería hacer.
Al ver que Phury no decía nada, Wrath murmuró:
—¿Sin comentarios? ¿Eso quiere decir que tú tampoco sabes qué hacer?
—Creo que los dos sabemos cuál es la respuesta.
—No estoy seguro de eso. ¿Qué crees que debo hacer?
—Sacarme de la rotación por un tiempo.
—Ah.
Más silencio.
—Entonces, ¿eso es lo que vas a hacer? —preguntó Phury. Joder, de verdad, necesitaba un porro.
Wrath golpeó las botas una contra otra.
—No lo sé.
—¿Eso quiere decir que quieres que siga peleando? —Lo cual sería un resultado mucho mejor del que había esperado—. Te doy mi palabra de que…
—Vete a la mi-er-da. —Wrath se levantó con un movimiento rápido y rodeó el escritorio—. Le dijiste a tu gemelo que ibas a volver directamente a casa, pero apuesto lo que sea a que fuiste a ver a Rehvenge. Le prometiste a Z que ibas a dejar de masacrar a los asesinos y no cumpliste tu palabra. Dijiste que ibas a ser el Gran Padre y no lo eres. Demonios, no haces más que decir que te vas a tu cuarto a dormir, pero todos sabemos lo que haces allí. ¿Y de verdad esperas que confíe en tu maldita palabra?
—Entonces dime qué quieres que haga.
Desde detrás de las gafas oscuras, los ojos pálidos y desenfocados del rey parecían escudriñarlo.
—No estoy seguro de que sacarte un tiempo de las rotaciones y mandarte a terapia intensiva vaya a servir de algo, porque no creo que hagas ninguna de las dos cosas.
Un terror frío surgió en las entrañas de Phury, como un perro herido y mojado.
—¿Entonces me vas a expulsar?
Ya había sucedido antes en la historia de la Hermandad. No con frecuencia, pero ya había ocurrido. Phury pensó en Murhder… Mierda, sí, probablemente él era el último que había sido expulsado.
—No es tan simple como eso —dijo Wrath—. Si te echo de aquí, ¿dónde quedan las Elegidas? El Gran Padre siempre ha sido un hermano y no sólo por cuestiones de linaje. Además, Z no se lo tomaría muy bien, a pesar de lo cabreado que está contigo.
Genial. Sus redes de seguridad eran proteger a su hermano de volverse loco y ser la puta de las Elegidas.
El rey caminó hasta la ventana. Fuera, los árboles llenos de hojas de verano se mecían empujados por una brisa cada vez más fuerte.
—Esto es lo que pienso… —Wrath se levantó las gafas de la nariz y se restregó los ojos como si tuviera dolor de cabeza—. Tú deberías…
—Lo siento —dijo Phury, pues era lo único que podía decir.
—Yo también. —Wrath dejó caer las gafas en su lugar y sacudió la cabeza. Cuando regresó al escritorio y se sentó, tenía la mandíbula y los hombros tensos. Abrió un cajón y sacó una daga negra.
La de Phury. La que se había quedado en el callejón.
Z debía de haberla encontrado y llevado a casa.
El rey empuñó la daga y se aclaró la garganta.
—Dame tu otra daga. Quedas fuera de la rotación de forma permanente. Si vas a ver a un psiquiatra o no, y lo que suceda con las Elegidas, ya no es asunto mío. Y no tengo nada más que decirte, porque la verdad es que tú sólo haces lo que te da la gana. El hecho de que te ordene o te pida algo no tiene relevancia.
Phury sintió que el corazón dejaba de latirle en el pecho. A pesar de todos los desenlaces que había previsto para esta confrontación, nunca se le ocurrió pensar que Wrath pudiera lavarse las manos de esa manera.
—¿Pero sigo siendo un hermano?
El rey sólo se quedó mirando la daga… un gesto que Phury interpretó como: sólo de forma nominal.
Había cosas que no era necesario decir.
—Yo hablaré con Z —murmuró el rey—. Diremos que vas a trabajar en la parte administrativa. No más trabajo de campo para ti; y tampoco seguirás viniendo a las reuniones.
Phury sintió vértigo, como si estuviera cayendo de un edificio y acabara de hacer contacto visual con el trozo de acera que tenía su nombre grabado.
No más redes. No más promesas que romper. En lo que tenía que ver con el rey, estaba solo y por su cuenta.
Mil novecientos treinta y dos, pensó. Había estado sólo setenta y seis años en la Hermandad.
Phury se llevó la mano al pecho, agarró la empuñadura de la daga que le quedaba, la desenfundó con un solo movimiento y la puso sobre el ridículo escritorio azul pálido.
Luego le hizo una reverencia al rey y salió sin decir nada más.
«Bravo», gritó el hechicero. «Qué lástima que tus padres ya estén muertos, socio. Estarían encantados de presenciar este soberbio momento… Espera, ¿quieres que los traigamos de vuelta?».
Phury sintió que dos imágenes lo golpeaban: la de su padre desmayado en una habitación llena de botellas de cerveza y la de su madre acostada en la cama, con la cara hacia la pared.
Cuando regresó a su habitación, sacó su reserva de humo rojo, se lió un porro y lo encendió.
Con todo lo que había sucedido esa noche y el hechicero empeñado en hundirlo más y más, la opción era fumar o gritar. Así que se puso a fumar.
‡ ‡ ‡
Al otro lado de la ciudad, Xhex se sentía fatal mientras acompañaba a Rehvenge al salir por la puerta trasera del Zero Sum hasta su Bentley blindado. Rehv no parecía sentirse mejor que ella: una sombra lúgubre vestida con un abrigo largo de piel que se movía lentamente por el callejón.
Xhex abrió la puerta del conductor y esperó a que su jefe se acomodara en el asiento acolchado con la ayuda del bastón. A pesar de que esa noche hacía calor, Rehv puso la calefacción y se subió las solapas del abrigo para cubrirse el cuello: señal de que todavía estaba bajo los efectos de su última dosis de dopamina. Pero pronto se le pasarían. Siempre iba sin tomar la medicación. No era seguro acudir a esas citas medicado.
Durante veinticinco años, ella había querido ir con él para apoyarlo en estas visitas a su chantajista, pero como obtenía una negativa cada vez que lo pedía, había decidido resignarse y quedarse callada. Sin embargo, no podía evitar ponerse de muy mal humor.
—¿Te quedarás en tu refugio de seguridad? —preguntó Xhex.
—Sí.
Xhex cerró la puerta y se quedó observando mientras Rehv se iba. Él nunca le había dicho dónde tenían lugar los encuentros, pero ella tenía una ligera idea. El sistema GPS del coche indicaba que se dirigía al norte del estado.
Dios, Xhex odiaba lo que él tenía que hacer.
A causa del error que ella había cometido hacía dos décadas y media, Rehv había tenido que prostituirse todos los primeros martes de cada mes para protegerlos a los dos.
La princesa symphath a la que él servía era peligrosa. Y ardía de deseo por él.
Al principio, Xhex pensó que los iba a delatar a él y a ella de manera anónima, para que los deportaran a la colonia symphath. Pero resultó ser más inteligente que eso. Si eran deportados, tendrían suerte si lograban sobrevivir seis meses, a pesar de lo fuertes que eran. Los mestizos no eran tan fuertes como los purasangres y, además, la Princesa estaba emparejada con su propio tío, el cual era un poderoso déspota posesivo.
Xhex soltó una maldición. No tenía ni idea de por qué Rehv no la odiaba y no podía entender cómo era posible que pudiera soportar la parte sexual del asunto. Sin embargo, tenía la sensación de que esas noches eran la razón por la cual Rehv cuidaba tanto a sus chicas. A diferencia de los demás proxenetas, él sabía exactamente qué sentían las prostitutas, sabía con precisión lo que era acostarse con alguien a quien no deseas porque esa persona tiene algo que tú necesitas, ya sea dinero o silencio.
Xhex todavía tenía que encontrar una salida para los dos, pues lo que hacía que la situación fuese todavía más insostenible era que Rehv había dejado de buscar la forma de liberarse. Lo que en algún momento había sido una situación de crisis, se había convertido en una nueva realidad. Dos décadas después, todavía seguía prostituyéndose para protegerlos y seguía siendo culpa de Xhex. Cada primer martes de mes, se iba y hacía lo impensable con alguien a quien odiaba… y así era la vida.
—Mierda —gritó en el callejón—. ¿Cuándo va a cambiar esto?
La única respuesta que obtuvo fue una ráfaga de viento que levantó las páginas de un periódico y las bolsas de plástico que había en el suelo.
Al regresar al club, sus ojos se adaptaron rápidamente a los rayos láser que destellaban por todas partes, sus oídos absorbieron la música psicodélica y su piel registró un leve descenso en la temperatura.
La sección vip parecía relativamente tranquila, tan sólo con los clientes habituales, pero de todas maneras intercambió miradas con sus dos gorilas. Después de que ellos asintieran con la cabeza para confirmar que todo estaba bien, Xhex miró a las chicas que estaban sirviendo en las mesas y vio cómo desocupaban sus bandejas y llevaban nuevas rondas de bebidas. Luego calculó los niveles de las botellas que había tras la barra.
Cuando llegó a la cuerda de terciopelo, observó la multitud que se agolpaba en la zona principal del club. El gentío que ocupaba la pista de baile se movía como un océano encabritado que subía, bajaba y volvía a subir. Las parejas y los tríos giraban mientras se manoseaban y los láseres rebotaban sobre las caras y los cuerpos en sombras que se mezclaban sin ton ni son.
Era una noche de poca congestión; a medida que avanzaba la semana, la asistencia iba creciendo hasta llegar al punto máximo los sábados por la noche. Para ella, como jefa de seguridad, los viernes eran, por lo general, el día más difícil, debido a los idiotas que pretendían deshacerse de los residuos de una mala semana de trabajo drogándose hasta terminar con una sobredosis o metidos en alguna pelea.
Aunque, pensó, teniendo en cuenta que los idiotas con adicciones eran el pan de cada día del club, la verdad era que las cosas se podían complicar en cualquier momento, cualquier noche.
Por fortuna, Xhex hacía muy bien su trabajo. Rehv controlaba la venta de drogas, alcohol y mujeres, se ocupaba del grupo de corredores de apuestas que rendían cuentas a la mafia de Las Vegas y de los contratos para ciertos proyectos especiales que requerían «fuerza». Ella se encargaba de mantener el ambiente del club bajo control para que los negocios pudieran seguir su curso con la menor interferencia posible de la policía humana y los clientes idiotas.
De pronto vio que entraba por la puerta principal el grupo de vampiros a los que se refería como «los Chicos».
Mientras retrocedía para ocultarse entre las sombras, observó cómo los tres jóvenes vampiros atravesaban la cuerda de terciopelo que separaba la sección vip y se dirigían al fondo. Siempre se sentaban en la mesa de la Hermandad si estaba libre, lo cual significaba que querían tener una posición estratégica, pues la mesa estaba al lado de una salida de emergencia, ubicada en un rincón, o que habían recibido instrucciones de la plana mayor de sentarse allí y quedarse tranquilitos.
«La plana mayor», es decir, Wrath, el rey en persona.
Sí, los Chicos no eran lo que se diría un grupo típico de gallitos de pelea, pensó Xhex mientras los veía acomodarse. Por una infinidad de razones.
El que tenía los ojos de dos colores distintos era un camorrista. Xhex vio cómo el muchacho pedía una cerveza y luego se levantaba y se iba a la parte principal del club para buscar entretenimiento. El pelirrojo se quedó en su puesto, lo cual tampoco era ninguna sorpresa. Él era el niño explorador que nunca faltaba, obediente y respetuoso de las reglas. Lo cual le hacía temer lo que habría debajo de esa cara de niño bueno.
De los tres, sin embargo, el mudo era el más enigmático. Su nombre era Tehrror, alias John Matthew, y el rey era su whard. Lo cual significaba que, en lo que tenía que ver con Xhex, el chico era como un florero de porcelana en medio de un campo de entrenamiento. Si algo llegaba a ocurrirle, el club estaba jodido.
Joder, cómo había cambiado ese chico en los últimos meses. Xhex lo había visto antes de la transición, todo flacucho y débil, absolutamente insignificante, pero ahora se había convertido en un macho enorme y fuerte… y los machos así eran un problema si comenzaban a repartir golpes. Aunque hasta ahora John se había mantenido en el grupo de los que se sientan a observar, los ojos del chico parecían los de un viejo en medio de su rostro juvenil, lo cual sugería que debía haber pasado por algunas malas experiencias. Y las malas experiencias tendían a ser el combustible que avivaba las llamas cuando la gente estallaba.
El de los ojos disparejos, alias Qhuinn, hijo de Lohstrong, regresó con un par de estoy-lista-para-lo-que-quieras, dos rubias que obviamente habían elegido el color de sus trajes para que combinara con sus bebidas: lo poco que llevaban puesto era rosa, como el cóctel que estaban tomando.
El pelirrojo, Blaylock, no parecía muy ducho en esas lides, pero eso no era problema, pues Qhuinn tenía suficiente experiencia por los dos. Tenía tanta experiencia que incluso podría darle un poco a John Matthew, pero no lo hacía porque John nunca participaba. Al menos, Xhex nunca lo había visto.
Después de que los amigos de John desaparecieran con las rubias, Xhex se acercó al chico sin tener ninguna razón en particular. Él se puso tieso cuando la vio, pero eso siempre le pasaba, aunque siempre la estaba observando. Cuando eres jefa de seguridad, la gente tiende a querer saber dónde estás.
—¿Cómo estás? —preguntó.
El muchacho se encogió de hombros y comenzó a jugar con su botella de cerveza. Xhex pensó que seguramente le habría gustado que la botella tuviera una etiqueta para arrancarla.
—¿Te importa si te hago una pregunta?
El chico abrió los ojos un poco más de la cuenta, pero volvió a encogerse de hombros.
—¿Por qué nunca te vas al fondo con tus amigos? —Se trataba, desde luego, de un asunto que no era en absoluto de su incumbencia y, peor aún, Xhex no sabía por qué le importaba. Pero, diablos, tal vez todo se debía a que era el primer martes del mes y ella estaba tratando de pensar en otra cosa.
—Tú le gustas a las chicas —dijo—. Las he visto mirándote. Y tú también las miras, pero siempre te quedas aquí.
John Matthew se puso tan rojo que Xhex lo notó a pesar de la penumbra.
—¿Ya estás comprometido? —murmuró, todavía más curiosa—. ¿El rey ya ha elegido una hembra para ti?
John negó con la cabeza.
Muy bien, era hora de dejarlo en paz. El pobre chico era mudo así que, ¿cómo pretendía que le respondiera?
—¡Quiero mi bebida ahora! —Una atronadora voz masculina retumbó por encima de la música y Xhex se volvió a mirar. Dos mesas más allá, un tío con pinta de matón mafioso estaba alzándole la voz a una camarera que, por la forma en que temblaba, parecía aterrorizada.
—Discúlpame —le dijo Xhex a John.
Cuando el matón agarró a la camarera de la falda, la pobre chica perdió el control de la bandeja y los cócteles salieron volando.
—¡He dicho que me traigas mi bebida ahora!
Xhex se puso detrás de la camarera y la ayudó a recuperar el equilibrio.
—No te preocupes. El señor ya se marcha.
El hombre se levantó de la silla. Medía casi dos metros.
—¿Ah, sí?
Xhex se le acercó hasta que quedaron pecho contra pecho. Le miró a los ojos, mientras que sus instintos de symphath luchaban por salir, pero se concentró en las púas metálicas que tenía clavadas alrededor de los muslos. Apoyándose en el dolor que se infligía a sí misma, lograba combatir su naturaleza.
—Te vas ahora mismo —dijo con voz suave— o te saco a rastras de aquí.
El tipo tenía un aliento asqueroso, olía a pescado podrido.
—Odio a las lesbianas. Siempre piensan que son más fuertes de lo que realmente…
Xhex agarró al hombre por la muñeca, le dio una pequeña vuelta y le retorció el brazo por detrás de la espalda. Luego metió la pierna detrás de los tobillos del tío y lo empujó hasta hacerle perder el equilibrio. El tipo aterrizó como un trozo de carne, mientras bufaba una maldición y su cuerpo caía sobre la alfombra.
Con un movimiento rápido, Xhex se inclinó, hundió una mano entre el pelo engominado del hombre y con la otra agarró el cuello de su chaqueta. Mientras lo arrastraba hacia la salida lateral, estaba haciendo varias cosas al mismo tiempo: armando un escándalo que atrajo la atención de los demás clientes, incurriendo en los delitos de asalto y agresión y exponiéndose a que se armara una trifulca mayor si los amigos del pobre desgraciado decidían involucrarse. Pero de vez en cuando había que montar un escándalo. Cada uno de los idiotas que frecuentaban la sección vip estaba observando, al igual que sus gorilas, que ya eran de por sí bastante irritables, y las putas, muchas de las cuales tenían problemas totalmente comprensibles a la hora de controlar su ira.
Para mantener la paz, tenías que ensuciarte las manos de vez en cuando.
Y, teniendo en cuenta la cantidad de productos para el cabello que ese imbécil llevaba encima, Xhex iba a tener que lavarse las manos muy bien cuando todo acabara.
Al llegar a la salida lateral que estaba al lado de la mesa de la Hermandad, se detuvo para abrir la puerta, pero John se le adelantó. Como un absoluto caballero, le abrió la puerta de par en par y la sostuvo abierta con su largo brazo.
—Gracias —dijo ella.
En el callejón, Xhex puso al matón de espaldas y le registró los bolsillos. Mientras el tipo yacía allí, parpadeando como un pez en el fondo de un barco de pesca, el hecho de que lo registrara se sumó a la lista de infracciones de Xhex. Ella tenía competencias policiales dentro del club, pero el callejón era, técnicamente, propiedad de la ciudad de Caldwell. Aunque en realidad el lugar donde se realizara el registro no era muy relevante, pues de todas maneras se trataba de una acción ilegal, en la medida en que ella no tenía motivos para creer que el tío llevara encima drogas o armas escondidas.
De acuerdo con la ley, nadie puede registrar a otro sólo por ser un desgraciado.
Ah… pero, vaya… En esos momentos era cuando Xhex se alegraba de no seguir las normas al pie de la letra y hacer caso a su instinto. Además de la billetera, encontró una buena cantidad de cocaína, junto con tres tabletas de éxtasis. Entonces agitó las bolsitas de celofán ante los ojos del hombre.
—Podría hacer que te arrestaran —dijo, y sonrió al ver que el tío empezaba a tartamudear—. Sí, sí, ya sé, no son tuyas. No tienes ni idea de cómo llegaron a tus bolsillos. Eres tan inocente como un chiquillo de dos años. Pero ¿ves lo que hay encima de esa puerta?
Al ver que el tío no respondía con la suficiente rapidez, Xhex lo agarró de las mejillas y le volvió la cara.
—¿Ves esa lucecita que parpadea? Es una cámara de seguridad. Así que esta mierda… —dijo, y mostró las bolsitas ante la cámara y luego abrió la billetera—… estos dos gramos de cocaína y tres tabletas de éxtasis que han salido del bolsillo delantero de tu traje, señor… Robert Finlay… ya han quedado registrados digitalmente. Ah… mira, tienes dos niños preciosos. Seguro que preferirían desayunar contigo mañana por la mañana, en lugar de desayunar con la niñera porque tu esposa está tratando de sacarte de la cárcel.
Xhex le volvió a meter la billetera dentro del traje y se quedó con las drogas.
—Mi sugerencia es que manejemos esto con discreción y cada uno siga su camino. No vuelvas a pisar mi club nunca, y yo no te mando a la cárcel. ¿Qué dices? ¿Hay acuerdo?
Mientras el hombre consideraba si aceptaba la oferta o no, Xhex se puso de pie y dio un paso atrás por si la cosa se ponía fea y tenía que defenderse. Sin embargo, no creía que fuera a ser necesario. La gente que estaba dispuesta a pelear tenía el cuerpo tenso y los ojos alerta. Pero ese idiota parecía un trapo y era evidente que se había quedado sin fuerzas y sin dignidad.
—Vete a casa —le dijo Xhex.
Y el hombre obedeció.
Mientras se alejaba, Xhex se metió las drogas en el bolsillo trasero.
—¿Te ha gustado el espectáculo, John Matthew? —preguntó sin darse la vuelta.
Cuando miró por encima del hombro, el aire se le atragantó en la garganta. Los ojos de John brillaban en la oscuridad… mientras el chico la miraba fijamente, con la clase de concentración que adoptan los machos cuando quieren sexo. Sexo de verdad.
Y entonces se dio cuenta de que John ya no era ningún chiquillo.
La naturaleza de symphath de Xhex era más fuerte que ella misma y, sin proponérselo, entró en la mente de John. Él estaba pensando en… estaba acostado en una cama de sábanas revueltas, con la mano entre las piernas encima de un gigantesco pene y la mente fija en una imagen de ella, mientras se masturbaba.
Lo había hecho muchas veces.
Xhex giró sobre los talones y se le acercó. Cuando llegó hasta donde él estaba, John no se movió, pero eso no la sorprendió. En ese preciso instante, no se trataba de ningún jovencito torpe que sale huyendo. Era todo un macho que se enfrentaba a ella de igual a igual.
Lo cual era… Ah, la verdad, muy poco estimulante. En. Realidad… no era nada estimulante.
Cuando levantó la vista para mirarlo, Xhex tenía la intención de decirle que se fuera a clavar esos brillantes ojos azules en las mujeres humanas del club y la dejara en paz. Tenía la intención de decirle que ella estaba más allá de su alcance y debía renunciar a esa fantasía. Tenía la intención de alejarlo, como había alejado a todos los demás, excepto al testarudo Butch O’Neal, antes de que se convirtiera en hermano.
Pero en lugar de eso le dijo en voz baja:
—La próxima vez que pienses en mí de esa manera, di mi nombre cuando eyacules. Eso te excitará más.
Luego Xhex dejó que su hombro rozara contra el pecho de John, mientras se hacía a un lado y abría la puerta del club.
La respiración entrecortada del muchacho siguió resonando en su oído por un rato.
Cuando regresó a trabajar, se dijo a sí misma que sentía el cuerpo caliente debido al esfuerzo físico de arrastrar a ese idiota hasta la puerta.
Su temperatura no tenía nada que ver con John Matthew.
‡ ‡ ‡
Xhex volvió a entrar al club y John se quedó allí como un absoluto idiota. Lo cual tenía sentido. La mayor parte de su sangre había abandonado el cerebro para concentrarse en la erección que crecía dentro de sus vaqueros envejecidos de A & F recién estrenados. El resto se le había subido a la cara.
Lo cual significaba que no tenía sangre en el cerebro.
¿Cómo demonios sabía Xhex lo que él hacía cuando pensaba en ella?
Uno de los gorilas que vigilaba la oficina de Rehvenge se acercó.
—¿Estás saliendo o entrando?
John regresó a su silla, se bebió la cerveza de un trago y se alegró cuando una de las camareras se acercó con otra, sin que él tuviera que pedirla.
Xhex había desaparecido de la zona principal del club y John trató de localizarla con los ojos a través de la cascada que separaba la zona vip de los demás.
Sin embargo, no necesitaba verla para saber dónde estaba. Podía sentirla. En medio de todos los cuerpos que había en el club, sabía cuál pertenecía a ella. Xhex estaba junto al bar.
Dios, el hecho de que ella pudiera dominar a un tío que le doblaba el tamaño sin sudar ni una gota era excitante.
El hecho de que ella no pareciera ofendida al saber que John había fantaseado con ella era un alivio.
El hecho de que ella quisiera que él dijera su nombre cuando eyaculaba… le hacía desear eyacular en ese mismo instante.
Probablemente esto respondía a la pregunta de si prefería un día soleado a uno tormentoso. Y así John supo exactamente qué iba a hacer en cuanto regresara a casa.