57

Más de un mes después, Cormia se despertó de la misma forma en que ya se estaba acostumbrando a recibir la caída de la noche: apretada contra el cuerpo de Phury, mientras él le hacía presión con las caderas y parecía saludarla con una erección tan dura como la piedra. Probablemente seguía dormido, pero Cormia sonrió cuando se dio la vuelta y se acostó boca abajo para hacerle sitio, pues ya sabía cuál sería su respuesta. Sí, en un segundo Phury estaba sobre ella, cubriéndola como una manta tibia y envolvente con el peso de su cuerpo, y…

Cormia gimió cuando él la penetró.

—Mmm —le dijo Phury al oído—. Buenas noches, shellan.

La hembra sonrió y arqueó un poco la espalda para que él pudiera entrar aún más.

—Hellren mío, ¿cómo te encuentras hoy?

Los dos gimieron cuando él la embistió con más fuerza y el poder de su estocada llegó hasta el centro mismo del cuerpo de Cormia. Mientras la montaba de manera lenta y dulce, haciéndole caricias con la nariz en la nuca y mordisqueándole la piel con los colmillos, se agarraron de las manos y entrelazaron los dedos.

Todavía no se habían comprometido oficialmente, pues habían tenido mucho que hacer con las Elegidas que querían ver cómo era este mundo. Pero siempre estaban juntos y Cormia no podía entender cómo habían sido capaces de vivir separados hasta ahora.

Bueno… sólo había una noche a la semana en que se separaban por un rato. Todos los martes, Phury asistía a las reuniones del grupo de Adictos Anónimos.

Abandonar el humo rojo no había sido fácil para él. Todavía había ocasiones en las que se ponía tenso y la visión se le volvía borrosa, o en que tenía que hacer un esfuerzo enorme por no irritarse por contrariedades menores. Había tenido sudores diurnos durante las dos primeras semanas, y aunque la comezón estaba cediendo, todavía había periodos en que tenía la piel extremadamente sensible.

Sin embargo, no había tenido ninguna recaída. Cualquiera que fuese la gravedad de la crisis, no había cedido a la tentación. Y tampoco estaba bebiendo alcohol.

Habían estado teniendo mucho sexo, eso sí. Lo cual a ella le parecía genial.

Phury se retiró y la acostó de espaldas. Después de volverse a acomodar dentro de su sexo, la besó apasionadamente, mientras le acariciaba los senos y estimulaba sus pezones con los dedos. Luego Cormia arqueó el cuerpo para deslizar las manos hacia abajo y, cuando tuvo la erección de Phury entre sus manos, comenzó a acariciarla tal y como a él le gustaba, de la base a la punta, de la base a la punta.

En ese momento se oyó un pitido que provenía del teléfono móvil que estaba sobre la mesita de noche, pero los dos hicieron caso omiso del ruido y ella sonrió mientras volvía a meterlo dentro de su vagina. Cuando volvieron a ser uno, la tormenta de fuego estalló y los envolvió, intensificando su ritmo. Así que Cormia se aferró a los hombros ondulantes de su amado y, al tiempo que imitaba sus movimientos, sintió que él la arrastraba hacia las alturas y los dos salían volando.

Después de pasado el arrebato, Cormia abrió los ojos y se encontró con esa cálida mirada amarilla que la hizo resplandecer desde el fondo de su ser.

—Me encanta despertar —dijo él y la besó en la boca.

—A mí también…

Mientras estaban en eso, se disparó la alarma de incendios que había en la escalera y que tenía un pitido tan estridente que te hacía desear ser sordo.

Phury soltó una carcajada y se bajó de encima de Cormia, mientras la apretaba contra su pecho.

—Cinco… cuatro… tres… dos…

—¡Peeeeerdóooooonnn! —gritó Layla desde el pie de las escaleras.

—¿Qué fue esta vez, Elegida? —le respondió Phury.

—Huevos revueltos —gritó ella.

Phury sacudió la cabeza y le dijo a Cormia en voz baja:

—Curioso, yo pensé que habían sido las tostadas.

—Imposible. Ayer se cargó la tostadora.

—¿De veras?

Cormia asintió con la cabeza.

—Trató de calentar un pedazo de pizza en la tostadora. Y ya te imaginarás lo que pasó con el queso.

—¿Quedó por todas partes?

—Por todas partes.

Entonces Phury gritó:

—Está bien, Layla. Puedes lavar la sartén y volver a intentarlo.

—No creo que la sartén se pueda usar más —fue la respuesta.

—No pienso preguntar por qué —dijo primero en voz baja y luego subió la voz y agregó—: ¿Pero no es de metal?

—Debería.

—Será mejor que vaya a ayudarle. —Cormia se enderezó y gritó—: ¡Ya bajo a ayudarte, hermana mía! Dame dos segundos.

Phury la atrajo para darle un beso y luego la dejó ir. Cormia se dio una ducha rápida, como un rayo, y salió vestida con unos pantalones anchos y una de las camisas Gucci de Phury.

Tal vez se debía a todos aquellos años usando túnicas, pero la verdad era que no le gustaba la ropa apretada. Lo cual le venía bien a su hellren, pues le encantaba que ella se pusiera su ropa.

—Ese color te sienta muy bien —dijo Phury, mientras la observaba peinándose.

—¿Te gusta el lavanda? —dijo Cormia e hizo un pequeño giro que hizo que los ojos de Phury relampaguearan con un resplandor amarillo.

—Ah, sí. Me gusta. Ven aquí, Elegida.

Cormia se puso las manos en las caderas y en ese momento empezó a sonar el piano en el primer piso. Escalas. Lo cual significaba que Selena acababa de levantarse.

—Tengo que bajar antes de que Layla queme la casa.

Phury sonrió de la manera que siempre lo hacía cuando se la estaba imaginando completamente desnuda.

—Ven aquí, Elegida.

—¿Qué tal si bajo y regreso con algo de comer?

Phury tuvo la audacia de quitarse las sábanas de encima y apoyar la mano sobre su pene duro.

—Sólo tú puedes saciar mi hambre.

Una aspiradora se unió al coro de ruidos que provenían del primer piso, con lo que quedó claro quién más se había levantado. Amalya y Pheonia echaban a suertes diariamente quién podía usar la aspiradora. Y tanto si las alfombras de la casa de campo de Rehvenge lo necesitaban como si no, siempre las aspiraban.

—Dame dos segundos —dijo Cormia, a sabiendas de que si se dejaba alcanzar por las manos de Phury, empezarían a hacer el amor otra vez—. Y luego regresaré y podrás darme de comer en la boca, ¿qué te parece?

Phury se estremeció de la cabeza a los pies y entornó los ojos.

—Ah, sí. Eso… Ah, sí, eso suena muy bien.

El teléfono volvió a pitar para recordarle que tenía un mensaje y Phury estiró la mano hasta la mesilla de noche y dejó escapar un gruñido.

—Está bien, vete ya, antes de que no te deje salir de aquí durante un buen rato.

Cormia soltó una carcajada y se dirigió a la puerta.

—Por… Dios santo.

Cormia dio media vuelta.

—¿Qué sucede?

Phury se sentó lentamente en la cama, sosteniendo el móvil como si costara más de los cuatrocientos dólares que había pagado por él la semana anterior.

—¿Phury?

Phury le dio media vuelta al móvil y le enseñó la pantalla.

Era un mensaje de Zsadist: «Ha sido niña, hace dos horas. Nalla. Espero que estés bien. Z».

Cormia se mordió el labio y le puso una mano en el hombro con suavidad.

—Deberías volver a la casa. Deberías ir a verlo. Ir a verlos.

Phury tragó saliva.

—Sí. Aunque no lo sé. No quiero regresar allí… Creo que tal vez eso es lo mejor. Wrath y yo podemos hablar de nuestras cosas por teléfono y… no. Mejor no voy.

—¿Vas a responder el mensaje?

—Sí. —Phury se cubrió con la sábana, pero sólo se quedó contemplando el teléfono, sin moverse.

Después de un momento, ella dijo:

—¿Quieres que lo haga por ti?

Phury asintió.

—Por favor. Hazlo en nombre de los dos, ¿vale?

Cormia le dio un beso en la cabeza y escribió:

«Bendiciones para ti, para tu shellan y para tu hija. Estamos contigo en espíritu. Con cariño, Phury y Cormia».

‡ ‡ ‡

A la noche siguiente, Phury tuvo la tentación de no ir a la reunión de Adictos Anónimos. Estuvo muy tentado.

Al final no supo con certeza qué fue lo que lo decidió a ir. Ni siquiera se dio cuenta de cómo llegó allí.

Lo único que quería era fumarse un porro para no sentir el dolor. Pero ¿cómo era posible que estuviera sufriendo? Después de todo lo que había sucedido, uno se imaginaría que debería sentirse aliviado y feliz por el hecho de que la hija de su gemelo hubiese venido al mundo sana y salva, que Z se hubiese convertido en padre, que Bella hubiese sobrevivido al parto y que la recién nacida estuviera bien… Todo eso debía ser motivo de alegría, ya que era exactamente lo que él y todos los demás habían estado esperando y por lo que habían estado rezando.

No cabía duda de que él debía ser el único que se sentía amargado por todo eso. El resto de los hermanos debían estar ocupados brindando por Z y su nueva hija y mimando a Bella. Las celebraciones durarían varias semanas y Fritz debía estar extasiado con todos los preparativos para las comidas y las ceremonias especiales.

Phury se lo podía imaginar. La magnífica entrada de la mansión debía estar adornada con cintas de color verde brillante, el color del linaje de Z, y púrpura, el de Bella. De cada puerta de la casa, incluso de las de los armarios y gabinetes, colgaría una corona de flores para simbolizar que Nalla había pasado a este lado. Y las chimeneas permanecerían encendidas durante varios días, quemando leños dulces, unos trozos de madera especialmente tratada que se consumían lentamente y cuyas llamas rojas simbolizarían la sangre nueva que acababa de llegar al mundo.

Al comienzo de la vigésima cuarta hora del nacimiento, cada persona de la casa les llevaría a los orgullosos padres un inmenso lazo de cinta con los colores de su familia. Los lazos serían colgados de la cuna de Nalla, como señal del compromiso de velar por ella a lo largo de su vida. Y al final de esa hora, el lugar donde reposaba su preciosa cabeza sería cubierto con una cascada de lazos de satén, cuyas largas puntas llegarían hasta el suelo simbolizando un río de amor.

Nalla recibiría joyas de incalculable valor y su cuerpecito estaría envuelto en terciopelo mientras todos la alzaban con delicadeza. Sería vista como el milagro que era y su nacimiento sería un eterno motivo de regocijo para los corazones de aquellos que habían esperado su llegada con esperanza y temor.

Sí… Phury no sabía qué fue lo que lo impulsó a llegar al centro comunitario esa noche. Y no entendía cómo había atravesado esas puertas y bajado hasta el sótano. Ni sabía qué lo había inducido a quedarse.

Pero al regresar a la casa de Rehvenge, sí sabía que no podía entrar.

En lugar de eso se sentó en la terraza posterior, en una mecedora de mimbre, bajo las estrellas. No estaba pensando en nada en especial. Pero al mismo tiempo estaba pensando en todo.

En algún momento apareció Cormia y le puso una mano sobre el hombro, como hacía siempre que sentía que él estaba sumido en sus pensamientos. Phury le besó la palma de la mano y luego ella le dio un beso en la boca y volvió a entrar, probablemente a seguir trabajando en los planos del nuevo club de Rehv.

La noche estaba tranquila y fría. De vez en cuando llegaba una ráfaga de viento que sacudía las copas de los árboles y las hojas otoñales crujían con un sonido arrullador, como si estuvieran disfrutando de la atención del viento.

Detrás de él, en la casa, Phury podía sentir el futuro. Las Elegidas estaban abriendo sus brazos hacia este mundo, aprendiendo cosas sobre ellas y sobre este lado. Estaba muy orgulloso de ellas y se veía como el Gran Padre tradicional, en el sentido de que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por cualquiera de ellas y a matar para protegerlas.

Pero se trataba de un amor paternal, pues su amor de macho estaba dirigido exclusivamente a Cormia.

Phury se frotó el centro del pecho y dejó que las horas pasaran, a su propio ritmo, mientras el viento soplaba. La luna alcanzó la cima del cielo y comenzó su descenso. Alguien puso ópera dentro de la casa. Alguien más la cambió por un hip-hop, gracias a Dios. Alguien abrió una ducha. Alguien estaba pasando la aspiradora. Otra vez.

Tal era la vida, en toda su prosaica majestad.

Y no podías disfrutar de ella si la pasabas metido en la penumbra… ya fuera literalmente o de forma metafórica, porque estabas atrapado en la oscuridad del mundo de un adicto.

Phury estiró la mano y se tocó la prótesis. Si había logrado llegar hasta aquí con una sola pierna, podría vivir el resto de la vida sin su gemelo y sin sus hermanos… Sí, también podría hacerlo. Tenía muchas cosas que agradecer y eso debía ser suficiente compensación.

Tal vez no siempre se sintiera tan vacío.

Alguien en la casa volvió a poner ópera.

Mierda. Esta vez era Puccini.

Che gelida manina.

De todas las opciones posibles, ¿por qué alguien tendría que elegir precisamente el solo que le hacía sentirse peor? Dios, no escuchaba La Bohème desde… Bueno, parecía que hacía siglos que no la escuchaba. Y el sonido de eso que había amado tanto le oprimió las costillas hasta que sintió que le faltaba el aire.

Phury se agarró de los brazos de la silla y comenzó a levantarse. Sencillamente, no se sentía capaz de escuchar esa voz de tenor. Esa gloriosa voz le recordaba tanto a…

En ese momento, Zsadist apareció en el borde del bosque, y estaba cantando.

Estaba cantando… Lo que Phury estaba escuchando no era un CD que venía de la casa, era la voz de tenor de su hermano.

La voz de Z navegaba perfectamente afinada por los altos y bajos del aria, mientras se acercaba por el césped al ritmo de cada palabra. El viento se convirtió en su orquesta, y comenzó a llevar los espectaculares sonidos que salían de su boca hacia los árboles y las montañas, elevándolos luego al cielo, el único lugar de donde podía haber salido ese maravilloso talento.

Phury se puso de pie como si lo que lo hubiese levantado de la silla fuera la voz de su gemelo y no sus propias piernas. Éste era el agradecimiento que había quedado pendiente. Ésta era su forma de expresar su gratitud por haberlo rescatado y por la vida que estaba llevando. Eran las emociones de un padre maravillado, al que le faltaban las palabras para expresarle a su hermano todo lo que sentía, y que necesitaba la música para mostrar, aunque sólo fuera una parte de todo lo que quería decir.

—Joder… Z —susurró Phury en medio de ese glorioso momento.

Cuando el solo alcanzó el punto culminante, y las emociones vibraron con mayor potencia, todos los miembros de la Hermandad fueron apareciendo uno por uno en medio de la noche. Wrath, Rhage, Butch, Vishous. Iban vestidos con las capas ceremoniales blancas que debían usar para honrar la vigésimo cuarta hora del nacimiento de Nalla.

Zsadist cantó la última nota del aria cuando estaba frente a Phury. Y cuando la última línea, vi piaccia dir, se desvaneció en el infinito, levantó la mano: ondeando en medio del viento nocturno había un inmenso lazo hecho con cintas verdes y doradas.

Cormia vino a situarse junto a Phury en el momento oportuno, pues su brazo alrededor de la cintura fue lo que lo mantuvo en pie.

En Lengua Antigua, Zsadist dijo:

—¿Tendríais la bondad de honrar a mi hija recién nacida con los colores de vuestros respectivos linajes y el amor de vuestros corazones? —Luego se inclinó ante ellos y les ofreció el lazo.

Al tomar el lazo, Phury dijo con voz ronca:

—Será el mayor honor de nuestra vida brindarle nuestros colores a tu hija recién nacida.

Cuando Z se incorporó, fue imposible decir quién fue el primero en acercarse.

Lo más probable es que lo hicieran a la vez.

Ninguno de los dos dijo nada mientras se abrazaban. A veces las palabras no son suficientes, pues los recipientes de las letras y el cucharón de la gramática no siempre pueden contener los sentimientos del corazón.

La Hermandad comenzó a aplaudir.

En cierto momento, Phury estiró el brazo y agarró la mano de Cormia para acercarla a él.

Luego se echó hacia atrás y miró a su gemelo.

—Y, dime, ¿tiene los ojos amarillos?

Z sonrió y asintió.

—Sí, tiene ojos amarillos. Bella dice que se parece a mí… lo que significa que se parece a ti. Ven a conocer a mi hija, hermano mío. Regresa a conocer a tu sobrina. Todavía hay un enorme espacio vacío en su cuna y necesitamos que vosotros dos lo llenéis.

Phury abrazó a Cormia y sintió que ella le acariciaba el centro del pecho. Entonces respiró hondo y dijo:

—Es mi ópera preferida y mi solo favorito.

—Lo sé. —Z le sonrió a Cormia y repitió los dos primeros versos—: Che gelida manina, se la lasci riscaldar. Y ahora tienes una maravillosa criatura que calentar.

—Lo mismo se puede decir de ti, hermano mío.

—Muy cierto. Maravillosamente cierto —dijo Z y de pronto se puso serio—. Por favor… ven a verla a ella, pero también ven a vernos a nosotros. Los hermanos te echamos de menos. Yo te echo de menos.

Phury entornó los ojos y de pronto lo entendió.

—Fuiste tú, ¿no es verdad? Fuiste al centro comunitario y me observaste cuando me senté en ese columpio después.

—Estoy tan orgulloso de ti —dijo Z con voz ronca.

—Yo también —agregó Cormia.

Qué momento tan perfecto, pensó Phury. Era un momento absolutamente perfecto: estaba frente a su gemelo, tenía a su shellan a su lado y el hechicero no parecía estar por ninguna parte.

Era un momento tan perfecto que Phury supo que lo iba a recordar el resto de sus días, con la misma nitidez y emoción con que lo estaba viviendo.

Phury besó la frente de su shellan y la abrazó con fuerza para darle las gracias. Luego sonrió a Z.

—Será un placer. Iremos a visitar a Nalla y nos acercaremos a su cuna con alegría y reverencia.

—¿Y las cintas?

Phury bajó la vista hacia el lazo verde y dorado, las hermosas cintas entrelazadas que simbolizaban la unión de Cormia y él. De repente ella lo apretó entre sus brazos, como si estuviera pensando exactamente lo mismo que él:

Que los dos combinaban a la perfección.

—Sí, hermano mío. Claro que iremos con nuestras cintas —dijo Phury y miró a Cormia a los ojos—. Y ¿sabes una cosa? Si tenemos tiempo para una ceremonia de apareamiento, eso sería genial porque…

Los gritos y los silbidos y las palmadas en la espalda de la Hermandad interrumpieron la frase. Pero Cormia percibió lo esencial. Y Phury nunca había visto a una hembra que sonriera de una manera tan hermosa y completa como sonrió Cormia cuando levantó la mirada hacia él.

Así que seguramente debió entender lo que quería decirle.

No siempre había necesidad de decir «te amo para siempre» para hacerse entender.