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La Virgen Escribana tenía tendencia a ser muy dominante.
Lo cual no es malo cuando eres una diosa que ha creado todo un mundo dentro del mundo, una historia dentro de la historia del universo.
En realidad no era un defecto.
Incluso tal vez fuera una virtud… pero hasta cierto punto.
La Virgen Escribana flotó hasta el santuario sellado que tenía en sus aposentos privados y abrió las puertas dobles con el pensamiento. Una neblina densa brotó de la habitación recién abierta, meciéndose como un trozo de satén a merced del viento. Cuando la condensación del ambiente cedió, su hija Payne apareció ante sus ojos, con el poderoso cuerpo inanimado suspendido en el aire.
Payne se parecía mucho a su padre: agresiva, calculadora y poderosa.
Peligrosa.
No había lugar entre las Elegidas para una hembra como Payne. Y tampoco en el mundo vampiro. Así que cuando concluyó su último acto de creación, la Virgen Escribana decidió aislar allí a la hija que no encajaba en ninguna parte, para seguridad de todos.
Ten fe en tu creación.
Las palabras del Gran Padre habían quedado resonando en su cabeza desde el momento en que las pronunció. Y ellas dejaban al descubierto una verdad que había estado escondida en las profundidades de los pensamientos y temores más íntimos de la Virgen Escribana.
La vida de los machos y las hembras que ella había creado a partir de la biología y a través del don único de su voluntad no se podían almacenar en secciones distintas, como si fueran libros de la biblioteca del santuario. El orden era algo atractivo, ciertamente, pues conllevaba seguridad y protección. Pero la naturaleza, y más la naturaleza de los seres vivos, era desordenada e imprevisible y no se podía limitar.
Ten fe en tu creación.
La Virgen Escribana podía ver muchas cosas en el futuro, legiones enteras de triunfos y tragedias, pero eso sólo eran granos de arena en medio de una playa inmensa. No podía ver la totalidad del destino, pues en la medida en que el futuro de la raza que ella había creado estaba demasiado ligado a su propio destino, el triunfo o la desaparición de su gente quedaban fuera de su alcance.
La única totalidad que podía ver era el presente y el Gran Padre tenía razón. Sus amados hijos no estaban prosperando y, si las cosas seguían como iban, pronto no quedaría nada de ellos.
El cambio era la única esperanza hacia el futuro.
La Virgen Escribana se quitó la capucha negra de la cabeza y la dejó caer a sus espaldas. Extendió la mano y le envió a su hija un caluroso torrente de moléculas que atravesaron el aire.
Los ojos diamantinos de Payne, tan parecidos a los de su hermano gemelo Vishous, se abrieron súbitamente.
—Hija —dijo la Virgen Escribana, y no se sorprendió al oír la respuesta.
—Vete a la mierda.