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No todos los gatillos formaban parte de un arma, pero todos eran igual de peligrosos, pensó Phury, mientras contemplaba la fachada de vidrio y acero del Zero Sum.

Mierda, el proceso de desintoxicación consistía en una serie de efectos físicos que el cuerpo experimentaba por el cambio químico, pero no alteraban las ansias que atormentaban su mente. Y, claro, aunque ahora el hechicero parecía más pequeño, el maldito desgraciado todavía seguía ahí. Y Phury tenía el presentimiento de que iba a pasar mucho tiempo antes de que su voz desapareciera.

Phury se obligó a caminar hasta donde estaba el gorila que cuidaba la puerta, el cual lo miró con curiosidad, pero lo dejó pasar. Una vez dentro, no se fijó en la multitud que, como siempre, se abrió para dejarlo pasar. Tampoco saludó al gorila que cuidaba la cuerda de terciopelo que separaba la zona vip. Ni le dijo nada a Iam cuando éste le abrió la puerta de la oficina de Rehv.

—¿A qué debo este placer? —dijo Rehvenge desde su escritorio.

Phury se quedó mirando a su camello.

Rehv llevaba puesto un traje negro convencional, que no tenía nada de convencional. El corte parecía magnífico, aunque estaba sentado, y la tela emitía un cierto resplandor bajo las luces tenues, clara indicación de que contenía un poco de seda. Las solapas reposaban perfectamente planas sobre el pecho enorme y debajo de las mangas se asomaban los puños de la camisa en la cantidad justa.

Rehv frunció el ceño.

—Puedo sentir tus emociones desde aquí. Acabas de hacer algo.

Phury no pudo evitar reírse.

—Sí, podría decirse que sí. Ahora mismo voy a ver a Wrath porque tengo muchas cosas que explicarle, pero quise venir primero aquí porque mi shellan y yo necesitamos un lugar donde vivir.

Rehvenge levantó las cejas encima de sus ojos color amatista.

—¿Shellan? Vaya. ¿Ya no hablas de Elegida?

—No. —Phury carraspeó—. Mira, sé que eres propietario de varias casas. De muchas. Y quiero saber si puedo alquilar una por un par de meses. Necesito muchas habitaciones. Muchas.

—¿Acaso la mansión de la Hermandad está llena?

—No.

—Ya. —Rehv ladeó la cabeza, enseñando las partes afeitadas de su estrambótico peinado—. Wrath tiene otras casas, ¿no es cierto? Y sé que tu hermano V también tiene algunas propiedades. He oído que tiene un lugar donde realiza sesiones sadomasoquistas. Tengo que admitir que me sorprende que recurras a mí.

—Sólo pensé que podía empezar por ti.

—Bien. —Rehv se puso de pie y se apoyó en su bastón, mientras daba media vuelta y abría unas puertas corredizas que estaban detrás de su escritorio—. Bonito atuendo, por cierto. ¿Dónde lo conseguiste, en Victoria’s Secret? Discúlpame un momento.

Mientras Rehv desaparecía en la habitación que acababa de abrirse ante sus ojos, Phury bajó la mirada hacia su ropa. Iba vestido solamente con la túnica de satén blanco que usaba en el Otro Lado. Estaba descalzo. No era de extrañar que la gente lo hubiese estado mirando raro.

Rehv reapareció un momento después. Llevaba en la mano un par de mocasines negros de piel de lagarto, adornados con unos delatores estribos entrelazados.

Arrojó los Gucci a los pies de Phury y dijo:

—Tal vez quieras meter aquí esos pies descalzos. Y, lo siento, pero no tengo nada para alquilar.

Phury respiró hondo.

—Está bien. Gracias…

—Pero puedes vivir gratis en mi casa de campo de las Adirondacks. Por todo el tiempo que quieras.

Phury parpadeó.

—Puedo…

—Si estás a punto de decir que puedes pagarme, vete a la mierda. Como dije, no tengo nada que puedas alquilar. Trez puede llevarte hasta allí y darte los códigos. Me verás sólo de vez en cuando, el primer martes de cada mes, justo antes del amanecer, pero aparte de eso tendrás el lugar sólo para ti.

—No sé qué decir.

—Tal vez algún día me devuelvas el favor. Por ahora, dejaremos las cosas así.

—Mi honor es tuyo.

—Y mis zapatos son tuyos. Incluso después de que recuperes los tuyos.

Phury se puso los zapatos. Le quedaban perfectos.

—Te los traeré…

—No. Considéralos como un regalo de bodas.

—Bueno… Gracias.

—De nada. Sé que te gusta Gucci…

—No hablo de los zapatos, en realidad, aunque son fabulosos. Me refiero… al hecho de que me hayas sacado de la lista de compradores. Sé que Z habló contigo.

Revh sonrió.

—Así que lo estás dejando, ¿eh?

—Estoy haciendo lo posible.

—Puf —exclamó Rehv, y sus ojos de amatista se entornaron—. Yo creo que lo vas a lograr. Tienes esa clase de determinación que he visto en los ojos de gente que solía venir mucho a mi oficina y que un día, por cualquier razón, decidieron no volver. Y lo hicieron. Me alegro.

—Sí. Ya no me verás por aquí.

En ese momento sonó el teléfono de Rehv y, al mirar el identificador de llamadas, frunció el ceño.

—Espera —dijo—. Es posible que esto te interese. Es el presidente de facto del Consejo de Princeps. —Cuando cogió el teléfono, la voz de Rehv sonaba entre impaciente y aburrida—. Estoy bien. ¿Y tú? Sí. Sí. Terrible, sí. No, todavía estoy en la ciudad, puedes decir que soy un incondicional.

Rehv se recostó en la silla y comenzó a jugar con el abrecartas que tenía en el escritorio, el que tenía forma de daga.

—Sí. Ajá, ajá. Correcto. Sí, lo sé, el vacío de poder es… ¿Perdón? —Rehv dejó caer el abrecartas—. ¿Qué dijiste? Ah, ya… Bueno, ¿y qué hay de Marissa? Ah. Claro. Y no me sorprende…

Phury comenzó a preguntarse qué clase de bomba habría estallado ahora.

Después de un rato, Rehv se aclaró la garganta y luego fue esbozando lentamente una sonrisa.

—Bueno, claro, considerando cómo te sientes… Estaré encantado. Gracias. —Rehv colgó y levantó los ojos enseguida—. Adivina quién es el nuevo leahdyre del Consejo.

Phury se quedó boquiabierto.

—No puede ser. ¿Cómo demonios…?

—Pues resulta que soy el miembro vivo más viejo de mi estirpe y hay una regla que establece que las hembras no pueden ejercer como leahdyre. Y como soy el único macho del Consejo, adivina quién viene a cenar. —Rehv se recostó contra su silla de cuero—. Me necesitan.

—Puta… mierda.

—Sí, si vives lo suficiente, puedes llegar a ver cualquier cosa. Dile a tu jefe que será un placer hacer negocios con él.

—Lo haré. Claro que lo haré. Y, escucha, gracias otra vez por esto. Por todo. —Phury avanzó hacia la puerta—. Si alguna vez me necesitas, sólo llámame.

Rehvenge hizo una inclinación de cabeza.

—Lo haré, vampiro. Los devoradores de pecados siempre cobramos los favores que hacemos.

Phury sonrió.

—El término políticamente correcto es symphath.

Cuando salió de la oficina, la risa profunda y ligeramente maligna de Rehv estalló como un trueno.

‡ ‡ ‡

Phury tomó forma frente a la mansión de la Hermandad y se alisó la túnica. A juzgar por su deseo de causar una buena impresión, se notaba que ya no se sentía parte de esa casa.

Lo cual tenía sentido, supuso: su cabeza había cambiado de dirección.

Se sentía muy extraño al subir los escalones que llevaban hasta la casa, llegar al porche y anunciarse en la pantalla, como haría un desconocido. Fritz pareció igualmente sorprendido cuando abrió la puerta.

—¿Señor?

—¿Podrías avisar a Wrath de que estoy aquí y quiero hablar con él?

—Por supuesto. —El doggen hizo una reverencia y subió de inmediato la escalera.

Mientras esperaba, Phury observó el vestíbulo, pensando en que su hermano Darius había construido la casa… ¿cuántos años hacía de eso?

Wrath apareció en lo alto de la escalera y parecía agotado.

—Hola.

—Hola. —Phury levantó la mano a modo de saludo—. ¿Te molesta si subo un minuto?

—Sígueme.

Phury subió lentamente las escaleras. Y a medida que se iba acercando a su habitación, sintió cómo aumentaba la comezón de su piel, porque no podía evitar pensar en todo el humo rojo que se había fumado allí. Una parte de él estaba prácticamente jadeando, ansiosa por fumarse un porro, y sintió que su cabeza comenzaba a palpitar.

—Escucha —le dijo Wrath con tono brusco—, si vienes a por tus drogas…

Phury levantó una mano y dijo con voz ronca:

—No. ¿Podemos hablar en privado?

—Está bien.

Cuando las puertas del estudio de Wrath se cerraron tras él, Phury hizo su mejor esfuerzo por olvidarse de sus ansias de fumarse un porro y comenzar a hablar. Al final, no estaba completamente seguro de lo que había salido de su boca. El Gran Padre. Cormia. La Virgen Escribana. El futuro. Las Elegidas. Los Hermanos. Cambio.

Cambio.

Cambio.

Finalmente se quedó sin aire y se dio cuenta de que Wrath no había dicho ni una palabra.

—Así que ésta es la situación —dijo Phury para concluir—. Ya hablé con las Elegidas y les dije que voy a conseguir un lugar para nosotros aquí.

—¿Y dónde será eso?

—En la casa de campo de Rehv, al norte del estado.

—¿De verdad?

—Sí. Allí estaremos a salvo. Es un lugar seguro. No hay demasiada gente, ni muchos humanos. Y así podré proteger con más facilidad a las que vengan a vivir aquí. Todo esto va a tener que ser un proceso gradual. Un par de ellas ya están interesadas en venir de visita. En explorar. En aprender. Cormia y yo vamos a ayudarlas a adaptarse hasta donde quieran. Pero todo es voluntario. Lo interesante es que pueden escoger lo que quieren hacer.

—¿Y la Virgen Escribana estuvo de acuerdo con esto?

—Sí. Así fue. Desde luego, la parte de la Hermandad depende completamente de ti.

Wrath sacudió la cabeza y se puso de pie.

Phury asintió, pues no lo culpaba por dudar de su plan. Había dicho muchas palabras y ahora tenía que probarlas con algunos hechos.

—Claro que, como dije, el asunto depende de…

Wrath se le acercó y le extendió la mano.

—Cuenta conmigo. Y cuenta con todo lo que necesites para las Elegidas en este lado. Cualquier cosa.

Phury sólo pudo asombrarse de la generosidad de la oferta. Cuando estrechó la mano de su hermano, dijo con voz ronca.

—Bien… trato hecho.

Wrath sonrió.

—Cualquier cosa que necesites, es tuya.

—Estoy bien… —Phury frunció el ceño y miró de reojo hacia el escritorio del rey—. Aunque… ¿podría usar tu ordenador un momento?

—Por supuesto. Y cuando termines, tengo algunas buenas noticias que compartir contigo. Bueno, más o menos buenas.

—¿De qué se trata?

Wrath hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta.

—Tohr ha vuelto.

Phury se quedó sin habla.

—¿Está vivo?

—Más o menos… más o menos. Pero está en casa. Y vamos a tratar de mantenerlo así.