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—¡Hermana! —fue el susurro que Cormia escuchó desde el otro lado de la pared del templo—. ¡Hermana mía!

Cormia levantó la vista del pergamino en que había estado consignando las escenas que había visto, las del Gran Padre salvando a los civiles.

—¿Layla?

—El Gran Padre está enfermo. Te está llamando.

Cormia soltó la pluma y corrió a la puerta. Al abrirla de par en par, se quedó frente al rostro pálido y desencajado de su hermana.

—¿Enfermo?

—Está en cama, temblando de frío. Está verdaderamente muy mal. Pasó mucho rato antes de que me dejara ayudarlo, lo arrastré desde el vestíbulo hasta la cama cuando perdió el conocimiento.

Cormia se puso la capucha de su túnica.

—¿Las demás están…?

—Nuestras hermanas están comiendo. Todas están comiendo. Nadie te va a ver.

Cormia se apresuró a salir del templo de las escribanas recluidas, pero quedó ciega al recibir de frente la luz brillante del santuario. Así que se agarró de la mano de Layla hasta que sus ojos se adaptaron a la luz y las dos corrieron al templo.

Cormia se deslizó a través de la puerta dorada y corrió la cortina.

El Gran Padre estaba en la cama, vestido solamente con los pantalones de seda que tenía que usar en el santuario. La piel estaba cubierta por un resplandor enfermizo y una capa de sudor. Sacudido por los temblores, su cuerpo inmenso parecía horriblemente frágil.

—¿Cormia? —dijo el vampiro, mientras tendía una mano temblorosa.

Cormia se acercó y se quitó la capucha.

—Aquí estoy. —El Gran Padre pareció sobresaltarse al escuchar su voz, pero luego ella lo tocó y se calmó.

¡Por Dios, estaba ardiendo!

—¿Qué sucede? —preguntó Cormia, al tiempo que se sentaba junto a él.

—Cre… creo que… es… el sín… drome de abs… de abstinencia.

—¿Síndrome de abstinencia?

—La falta de… de… drogas.

Cormia apenas podía entender lo que él estaba diciendo, pero se daba cuenta de que lo último que debía ofrecerle era uno de esos cigarros que siempre estaba fumando.

—¿Hay algo que pueda hacer para aliviarte? —Él comenzó a lamerse los labios—. ¿Quieres un poco de agua?

—Yo la traigo —dijo Layla y corrió al baño.

—Gracias, hermana mía. —Cormia miró por encima del hombro y agregó—: ¿Podrías traer también toallas?

—Sí.

Cuando Layla desapareció detrás de la cortina, Phury cerró los ojos y comenzó a sacudir la cabeza sobre la almohada, al tiempo que comenzaba a hablar más claro.

—El jardín… el jardín está lleno de maleza… Ay, Dios, la hiedra… está por todas partes… ya ha cubierto las estatuas.

Cuando Layla regresó con agua, un cuenco y algunas toallas blancas, Cormia le dijo:

—Gracias. Ahora, ¿podrías dejarnos solos, por favor, hermana mía?

Tenía el presentimiento de que las cosas se iban a poner mucho peor y que Phury no querría que nadie lo viera en ese estado.

Layla hizo una reverencia.

—¿Qué debo decirles a las Elegidas cuando me presente a la comida?

—Diles que él está descansando después del apareamiento y que ha solicitado unos momentos de privacidad. Yo lo cuidaré.

—¿Cuándo regreso?

—¿Falta mucho para que comience el ciclo de sueño?

—Después de las oraciones Thideh.

—Bien. Regresa cuando todas se hayan acostado. Si esto persiste… tendré que ir hasta el otro lado a buscar a la doctora Jane y tú tendrás que quedarte con él.

—¿A buscar a quién?

—A una curandera. Vete ya. Exalta las virtudes de su cuerpo y de tu posición. Alardea al respecto. —Cormia acarició el pelo de Phury y se lo echó hacia atrás—. Cuanto más presumas, mejor para él.

—Como desees. Volveré luego.

Cormia esperó hasta que su hermana salió y luego trató de darle algo de beber. Sin embargo, Phury estaba demasiado delirante como para poder tomar agua, no podía ni ver el vaso que ella sostenía contra sus labios. Así que se dio por vencida y prefirió mojar una toalla y ponérsela sobre la cara.

Los ojos febriles de Phury se abrieron súbitamente y se clavaron en ella mientras le refrescaba la frente.

—El jardín… está lleno de maleza —dijo con alarma—. Lleno de maleza.

—Sshh… —Cormia volvió a mojar la toalla para refrescarlo un poco más—. Todo está bien, tranquilo.

De pronto tomó aire con desesperación y gimió:

—No, ya las cubrió a todas. Las estatuas… ya no se ven… han desaparecido… yo he desaparecido.

El terror que Cormia vio en los ojos amarillos de Phury le heló la sangre. Era evidente que estaba alucinando, completamente enajenado, pero lo que estaba viendo, fuera lo que fuese, era absolutamente real para él; cada vez parecía más agitado y su cuerpo se retorcía entre las sábanas blancas.

—La hiedra… Ay, Dios, la hiedra viene por mí… Está cubriendo mi piel…

—Sshh… —Tal vez Cormia no iba a poder manejar aquella situación sola. Tal vez… Sólo que si el problema era su mente, entonces…—. Phury, escúchame. Si la hiedra está cubriendo las cosas, entonces debemos podarla.

La agitación pareció ceder y sus ojos parecieron aclararse por un segundo.

—¿Podarla… nosotros?

Cormia pensó en los jardineros que había visto en el otro lado.

—Sí. Vamos a deshacernos de ella.

—No… no podemos. Ella va a ganar… Nos ganará…

Cormia se inclinó y lo miró de cerca.

—¿Y quién dice que va a ganar? —El tono tajante de su voz pareció atraer la atención de Phury—. Ahora dime, ¿por dónde debemos empezar a cortarla?

Cuando él comenzó a negar con la cabeza, ella le agarró la barbilla.

—¿Por dónde comenzamos?

Phury parpadeó al percibir el tono imperativo.

—Ah… está peor en las estatuas de las cuatro etapas de la vida…

—Muy bien. Entonces iremos primero allí. —Cormia trató de imaginarse las cuatro etapas de la vida… infancia, juventud, edad madura y vejez—. Empezaremos con el niño. Dime, ¿qué herramientas vamos a usar?

El Gran Padre cerró los ojos.

—Las tijeras de podar. Usaremos las tijeras de podar.

—¿Y qué hacemos con las tijeras?

—La hiedra… la hiedra está creciendo sobre las estatuas y las va a cubrir. Ya no se puede… ya no se pueden ver las caras. Está… asfixiando a las estatuas. Están atrapadas… no pueden ver… —El Gran Padre comenzó a llorar—. Ay, Dios. Ya no las puedo ver. Nunca he podido ver… más que maleza en ese jardín.

—Quédate conmigo. Escúchame… Vamos a cambiar eso. Juntos, vamos a cambiar eso. —Cormia agarró la mano de Phury y le dio un beso—. Tenemos las tijeras de podar. Juntos vamos a podar la hiedra. Y vamos a comenzar con la estatua del niño. —Se sintió animada cuando vio que Phury respiraba hondo, como si estuviera a punto de emprender un gran trabajo—. Voy a retirar la hiedra que cubre la cara del niño y tú la vas a cortar. ¿Puedes verme?

—Sí…

—¿Puedes verte a ti mismo?

—Sí.

—Bien. Ahora, quiero que cortes este pedazo de hiedra que tengo en la mano. Hazlo. Ahora.

—Sí… Lo haré… Sí, voy a hacerlo.

—Puedes dejar en el suelo lo que vas cortando, a nuestros pies. —Cormia le quitó el pelo de la cara—. Y, ahora, vuelve a cortar… otra vez…

—Sí.

—Y una vez más.

—Sí.

—Ahora… ¿puedes ver la cara de la estatua?

—Sí… sí, puedo ver la cara del niño… —Una lágrima rodó por la mejilla de Phury—. Puedo verla… Puedo ver… me veo a mí mismo.

‡ ‡ ‡

Entretanto, en la casa de Lash, John se detuvo en medio de las escaleras y pensó que tal vez había permitido que el siniestro ambiente de la mansión entrara en su cerebro y provocara un cortocircuito.

Porque no era posible que el que estaba allí abajo, sentado sobre el suelo del vestíbulo con las piernas cruzadas y envuelto en una nube que giraba a su alrededor, fuera Lash.

Mientras el cerebro de John se esforzaba por discernir la realidad de lo que no podía ser posible de ninguna manera, notó que el olor dulzón a talco de bebé impregnaba el aire, que empezaba a adquirir un tono rosa. Dios, la verdad es que el olor no lograba eclipsar el nauseabundo aroma de la muerte; por el contrario, lo reforzaba. La razón por la cual ese olor siempre le había provocado náuseas era porque era parecido al hedor de la muerte.

En ese momento, Lash levantó la vista hacia las escaleras. Parecía tan sorprendido como John, pero enseguida comenzó a esbozar una sonrisa.

Desde el centro del maremágnum que lo rodeaba, la voz de Lash subió hasta él y parecía venir de una distancia mucho mayor que los pocos metros que los separaban.

—Vaya, hola, pequeño John. —La risa de Lash le pareció al mismo tiempo familiar y desconocida, con una extraña reverberación.

John empuñó su arma, agarrándola con las dos manos mientras apuntaba hacia lo que estaba allí abajo.

—Te veré pronto —dijo Lash, al tiempo que se volvía bidimensional y se convertía en una imagen de sí mismo—. Y le daré tus recuerdos a mi padre.

Luego su figura comenzó a titilar y desapareció, absorbida por la nube que lo rodeaba.

John bajó el arma y se la volvió a guardar en la pistolera, que era lo que se hacía cuando ya no había nada a lo cual disparar.

—¿John? —El sonido de los pasos de Qhuinn llegó desde atrás—. ¿Qué demonios estás haciendo?

—No lo sé… Pensé que había visto…

—¿A quién?

—A Lash. Lo vi justo ahí abajo. Yo… bueno, pensé que lo había visto.

—Quédate aquí. —Qhuinn sacó su arma y bajó las escaleras corriendo para hacer una inspección del primer piso.

John bajó lentamente hasta el vestíbulo. Había visto a Lash. ¿O tal vez no?

Qhuinn regresó.

—Todo está en orden. Mira, regresemos a casa. No tienes buen aspecto. ¿Has comido algo hoy? Y, a propósito, ¿cuándo fue la última vez que dormiste?

—No… no lo sé.

—Correcto. Nos vamos.

—Podría haber jurado que…

—Ya.

Mientras se desmaterializaban de regreso al patio de la mansión, John pensó que tal vez su amigo tenía razón. Tal vez debería comer algo y…

Pero no alcanzaron a entrar a la casa. Tan pronto llegaron, toda la Hermandad iba saliendo por las imponentes puertas del edificio. En conjunto llevaban más armas que una milicia completa.

Wrath clavó sus ojos en él y en Qhuinn, a través de sus gafas oscuras.

—Vosotros dos, en el Escalade con Rhage y Blay. A menos que necesitéis más munición.

Cuando los dos negaron con la cabeza, el rey se desmaterializó, seguido de Vishous, Butch y Zsadist.

Se subieron a la camioneta, con Blay en el puesto del pasajero, y John preguntó por señas:

—¿Qué sucede?

Rhage pisó el acelerador. Mientras el Escalade rugía y salía del patio, el hermano respondió con voz tajante.

—Una visita de un viejo supuesto amigo. De esos que nunca quisieras volver a ver.

Bueno, definitivamente la reaparición de viejos amigos parecía ser la constante de esa noche.