46
Mientras inspeccionaban las casas que todavía podían ser atacadas, John y Qhuinn iban un par de metros detrás de Zsadist, cuando llegaron a una casa moderna de un solo piso. Era la sexta finca de la lista y los tres se detuvieron a la sombra de un par de árboles que había al borde del jardín.
Una vez frente al edificio, John se estremeció. Amplia y elegante, la casa se parecía mucho al hogar que había compartido durante tan poco tiempo con Tohr y Wellsie.
Zsadist miró hacia atrás.
—¿Quieres quedarte aquí, John?
Al ver que John asentía con la cabeza, el hermano dijo:
—Eso me imaginé. A mí también me produjo escalofríos. Qhuinn, quédate con él.
Zsadist comenzó a avanzar hacia la casa protegido por la oscuridad, revisando ventanas y puertas. Cuando desapareció por la parte trasera de la casa, Qhuinn miró a John de reojo.
—¿Por qué te da escalofríos esta casa?
John se encogió de hombros.
—Viví en una casa parecida.
—Vaya, te iba bien cuando eras humano.
—Fue después de eso.
—Ah, te refieres a la casa donde vivías con… Claro.
Dios, la casa debió de haber sido diseñada por el mismo constructor, pues la fachada y la distribución de las habitaciones era básicamente la misma. Al mirar hacia las ventanas, John pensó en su añorado cuarto. Tenía las paredes pintadas de azul, con un estilo moderno y una puerta corrediza de vidrio. Cuando llegó, el armario estaba vacío, pero rápidamente se había llenado con la primera ropa nueva que había tenido en su vida.
Entonces regresaron los recuerdos, la imagen de aquella comida que habían compartido la noche en que Tohr y Wellsie lo acogieron. Comida mexicana. Wellsie había preparado comida mexicana y lo había puesto todo sobre la mesa, bandejas llenas de enchiladas y quesadillas. Por aquel entonces, cuando era un pretrans, John tenía un estómago muy delicado y todavía podía recordar lo mortificado que se sintió al pensar que sólo iba a poder probar un poco de lo que se sirviera en el plato.
Sólo que, después de un rato, Wellsie le puso delante un plato de arroz blanco con salsa de jengibre.
Cuando ella se volvió a sentar, John se echó a llorar, simplemente se encogió y comenzó a sollozar, conmovido por aquel acto de bondad. Después de haberse pasado toda la vida sintiendo que era diferente, de pronto había encontrado a alguien que sabía lo que necesitaba y lo quería lo suficiente para dárselo.
Era una madre. Las madres te conocían mejor que tú mismo y te cuidaban cuando tú no podías hacerlo por tus propios medios.
Zsadist regresó hasta donde estaban ellos.
—Está vacía y no ha sido saqueada. ¿Cuál es la siguiente?
Qhuinn miró la lista.
—425 de Easterly Court…
En ese momento se oyó un discreto timbrazo, el teléfono de Z. El hermano frunció el ceño al ver el número y luego se llevó el aparato a la oreja.
—¿Qué sucede, Rehv?
John volvió a fijar sus ojos en la casa, pero luego se volvió a mirar a Z, que parecía alterado en su conversación telefónica.
—¿Qué? ¿Me estás jodiendo? ¿Que apareció dónde? —Hubo una larga pausa—. ¿Estás hablando en serio? ¿Estás cien por cien seguro? —Cuando el hermano colgó, Z se quedó mirando el teléfono—. Tengo que regresar a casa. Ahora mismo. Mierda.
—¿Qué sucede? —preguntó John por señas.
—¿Podéis encargaros de las otras tres direcciones? —Al ver que John asentía, el hermano lo miró con una expresión curiosa—. Mantente atento al teléfono, hijo. ¿Me oyes?
John asintió y Z desapareció.
—Muy bien, sea lo que sea, claramente no es asunto nuestro. —Qhuinn dobló la lista y se la volvió a guardar en el bolsillo de los pantalones—. ¿Nos vamos?
John volvió a mirar hacia la casa.
—Siento lo de tus padres.
La respuesta de Qhuinn tardó un rato.
—Gracias.
—Yo echo de menos a los míos.
—Pensé que eras huérfano.
—Durante un tiempo no lo fui.
Hubo un largo silencio. Luego Qhuinn lo rompió.
—Vamos, John, salgamos de aquí. Tenemos que ir a Easterly.
John reflexionó durante un minuto y luego habló.
—¿Te molesta si hacemos una parada antes? No es lejos.
—Claro. ¿Dónde?
—Quiero ir a la casa de Lash.
—¿Por qué?
—No lo sé. Supongo que quiero ver el sitio donde todo esto comenzó. Y quiero echarle un vistazo a su habitación.
—¿Y cómo vamos a entrar?
—Si las persianas todavía están funcionando con el temporizador automático, deben estar abiertas y podemos desmaterializarnos a través del vidrio.
—Bueno… Demonios, si eso es lo que quieres hacer, está bien.
Los dos se desmaterializaron y viajaron hasta el jardín de la mansión estilo Tudor. Las persianas estaban alzadas y un segundo después ya se encontraban en el salón.
El hedor era tan horrible que John se dijo que no sería capaz de soportarlo.
Al tiempo que se cubría la boca y la nariz, tosió.
—Mierda —dijo Qhuinn, mientras hacía lo mismo.
Los dos miraron hacia el suelo. Había sangre en la alfombra y el sofá, y las manchas ya habían adquirido un color marrón pues estaban secas.
Siguieron el rastro de manchas de sangre hasta el vestíbulo.
—Dios…
John levantó la cabeza. A través del hermoso arco que llevaba al comedor, se veía una escena que parecía sacada de una película de terror. Los cuerpos de la madre y el padre de Lash, sentados en los que, sin duda, debían ser sus lugares habituales, frente a una mesa hermosamente dispuesta. Los cadáveres tenían un color ceniciento y sus finas ropas estaban manchadas de sangre, al igual que la alfombra.
Había moscas.
—Joder, esos malditos restrictores están realmente enfermos.
John tragó saliva y se acercó.
—Mierda, ¿realmente necesitas mirar eso más de cerca, amigo?
Mientras revisaba el lugar, John se obligó a hacer caso omiso del espanto y procuró fijarse en los detalles. La bandeja en la que reposaba el pollo asado tenía marcas de sangre en los bordes.
Lo que implicaba que el asesino era el que la había puesto sobre la mesa. Después de organizar los cuerpos, seguramente.
—Subamos a la habitación de Lash.
Subir al segundo piso fue una experiencia espantosa, porque aunque estaban solos en la casa, en realidad no lo estaban del todo. De alguna manera los muertos del primer piso llenaba el aire con algo parecido al sonido. Ciertamente el olor siguió a John y a Qhuinn escaleras arriba.
—Su habitación está en el tercer piso —dijo Qhuinn, cuando llegaron a la segunda planta.
Cuando entraron a la habitación de Lash, todo parecía muy normal en comparación con lo que habían visto en el comedor. La cama. El escritorio. El estéreo. El ordenador. La televisión.
La cómoda.
John se acercó a la cómoda y vio el cajón con las huellas de sangre. Estaban demasiado borrosas como para saber si tenían la forma de remolino de una huella dactilar humana. Así que John cogió una camisa al azar y la usó para abrir el cajón, porque eso era lo que hacían en las películas. Dentro había más manchas de sangre, demasiado borrosas para estudiarlas.
Pero de pronto el corazón se detuvo en su pecho y se inclinó para mirar más de cerca. Había una huella que estaba especialmente clara, en la esquina de la caja del reloj Jacob & Co.
John silbó para llamar la atención de Qhuinn.
—¿Sabes si los restrictores dejan huellas?
—Cuando tocan algo, claro.
—Me refiero a si dejan huellas dactilares como tales. No sólo manchas, sino de esas que tienen líneas.
—Sí, dejan huellas dactilares reconocibles —dijo Qhuinn y se acercó—. ¿Qué estás mirando?
John señaló la caja. En la esquina había la reproducción perfecta de un pulgar… que no tenía un patrón de líneas reconocible. Como la huella que habría dejado el dedo de un vampiro.
—No crees que…
—No. No puede ser. Nunca han convertido a un vampiro.
John sacó su teléfono e hizo una foto. Pero luego, pensándolo mejor, cogió la caja del reloj y se la metió en la chaqueta.
—¿Listo? —preguntó Qhuinn—. Hazme feliz y di que sí.
—Sólo… —John vaciló por un momento—. Necesito estar un momento más aquí.
—Está bien, pero yo voy a revisar las habitaciones del segundo piso. No puedo… no aguanto más aquí.
John asintió mientras Qhuinn salía de la habitación, y se sintió mal. Dios, tal vez había sido muy cruel por su parte pedirle a su amigo que viniera aquí.
Sí… porque esto era extraño. Al estar rodeado de todas las cosas de Lash, John sentía como si todavía estuviera vivo.
‡ ‡ ‡
Al otro lado de la ciudad, Lash iba sentado al volante del Focus y no parecía muy feliz. El coche era una verdadera mierda. Aunque iban por calles residenciales, el maldito no tenía fuerza. Por Dios santo, acelerar de cero a treinta le llevaba tres días.
—Necesitamos conseguir algo mejor.
Sentado en el asiento del pasajero, el señor D iba revisando el arma con sus delgados dedos.
—Sí… Um, acerca de eso…
—¿Qué?
—Creo que vamos a tener que esperar a que entre algo de dinero de lo que hemos robado.
—¿De qué diablos estás hablando?
—Conseguí los extractos bancarios, ya sabes, los del último jefe de restrictores. El tal señor X. Estaban en su cabaña. Y no es que haya mucho ahí.
—Define «mucho».
—Bueno, básicamente no hay nada. No sé dónde está o quién se lo llevó. Pero sólo quedan unos cinco mil.
—¿Cinco mil? ¿Me tomas el pelo? —Lash dejó que el coche perdiera velocidad.
¿No tenían dinero? ¿Qué demonios era eso? Él era como el Príncipe de la Oscuridad, o alguna mierda parecida, y resulta que todo su ejército dependía de un presupuesto de ¡cinco mil dólares!
Claro, Lash tenía el dinero de su familia, pero a pesar de que era mucho, no se podía librar toda una guerra con eso.
—Joder, a la mierda con esto… Voy a regresar a mi antigua casa. No voy a seguir conduciendo esta porquería. —Sí, de repente sintió que ya había superado por completo todo el asunto de mami y papi. Necesitaba un coche nuevo lo más pronto posible y en el garaje de la mansión Tudor había una belleza de Mercedes. Iba a tomarlo prestado y no se iba a sentir culpable por ello.
A la mierda con todos los vampiros.
Sin embargo, cuando giró a la derecha y se dirigió a su antiguo vecindario, comenzó a sentir náuseas. Pero no tendría que entrar a la casa, así que no se vería obligado a ver los cuerpos, suponiendo que todavía estuvieran donde los había dejado.
Mierda, pero tenía que entrar a buscar las llaves.
No importaba. Necesitaba superar esa mierda de una vez por todas.
Diez minutos después, Lash estacionó al lado de los garajes que había en la parte posterior de la casa y se bajó del coche.
—Llévate esto a la granja. Nos veremos allí.
—¿Estás seguro de que no quieres que te espere?
Lash frunció el ceño y bajó la mirada hacia su mano. El anillo que el Omega le había dado la noche anterior se estaba calentando en su dedo y comenzaba a brillar.
—Parece que tu padre te está buscando —dijo el señor D, al tiempo que se bajaba del asiento del pasajero.
—Sí. ¿Y cómo funciona esto?
—Tienes que estar en un sitio resguardado. Te quedas en él y vendrá a ti o te llevará hasta él de alguna manera.
Lash miró hacia la mansión de estilo Tudor y se imaginó que eso podría servir.
—Te veré en la granja. Y luego quiero que me lleves a esa cabaña donde están todos los estados de cuentas.
—Sí, hijo. —El señor D se llevó una mano al ala de su sombrero de vaquero y se sentó detrás del volante.
Mientras el Focus se alejaba jadeando, Lash entró a la casa por la cocina. La mansión olía realmente mal. El hedor nauseabundo de la muerte y la descomposición parecía casi sólido.
Esto era obra suya, pensó Lash. Él era el responsable de lo que estaba apestando en esa casa.
Sacó el teléfono para llamar al señor D y hacerle volver, pero luego vaciló y se concentró en el anillo. El oro estaba ardiendo de tal manera que se sorprendió de que no se le cayera el dedo.
Su padre. Su padre.
Los vampiros muertos que estaban allí no eran su familia.
Había hecho lo correcto.
Lash salió al comedor por la puerta de servicio. Mientras su anillo resplandecía, se quedó mirando fijamente a la gente que creía que eran sus padres. Siempre se podía encontrar la verdad entre las mentiras, ¿no? Toda su vida había tenido que encubrir su verdadera naturaleza, había tenido que esconder la maldad que residía en él. Algunos atisbos menores de su auténtico yo habían salido de vez en cuando a la luz, claro, pero su verdadero motor había permanecido oculto.
Pero ahora estaba libre.
Mientras observaba al macho y a la hembra asesinados, súbitamente dejó de sentir. Era como si estuviera mirando carteles macabros colgados a la entrada de un cine y su mente apenas les concediera importancia.
Es decir, ninguna importancia.
Lash se llevó la mano a la correa de perro que llevaba al cuello y se sintió estúpido al recordar los tontos sentimientos que lo habían impulsado a quedársela. Sintió ganas de arrancársela, pero no… El animal que esa correa le recordaba había sido fuerte, cruel y poderoso.
Así que era como una especie de símbolo, y por eso se la dejó donde estaba.
Joder, cómo olía de mal la muerte.
Lash atravesó el vestíbulo y supuso que el suelo de mármol podría ser un buen lugar para ver a su verdadero padre. Se sentó, y se sintió como un idiota por estar ahí sin hacer nada. Así que cerró los ojos y pensó que estaba ansioso por terminar con aquello y coger las llaves del…
En ese momento un zumbido comenzó a desplazar el silencio de la casa, un zumbido que no parecía emanar de ningún lugar en particular.
Lash abrió los ojos. ¿Acaso su padre iba a presentarse allí? ¿O lo llevaría a algún otro lugar?
Súbitamente, una corriente que brotó de la nada comenzó a girar alrededor de él, distorsionando su visión. O tal vez sólo distorsionaba lo que le rodeaba. En medio de aquella vorágine, sin embargo, Lash se sintió tranquilo, dueño de una extraña seguridad. El padre nunca le haría daño a su hijo. El mal siempre sería el mal, pero los lazos de sangre entre su progenitor y él significaban que él era el Omega.
Y, aunque fuera por proteger sus propios intereses, el Omega no se haría daño a sí mismo.
Cuando estaba a punto de ser arrastrado, cuando la vorágine había consumido ya casi por completo su forma corpórea, Lash levantó la vista hacia la escalera.
Allí estaba John Matthew, de pie, justo frente a él.