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—¿A qué te refieres con eso de «trabajo»? —preguntó el tipo de los tatuajes de presidiario.
Lash apoyó los codos sobre las rodillas y miró a su nuevo mejor amigo a los ojos. La forma en que los dos habían pasado de los insultos a ser como un par de gatitos era una muestra de los poderes de la seducción. Primero había que golpear de frente y con fuerza para establecer una relación de igualdad. Luego mostrabas respeto. Y después hablabas de dinero.
Los otros dos, el pandillero que tenía en las clavículas un tatuaje que decía «Diego RIP» y el Don Limpio con la cabeza rapada y botas de combate, se habían acercado y también estaban escuchando con atención. Lo cual también formaba parte de la estrategia de Lash: cuando logras llamar la atención del más duro, los demás siguen detrás.
Lash sonrió.
—Estoy buscando refuerzos para mis tropas.
El de los tatuajes de presidiario lo miró con cara de ser capaz de hacer muchas cosas malas.
—¿Tienes un bar?
—No. —Lash miró de reojo a RIP—. Supongo que se podría decir que se trata de un asunto de defensa territorial.
El pandillero asintió con la cabeza, como si conociera todas las reglas de ese juego.
El de los tatuajes flexionó los brazos.
—¿Y qué te hace pensar que yo quiero hacer tratos contigo? No te conozco.
Lash se echó para atrás hasta que sus hombros tocaron el muro de cemento.
—Sólo pensé que querías hacer un poco de dinero. Me equivoqué.
Mientras cerraba los ojos como si se fuera a echar una siesta, oyó unas voces que le hicieron abrirlos. Un agente se dirigía a la celda con otro detenido.
«Vaya, vaya, qué pequeño es el mundo». El tipo con la chaqueta del águila que estaba en Screamer’s.
Cuando el nuevo entró, los tres matones volvieron a mirarlo de arriba abajo. Uno de los yonquis levantó la vista y esbozó una sonrisa, como si conociera al tipo por asuntos de negocios.
Interesante. Así que el tipo era vendedor de drogas.
El del águila estudió al grupo y le hizo un gesto a Lash en señal de reconocimiento, antes de tomar asiento al otro extremo del banco. Parecía más molesto que asustado.
Entonces el fulano de los tatuajes se inclinó sobre Lash.
—Tampoco dije que no estuviera interesado.
Lash se volvió a mirarlo.
—¿Cómo te encuentro para discutir las condiciones?
—¿Conoces Motos Buss?
—Es ese lugar de reparación de Harleys que está en Tremont, ¿no?
—Sí. Mi hermano y yo somos los dueños. Somos moteros.
—Entonces conoces a más gente que podría ayudarme.
—Tal vez sí. Tal vez no.
—¿Cómo te llamas?
El de los tatuajes entornó los ojos. Luego señaló un dibujo de una Harley modificada que tenía tatuada en el brazo.
—Me puedes llamar Bajo.
Diego RIP comenzó a dar golpecitos con el pie, como si estuviera esperando algo, pero Lash no estaba listo para involucrarse con las pandillas o los cabezas rapadas. Todavía no. Era más seguro comenzar poco a poco. Ya vería si podía sumar un par de moteros a la Sociedad Restrictiva. Si eso funcionaba podría volver a salir de pesca. Tal vez hacerse arrestar otra vez para establecer contacto.
—¡Owens! —gritó un oficial desde la puerta.
—Nos vemos —le dijo Lash a Bajo. Luego le hizo un gesto con la cabeza a Diego, al de la cabeza rapada y al camello y dejó a los yonquis con su charla con el suelo.
Cuando salió a la zona donde se hacían los trámites, esperó mientras un policía le explicaba página por página todo eso de «aquí están los cargos de los que se te acusa», «éste es el número de la oficina de defensores públicos; si quieres que te asignen un abogado tienes que llamarlos», «tu audiencia en el tribunal es en seis semanas», «si no te presentas, te suspenden la fianza y expiden una orden de arresto contra ti», bla, bla, bla…
Firmó un par de veces con el nombre de Larry Owens y luego lo dejaron salir al corredor por el que lo habían llevado esposado hacía cerca de ocho horas. El señor D estaba sentado en una silla de plástico, al final del pasillo de linóleo. Pareció aliviado cuando lo vio, y se puso de pie.
—Vamos a comer algo —dijo Lash mientras se dirigían a la salida.
—Claro, hijo.
Cuando Lash salió por la parte frontal de la comisaría de policía, iba demasiado distraído pensando en las cosas que tenía que hacer como para pensar en qué hora era. Pero cuando el sol le dio de lleno en la cara, se echó hacia atrás con un grito y se estrelló contra el señor D.
Mientras se cubría la cara, retrocedió para refugiarse en el edificio.
El señor D lo agarró de los brazos.
—¿Qué pasa?
—¡El sol! —Lash ya casi estaba atravesando otra vez las puertas de la comisaría, cuando se dio cuenta de que… no estaba pasando nada. No había llamas, ni ninguna bola de fuego, ni sentía que se moría quemado.
Entonces se detuvo… y volvió su cara hacia el sol por primera vez en su vida.
—Es tan brillante. —Se tapó los ojos con el antebrazo.
—Se supone que no debes mirarlo directamente.
—Es… cálido.
Mientras se dejaba caer hasta recostarse en la fachada de piedra del edificio, no podía creer el calor que le producía. A medida que los rayos lo iluminaban, el calor se irradiaba por toda su piel y sus músculos.
Nunca antes había envidiado a los humanos. Pero, Dios, si hubiese sabido lo que se sentía al estar bajo el sol, los habría envidiado siempre.
—¿Estás bien? —preguntó el señor D.
—Sí… sí, estoy bien. —Lash cerró los ojos y sólo se dedicó a respirar por unos minutos—. Mis padres… nunca me dejaron salir. Se supone que los pretrans pueden soportar la luz del sol hasta que llegan al cambio, pero mi madre y mi padre nunca quisieron correr ese riesgo.
—No me puedo imaginar la vida sin sol.
Después de esto, Lash tampoco.
Mientras levantaba la barbilla y cerraba los ojos durante otro momento… Lash se hizo la promesa de darle las gracias a su padre la próxima vez que lo viera.
Esto era… magnífico.
‡ ‡ ‡
Phury se despertó con un sabor agrio y ardiente en la boca. En realidad la sensación se extendía por todo su cuerpo, como si alguien hubiese rociado limpiador de hornos por todo el interior de su piel.
Sentía los ojos pegados. El estómago parecía una bola de plomo. Los pulmones se inflaban y se comprimían con el mismo entusiasmo que trabaja un par de drogadictos al día siguiente de un concierto de Grateful Dead. Y encabezando la marcha de desastres estaba su cabeza, que evidentemente debía haber sufrido un paro total y al parecer todavía no había resucitado, a diferencia del resto del cuerpo.
En realidad el pecho también parecía bastante dormido. O… tal vez no, su corazón debía estar latiendo todavía porque… Bueno, tenía que estar latiendo, ¿no? De otra forma no podría estar pensando en ello, ¿verdad?
De repente vio el paraje desolado en que habitaba el hechicero y la silueta de éste recortada contra el paisaje gris.
«Bienvenido, querido. Eso fue muy divertido. ¿Cuándo podemos volver a hacerlo?».
«Volver a hacer ¿qué?», se preguntó Phury.
El hechicero soltó una carcajada.
«¡Ay, con cuánta facilidad se olvidan los momentos divertidos!».
Phury resopló y oyó que alguien se movía.
—¿Cormia? —dijo con voz ronca.
—No.
Esa voz, esa voz profunda y masculina. Una voz muy parecida a la que salía de su propia boca. De hecho, era idéntica.
Zsadist estaba con él.
Cuando volvió la cabeza, Phury sintió que su cerebro se estrellaba contra el cráneo, esa cavidad que se había convertido en una pecera con agua y plantas y un pequeño tesoro, pero en la que no había ningún pez. Nada que tuviera vida.
Z tenía tan mal aspecto como en sus peores momentos, con ojeras debajo de los ojos y los labios apretados y la cicatriz más visible que nunca.
—Soñé contigo —dijo Phury. Dios, apenas le salía un hilo de voz—. Me estabas cantando.
Z negó lentamente con la cabeza.
—No era yo. Ya no tengo ganas de cantar.
—¿Dónde está ella? —preguntó Phury.
—¿Cormia? En el santuario.
—Ah… —¡Claro! La había hecho salir huyendo después de lo que pasó. Y luego él… se… había… inyectado… heroína—. Dios.
Esa feliz revelación le hizo enfocar la vista y mirar a su alrededor.
Lo único que vio, por todas partes, fue un color lavanda pálido y entonces pensó en Cormia, saliendo por la puerta del armario en la oficina, con su túnica blanca y aquella rosa en la mano. La rosa todavía debía estar allí, pensó Phury. Pues Cormia la había olvidado.
—¿Quieres beber algo?
Phury volvió a mirar a su gemelo. Al otro lado de la habitación, Zsadist parecía encontrarse tal y como él se sentía, agotado y vacío.
—Estoy cansado —murmuró Phury.
Z se puso de pie y trajo un vaso de agua.
—Levanta la cabeza.
Phury obedeció, aunque sintió que ese movimiento amenazaba con hacer que se desbordara el agua de su cabeza. Cuando Zsadist le puso el vaso contra los labios, dio primero un sorbo y después otro y luego comenzó a beber con desesperación.
Cuando terminó, dejó caer la cabeza sobre la almohada.
—Gracias.
—¿Más?
—No.
Zsadist volvió a poner el vaso sobre la mesilla de noche y luego se volvió a sentar en el sillón color lavanda pálido, con los brazos cruzados y la barbilla casi sobre el pecho.
Hacía días que estaba perdiendo peso, pensó Phury. Los pómulos estaban empezando a ser otra vez muy prominentes.
—No tengo recuerdos —dijo Z con voz suave.
—¿De qué?
—De ti. De ellos. Ya sabes, de donde salí antes de ser robado y vendido como esclavo.
Ya fuera efecto del agua o de lo que Z acababa de decir, Phury recuperó súbitamente la conciencia.
—Es imposible que te acuerdes de nuestros padres… de la casa. Eras apenas un bebé.
—Recuerdo a la nodriza. Bueno, tengo un recuerdo de ella untándose mermelada en el pulgar y dejándome lamérselo. Eso es todo lo que recuerdo. Lo siguiente que recuerdo es… Estar a la venta, con toda esa gente mirándome. —Z frunció el ceño—. Cuando estaba creciendo trabajaba en la cocina. Lavaba muchos platos y limpiaba y cortaba muchas verduras y llevaba cerveza a los soldados. Ellos eran buenos conmigo. Esa parte fue… aceptable. —Z se restregó los ojos—. Dime algo. En aquella época en que estabas creciendo… ¿cómo fueron esos años para ti?
—Solitarios. —Bueno, eso sonaba muy egoísta—. No, quiero decir…
—Yo también me sentía solo. Sentía como si me faltara algo, pero no sabía qué era. Sentía que era la mitad de un todo, pero sólo me tenía a mí.
—Yo me sentía igual. Salvo que yo sí sabía lo que me faltaba —dijo Phury, haciéndole entender tácitamente a Z que era él.
La voz de Z adquirió un tono frío.
—No quiero hablar acerca de lo que sucedió después de pasar por la transición.
—No tienes que hacerlo.
Zsadist asintió con la cabeza y pareció sumirse en sus pensamientos. En medio del silencio que siguió, Phury no alcanzaba a imaginar lo que podría estar recordando. El dolor, la humillación y la rabia.
—¿Recuerdas la época antes de que entráramos a la Hermandad —murmuró Z—, cuando desaparecí durante tres semanas? Todavía estábamos en el Viejo Continente y tú no tenías idea de adónde había ido.
—Sí.
—La maté. A mi dueña.
Phury parpadeó, sorprendido al escuchar que Z finalmente admitía lo que todo el mundo había sospechado siempre.
—Así que no fue su marido.
—No. Claro, el marido era muy violento, pero yo fui el que lo hizo. ¿Sabes? Ya había conseguido a otro esclavo de sangre. Lo tenía encerrado en esa jaula. Yo… —La voz de Z tembló por un momento y luego volvió a adquirir un tono duro—. No podía permitir que le hiciera eso a nadie más. Cuando regresé allí y… lo encontré… Mierda, estaba desnudo y agazapado en la misma esquina en que yo solía…
Phury contuvo el aliento, mientras pensaba en que esto era lo que siempre había querido y temido saber. Qué extraño resultaba que estuvieran teniendo esa conversación en ese momento.
—Donde tú solías ¿qué?
—Sentarme. Solía sentarme en esa esquina cuando no me estaban… Sí, me sentaba ahí porque al menos así sabía lo que me esperaba. El chico también tenía la espalda contra la pared y las rodillas dobladas. Exactamente igual que como yo solía sentarme. Era muy joven. Parecía que apenas había pasado la transición. Tenía los ojos claros… y estaba aterrorizado. Pensó que yo estaba allí por él. Ya sabes… para aprovecharme de él. Cuando entré, no pude articular palabra y eso lo asustó todavía más. Estaba temblando… temblaba tanto que los dientes le castañeteaban y todavía recuerdo la imagen de sus nudillos. Tenía las manos sobre las piernas huesudas y los nudillos parecían a punto de brotar a través de la piel.
Phury apretó los dientes mientras recordaba cómo había sacado a Zsadist de allí, la imagen de él desnudo y encadenado a la cama en la mitad de la celda. Z no parecía asustado. Habían abusado tanto de él y durante tanto tiempo que ya no se inmutaba por nada de lo que pudiera pasarle.
Zsadist se aclaró la garganta.
—Le dije al chico… le dije que lo iba a liberar. Al principio no me creyó. Sólo me creyó cuando me subí las mangas de la chaqueta y le mostré mis muñecas. Cuando vio mis marcas de esclavo, ya no tuve que decir ni una palabra más. Yo sabía que estaba conmigo. —Z respiró hondo—. Ella nos encontró mientras lo estaba llevando por la parte baja del castillo. Tenía dificultades para caminar, porque supongo que el día anterior lo habían… tenido ocupado. Tuve que cargar con él. En todo caso, ella nos encontró… y antes de que pudiera llamar a los guardias, me encargué de ella. Ese chico… vio cuando le torcí el cuello y ella se cayó al suelo. Después de verla caer, le corté la cabeza, porque… ¿Sabes? Ninguno de los dos podía creer que realmente estuviera muerta. Mierda, hermano, estábamos en medio de ese laberinto de túneles, donde cualquiera podría habernos atrapado, y yo no podía moverme. Sólo la miraba fijamente a ella. El chico me preguntó si estaría realmente muerta. Yo dije que no sabía. No se movía, pero ¿cómo podía estar seguro de que estaba muerta?
Zsadist se pasó la mano por la cara.
—Entonces el chico me miró y nunca olvidaré el sonido de su voz: «Va a regresar», dijo. «Ella siempre regresa». Y yo entendí lo que quería decirme: él y yo ya teníamos suficientes cosas en la cabeza como para preocuparnos por eso. Así que le corté la cabeza y la arrastré del pelo mientras salíamos de ahí. No sabía qué hacer con el chico cuando lo saqué de allí. Eso fue lo que estuve haciendo durante esas tres semanas. Lo llevé hasta la punta de la bota italiana, lo más lejos que pude. Había una familia allí, una familia que Vishous conocía de los años en los que trabajó para ese comerciante de Venecia. En todo caso, necesitaban ayuda en la casa y eran buenas personas. Lo recibieron como sirviente y le pagaban un salario. Lo último que supe de él, hace cerca de una década, era que acababa de tener su segundo hijo con su shellan.
—Tú lo salvaste.
—No, sacarlo de allí no lo salvó. —Zsadist miró hacia otro lado—. Ésa es la cuestión, Phury. No hay manera de salvarlo. Como tampoco hay manera de salvarme a mí. Ya sé que eso es lo que esperas de todo corazón, lo que te hace vivir. Pero… eso nunca va a suceder. Mira… no te puedo dar las gracias porque… a pesar de lo mucho que amo a Bella y la vida que tengo ahora, todavía vuelvo constantemente allí. No puedo evitarlo. Todavía vivo eso día tras día.
—Pero…
—No, déjame terminar. Todo este asunto de tu consumo de drogas… Mira, tú no me fallaste. Porque no se puede fallar ante algo imposible.
Phury notó que dos lágrimas grandes se asomaba a sus ojos.
—Sólo quiero que todo esté bien.
—Lo sé. Pero las cosas nunca han estado bien y nunca van a estar bien, y tú no te tienes que matar por eso. A lo máximo que llegaré es adonde estoy ahora.
La expresión de Z no albergaba ninguna promesa de alegría. Ningún potencial de felicidad. La ausencia de la vieja manía homicida era una mejoría, pero la carencia de satisfacción por estar vivo no era algo que se pudiera celebrar.
—Pensé que Bella te había salvado.
—Ella ha hecho mucho por mí. Pero ahora, con todo esto del embarazo…
No había necesidad de terminar la frase. No había palabras adecuadas para describir el horror de las posibles consecuencias. Y Phury se dio cuenta de que Z estaba convencido de que la iba a perder. Había decidido que el amor de su vida se iba a morir.
Por eso no era de extrañar que no quisiera andar prodigando agradecimientos por haber sido rescatado.
Z siguió hablando.
—Conservé la calavera de esa mujer durante muchos años, pero no por algún tipo de fijación enfermiza. La necesitaba para cuando tenía pesadillas en las cuales ella regresaba a por mí. ¿Entiendes? Me despertaba y lo primero que hacía era mirar la calavera para asegurarme de que seguía muerta.
—Eso lo puedo entender…
—¿Quieres saber qué me ha estado pasando desde hace un mes o dos?
—Sí…
—Me despierto aterrorizado preguntándome si todavía estarás vivo. —Z sacudió la cabeza—. ¿Sabes? Cuando estamos en la cama puedo estirar los brazos y sentir el cuerpo tibio de Bella. Pero contigo no puedo hacer eso y… creo que mi subconsciente ya entendió que ninguno de vosotros dos va a estar por aquí dentro de un año.
—Lo siento… Mierda… —Phury se llevó las manos a la cara—. Lo siento.
—Creo que debes irte. Tal vez al santuario. Vas a estar más seguro allí. Si te quedas aquí, es posible que no dures ni un año. Tienes que marcharte.
—No sé si eso será necesario…
—Déjame ser un poco más explícito. Tuvimos una reunión.
Phury dejó caer las manos.
—¿Qué clase de reunión?
—Una reunión a puerta cerrada. Wrath y yo, y la Hermandad. La única forma de que puedas quedarte es si dejas definitivamente las drogas y entras a Adictos Anónimos. Pero nadie cree que vayas a hacerlo.
Phury frunció el ceño.
—No sabía que los vampiros tuvieran un grupo de Adictos Anónimos.
—No lo hay, pero los humanos sí y se reúnen por las noches. Estuve buscando en Internet. Pero eso no importa, ¿o sí? Porque aunque digas que vas a ir, nadie cree que lo harás y yo no creo que… no creo que tú mismo lo creas.
Eso era difícil de rebatir, considerando lo que había traído a la casa y se había inyectado en el brazo.
Cada vez que pensaba en cortar el consumo, le comenzaban a sudar las manos.
—Le dijiste a Rehv que no me vendiera más humo rojo, ¿no es cierto? —Era la razón por la cual Xhex había salido detrás de él cuando había hecho la última compra.
—Sí, lo hice. Y sé que él no fue el que te vendió la heroína. El paquete tenía un águila y él marca su mercancía con una estrella roja.
—Si me voy para el santuario, ¿cómo sabrás que no voy a seguir drogándome?
—No lo sabré. —Z se puso de pie—. Pero no tendré que verlo. Y los demás tampoco.
—Pareces tan tranquilo —murmuró Phury, casi como hablando para sí mismo.
—Te vi muerto al pie de un inodoro y me he pasado las últimas ocho horas cuidándote y preguntándome cómo diablos puedo darle la vuelta a esta situación. Pero estoy exhausto y tengo los nervios de punta y, si todavía no te has dado cuenta, nos estamos lavando las manos con respecto a lo que te pase.
Zsadist dio media vuelta y se dirigió lentamente hacia la puerta.
—Zsadist. —Z se detuvo, pero no se volvió—. No te voy a dar las gracias por esto. Así que supongo que estamos en paz.
—Me parece justo.
Cuando la puerta se cerró, cruzó por la mente de Phury el pensamiento más extraño que, considerando todo lo que se acababa de decir en esa habitación, resultaba absolutamente inapropiado.
Si Zsadist dejaba de cantar, el mundo habría perdido un tesoro.