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—¿Os habéis fijado en la expresión de Phury? —preguntó Blay.

John miró de reojo desde el otro lado de la cocina y asintió con la cabeza para mostrar que estaba de acuerdo. Sus compañeros y él estaban bebiendo cerveza para calmarse. A toda velocidad.

Nunca había visto a un macho en ese estado. Jamás.

—Estoy seguro de que son cosas de un macho enamorado —dijo Qhuinn, al tiempo que caminaba hasta la nevera, abría la puerta y sacaba otras tres botellas.

Blay aceptó la cerveza que le estaban ofreciendo, luego hizo una mueca de dolor y se tocó el hombro.

John abrió la cerveza y le dio un trago largo. Luego bajó la botella y dijo por señas:

—Estoy preocupado por Cormia.

—No le va a hacer daño —aseguró Qhuinn sentándose en la mesa—. No, de ninguna manera. Podría habernos mandado a la tumba a nosotros tres, pero a ella no le hará nada.

John miró hacia el comedor.

—Ha habido un par de portazos…

—Bueno, hay mucha gente en esta casa… —Qhuinn miró a su alrededor, como si estuviera tratando de hacer un cálculo mental—. Incluyéndonos a nosotros tres. Quién lo habría imaginado…

John se puso de pie.

—Tengo que ir a ver. No voy a… ya sabéis, no quiero interrumpir nada. Sólo quiero asegurarme de que todo está bien.

—Iré contigo —dijo Qhuinn y comenzó a levantarse.

—No, tú te quedas aquí. Y antes de que comiences a protestar, recuerda que ésta es mi casa y no necesito tener una sombra detrás de mí todo el tiempo.

—Está bien, está bien. —Los ojos de Qhuinn se fijaron brevemente en Blay—. Entonces nosotros iremos al cuarto de terapia física. ¿Nos vemos allí?

—¿Y por qué tenemos que ir al cuarto de terapia física? —preguntó Blay sin mirar a su amigo.

—Porque todavía estás sangrando y no sabes cómo llegar desde aquí.

Qhuinn se quedó mirando a Blay, al tiempo que éste clavaba la mirada en su cerveza.

—¿Por qué no me dices simplemente cómo llegar hasta allí? —murmuró Blay.

—¿Y cómo te vas a curar la herida de la espalda?

Blay dio un trago largo a su botella.

—Está bien. Pero antes quiero terminar mi cerveza. Y tengo que comer algo. Me estoy muriendo de hambre.

—Está bien. ¿Qué tipo de comida quieres?

Parecía como si los dos amigos estuvieran jugando a comportarse como un par de detectives, muy tiesos y preocupados sólo por los hechos.

—Nos vemos allí más tarde —dijo John con señas y dio media vuelta. Joder, estar con sus dos amigos en ese plan era muy perturbador. Sencillamente no se sentía bien.

John salió por el comedor y cuando llegó a lo alto de las escaleras se dio cuenta de que prácticamente estaba corriendo. Al llegar al segundo piso sintió el aroma del humo rojo y oyó la ópera que sonaba en la habitación de Phury, aquella melodía tan poética que siempre solía escuchar.

No parecía la música más adecuada para una escena de sexo violento. ¿Tal vez cada uno se había ido a su habitación después de la discusión?

John se acercó a la puerta de Cormia y aguzó el oído. No se oía nada. Aunque el ambiente alrededor de la habitación estaba perfumado por una sensual fragancia floral.

Suponiendo que era pertinente asegurarse de que Cormia estaba bien, John levantó los nudillos y dio un golpecito en la puerta. Al ver que no había respuesta, silbó.

—¿Eres John? —dijo la voz de Cormia.

Entonces John asumió que podía entrar y abrió la puerta…

Pero se quedó paralizado ante lo que vio.

Cormia estaba echada de través en la cama, entre una maraña de sábanas y edredones. Estaba desnuda, con la espalda hacia la puerta y había sangre… por la parte interna de los muslos.

Ella levantó la cabeza por encima del hombro y, al verlo, se apresuró a cubrirse.

—¡Virgen santísima!

Mientras ella se subía el edredón hasta el cuello, John se quedó allí, como una piedra, tratando de procesar lo que acababa de ver.

Phury sí le había hecho daño. Le había hecho daño.

Cormia sacudió la cabeza.

—No, no… maldita sea.

John parpadeó y volvió a parpadear… pero eso sólo le transportó de nuevo a la escena en que se vio a sí mismo, más joven, tirado en un pasillo sucio, cuando al fin dejaron de hacerle lo que le habían hecho.

Y él también tenía líquidos que escurrían por la parte interna de los muslos.

Algo en su expresión debió alertar a Cormia, porque de pronto se levantó y comenzó a acercarse.

—John… Ay, John, no… Estoy bien… Estoy bien… Créeme, yo…

Pero en ese momento John dio media vuelta y se retiró de la puerta.

—¡John!

En el pasado, cuando era un ser insignificante y desvalido, no había tenido la posibilidad de vengarse de su atacante. Pero ahora, mientras recorría los tres metros que lo separaban de la puerta de Phury, John sintió que por fin estaba en posición de hacer algo relativo a su pasado y al presente de Cormia. Ahora era lo suficientemente grande y fuerte. Ahora podía salir en defensa de alguien que había estado a merced de otro sencillamente porque era más débil.

—¡John! ¡No! —Cormia salió corriendo de su cuarto.

John no llamó a la puerta. No, esta vez no iba a anunciarse. En este momento sus puños ansiaban estrellarse en la piel de alguien, no quería desperdiciar sus energías con la madera.

Al abrir la puerta de Phury, John encontró al hermano sentado en la cama, con un porro entre los labios. Cuando sus miradas se encontraron, la expresión del rostro de Phury revelaba culpa, dolor y arrepentimiento.

Y eso precipitó los acontecimientos.

Mientras soltaba un rugido inaudible, John se lanzó a través de la habitación y Phury no hizo absolutamente nada para detenerlo. Lo único que hizo fue quedarse a merced del atacante, mientras se dejaba caer sobre las almohadas para que John lo golpeara en la boca, en la cara y en los ojos, una y otra vez.

Había alguien gritando. Una hembra.

Luego entraron corriendo otras personas.

Más gritos. Muchos gritos.

—¡Qué diablos pasa aquí! —retumbó la voz de Wrath.

Pero John no podía oír nada de eso. Estaba completamente concentrado en romperle el alma a Phury. El hermano ya no era su profesor ni su amigo, ahora no era más que un bestia y un violador.

La sangre comenzó a manchar las sábanas.

Finalmente alguien quitó a John de encima de Phury… Era Rhage, sí, era Rhage… y Cormia salió corriendo hacia Phury. Pero él la apartó y se hizo a un lado.

—¡Por Dios santo! —gritó Wrath—. ¿Acaso no podemos tener ni un minuto de paz en esta casa?

La ópera que sonaba de fondo sencillamente no encajaba con la escena: la majestuosa belleza de la música contrastaba dramáticamente con la cara ensangrentada de Phury, la rabia temblorosa de John y las lágrimas de Cormia.

Wrath se dirigió a John.

—¿Qué demonios te pasa a ti?

—Me lo merezco —dijo Phury, mientras se limpiaba la sangre del labio—. Merecía eso y más.

Wrath volvió la cabeza hacia la cama enseguida.

—¿Qué?

—No, no es cierto —dijo Cormia, al tiempo que se apretaba la túnica contra el cuello—. Fue consentido.

—No, no lo fue —dijo Phury negando con la cabeza—. No lo fue.

El cuerpo del rey se puso tenso y en voz baja y controlada le preguntó a la Elegida:

—¿Qué fue consentido?

Mientras el público reunido en la habitación miraba a uno y otro, John mantenía sus ojos clavados en Phury. En caso de que Rhage lo soltara, tenía la intención de volver a golpearlo. No importaba quién estuviera presente.

Phury se sentó lentamente, mientras hacía una mueca de dolor y su rostro comenzaba a hincharse.

—No mientas, Cormia.

—¿Por qué no sigue usted su propio consejo? —replicó ella y luego agregó—: El Gran Padre no hizo nada malo…

—¡Mentiras, Cormia! Yo te obligué…

—No, no lo hizo…

Otros se fueron sumando a la discusión. Hasta John entró otra vez en escena, profiriendo con gestos groserías contra Phury, mientras luchaba por zafarse de Rhage.

Wrath se acercó al escritorio, agarró un pesado cenicero de cristal y lo lanzó contra la pared. El cenicero se estrelló rompiéndose en mil pedazos y dejó en la pared un desconchón del tamaño de una cabeza.

—Eso mismo es lo que voy a hacer con la cabeza del próximo que diga una maldita palabra más, ¿entendido?

Todo el mundo cerró la boca. Por fin hubo silencio.

—Tú —dijo Wrath señalando a John—, lárgate de aquí mientras soluciono esto.

John negó con la cabeza, como si no le importara la advertencia del rey. Él quería quedarse. Necesitaba quedarse. Alguien tenía que proteger…

En ese momento se le acercó Cormia, lo cogió de la mano y le dio un apretón.

—Eres un macho honorable y sé que crees que estás protegiendo mi honor, pero mírame a los ojos y verás la verdad de lo que ocurrió.

John se quedó mirando la cara de Cormia. Parecía triste, pero con ese tipo de dolor que sientes cuando te encuentras en una situación infeliz. Y también había determinación y una fuerza inmensa.

Pero no había temor. Ni desesperación. Ni vergüenza.

Ella no se encontraba en el estado en que él había quedado después de lo que sucedió.

—Ahora vete —dijo ella con voz suave—. Todo va bien, de verdad.

John miró a Wrath, quien le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

—No sé qué has visto, pero lo voy a averiguar. Déjame que me encargue de esto, hijo. Yo me ocuparé de ella. Ahora, todo el mundo fuera.

John le apretó la mano a Cormia y salió de la estancia con Rhage y los demás. Tan pronto estuvieron en el pasillo, la puerta se cerró y ya sólo se oyeron voces apagadas.

Sin embargo John no llegó muy lejos. No podía. Tras pasar ante el despacho de Wrath, las rodillas se le doblaron y se desplomó sobre uno de los sillones antiguos que adornaban el pasillo. Después de asegurar a todo el mundo que estaba bien, dejó caer la cabeza y respiró lentamente.

El pasado aún estaba vivo en su cabeza, reanimado por el tremendo golpe que supuso lo que había visto en la habitación de Cormia.

Cerrar los ojos no sirvió de nada. Y tratar de convencerse de que todo estaba bien, tampoco.

Mientras trataba de recuperar la compostura, se dio cuenta de que habían pasado varias semanas desde la última vez que Zsadist y él habían dado uno de sus paseos por los bosques. A medida que el embarazo de Bella había ido progresando y volviéndose más complicado, aquellos paseos nocturnos en los que él y Z caminaban por el bosque en silencio se fueron haciendo menos frecuentes.

Ahora necesitaba uno.

John levantó la cabeza, miró hacia el corredor de las estatuas y se preguntó si Zsadist estaría en la casa. Probablemente no, pues no se había presentado en la habitación de Phury durante el altercado. Teniendo en cuenta todos los ataques que habían tenido lugar esa noche, el hermano seguramente estaba muy ocupado.

John se levantó y fue hasta su habitación. Después de encerrarse, se acostó en la cama y envió un mensaje a Qhuinn y a Blay diciéndoles que se iba a dormir. Seguramente verían el mensaje cuando salieran del túnel.

Mirando fijamente el techo, pensó… en el número tres. Las cosas malas siempre venían de tres en tres y no siempre tenían que ver con la muerte.

En el último año había perdido el control tres veces. Tres ataques de cólera en los que había terminado atacando a alguien.

Dos veces a Lash. Y ahora a Phury.

«Eres inestable», dijo una voz interior.

Sin embargo, a diferencia de otros, siempre había tenido una razón para sus arrebatos, y todas eran buenas razones. La primera vez, Lash había atacado a Qhuinn. La segunda vez Lash se lo tenía más que merecido. Y esta tercera vez… la evidencia circunstancial había sido abrumadora y ¿qué clase de macho es capaz de ver a una hembra en ese estado y no reaccionar?

«Eres inestable».

John cerró los ojos y trató de no recordar aquella escalera ni el sucio edificio de apartamentos en el que vivía solo. Trató de no recordar cómo habían sonado las pisadas de aquellas botas mientras se acercaban a él. Trató de no recordar el olor a moho y a orines, ni aquel repulsivo aroma a colonia y sudor que entró por su nariz mientras le estaban haciendo lo que le hicieron…

Pero no podía quitarse de encima esos recuerdos. En especial los olores.

El moho provenía de la pared contra la que lo empujaron de cara. El olor a orines provenía de su propio cuerpo, mientras se escurrían por el interior de sus muslos hasta los pantalones, que le habían bajado a la fuerza. Y el olor a colonia y sudor era de su atacante.

La escena permanecía tan real en su mente como el lugar donde se encontraba ahora. Sintió su cuerpo de entonces con la misma claridad con que sentía el de ahora, vio la maldita escalera con la misma nitidez con que en ese momento veía su habitación. Estaba allí, absolutamente vigente, y no parecía tener fecha de vencimiento.

No se necesitaba tener un diploma en psicología para darse cuenta de que su temperamento explosivo tenía sus raíces en todo lo que tenía guardado.

Por primera vez en su vida, John sintió deseos de hablar con alguien.

No… no exactamente.

Quería tener de regreso a uno de sus seres queridos. Quería a su padre.

‡ ‡ ‡

Después de que durante unos minutos John se convirtiera en Oscar de la Hoya con Phury, la cara del hermano parecía asada a la parrilla y servida sobre un lecho de ahora-sí-toqué-fondo.

—Mira, Wrath… no te enfades con John.

—Fue un malentendido —le dijo Cormia al rey—. Nada más.

—¿Qué demonios pasó entre vosotros dos? —preguntó Wrath.

—Nada —respondió Cormia—. Absolutamente nada.

El rey no les creía ni una palabra, lo cual demostraba que su intrépido líder tenía algo de cerebro, pero en ese momento Phury no tenía suficientes fuerzas para dar explicaciones. Así que se limitó a limpiarse la boca reventada con la manga, mientras el rey seguía hablando y Cormia seguía defendiéndolo, sólo Dios sabía por qué.

Los ojos de Wrath relampagueaban de rabia tras sus gafas oscuras.

—¿Es que voy a tener que ponerme violento para que vosotros dos me digáis la verdad? A la mierda con el cuento de que no pasó nada. John podrá ser impulsivo, pero no es un…

En ese momento Cormia lo interrumpió:

—John malinterpretó lo que vio.

—¿Y qué fue lo que vio?

—Nada. Le estoy diciendo que no fue nada y, por tanto, debe creerme.

Wrath la miró de arriba abajo, como si estuviera buscando marcas, pruebas en su cuerpo. Luego clavó sus ojos en Phury.

—¿Y tú qué tienes que decir?

Phury sacudió la cabeza.

—Ella se equivoca. John no malinterpre…

Antes de que pudiera terminar la frase, Cormia lo interrumpió y dijo con voz aguda:

—El Gran Padre está asumiendo una culpa innecesaria. Mi honor no fue mancillado de ninguna manera y creo que yo soy la única que tiene derecho a juzgar eso, ¿no es verdad?

Después de un momento, el rey inclinó la cabeza.

—Como desees.

—Gracias, Majestad —dijo Cormia y le hizo una reverencia profunda al rey—. Ahora, debo pedirles que me disculpen.

—¿Quieres que le pida a Fritz que te traiga algo de comer?

—No. Voy a marcharme de este lado. Regreso a casa. —Cormia volvió a inclinarse y, en ese momento, el maravilloso cabello rubio que todavía se estaba secando después de la ducha se deslizó por su hombro hasta tocar el suelo—. Mis mejores deseos para ustedes dos y, por favor, transmitan mis respetos al resto de los habitantes de la casa. Su Majestad. —Cormia le hizo una reverencia a Wrath—. Su Excelencia. —Se inclinó ante Phury.

Éste saltó de la cama y se abalanzó hacia delante con una expresión de terror… pero Cormia se evaporó antes de que él pudiera alcanzarla.

Se había marchado. Sin más.

—Si me disculpas —le dijo entonces a Wrath. No era una solicitud, pero no le importó.

—Realmente no creo que debas quedarte solo en este momento —dijo Wrath con tono sombrío.

Luego siguió una pequeña conversación, una especie de tira y afloja que de alguna forma debió tranquilizar a Wrath, porque el rey finalmente salió.

Cuando se marchó, Phury se quedó de pie en medio de su habitación, completamente inmóvil, como una estatua, observando la marca que había dejado el cenicero en la pared. Aunque por dentro se estaba retorciendo, por fuera permanecía absolutamente quieto: la hiedra que lo asfixiaba estaba creciendo ahora por debajo de su piel.

Entonces desvió los ojos rápidamente hacia el reloj. Sólo quedaba una hora antes del amanecer.

Mientras se dirigía al baño para lavarse un poco, pensó que tenía que darse prisa.