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Detrás de la mansión de la Hermandad, los pies llenos de heridas de Cormia corrían sobre el césped recién cortado tan rápido como podían. Corría con el fin de olvidarse de todo, con la esperanza de encontrar algo de claridad en medio de su confusión, corría porque no tenía adónde ir, pero tampoco podía quedarse donde estaba.

El aire entraba y salía de sus pulmones con brusquedad, mientras las piernas le ardían y sentía los brazos entumecidos, pero aun así seguía corriendo a lo largo de la muralla que rodeaba el jardín. Al llegar al borde del bosque, dio media vuelta y siguió corriendo, otra vez en dirección al jardín.

Ideas e imágenes obsesivas la torturaban. Layla y el Gran Padre. Layla en brazos del Gran Padre. Layla desnuda con el Gran Padre.

Cormia corría cada vez más rápido.

Estaba segura de que el Gran Padre iba a escoger a Layla. Como no se sentía muy cómodo en su papel, se decidiría por la única Elegida a la que había visto varias veces y había servido a sus Hermanos con discreción y elegancia. Se inclinaría por alguien que le resultara más familiar.

Iba a escoger a Layla.

Intempestivamente, Cormia sintió que las piernas le flaqueaban y cayó al suelo completamente exhausta.

Cuando recuperó suficiente energía para levantar la cabeza, frunció el ceño mientras trataba de estabilizar su respiración. Se había caído en un lugar donde el suelo era particularmente áspero, una parcela circular de unos dos metros de diámetro en la que parecía que algo se hubiese quemado y la hierba todavía tuviera que recuperarse.

Parecía un lugar bastante apropiado en muchos sentidos.

Así que se acostó de espaldas y miró hacia el cielo nocturno. Sentía ardor en las piernas y en los pulmones, pero el verdadero incendio estaba en su cabeza. No pertenecía a este lado, pero tampoco soportaba la idea de regresar al santuario.

Se sentía como el aire del verano que se extendía entre el césped verde y el cielo tachonado de estrellas. No estaba ni aquí ni allí… y además era invisible.

Entonces se levantó y comenzó a caminar lentamente hacia la terraza de la mansión. Las luces brillaban a través de las ventanas de la casa y, al mirar a su alrededor, Cormia se dio cuenta de que iba a echar de menos la gama de colores de este mundo por la noche: los rojos, rosas, amarillos y púrpuras de las rosas parecían hoy atenuados, como si las flores se sintieran cohibidas. Pero en la biblioteca, el rojo profundo de las cortinas parecía una hoguera y la sala de billar resplandecía como si estuviera hecha de esmeraldas.

Era tan hermoso. Todo era tan hermoso, una verdadera fiesta para los ojos.

Para dilatar la partida un poco más, Cormia decidió ir a la piscina.

El agua negra pareció hablarle y su superficie brillante le susurró melodiosos lamentos al oído, mientras la luz de la luna se reflejaba en pequeñas olas que parecían invitarla a entrar.

Cormia se quitó la túnica y se sumergió en esa suave oscuridad, penetrando la superficie de la piscina hasta el fondo y quedándose luego allí, mientras braceaba bajo el agua.

Cuando llegó al otro extremo, su cuerpo pareció tomar una determinación junto con la primera bocanada de aire que entró a sus pulmones. Avisaría a Fritz de que se marchaba y le pediría al mayordomo que se lo dijera a Bella. Luego se dirigiría al santuario y pediría una audiencia con la Directrix Amalya… Una audiencia en la que presentaría su solicitud formal para convertirse en escribana recluida.

Cormia sabía que uno de sus deberes como escribana recluida sería llevar el registro de la descendencia del Gran Padre, pero sería mejor enfrentarse con eso en el papel que tener que contemplar diariamente a una legión de jóvenes de cabello multicolor y adorables ojos amarillos.

Y estaba segura de que habría descendencia. Aunque había puesto en duda la fuerza del Gran Padre para desafiarlo, Cormia sabía que él terminaría por hacer lo que tenía que hacer. A pesar de que en ese momento parecía incluso más incómodo con su papel, ella sabía que el sentido del deber le llevaría a superar sus objeciones personales.

Bella tenía tanta razón en la descripción que le había hecho del Gran Padre.

—Vaya, hola.

Al oír la voz, Cormia salió de su ensoñación y se sorprendió de verse frente a un par de botas enormes con punta metálica. Sobresaltada, levantó los ojos hacia el cuerpo largo y esbelto de un macho vestido con lo que llamaban vaqueros.

—¿Y quién eres tú? —le preguntó él con voz suave y amable, al tiempo que se ponía en cuclillas. Tenía unos ojos muy llamativos, intensos y de dos colores distintos, enmarcados por pestañas del mismo color negro de su melena.

Antes de que ella pudiera responder, John Matthew se acercó por detrás y silbó ruidosamente para llamar la atención del macho. Cuando él miró por encima del hombro desde la orilla de la piscina, John sacudió la cabeza y comenzó a decirle algo con señas de manera frenética.

—Ay,… mierda, lo siento. —El macho de cabello oscuro se volvió a poner de pie y levantó las manos como si quisiera demostrar su inocencia—. No sabía quién eras.

Entonces apareció otro macho que salió de la casa por las puertas de la biblioteca. El pelirrojo tenía manchas de sangre en la camisa y parecía completamente exhausto.

Debían ser soldados que peleaban junto a John, pensó Cormia. Jóvenes soldados.

—¿Quién eres tú? —le preguntó ella al que tenía aquellos adorables ojos dispares.

—Qhuinn. Estoy con él. —Señaló con el pulgar hacia donde estaba John Matthew—. El pelirrojo es…

—Blaylock —dijo el otro enseguida—. Me llamo Blaylock.

—Sólo quería nadar un poco —dijo Cormia.

—Ya veo —dijo Qhuinn, y su sonrisa parecía ahora simplemente amistosa, habiendo perdido ya todo carácter sexual.

Sin embargo, Cormia podía ver que el macho se sentía atraído por ella. Podía sentirlo. Y ahí fue cuando se dio cuenta de que, debido al camino que había decidido seguir, su virginidad permanecería intacta para siempre. Al convertirse en escribana recluida, ya no formaría parte del grupo de Elegidas con las que el Gran Padre tenía que aparearse.

Así que aquella tormenta que se había producido dentro de ella de esa manera tan gloriosa ya nunca volvería a repetirse.

Jamás.

Cuando Cormia vio ante ella todos esos años de vida que le quedaban, sintió que estallaba en su interior una sensación de desesperación y frustración que la hizo atravesar el agua tibia en dirección a la escalera. Se agarró de las barandillas para ayudarse a salir de la piscina y en el instante en que sintió el golpe del aire frío sobre su cuerpo, también sintió la mirada de los tres soldados sobre ella.

El impacto de esa mirada la deprimió, pero también le dio más fuerzas. Era la última vez que un macho vería su cuerpo y era difícil pensar que estuviera cancelando para siempre todos sus instintos femeninos. Pero como no estaba dispuesta a estar con nadie que no fuese el Gran Padre y tampoco podía soportar estar con él a sabiendas de que también iba a estar con todas sus hermanas, era el final.

En unos pocos momentos se cubriría con la túnica y le diría adiós a algo que en realidad nunca había comenzado del todo.

Así que no se iba a disculpar por estar desnuda y tampoco escondería su cuerpo al salir del delicioso abrazo del agua.

‡ ‡ ‡

Phury volvió a tomar forma en el jardín posterior de la mansión de la Hermandad, pues no tenía ningún interés en encontrarse con nadie. Con todo lo que tenía en la cabeza, la idea de entrar por la puerta principal y correr el riesgo de…

De pronto sus pies frenaron en seco y la respiración y los latidos de su corazón también parecieron detenerse.

Cormia estaba saliendo de la piscina y su maravillosa forma femenina resplandecía bajo las gotas de agua… mientras tres machos recién salidos de la transición la observaban a cerca de tres metros de distancia, con la boca abierta y babeando.

Joder… no.

El macho enamorado se agitó dentro de él como una bestia, zafándose de todas las mentiras que se había dicho a sí mismo con respecto a lo que sentía por Cormia y rugió al salir de la cueva de su corazón, despojándolo de todo rastro de civilización.

En lo único en lo que podía pensar era en que su hembra estaba desnuda, ante la mirada lasciva de otros.

Eso era lo único que importaba.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, Phury soltó un rugido que cortó el aire como el estallido de un trueno. John Matthew y sus amigos miraron enseguida hacia donde él estaba y los tres retrocedieron de repente, como si la piscina acabara de incendiarse.

Cormia, por el contrario, ni siquiera lo miró. Y tampoco se apresuró a cubrirse. En lugar de eso, recogió su túnica con deliberada lentitud y la fue deslizando poco a poco por sus hombros, desafiándolo abiertamente.

Lo cual le enardeció como ninguna otra cosa.

—Entra a la casa —le exigió—. Ya.

Mientras lo miraba de reojo, Cormia le respondió con una voz tan indiferente como la expresión de sus ojos.

—¿Y qué pasa, si no quiero entrar?

—Te llevaré adentro por la fuerza. —Phury se volvió a mirar a los chicos y agregó—: Esto es un asunto entre ella y yo. Vosotros no tenéis nada que hacer aquí. Si tenéis dos dedos de frente, largaos ahora mismo.

Los tres vacilaron hasta que Cormia volvió a hablar.

—Todo va bien. Tranquilos.

Mientras los veía alejarse, Phury tuvo el presentimiento de que no se iban a ir muy lejos, pero en realidad Cormia no necesitaba que la protegieran. Los machos enamorados podían ser mortalmente peligrosos para todo el mundo, pero no para sus compañeras. Si bien estaba fuera de control, ella era la que tenía el mando en ese momento.

Y Phury sospechaba que Cormia lo sabía.

Entretanto, la hembra levantó las manos y se escurrió el pelo con absoluta calma.

—¿Y para qué quiere que entre?

—¿Vas a entrar por tu propio pie o quieres que te lleve en volandas?

—Le he preguntado por qué.

—Porque vas a mi habitación. —Las palabras salieron de su boca impulsadas por el rugido de su respiración.

—¿Su habitación? ¿No querrá decir la mía? Porque usted me expulsó de su habitación hace cinco meses.

Phury sintió que su miembro era la encarnación de la bestia que luchaba por salir para poder meterse dentro de ella. Su excitación era innegable, el tren de la lujuria desbocada ya estaba en la estación. Mejor dicho, el viaje ya había comenzado.

Y lo mismo le sucedía a Cormia.

Phury se le acercó y pudo sentir cómo el cuerpo de la mujer despedía tanto calor que él podía percibirlo sobre la piel y el aroma a jazmín era tan denso como la sangre que corría por sus venas.

Phury enseñó los colmillos y siseó como un gato.

—Iremos a mi habitación.

—Pero no tengo ninguna razón para ir a su habitación.

—Sí, sí la tienes.

Cormia se soltó con displicencia la espesa trenza de su cabello, que cayó sobre el hombro.

—No, me temo que no tengo ninguna razón para ir a su habitación.

Y diciendo eso, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la casa.

Phury la siguió como si fuera un depredador y ella la presa, pisándole los talones mientras atravesaba la biblioteca y subía la escalera hasta la puerta de su habitación.

Cormia abrió la puerta rápidamente y entró.

Pero antes de que pudiera cerrar de nuevo, Phury puso la palma contra el panel de madera y entró de un empujón. Él fue quien cerró la puerta y echó la llave.

—Quítate la túnica.

—¿Por qué?

—Porque si lo hago yo te la voy a desgarrar.

Cormia alzó la barbilla y bajó los párpados, de tal manera que, a pesar de que tenía que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos, todavía parecía verlo desde una posición de superioridad.

—¿Por qué tengo que desnudarme?

Phury rugió, como el macho enloquecido y excitado que era en ese momento.

—Porque te voy a hacer mía.

—¿De verdad? Pero usted se da cuenta de que eso es totalmente innecesario.

—Claro que es necesario.

—Usted no me deseaba antes.

—A la mierda con eso de que no te deseaba.

—Usted me comparó con la otra hembra con la que trató de estar, pero con la que al final no pudo hacer nada.

—Y tú no me dejaste terminar. Esa mujer era una ramera que compré con el único propósito de deshacerme de mi virginidad. No era una hembra que yo deseara. No eras tú. —Phury tomó aire profundamente para llenarse los pulmones con el aroma de Cormia y después rugió con tono sordo—: No eras tú.

—Pero aun así usted aceptó a Layla, ¿no es verdad? —Al ver que él no le respondía, ella se dirigió al baño y abrió la llave de la ducha—. Sí, usted la aceptó. La eligió como la nueva Primera Compañera.

—No estamos hablando de ella —dijo Phury desde la puerta.

—¿Cómo puede afirmar que no estamos hablando de ella? Las Elegidas somos una única entidad y yo todavía formo parte de ellas. —Cormia dio media vuelta, lo enfrentó y se quitó la túnica—. ¿No es así?

Phury sintió que el pene se estrellaba contra la cremallera de sus pantalones. El cuerpo de Cormia realmente parecía resplandecer bajo las luces del techo, con los senos duros y erguidos y las piernas ligeramente abiertas.

Cormia se metió en la ducha y él observó la manera en que arqueaba la espalda y se lavaba el pelo. Con cada movimiento que hacía, él perdía un poco más de la poca decencia que le quedaba. En el fondo de su cerebro sabía que debería marcharse, porque estaba a punto de hacer que una situación que ya era complicada se volviera absolutamente insostenible. Pero su cuerpo parecía haber encontrado el alimento que necesitaba para sobrevivir.

Y en cuanto Cormia saliera de la maldita ducha, Phury se la iba a comer viva.