36
El estrés en una persona es como el aire en un globo. Cuando hay demasiada presión, demasiada mierda, demasiadas malas noticias… la fiesta de cumpleaños se vuelve un desastre.
Phury volvió a abrir el cajón de la mesita de noche con brusquedad, a pesar de que acababa de revisarlo.
—Mierda.
¿Dónde diablos estaba todo su humo rojo?
Se sacó la bolsa casi vacía que tenía entre el bolsillo de la camisa. Apenas tenía suficiente para un porro pequeño. Lo cual significaba que tenía que apresurarse a llegar al Zero Sum antes de que el Reverendo cerrara esa noche.
Phury cogió una chaqueta ligera para tener un lugar donde esconder la bolsa llena que traería al regreso y bajó corriendo las escaleras. Al llegar al vestíbulo, sentía que la cabeza le palpitaba y se retorcía, mientras repetía sin cesar la retahíla del hechicero de las «Diez Razones Principales» por las cuales Phury, hijo de Ahgony, era un Imbécil.
«Número diez: logró hacerse expulsar de la Hermandad. Número nueve: es un drogadicto. Número ocho: inicia una pelea con su gemelo cuando la shellan embarazada de su gemelo está en peligro. Número siete: es un borracho. Número seis: lo estropea todo con la hembra con la que quiere estar y la aparta de él. Número cinco: dice mentiras para proteger su adicción».
¿O tal vez ésa estaría incluida en las razones número nueve y siete?
«Número cuatro: decepciona a sus padres. Número tres: es un mentiroso. Número dos: Se enamora de la hembra que ya mencionamos y que ahuyentó».
Mierda.
Mierda.
Mierda.
¿De verdad se había enamorado de Cormia? ¿Cómo? ¿Cuándo?
El hechicero apareció abruptamente en su cabeza.
«A la mierda con eso, socio. Termina la lista. Vamos. Bien… Creo que pondremos “Es un drogadicto” como número uno, ¿te parece?».
—¿Adónde vas? —La voz de Wrath llegó desde arriba, como una especie de conciencia, y Phury se quedó paralizado, con la mano sobre el picaporte de la puerta del vestíbulo—. ¿Adónde vas? —volvió a preguntar el rey.
«A ningún sitio en especial», pensó Phury, sin darse la vuelta. «Sólo me estoy volviendo loco».
—A dar un paseo.
A esas alturas ya no le molestaba lo más mínimo mentir. Sólo quería que todos se apartaran de su camino. Cuando tuviera su humo rojo, cuando estuviera tranquilo y su cabeza ya no fuera una bomba a punto de estallar, podría volver a relacionarse con los demás.
Las botas de Wrath comenzaron a bajar por las escaleras y el sonido de sus pisadas era como la cuenta atrás de una paliza. Phury dio media vuelta para enfrentarse al rey, mientras sentía hervir la rabia en su pecho.
Y he aquí que Wrath tampoco parecía muy contento. Tenía el ceño fruncido detrás de sus gafas oscuras, los colmillos alargados y el cuerpo tan tenso como el infierno.
Estaba claro que debía haber recibido más malas noticias.
—¿Qué ha pasado ahora? —preguntó Phury, mientras pensaba cuándo demonios pasaría esa maldita tormenta y se iría a joderle la vida a otra gente.
—Esta noche atacaron a cuatro familias de la glymera y no hay supervivientes. Tengo que decirle algo horrible a Qhuinn, pero no he podido localizarlo ni a él ni a John Matthew, que están vigilando la casa de Blaylock.
—¿Quieres que vaya hasta allí?
—No, quiero que te largues para el santuario y cumplas con tu maldito deber —estalló Wrath—. Necesitamos más hermanos y tú accediste a ser el Gran Padre, así que deja de posponerlo.
Phury se moría por enseñar sus colmillos, pero se contuvo.
—He elegido otra Primera Compañera. Ahora la están preparando y mañana al anochecer voy para el santuario.
Wrath levantó las cejas y asintió con la cabeza, una vez.
—Está bien. Vale. Ahora, ¿cuál es el número de Blaylock? Voy a pedirle que regrese a su casa. Todos los hermanos están ocupados y no quiero darle esta noticia a Qhuinn por teléfono.
—Yo puedo ir…
—Ni lo sueñes —replicó el rey—. Aunque todavía formaras parte de la Hermandad, con las cosas tal y como están ahora, no me voy a arriesgar a perder al maldito Gran Padre de la raza, muchas gracias. Ahora, ¿cuál es el puñetero número de Blaylock?
Phury recitó el número al rey, se despidió con un gesto de la cabeza y salió. Le importaba un bledo haberle dicho a Wrath que iba a dar un paseo: dejó su BMW donde estaba estacionado en el jardín y se desmaterializó, rumbo al centro.
De todas maneras, Wrath sabía que estaba mintiendo. Y no había razón para demorar el viaje al Zero Sum yendo en coche, sólo para apoyar una mentira de la que los dos eran muy conscientes.
Cuando llegó a la entrada del club, Phury pasó frente a la fila que aguardaba su turno, se acercó al gorila que estaba en la puerta y le hizo quitarse del camino.
En la zona vip, Iam estaba de pie, apoyado contra la puerta de la oficina de Rehvenge. El Moro no pareció sorprenderse al verlo, pero, claro, era difícil sorprender a alguno de los guardias privados de Rehv.
—El jefe no está; ¿quieres hacer una compra? —preguntó.
Phury asintió y el guardaespaldas le abrió la puerta. Rally, el empleado que manejaba la balanza, salió corriendo después de que Phury le enseñara la mano abierta dos veces.
Iam apoyó la cadera contra el escritorio de Rehvenge y sólo se quedó mirando al vacío, con sus ojos negros, impasibles y tranquilos. Su hermano, Trez, era el más impulsivo de los dos, así que Phury siempre había pensado que Iam era al que había que vigilar.
Aunque suponía que era como elegir entre dos tipos distintos de armas: un asunto de intensidad.
—Un consejo —dijo el Moro.
—Paso, gracias.
—No saltes a cosas más fuertes, amigo.
—No sé de qué hablas.
—No hagas tonterías.
Rally salió por la puerta oculta que había en la esquina y cuando Phury vio todas aquellas hojas en la bolsa de plástico, su tensión bajó y el ritmo de su corazón se estabilizó. Entregó sus mil dólares y salió de la oficina lo más rápido que pudo, listo para regresar a su habitación.
En el momento en que se dirigía a la salida lateral, vio a Xhex, que estaba junto a la barra de la zona vip. Los ojos de la mujer se clavaron en el brazo que tenía metido en la chaqueta y Phury la vio fruncir el ceño y dedicarle una grosería muda con el movimiento de los labios.
Al verla ir hacia él, Phury tuvo la extraña impresión de que ella iba a tratar de quitarle su reserva de humo rojo, y no iba a permitir que eso pasara. Había pagado en efectivo, con dinero bueno, y había comprado la droga a un precio justo. No había razón para que la gerencia lo jodiera.
Así que salió rápidamente por la puerta y se desmaterializó. No tenía idea de cuál podía ser el problema y tampoco le importaba. Ya tenía lo que necesitaba, y se podía ir a casa.
Mientras viajaba en forma de nube de moléculas de regreso a la mansión, pensó en el drogadicto que había visto en el callejón, el que le había cortado la garganta al distribuidor y luego había revisado los bolsillos del hombre, mientras la sangre se derramaba por todas partes.
Phury trató de pensar que él no era así. Trató de no ver que esa desesperación que había sentido en los últimos veinte minutos era la puerta hacia lo que ese adicto había hecho con la navaja.
La realidad era, sin embargo, que nada ni nadie estaba a salvo cuando se interponía entre un adicto y la droga que ansiaba.
‡ ‡ ‡
Mientras vigilaba el jardín posterior de la casa de Blaylock, John sintió como si hubiese hecho aquello un millón de veces. Esa espera, la vigilancia… la pausa depredadora, todo le parecía natural. Lo cual era una locura.
«No», dijo algo en su interior. Esto es lo de siempre. Sólo que hasta ahora no te has dado cuenta.
Junto a él, en medio de las sombras, Qhuinn estaba sorprendentemente quieto. Por lo general su amigo siempre estaba moviéndose, dando golpecitos con los pies o las manos, caminando, parloteando. Pero esta noche no, no en medio de ese rincón poblado de madreselva.
Sí, cierto, se estaban escondiendo entre una mata de madreselva. No era exactamente lo mismo que ocultarse detrás de unos robles, lo cual resultaba más masculino, pero entre la madreselva se mimetizaban mejor y, además, era lo único que tenían para camuflarse junto a la puerta trasera de la casa de Blay.
John miró su reloj. Ya llevaban una o dos horas esperando. Después de un rato iban a tener que regresar para evitar la luz del amanecer, y eso era una mierda. Él estaba allí para pelear. Estaba listo para matar.
Si no podía ponerle las manos encima a otro restrictor, su asesino interior se iba a quedar frustrado, y eso era grave.
Por desgracia, lo único que habían percibido era una brisa ocasional que enmascaraba por momentos el zumbido de los grillos.
—No sabía lo de Blay —dijo John por señas y sin ninguna razón en particular—. ¿Cuánto tiempo hace que sabes… lo que él siente por ti?
Qhuinn se dio unos golpecitos en la pierna con los dedos.
—Prácticamente desde que empezó… que fue hace mucho tiempo.
«Caramba», pensó John. Con todos esos secretos que estaban saliendo a la luz, se sentía casi como si estuvieran pasando de nuevo por la transición.
Y al igual que había sucedido con los cambios que experimentaron en sus cuerpos, ninguno de los tres volvería a ser lo que había sido antes.
—Blay ocultó lo que sentía —murmuró Qhuinn—. Aunque no lo hizo por el tema sexual. Me refiero a que no me importa hacerlo con tíos, en especial si hay chicas involucradas. —Qhuinn se rió—. Pareces asombrado. ¿Acaso no lo sabías?
—Bueno… Yo… Quiero decir…
Mierda, si antes ya se había sentido como un idiota virgen, a la luz de todo lo que hacía Qhuinn… John se sentía ahora como un auténtico virgen.
—Mira, si te hago sentirte incómodo…
—No, no es eso. Demonios, en realidad no estoy tan sorprendido. Me refiero a que te he visto irte al baño con mucha gente diferente…
—Sí. Sencillamente dejo que pase lo que tiene que pasar, ya sabes. Todo es bueno. —Qhuinn se restregó la frente—. Aunque no pienso ser siempre así.
—¿Ah, no?
—Algún día quiero encontrar una shellan propia. Sin embargo, mientras tanto voy a hacer de todo. Así es como me siento vivo.
John se quedó pensando en eso.
—Yo también quiero una hembra. Pero es difícil porque…
Qhuinn no lo miró, pero asintió con la cabeza como si lo entendiera, lo cual era bueno. Era curioso, ahora que su amigo sabía exactamente por qué algunas cosas le resultaban difíciles, en cierta forma parecía más cómodo hablar acerca del asunto.
—¿Sabes? He visto la manera en que miras a Xhex.
John se puso rojo como un tomate.
—Ya…
—Está bien. Quiero decir que, mierda… ella es salvaje, ardiente. En parte porque impresiona su aire amenazador. Creo que es capaz de hacerte comer tus propios dientes si te pasas de la raya. —Qhuinn se encogió de hombros—. Pero ¿no crees que sería mejor empezar con alguien que sea un poco más… no sé, más suave?
—Uno no elige a la persona que le atrae.
—Amén.
En ese momento oyeron los pasos de alguien que venía desde la parte delantera de la casa y los dos se pusieron alerta, levantaron los cañones de sus pistolas y apuntaron hacia el este.
—Soy yo —gritó Blay—. No disparéis.
John salió de su escondite entre la madreselva.
—Pensé que te ibas con tus padres.
Blay se quedó mirando a Qhuinn.
—Los Hermanos han estado tratando de localizarte.
—¿Por qué me estás mirando de esa manera? —dijo Qhuinn, mientras bajaba el arma.
—Quieren que regreses a la mansión.
—¿Por qué? —preguntó John con señas, aunque Blay no se percató porque todavía tenía los ojos fijos en Qhuinn—. Wrath dijo que estaba bien que nos quedáramos…
—¿Qué pasa? —preguntó Qhuinn con voz tensa—. Tú traes una noticia, ¿no es cierto?
—Wrath quiere que tú…
—Han atacado a mi familia, ¿verdad? —Qhuinn apretó la mandíbula—. ¿Verdad?
—Wrath quiere que tú…
—¡A la mierda con Wrath! ¡Habla!
Blay miró rápidamente a John, antes de volverse a concentrar en su amigo.
—Tu madre, tu padre y tu hermana están muertos. Tu hermano ha desaparecido.
Qhuinn dejó escapar una especie de bufido, como si alguien acabara de golpearlo en el vientre. John y Blay se le acercaron enseguida, pero Qhuinn se alejó.
Blay sacudió la cabeza.
—Lo siento.
Qhuinn no dijo nada. Era como si se le hubiese olvidado hablar.
Blay trató de agarrarlo otra vez, pero al ver que Qhuinn daba otro paso hacia atrás, dijo:
—Mira, Wrath me llamó porque no pudo localizaros a ninguno de vosotros y me pidió que os llevara de regreso a la mansión. La glymera se va a esconder por un tiempo.
—Vamos al coche —le dijo John a Qhuinn.
—Yo no voy a ir.
—¡Qhuinn!… —exclamaron los otros dos casi a la vez.
La voz de Qhuinn resonó con toda la emoción que su rostro se negaba a manifestar.
—A la mierda con todo esto. A la mierda…
En ese instante se encendió una luz dentro de la casa de Blay y Qhuinn se volvió a mirar enseguida. A través de las ventanas de la cocina vieron a un restrictor que entraba al salón.
Y entonces no hubo manera de detener a Qhuinn. Con una velocidad supersónica entró a la casa por la puerta trasera con el arma en alto. Y una vez que estuvo dentro, tampoco es que comenzara a moverse a cámara lenta. Levantó su H & K, apuntó al restrictor y apretó el gatillo una y otra vez, mientras el pobre diablo se desplomaba contra la pared.
Aunque el asesino ya estaba en el suelo y sangrando, Qhuinn seguía disparando, mientras el papel de la pared comenzaba a parecerse a una obra de Jackson Pollock.
Blay y John se abalanzaron sobre él y John le pasó un brazo por el cuello. Mientras alejaba a su amigo, le agarró con fuerza la mano en la que tenía el arma, por si intentaba dar media vuelta y seguir disparando.
Otro restrictor entró corriendo a la cocina en ese momento y Blay se hizo cargo, al tiempo que agarraba un cuchillo que sacó de un soporte de cubiertos que había en la encimera. Mientras le hacía frente al maldito asesino, el restrictor sacó de la nada una navaja y los dos comenzaron a caminar en círculos, frente a frente. Blay estaba tenso, con el cuerpo listo para atacar y los ojos alerta. El problema era que todavía estaba sangrando por las heridas que había recibido antes de irse y estaba pálido y demacrado por todo lo que había sucedido.
Qhuinn levantó de nuevo el cañón de la pistola a pesar de la fuerza con que John le sujetaba la mano.
Cuando John negó con la cabeza, Qhuinn susurró:
—Suéltame. Inmediatamente.
La voz sonaba tan serena que John obedeció.
Entonces Qhuinn metió una bala por entre los ojos del restrictor y el maldito se desplomó como un muñeco.
—¿Qué diablos te pasa? —Le reclamó Blay—. Ése era mío.
—No quiero ver cómo te hieren de nuevo. Eso no va a suceder.
Blay apunto a Qhuinn con un dedo tembloroso y dijo:
—Nunca vuelvas a hacer eso.
—Esta noche he perdido a muchas personas que no soportaba. No voy a perder a alguien que sí me importa de verdad.
—No necesito que te conviertas en mi héroe…
John se interpuso entre los dos.
—A casa —dijo—. Ahora mismo.
—Podría haber más…
—Probablemente hay más…
Los tres se quedaron inmóviles cuando sonó el teléfono de Blay.
—Es Wrath. —Los dedos de Blay se movieron rápidamente sobre las teclas—. Realmente nos quiere en casa. John, revisa tu teléfono, creo que no está funcionando.
John se sacó el teléfono del bolsillo y estaba completamente muerto, pero no era el momento de pararse a averiguar por qué. ¿Tal vez se había dañado durante la pelea?
—Vamos —dijo con señas desesperadas.
Qhuinn se acercó al soporte de los cuchillos, sacó uno y apuñaló al asesino que había convertido en colador y al que le había clavado la bala en todo el centro de los ojos.
Luego se apresuraron a sellar la casa lo mejor que pudieron, pusieron la alarma y se subieron al Mercedes de Fritz, con Qhuinn al volante y Blay y John en el asiento trasero.
Cuando tomaron la carretera 22, Qhuinn comenzó a subir la pantalla opaca que dividía el automóvil en dos.
—Si vamos a regresar a la mansión, no puedes ver el camino, Blay.
Lo cual era, claro, sólo una parte de la razón por la cual quería subir el panel. La otra razón era que quería estar solo. Eso era lo que necesitaba cada vez que sentía que la cabeza le iba a estallar y la razón por la cual John se había ofrecido a sentarse en el asiento trasero como si fuera Miss Daisy.
En medio de la densa penumbra del asiento trasero, John miró de reojo a Blay. Su amigo estaba recostado sobre el asiento de cuero como si la cabeza le pesara tanto como un bloque de cemento, y sus ojos parecían hundidos en el cráneo. Parecía que tuviera cien años.
En términos humanos.
John pensó en el aspecto que tenía su amigo sólo un par de noches atrás, en Abercrombie, mientras examinaba un muestrario de camisas y sacaba cada una para mirarla con cuidado. Al mirar a Blay ahora, parecía como si ese chico de pelo rojo que estaba en la tienda fuera un primo lejano, y mucho más joven, de esta persona que iba ahora en el Mercedes, alguien que tenía su misma estatura, pero con la cual no tenía nada más en común.
John dio un golpecito a su amigo en el brazo.
—Hay que pedirle a la doctora Jane que te eche un vistazo.
Blay bajó la vista hacia su camisa blanca y pareció sorprenderse al ver que estaba manchada de sangre.
—Supongo que era a esto a lo que se refería mi madre. Pero no me duele.
—Pues mejor.
Blay se volvió para mirar por la ventana, aunque no se podía ver nada.
—Mi padre dijo que me podía quedar. Para pelear.
John silbó bajito para llamar la atención de Blay.
—No sabía que tu padre manejara la espada de esa manera, es un verdadero experto.
—Antes de casarse con mi madre fue soldado. Pero ella le hizo retirarse. —Blay trató de limpiarse la camisa con un gesto de la mano, aunque la sangre había penetrado en las fibras—. Tuvieron una terrible discusión cuando Wrath me llamó y me pidió que viniera a buscaros. A mi madre le preocupa que termine muerto. Mi padre quiere que me porte como un macho de honor en este momento en que la raza nos necesita. Así que aquí me tienes.
—¿Y tú qué quieres hacer?
Blay clavó los ojos en la pantalla oscura y luego miró a su alrededor en el asiento trasero.
—Quiero pelear.
John se recostó sobre el asiento.
—Qué bien.
Después de un largo silencio, Blay habló.
—¿John?
John se volvió a mirarlo lentamente, pues se sentía tan agotado como Blay aparentaba estar.
—¿Qué? —preguntó moviendo los labios, porque no tenía energía para mover las manos.
—¿Todavía quieres ser amigo mío, aunque sea homosexual?
John frunció el ceño. Luego se sentó derecho, cerró el puño y le clavó a su amigo un buen golpe en el hombro.
—¡Ay! ¿Qué demonios haces?
—¿Por qué no iba a querer ser tu amigo, aparte del hecho de que eres un idiota por preguntarme eso?
Blay se frotó el hombro donde había recibido el golpe.
—Lo siento. No sabía si eso podía cambiar las cosas o… ¡Pero no me vuelvas a pegar! ¡Tengo una herida ahí!
John se acomodó en la silla. Estaba a punto de volver a decirle a su amigo que era un estúpido, cuando se dio cuenta de que él también se había preguntado lo mismo después de lo que sucedió en los vestuarios.
Entonces miró a Blay.
—Para mí eres exactamente igual.
Blay respiró hondo.
—No se lo he dicho a mis padres. Qhuinn y tú sois los únicos que lo saben.
—Bueno, cuando se lo digas a ellos o a quien sea, él y yo estaremos contigo. En todo.
La pregunta que John no tuvo el valor de hacer debió reflejarse con claridad en sus ojos, porque Blay estiró el brazo y le tocó el hombro.
—No. En absoluto. No creo que haya nada que me pueda hacer pensar mal de ti.
Los dos dejaron escapar un suspiro idéntico y cerraron los ojos al mismo tiempo. Ninguno dijo nada más durante el resto del viaje a casa.
‡ ‡ ‡
Mientras viajaba en el Focus, sentado en el asiento del pasajero, Lash tuvo la frustrante sensación de que, a pesar de los golpes que habían iniciado esta noche a las casas de la aristocracia, la Sociedad todavía no captaba bien el nuevo panorama. Los restrictores seguían recibiendo órdenes del señor D, no de él.
Demonios, ni siquiera sabían que él existía.
Miró de reojo al señor D, que llevaba las manos sobre el volante, situadas exactamente a las diez y diez. Parte de él quería matar al tipo sólo por despecho, pero su lado lógico sabía que tenía que mantener vivo al desgraciado, para usarlo como portavoz; al menos hasta que pudiera probar al resto de sus tropas quién era él.
Tropas. Le encantaba esa palabra.
Era la palabra que más le gustaba después de los posesivos.
Tal vez pudiera diseñarse algún tipo de uniforme. Como el de un general, o algo así.
Estaba seguro de que se lo merecía, teniendo en cuenta lo buena que era su estrategia militar. Era todo un genio y el hecho de estar atacando a la Hermandad con lo que ellos mismos le habían enseñado era sencillamente sublime.
Durante los últimos siglos, la Sociedad Restrictiva sólo había estado tratando de diezmar a los vampiros mediante ataques puntuales contra la población. Sin ninguna labor de inteligencia y con una fuerza de ataque descoordinada, era más bien una especie de cacería indiscriminada que no había arrojado mayores resultados.
Sin embargo, él estaba pensando a lo grande y tenía el conocimiento necesario para llevar a cabo sus planes.
La manera de eliminar a los vampiros era quebrar la voluntad colectiva de la raza y el primer paso para eso era la desestabilización. Acababan de rodar las cabezas de cuatro de las seis familias fundadoras de la glymera. Todavía quedaban dos, pero después de acabar con ellas, los restrictores podrían comenzar con el resto de la aristocracia. Una vez que la glymera se sintiera atacada y diezmada, lo que quedara del Consejo de Princeps se volvería contra su rey, Wrath. Se crearían distintas facciones. Sobrevendrían múltiples luchas de poder. Y al verse forzado a ocuparse de conflictos civiles y desafíos a su autoridad y con una guerra en marcha, Wrath terminaría cometiendo terribles errores de juicio que exacerbarían la inestabilidad.
Las consecuencias no serían sólo políticas. Los asaltos a las casas implicarían menos diezmos para la Hermandad, debido a la disminución de la población que paga impuestos. La reducción de la aristocracia implicaría una caída en los puestos de trabajo para la población civil, lo cual causaría estragos financieros entre las clases bajas y erosionaría su apoyo al rey. Todo el asunto se convertiría en un círculo vicioso que inevitablemente llevaría a que Wrath fuese depuesto, asesinado o relegado a una mera figura decorativa, y que la estructura social de los vampiros terminara de irse por el desagüe. Y cuando todo estuviera en ruinas, Lash aparecería para acabar con lo que quedaba.
Lo único mejor que eso sería una plaga que acabara con todos los vampiros.
Hasta ahora su plan estaba funcionando a la perfección, considerando que esa primera noche había sido un completo éxito. No le había gustado que el maldito Qhuinn no estuviera en casa cuando atacaron a su familia, pues le habría encantado matar a su primo, pero se había enterado de algo muy interesante. Sobre el escritorio de su tío había visto unos documentos de renuncia que implicaban la expulsión de Qhuinn de la familia. Lo cual significaba que el pobre desgraciado de ojos dispares andaba por ahí solo, aunque evidentemente no estaba en casa de Blay, porque esa casa también había sido asaltada.
Sí, le enfurecía que Qhuinn no hubiese estado en casa. Pero al menos habían capturado vivo a su hermano. Eso iba a ser divertido.
Había habido varias bajas en las filas de la Sociedad, principalmente en la casa de Blay y en su propia casa, pero en general la balanza se inclinaba a favor de Lash.
El tiempo, sin embargo, era un aspecto clave. En este momento la glymera debía estar huyendo a sus refugios de seguridad, y aunque él conocía algunas de las zonas donde estaban los refugios, la mayoría estaban en la parte norte del estado, lo cual implicaría una seria pérdida de tiempo en desplazamientos para sus hombres. Para acelerar los asesinatos tenían que atacar el mayor número de direcciones posible en la propia ciudad.
Planos. Mapas. Necesitaban cartografía.
Mientras pensaba en todo eso, el estómago le rugió.
Necesitaba mapas y comida.
—Para en esa gasolinera —ordenó.
El señor D no alcanzó a salirse a tiempo, así que se orilló a mano izquierda y dio marcha atrás.
—Necesito comer algo —dijo Lash—. Y mapas para…
Al otro lado de la calle titilaron las luces azules de una patrulla del Departamento de Policía de Caldwell y Lash soltó una maldición.
Si el policía había visto la infracción que acababan de cometer, estaban en un tremendo lío. Tenían el maletero del Focus lleno de armas, ropa ensangrentada, billeteras, relojes y anillos de los vampiros muertos.
Genial. Absolutamente genial. Era evidente que el agente no se estaba comiendo una rosquilla, porque en ese momento se dirigía directamente hacia ellos.
—A la mierda. —Lash miró al señor D mientras aparcaba—. Dime que tienes un permiso de conducir válido.
—Claro que sí. —El señor D apagó el motor del coche y bajó la ventanilla, mientras uno de los guardias de Caldie se acercaba—. ¿Qué tal, agente? Aquí está mi permiso de conducir.
—También necesito los documentos del coche. —El policía se agachó e hizo una mueca, como si no le hubiese gustado el olor del coche.
Mierda, claro. El talco para bebé.
Lash se relajó cuando el señor D se inclinó para abrir la guantera, con toda la tranquilidad del mundo. Mientras sacaba un trozo de papel blanco del tamaño de una tarjeta, Lash revisó rápidamente el documento. Ciertamente parecía legal. Tenía el escudo del estado de Nueva York, el nombre de Richard Delano y una dirección: 1583 de la calle 10, apartamento 4F.
El señor D se lo entregó todo al policía.
—Ya sé que no debí hacer eso allá atrás, agente. Pero queríamos algo de comer y me pasé la salida.
Lash miraba fijamente al señor D, asombrado por ese notable despliegue de talento dramático. Estaba representando a la perfección el papel del buen ciudadano avergonzado y sinceramente arrepentido, mientras miraba ingenuamente al policía. Mierda, parecía la imagen misma de la decencia, mientras daba explicaciones y decía «agente» como quien dice «amén» en la iglesia. Un representante de la mejor nutrición norteamericana, saludable y lleno de vitaminas y fibra.
El policía revisó los documentos y se los devolvió a D. Mientras revisaba rápidamente el interior del coche con la luz de la linterna, dijo:
—Bueno, no lo vuelva a…
Pero cuando vio a Lash frunció el ceño.
De repente aquella actitud de aquí-sólo-estoy-perdiendo-mi-tiempo cambió radicalmente, se acercó a la boca la radio que llevaba colgada de la solapa para pedir refuerzos y dijo:
—Me temo que voy a tener que pedirle que baje del coche, señor.
—¿Quién, yo? —dijo Lash. Mierda, no tenía ninguna identificación—. ¿Por qué?
—Por favor, baje del coche, señor.
—No, a menos que me diga por qué.
La luz de la linterna se enfocó sobre la cadena de perro que llevaba alrededor del cuello.
—Hace cerca de una hora recibimos una queja de una mujer que estaba en Screamer’s, acerca de un hombre blanco, de cerca de uno noventa de estatura, con cabello rubio cortado al rape y un collar de perro en el cuello. Así que necesito que se baje del coche.
—¿Y cuál fue la queja?
—Asalto sexual. —En ese momento apareció otra patrulla, que estacionó prácticamente contra los faros del Focus—. Por favor, salga del vehículo, señor.
¿Acaso esa maldita perra del bar había ido a denunciarlo a la policía? ¡Si ella le había rogado que se lo hiciera!
—No.
—Si no se baja del coche, tendré que sacarlo a la fuerza.
—Bájate —dijo el señor D entre dientes.
El segundo oficial rodeó el Focus y abrió la puerta de Lash.
—Salga del coche, señor.
Aquello no podía estar pasando. Estos malditos humanos. Él era el hijo del Omega, por Dios santo. Si no seguía las reglas de los vampiros, mucho menos iba a seguir las de esos idiotas de los Homo sapiens.
—¿Señor? —dijo el policía.
—¿Qué tal si mejor te metes la placa por el culo?
El oficial se agachó y lo agarró del brazo.
—Queda bajo arresto por asalto sexual. Todo lo que diga podrá ser usado en su contra en un tribunal. Si no puede costearse un abogado…
—No puede estar hablando en serio…
—… el Estado le proporcionará uno. ¿Entiende estos derechos…
—Suélteme…
—… tal y como se los he explicado?
Se necesitó de la fuerza de los dos oficiales para sacar a Lash del coche y, claro, entretanto se fue formando un corrillo de curiosos. Mierda. Aunque podría zafarse fácilmente de estos dos y arrancarles los brazos para metérselos por el culo, no podía armar un escándalo. Había demasiados testigos.
—Señor, ¿entiende sus derechos? —le dijo uno de los oficiales mientras le daban la vuelta, lo empujaban contra el capó del coche y lo esposaban.
Lash miró por el retrovisor del coche al señor D, cuya cara ya no tenía aquella expresión de inocencia. Tenía los ojos entrecerrados y la única esperanza es que estuviera pensando en una manera de salir de esto.
—¿Señor? ¿Entiende sus derechos?
—Sí —espetó Lash—. Perfectamente bien.
El policía de la izquierda se agachó para susurrarle al oído.
—A propósito, también vamos a agregar una denuncia por resistirse al arresto. ¿Y sabe una cosa? Esa rubia sólo tenía diecisiete años.