34
En el centro, en Screamer’s, Lash le estaba dando buen uso a uno de los baños privados del club.
Y no precisamente porque estuviera echando una buena meada.
Estaba hundido hasta el fondo dentro de la rubia del bar, a la que tenía arrinconada contra el lavabo, mientras se lo hacía por detrás. La rubia tenía la falda de cuero encaramada hasta las caderas, el tanga negro echado hacia un lado y el escote en V de la blusa negra completamente abierto, a través del cual asomaban sus senos. Tenía una bonita mariposa rosada tatuada en la cadera y en la garganta llevaba un corazón que colgaba de una cadena y los dos se mecían al ritmo de los embates de Lash.
Era divertido, en especial porque, a pesar de aquella ropa de puta curtida, Lash tenía la impresión de que la chica realmente no solía practicar ese tipo de sexo: no tenía implantes, el lápiz de labios no era permanente y al comienzo trató de convencerlo de usar condón.
Justo antes de eyacular, Lash se salió, le dio la vuelta a la chica y la obligó a ponerse de rodillas. Luego lanzó un rugido cuando eyaculó en la boca de la muchacha, mientras pensaba que ese pobre desgraciado del señor D había tenido razón: esto era exactamente lo que él necesitaba. Esa sensación de dominio, un reencuentro con lo que solía ser normal para él.
Y el sexo seguía siendo bueno.
Tan pronto terminó, se guardó el pene y se subió la cremallera, sin importarle si ella escupía o tragaba.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó la chica, mientras se limpiaba la boca.
—¿Qué pasa contigo?
—¿Perdón?
Lash arqueó una ceja mientras se miraba el pelo en el espejo. Hmm… tal vez debería dejárselo crecer otra vez. Se lo había cortado al estilo militar después de la transición, pero le gustaba mucho su coleta. Además, tenía buen pelo.
Joder, el collar de King realmente le quedaba muy bien…
—¿Hola? —dijo la chica.
Con un gesto de irritación, Lash la miró por el espejo.
—Realmente no esperarás que me importe si tienes un orgasmo o no, ¿verdad?
Durante un momento, la chica pareció confundida, como si el video que había alquilado en Blockbuster tuviera un DVD distinto dentro del estuche.
—¿Cómo dices?
—¿Qué es lo que no entiendes?
El impacto la hizo parpadear como un pez.
—Es que… no lo entiendo.
Sí, evidentemente, lo que aparecía en su pantalla era Debbie Does Dallas, no Pretty Woman.
Lash le echó un vistazo al baño.
—Me dejas traerte aquí y subirte la falda hasta la nuca y follarte, ¿y te sorprende que no me importe qué pase contigo? Exactamente, ¿qué creías que iba a pasar?
En ese momento desapareció de la expresión de la chica el último rastro de entusiasmo por ser una chica-buena-haciendo-una-travesura.
—No tienes por qué ser tan brusco.
—¿Por qué será que las perras como tú siempre se sorprenden?
—¿Perras? —Una rabia absolutamente justificada distorsionó la cara de la chica, que pasó de la hermosura a la fealdad absoluta, pero la verdad es que eso la hizo más intrigante—. Tú no me conoces.
—Sí, claro que te conozco. Eres una puta que deja que un tipo que nunca antes había visto en la vida eyacule dentro su boca en un baño. Por favor. Siento más respeto por las prostitutas. Al menos a ellas se les paga con algo más que semen.
—¡Eres un desgraciado!
—Y tú me aburres —dijo Lash y avanzó hacia la puerta.
Ella lo agarró del brazo.
—Cuidado, idiota. Puedo hacer que las cosas se te pongan muy feas en un segundo. ¿Sabes quién es mi padre?
—¿Alguien a quien no le fue muy bien con la tarea de darte una buena educación?
La chica le dio una bofetada con la mano que tenía libre.
—Vete a la mierda.
Muy bien, definitivamente este arranque de rabia la volvía más interesante.
Cuando Lash sintió que sus colmillos se alargaban dentro de su boca, se preparó para morderla en la garganta como si fuera una chocolatina recién salida del envoltorio. Pero alguien llamó a la puerta en ese momento y le recordó que estaban en un sitio público y que ella era humana y que después siempre era un lío eso de hacerlos olvidar lo que había ocurrido.
—Te vas a arrepentir —le espetó la chica.
—¿Ah, sí? —Lash se agachó para intimidarla y se sorprendió al ver que ella no retrocedía—. No puedes tocarme, niñita.
—Espera y verás.
—Ni siquiera sabes mi nombre.
La chica sonrió con cinismo, lo cual le echó varios años encima.
—Sé bastante…
Sonaron más golpes en la puerta.
Antes de que ella se empinara para darle otra bofetada y él no pudiera contenerse y le respondiera, Lash salió del baño. Su única despedida fue:
—Bájate esa falda, ¿quieres?
El tipo que había estado llamando a la puerta le echó un vistazo y retrocedió.
—Lo siento, hombre.
—No hay problema —dijo Lash, entornando los ojos—. Probablemente le acabas de salvar la vida a esa perra.
El humano se rió.
—Estúpidas rameras. No puedes vivir con ellas, pero tampoco sin ellas. —La puerta del baño de al lado se abrió y el tipo que salió dio media vuelta y se alejó, exhibiendo un águila enorme bordada en la espalda de su chaqueta de cuero.
—Bonito pájaro el que tienes ahí —dijo Lash.
—Gracias.
Lash se dirigió a la barra, donde estaba el señor D, y le hizo una seña con la cabeza.
—Hora de irnos. Estoy listo.
Se sacó la billetera del bolsillo posterior… y se quedó helado. No era su cartera. Era la de su padre. Así que rápidamente sacó un billete de cincuenta y se la volvió a guardar donde estaba.
Cuando el señor D y él salieron de ese club ruidoso y lleno de gente y pusieron los pies en la acera de la calle del Comercio, Lash respiró hondo. Estaba vivo. Se sentía totalmente vivo.
Camino del Focus, Lash dijo:
—Dame tu teléfono. Y el número de cuatro asesinos eficientes.
El señor D le entregó el Nokia y recitó algunos números de teléfono. Cuando Lash llamó al primero y le dio al restrictor una dirección de una parte lujosa de la ciudad, notó la incertidumbre en la voz del bastardo, en especial cuando el restrictor le preguntó que quién diablos lo estaba llamando desde el teléfono del señor D.
Los restrictores no sabían quién era él. Sus hombres no sabían quién era él.
Lash le entregó el maldito teléfono al señor D y le ordenó al jefe de los restrictores que confirmara sus instrucciones. Joder, no podía decir que le hubiese sorprendido la duda del asesino, pero esa mierda iba a tener que cambiar. Les iba a dar a sus tropas unos cuantos lugares para que atacaran esa noche con el fin de hacerse una buena reputación entre ellos, y luego la Sociedad Restrictiva tendría una buena reunión por la mañana.
O aceptaban seguirlo o regresarían a encontrarse con su creador. Punto.
Hicieron otras tres llamadas telefónicas.
—Ahora llévame al número 2.115 de Boone Lane.
—¿Quieres que llame a otros hombres para que nos respalden?
—Para la próxima casa, sí. Pero esta primera es un asunto personal.
Su querido primo Qhuinn estaba a punto de comerse su propio trasero a modo de almuerzo.
‡ ‡ ‡
Después de transcurridos cinco meses desde su nombramiento como Gran Padre, Phury se había acostumbrado a no sentirse cómodo. Toda esa maldita historia había sido como medirse un traje mal cortado tras otro, y ya tenía todo un guardarropa de No-quiero-hacer-esto.
Y sin embargo, la entrevista con Layla para la posición de Primera Compañera le resultó particularmente incómoda. Como si estuviera haciendo algo malo.
Algo terriblemente malo.
Mientras la esperaba en la biblioteca, Phury pidió al cielo que ésta no se quitara la túnica, como habían hecho las otras.
—¿Su Excelencia?
Phury miró por encima del hombro. La Elegida estaba de pie en el umbral de la puerta, su túnica blanca caía con elegancia en una cascada de pliegues y su cuerpo esbelto destacaba con imponente elegancia.
Layla hizo una reverencia.
—Es mi deseo que Su Excelencia se encuentre bien esta noche.
—Gracias. Yo espero que tú también te encuentres bien.
Cuando ella se enderezó, lo miró a los ojos. Tenía los ojos verdes. Como los de Cormia.
Mierda. Necesitaba un porro.
—¿Te molesta si fumo?
—Por supuesto que no. Permítame alcanzarle el fuego. —Antes de que Phury pudiera decirle que no se molestara, ella ya había cogido un encendedor de cristal y se acercaba con él.
Tras ponerse el porro entre los labios, Phury la detuvo cuando estaba a punto de accionar el mecanismo. Entonces le quitó el encendedor.
—No te preocupes. Puedo hacerlo solo.
—Desde luego, Su Excelencia.
Phury apretó el mechero y apareció una llama amarilla, mientras ella retrocedía y comenzaba a inspeccionar el salón con la mirada.
—Esto me recuerda a mi hogar —murmuró.
—¿Cómo es eso?
—Todos estos libros. —Layla atravesó el salón y se acercó a tocar algunos de los lomos de cuero—. Me encantan los libros. Si no hubiese sido entrenada como ehros, habría querido ser una escribana recluida.
Parecía tan tranquila, pensó Phury, pero por alguna razón eso lo puso más nervioso. Lo cual era una locura. Con las otras se había sentido como una langosta a la entrada de una marisquería. Pero con Layla, tenía la sensación de que sólo eran dos personas conversando.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Phury echando humo.
—Claro.
—¿Has venido por tu propia voluntad?
—Sí.
Su respuesta estuvo tan exenta de emoción que parecía aprendida.
—¿Estás segura?
—Desde hace mucho tiempo he querido servir al Gran Padre. Mi deseo ha sido constante.
Parecía totalmente sincera… pero había algo que no encajaba.
Y entonces entendió de qué se trataba.
—No crees que vaya a escogerte, ¿verdad?
—No lo creo, es verdad.
—¿Y eso por qué?
En ese momento la Elegida cedió al embate de la emoción y bajó la cabeza, levantó las manos y entrelazó los dedos.
—Fui traída aquí para asistir a Su Excelencia John Matthew cuando ocurrió su transición. Y eso hice, pero él… me rechazó.
—¿Cómo?
—Después de pasar por el cambio, lo lavé, pero me rechazó. Fui entrenada para prestar servicios sexuales y estaba preparada para hacerlo, pero él me rechazó.
«Vaya. Por Dios. Tremenda información».
—Y ¿crees que eso implica que no te voy a escoger?
—La Directrix insistió en que viniera a verlo, pero lo hizo como una muestra de respeto hacia usted, para darle la oportunidad de escoger entre todas las Elegidas. Ni ella ni yo esperamos que me eleve a la posición de Primera Compañera.
—¿Acaso John Matthew dijo algo acerca de por qué no…? —Le extrañaba mucho, porque la mayoría de los machos quedaban infernalmente excitados después de pasar por la transición.
—Me marché cuando me pidió que me fuera. Eso es todo. —Layla miró a Phury a los ojos—. En verdad, Su Excelencia, John Matthew es un macho de honor. Y no es su estilo criticar los defectos de los demás.
—Estoy seguro de que no fue porque…
—Por favor. ¿Podemos dejar este tema, Su Excelencia?
Phury exhaló una bocanada de humo con olor a café.
—Fritz dijo que estabas en la habitación de Cormia. ¿Qué hacías allí?
Hubo una larga pausa.
—Es algo entre hermanas. Pero, claro, si usted me ordena que se lo diga, se lo diré.
Phury no tuvo más remedio que aprobar la actitud de la muchacha. No insistió
—No, está bien. —Tuvo la tentación de preguntarle si Cormia estaba bien, pero ya conocía la respuesta. No lo estaba. Debía estar tan afectada como él.
—¿Desea que me vaya? —preguntó Layla—. Sé que la Directrix tiene preparadas para usted a otras dos de mis hermanas. Ellas están ansiosas por venir a saludarlo.
Al igual que las otras dos que habían venido a verlo la noche anterior. Excitadas. Listas para complacerlo. Honradas de conocerlo.
Phury se llevó el porro a los labios y le dio una buena calada.
—No pareces muy emocionada con todo esto.
—¿Con la idea de que mis hermanas vengan a verlo? Desde luego, yo…
—No, con la idea de conocerme.
—Por el contrario, estoy ansiosa por estar con un macho. Fui entrenada en las artes amatorias y quiero ser algo más que una fuente de sangre. Los hermanos Rhage y Vishous no requieren de todos mis servicios y es una tortura sentirme tan inútil… —Layla volvió a mirar hacia los libros—. De hecho, me siento como si estuviera guardada en un estante. Como si me hubiesen otorgado las palabras de la historia de mi vida, pero todavía nadie las hubiese leído, por así decirlo.
Dios, él sabía muy bien lo que era eso. Se sentía como si hubiera pasado toda la vida esperando a que las cosas se calmaran, a que el drama llegara a su fin y al fin pudiera respirar hondo y comenzar a vivir. Vaya ironía. Parecía que Layla se sentía como se sentía porque no ocurría nada en su vida. En cambio él se sentía como si nadie lo hubiese leído precisamente porque habían estado pasando demasiadas cosas, durante demasiado tiempo.
En los dos casos, el resultado era el mismo.
Ninguno de ellos podía hacer otra cosa que sobrevivir a cada día.
«Bueno, bueno, voy a llorar, socio», dijo el hechicero, arrastrando las palabras.
Phury se acercó hasta un cenicero y apagó el porro.
—Dile a la Directrix que no tiene que mandarme a nadie más.
Layla lo miró con sorpresa.
—¿Perdón?
—Te elijo a ti.
‡ ‡ ‡
Qhuinn detuvo el Mercedes negro delante de la casa de Blay y aparcó. Habían esperado durante horas en el Zero Sum, mientras John le mandaba mensajes a Blay cada poco tiempo. Cuando dejaron de recibir respuesta, John se levantó de golpe, y allí estaban.
—¿Quieres que te abra la puerta? —dijo Qhuinn con ironía cuando apagó el motor.
John lo miró de reojo.
—Si digo que sí, ¿lo harías?
—No.
—Entonces, por favor, ábreme la puerta.
—Maldito seas. —Qhuinn se bajó del asiento del conductor—. Me estás jodiendo la diversión.
John cerró la puerta y sacudió la cabeza.
—Sólo me encanta que seas tan manipulable
—Eso es lo que tú crees.
—Como quieras.
Los dos muchachos se dirigieron a la parte de atrás de la casa, hacia la puerta que daba a la cocina. La casa era una inmensa mansión colonial de ladrillo, de aspecto muy formal por el frente, pero por detrás tenía un diseño muy acogedor, con grandes ventanales en la cocina y un porche del que colgaba un farol de hierro forjado que le daba la bienvenida a los visitantes.
Por primera vez en su vida Qhuinn golpeó y esperó a que le abrieran.
—Debe haber sido tremenda la pelea, ¿no? —dijo John por señas—. Entre Blay y tú.
—Ah, no te creas. Sid Vicious se comportaba peor de lo que yo lo hice, por ejemplo.
La madre de Blay abrió la puerta y estaba como siempre, igualita a Marion Cunningham, de Happy Days,[8] desde el pelo rojo hasta la falda. Esa señora representaba toda la bondad, la amabilidad y la calidez que se asociaba con el sexo débil, y, mientras la observaba ahora, Qhuinn se dio cuenta de que, para él, ella era el modelo con el que comparaba a todas las hembras, y no la actitud fría y tiesa de su madre.
Sí… era muy divertido eso de andarse tirando a muchas tías y tíos en los bares, pero el día que decidiera aparearse, quería hacerlo con alguien como la madre de Blay. Una hembra de honor. Y estaba dispuesto a serle fiel hasta el final de sus días.
Suponiendo, claro, que pudiera hallar a alguien que quisiera aceptarlo.
La madre de Blay dio un paso atrás para dejarlos pasar.
—Ya sabéis que no tenéis que llamar… —dijo y entonces notó la cadena de platino que Qhuinn llevaba en el cuello y el nuevo tatuaje que tenía en la mejilla.
Mientras miraba a John de reojo, murmuró:
—Conque así fue como el rey lo solucionó.
—Sí, señora —dijo John por señas.
Entonces se volvió hacia Qhuinn, lo rodeó con sus brazos y lo apretó con tanta fuerza que él sintió que su columna vertebral se estremecía. Lo cual era exactamente lo que necesitaba. Y mientras le devolvía el abrazo, Qhuinn pudo respirar con tranquilidad por primera vez en varios días.
—Te habríamos escondido aquí. No tenías que irte —le susurró ella al oído.
—Pero yo no podía hacerles eso a ustedes.
—Somos mucho más fuertes de lo que crees —respondió la madre de Blay y luego lo soltó y señaló hacia la escalera con la cabeza—. Blay está arriba.
Qhuinn frunció el ceño al ver unas cuantas maletas junto a la mesa de la cocina.
—¿Van a salir de viaje?
—Tenemos que salir de la ciudad. La mayor parte de los miembros de la glymera se van a quedar, pero con… lo que ha sucedido, es demasiado peligroso quedarse aquí.
—Buena idea. —Qhuinn cerró la puerta de la cocina—. ¿Van a viajar al norte?
—El padre de Blay ha pedido unos días de vacaciones, así que tenemos pensado visitar a la familia en el sur…
En ese momento apareció Blay al pie de las escaleras. Cruzó los brazos sobre el pecho y saludó a John con un gesto de la cabeza.
—¿Qué hay?
Mientras John le devolvía el saludo, Qhuinn pensó que era increíble que su amigo no hubiese mencionado que se iba a marchar de la ciudad. Mierda. ¿Acaso pensaba marcharse sin despedirse y sin decir adónde iba o cuándo iba a regresar?
La madre de Blay le apretó el brazo a Qhuinn y le susurró:
—Me alegra que hayas venido antes de que nos fuéramos. —Y luego agregó en voz más alta—: Muy bien, ya limpié la nevera y no queda nada perecedero en la despensa. Iré a por mis joyas a la caja fuerte.
—Por Dios —dijo John cuando la madre de Blay salió—. ¿Cuánto tiempo pensáis estar fuera?
—No lo sé —dijo Blay—. Bastante.
Durante el silencio que siguió, John miró varias veces a sus dos amigos. Después de un rato emitió una especie de ronquido y habló.
—De acuerdo, esto es una estupidez. ¿Qué demonios pasó entre vosotros dos?
—Nada.
—Nada. —Blay hizo un gesto con la cabeza señalando las escaleras—. Escuchad, tengo que subir a terminar el equipaje…
Qhuinn saltó enseguida.
—Sí, y nosotros nos tenemos que ir…
—Maldita sea, se acabó. —John comenzó a caminar hacia las escaleras—. Vamos ahora mismo a tu habitación a solucionar este asunto. Ya.
Cuando John comenzó a subir las escaleras, Qhuinn tuvo que seguirlo debido a su nuevo trabajo y supuso que Blay tampoco se había opuesto gracias a la pequeña Emily Post[9] que llevaba dentro y que no le permitía ser mal anfitrión.
En el piso de arriba, John cerró la puerta de la habitación detrás de ellos y se puso las manos en las caderas. Mirando a uno y otro, parecía un padre frente a dos chicos traviesos que acaban de hacer una travesura.
Blay fue hasta el armario y, cuando lo abrió, el espejo que estaba pegado detrás de la puerta mostró el reflejo de Qhuinn. Sus ojos se cruzaron por un instante.
—Bonita joya la que tienes ahí —murmuró Blay, mientras observaba la cadena que indicaba la nueva posición de Qhuinn.
—No es una joya.
—No, no lo es. Y me alegro mucho por vosotros dos. De verdad. —Blay sacó una chaqueta gruesa… lo cual significaba que la familia tenía planes de ir muy al sur… por ejemplo a la Antártida, o que su amigo tenía intención de estar fuera mucho tiempo. Por ejemplo hasta el invierno.
John dio una patada en el suelo.
—Se nos está agotando el tiempo. ¿Me entendéis?
—Lo siento —murmuró Qhuinn, dirigiéndose a Blay—. Siento mucho lo que dije en el túnel.
—¿Le contaste a John toda la historia?
—No.
Blay dejó caer la chaqueta sobre la mochila y miró a John.
—Él piensa que yo lo quiero. Que… estoy enamorado de él.
John se quedó boquiabierto.
Blay soltó una carcajada, pero luego se detuvo, como si se le hubiese cerrado la garganta de repente.
—Sí. Imagínate. Yo enamorado de Qhuinn… Un tío que, cuando no está de mal humor, no hace más que follar y hacer payasadas. Pero ¿quieres saber qué es lo peor?
Qhuinn se puso tenso cuando vio que John asentía con la cabeza.
Blay clavó la mirada en su mochila.
—Que tiene razón.
Bueno, ahora la expresión de John parecía la de alguien a quien le acaban de dar un martillazo en el pie.
—Sí —dijo Blay—. Y ahora ya sabes por qué nunca he estado muy interesado en las hembras. Ninguna se puede comparar con él. Y, por cierto, tampoco ningún tío. Así que estoy completamente jodido, pero de todas formas es mi problema, no es un problema tuyo ni de él.
«Por Dios», pensó Qhuinn. Desde luego, había sido la semana de las revelaciones.
—Lo siento, Blay —dijo Qhuinn, porque no se le ocurrió qué otra cosa decir.
—Sí, me imagino que sí. Esto hace que las cosas se vuelvan muy incómodas, ¿no? —Blay cogió la chaqueta y se colgó del hombro la mochila—. Pero no hay problema. Me voy a ir de la ciudad por un buen tiempo y vosotros dos os quedáis juntos y estaréis muy bien. Así que, nada. Me tengo que ir. Mandaré un mensaje en un par de días.
Qhuinn estaba completamente seguro de que él no iba a ser el destinatario de ese mensaje.
Mierda.
Blay dio media vuelta y se despidió.
—Nos vemos.
Al ver que su mejor amigo les daba la espalda y se dirigía a la puerta, Qhuinn abrió sus malditos labios y rezó para que saliera de ellos algo adecuado. Cuando no salió nada, comenzó a rezar para que pasara algo inesperado. Cualquier cosa…
El grito llegó desde el primer piso y parecía de mujer.
Era la madre de Blay.
Los tres salieron de la habitación como si acabara de estallar una bomba y se lanzaron escaleras abajo. En la cocina se encontraron con que la pesadilla de la guerra había llegado hasta su puerta.
Restrictores. Dos de ellos. En la casa de Blay.
Y uno de ellos tenía a la madre agarrada del cuello y la estaba estrangulando contra su pecho.
Blay lanzó un grito, pero Qhuinn lo pudo sujetar antes de que se abalanzara sobre el maldito desgraciado.
—Le ha puesto cuchillo en la garganta —susurró Qhuinn—. Si te acercas, la va a degollar.
El restrictor sonrió, mientras arrastraba a la madre de Blay por el suelo de la cocina y la sacaba de la casa, hacia una camioneta que estaba aparcada junto al garaje.
Mientras John Matthew se desmaterializaba, otro asesino llegó desde el comedor.
Qhuinn soltó a Blay y los dos se lanzaron a la lucha, ocupándose primero de ese asesino y luego de otro que entró por la puerta de atrás.
A medida que el combate cuerpo a cuerpo se ponía más violento y la cocina iba quedando destrozada, Qhuinn pensó que ojalá John hubiese tomado forma dentro de la camioneta y estuviera dándole una buena bienvenida al que se había llevado a la madre de Blay.
«Por favor, que la madre de Blay no termine atrapada en el fuego cruzado».
Al ver a otro asesino que entraba por la puerta, Qhuinn le dio un cabezazo al restrictor con el que estaba moliéndose a puñetazos, sacó una de sus flamantes 45 nuevas y metió el cañón bajo la barbilla del desgraciado.
Las balas destrozaron la cabeza del maldito, volándole la tapa de los sesos, lo cual le dio a Qhuinn tiempo para apuñalar al restrictor en el corazón con el cuchillo que llevaba al cinto.
Cuando el restrictor desapareció con una llamarada, Qhuinn no se detuvo a disfrutar de su primer triunfo. Dio media vuelta para ver cómo estaba Blay y se quedó asombrado. El padre de Blay había llegado repartiendo golpes y los dos estaban dándoles una buena paliza a los asesinos. Lo cual era una gran sorpresa, pues el padre de Blay era contable.
Era el momento de apoyar a John.
Qhuinn se encaminó a la puerta trasera, pero en el momento en que sus botas tocaron el césped, una luz brillante salió de la camioneta y vio que su ayuda no iba a ser necesaria.
John saltó de la Town & Country con elegancia y cerró la puerta. Luego dio un golpe en el panel trasero y el coche retrocedió a toda prisa. Qhuinn alcanzó a ver a la madre de Blay con los nudillos blancos sobre el volante, mientras salía marcha atrás por la entrada.
—¿Estás bien J? —dijo Qhuinn, y rezó para que John Matthew no resultase muerto en su primera noche como ahstrux nohtrum de su amigo.
En el momento en que John levantó las manos para responder, se oyó un estallido de cristales.
Los dos se volvieron a mirar hacia la casa. Como si estuvieran en una película, dos cuerpos salieron volando por las ventanas de la sala de estar. Uno de ellos era Blay, y aterrizó encima del restrictor que había arrojado fuera de la casa como si fuera un colchón manchado. Antes de que el asesino pudiera recuperarse del impacto, Blay le agarró la cabeza y le torció el cuello como si fuera un pollo.
—¡Mi padre todavía está peleando dentro! —gritó, al tiempo que Qhuinn le lanzaba el cuchillo—. Abajo, en el sótano.
Mientras John y Qhuinn regresaban al interior, se oyó un tercer estallido y Blay los alcanzó en las escaleras que llevaban al sótano. Los tres corrieron hacia donde se oían nuevos ruidos de lucha.
Llegaron al final de las escaleras y se pararon en seco. El padre de Blay se estaba enfrentando a un restrictor con una espada de la Guerra Civil en una mano y una daga en la otra.
Detrás de sus gafas de contable, sus ojos brillaban como antorchas cuando los miró por un segundo.
—No intervengáis. Éste es mío.
El asesino cayó un instante después.
Entonces el padre de Blay se le abalanzó con la daga, lo trinchó como si fuera un pavo y luego lo apuñaló para enviarlo de regreso al Omega. Cuando la llamarada se desvaneció, el vampiro los miró con ojos frenéticos.
—Tu madre…
—Huyó en la camioneta de los asesinos —dijo Qhuinn—. John la rescató.
Tanto Blay como su padre descansaron al oír esa noticia. Pero entonces Qhuinn notó que Blay estaba sangrando por una herida que tenía en el hombro y otra en el abdomen, y otra en la espalda y…
El padre se limpió el sudor con el brazo.
—Tenemos que localizarla…
John levantó su teléfono, lo puso en altavoz y marcó.
Cuando la madre de Blay respondió, tenía la voz entrecortada y no precisamente por problemas de conexión.
—¿Cómo estáis?
—Todos estamos aquí —dijo el padre de Blay—. Sigue conduciendo, querida.
John sacudió la cabeza.
—¿Es posible que haya un rastreador GPS en el coche?
El padre de Blay soltó una maldición.
—Querida. Detén el coche. Para y sal de ahí. Desmaterialízate y reaparece en el refugio de seguridad; llámame cuando estés allí.
—¿Estás seguro?
—Hazlo ya, querida. Ahora.
Entonces se oyó el sonido de un motor que reducía la marcha, una puerta que se cerraba y luego… silencio.
—¿Querida? —El padre de Blay se aferró al teléfono—. ¿Querida? Ay, por Dios…
—Aquí estoy —dijo la voz—. Ya estoy en el refugio.
Todo el mundo respiró.
—Voy para allá.
Luego hablaron un poco más, pero Qhuinn estaba pendiente de otras posibles pisadas. ¿Qué sucedería si llegaban más asesinos? Blay estaba herido y su padre parecía agotado.
—Tenemos que salir de aquí —dijo, sin dirigirse a nadie en particular.
Los cuatro vampiros subieron hasta la cocina, metieron las maletas en el Lexus del padre de Blay y, antes de que Qhuinn se diera cuenta, Blay y su padre se perdieron en la noche.
Todo había ocurrido tan rápido. El ataque, la pelea, la evacuación… la despedida que quedó pendiente. Blay simplemente se montó en el coche con su padre y arrancaron con su equipaje. Pero ¿qué más podría haber ocurrido? No era el momento para una larga despedida, y no sólo por el hecho de que hacía diez minutos estuvieran peleando con unos restrictores.
—Supongo que debemos irnos —dijo.
John negó con la cabeza.
—Quiero quedarme aquí. Cuando los restrictores que matamos no den novedades a su base, vendrán más.
Qhuinn observó la sala de estar, que ahora se había convertido en otro porche, gracias a la pirueta cinematográfica de Blay. Había muchas cosas que robar en esa casa y la idea de que siquiera una caja de pañuelos de papel de Blay pudiera caer en manos de la Sociedad Restrictiva lo enfurecía hasta la locura.
John comenzó a mandar un mensaje.
—Le estoy informando a Wrath de lo sucedido y de que nos vamos a quedar aquí. Nos hemos entrenado para esto. Es hora de que entremos en acción.
Qhuinn no podía estar más de acuerdo, pero estaba bastante seguro de que Wrath no lo iba a permitir.
Un momento después se oyó el pitido del teléfono. John leyó primero el mensaje completo y luego sonrió lentamente y le dio vuelta a la pantalla.
El mensaje era de Wrath.
«De acuerdo. Llamad si necesitáis apoyo».
Puta mierda… Acababan de unirse a la guerra.