31

Las dos cosas que más le gustaban a la glymera, por encima de todo lo demás, eran una buena fiesta y un buen funeral.

Con el asesinato de los padres de Lash, iban a tener ambas.

Phury estaba sentado frente al ordenador, en la oficina del centro de entrenamiento, y un dolor de cabeza intenso hacía presión sobre su ojo izquierdo. Sentía como si el hechicero le estuviese clavando un picahielos en el nervio óptico.

«En realidad es un taladro, socio», dijo el hechicero.

Claro, pensó Phury. Claro que es un taladro.

«¿Te vas a poner sarcástico?», dijo el hechicero. «Ah, claro. Hiciste todo lo posible para convertirte en un drogadicto y en una decepción para tus hermanos, y ahora que lo has logrado te estás volviendo descarado. ¿Sabes? Tal vez deberías empezar a ofrecer un seminario. Los diez pasos de Phury, hijo de Ahgony, para convertirse en un fracasado completo. ¿Quieres que empiece a contarte cómo va? Comencemos con lo primero: nacer».

Phury apoyó los codos a cada lado del portátil y se dio un masaje sobre las sienes, tratando de mantenerse en el mundo real, en lugar de perderse en el tétrico mundo del hechicero.

La pantalla del ordenador se encendió de repente y, mientras la miraba, Phury pensó en toda la mierda que estaba llegando al buzón de correo electrónico de la Hermandad. La glymera sencillamente no parecía entender lo que estaba pasando. En el mensaje general que les había enviado a todos, informaba a la aristocracia de los ataques y les pedía que se marcharan de Caldwell a la mayor brevedad y se refugiaran en sus casas de seguridad. Había tenido mucho cuidado al elegir las palabras, para no a despertar una ola de pánico, pero era evidente que no había sido lo suficientemente explícito.

Aunque habría jurado que el asesinato de su leahdyre y su shellan en su propia casa sería más que suficiente.

Dios, la Sociedad Restrictiva había causado muchas muertes entre la noche anterior y ésta… y, considerando las respuestas de la glymera, pronto iba a haber más.

Lash sabía dónde vivían todas las familias aristocráticas de la ciudad, así que había muchas posibilidades de que una parte significativa de la glymera hubiera quedado expuesta y estuviera en peligro de ser atacada. Y el pobre chico tampoco tenía que darles todas las direcciones bajo tortura. Si los restrictores entraban a un par de esas casas, hallarían pistas para llegar a muchas otras: libretas de direcciones, invitaciones a fiestas, agendas de reuniones. La información que saliera de Lash iba a ser como un terremoto que rompiera una falla tectónica y todo iba a salir volando en pedazos.

Pero ¿acaso la glymera iba a ser capaz de asumir una actitud inteligente frente a la amenaza? No.

Según el correo que acababa de llegar, del tesorero del Consejo de Princeps, esos idiotas no se iban a ir a sus casas de seguridad. En lugar de eso, tenían que guardar luto por la «dolorosa pérdida de un macho tan importante y su distinguida esposa», y para eso iban a dar otra fiesta.

No cabía duda de que estaba comenzando toda una lucha de poder para saber quién sería el próximo leahdyre.

Y para terminar, el tipo había agregado un pequeño párrafo aclarando que ahora sería el Consejo de la glymera el que recibiría la indemnización que le correspondía a la familia de Lash, como resultado de las acciones de Qhuinn.

Así de generosos eran. No es que quisieran el dinero para embolsárselo ellos y… digamos… celebrar el nombramiento del nuevo leahdyre. No, claro que no. Sólo estaban «salvaguardando el importante precedente de garantizar que las malas acciones no quedaran impunes».

¡Claro que sí!

Gracias a Dios, Qhuinn se había librado de las garras de esa gente, aunque el hecho de que Wrath hubiese nombrado al chico ahstrux nohtrum de John había sido toda una sorpresa. Un movimiento muy audaz, en especial porque lo había hecho con carácter retroactivo. ¿Y todo eso para cubrir lo que aparentemente era sólo una pelea que Qhuinn había detenido de manera inapropiada? En esas duchas debía haber pasado algo más, algo que se iba a mantener en secreto. De otra manera, la actuación de Wrath no tendría sentido.

La glymera se iba a dar cuenta de que Wrath estaba protegiendo a Qhuinn y ese nombramiento terminaría volviéndose contra el rey en algún momento. Pero de todas maneras, Phury se alegraba de la forma en que habían terminado las cosas. John, Blay y Qhuinn eran los mejores estudiantes de todo el programa, y Lash… bueno, Lash siempre había sido un problema.

Qhuinn podía tener los ojos de dos colores distintos, pero el que tenía un defecto de verdad era Lash. Ese chico siempre había tenido algo raro.

El ordenador pitó cuando llegó otro mensaje al buzón de la Hermandad. Esta vez era un mensaje del asistente del fallecido leahdyre. Y resultaba que el tipo estaba invitando a sus compañeros a adoptar «una posición firme contra lo que constituye una trágica serie de muertes, pero que, en última instancia, no es más que una insignificante amenaza para la seguridad de nuestros hogares. Lo que debemos hacer en este momento es reunirnos para celebrar juntos los rituales fúnebres que se merecen nuestros queridos amigos desaparecidos…».

Bueno, hablando de estupideces, allí había una bien grande. Cualquiera que tuviera dos dedos de frente estaría guardando todo lo que pudiera en sus maletas Louis Vuitton y saldría corriendo de la ciudad hasta que las cosas se calmaran. Pero no, estos imbéciles preferían sacar sus polainas y sus guantes y portarse como si estuvieran en una película de Merchant-Ivory, con toda esa ropa negra y esas expresiones formales de condolencia. Phury ya podía oír las elaboradas expresiones de falsa simpatía que intercambiarían entre ellos, mientras un ejército de doggen uniformados repartía canapés, y por debajo se iniciaba la pelea por el control político.

De todas maneras Phury esperaba que en algún momento entraran en razón, pues aunque esa gente le parecía detestable, tampoco quería que al día siguiente se despertaran muertos, por decirlo así. Wrath podría tratar de ordenarles que se marcharan de Caldwell, pero lo más probable es que eso los volviera más recalcitrantes. El rey y la aristocracia no eran muy amigos. Joder, si apenas eran aliados.

Luego llegó otro mensaje, con más de lo mismo: «Nos vamos a quedar y daremos una fiesta».

Por Dios, necesitaba un porro.

Y necesitaba…

De pronto se abrió la puerta del armario y Cormia salió del pasaje secreto que llevaba al túnel. Tenía una rosa color lavanda en la mano y una elegante y circunspecta expresión en el rostro.

—¿Cormia? —dijo Phury y se sintió ridículo. Como si ella hubiese podido cambiarse el nombre a Trixie o Irene en algún momento del día—. ¿Sucede algo malo?

—No era mi intención molestarlo. Fritz sugirió… —Cormia dio media vuelta como si esperara ver al mayordomo detrás de ella—. Ah… Fritz me trajo hasta aquí.

Phury se levantó, pensando que el mayordomo debía estarlo compensando por su inoportuna interrupción de la noche anterior. Y si eso no convertía al doggen en todo un héroe, poco le faltaba.

—Me alegra que estés aquí.

Bueno, tal vez «alegrarse» no era exactamente la palabra correcta. Desgraciadamente, al ver a Cormia su necesidad de fumarse un porro fue reemplazada por la urgente necesidad de hacer otra cosa con la boca. Aunque la acción de chupar seguía haciendo parte del asunto.

En ese momento llegó otro mensaje y el portátil emitió un pitido. Los dos miraron hacia el ordenador.

—Si está ocupado, puedo irme…

—No, no lo estoy. —La glymera era como una pared de ladrillo y, considerando que ya tenía dolor de cabeza, no había razón para seguir estrellándose contra su terquedad. Era una tragedia, pero no había nada que él pudiera hacer hasta que ocurriera otra cosa mala y tuviera que enviar nuevamente un correo…

Aunque seguramente no sería él quien lo enviara, ¿o sí? Sólo estaba al frente del teclado porque todos los demás estaban ocupados con sus dagas.

—¿Cómo estás? —preguntó Phury para acallar su voz interna. Y también porque le interesaba la respuesta.

Cormia le echó un vistazo a la oficina.

—Nunca me habría imaginado que esto estaba aquí abajo.

—¿Te gustaría conocer el lugar?

Cormia vaciló y levantó su rosa color lavanda… el mismo color de la pulsera que John Matthew le había regalado.

—Creo que mi flor necesita beber algo.

—Puedo ocuparme de eso. —Movido por el deseo de darle algo, lo que fuera, estiró la mano y agarró un paquete de veinticuatro botellas de Polar Spring y sacó una. Luego le quitó la tapa, le dio un sorbo para bajar el nivel del agua y la puso sobre el escritorio—. Creo que con esto será suficiente para mantenerla contenta.

Phury se quedó observando las manos de Cormia, mientras ponía la rosa en el florero improvisado. Eran tan hermosas y pálidas y… realmente necesitaba sentirlas sobre su piel.

Por todo su cuerpo.

Al ponerse de pie y salir de detrás del escritorio, Phury tuvo buen cuidado de sacarse la camisa, de manera que los faldones cubrieran la parte delantera de sus pantalones. No le gustaba vestir con descuido, pero era mejor verse un poco desarreglado a correr el riesgo de que Cormia viera que estaba excitado.

Y estaba excitado. Completamente excitado. Phury tenía el presentimiento de que esto siempre le iba a suceder cuando estuviera cerca de ella: era como si el hecho de haber eyaculado en la mano de Cormia la noche anterior lo hubiese cambiado todo.

El vampiro abrió la puerta que salía al pasillo y la sostuvo así para que Cormia pasara.

—Ven a conocer nuestro centro de entrenamiento.

Cormia lo siguió hasta el pasillo y luego Phury la llevó por un recorrido completo, contándole qué cosas se hacían en el gimnasio, en el cuarto de equipos, en la sala de terapia física y en el campo de tiro. Ella parecía interesada, pero guardó silencio durante casi todo el tiempo, y Phury tuvo la sensación de que quería decirle algo.

Y podía adivinar de qué se trataba.

Cormia iba a regresar al Otro Lado.

Phury se detuvo en los vestuarios.

—Aquí es donde los chicos se bañan y se cambian de ropa. Las aulas de clase están más allá.

Por Dios, no quería que Cormia se fuera. Pero ¿qué demonios esperaba que hiciese? Después de la decisión que había tomado él, ella ya no tenía nada que hacer ahí.

«Y tú tampoco tienes nada que hacer aquí», señaló el hechicero.

—Vamos, déjame mostrarte una de las aulas —le dijo para dilatar más las cosas.

Phury le mostró la que él solía usar y sintió una curiosa sensación de orgullo al mostrarle el lugar donde trabajaba.

Donde solía trabajar antes.

—¿Qué es todo eso? —preguntó Cormia y señaló hacia la pizarra, que estaba llena de dibujos.

—Ah… sí… —Phury se acercó, cogió un borrador de fieltro y comenzó a borrar rápidamente el análisis de lo que podría ocurrir si llegara a estallar una bomba en el centro de Caldwell.

Cormia cruzó los brazos sobre el pecho, pero su actitud parecía el gesto de alguien que se está conteniendo más que el de alguien que quiere defenderse.

—¿Usted cree que no sé qué es lo que hace la Hermandad?

—Me imagino que lo sabes, pero eso no significa que quiera recordártelo.

—¿Algún día va a regresar a la Hermandad?

Phury se quedó paralizado y pensó que Bella debía habérselo contado todo.

—No sabía que estabas al tanto de que me han apartado.

—Lo siento, no es de mi incumbencia…

—No, está bien… La verdad es que creo que mis días como guerrero han llegado a su fin. —Phury, que estaba de cara a la pizarra, miró por encima del hombro y quedó impactado al ver lo hermosa que estaba, con la espalda apoyada contra una de las mesas en que se sentaban los estudiantes y los brazos cruzados—. Oye… ¿te importa que te dibuje?

Cormia se sonrojó.

—Supongo que… Bueno, si lo desea. ¿Tengo que hacer algo?

—Sólo quédate donde estás. —Phury dejó el borrador sobre el estante inferior de la pizarra y alcanzó un trozo de tiza—. En realidad… ¿podrías soltarte el pelo?

Como ella no respondió enseguida, Phury se volvió a mirarla y se sorprendió al ver que tenía las manos en el pelo y estaba quitándose las horquillas doradas. Uno a uno, los mechones de cabello rubio fueron cayendo y enmarcando su cara, su cuello, sus hombros.

Incluso bajo las horribles luces fluorescentes del salón en que se encontraban, Cormia estaba radiante.

—Siéntate sobre la mesa —dijo Phury con voz ronca—. Por favor.

Cormia hizo lo que él le pidió y cruzó las piernas… y, Dios, al hacerlo, la túnica se abrió, destapándole las piernas hasta la altura de los muslos. Cuando ella trató de arreglársela, Phury murmuró:

—Déjala. Así está bien.

Entonces ella se quedó quieta y luego se echó hacia atrás y apoyó las manos sobre la mesa para mantenerse derecha.

—¿Así le vale?

—No te muevas.

Phury se tomó su tiempo para dibujarla y la tiza se convirtió en una prolongación de sus manos a medida que recorrían el cuerpo de Cormia, deteniéndose en el cuello y la ondulación de los senos, en la curva de las caderas y la larga y suave extensión de sus piernas. Mientras transfería su imagen a la pizarra, Phury pensó que le hacía el amor, arrullado por el sonido del roce de la tiza.

O tal vez eso no era más que su propia respiración.

—Dibuja usted muy bien —dijo Cormia en cierto momento.

Pero Phury estaba demasiado ocupado y ávido como para contestar, demasiado obsesionado con lo que se imaginaba que haría en cuanto terminase.

Después de una eternidad que duró sólo un instante, Phury dio un paso atrás para evaluar su obra. Era perfecta. No sólo era la imagen de Cormia, sino algo más… aunque había un trasfondo sexual en toda la composición que debía resultar obvio hasta para ella. Phury no quería asustarla, pero tampoco podría haber cambiado ese aspecto del dibujo. Estaba presente en cada línea de su cuerpo, de su postura, de su rostro. Era el ideal sexual femenino. Al menos para él.

—Está terminado —dijo Phury bruscamente.

—¿Ésa… soy yo?

—Es como yo te veo.

Hubo un largo silencio y luego Cormia dijo, con un cierto tono de asombro:

—Usted piensa que soy hermosa.

Phury siguió con el dedo las líneas que había dibujado.

—Sí, así es. —El silencio que siguió pareció ampliar la distancia entre ellos y Phury se sintió incómodo—. Bueno, ahora… —dijo—. No podemos dejar esto aquí…

—¡Por favor, no! —dijo Cormia y levantó una mano—. Quisiera mirarme un poco más. Por favor.

Muy bien. Claro. Lo que digas. Demonios, a esas alturas, Cormia habría podido pedirle al corazón de Phury que se detuviera, y el maldito habría obedecido con gusto. Ella se había convertido en su torre de control, en la dueña de su cuerpo, y él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que le pidiese que hiciera o dijera. Sin hacer preguntas. Sin importar los medios que tuviera que emplear para lograrlo.

En el fondo de su mente, Phury sabía que todo eso era el comportamiento característico de un macho que ha encontrado a su compañera: la hembra era la que daba las órdenes, tú obedecías, y punto. Sólo que él no podía haber establecido ese tipo de vínculo con ella.

—Es tan hermoso —dijo Cormia, con los ojos fijos en la pizarra.

Phury se volvió para mirarla a la cara.

—Eres tú, Cormia. Así eres tú.

Los ojos de la muchacha relampaguearon y luego, como si se hubiese sentido incómoda de repente, se llevó las manos a la abertura de la túnica y la cerró.

—Por favor, no —susurró él, repitiendo las palabras que ella había dicho hacía solo un momento—. Déjame mirar un poco más. Por favor.

La tensión estalló entre ellos y parecía cargada de electricidad.

—Lo siento —dijo Phury, molesto consigo mismo—. No fue mi intención hacerte sentir…

Entonces Cormia retiró las manos y la suave tela blanca de la túnica volvió a abrirse de manera tan obediente que Phury sintió ganas de acariciarle la cabeza y darle un hueso a la dócil tela.

—Su aroma es muy penetrante —dijo Cormia con voz profunda.

—Sí. —Entonces Phury dejó la tiza en su puesto y tomó aire, llenándose la nariz de ese olor a jazmín—. Al igual que el tuyo.

—Le gustaría besarme, ¿verdad?

Phury asintió con la cabeza.

—Sí, así es.

—Usted se sacó la camisa del pantalón. ¿Por qué?

—Porque estoy excitado. Me excité desde el momento en que entraste a la oficina.

Cormia ronroneó al escuchar esas palabras y enseguida bajó la mirada desde el pecho hasta las caderas de Phury. Y cuando entreabrió los labios, Phury sabía exactamente en qué estaba pensando: en la manera en que había eyaculado en su mano.

—Es asombroso —dijo ella con voz suave—. Cuando estoy con usted de esta manera, nada más parece importar. Nada, excepto…

Phury se acercó a ella.

—Lo sé.

Cuando el macho se detuvo frente a ella, Cormia levantó la vista.

—¿Va a besarme?

—Si me lo permites.

—No deberíamos —dijo Cormia y apoyó las manos contra el pecho de Phury. Pero no lo empujó para que se alejara. En lugar de eso se aferró a su camisa como si fuera un salvavidas—. No deberíamos.

—Es cierto. —Phury le quitó un mechón de pelo de la cara y se lo metió detrás de la oreja. Era tal su desesperación por estar dentro de ella de alguna manera, de cualquier manera, que su lóbulo frontal sufrió un cortocircuito y lo que comenzó a sentir al estar delante de ella sólo tenía que ver con sus necesidades más primordiales, los instintos básicos de un macho—. Pero esto puede ser un asunto privado, Cormia. Sólo entre tú y yo.

—Privado… me gustan las cosas privadas. —Cormia levantó la barbilla hacia arriba, ofreciéndole lo que él quería.

—A mí también —gruñó Phury, poniéndose de rodillas.

Cormia pareció un poco desconcertada.

—Pensé que quería besarme…

—Así es. —Phury deslizó las palmas por los tobillos de la muchacha y comenzó a acariciarle las pantorrillas—. Me muero por hacerlo.

—Pero entonces, ¿por qué…?

Phury le descruzó las piernas con delicadeza y le dio las gracias mentalmente a esa bendita túnica, que se corrió completamente hacia los lados, dejando ante sus ojos el panorama completo de las caderas y los muslos y esa pequeña abertura de Cormia que tanto necesitaba.

Luego se pasó la lengua por los labios, mientras deslizaba las manos hacia arriba por la parte interna de los muslos de Cormia, abriéndole las piernas lentamente, de manera inexorable. Con un suspiro erótico, ella se echó hacia atrás para abrirle espacio, un gesto que confirmó que estaba de acuerdo con lo que estaba sucediendo, y tan preparada para ello como él.

—Recuéstate —dijo Phury—. Recuéstate y túmbate sobre la mesa.

Cormia parecía tan suave como la crema, mientras se recostaba hacia atrás hasta quedar completamente tendida sobre la mesa.

—¿Así?

—Sí… exactamente así.

Phury bajó la palma de la mano por la parte posterior de una de las piernas de Cormia y le extendió el pie hasta apoyarlo contra su hombro. Entonces comenzó a besarla en la pantorrilla y siguió el mismo camino que sus manos habían acariciado hacía un momento, subiendo cada vez más y más. Se detuvo a la altura de la mitad del muslo y volvió a mirarla para ver si ella estaba realmente de acuerdo. Cormia lo estaba observando con unos ojos verdes enormes y tenía los dedos sobre los labios y la respiración entrecortada.

—¿Estás de acuerdo con que sigamos adelante? —le preguntó con voz carrasposa—. Porque una vez que comience, va a ser muy difícil detenerme, y no quiero asustarte.

—¿Qué me va a hacer?

—Lo mismo que tú me hiciste anoche con tu mano. Sólo que yo voy a usar la boca.

Cormia gimió y entornó los ojos.

—Ay, querida Virgen Escribana…

—¿Eso es un sí?

—Sí.

Phury estiró la mano hasta alcanzar el lazo de la túnica.

—Confía en mí. Seré delicado.

Y, mierda, sí, Phury estaba seguro de que lo haría. Una parte de él tenía la absoluta certeza de que iba a complacerla, aunque nunca antes hubiese hecho aquello.

Soltó el lazo y abrió completamente la túnica.

El cuerpo de Cormia apareció ante él, desde sus senos altos y erguidos, pasando por el valle absolutamente plano de su vientre, hasta los adorables labios pálidos de su sexo. Al ver que Cormia bajaba la mano y la apoyaba sobre el montículo de su sexo, ella se convirtió en el dibujo que él había hecho el día antes, toda sexualidad y poderosa fuerza femenina… sólo que esta vez era de carne y hueso.

—Por… Dios santo. —Phury sintió que sus colmillos se alargaban dentro de su boca, recordándole que hacía tiempo que no se alimentaba. Y al oír un ruido que brotó de su garganta a manera de exigencia y súplica, no pudo saber si el gemido era provocado por la necesidad de probar el sexo de Cormia o su sangre.

Aunque, ¿realmente tenía algún sentido esa división?

—Cormia… te necesito.

La forma en que ella abrió las piernas no era comparable a ningún otro regalo que le hubiesen hecho en la vida y, cuando ella se abrió un poco más, Phury pudo ver el pequeño núcleo rosado que estaba buscando. Y ya estaba brillando.

Pero él se iba a asegurar de que brillara todavía más.

Con un gruñido, se abalanzó sobre ella y acercó la boca a su sexo, encaminándose directamente al centro de su cuerpo.

Los dos dejaron escapar un grito. Y gritaron otra vez cuando ella le enterró las manos entre el pelo, él la agarró de los muslos con fuerza y se internó todavía más. La sentía tan caliente contra sus labios, y tan húmeda… Hizo que se pusiera más ardiente y se mojara más, besando y chupando su sexo. Mientras Cormia gemía, el instinto se apoderó de los dos y allanó el camino para que él comenzara a lamerla y ella empezase a mover las caderas.

Dios, los gemidos eran increíbles.

Pero saborearla era mucho mejor.

Cuando levantó la vista por encima del estómago para mirarle los senos, sintió el impulso de tocarle los pezones. Así que estiró las manos y los apretó suavemente y después los acarició con sus pulgares.

Ella arqueó el cuerpo de forma tan seductora que casi lo hace eyacular. Sencillamente, era demasiado.

—Mueve las caderas más rápido —dijo entonces Phury—. Por favor… Ay, Dios, mueve tus caderas contra mí.

Cuando la pelvis de Cormia comenzó a sacudirse, Phury sacó la lengua y dejó que ella cabalgara sobre su lengua como quisiera, usándola para darse placer. Pero eso no duró mucho, pues él necesitaba estar más cerca. Así que le agarró las caderas con las palmas y apretó la cara contra la vagina de Cormia, desde la barbilla hasta la nariz, y ella se convirtió en lo único que él saboreaba y olía y conocía.

Y luego llegó el momento de ponerse realmente serio.

Entonces se movió hacia arriba y comenzó a lamerle insistentemente la parte superior de la vagina y supo que había encontrado el lugar correcto cuando escuchó los jadeos más intensos de Cormia. Y cuando ella comenzó a mover adelante y atrás las caderas con creciente frenesí, él le agarró una mano para tranquilizarla. Cormia se aferró con tanta fuerza a esa mano que iba a dejarle marcadas las uñas en la piel y Phury pensó que eso era fantástico. También quería tener esas marcas en la espalda… y en el trasero, mientras la penetraba.

Phury quería cubrirla completamente, estar dentro de ella.

Él también quería dejar sus propias marcas.

‡ ‡ ‡

Cormia sabía que su cuerpo estaba haciendo exactamente lo mismo que había hecho el cuerpo del Gran Padre el día anterior. Y supo que se encontraba en el mismo lugar en que él había estado cuando percibió la tormenta que se arremolinaba dentro de ella y esa sensación de urgencia y el calor que rugía por sus venas.

Estaba al borde.

Cormia sentía entre sus piernas el cuerpo inmenso del Gran Padre, abriéndola con sus hombros de gigante. Y ese magnífico pelo de colores que le cubría los muslos, mientras la boca de él se apretaba contra la parte más sensible de su cuerpo, en un encuentro de labios contra labios y una lengua imparable contra sus pliegues húmedos. Todo parecía tan glorioso, tan maravillosamente aterrador y tan inevitable… y la única razón por la que no estaba completamente abrumada era porque él la tenía agarrada de la mano y ese contacto era mejor en muchos sentidos que cualquier cosa que pudiera decirle, pero no decía nada, sobre todo, porque si él trataba de hablarle, tendría que dejar de hacer lo que estaba haciendo, y eso sería todo un crimen.

Justo cuando pensó que se iba a romper en mil pedazos, una oleada de energía estalló en todo su cuerpo, impulsándola hacia arriba y arrastrándola hacia algún otro lugar, mientras se agitaba rítmicamente. Y cuando toda esa maravillosa tensión estalló, la descarga fue tan placentera que sus ojos se llenaron de lágrimas y gritó algo… o tal vez no gritó nada y lo que oyó fue sólo la explosión de su aliento.

Cuando terminó, el Gran Padre levantó la cabeza y le dio una última caricia con su lengua en sentido ascendente, antes de apartarse de su centro.

—¿Estás bien? —le preguntó, mientras la miraba con una expresión salvaje que hacía brillar más sus ojos amarillos.

Cormia abrió la boca para hablar, pero al ver que de sus labios no salía nada coherente, sólo asintió con la cabeza.

El Gran Padre se lamió los labios lentamente, dejando ver las puntas de unos colmillos que se habían alargado… y se volvieron todavía más largos cuando su mirada se posó en el cuello de Cormia.

Volver la cabeza hacia un lado y ofrecerle su vena pareció, entonces, la cosa más natural del mundo.

—Tome de mi vena —dijo Cormia.

Los ojos del Gran Padre relampaguearon mientras se subía sobre ella, besándola en el estómago y deteniéndose brevemente sobre uno de los pezones para lamerlo. Y cuando sus colmillos llegaron a la altura de la garganta, él preguntó:

—¿Estás segura?

—Sí… Ay, Dios…

El mordisco fue contundente y profundo y sucedió tan rápido… tal y como ella se había imaginado que sería. Después de todo, se trataba de un hermano necesitado de aquello de lo que se alimentaban todos, y ella no era ninguna muñequita frágil que pudiera quebrarse. Cormia dio y él tomó y entonces sintió que se comenzaba a formar otra vez dentro de ella una ola de tensión salvaje como la de hacía un momento.

Así que se movió sobre la mesa para abrir las piernas y dijo:

—Hágame suya. Mientras está en eso… entre en mí.

El Gran Padre dejó escapar un gruñido salvaje y, sin separarse de su garganta, comenzó a abrirse los pantalones, hasta que la hebilla del cinturón golpeó contra la mesa produciendo un sonido metálico. Luego la deslizó bruscamente sobre la mesa hasta el borde, metió las manos por detrás de sus rodillas y le abrió las piernas.

Cormia sintió enseguida algo duro y ardiente que hizo presión contra su…

Pero súbitamente se detuvo.

Y la succión también se fue reduciendo hasta convertirse en una suave caricia de la lengua y después unos besos pequeños, hasta que el Gran Padre se quedó completamente inmóvil y la única señal de vida eran las ondulaciones de su respiración. Y aunque Cormia todavía podía sentir el deseo que hervía en su sangre y todavía podía oler el aroma a especias negras que él despedía, y percibía que él necesitaba seguir alimentándose, el vampiro no se movió. Se quedó inmóvil aunque la tenía totalmente a su disposición.

Después de un rato le soltó las piernas, dejándolas caer con suavidad, y la levantó, al tiempo que hundía la cabeza en el hombro de ella.

Cormia lo abrazó con ternura, mientras que él apoyaba el tremendo peso de sus músculos y sus huesos contra el suelo y la mesa, para evitar aplastarla.

—¿Está usted bien? —le dijo ella al oído.

El Gran Padre movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo y se apretó aún más contra ella.

—Necesito que sepas algo.

—¿Qué es lo que le aflige? —preguntó la hembra, mientras le acariciaba el hombro—. Hábleme.

Entonces el Gran Padre dijo algo que ella no alcanzó a oír.

—¿Qué?

—Soy… virgen.