30

Necesitas descansar —dijo Cormia, al ver que Bella volvía a bostezar.

Fritz acababa de salir con los platos de su Primera Comida. Bella había tomado carne con puré de patatas y helado de menta con chocolate. Cormia se había comido el puré… y un poco de helado.

¡Y pensar que había creído que los M&M’s eran lo más delicioso del mundo!

Bella se acomodó sobre las almohadas.

—¿Sabes una cosa? Creo que tienes razón. Estoy cansada. Tal vez podamos terminar de ver el maratón más tarde, esta noche, si te parece.

—Me parece perfecto. —Cormia se levantó con suavidad de la cama—. ¿Necesitas algo?

—No. —Bella cerró los ojos—. Oye, antes de que te vayas, ¿de qué están hechas esas velas? Son increíblemente relajantes.

Bella parecía horriblemente pálida contra la funda blanca con encajes.

—Están hechas de cosas sagradas del Otro Lado. Cosas sagradas y curativas. Hierbas y flores mezcladas con una sustancia hecha con agua tomada de la fuente de la Virgen Escribana.

—Sabía que eran especiales.

—No estaré lejos —dijo Cormia.

—Y eso me alegra.

Al salir de la habitación, Cormia tuvo cuidado de cerrar la puerta con mucho sigilo.

—¿Señorita?

Cormia miró hacia atrás.

—¿Fritz? Pensé que ya te habías llevado la bandeja.

—Ya lo hice —dijo y levantó el ramo de flores que tenía en la mano—. Tenía que traer esto.

—¡Qué flores tan hermosas!

—Son para la sala de estar del segundo piso. —Fritz sacó una rosa color lavanda y se la ofreció a Cormia—. Para usted, señorita.

—Vaya, gracias. —Cormia se llevó los delicados pétalos a la nariz—. Es preciosa.

Cormia dio un brinco al sentir que algo le tocaba la pierna.

Luego se agachó y acarició la espalda sedosa y elástica del gato.

—Hola, Boo.

El gato ronroneó y se recostó contra ella, y su cuerpo curiosamente sólido casi la hace perder el equilibrio.

—¿Te gustan las rosas? —le preguntó Cormia, al tiempo que le ofrecía la flor.

Boo sacudió la cabeza y empujó el morro contra la mano que tenía libre, exigiéndole más atención.

—Adoro a este gato.

—Y él la adora a usted —dijo Fritz, y luego vaciló un momento—. Señorita, si me lo permite…

—¿Qué sucede, Fritz?

—El amo Phury está abajo, en la oficina del centro de entrenamiento, y creo que le vendría bien un poco de compañía. Tal vez usted podría…

El gato dejó escapar un maullido, corrió en dirección de las escaleras y movió la cola. Parecía como si, de haber tenido brazos y manos, hubiera señalado hacia abajo, hacia el vestíbulo.

El mayordomo se rió.

—Creo que el amo Boo está de acuerdo.

El gato volvió a maullar.

Cormia apretó el tallo de la rosa mientras se incorporaba. Tal vez fuera buena idea. Tenía que decirle al Gran Padre que se iba a marchar.

—Me gustaría ver a Su Excelencia, pero ¿estás seguro de que es buen mo…?

—¡Bien, bien! La llevaré adonde está él.

El mayordomo fue corriendo hasta la sala de estar y regresó un minuto después. Mientras avanzaba hacia ella, tenía una expresión resplandeciente en el rostro y caminaba con más energía, como si estuviera haciendo un trabajo del que disfrutaba mucho.

—Vamos. Bajemos, señorita.

Boo volvió a maullar y tomó la delantera escaleras abajo, y luego dobló a la izquierda y se detuvo frente a una puerta de paneles negros escondida en un rincón. El mayordomo introdujo un código en un teclado numérico y abrió lo que resultó ser un panel de acero de más de veinte centímetros de grosor. Cormia siguió a Fritz mientras bajaban un par de escalones… y luego se encontró en un túnel que parecía extenderse hasta el infinito en las dos direcciones.

Al mirar a su alrededor, se subió el cuello de la túnica. Era extraño sentir claustrofobia en un espacio tan grande, pero de repente se dio cuenta de que estaban bajo tierra, en un sitio cerrado.

—Por cierto, el código es 1914 —dijo el mayordomo al cerrar la puerta y revisar que la cerradura quedaba como debía—. Se supone que es el año en que fue construida la casa. Sólo tiene que marcar ese número en estos teclados para atravesar cualquiera de las puertas que hay de aquí en adelante. El túnel está hecho de cemento y acero y está sellado en los dos extremos. Y todo lo que ocurre en él es vigilado por un sistema de seguridad a base de monitores. Hay cámaras —dijo y señaló hacia el techo— y otros dispositivos. Estamos tan seguros aquí como lo estamos en el jardín o en la casa misma.

—Gracias —dijo Cormia y sonrió—. Empezaba a sentirme… un poco nerviosa.

—Es perfectamente comprensible, señorita. —Boo volvió a refregarse contra ella, como si quisiera cogerla de la mano y darle un pequeño apretón tranquilizador.

—Por aquí. —El mayordomo caminaba rápidamente y su cara llena de arrugas estaba radiante—. Al amo Phury le encantará verla.

Cormia se aferró a su rosa y lo siguió. Mientras avanzaba, trató de imaginarse cómo sería una despedida apropiada y se sorprendió al ver que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Al principio había luchado contra ese destino suyo como Primera Compañera. Pero ahora, cuando por fin había conseguido lo que quería, lamentaba la pérdida que implicaba su relativa libertad.

‡ ‡ ‡

En el segundo piso de la mansión, en el pasillo de las estatuas, John abrió la puerta que estaba junto a la de su habitación y encendió la luz.

Qhuinn entró con mucho cuidado, como si tuviera miedo de ensuciar la alfombra con la suela de sus botas.

—Bonita guarida.

—Mi habitación está al lado —dijo John por señas.

Sus teléfonos sonaron al mismo tiempo y el mensaje era de Phury: «Canceladas todas las clases de la próxima semana. Remitirse a la página web segura para mayor información».

John sacudió la cabeza. Habían cancelado las clases. La clínica había sido saqueada. Lash estaba secuestrado… y seguramente lo estaban torturando. Las consecuencias de lo que había ocurrido en los vestuarios no cesaban.

Aparentemente las malas noticias estaban llegando en masa, no de una en una, ni siquiera de tres en tres.

—No más clases, ¿eh? —murmuró Qhuinn, mientras parecía concentrarse tal vez demasiado en poner su mochila sobre el suelo—. Para nadie.

—Necesitamos encontrarnos con Blay —dijo John por señas—. No puedo creer que no haya mandado ningún mensaje desde que oscureció. Tal vez deberíamos ir a verlo.

Qhuinn se acercó a uno de los ventanales y retiró las pesadas cortinas.

—No creo que Blay tenga ganas de verme durante bastante tiempo. Y ya sé que te estás preguntando por qué. Pero escucha lo que te digo. En los próximos días va a necesitar que lo dejen en paz. Sólo te diré eso.

John negó con la cabeza y le envió un mensaje a Blay: «¿Ns vmos en 0Sum sta noch ya q no hay clas? Tnmos noticias q contart».

—Supongo que le estás proponiendo que nos veamos, pero te va a decir que no puede ir.

Qhuinn miró por encima del hombro cuando el tono del teléfono indicó que acababa de llegar un mensaje. Era de Blay y decía: «Sta nch no puedo, oqpado con flia. T llamo dspués».

John se guardó el teléfono en el bolsillo.

—¿Qué pasó?

—Nada. Bueno, muchas cosas… No sé…

El golpe que se escuchó en ese momento en la puerta parecía el de un puño del tamaño de una cabeza.

—¿Sí? —dijo Qhuinn.

Wrath entró a la habitación dando grandes zancadas. El rey tenía un gesto incluso más adusto que el de hacía un rato, como si hubiese recibido más malas noticias. Llevaba en la mano un maletín metálico de color negro y una correa de cuero.

Levantó las dos cosas y miró a Qhuinn con solemnidad.

—No necesito decirte que tienes que tener mucho cuidado con esto, ¿verdad?

—Claro… señor. Pero ¿qué es?

—Tus dos nuevas mejores amigas. —El rey puso el maletín sobre la cama, lo abrió y levantó la tapa.

—¡Vaya!

—Vaya —exclamó también John moviendo los labios.

Dentro, sobre un lecho gris hecho de cartón de huevo, reposaban un par de pistolas automáticas de 45 milímetros Heckler & Koch, absolutamente letales. Después de revisar la recámara de una, Wrath le entregó la pistola negra a Qhuinn, sosteniéndola por el cañón.

—V te va a hacer después una identificación en Lengua Antigua. Si las cosas se ponen críticas, deberás mostrarla y quienquiera que tengas en la mira tendrá que vérselas conmigo. Fritz te va a pedir suficiente munición como para hacer cagarse del susto a un escuadrón de infantes de marina. —Luego el rey le lanzó a Qhuinn lo que resultó ser un arnés para el pecho—. Nunca debes ir desarmado cuando estés con él. Ni siquiera en la casa. ¿Estamos de acuerdo? Así son las cosas.

Cuando Qhuinn agarró la pistola y la sopesó en su mano, John pensó que su amigo iba a hacer una broma sobre lo bueno que era estar armado. Pero en lugar de eso dijo:

—Quiero tener acceso libre al campo de tiro. Quisiera ir a practicar al menos tres veces por semana.

Wrath sonrió levantando sólo una de las comisuras de los labios.

—Si quieres, le ponemos tu nombre al campo, ¿qué te parece?

John se sintió como un convidado de piedra, de pie entre Wrath y Qhuinn, sin decir nada, pero estaba fascinado por el cambio que se había operado en su amigo. Los días de las payasadas parecían haber quedado en el olvido. Ahora parecía muy serio y duro, más duro incluso que la ropa de tipo duro que le gustaba usar.

Qhuinn señaló una puerta.

—¿Esa puerta conduce a la habitación de John?

—Sí.

—Buenas noches, señoritas.

Vishous entró en ese momento a la habitación y los ojos de Qhuinn no fueron los únicos que relampaguearon. El hermano traía en la mano una cadena bastante pesada, que tenía una placa en la punta, un par de alicates y una caja de herramientas.

—Siéntate, niño —dijo V.

—Vamos —dijo Wrath y señaló la cama con un gesto de la cabeza—. Llegó la hora de las cadenas… esa placa tiene grabado el emblema de John. También te van a hacer un tatuaje. Esto es de por vida, ya te lo dije.

Qhuinn se sentó sin decir palabra y V se le acercó por detrás, le pasó la cadena alrededor de la garganta y luego cerró el eslabón que estaba abierto. El medallón quedó a la altura de la clavícula, un poco por debajo.

—Esto sólo sale cuando te mueres o si te despiden. —V le dio un golpe a Qhuinn en el hombro—. Y, por cierto, de acuerdo con las leyes antiguas, si te despiden, la carta de despido es la guillotina, ¿entendido? Así es como se quita la cadena. Si te mueres por tu cuenta, rompemos uno de los eslabones. Porque profanar un cadáver es de mal gusto. Ahora, el tatuaje.

Qhuinn comenzó a quitarse la camisa.

—Siempre había querido un tatuaje…

—Te puedes dejar la camisa. —Al ver que V abría la tapa de la caja de herramientas y sacaba una pistola de tatuar, Qhuinn se recogió una manga hasta el hombro—. No, tampoco necesito tu brazo.

Mientras Qhuinn fruncía el ceño con desconcierto, Vishous conectó el cable a la corriente y se puso dos guantes de látex negros. Luego abrió sobre la mesa de noche un pequeño frasco negro, otro rojo y uno aún más grande que contenía una solución transparente.

—Da media vuelta y mírame de frente. —El hermano sacó un pedazo de tela blanca y un paquete con una toallita desinfectante, al tiempo que Qhuinn se giraba y apoyaba las manos sobre las rodillas—. Mira hacia arriba.

«¿En la cara?», pensó John, al ver que V limpiaba con la toallita desinfectante la parte superior de la mejilla izquierda de Qhuinn.

Qhuinn no se movió. Ni siquiera cuando se comenzó a oír el zumbido de la aguja.

John trató de ver qué le estaban dibujando, pero no pudo. Era extraño que usaran tinta roja. Había oído que el único color permitido era el negro…

«Puta… mierda», pensó John cuando V dio un paso atrás.

El tatuaje representaba una sola lágrima roja delineada en negro.

Entonces Wrath dijo:

—Eso simboliza que estás dispuesto a derramar tu sangre por John. También permite que todo el mundo sepa, con toda claridad, cuál es tu posición. Si John muere, será rellenada con tinta negra, para dar a entender que serviste a alguien influyente de manera honorable. Si las cosas no funcionan, será tachada con una X para exhibir tu vergüenza ante la raza.

Qhuinn se puso de pie y se acercó al espejo.

—Me gusta.

—¡Qué bien! —dijo V con sorna, mientras se acercaba y aplicaba un ungüento transparente sobre la tinta.

—¿Podrías hacerme otro?

V miró a Wrath y luego se encogió de hombros.

—¿Qué quieres que te haga?

Qhuinn se señaló la nuca.

—Quiero que aquí diga «18 de agosto de 2008», en Lengua Antigua. Y hazlo grande.

«La fecha de hoy», pensó John.

V asintió con la cabeza.

—Sí. Puedo hacerlo. Pero tiene que ser en tinta negra. El rojo es sólo para casos especiales.

—Sí. Está bien. —Qhuinn regresó a la cama y se sentó sobre el borde del colchón, con las piernas cruzadas. Luego inclinó la cabeza hacia delante para descubrir la nuca—. Y quiero la fecha en letras, por favor.

—Eso va a ser grande.

—Sí.

V soltó una carcajada.

—Me gustas, chico. Ahora, levántate la cadena y déjame trabajar.

Fue relativamente rápido. El zumbido de la pistola fluctuaba como el motor de un coche, acelerando y aflojando, acelerando y aflojando. V agregó un bonito arabesco artístico debajo de las letras y luego lo rodeó todo con una línea, para que el tatuaje pareciera una especie de placa.

Esta vez John se colocó detrás de V y lo observó todo con detalle. Las tres líneas de texto se veían estupendamente y, considerando lo largo que Qhuinn tenía el cuello y lo corto que solía llevar el pelo, siempre se iban a ver.

John también quería un tatuaje. Pero ¿qué podía hacer?

—Ha quedado perfecto —dijo V, mientras limpiaba la piel con el trapo que al comienzo era blanco y ahora estaba cubierto de manchas.

—Gracias —dijo Qhuinn, mientras V le aplicaba un poco más de ungüento y sentía la tinta fresca sobre la piel—. Muchas gracias.

—Todavía no lo has visto. No sabes si te escribí «imbécil» ahí atrás.

—No. Nunca dudaría de ti —dijo Qhuinn y le dedicó una sonrisa al hermano.

Vishous esbozó una sonrisa y por su cara dura y llena de tatuajes cruzó una expresión de aprobación.

—Sí, bueno, no eres de los que se acobardan. Los que se acobardan son los que terminan con marcas muy feas. Los que se mantienen firmes obtienen los mejores tatuajes.

V estrechó la mano del muchacho y luego recogió sus cosas y se marchó, mientras Qhuinn iba al baño y usaba un espejo de mano para ver el trabajo.

—Es hermoso —señaló John desde atrás—. De verdad, muy bonito.

—Es exactamente lo que quería —murmuró Qhuinn, mientras observaba el letrero que cubría ahora toda su nuca.

Cuando los dos muchachos regresaron a la habitación, Wrath se metió la mano en el bolsillo trasero, sacó un juego de llaves de coche y se las entregó a Qhuinn.

—Son las llaves del Mercedes. Si vas a algún lado con él, te llevas ese coche hasta que te consigamos otro. Está completamente blindado y corre más rápido que cualquier otra cosa que te cruces en el camino.

—¿Y puedo llevarlo al Zero Sum?

—John no es ningún prisionero.

John dio una patada en el suelo y dijo con señas:

—Tampoco soy un niño.

Wrath soltó una carcajada.

—Nunca dije que lo fueras. John, dale las contraseñas de todas las puertas y del túnel y de las rejas de la entrada.

—¿Qué hay de las clases? —preguntó Qhuinn—. Cuando vuelvan a comenzar, ¿debo quedarme con John, aunque esté fuera del programa?

Wrath avanzó hasta la puerta y luego se detuvo.

—Nos ocuparemos de eso a su debido tiempo. Por el momento, el futuro es un poco incierto. Como de costumbre.

Cuando el rey salió, John pensó en Blay. En realidad debería haber estado con ellos en todos aquellos sucesos.

—Me gustaría ir al Zero Sum —dijo por señas.

—¿Por qué? ¿Porque crees que así podremos ver a Blay? —Qhuinn caminó hasta donde estaba el maletín y cargó la segunda pistola; al encajar en su sitio, el cargador dio un chasquido.

—Tienes que decirme qué está pasando. Ahora mismo.

Qhuinn se puso el arnés y enfundó las pistolas, que quedaron debajo de sus brazos. Tenía un aire… poderoso. Letal. Si John no lo conociera de antes, al verlo con ese pelo negro cortado al rape y esos piercings en la oreja y ese tatuaje debajo del ojo de color azul, habría jurado que estaba frente a un hermano.

—¿Qué sucedió entre Blay y tú?

—Corté de raíz con él y fui muy cruel.

—Por Dios… y ¿por qué?

—Yo iba directo a la cárcel, acusado de asesinato, ¿recuerdas? Blay se habría muerto de la angustia pensando en mí. Eso habría acabado con su vida. Pensé que era mejor que me odiara a permitir que pasara toda la vida con esa pena.

—No te ofendas, pero ¿de verdad crees que eres tan importante para él?

Qhuinn clavó sus ojos dispares en los de John.

—Sí. Lo soy. Y no hagas más preguntas al respecto.

John sabía reconocer un límite cuando se lo encontraba y, en esa conversación, acababa de estrellarse contra una pared de cemento rodeada de alambre de púas.

—De todas formas quiero ir al Zero Sum, y todavía quiero darle la oportunidad de encontrarse con nosotros.

Qhuinn sacó una chaqueta ligera de su morral y pareció absorto en sus pensamientos por un instante. Cuando dio media vuelta, ya tenía otra vez esa sonrisita del que cree que se las sabe todas.

—Tus deseos son órdenes para mí, mi príncipe.

—No me llames así.

Mientras se dirigía a la salida, John le envió un mensaje a Blay, con la esperanza de que su amigo apareciera en algún momento. Tal vez si lo presionaba bastante, Blay cedería.

—Entonces, ¿cómo debo llamarte? —dijo Qhuinn, al tiempo que saltaba para abrirle la puerta con una reverencia—. ¿Preferirías, «mi señor»?

—Déjame en paz, ¿quieres?

—¿Y qué tal esa vieja expresión de «amo»? —Al ver que John sólo lo fulminaba con la mirada, Qhuinn se encogió de hombros—. Está bien, entonces te llamaré cabezón. Pero es tu culpa, yo te di otras opciones. Hice lo que pude.