29

Lash salió de la casa de sus padres tambaleándose y con las manos ensangrentadas. Sentía las rodillas flojas y caminaba con dificultad. Cuando se tropezó con sus propios pies, bajó la mirada. Dios, también tenía sangre en la camisa y en las botas.

El señor D se bajó rápidamente del Focus.

—¿Estás herido?

Lash no podía encontrar las palabras necesarias para responder. Aturdido y tembloroso, apenas era capaz de mantenerse en pie.

—Me llevó… mucho más tiempo del que esperaba.

—Vamos, déjame subirte al coche.

Lash dejó que el hombrecillo lo llevara hasta el lado del pasajero y lo acomodara en el asiento.

—¿Qué tienes en la mano, hijo?

Lash empujó al restrictor hacia un lado, se inclinó y trató de vomitar un par de veces en el suelo. Algo negro y aceitoso salió de su boca y se escurrió por la barbilla. Lash se limpió y examinó la sustancia.

No era sangre. Al menos, no del tipo…

—Los he matado —dijo con voz ronca.

El restrictor se arrodilló frente a él.

—Claro que lo has hecho, y tu padre estará orgulloso. Esos bastardos no son tu futuro. Nosotros somos tu futuro.

Lash trató de borrar las escenas que se reproducían en su mente, una y otra vez.

—Mi madre fue la que más gritó. Cuando me vio matar a mi padre.

—Él no era tu padre. Ni ella tu madre. Eran animales. Esas cosas eran animales. Lo que has hecho es como cazar ciervos… O, mejor, ratas, ¿sabes? Alimañas. —El asesino sacudió la cabeza—. Ellos no eran como tú. Tú sólo creías que lo eran.

Lash se miró las manos. Todavía tenía el cuchillo en una. Y una cadena en la otra.

—Cuánta sangre.

—Sí, esas cosas sangran mucho, esos malditos vampiros.

Se produjo un largo silencio, que duró como un año.

—Dime, hijo, ¿hay una piscina en este lugar? —Cuando Lash asintió con la cabeza, el asesino dijo—: ¿Detrás? —Lash volvió a asentir—. Muy bien, vamos allí para que te laves. Tengo ropa limpia aquí en el coche. Te la puedes poner.

Antes de que Lash se diera cuenta de lo que sucedía, estaba en la magnífica piscina de la casa, debajo de una ducha, quitándose de encima la sangre de sus padres y observando cómo se iba por el sumidero que estaba a sus pies. También lavó el cuchillo y la cadena y, cuando salió para secarse, se puso en el cuello la cadena de acero inoxidable.

De la cadena colgaban dos placas: una era la identificación de su rottweiler y la otra el registro de las últimas vacunas contra la rabia del perro.

Luego se cambió de ropa con rapidez y pasó la billetera de su padre de los pantalones sucios a los que le había llevado el señor D. Iba a tener que quedarse con las mismas botas, pero las manchas ya se estaban oscureciendo, eran menos rojas, lo cual lo hacía más tolerable.

Salió de la piscina y se encontró al pequeño asesino sentado en una de las mesas de vidrio que había al lado de las sillas del jardín.

El restrictor saltó en cuanto lo vio.

—¿Quieres que llame a los refuerzos ya?

Lash miró hacia la mansión estilo Tudor. Cuando se dirigían a ella, tenía la intención de saquear el lugar, de llevarse todo lo que tuviera algún valor. De usar un buen grupo de lo que el Omega le había dicho que eran sus tropas para despojar el lugar hasta del papel de pared y las tablas del suelo.

Parecía lo más adecuado. Una declaración perfecta de su nuevo estatus. No sólo había que aplastar a los enemigos, también había que llevarse sus caballos y quemar sus casas, mientras se oían los lamentos de sus mujeres…

El problema era que él sabía lo que había dentro de esa casa. Mientras los cuerpos de sus padres y los doggen estuvieran ahí, era como un mausoleo y la idea de profanar el lugar, o mandar un enjambre de restrictores para que lo destruyeran, parecía demasiado inmoral.

—Quiero salir de aquí.

—Entonces, ¿volvemos después?

—Sólo sácame de aquí.

—Como quieras.

—Ésa es la respuesta correcta.

Moviéndose como un anciano, Lash caminó otra vez hasta la parte delantera de la casa y mantuvo la mirada al frente, para no ver las ventanas a medida que avanzaba.

Cuando había matado a los doggen que estaban en la cocina, había visto que en el horno había un pollo que se estaba asando. Era un horno de esos que tienen una cosita que avisa cuando el asado está listo. Después de desangrar al último de los criados, se detuvo frente a la estufa Viking y encendió la luz. La alarma del horno ya había saltado.

Así que abrió el cajón que estaba a la izquierda de la estufa y sacó dos guantes de rayas blancas y rojas de Williams-Sonoma. Apagó el horno, sacó el pollo y puso la bandeja sobre los quemadores de la estufa. Era un pollo relleno y dorado y las vísceras estaban en el fondo de la bandeja, con el fin de darle sabor a la salsa.

También apagó el fuego en el que se estaban friendo patatas.

—Sácame de aquí —dijo Lash, mientras se subía al coche y se ayudaba con las manos para meter las piernas.

Un momento después, el precario motor del Focus arrancó y comenzaron a avanzar por la senda que llevaba hasta las rejas de salida. En medio del denso silencio que se impuso en el coche, Lash sacó la billetera de su padre de los pantalones limpios que se acababa de poner, la abrió y revisó las tarjetas: ATM, Visa, una American Express negra…

—¿Adónde quieres ir? —preguntó el señor D, cuando salieron a la carretera 22.

—No lo sé.

El señor D lo miró de reojo.

—Yo maté a mi primo. Cuando tenía dieciséis años. Era un maldito desgraciado y sentí placer al hacerlo, y creo que fue una buena decisión, pero después me sentí mal. Así que no tienes que disculparte por sentirte como si hubieras hecho algo malo.

La idea de que alguien entendiera al menos algo de lo que él estaba sintiendo hizo que todo el asunto pareciera menos horrible.

—Me siento… muerto.

—Es una sensación pasajera.

—No… nunca más me voy a sentir como… Mierda, cállate y conduce, ¿de acuerdo?

Justo cuando doblaron a la derecha por la carretera 22, Lash miró la última tarjeta. Era el permiso de conducir falso de su padre. Cuando sus ojos se posaron en la foto, el estómago se le revolvió.

—¡Ve a la cuneta!

El Focus se detuvo junto al arcén. Mientras una camioneta inmensa los sobrepasaba, Lash abrió la puerta y vomitó un poco más de la mierda negra.

Se sentía perdido. Completamente perdido.

¿Qué demonios acababa de hacer? ¿Quién demonios era?

—Ya sé adónde te puedo llevar —dijo el señor D—. Si cierras la puerta, creo que te puedo llevar a un sitio en el que te vas a sentir mejor.

«Lo que sea», pensó Lash. En ese momento era capaz de aceptar sugerencias hasta de un tazón de cereales.

—A cualquier lado… menos aquí.

El Focus dio un giro casi total y se dirigió hacia el centro. Ya habían avanzado un par de kilómetros, cuando Lash miró al pequeño restrictor.

—¿Adónde vamos?

—A un lugar donde vas a poder recuperarte. Confía en mí.

Lash miró por la ventana y se sintió muy poca cosa. Entonces se aclaró la garganta y dijo:

—Manda a un escuadrón para que vaya y se lleve todo lo que no esté atornillado al suelo.

—Sí, señor.

‡ ‡ ‡

Cuando Z aparcó el Escalade frente a la mansión estilo Tudor en que Lash y sus padres vivían, Phury frunció el ceño y se quitó de inmediato el cinturón de seguridad.

«¿Qué demonios pasa?».

La puerta principal estaba abierta de par en par hacia la noche de verano, la luz que provenía de la araña del vestíbulo proyectaba un reflejo amarillo sobre el pórtico y los dos pinos perfectamente moldeados parecían erguirse en posición de firmes a cada lado de la entrada.

Muy bien, aquello, desde luego, no tenía buen aspecto. Uno podía esperar que una casa colonial llena de plantas en la puerta y gnomos entre las jardineras tuviera las ventanas abiertas de esa manera. Y que cualquier otra casa más modesta mantuviera abiertas incluso las puertas. Pero…

Pero las mansiones estilo Tudor enclavadas en un jardín perfectamente cuidado no quedaban bien con la puerta principal abierta hacia la noche. Era como si una chica estuviera exhibiendo el sostén en su primera fiesta, debido a un fallo de su guardarropa.

Phury se bajó de la camioneta y soltó una maldición. El olor a sangre fresca y a restrictores le resultaba demasiado familiar.

Zsadist empuñó una de sus pistolas mientras cerraba la puerta.

—Mierda.

A medida que comenzaron a avanzar, se fue haciendo evidente que no se dirigían a hablar con los padres de Lash acerca de lo que había ocurrido con su hijo. Lo más probable era que él y Z terminaran hallando cadáveres.

—Llama a Butch —dijo Zsadist—. Esto es la escena de un crimen.

Phury ya tenía el teléfono en la mano y estaba marcando un número.

—Estoy en ello. —Cuando el hermano contestó, dijo—: Necesitamos refuerzos aquí cuanto antes. Ha habido una infiltración.

Antes de entrar a la casa, se detuvieron para revisar la puerta. La cerradura no había sido forzada y el sistema de seguridad no indicaba nada raro.

Eso no tenía sentido. Si un asesino hubiese llegado hasta la puerta a tocar el timbre, ningún doggen lo hubiese dejado entrar. De ninguna manera. Así que los asesinos debían haber entrado por otra parte y salido por la puerta principal.

Y seguro que habían estado bastante ocupados. Sobre la inmensa alfombra oriental que adornaba el vestíbulo de suelo de mármol había un rastro de sangre… y no eran precisamente gotas, era como si alguien hubiese pintado la alfombra con un rodillo.

La raya roja iba del estudio al comedor.

Z giró a mano izquierda, hacia el estudio. Phury se dirigió a mano derecha y entró al comedor.

—Encontré los cuerpos —dijo de manera abrupta.

Phury se dio cuenta del momento en que Z vio lo mismo que él estaba mirando porque su gemelo dijo:

—Joder.

Los cadáveres de los padres de Lash estaban sentados en un par de sillas ubicadas al otro extremo de la mesa, con los hombros amarrados a la silla, para que se mantuvieran derechos. La sangre que se había escurrido desde las puñaladas que tenían en el pecho y el cuello formaba un charco a sus pies, sobre el suelo brillante.

Las velas estaban encendidas. Había vino en las copas. Sobre la mesa, entre los dos cadáveres, había un apetitoso pollo asado, tan recién salido del horno que se podía sentir el olor de la carne por encima del hedor de la sangre.

Los cuerpos de dos doggen estaban sentados en un par de sillas que había a la izquierda y a la derecha del aparador, formando una escena en que los muertos parecían estar sirviendo a los muertos.

Phury sacudió la cabeza.

—Creo que no hay más cadáveres en la casa. De haberlos, estarían alineados aquí también.

Las finas ropas de los padres de Lash estaban perfectamente en orden, como si alguien las hubiese alisado con cuidado sobre los cadáveres; el collar de perlas de tres vueltas de su madre estaba en su lugar, al igual que la corbata y la chaqueta del padre. Tenían el pelo despeinado y las heridas eran brutales, pero la ropa manchada de sangre estaba perfecta. Eran como dos muñecos aterradores.

Z le dio un puñetazo a la pared.

—Malditos bastardos enfermizos… esos condenados restrictores están locos.

—Así es.

—Registremos el resto del lugar.

Registraron la biblioteca y la sala de música y no encontraron nada. La despensa estaba intacta. La cocina mostraba evidencias de dos asesinatos, pero eso era todo, no había señales del lugar por el que habían entrado.

El segundo piso estaba intacto, con sus preciosas habitaciones salidas de una revista de decoración, sus cortinas de algodón, sus antigüedades y sus lujosos edredones. En el tercer piso había una suite digna de un rey, que, a juzgar por los manuales sobre armas y artes marciales, así como por el ordenador y el equipo de sonido, debía de ser la habitación de Lash. Estaba como una patena.

Aparte de los sitios donde habían tenido lugar los asesinatos, nada parecía fuera de orden en el resto de la casa. No faltaba nada.

Regresaron al primer piso y Zsadist examinó rápidamente los cuerpos, mientras Phury revisaba el panel principal del sistema de seguridad en el garaje.

Cuando terminó, regresó con su hermano gemelo.

—He estado revisando el sistema de alarmas. No parece haber ninguna alteración provocada por ningún código extraño o por una avería eléctrica.

—Falta la billetera del padre —dijo Z—, pero todavía tiene el reloj en la muñeca y la madre tiene el diamante en el dedo y un par de pendientes enormes en las orejas.

Phury se puso las manos en las caderas y sacudió la cabeza.

—Dos infiltraciones, aquí y en la clínica. Y en ninguna se han llevado nada de valor.

—Al menos sabemos cómo encontraron este sitio. Mierda, seguramente torturaron a Lash hasta que cantó. Es la única explicación. No debía llevar consigo su identificación cuando lo sacaron de la clínica, así que la dirección tuvo que salir de su propia boca.

Phury miró a su alrededor y revisó con detalle todo el arte que colgaba de las paredes.

—Aquí hay algo que no encaja. Lo normal es que hubieran saqueado la casa.

—Pero si se llevaron la billetera del padre, el dinero de verdad debe estar en el banco, sin duda. Si pueden acceder a esas cuentas, harían un robo mucho más limpio y mejor.

—Pero ¿por qué dejar toda esta mierda?

—¿Dónde estáis? —La voz de Rhage resonó desde el vestíbulo.

—Aquí —gritó Z.

—Tenemos que avisar a las otras familias de la glymera —dijo Phury—. Si Lash dio su propia dirección, sólo Dios sabe qué más información le habrán sacado. Esto podría tener implicaciones nunca antes vistas.

Butch y Rhage entraron al comedor y el policía sacudió la cabeza.

—Mierda, esto me recuerda a los tiempos en que trabajaba en homicidios.

—Joder… —dijo Hollywood.

—¿Sabemos cómo entraron? —preguntó el policía, mientras rodeaba la mesa.

—No, pero registremos la casa otra vez —dijo Phury—. No puedo creer que hayan entrado por la puerta principal sin más.

Los cuatro llegaron al tercer piso, a la habitación de Lash.

Phury miró la estancia, mientras la cabeza le daba vueltas.

—Tenemos que avisar a los demás.

—Bueno, mirad eso —murmuró Z y señaló con la cabeza hacia la ventana.

Abajo, en las rejas de la entrada, un coche acaba de doblar hacia la casa. Luego otro. Luego un tercero.

—Ahí están tus ladrones —dijo el hermano.

—Malditos hijos de puta —dijo Rhage con una sonrisa malévola—. Pero al menos llegan a tiempo… Necesito bajar la cena.

—Y sería una terrible descortesía no salir a recibirlos a la puerta —masculló Butch.

De manera instintiva, Phury hizo el gesto de abrirse la chaqueta, pero en ese momento recordó que no llevaba armas encima, ni siquiera tenía sus dagas.

Hubo un instante de tensión, durante el cual nadie lo miró, así que dijo:

—Volveré al complejo y avisaré a las otras familias de la glymera. También informaré a Wrath de lo que está ocurriendo.

Los otros tres asintieron y salieron corriendo hacia las escaleras.

Mientras los demás corrían a dar la bienvenida a los restrictores, Phury le echó un último vistazo a la habitación y pensó que le gustaría poder acompañar a sus hermanos y matar a los desgraciados que habían hecho aquello.

En ese momento el hechicero lo abordó desde el fondo de su mente:

«Ellos ya no quieren pelear contigo a su lado, porque no pueden confiar en ti. Y los soldados no quieren el respaldo de alguien a quien no le tienen fe. Afróntalo, socio, estás acabado en este lado. La pregunta es: ¿cuánto tiempo pasará antes de que la cagues también con las Elegidas?».

Cuando estaba a punto de desmaterializarse, Phury frunció el ceño.

Al otro lado de la habitación, la manija de bronce de uno de los cajones de la cómoda tenía una mancha extraña.

Se acercó para mirar con más cuidado. Era una mancha marrón… sangre seca.

Abrió el cajón y vio que los objetos que había dentro tenían huellas de dedos manchados de sangre: el reloj Jacob & Co. rodeado de brillantes que Lash solía usar antes de su transición tenía huellas de dedos, al igual que una cadena de diamantes y un pesado piercing. Era evidente que habían sacado algo del cajón, pero ¿por qué un restrictor dejaría esas otras cosas tan valiosas? Era difícil imaginar qué podía ser más valioso que todos esos diamantes y, a la vez, lo suficientemente pequeño para caber en un espacio tan reducido.

Phury le echó un vistazo al Sony Vaio y al iPod… y a la otra docena de cajones que había en la habitación, sumando los del escritorio y la cómoda y las mesitas de noche. Todos estaban perfectamente bien cerrados.

—Tienes que marcharte.

Phury dio media vuelta. Z estaba de pie en el umbral, con el arma en la mano.

—Lárgate ya de aquí, Phury. No estás armado.

—Pero podría estarlo —dijo y fijó la mirada en el escritorio, donde había un par de cuchillos sobre los libros—. En un segundo.

—Vete. —Z enseñó sus colmillos—. Esta vez no nos vas a ayudar.

Los primeros sonidos de la pelea llegaron desde la escalera, en forma de gruñidos e insultos.

Mientras que su gemelo corría a defender a la raza, Phury lo vio irse. Luego se desmaterializó desde la habitación de Lash, con destino a la oficina del centro de entrenamiento.