28

Qhuinn estaba absolutamente seguro de que sus pelotas formaban parte del menú de la cena que Wrath tomaría esta noche, pero eso no impidió que se asombrara al ver el centro de entrenamiento de la Hermandad. Parecía una pequeña ciudad hecha de bloques de piedra que tenían el tamaño del torso de un hombre, con ventanas que parecían reforzadas con titanio o alguna mierda parecida. Las gárgolas que rodeaban el techo y hasta las sombras eran perfectas. Exactamente lo que uno esperaría.

—¿Señor? —dijo el mayordomo, al tiempo que hacía un gesto hacia la puerta principal, que parecía digna de una catedral—. ¿Podemos entrar? Debo seguir con mi trabajo en la cocina.

—¿En la cocina?

El doggen comenzó a hablar más despacio, como si estuviera dirigiéndose a un débil mental.

—Soy el cocinero de la Hermandad y también me ocupo de esta mansión, su casa.

«Puta mierda»… No era el centro de entrenamiento; era la casa donde vivían los hermanos.

«Bueno, claro. Mira esa cantidad de dispositivos de seguridad». Había cámaras encima de todas las puertas y debajo del techo; y la muralla que rodeaba el jardín parecía salida de una película sobre Alcatraz. Dios, Qhuinn se imaginaba que en cualquier momento iba a aparecer una jauría de perros de presa enseñando los colmillos.

Pero, claro, tal vez los perros todavía estaban royendo los huesos del último visitante que habían convertido en picadillo.

—¿Señor? —repitió el mayordomo—. ¿Seguimos?

—Sí… sí, claro. —Qhuinn tragó saliva y empezó a caminar, listo a enfrentarse al rey—. Ah, oye, voy a dejar mis cosas en el coche.

—Como desee, señor.

Joder, gracias a Dios, Blay no tendría que presenciar lo que estaba a punto de ocurrir…

En ese momento se abrió uno de los batientes de la gigantesca puerta y una cara familiar alzó la mano a modo de saludo.

«Ah, genial». Blay se iba a perder el espectáculo, pero evidentemente John iba a estar en primera fila.

John tenía puestos unos vaqueros y una de las camisas anchas de botones que habían comprado en Abercrombie. Sus pies descalzos se veían muy pálidos sobre las escaleras de piedra negra y parecía relativamente tranquilo, lo cual resultaba un poco irritante. Al menos, el maldito podría haber tenido la elegancia de padecer sudores fríos o sufrir un ataque de diarrea.

—Hola —dijo John por señas.

—Hola.

John dio un paso atrás para dejar seguir a su amigo.

—¿Cómo vas?

—Desearía ser fumador. —Pensó que así podría postergar lo que le esperaba mientras se fumaba un cigarrillo.

—Pero no lo eres. Odias el tabaco.

—Cuando esté frente al pelotón de fusilamiento creo que voy a reconsiderar eso.

—Cállate.

Qhuinn entró a un vestíbulo que le hizo sentirse horriblemente mal vestido, con ese suelo de mármol ajedrezado y su lámpara de araña. ¿Acaso estaba hecha de oro de verdad? Probablemente.

«Menuda mierda», pensó, al tiempo que frenaba en seco.

El vestíbulo que tenía frente a sus ojos parecía el de un verdadero palacio. Algo propio de la realeza rusa, con esos colores brillantes y todo bañado en oro y ese suelo de mosaico y los murales en el techo… O, mierda, tal vez parecía más bien salido de una novela de Danielle Steel, con todas esas románticas columnas de mármol y espacios abovedados.

No era que él hubiese leído ninguno de sus libros, claro.

Bueno, está bien, sí había leído aquella novela, pero cuando tenía doce años y estaba enfermo, y sólo se había concentrado en los pasajes de sexo.

—Aquí arriba —dijo una voz profunda que resonó por todo el vestíbulo.

Qhuinn miró hacia lo alto de una escalera ornamentada. Plantado sobre sus botas de combate, como si fuera el dueño del mundo, estaba el rey, vestido con pantalones de cuero negro y una camiseta también negra.

—Vamos, acabemos con esto —ordenó Wrath.

Qhuinn tragó saliva y siguió a John hasta el segundo piso.

Cuando llegaron arriba, Wrath habló.

—Sólo quiero hablar con Qhuinn. John, tú espera aquí.

John comenzó a hablar por señas.

—Pero quiero ser su testigo…

Sin embargo, Wrath dio media vuelta.

—No. No va a haber nada de eso.

«Mierda», se dijo Qhuinn. ¿Acaso no le iban a permitir ni siquiera defenderse?

—Te estaré esperando —dijo John por señas.

—Gracias, amigo.

Qhuinn se quedó mirando hacia la habitación cuyas puertas acababa de atravesar el rey. La estancia que tenía ante él era… bueno, parecía la clase de lugar que le habría encantado a su madre: con paredes azul claro, muebles delicados y muy femeninos y lámparas de lágrimas de cristal que parecían zarcillos.

Desde luego, no era exactamente el tipo de lugar en el que uno esperaría ver a Wrath.

Cuando el rey se sentó detrás de un delicado y lujoso escritorio, Qhuinn entró, cerró las puertas y entrelazó las manos por delante. Mientras esperaba, le pareció que toda la situación era surrealista. Y no podía entender cómo su vida había llegado a semejante punto.

—¿Fue tu intención matar a Lash? —preguntó Wrath.

Al parecer, no iba a haber ninguna declaración preliminar.

—Eh…

—Responde sí o no.

Qhuinn repasó las posibles respuestas en rápida sucesión: «No, claro que no, el cuchillo se movió por voluntad propia y en realidad yo estaba tratando de detenerlo… No, sólo quería afeitarlo… No, no pensé que cortarle la yugular a alguien pudiera causarle la muerte…».

Qhuinn se aclaró la garganta una vez. Dos veces.

—Sí, era mi intención.

El rey cruzó los brazos sobre el pecho.

—Si Lash no hubiese tratado de bajarle los pantalones a John, ¿habrías hecho lo mismo?

Qhuinn sintió que sus pulmones dejaban de funcionar por un momento. No debería sorprenderle el hecho de que el rey supiera exactamente lo que había ocurrido, pero, mierda, oír cómo lo decía de manera tan cruda resultaba impactante. Además, hablar de todo el asunto era difícil, considerando lo que Lash había dicho y hecho. Después de todo, se trataba de John.

—¿Y bien? —dijo el rey desde el escritorio—. Si Lash no estuviera tratando de bajarle los pantalones a John, ¿le habrías cortado el cuello?

Qhuinn trató de organizar sus ideas.

—John nos dijo a Blay y a mí que nos mantuviéramos al margen y yo estaba dispuesto a hacerlo mientras se tratara de una pelea justa. Pero… —Qhuinn sacudió la cabeza—. No. Eso que Lash hizo no fue justo. Fue como sacar un arma escondida.

—Pero no tenías que matarlo… Podrías habérselo quitado a John de encima y poco más. Golpearlo un par de veces. Dejarlo fuera de combate.

—Cierto.

Wrath estiró un brazo hacia un lado, como para relajarse, y el hombro crujió.

—Ahora vas a ser completamente honesto conmigo. Si mientes, lo sabré porque puedo oler la mentira. —Los ojos de Wrath relampaguearon detrás de sus cristales oscuros—. Soy muy consciente de que odiabas a tu primo. ¿Estás seguro de que no lo atacaste de esa manera tan brutal para solucionar tus propios problemas?

Qhuinn se pasó una mano por el pelo y trató de recordar todo lo posible lo que había sucedido. Había vacíos en sus recuerdos, espacios en blanco creados por la maraña de emociones que lo llevaron a agarrar su cuchillo y abalanzarse sobre Lash, pero lo que recordaba era suficiente.

—Para serte sincero… Mierda, no podía permitir que Lash humillara a John de esa manera, ni que le hiciera daño. ¿Sabes? Él se quedó paralizado. Cuando Lash comenzó a bajarle los pantalones, John se quedó quieto. Los dos estaban en la ducha y John estaba contra la pared y de repente se quedó totalmente inmóvil. No sé si Lash habría seguido adelante con… Bueno, ya sabes… porque no sé qué estaría pensando, pero sí sé que Lash era perfectamente capaz de hacerlo. —Qhuinn tragó saliva—. Vi lo que iba a suceder, vi que John no iba a poder defenderse y… fue como si todo quedara en blanco… Yo sólo, mierda, tenía el cuchillo en la mano y de repente estaba sobre Lash y todo pasó en un segundo. ¿Quieres la verdad? Sí, claro que odiaba a Lash, pero no me importa quién tratara de hacerle esa mierda a John. Habría atacado al que fuera. Y antes de que continúes con el interrogatorio, ya sé cuál es tu siguiente pregunta.

—¿Y tu respuesta es?

—Sí, lo volvería a hacer.

—¿Estás seguro?

—Sí. —Qhuinn miró hacia las paredes azul claro que lo rodeaban y pensó que no parecía correcto estar hablando de cosas tan horribles en una habitación tan increíblemente hermosa—. Supongo que eso me convierte en un asesino impenitente, ¿cierto? Entonces, ¿qué vas a hacer conmigo? Y, ah, probablemente ya lo sabes, pero mi familia me ha repudiado.

—Sí, ya me he enterado.

Se produjo un largo silencio y Qhuinn se pasó todo el tiempo mirándose las botas y sintiendo las palpitaciones de su corazón dentro del pecho.

—John quiere que te quedes aquí.

Qhuinn clavó los ojos en el rey.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

—Pero tú no puedes permitirlo. No hay manera de que me quede aquí.

Al oír eso, Wrath frunció el ceño.

—¿Perdón?

—Eh… lo lamento. —Qhuinn cerró la boca y se recordó que el hermano era el rey, lo cual significaba que podía hacer lo que le diera la gana, incluso cambiarle el nombre al sol y a la luna, si quería, u ordenar que la gente lo saludara metiéndose el pulgar por el culo… o aceptar bajo su techo a una escoria como Qhuinn, si tenía ganas.

En el mundo vampiro, el rey tenía carta blanca.

Además, ¿por qué diablos iba a negarse a algo que podía ayudarlo?

Wrath se puso de pie y Qhuinn tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder, aunque todavía los separaban al menos ocho metros de alfombra.

Por Dios, el vampiro era un gigante de verdad.

—Hace cerca de una hora hablé con el padre de Lash —dijo Wrath—. Tu familia le ha dicho que no van a pagar la indemnización. Como te repudiaron, dicen que la deuda es tuya. Cinco millones.

—¿Cinco millones?

—Lash fue capturado por los restrictores anoche. Nadie cree que vaya a regresar. Estás acusado de homicidio culpable, bajo la suposición de que los asesinos no se habrían molestado en llevarse un cadáver.

—Vaya… —mierda, eso era mucho dinero—. Lo único que tengo es lo que llevo encima y otra muda que tengo en la mochila. Si quieren quedarse con eso, bien pueden hacerlo…

—El padre de Lash es muy consciente de tu situación financiera. En consecuencia, quiere que te conviertas en un sirviente permanente de su casa.

Qhuinn sintió que se quedaba sin sangre en el cerebro. Un esclavo… ¿por el resto de su vida? ¿Y sirviendo a los padres de Lash?

—Desde luego, eso sería —siguió Wrath— después de que salieras de prisión. Y, de hecho, aunque casi nadie lo sabe, la raza todavía tiene una funcionando. Al norte de la frontera con Canadá.

Qhuinn se quedó completamente aturdido. Por Dios, la vida podía terminar de maneras tan distintas, pensó. La muerte no era el único final posible.

—¿Qué piensas de todo esto? —murmuró Wrath.

Una cárcel… Dios sabe dónde y Dios sabe por cuánto tiempo. Y después la esclavitud… en una casa de gente que lo odiaría hasta que se muriera.

Qhuinn pensó en esa caminata a través del túnel en la casa de Blay y en la decisión que había tomado al salir.

—Tengo los ojos de dos colores distintos —susurró, mientras levantaba su mirada de pánico hacia el rey—. Pero tengo honor. Haré lo que haya que hacer para reparar lo que hice… siempre y cuando —dijo, con un súbito vigor— nadie me obligue a disculparme. Eso… eso no lo puedo hacer. Lo que Lash hizo estuvo muy mal. Fue intencionalmente cruel y buscaba arruinar la vida de John. No me arrepiento. No me arrepiento de nada.

Wrath salió de detrás del escritorio y atravesó la habitación a zancadas. Al pasar por el lado de Qhuinn, dijo con tono enérgico:

—Buena respuesta, hijo. Espera ahí afuera con tu amigo. Estaré con vosotros en unos momentos.

—¿Cómo?

El rey abrió la puerta e hizo un gesto de impaciencia con la cabeza.

—Fuera. Ya.

Qhuinn salió a trompicones de la habitación.

—¿Cómo ha ido todo? —dijo John saltando de la silla en la que estaba sentado, contra la pared del corredor—. ¿Qué ha pasado?

Mientras miraba a su amigo, Qhuinn decidió que no estaba dispuesto a contarle que iba a ir a la cárcel y después quedaría bajo la custodia de los padres de Lash, para ser torturado durante el resto de sus días.

—Bueno, no tan mal.

—Estás mintiendo.

—No.

—Estás blanco como la leche.

—Hombre, ayer me operaron, ¿recuerdas?

—Venga, por favor. ¿Qué está sucediendo?

—Para serte sincero, no tengo ni idea…

—Disculpadme. —Beth, la reina, se acercó con una expresión seria. Llevaba en las manos una caja de cuero larga y plana—. Necesito entrar.

Se hicieron a un lado, la reina entró al gran despacho y cerró la puerta.

John y Qhuinn esperaron. Luego esperaron un poco más… y otro poco más.

Sólo Dios sabía lo que estaba pasando. Seguramente la reina y el rey se estaban tomando su tiempo para redactar todo aquello de «vaya directamente a la cárcel sin pasar por la casilla de salida».

John sacó el teléfono, como si necesitara hacer algo con las manos, y frunció el ceño al revisar la pantalla. Mandó un mensaje a alguien y se volvió a guardar el aparato en el bolsillo.

—¡Qué extraño que Blay no dé señales de vida!

«En realidad no», pensó Qhuinn, sintiéndose un hijo de puta.

De pronto el rey abrió las puertas de par en par.

—Venid para acá otra vez.

Se oyó el ruido de sus pisadas y entonces Wrath se encerró con ellos. Regresó a su escritorio, se sentó y puso sus botas enormes sobre la montaña de papeles que tenía delante. Cuando Beth se ubicó a su lado, levantó el brazo y le agarró la mano.

—Muchachos, ¿estáis familiarizados con el término ahstrux nohtrum? —Al ver que los dos chicos negaban con la cabeza como un par de idiotas, Wrath sonrió con sorna—. Se trata de una función un tanto anticuada. Es una especie de guardia privado, pero con la diferencia de que a este tipo de guardias se les permite usar la fuerza de manera indiscriminada cuando están protegiendo a sus amos. Son una especie de asesinos autorizados.

Qhuinn tragó saliva, y se preguntó qué demonios tenía que ver todo eso con John y él.

El rey siguió:

—Los ahstrux nohtrum sólo pueden ser nombrados mediante decreto real. Es algo así como cuando el Servicio Secreto de Estados Unidos asigna una misión de protección especial. El protegido debe ser una persona importante y el guardia debe ser capaz de cumplir la misión. —Wrath besó la mano de su reina—. Una persona importante es alguien cuya presencia resulta significativa a juicio del rey. Es decir, a mi juicio. Pues bien… mi shellan, aquí presente, es la cosa más preciada del mundo y no hay nada que yo no esté dispuesto a hacer para asegurarme de que su corazón esté tranquilo. Además, ella es la reina de la raza. Por lo tanto, su único hermano definitivamente entra dentro de la categoría de persona importante.

—En lo que respecta al guardia cualificado… Resulta que sé que, de todos los estudiantes que participan en el programa de entrenamiento, tú, Qhuinn, eres el mejor luchador, aparte de John. Eres tenaz en el combate cuerpo a cuerpo y un gran elemento en el campo de tiro. —En ese momento la voz del rey adquirió un tono irónico—. Además, todos conocemos ya tus grandes habilidades con el cuchillo, ¿no es así?

Qhuinn sintió una extraña sensación que lo recorría de pies a cabeza, como si la niebla se hubiese disipado y de repente se abriera un camino inesperado para salir del oscuro bosque. Se agarró del brazo de John para ayudarse a mantener el equilibrio, aunque ese gesto lo hiciera quedar como un absoluto pelele.

—Sin embargo, hay una condición —dijo el rey—. Se espera que los ahstrux nohtrum estén dispuestos a sacrificar su vida por aquel a quien protegen. Si las cosas llegan a un punto crítico, ellos deben recibir el golpe mortal. Ah, y es un compromiso que dura toda la vida, a menos que yo disponga otra cosa. Yo soy el único que puede liberarlos de su misión y su promesa, ¿entendido?

Qhuinn respondió casi como un autómata.

—Por supuesto. Claro.

Wrath sonrió y tendió la mano hacia la caja que Beth había llevado. Entonces sacó un grueso fajo de papeles que llevaban al final un sello dorado con cintas rojas y blancas.

—Venid, echadle un vistazo a esto. —Sin ninguna ceremonia, lanzó el documento de aspecto oficial hasta el otro extremo del escritorio.

Qhuinn y John se inclinaron al unísono. En Lengua Antigua, el documento disponía que…

—Puta… mierda —dijo Qhuinn entre dientes y enseguida miró a Beth—. Lo siento, no fue mi intención ser grosero.

Ella sonrió y besó a su hellren en la cabeza.

—No te preocupes. He oído cosas peores.

—Y mirad la fecha —dijo Wrath.

Tenía una fecha antigua… el documento estaba datado dos meses atrás. De acuerdo con el documento, Qhuinn, hijo de Lohstrong, venía funcionando como el ahstrux nohtrum de John Matthew, hijo de Darius, hijo de Marklon, desde el pasado mes de junio.

—Soy un auténtico desastre con el papeleo —dijo Wrath arrastrando las palabras—. Y se me olvidó contaros lo que estaba pasando. Culpa mía. Ahora, por supuesto, eso significa que tú, John, eres responsable de pagar la indemnización, pues el protegido tiene que asumir todos los gastos en que se incurra para protegerlo.

John terció enseguida:

—Claro, yo pagaré…

—No, esperad —interrumpió Qhuinn—. John no tiene todo ese dinero…

—En este momento, tu amigo, aquí presente, tiene cerca de cuarenta millones, así que puede pagar eso sin problema.

Qhuinn miró a John.

—¿Qué? ¿Entonces cómo es que estás trabajando en la oficina para poder comprarte ropa?

—¿A nombre de quién hago el cheque? —dijo John por señas, haciendo caso omiso de Qhuinn.

—A nombre de los padres de Lash. En calidad de Directora Financiera de la Hermandad, Beth te dirá de qué cuenta sacarlo, ¿no es así, leelan? —Wrath apretó la mano de la reina y le dedicó una sonrisa. Cuando volvió a fijar sus ojos en Qhuinn y John, la expresión de dulzura se desvaneció—. Qhuinn se mudará a la casa desde este mismo momento y tendrá un salario de setenta y cinco mil al año, que tú le pagarás. Qhuinn, estás completamente fuera del programa de entrenamiento, pero eso no significa que los hermanos o yo no podamos… en fin, no sé, luchar contigo de vez en cuando para mantenerte en forma. Después de todo, siempre cuidamos a los nuestros. Y ahora tú eres uno de los nuestros.

Qhuinn respiró profundamente una vez. Y luego otra. Y luego…

—Yo… necesito sentarme.

Como un completo debilucho, fue tambaleándose hasta uno de los elegantes sofás azules. Todo el mundo lo miraba como si estuvieran a punto de ofrecerle una bolsa de papel para ayudarlo a respirar o un paquete de pañuelos para las lágrimas. Se llevó la mano a la zona donde lo habían operado, con la esperanza de que pareciera que lo que lo estaba afectando era la herida y no sus emociones.

El problema era que… no parecía capaz de llevar aire a sus pulmones. No estaba seguro de qué era lo que estaba entrando por su boca, pero, fuera lo que fuese, no servía para disipar la sensación de mareo ni el ardor que sentía en la caja torácica.

Curiosamente, quien se le acercó y se agachó frente a él fue Wrath. No John ni la reina. La imagen del rey apareció de repente frente a sus ojos aguados, y ni las gafas oscuras ni la expresión de ferocidad parecían coincidir con el tono tan suave con que le habló.

—Pon la cabeza entre las piernas, hijo. —La mano del rey aterrizó sobre su hombro y lo empujó delicadamente hacia abajo—. Vamos, hazlo.

Qhuinn hizo lo que le decían y de pronto comenzó a temblar con tanta fuerza que, de no haber sido porque la inmensa mano de Wrath lo estaba sosteniendo, se habría caído al suelo.

No iba a llorar. Se negaba a derramar una sola lágrima. Así que en lugar de eso comenzó a jadear y a temblar y quedó empapado en sudor frío.

En voz muy baja, que sólo Wrath pudo oír, susurró:

—Pensé… que estaba solo en el mundo.

—Nada de eso —respondió Wrath con el mismo tono de voz—. Como te he dicho, ahora eres uno de los nuestros, ¿me entiendes?

Qhuinn levantó los ojos.

—Pero yo soy un don nadie.

—Ah, a la mierda con eso. —El rey sacudió la cabeza lentamente—. Salvaste el honor de John. Así que, no lo diré más, eres parte de la familia, hijo.

Qhuinn miró entonces a Beth y a John, que estaban de pie, uno al lado del otro. A través de los ojos todavía aguados, vio el parecido de sus rasgos, con ese cabello oscuro y esos profundos ojos azules.

La Familia…

Entonces Qhuinn se enderezó, se puso de pie y se estiró hasta alcanzar toda su estatura. Al tiempo que se arreglaba la camisa y después el pelo, recuperó la compostura y se acercó a John.

Con los hombros firmes, le tendió la mano a su amigo.

—Daré mi vida por ti. Con o sin ese pedazo de papel.

En cuanto salieron de su boca esas palabras, Qhuinn se dio cuenta de que era la primera cosa importante que decía después de convertirse en un macho completamente adulto, la primera promesa que hacía en la vida. Y no podía pensar en nadie mejor a quien ofrecérsela, excepto, tal vez, Blay.

John bajó la vista y estrechó la mano que le ofrecían, con fuerza y determinación. No se abrazaron ni dijeron nada más.

—Y yo por ti —dijo John modulando las palabras con los labios, cuando sus miradas se cruzaron—. Y yo por ti.

‡ ‡ ‡

—Puedes preguntarme por Phury si quieres. Cuando termines con eso.

Cormia se enderezó después de encender una vela blanca y echó un vistazo a la estancia. Bella estaba acostada de espaldas en la cama inmensa que estaba al otro extremo de la habitación, y tenía una mano pálida y delicada sobre la barriga.

—De verdad, puedes hacerlo —disintió Bella con una sonrisa—. Eso me dará otra cosa en qué pensar. Y eso es algo que necesito en este preciso momento.

Cormia apagó la cerilla.

—¿Cómo sabes que estaba pensando en él?

—Tienes lo que llamo «cara de síndrome masculino». Que es la cara que pones cuando estás pensando en tu macho y, una de dos, o quieres darle una patada en el culo o quieres abrazarlo hasta que no pueda respirar.

—El Gran Padre no es mío. —Cormia cogió el incensario dorado y lo movió tres veces alrededor de la vela. Luego recitó un cántico corto pero insistente, en el cual le pedía a la Virgen Escribana que velara por Bella y su hijo.

—Él no me ama —dijo Bella—. No, de verdad.

Cormia puso el incensario en una mesa que estaba situada en el extremo más oriental de la habitación y se cercioró dos veces de que las tres velas tuvieran llamas grandes y fuertes.

El pasado, el presente y el futuro.

—¿No has oído lo que te he dicho? Él no me ama.

Cormia cerró los ojos con fuerza.

—Creo que te equivocas con respecto a eso.

—Sólo cree que me ama.

—Con el debido respeto…

—¿Tú lo deseas?

Cormia se ruborizó, mientras recordaba lo que había sucedido en la sala de proyecciones. Entonces revivió lo que había sentido al tocarlo… el poder que había sentido al tener el sexo del Gran Padre en su mano… la forma en que la boca de él había acariciado su seno.

Bella soltó una risita.

—Supongo que eso es un sí.

—Virgen santísima, no sé qué decir.

—Ven, siéntate conmigo. —Bella dio un golpecito en la cama, para que Cormia se sentara a su lado—. Déjame hablarte de él. Te contaré por qué estoy segura de que no me ama.

Cormia sabía que si aceptaba la invitación de Bella y escuchaba por qué el Gran Padre no podía sentir lo que creía que sentía, sólo terminaría más enredada en sus sentimientos hacia él.

Así que, naturalmente, fue a sentarse sobre la cama, al lado de Bella.

—Phury es una buena persona. Una gran persona. Ama a los demás profundamente, pero eso no significa que esté enamorado de todos los que le importan. Si os tomáis un tiempo…

—Pronto me iré de aquí.

Bella levantó las cejas con sorpresa.

—¿Para el Otro Lado? ¿Por qué?

—Llevo mucho tiempo aquí. —Era muy difícil reconocer que la habían hecho a un lado. En especial decírselo a Bella—. Ya he estado aquí… lo suficiente.

Bella pareció entristecerse.

—¿Y Phury también se va a marchar?

—No lo sé.

—Bueno, pero tendrá que volver para luchar, ¿no?

—Ah… sí. —Era evidente que Bella todavía no sabía que lo habían expulsado de la Hermandad, y no era momento para darle una sorpresa desagradable.

Bella se acarició la barriga.

—¿Alguien te ha dicho por qué Phury se convirtió en el Gran Padre en lugar de Vishous?

—No. Ni siquiera me enteré de que había habido una sustitución, hasta que el Gran Padre estuvo conmigo en el templo.

—Vishous se enamoró de la doctora Jane justo por la misma época en que todo eso estaba sucediendo. Phury no quería que los separaran, así que se ofreció a reemplazarlo. —Bella sacudió la cabeza—. El problema con Phury es que siempre pone los intereses de los demás por encima de los suyos. Siempre. Es su naturaleza.

—Lo sé. Por eso lo admiro tanto. De donde yo vengo… —Cormia hizo un esfuerzo para encontrar las palabras correctas—. Para las Elegidas, la generosidad es el mayor de los valores. Servimos a la raza y a la Virgen Escribana y, al hacerlo, nos alegra anteponer el bien general a nuestros intereses personales. La mayor virtud es sacrificarte por el bien común, por algo más importante que el yo individual. Eso es lo que hace el Gran Padre. Creo que eso es…

—¿Sí?

—Ésa es la razón por la cual lo respeto tanto. Bueno, eso y su… su…

Bella se rió con sorna.

—Su inteligencia, ¿verdad? Desde luego, no tiene nada que ver con esos ojos amarillos ni esa magnífica melena.

Cormia se imaginó que si el color de sus mejillas ya había hablado una vez por ella, bien podía hacerlo otra vez.

—No hace falta que respondas —dijo Bella con una sonrisa—. Phury es un macho muy especial, ya lo sé. Pero, volviendo al tema de la generosidad, esto es lo que sucede. Si pasas demasiado tiempo centrándote sólo en los demás, terminas por perderte a ti mismo. Precisamente por eso me preocupa tanto Phury, porque él es así. Pero sé que no me ama de verdad. Piensa que yo salvé a su gemelo, que gracias a mí su hermano pudo superar su terrible pasado, y me está agradecido. Sí, lo que siente es gratitud. Una gratitud inmensa, que lo hace idealizarme. Pero no es amor de verdad.

—Pero ¿cómo estás tan segura?

Hubo un momento de vacilación.

—Pregúntale sobre sus relaciones con las hembras. Lo entenderás.

—¿Ha estado enamorado muchas veces? —Cormia se preparó para la respuesta.

—En absoluto. —Bella seguía acariciándose la barriga—. Esto no es de mi incumbencia, pero de todas maneras te lo voy a decir. A excepción de mi hellren, no hay ningún otro macho a quien estime más que a Phury y tú me pareces una persona muy agradable. Si él sigue viviendo aquí, espero que tú también lo hagas. Me gusta la manera en que lo miras. Y, de verdad, me gusta mucho cómo te mira él.

—Me ha hecho a un lado.

Bella levantó la cabeza.

—¿Qué?

—Ya no soy la Primera Compañera.

—Maldición.

—Así que realmente debería regresar al santuario. Aunque sea para facilitarle las cosas a quien elija para reemplazarme.

Cormia sabía que eso era lo correcto y lo que debía decir, pero no era lo que sentía realmente. Y aunque sus palabras decían una cosa, su voz decía otra y hasta ella se dio cuenta de la contradicción.

Curioso, la costumbre de decir una cosa mientras se guardaba lo que realmente pensaba era una habilidad que había cultivado a lo largo de toda su vida en el Otro Lado. Allí, mentir era tan fácil y cómodo como ponerse siempre el mismo vestido blanco, o recogerse el pelo, o recitar mecánicamente los textos ceremoniales.

Pero ahora era más difícil.

—No quiero ofenderte —dijo Bella—, pero mi medidor de sandeces está llegando al tope.

—¿Medidor… de sandeces?

—Me estás diciendo mentiras. Mira, ¿puedo ofrecerte un consejo, aunque no me lo hayas pedido?

—Claro.

—No te dejes devorar por toda esa historia de las Elegidas. Si de verdad crees en lo que te enseñaron, entonces está bien. Pero si descubres que todo el tiempo estás peleando contra una vocecita interna, entonces ése no es tu lugar. Saber mentir no es ninguna virtud.

Tenía razón, pensó Cormia. Eso era lo que siempre había tenido que hacer. Mentir. O al menos simular.

Bella se movió sobre los almohadones y se enderezó.

—No sé cuántas cosas has podido oír sobre mí, pero tengo un hermano. Rehvenge. Es un tío difícil y testarudo, siempre lo ha sido, pero yo lo quiero mucho y estamos muy unidos. Mi padre murió cuando yo tenía cuatro años y, desde entonces, Rehv se hizo cargo de la casa, de mi madre y de mí. Rehv nos cuidaba mucho, pero también era demasiado dominante, así que, después de un tiempo, terminé abandonando la casa familiar. Tuve que hacerlo… Rehv me estaba volviendo loca. Dios, deberías haber visto las peleas que teníamos. Las intenciones de Rehv eran buenas, pero él es de la vieja escuela, muy tradicional, lo cual significaba que siempre quería tomar todas las decisiones.

—Parece una persona muy valiosa, de todas formas.

—Ah, claro que lo es. Pero el problema era que, después de pasar veinticinco años bajo su dominio, yo sólo era su hermana, no yo misma. No sé si entiendes lo que quiero decir. —Bella estiró el brazo y agarró la mano de Cormia—. Lo mejor que he hecho fue alejarme de allí y así tener la oportunidad de conocerme a mí misma. —Una extraña sombra cruzó por sus ojos—. No fue fácil y eso tuvo algunas… consecuencias. Pero pese a todo lo que tuve que pasar, mi mejor recomendación es que descubras quién eres de verdad. Quiero decir, ¿sabes quién eres tú como persona?

—Soy una Elegida.

—¿Y qué más?

—Eso es… todo.

Bella le apretó la mano.

—Piensa un poco en ti, Cormia, y comienza por cosas pequeñas. Cosas como: ¿cuál es tu color favorito? ¿Qué te gusta comer? ¿Eres una madrugadora nata? ¿Qué te hace feliz? ¿Qué te entristece?

Cormia miró hacia el incensario que había dejado al otro lado de la habitación y pensó en todas las oraciones que conocía, oraciones que cubrían cualquier eventualidad. Y en los cantos. Y en las ceremonias. Tenía a su disposición todo un vocabulario espiritual, que se componía, no sólo de palabras, sino también de acciones.

Y eso era todo. ¿O no?

Entonces clavó sus ojos en los de Bella.

—Sé que… me gustan las rosas color lavanda. Y me gusta construir cosas, mentalmente primero, y en la práctica después.

Bella sonrió y luego trató de reprimir un bostezo con el dorso de la mano.

—Eso, amiga mía, es un buen comienzo. Entonces, ¿quieres terminar de ver Project Runway? Si la tele está encendida, te sentirás menos incómoda al sumergirte en tus propios pensamientos mientras estás conmigo, y Fritz todavía tardará al menos otros veinte minutos en subir con la cena.

Cormia se recostó en las almohadas al lado de su… amiga. No su hermana, su… amiga.

—Gracias, Bella. Muchas gracias.

—De nada. Y me encanta el incienso. Resulta muy relajante.

Bella apuntó con el mando a distancia hacia la pantalla plana y oprimió algunos botones y Tim Gunn apareció en el taller de costura, con ese pelo plateado tan perfecto como la ropa recién planchada. Frente a él, uno de los diseñadores sacudía la cabeza y examinaba un vestido rojo parcialmente confeccionado.

—Gracias —dijo Cormia otra vez, pero sin mirarla.

Bella tendió la mano y le dio un apretón a la de Cormia, mientras las dos se concentraban en la pantalla.