27
En el segundo piso de la mansión de la Hermandad, Cormia estaba sentada en el suelo de su habitación, enfrente de la construcción que había comenzado la noche anterior, con una caja de palillos en la mano y un recipiente lleno de guisantes al lado. Sin embargo, no estaba utilizando ninguna de las dos cosas. Lo único que estaba haciendo desde quién sabe cuándo era abrir y cerrar la tapa de la caja… abrir y cerrar… abrir y cerrar.
Sintiéndose estancada y casi inmóvil, llevaba un buen tiempo jugando con la caja y su dedo ya estaba dejando una marca sobre la tapa.
Si ya no era la Primera Compañera, ya no tenía ningún motivo para quedarse en este lado. Ya no estaba ejerciendo ninguna función oficial y, por lo tanto, debería regresar al santuario, a meditar y rezar y servir a la Virgen Escribana al lado de sus hermanas.
No pertenecía a esta casa ni a este mundo. Nunca había pertenecido allí.
Luego pasó su atención de la caja a la estructura que había armado, se fijó en las unidades y pensó en las Elegidas y su red de funciones, que iban desde seguir el calendario espiritual, adorar a la Virgen Escribana, registrar Sus palabras y Su historia… hasta traer al mundo a los futuros hermanos y las futuras Elegidas.
Mientras se imaginó su vida en el santuario, sintió como si estuviera retrocediendo, no regresando a casa. Y, curiosamente, lo que debería hacerla sentirse peor, el hecho de haber fracasado como Primera Compañera, no era lo que la entristecía.
Cormia tiró la caja de palillos al suelo. Cuando aterrizó, la tapa se abrió y los palillos amarillos salieron volando y se esparcieron por el suelo.
Discordia. Desorden. Caos.
Entonces recogió lo que había tirado, arreglando el desorden, y decidió que tenía que hacer lo mismo con su vida. Hablaría con el Gran Padre, empacaría sus tres túnicas y se iría.
Cuando puso el último palillo dentro de la caja, escuchó que llamaban a su puerta.
—Entre —dijo, sin molestarse en levantarse.
Fritz asomó la cabeza por la puerta.
—Buenas noches, Elegida, traigo un mensaje de la señora Bella. Pregunta si usted querría acompañarla a tomar la Primera Comida en su dormitorio.
Cormia carraspeó.
—No estoy segura…
—Si me lo permite —murmuró el mayordomo—, la doctora Jane acaba de salir de examinarla otra vez. Y entiendo que el examen levantó algunas inquietudes. Tal vez la presencia de la Elegida pueda calmar a nuestra futura mahmen.
Cormia levantó la vista.
—¿Otro examen? ¿Quieres decir que volvió a examinarla después de verla anoche?
—Sí.
—Dile que iré enseguida.
Fritz bajó la cabeza con gesto reverencial.
—Gracias, señorita. Ahora debo ir a recoger a alguien, pero regresaré y cocinaré para ustedes. No tardaré.
Cormia se dio una ducha rápida, se secó y se recogió el pelo, y se puso una túnica recién planchada. Al salir de su habitación, oyó ruido de botas en el vestíbulo y se asomó por el balcón. El Gran Padre estaba abajo, paseándose sobre el árbol de manzanas hecho de mosaico que adornaba el suelo. Llevaba unos pantalones de cuero negro y una camisa del mismo color, y su pelo, esa melena maravillosa y llena de colores, resplandecía con la luz sobre la tela oscura que recubría sus hombros.
Como si hubiese sentido su presencia, el Gran Padre se detuvo y levantó la mirada hacia el balcón. Sus ojos brillaron como los cuarzos citrinos, resplandecientes, cautivándola.
Pero, luego, Cormia vio cómo el brillo se apagaba.
Esta vez fue ella la que se alejó, porque ya estaba cansada de hacer el papel de abandonada. Justo en el instante en que dio media vuelta, vio a Zsadist, que salía del corredor de las estatuas. Tenía los ojos negros cuando fijó la mirada en ella y Cormia no tuvo que preguntar cómo estaba Bella. Tenía una expresión tan taciturna que las palabras no eran necesarias.
—Iba a acompañarla un rato —le dijo al hermano—. Me mandó a buscar.
—Lo sé. Y me alegra. Gracias.
En medio del silencio, Cormia se fijó en las dagas que el guerrero llevaba en el pecho. Y también tenía otras armas encima, pensó, aunque no podía verlas.
El Gran Padre no llevaba armas. Ninguna daga, ni se le veían bultos debajo de la ropa.
Cormia se preguntó adónde se dirigiría. No iba para el Otro Lado, pues estaba vestido para este mundo. ¿Adónde iría entonces? ¿Y para qué?
—¿Él está ahí abajo esperándome? —preguntó Zsadist.
—¿El Gran Padre? —Al ver que el hermano asentía con la cabeza, dijo—: Eh… sí, allí está.
Qué extraño, ser la persona que sabía dónde estaba el Gran Padre… y que además se lo preguntaran.
En ese momento Cormia recordó que el Gran Padre no llevaba armas.
—Cuídelo —dijo, saltándose las formalidades—. Por favor.
Algo pareció contraerse en el rostro de Zsadist, luego inclinó la cabeza.
—Sí, eso haré.
Cormia hizo una reverencia y se adentró por el corredor de las estatuas, pero la voz profunda de Zsadist la hizo frenar en seco.
—El bebé no se está moviendo mucho. Al menos desde que ocurrió lo que sea que haya ocurrido anoche.
Cormia miró por encima del hombro y deseó poder hacer algo más.
—Purificaré la habitación. Eso es lo que hacemos al Otro Lado cuando… purificaré la habitación.
—No le digas que estás enterada.
—No lo haré. —Cormia tuvo deseos de agarrar la mano del hermano, pero en lugar de eso dijo—: Yo la cuidaré. Váyase y haga lo que tenga que hacer con él.
El hermano inclinó brevemente la cabeza y bajó las escaleras.
‡ ‡ ‡
Abajo, en el vestíbulo, Phury se frotó el pecho y luego se estiró, tratando de deshacerse del dolor que sentía entre los pectorales. Le asombró descubrir lo difícil que era ver que Cormia se alejaba de él.
Asombrosamente brutal.
Entonces pensó en la Elegida que había conocido al amanecer. La diferencia entre ella y Cormia saltaba a la vista. Selena estaba ansiosa por ser Primera Compañera y sus ojos brillaban mientras lo miraba de arriba abajo, como si él fuera un toro. Había tenido que echar mano de toda su buena educación sólo para poder estar en la misma habitación con ella.
No era una mala hembra y era más que hermosa, pero su actitud… Joder, era como si quisiera subírsele encima allí mismo y ponerse a ello. En especial cuando le aseguró que estaba más que lista para servirlo a él y a la tradición… y que «cada fibra de su ser deseaba eso».
Donde «eso» significaba claramente el sexo de Phury.
Y había otra en camino, que llegaría al final de esta noche.
«Por Dios santo».
Zsadist apareció en lo alto de la escalera y bajó rápidamente, con el impermeable en la mano.
—Vámonos.
Al ver el ceño fruncido de su gemelo, Phury pensó que Bella no debía de estar bien.
—¿Bella está…?
—No voy a hablar de eso contigo. —Z atravesó el vestíbulo y pasó junto a él, sin mirarlo siquiera—. Esto es un asunto de trabajo, nada más.
Frunciendo el ceño, Phury siguió a su gemelo y sus pisadas resonaban como si fueran las de una sola persona, no dos. A pesar de que Phury tenía una prótesis, Z y él siempre habían tenido la misma forma de caminar, con zancadas largas, apoyando desde el talón hasta los dedos, y la misma manera de mover los brazos.
Gemelos.
Pero las semejanzas se limitaban a la biología. En la vida, habían tomado dos direcciones opuestas.
Y ambas apestaban.
Gracias a un súbito cambio de lógica, Phury comenzó a ver las cosas bajo una luz diferente.
Mierda, desde el principio se había torturado pensando en el destino de Z… desde el principio había vivido bajo la sombra fría y penetrante de la tragedia de su familia. Maldición, él también había sufrido… había sufrido mucho y todavía estaba sufriendo. Y aunque respetaba la intimidad de la relación de su gemelo con Bella, le enfurecía el hecho de que lo aislaran como si fuera un completo desconocido. Y un desconocido hostil, además.
Cuando salieron al patio empedrado, Phury frenó en seco.
—Zsadist.
Z siguió caminando hacia el Escalade.
—¡Zsadist!
Su gemelo se detuvo y puso las manos sobre las caderas, pero no se dio media vuelta.
—Si me vas a hablar de esa mierda con los restrictores, no trates de disculparte otra vez.
Phury se llevó la mano a la garganta y se aflojó el cuello de la camisa.
—No es sobre eso.
—Tampoco quiero oír nada sobre el humo rojo. O el hecho de que te hayas hecho expulsar de la Hermandad.
—Vuélvete, Z.
—¿Por qué?
Hubo una larga pausa. Después Phury apretó los dientes y dijo en voz alta:
—Nunca me has dado las gracias.
Z volvió la cabeza por encima del hombro enseguida.
—¿Perdón?
—Nunca. Me. Has. Dado. Las. Gracias.
—¿Por qué?
—¡Por salvarte! ¡Maldita sea, yo te salvé de las garras de esa puta dueña tuya y de lo que te hacía! Y nunca me has dado las gracias. —Phury se acercó a su gemelo, mientras subía cada vez más la voz—. Te busqué durante todo un maldito siglo y luego te saqué de allí y salvé tu puta vida…
Zsadist se inclinó hacia delante y le apuntó con el dedo como si fuese un arma.
—¿Acaso quieres reconocimiento por haberme rescatado? Pues espera sentado. Yo nunca te pedí que lo hicieras. Y sólo lo hiciste movido por tu maldito complejo de buen samaritano.
—¡Si no te hubiese rescatado, no estarías ahora con Bella!
—¡Y si no lo hubieses hecho, ella no estaría en peligro de morir en este momento! ¿Quieres gratitud? Mejor date unas palmaditas en la espalda tú mismo, porque yo no me siento agradecido en absoluto.
Las palabras quedaron flotando en la noche, como si estuvieran buscando otros oídos que quisieran oírlas.
Phury parpadeó y luego se sorprendió al oír lo que salió de su boca, palabras que había querido decir desde hacía mucho tiempo:
—Yo enterré a nuestros padres solo. Fui el único que se ocupó de sus cuerpos, que sintió el olor del humo de la incineración…
—Y yo nunca los conocí. Eran unos desconocidos para mí, al igual que tú cuando apareciste…
—¡Pero ellos te amaban!
—¡Sí, me amaban tanto que dejaron de buscarme! ¡Al diablo con ellos! ¿Crees que no sé que él dejó de buscarme? Yo regresé y seguí el rastro desde esa casa que tú quemaste. Sé hasta dónde llegó mi padre antes de darse por vencido. ¿Crees que él significa algo para mí? ¡Mi padre me abandonó!
—¡Pero eras más real para ellos que yo! ¡Tú estabas por todas partes en esa casa, lo eras todo para ellos!
—¡Ay, pobrecito Phury! —le espetó Z—. No te atrevas a hacerte la víctima conmigo. ¿Tienes siquiera una remota idea de cómo era mi vida?
—¡Yo perdí mi maldita pierna por ti!
—¡Tú decidiste ir a buscarme! ¡Si no te gusta cómo resultaron las cosas, no me jodas a mí por eso!
Phury exhaló con fuerza, absolutamente asombrado.
—Eres un maldito desagradecido. Un maldito hijo de puta ingrato… ¿Acaso quieres decir que preferirías haberte quedado con tu ama? —Al ver que no obtenía otra respuesta que el silencio, sacudió la cabeza—. Siempre pensé que los sacrificios que había hecho habían valido la pena. El celibato. El pánico. El precio físico. —La furia resurgió—. Por no mencionar el tremendo trastorno emocional que me quedó después de todas esas veces que me pediste que te golpeara hasta sacarte sangre. ¿Y ahora me dices que preferirías haberte quedado como un esclavo de sangre?
—¿De eso es de lo que trata todo esto? ¿Quieres que te dé las gracias para justificar esa maldita actitud autodestructiva de salvador que vas arrastrando por la vida? —Z soltó una carcajada amarga—. Como quieras. ¿Acaso crees que me siento feliz de verte fumando y bebiendo todo el día hasta que te mueras? ¿Crees que me gusta lo que vi la otra noche en el callejón? —Z soltó una maldición—. A la mierda contigo, yo no voy a entrar en ese juego. Despierta, Phury. Te estás matando lentamente. Deja de buscar justificaciones e inventar mentiras y échale un buen vistazo a tu vida.
En las profundidades de su mente, Phury se dio cuenta de que aquella confrontación entre ellos dos debía haber tenido lugar hacía mucho tiempo. Y que su hermano gemelo tenía razón.
Pero él también.
Phury volvió a sacudir la cabeza.
—No creo que esté mal por mi parte pedir un poco de reconocimiento. He sido invisible en esta familia durante toda la vida.
Hubo un rato de silencio.
Lo rompió Z.
—Por el amor de Dios, Phury, bájate de la cruz. Otros necesitan la madera.
El tono despectivo de ese último comentario volvió a encender la rabia de Phury y su brazo se movió instintivamente y le propinó un puñetazo a su hermano en la mandíbula, que crujió como el bate de un campeón de béisbol.
Z se tambaleó y aterrizó en el suelo como un fardo.
Mientras que su gemelo se levantaba, Phury adoptó la posición de combate y se apretó los nudillos. En cosa de segundo y medio, estarían sumidos en una cruenta disputa física, intercambiando puñetazos en lugar de palabras ofensivas, hasta que uno, o los dos cayeran derrumbados.
¿Y exactamente adónde los llevaría eso?
Phury bajó lentamente los brazos.
En ese momento, el Mercedes de Fritz atravesó las puertas del jardín.
Con la ayuda de los faros del Mercedes, Phury vio que Zsadist se arreglaba la ropa y caminaba tranquilamente hacia la puerta del conductor del Escalade.
—Si no fuera por la promesa que le acabo de hacer a Cormia, te rompería la jeta.
—¿Qué?
—Sube al maldito coche.
—¿Qué le dijiste a Cormia?
Mientras se acomodaba detrás del volante, los ojos negros de Z cortaron la noche como cuchillos.
—Tu novia está preocupada por ti, así que me hizo prometerle que te cuidaría. Y a diferencia de ciertas personas, yo sí cumplo lo que prometo.
¡Mierda!
—Ahora, sube al coche. —Z cerró la puerta de la camioneta.
Phury lanzó una maldición y fue hasta el lado del pasajero, mientras el Mercedes se detenía y Qhuinn se bajaba del asiento trasero del coche. El chico abrió los ojos como platos al levantar la vista hacia la mansión.
Evidentemente debía estar allí para su juicio, pensó Phury, mientras se deslizaba en el puesto del pasajero, al lado de su gemelo, que guardaba un silencio fúnebre.
—Sabes dónde queda la casa de los padres de Lash, ¿no? —dijo Phury.
—Claro que lo sé.
El «cállate» no hubo necesidad de decirlo.
Mientras el Escalade atravesaba las puertas, la voz del hechicero resonó dentro de la cabeza de Phury:
«Para ganarte la gratitud de los demás tienes que ser un héroe y tú no eres ningún caballero de brillante armadura. Sólo pretendes serlo».
Phury miró por la ventana, mientras las palabras que Z y él acababan de intercambiar resonaban como disparos en un callejón.
«Hazle un favor a todo el mundo y aléjate», dijo el hechicero. «Limítate a largarte, socio. ¿Quieres ser un héroe? Conviértete en héroe asegurándote de que ellos nunca tengan que volver a verte».