24

Una casa puede estar vacía aunque esté llena de gente. Y eso era algo bueno.

Cerca de una hora antes del amanecer, Phury iba tambaleándose por uno de los innumerables recodos de la mansión y tuvo que extender los brazos para conservar el equilibrio.

Aunque en realidad no estaba solo, ¿no? Boo, el gato negro de la casa, estaba allí, caminando junto a él, supervisándolo. Demonios, podría decirse que el animal era el que iba dirigiendo la marcha, pues en algún momento de la noche, Phury había comenzado a seguirlo, en vez de ir delante.

Porque dirigir no sería una buena idea. El nivel de alcohol en su sangre estaba muy por encima del límite legal para hacer cualquier cosa distinta de lavarse los dientes. Y eso sin contar los efectos anestésicos de un paquete completo de humo rojo.

¿Cuántos porros se había fumado? ¿Cuántas copas se había tomado?

Bueno, ahora eran las… Pero Phury no tenía ni idea de qué hora era. Aunque sabía que el amanecer estaba cerca.

No importa. De todas maneras, tratar de llevar las cuentas de la juerga habría sido una pérdida de tiempo. Considerando lo borracho que estaba, era poco probable que pudiera hacer bien los cálculos y, además, en realidad no podía recordar cuál había sido el porcentaje de consumo por hora. De lo único que estaba seguro era de que había salido de su habitación cuando se terminó la ginebra. Originalmente planeaba conseguir otra botella, pero entonces se encontró con Boo y comenzó a deambular por la casa.

Pensándolo bien, Phury debería estar inconsciente en su cama. Estaba lo suficientemente borracho como para caer desmayado, y ése era su propósito, después de todo. El problema era que, a pesar de toda la automedicación que se había aplicado, su cabeza no dejaba de pensar en todo lo que le preocupaba: la situación de Cormia, la responsabilidad que había adquirido con las Elegidas, la infiltración en la clínica y el embarazo de Bella.

Al menos el hechicero estaba relativamente tranquilo.

Empujó una puerta al azar y trató de identificar el lugar al que lo había llevado el gato. «Ah, perfecto». Si seguía así, llegaría al territorio de los doggen, esa parte inmensa de la casa donde habitaba el personal de servicio. Lo cual sería un problema. Porque si lo encontraban deambulando por ahí, Fritz desarrollaría un aneurisma pensando que alguno de los criados no había cumplido adecuadamente con su deber.

Cuando dobló a la derecha, la base de su cerebro comenzó a vibrar porque necesitaba otra dosis de humo rojo. Estaba a punto de dar media vuelta, cuando oyó ruidos que venían de la escalera que llevaba al tercer piso. Alguien estaba en la sala de proyecciones… lo cual significaba que realmente tenía que marcharse en la dirección opuesta lo más pronto posible, porque encontrarse en ese estado con alguno de sus hermanos no sería muy buena idea.

Comenzó a alejarse y de pronto percibió un aroma a jazmín.

Phury se quedó paralizado.

«Cormia».

Cormia estaba allí arriba.

Mientras se dejaba caer contra la pared, se restregó la cara y pensó en ese dibujo erótico que había hecho. Y en la erección que había tenido mientras lo hacía.

Boo lanzó un maullido y corrió hasta la puerta de la sala. Cuando el gato lo miró por encima del hombro, sus ojos verdes parecían decir: «Vamos, ven aquí, amigo».

—No puedo. Mejor dicho, no debo.

Pero Boo no le hizo caso. El gato se sentó, mientras subía y bajaba la cola, como si estuviera esperando a que Phury siguiera adelante.

Phury miró al animal a los ojos y lo desafió a sostenerle la mirada.

Y fue él, y no el gato, el que parpadeó primero y miró hacia otro lado.

Derrotado, se pasó una mano por el pelo. Se alisó la camisa de seda negra y se arregló los pantalones color crema. Era posible que estuviese totalmente borracho, pero al menos tendría el aspecto de un caballero.

Evidentemente satisfecho con la decisión que veía en su compañero, Boo se alejó de la puerta y se restregó contra la pierna de Phury, como si estuviera animándolo a seguir.

Mientras el animal se marchaba, Phury abrió la puerta y apoyó uno de sus mocasines Gucci sobre el primer escalón. Luego hizo lo mismo con el otro. Y volvió a hacerlo. Se agarró del pasamanos de bronce para mantener el equilibrio y, al subir, trató de justificar lo que estaba haciendo. Pero no podía. Si no estaba en condiciones ni de usar el cepillo de dientes, estaba claro que no debía relacionarse con la Elegida que ya no era oficialmente suya, pero a la que deseaba con tanto ardor que el pene le dolía.

En especial, considerando la noticia que iba a darle.

Al llegar al final de la escalera, dobló la esquina y miró hacia la hilera de butacas que descendía con una suave inclinación. Cormia estaba en la primera fila y su túnica blanca de Elegida caía hasta sus pies. En la pantalla las imágenes pasaban rápidamente. Cormia estaba rebobinando la cinta para volver a ver una escena.

Phury tomó aire. Dios, tenía un olor delicioso… y por alguna razón ese aroma a jazmín parecía especialmente fuerte esa noche.

Cormia detuvo la cinta y Phury levantó la vista hacia la inmensa pantalla.

Santo Dios. Era… una escena de amor. Patrick Swayze y esa tal Jennifer no se qué, la de la nariz, estaban haciendo el amor en una cama. Dirty Dancing.

Cormia se echó hacia delante en la silla y su cara quedó dentro del campo visual de Phury. Tenía los ojos absortos en lo que ocurría frente a ella, sus labios estaban entreabiertos y una de sus manos reposaba en la base de su garganta. El cabello largo y rubio caía sobre sus hombros y rozaba la parte superior de la rodilla.

Phury sintió que su cuerpo se tensaba y el miembro se le proyectaba hacia fuera desde los pantalones de Prada, formando una especie de tienda de campaña y arruinando los pliegues hasta entonces perfectos. Aun a través de la neblina del humo rojo, su sexo se impuso, pareció rugir.

Pero no a causa de lo que se veía en la pantalla. El detonante era Cormia.

De repente recordó la imagen de ella en su garganta, y debajo de su cuerpo, y el animal que llevaba dentro señaló enseguida que él era el Gran Padre de las Elegidas y, por tanto, era quien ponía las reglas. Aunque la Directrix y él habían acordado que elegiría a otra Primera Compañera, todavía podía estar con Cormia si lo deseaba, y si ella lo aceptaba; la única diferencia sería que eso ya no tendría las mismas implicaciones en términos ceremoniales.

Sí… aunque iba a tomar a otra Elegida para completar la iniciación del Gran Padre, todavía podía bajar aquellos escalones, arrodillarse frente a Cormia y subirle el vestido blanco hasta las caderas. Podía deslizar sus manos por sus muslos y abrirle las piernas y hundir la cabeza dentro de ella. Después de excitarla un buen rato con la boca, podría…

Phury dejó caer la cabeza hacia atrás. Ciertamente, esos pensamientos no le estaban ayudando para nada a calmarse. Y además, nunca había excitado a una mujer de esa forma, así que no estaba seguro de qué era lo que tenía que hacer.

Aunque suponía que si podía comerse un helado, el acto de chupar y lamer se podía traducir al sexo con facilidad.

Y también los pequeños mordiscos.

«Joder, me doy asco».

Como la única cosa decente que podía hacer era marcharse, dio media vuelta. Si se quedaba, no iba a ser capaz de mantenerse alejado de ella.

—¿Su Excelencia?

La voz de Cormia lo dejó totalmente inmóvil y sin aliento. Y su miembro comenzó a palpitar.

Movido por el decoro, Phury le recordó a su sexo que el hecho de que ella dijera algo no era una invitación a llevar a cabo su fantasía pornográfica.

«Santo Dios».

Phury sintió que la sala de proyecciones era tan pequeña como una caja de zapatos cuando ella dijo:

—Su Excelencia, ¿necesita usted… algo?

«Quieto. No te des media vuelta».

Phury miró por encima del hombro y sus ojos brillantes irradiaron una luz amarilla sobre el respaldo de las butacas. Cormia quedó iluminada por el resplandor de su mirada y el pelo dorado captó los rayos generados por el deseo de Phury de estar dentro de ella.

—Su Excelencia… —dijo ella en voz baja.

—¿Qué estás viendo? —preguntó él con voz ronca, aunque era perfectamente obvio lo que se veía en la pantalla.

—Ah… John eligió la película. —Cormia comenzó a manipular el mando a distancia y a oprimir botones hasta que logró congelar la imagen.

—No me refiero a la película, Cormia, hablo de la escena.

—Ah…

—Esa escena que estabas viendo… la has visto una y otra vez, ¿no es cierto?

—Sí… así es. —Dijo ella con voz ronca.

Dios, qué hermosa estaba al dar media vuelta en la silla para mirarlo… qué ojos y qué boca, con el pelo cayéndole por todas partes y el olor a jazmín llenando el espacio que mediaba entre ellos.

Cormia estaba excitada; y por esa razón su fragancia natural era tan fuerte esa noche.

—¿Por qué esa escena? —preguntó Phury—. ¿Por qué escogiste esa escena?

Mientras esperaba la respuesta de Cormia, Phury sintió que su cuerpo se ponía tenso y su erección comenzaba a palpitar al ritmo del corazón. Lo que vibraba en su sangre no tenía nada que ver con rituales, ni obligaciones, ni responsabilidades. Era sexo puro y ardiente, de aquel que los dejaría exhaustos y sudorosos y sucios y, probablemente, también dejaría algunas marcas. Y aunque fuera una vergüenza absoluta, Phury reconocía que no le importaba que ella estuviera excitada por lo que había estado mirando. No le importaba que no fuera él la razón de su excitación. Phury quería que ella lo usara… que lo usara hasta que él quedara agotado y seco y gastado cada centímetro de su cuerpo, incluso ese pene que siempre parecía estar alerta.

—¿Por qué elegiste esa escena, Cormia?

Cormia volvió a llevarse la mano a la base del cuello.

—Porque… me hace pensar en usted.

Phury dejó escapar un gruñido. No se lo esperaba, desde luego. El deber era una cosa, pero, joder, en ese momento ella no parecía una hembra preocupada por cumplir una tradición. Ella quería sexo. Tal vez incluso lo necesitaba. Exactamente igual que él.

Y quería estar con él.

Casi a cámara lenta, Phury giró sobre los talones y se dirigió hacia ella, mientras su cuerpo comenzaba a moverse repentinamente con gran coordinación, como si todo el aturdimiento del humo rojo y el licor se hubiese desvanecido.

Iba a poseerla. Allí mismo. Ya mismo.

Entonces comenzó a bajar los escalones, dispuesto a reclamar lo que le pertenecía.

‡ ‡ ‡

Cormia se levantó de la silla, bañada por la luz resplandeciente que proyectaban los ojos del Gran Padre. Él parecía una sombra inmensa mientras se acercaba a ella, bajando los escalones de dos en dos. Se detuvo cuando estaba a unos treinta centímetros y olía a ese delicioso aroma ahumado y también a especias negras.

—Dices que la miras porque esa escena te hace pensar en mí —dijo el Gran Padre con una voz profunda y ronca.

—Sí…

El Gran Padre estiró el brazo y le tocó la cara.

—¿Y en qué piensas?

Cormia reunió todo su coraje y pronunció palabras que no tenían sentido:

—Pienso en… Es que tengo ciertos sentimientos hacia usted.

La risa erótica del Gran Padre la estremeció.

—Sentimientos… ¿Y dónde me sientes exactamente, Cormia? —Sus dedos se deslizaron de la cara al cuello y de ahí la clavícula—. ¿Aquí?

Cormia tragó saliva, pero antes de que pudiera responder, los dedos del Gran Padre se deslizaron desde el hombro a lo largo del brazo.

—¿Aquí, tal vez? —El Gran Padre le apretó la muñeca, justo sobre las venas, y luego su mano se deslizó hacia la cintura y la rodeó, deteniéndose en la parte baja de la espalda, donde le hizo presión—. Dime, ¿es aquí?

De repente le agarró las caderas con las dos manos, se inclinó sobre su oreja y susurró:

—¿O tal vez más abajo?

Cormia sintió que algo se inflamaba en su corazón, algo excitante como la luz de los ojos del Gran Padre.

—Sí —dijo, con la respiración entrecortada—. Pero también aquí. Sobre todo… aquí. —Cormia llevó la mano del Gran Padre hasta su pecho y la puso justo encima de su corazón.

Él se quedó inmóvil y Cormia sintió el cambio en su actitud, sintió cómo su sangre se enfriaba repentinamente y las llamas se extinguían.

«Ah, sí, claro», pensó Cormia. Al exponerse a sí misma, había descubierto la verdad sobre él.

Aunque era obvio desde el comienzo.

El Gran Padre dio un paso atrás y se pasó la mano por su melena increíblemente hermosa.

—Cormia…

Recurriendo a toda su dignidad, Cormia echó los hombros hacia atrás.

—Dígame, ¿qué va a hacer con las Elegidas? ¿O es sólo conmigo en particular con quien no se quiere aparear?

El Gran Padre se alejó de ella y comenzó a pasearse frente a la pantalla. La imagen congelada de la película, en la que aparecían Johnny y Baby, acostados juntos, se reflejaba sobre él y Cormia pensó que le gustaría saber cómo apagar la película. Pues la imagen de la pierna de Baby sobre la cadera de Johnny, de la mano de él agarrando el muslo de ella, mientras se hundía en sus partes íntimas, no era precisamente lo que necesitaba ver en ese momento.

—No quiero estar con nadie —dijo el Gran Padre.

—Mentiroso. —Al ver que el Gran Padre se volvía a mirarla con asombro, Cormia se dio cuenta de que ya no le importaban las consecuencias de su franqueza—. Usted sabía desde el comienzo que no quería aparearse con ninguna de nosotras, ¿no es así? Usted lo sabía y sin embargo siguió adelante con la ceremonia frente a la Virgen Escribana, aunque sabía que estaba enamorado de Bella y no podía soportar la idea de estar con nadie más. Usted despertó las esperanzas de cuarenta hembras valiosas basándose en una mentira…

—Me reuní con la Directrix. Ayer.

Cormia sintió que se le doblaban las piernas, pero mantuvo la fuerza de su voz.

—¿Ah, sí? ¿Y qué decidieron ustedes dos?

—Voy a… dejarte ir. Voy a liberarte de la función de Primera Compañera.

Cormia se agarró la túnica con tanta fuerza que aparentemente la desgarró.

—Va a liberarme o ya lo ha hecho.

—Ya lo he hecho.

Cormia tragó saliva una vez más y se dejó caer en la silla.

—Cormia, por favor, debes saber que no es por ti. —El Gran Padre se le acercó y se arrodilló frente a ella—. Eres hermosa…

—Sí, sí es por mí —dijo ella—. No es que usted no se pueda aparear con ninguna otra hembra, es que no me desea a mí.

—Sólo quiero verte libre de todo esto…

—No mienta —replicó ella, renunciando a toda pretensión de cortesía—. Desde el principio le dije que estaba dispuesta a recibirlo dentro de mí. Y nunca he dicho ni hecho nada para desanimarlo. Así que si me está haciendo a un lado, es porque no me desea…

El Gran Padre le agarró la mano y se la puso entre las piernas. Cuando Cormia jadeó al sentir el contacto con ese cuerpo enorme, las caderas del Gran Padre se movieron hacia delante, empujando algo largo y duro contra la palma de la muchacha.

—El deseo no es el problema.

Cormia abrió los labios.

—Su Excelencia…

Sus ojos se encontraron y cada uno clavó la mirada en el otro. Cuando la boca del Gran Padre se abrió ligeramente, como si no pudiera respirar, Cormia reunió el coraje necesario para posar suavemente su mano alrededor del sexo duro del vampiro.

El cuerpo entero del Gran Padre tembló y le soltó la muñeca.

—No es por el apareamiento —dijo con voz ronca—. Tú fuiste obligada a hacer esto.

Cierto. Al principio la habían obligado. Pero ahora… lo que sentía por él no tenía nada que ver con ninguna obligación.

Cormia lo miró a los ojos y sintió un curioso alivio. Si ella ya no era la Primera Compañera, nada de esto tenía importancia realmente, ¿o sí? Y en un momento como ése, en que estaban juntos… eran sólo dos cuerpos anónimos, no los portadores de un inmenso significado. Eran sólo él y ella. Un macho y una hembra.

Pero ¿y las demás?, se preguntó Cormia. ¿Qué pasaría con todas sus hermanas? Él iba a estar con ellas; Cormia podía verlo en sus ojos. Había una rara expresión de determinación en sus ojos amarillos.

Y sin embargo, cuando el Gran Padre se estremeció, Cormia se olvidó de todo eso. Él nunca podría ser completamente suyo… pero en este momento lo tenía sólo para ella.

—Ya nadie me está obligando a nada —murmuró Cormia, mientras se recostaba sobre el pecho del Gran Padre y levantaba la cabeza, ofreciéndole lo que él quería—. Yo lo deseo.

El Gran Padre se quedó mirándola fijamente por un momento y luego pronunció unas palabras que ella no entendió.

—No soy lo bastante bueno para ti.

—No es cierto. Usted es la fuerza de la raza. Usted es nuestra virtud y nuestro poder.

El vampiro negó con la cabeza.

—Si de verdad crees eso, entonces no soy quien piensas que soy.

—Sí, lo es.

—Yo no soy…

Cormia acalló las palabras del Gran Padre con su boca y luego se echó hacia atrás.

—Usted no puede cambiar lo que pienso de usted.

Phury estiró la mano y le acarició el labio inferior con el pulgar.

—Si me conocieras de verdad, todo lo que crees cambiaría.

—Pero su corazón seguiría siendo el mismo. Y eso es lo que amo.

Al ver que los ojos del Gran Padre brillaban al oír esas palabras, Cormia volvió a besarlo para impedir que siguiera pensando y, evidentemente, la estrategia funcionó. El vampiro dejó escapar un gruñido y tomó la iniciativa, besándola en la boca con sus labios suaves, hasta que ella ya no pudo respirar y tampoco le importó. Cuando la lengua del Gran Padre rozó sus labios, Cormia la succionó enseguida empujada por el instinto, y sintió que el cuerpo de él se estremecía y se apretaba contra ella.

Los besos continuaron durante un largo rato. Parecía no haber fin para la cantidad de variaciones y las distintas sensaciones que se producían al rozar y deslizar y empujar y sorber, y su boca no era la única que participaba… Todo su cuerpo sentía lo que estaban haciendo y, a juzgar por la manera en que aumentaban el calor y el deseo del cuerpo del Gran Padre, lo mismo le sucedía a él.

Y Cormia quería que él se involucrara más. Así que comenzó a mover el brazo hacia arriba y hacia abajo, restregando su mano contra el sexo del hermano.

Él se retiró bruscamente.

—Tal vez sería mejor que tuvieras cuidado con eso.

—¿Con esto? —Mientras ella lo acariciaba por encima de los pantalones, el Gran Padre echó la cabeza hacia atrás y siseó… Así que ella volvió a hacerlo. Y lo siguió haciendo hasta que él comenzó a morderse el labio inferior con los colmillos completamente alargados y los músculos que subían por los lados de su garganta parecieron a punto de estallar.

—¿Por qué debo tener cuidado, Su Excelencia?

El Gran Padre levantó la cabeza y acercó la boca a la oreja de ella.

—Porque vas a hacer que eyacule.

Cormia sintió que una sensación de tibieza se arremolinaba en la unión de sus propios muslos.

—¿Eso fue lo que sucedió cuando estábamos en su cama? ¿Aquel primer día?

—Sí… —dijo el Gran Padre, alargando la palabra.

Con una mezcla de sorpresa y decisión, Cormia descubrió que quería que él hiciera eso otra vez. Necesitaba que lo hiciera otra vez.

Así que levantó la cabeza para susurrarle al oído:

—Hágalo para mí. Hágalo ahora.

El Gran Padre gruñó desde el fondo del pecho y el sonido vibró entre sus cuerpos. Curioso, si Cormia hubiese escuchado ese sonido de labios de alguien más, se habría sentido aterrorizada. Pero al provenir de él, y en medio de esas circunstancias, se sintió fascinada: tenía en la palma de su mano todo el poder contenido del Gran Padre. Literalmente. Y ella era quien tenía el control.

Por una vez en su maldita vida, ella tenía el control.

Mientras apretaba las caderas contra la mano de Cormia, dijo:

—No creo que debamos…

Pero Cormia cerró la mano sobre el miembro con fuerza y él gimió de placer.

—No me quite esto —exigió—. No se atreva a arrebatarme esto.

Y siguiendo un impulso que sólo la Virgen Escribana sabía de dónde salió, le mordió el lóbulo de la oreja. La reacción no se hizo esperar. El Gran Padre lanzó una maldición y saltó sobre ella, apretándola contra la silla y montándola con lujuria.

Pero como Cormia no estaba dispuesta a retroceder, mantuvo la mano sobre el sexo de él y siguió acariciándolo, mientras él hacía presión con la parte inferior de su cuerpo. El Gran Padre parecía regocijarse con la fricción, así que ella siguió haciéndolo, aunque él la agarró de la barbilla y la obligó a volver la cabeza para mirarlo.

—Déjame ver tus ojos —dijo entre dientes—. Quiero estar mirando tus ojos cuando…

El Gran Padre dejó escapar un gemido salvaje cuando sus miradas se cruzaron y su cuerpo se tensó totalmente. Sus caderas se sacudieron una vez… dos veces… tres veces, cada espasmo acentuado por un gemido.

Mientras su cuerpo expresaba el placer que sentía, el rostro absorto del Gran Padre y sus brazos tensos parecían la cosa más hermosa que Cormia había visto en la vida. Cuando por fin se relajó, tragó saliva, pero no se movió de donde estaba. A través del fino paño de lana de sus pantalones, Cormia sintió humedad en su mano.

—Me gusta cuando hace eso —dijo ella.

Él dejó escapar una risita.

—Y a mí me gusta cuando me lo haces.

Cormia estaba a punto de preguntarle si quería intentarlo de nuevo, cuando la mano del Gran Padre le retiró un mechón de pelo de la mejilla.

—¿Cormia?

—¿Sí?

—¿Me permitirías tocarte un poco? —Bajó la mirada hacia el cuerpo de la hembra—. No te puedo prometer nada. Yo no… Bueno, no te puedo prometer lo mismo que tú me diste. Pero me encantaría tocarte. Sólo un poco.

La desesperación le arrebató el aire de los pulmones y lo reemplazó por una sensación ardiente.

—Sí…

El Gran Padre cerró los ojos y pareció concentrarse. Luego se inclinó y apoyó los labios en la garganta de Cormia.

—Realmente pienso que eres hermosa, nunca lo dudes. Tan hermosa…

Mientras las manos del vampiro se deslizaban hacia la parte delantera de la túnica, Cormia sintió que las puntas de sus senos se ponían tan duras, que se retorció debajo de él.

—Puedo detenerme —dijo él, con voz vacilante—. Cuando quieras…

—¡No! —dijo Cormia y lo agarró de los hombros, para evitar que se alejara. Aunque no sabía qué iba a pasar después, sentía que era algo que necesitaba, fuera lo que fuese.

Los labios del macho subieron por su cuello y se detuvieron en la barbilla. Y en el momento en que él presionó su boca contra la de ella, Cormia sintió un ligero roce que bajaba por su vestido… hasta uno de sus senos.

Levantó el cuerpo, su pezón saltó hacia la mano del Gran Padre y los dos gimieron.

—Ay, Dios… —El vampiro se alejó un poco y, con mucha delicadeza, casi con reverencia, abrió la túnica hasta descubrir los senos de la muchacha—. Cormia… —El tono profundo de su voz fue como una caricia que recorrió todo su cuerpo de manera casi tangible.

—¿Puedo besarte aquí? —dijo mientras trazaba círculos alrededor del pezón—. Por favor.

—Querida Virgen, sí…

El Gran Padre inclinó la cabeza y la cubrió con su boca tibia y húmeda, mientras lamía suavemente.

Cormia echó la cabeza hacia atrás y metió las manos entre el pelo del Gran Padre, mientras abría las piernas sin tener ninguna razón en especial y todas las razones al mismo tiempo. Ella lo quería sentir en su sexo, quería sentirlo de todas las maneras posibles…

—¿Señor?

La respetuosa intromisión de Fritz desde la parte de arriba de la sala de proyecciones rompió la concentración de ambos. El Gran Padre se enderezó enseguida y la cubrió, aunque la silla impedía que el mayordomo pudiera ver lo que estaba ocurriendo.

—¿Qué demonios pasa? —dijo el vampiro.

—Discúlpeme, pero la Elegida Amalya está aquí con la Elegida Selena y quieren verlo.

Cormia sintió como si le echasen encima un cubo de agua helada que congeló todos los ardores y todo el deseo que corrían por su sangre. Su hermana. Estaba aquí para verlo a él. Perfecto.

El Gran Padre se puso de pie, mientras profería una palabra horrible que Cormia no pudo evitar repetir en su mente, y despachó a Fritz con un movimiento rápido de la mano.

—Estaré allí en cinco minutos.

—Sí, señor.

Tras marcharse el sirviente, el Gran Padre sacudió la cabeza.

—Lo siento…

—Vaya a hacer lo que tiene que hacer —dijo ella y, al ver que él vacilaba, agregó—: Váyase. Quiero estar sola.

—Podemos hablar más tarde.

«No, en realidad no», pensó ella. Las palabras no podrían arreglar la situación.

—Sólo váyase —dijo Cormia, sin escuchar nada más de lo que él dijo.

Cuando volvió a quedarse sola, se quedó mirando fijamente la imagen congelada de la pantalla hasta que, de repente, fue reemplazada por una tela negra y un pequeño letrero que decía «Sony» y se encendía y se apagaba en distintos sitios.

Se sentía miserable, por dentro y por fuera. Aparte del dolor que sentía en el pecho, su cuerpo se estremecía de ansiedad, como cuando te niegan una comida o no puedes alimentarte de una vena.

Pero lo que ella necesitaba no era comida.

Lo que necesitaba acababa de salir por la puerta.

Hacia los brazos de su hermana.