21

Ay, Dios mío. Qué vestido tan horroroso.

Cormia se rió y levantó la mirada hacia la televisión de Bella y Zsadist. Resultó que Project Runway le parecía un programa fascinante.

—¿Qué es eso que cuelga por detrás?

Bella sacudió la cabeza.

—El mal gusto concentrado en una cabeza. Me imagino que inicialmente era un moño.

Las dos estaban en la cama de la pareja, recostadas contra la cabecera. El gato negro de la casa estaba en medio de ellas, disfrutando de los jugueteos y mimos a dos manos, y a Boo parecía disgustarle el vestido tanto como a Bella, pues sus ojos verdes observaban la televisión con expresión de desagrado.

Cormia comenzó a acariciar al gato en el lomo.

—Aunque el color del vestido es bonito.

—Pero eso no compensa su aspecto de carpa de circo. Y lleva una soga pegada al trasero.

—No sé lo que es una carpa de circo.

Bella señaló la pantalla plana del televisor y dijo:

—La estás viendo. Sólo imagínate algo enorme de muchos colorines, pensado para que se rían los niños, y voilà.

Cormia sonrió y pensó que el rato que había pasado con Bella había resultado revelador y, a la vez, extrañamente desconcertante. En realidad le gustaba Bella. De verdad. Era divertida, cariñosa y considerada, tan hermosa por dentro como por fuera.

No era de extrañar que el Gran Padre la adorase. Y a pesar de lo mucho que Cormia deseaba afirmar su derecho sobre él frente a Bella, descubrió que no había necesidad de hacer valer su estatus de Primera Compañera. El Gran Padre no había aparecido en la conversación y no había tenido que rebatir ninguna insinuación.

La que hasta entonces había percibido como una rival había resultado ser una amiga.

Cormia volvió a concentrarse en lo que tenía en el regazo. El cuaderno era grande y delgado, con páginas brillantes y cientos de letras, dibujos y fotos que, según le había dicho su nueva amiga, eran anuncios de publicidad. Vogue, decía en la tapa.

—Mira toda esa ropa tan distinta —murmuró—. Asombroso.

—Ya casi termino la Harper’s Bazaar, si la quieres…

De pronto se abrió la puerta con tanta fuerza que Cormia saltó de la cama y soltó el Vogue, que cayó en el rincón, aleteando como un pájaro asustado. El hermano Zsadist estaba en el umbral, recién llegado de una pelea, a juzgar por el olor a talco de bebé y todas las armas que llevaba encima.

—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó.

—Bueno —dijo Bella lentamente—, sólo pasa que acabas de darnos un buen susto a Cormia y a mí, Tim Gunn ha pedido tiempo para los diseñadores y ya tengo hambre otra vez, así que estoy a punto de llamar a Fritz para pedirle una tortilla. De beicon y queso, con patatas fritas.

El hermano miró a su alrededor, como si esperara ver restrictores detrás de las cortinas.

—Phury dijo que no te sentías bien.

—Estaba cansada y él me ayudó a subir las escaleras. Cormia se quedó al principio en calidad de niñera, pero creo que ahora se lo está pasando bien, ¿no es cierto? O al menos, hasta que nos llevamos este susto lo estabas pasando bien, ¿verdad?

Cormia asintió con la cabeza, pero no desprendió los ojos de Zsadist. Con aquella cara llena de cicatrices y ese cuerpo enorme, siempre le hacía sentirse incómoda, pero no porque fuera feo, sino por lo feroz que parecía.

Entonces Zsadist la miró y ocurrió la cosa más asombrosa del mundo. Le habló con una voz increíblemente amable y levantó la mano como si tratara de calmarla.

—Tranquila. Siento haberte asustado. —Sus ojos, inicialmente negros, se fueron aclarando lentamente y su expresión se suavizó—. Sólo estoy preocupado por mi shellan. No te voy a hacer daño.

Cormia sintió que la tensión de su cuerpo cedía y empezó a entender mejor por qué Bella estaba con él. Así que hizo una reverencia.

—Desde luego, Su Excelencia. Entiendo que esté preocupado por ella.

—¿Estás bien? —preguntó Bella, al ver las manchas negras de la ropa de su hellren—. ¿Todos los de la familia están bien?

—Los hermanos estamos todos bien. —Zsadist se acercó a su shellan y le tocó la cara con una mano temblorosa—. Quiero que la doctora Jane te eche un vistazo.

—Si eso te hace sentirte mejor, por favor, pídele que venga. No creo que esté pasando nada malo, pero quiero hacer todo lo necesario para que te sientas mejor.

—¿Estás sangrando otra vez? —Bella no respondió—. Iré a por ella…

—No es mucho y es exactamente igual a lo que he tenido otras veces. Probablemente sea buena idea hablar con la doctora Jane, sólo que no creo que haya nada que hacer. —Bella apoyó sus labios sobre la mano de Z y lo besó—. Pero, primero, por favor, dime qué ha pasado esta noche.

Zsadist sólo sacudió la cabeza y Bella cerró los ojos, como si estuviera acostumbrada a las malas noticias… Como si hubiese recibido tantas malas noticias últimamente que la descripción exacta de la situación ya no fuera necesaria. Las palabras no aumentarían su tristeza ni la de él. Ni podrían aliviar lo que los dos sentían.

Zsadist agachó la cabeza y besó a su compañera. Cuando sus miradas se cruzaron, el amor entre ellos parecía tan intenso que creaba un aura cálida. Hasta Cormia pareció sentirla.

Bella nunca había mostrado ese tipo de conexión con el Gran Padre. Jamás.

Y la verdad era que él tampoco parecía sentir eso hacia ella. Aunque tal vez no se notaba como consecuencia de su actitud discreta.

Zsadist le dijo unas cuantas palabras en voz baja y después se marchó, como si tuviera prisa, con el ceño fruncido y los hombros tensos, como las vigas de una casa.

Cormia se aclaró la garganta.

—¿Quieres que llame a Fritz? ¿O que le pida algo de comer?

—Creo que lo mejor será esperar, si la doctora Jane va a venir a examinarme. —Bella se llevó una mano a la barriga y comenzó a darse un masaje circular—. ¿Te gustaría volver y ver conmigo el resto de los episodios más tarde?

—Si quieres…

—Por supuesto. Eres muy buena compañía.

—¿Lo soy?

Los ojos de Bella parecían increíblemente amables.

—Lo eres. Me tranquilizas mucho.

—Entonces seré tu acompañante durante el parto. De donde vengo, las hermanas embarazadas siempre tienen una acompañante.

—Gracias… muchas gracias. —Bella desvió la mirada cuando el miedo asomó a sus ojos—. Aceptaré cualquier ayuda que pueda conseguir.

—Si me permites la pregunta —murmuró Cormia—, ¿qué es lo que más te preocupa?

—Él. Me preocupa Z. —Bella volvió a clavar sus ojos en Cormia—. Y luego me preocupa mi hijo. Es tan extraño. No estoy preocupada por mí.

—Eres muy valiente.

—Ah, eso es porque no me has visto a mediodía, en la oscuridad. Muchas veces me desmorono, créeme.

—Sigo pensando que eres valiente. —Cormia se llevó la mano a su estómago plano—. No creo que yo pudiera ser tan valiente.

Bella sonrió.

—Creo que te equivocas en eso. Te he estado observando en estos meses y tienes una fortaleza increíble.

Cormia no estaba tan segura de eso.

—Espero que todo vaya bien. Regresaré más tarde…

—Tu existencia no es fácil, ¿verdad? Tener que vivir bajo el tipo de presiones que soportan las Elegidas. No me puedo imaginar cómo puedes soportarlo y por eso siento un gran respeto por ti.

Lo único que Cormia pudo hacer fue parpadear.

—¿De… verdad?

Bella asintió.

—Sí. Es cierto. Y ¿quieres saber algo más? Phury tiene mucha suerte de haberte encontrado. Rezo todos los días para que tarde o temprano se dé cuenta de eso.

Querida Virgen Escribana, aquello no era algo que Cormia esperara oír nunca en la vida, y mucho menos de los labios de Bella. Y la impresión debió ser evidente, porque la embarazada se rió.

—De acuerdo, te hago sentirte incómoda, lo siento. Pero desde hace mucho tiempo quería deciros eso a los dos. —Bella posó los ojos en el baño y respiró hondo—. Ahora, supongo que lo mejor será que te vayas para que yo pueda prepararme para la visita de la doctora Jane y sus toqueteos. Ella me encanta, de verdad, pero odio cuando se pone esos guantes de látex.

Cormia se despidió y salió hacia su habitación, sumida en sus pensamientos.

Cuando dobló la esquina, al lado del estudio de Wrath, se detuvo. Como si lo hubiese llamado con el pensamiento, el Gran Padre estaba en lo alto de la escalera, con actitud sombría y fatigada.

Enseguida clavó sus ojos en ella.

Debe estar ansioso por tener noticias de Bella, pensó Cormia.

—Bella se encuentra mejor, pero creo que oculta algo. El hermano Zsadist se acaba de ir a buscar a la doctora Jane.

—Qué bien. Me alegro. Gracias por cuidarla.

—Ha sido un placer. Ella es encantadora.

El Gran Padre asintió y luego la recorrió con los ojos desde el pelo, que tenía recogido en un moño, hasta sus pies descalzos. Era como si estuviera reencontrándose con ella, como si llevara años sin verla.

—¿Qué horrores ha visto desde que se fue? —susurró ella de repente.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque me observa como si llevara semanas sin verme. ¿Qué es lo que ha visto?

—Me conoces bien.

—Tan bien como usted evade mi pregunta.

Phury sonrió.

—Se me da bien, ¿eh?

—Por supuesto, si no quiere, no tiene que hablar de…

—He visto más muerte. Muertes que se pudieron evitar. Un derroche de vidas… Esta guerra es perversa.

—Sí. Así es. —Cormia quería agarrarle la mano, pero en lugar de eso dijo—: ¿Le gustaría… acompañarme al jardín? Iba a pasear un rato entre las rosas, antes de que salga el sol.

Phury vaciló y luego negó con la cabeza.

—No puedo. Lo siento.

—Claro. —Cormia hizo una leve reverencia para evitar la mirada de Phury—. Su Excelencia.

—Ten cuidado.

—Lo tendré. —Cormia se recogió las faldas y caminó de prisa hacia las escaleras que él acababa de subir.

—Cormia.

—¿Sí?

Al volverse, sintió que el Gran Padre clavaba los ojos en los suyos. Y parecían arder de tal forma que ella recordó la imagen de ambos en el suelo de su habitación y sintió que el corazón se le subía a la garganta.

Pero Phury apenas sacudió la cabeza.

—Nada. Sólo cuídate.

‡ ‡ ‡

Cormia bajó las escaleras y Phury se dirigió hacia el pasillo de las estatuas y el jardín de la parte posterior de la mansión.

En ese momento no podía ir con ella a ver las rosas. Estaba en carne viva, se sentía muy mal, como si le hubieran desollado, aunque todavía tuviera la piel en su lugar. Cada vez que cerraba los ojos, veía los cuerpos en los pasillos de la clínica y las caras de pánico de la gente que había encerrado en el armario de suministros, y la valentía de aquellos que no deberían tener por qué luchar por su vida.

Si no se hubiese detenido a ayudar a Bella para llegar al segundo piso y luego no hubiese ido a buscar a Zsadist, tal vez esos civiles no se habrían salvado. Estaba seguro de que nadie lo habría llamado para pedir su ayuda, porque ya no era un hermano.

Abajo, Cormia salió a la terraza y su vestido blanco brillaba sobre las piedras gris oscuro del suelo. Se dirigió hacia las rosas y se agachó para acercar la nariz a las flores. Phury casi podía oírla aspirando y luego soltando un suspiro de felicidad al sentir la maravillosa fragancia.

Sus pensamientos pasaron rápidamente del horror de la guerra a la belleza de la figura femenina.

Y a lo que los machos hacían con las hembras debajo de las sábanas.

Sí, eso significaba que definitivamente no debía estar con Cormia ahora. Phury quería reemplazar la muerte y el sufrimiento que había visto esa noche por algo más, algo vivo y tibio y enteramente físico, no intelectual. Mientras miraba a su Primera Compañera prodigando su atención a los rosales, pensó en que le gustaría tenerla desnuda y retorciéndose debajo de él, empapada en sudor.

Ah… pero Cormia ya no era su Primera Compañera.

Mierda.

La voz del hechicero se impuso en su cabeza.

«Pero ¿de verdad piensas que podrías haber hecho algo bueno por ella? ¿Haberla hecho feliz? ¿Protegerla? Pasas más de doce horas al día fumando. ¿Serías capaz de encender un porro tras otro frente a ella y obligarla a ver cómo languideces sobre las almohadas y te duermes? ¿Quieres que ella vea eso?

»¿Acaso quieres que te arrastre hasta la casa al amanecer, como hacías tú con tu padre, hasta que tal vez algún día termines golpeándola en medio de tu frustración?».

—¡No! —exclamó Phury en voz alta.

«¿De veras? Tu padre también dijo lo mismo. ¿No es cierto, socio? Te prometió, mirándote a los ojos, que nunca más volvería a golpearte. El problema es que las promesas de un adicto no valen nada. Son sólo palabras. Nada más».

Phury se restregó los ojos y se alejó de la ventana.

Con el fin de fijarse un objetivo, cualquiera que fuese, se dirigió al despacho de Wrath. Aunque ya no era miembro de la Hermandad, seguramente al rey le gustaría saber lo que había ocurrido en la clínica. Y como Z estaba con Jane y Bella y los otros hermanos estaban ayudando en la clínica nueva, él bien podía darle un informe extraoficial. Además, quería que Wrath supiera la razón por la cual había ido a la clínica originalmente y asegurarle al rey que no estaba desobedeciendo sus órdenes.

Y también estaba el asunto de Lash.

El chico había desaparecido.

El recuento de supervivientes en la clínica nueva y el de cadáveres en la vieja había revelado que sólo faltaba una persona: Lash. El personal médico afirmaba que estaba vivo en el momento del ataque, después de que lo sacaran de un paro cardiorespiratorio. Lo cual era trágico. El chico podía ser un desgraciado, pero nadie quería que cayera en manos de los restrictores. Si tenía suerte, moriría de camino al lugar adonde lo llevaban, y había una buena posibilidad de que eso hubiese ocurrido, considerando el estado de su salud.

Phury llamó a la puerta de Wrath.

—¿Señor? Señor, ¿estás ahí?

Como no hubo respuesta, volvió a intentarlo.

Más silencio. Dio media vuelta y se dirigió a su habitación, totalmente seguro de que se pondría a fumar un porro tras otro, mientras se sumía en el sombrío reino del hechicero.

«Como si tuvieras otro sitio adonde ir», dijo la voz ronca en su cabeza, arrastrando las palabras.

‡ ‡ ‡

Al otro lado de la ciudad, en la casa de los padres de Blaylock, John y Blay metían a Qhuinn furtivamente por la puerta de servicio que usaban los doggen. Aunque Qhuinn hizo cuanto pudo para tratar de caminar, Blay tuvo que cargar con él por la escalera.

Blay se ausentó para mentir sobre lo que había hecho y lo que estaba haciendo, y John asumió el puesto de centinela, mientras Qhuinn se estiraba en la cama de su amigo, sin experimentar el alivio que hubiera deseado. Y estaba fatal, no sólo porque se sintiera como un saco de arena.

Los padres de Blay no se merecían aquello. Siempre habían sido muy buenos con Qhuinn. Demonios, muchos padres no dejarían que sus hijos se le acercaran, pero los de Blay habían sido amables desde el principio. Y ahora podían estar poniendo en peligro su posición ante la glymera, sin saberlo, por albergar a un fugitivo, una persona non grata.

Pensando en todo eso Qhuinn se incorporó hasta quedar sentado, con la intención de marcharse, pero su estómago tenía otros planes. Una punzada de dolor atravesó sus entrañas, como si el hígado estuviese peleando con los riñones. Soltó un gemido y volvió a acostarse.

—Trata de quedarte quieto —le dijo John por señas.

—Entendido.

Entonces sonó el teléfono de John y el chico se lo sacó del bolsillo de sus vaqueros A & F. Mientras leía el mensaje, Qhuinn recordó el día en que los tres fueron de compras al centro comercial y él terminó liándose con la gerente de la tienda en los probadores.

Desde entonces, todo había cambiado. Ahora todo el mundo era diferente.

Qhuinn se sentía muchos años más viejo.

John levantó la vista con el ceño fruncido.

—Quieren que regrese a casa. Algo ha sucedido.

—Vete tranquilo… yo estoy bien aquí.

—Si puedo, volveré contigo.

—No te preocupes. Blay te mantendrá al tanto.

Al tiempo que John salía, Qhuinn miró a su alrededor y recordó todas las horas que había pasado acostado en esa cama. Blay tenía un bonito cuarto. Las paredes estaban forradas en madera de cerezo, lo cual hacía que pareciera un estudio, y los muebles eran modernos y estilizados, no como aquellos armatostes antiguos y sofocantes que coleccionaban todos los miembros de la glymera, junto con las malditas reglas de la etiqueta social. La cama estaba cubierta por una colcha negra y tenía suficientes cojines para que te sintieras cómodo sin que pareciera el cuarto de una chica. La tele de plasma de alta definición tenía una Xbox 360, una Wii y una PS3 en el suelo, y el escritorio en el que Blay hacía sus deberes escolares estaba tan ordenado y pulcro como todas sus tarjetas de juego. A mano izquierda había una nevera pequeña, una papelera de plástico negra que parecía en realidad un pene, y un cubo de color naranja para tirar los envases de plástico.

Blay se había vuelto ecologista desde hacía un tiempo y se interesaba mucho por el tema del reciclaje y la reutilización. Lo cual era muy propio de él. Hacía donativos mensuales a PETA, la organización en defensa de los animales, y sólo comía carne libre de hormonas y alimentos orgánicos.

Si existiese algún tipo de Organización de Naciones Unidas entre los vampiros, o hubiese manera de hacer trabajo voluntario en Safe Place, se habría vinculado con esas organizaciones enseguida.

Blay era lo más parecido a un ángel que Qhuinn había conocido.

Mierda. Tenía que irse de allí antes de que su padre hiciera que expulsaran de la glymera a toda la familia de Blay.

Cuando se dio la vuelta para tratar de descansar la espalda, se dio cuenta de que lo que le hacía sentirse incómodo no eran sus lesiones internas: el sobre que le había entregado el doggen de su padre todavía estaba metido en el cinturón de sus pantalones y allí había permanecido incluso durante la paliza.

Qhuinn no quería ver los papeles otra vez, pero de alguna manera terminaron entre sus manos sucias y ensangrentadas.

A pesar de que tenía la visión borrosa y un catálogo completo de dolores, se concentró en el pergamino. Era el árbol genealógico familiar, con sus cinco generaciones, su certificado de nacimiento, por decirlo de alguna manera. Entonces Qhuinn se fijó en los tres nombres que había en la última línea. El suyo estaba a la izquierda, al lado del de su hermano mayor y el de su hermana. Pero su nombre estaba tachado con una X inmensa y debajo estaban las firmas de sus padres y sus hermanos, escritas con la misma tinta de la tachadura.

Expulsarlo de la familia requería una buena cantidad de papeleo. Los certificados de nacimiento de su hermano y su hermana tendrían que ser modificados de la misma manera que el de él, y también habría que rehacer el acta de matrimonio de sus padres. El Consejo de Princeps de la glymera también necesitaría una declaración donde constara que lo desheredaban, que renunciaban a ser sus padres, y una petición de expulsión. Después de que el nombre de Qhuinn fuese tachado del pergamino de derechos de la glymera y del enorme archivo genealógico de la aristocracia, el leahdyre del Consejo escribiría una misiva que sería enviada a todas las familias de la glymera, anunciando oficialmente su destierro.

Cualquiera que tuviese una hija en edad casadera, tenía que ser advertido, claro.

Todo era tan ridículo. Al fin y al cabo, con esos ojos dispares, no es que tuviera muchas oportunidades de casarse con una aristócrata.

Qhuinn dobló el certificado de nacimiento y lo guardó en el sobre. Cuando cerró la pestaña, sintió dolor de corazón. Estar totalmente solo en el mundo, aunque fuera un adulto, era aterrador.

Pero contaminar a los que habían sido amables con él era aún peor.

En ese momento Blay cruzó la puerta con una bandeja con comida.

—No sé si tienes hambre, pero…

—Tengo que irme.

Su amigo puso la bandeja sobre el escritorio.

—No creo que sea muy buena idea.

—Ayúdame a levantarme. Estaré bien…

—Tonterías —dijo una voz femenina.

La médica privada de la Hermandad había salido de la nada, justo frente a ellos. Su maletín de médico era de los de antes, con dos asas en la parte superior y forma de hogaza de pan, y la bata que llevaba era blanca, igual a la que se usaba en las clínicas. El hecho de que fuera un fantasma era insólito. Pero todo lo que tenía que ver con ella, desde su ropa hasta el maletín, el pelo y el perfume, se volvieron sólidos y tangibles tan pronto llegó, exactamente como si fuera normal.

—Gracias por venir —dijo Blay, como buen anfitrión.

—Hola, doc —balbuceó Qhuinn.

—Y bien, ¿qué tenemos aquí? —Jane se acercó y se sentó en el borde de la cama. No lo tocó, sólo lo miró de arriba abajo, con la mirada intensa propia de los médicos.

—Por el momento no parezco un buen candidato para Playgirl, ¿verdad? —dijo él con algo de incomodidad.

—¿Cuántos eran? —Ella no estaba bromeando.

—Dieciocho. Cientos.

—Cuatro —interrumpió Blay—. Una guardia de honor de cuatro.

—¿Guardia de honor? —La doctora Jane sacudió la cabeza, como si no pudiera entender las tradiciones de los vampiros—. ¿Por lo de Lash?

—No, la envió la propia familia de Qhuinn —dijo Blay—. Y se supone que no debían matarlo.

La dichosa frase ya parecía un estribillo, pensó Qhuinn.

La doctora Jane abrió su maletín.

—Muy bien, veamos qué hay debajo de la ropa.

La doctora se concentró en su trabajo, mientras le cortaba la camisa y le oía el corazón y le tomaba la tensión. Entretanto, Qhuinn se distraía mirando hacia la pared, la pantalla del televisor y el maletín de médico.

—Bonito… maletín… el que tienes ahí —gruñó, al tiempo que ella le palpaba el abdomen y tocaba un punto muy doloroso.

—Siempre quise uno. Es parte de mi obsesión con Marcus Welby, doctor en medicina.[6]

—¿Quién?

—¿Te duele ahí?

El gemido que escapó de su boca cuando ella lo volvió a tocar en ese punto debió ser suficiente respuesta, así que Qhuinn no dijo nada más.

La doctora Jane le quitó los pantalones y, cuando quedó totalmente desnudo, Qhuinn se echó encima unas sábanas para cubrir sus partes íntimas. Pero ella se las quitó, lo miró con ojo clínico de frente y por detrás y luego le pidió que flexionara brazos y piernas. Después de mirar con cuidado un par de hematomas enormes, lo volvió a cubrir.

—¿Con qué te golpearon? Esos moretones que tienes en las piernas son serios.

—Palancas. Palancas grandes, enormes…

Entonces Blay interrumpió.

—Con bastones. Debieron ser esos bastones ceremoniales negros.

—Eso encaja con las lesiones. —La doctora Jane se quedó pensando un momento, como si fuera un ordenador que estaba procesando una petición de apertura de un programa—. Bien, esto es lo que tenemos. Las lesiones en las piernas deben ser muy incómodas, sin duda, pero las contusiones sanarán solas. No tienes heridas abiertas y, aunque parece que tienes cortada la palma de la mano, supongo que eso sucedió un poco antes, pues ya se está curando. Y no parece haber nada roto, lo cual es un milagro.

Nada roto, salvo el corazón, claro. Ser golpeado por tu propio hermano…

«No lloriquees, maricón», se dijo Qhuinn para sus adentros.

—Entonces, ¿estoy bien, doctora?

—¿Cuánto tiempo estuviste inconsciente?

Qhuinn frunció el ceño y la visión del Ocaso aterrizó en su memoria como un cuervo negro. Dios… ¿acaso había estado muerto?

—Ah… no tengo ni idea. Y no vi nada mientras estuve inconsciente. Sólo oscuridad, ya sabes… estaba inconsciente. —No estaba dispuesto a hablar de ese pequeño viajecito al más allá—. Pero estoy bien, ya sabes…

—Me temo que voy a tener que contradecirte ahí. El ritmo cardiaco está muy alto, la tensión es baja y no me gusta el estado de tu estómago.

—Sólo está magullado.

—Me preocupa que pueda haber una lesión interna.

Genial.

—Estoy bien.

—¿Estás bien? ¿Y dónde conseguiste tu licencia de médico? —La doctora Jane sonrió y Qhuinn también—. Me gustaría hacerte una resonancia, pero la clínica de Havers ha sufrido un ataque y está destrozada.

—¿Qué? —exclamaron los dos al mismo tiempo.

—Creí que lo sabíais.

—¿Y hubo víctimas? —preguntó Blay.

—Lash ha desaparecido.

Mientras los dos chicos asimilaban las implicaciones de esa última noticia, Jane buscó algo en su maletín y sacó una aguja sellada y un frasquito con una tapa de caucho.

—Voy a darte algo para el dolor. Y no te preocupes —dijo con ironía—, no es Demerol.

—¿Por qué? ¿El Demerol no es bueno?

—¿Para los vampiros? No. —Jane entornó los ojos—. Créeme.

—Te creo.

Cuando terminó de inyectarle el medicamento, Jane dijo:

—El efecto debe durar un par de horas, pero tengo intención de volver antes.

—El amanecer debe estar cerca, ¿no?

—Sí, así que vamos a tener que movernos rápido. Están instalando una clínica temporal…

—No puedo ir allí —dijo Qhuinn—. No puedo ir… No sería buena idea.

Blay asintió.

—Tenemos que mantener su paradero en secreto. En este momento no está seguro en ninguna parte.

La doctora Jane entornó los ojos y, después de un momento, volvió a hablar.

—Muy bien. Entonces pensaré en un lugar más privado para hacerte lo que necesitas. Entretanto, no quiero que te muevas de esa cama. Y nada de alimentos ni bebidas, por si tengo que operar.

Mientras la doctora Jane recogía su maletín de Marcus no sé qué, Qhuinn pensó en la cantidad de gente que no se atrevería a acercarse a él y mucho menos a tratarlo.

—Gracias —dijo en voz baja.

—No hay de qué. —Le puso una mano en el hombro y le dio un apretón—. Te voy a curar, no te quepa duda.

En ese momento, mientras miraba los ojos verdes de la doctora, Qhuinn realmente creía que ella era capaz de curar al mundo entero y la oleada de alivio que lo invadió fue indescriptible. Mierda, ya fuera por saber que su vida estaba en manos muy capaces, o resultado de lo que ella le había inyectado, la verdad es que no le importaba. De pronto se sentía de maravilla, y además estaba dispuesto a aceptar cualquier consuelo que le ofrecieran.

—Me siento adormilado.

—De eso se trata.

La doctora Jane se alejó y le susurró algo a Blay… y aunque su amigo trató de ocultar su reacción, Qhuinn notó que abría desmedidamente los ojos.

Ah, entonces la cosa era grave, pensó.

Cuando Jane se marchó, no se molestó en preguntarle a su amigo qué le había dicho la doctora, pues sabía que no habría manera de que Blay abriera la boca. Su expresión parecía una tumba.

Pero había muchas otras cosas de las cuales hablar, gracias a la situación tan grave en que todos se encontraban.

—¿Qué les dijiste a tus padres? —preguntó Qhuinn.

—No tienes que preocuparte de nada.

A pesar de la sensación de fatiga que se estaba apoderando de él, sacudió la cabeza.

—Dímelo, por favor.

—No tienes que…

—O me lo dices… o me levanto de la cama y me pongo a hacer Pilates ahora mismo.

—Como quieras. Siempre has dicho que el pilates es cosa de nenazas.

—Bien. Entonces judo.

Blay sacó una cerveza de la pequeña nevera.

—Al oír ruidos en la habitación, mis padres se dieron cuenta de que éramos nosotros. Acababan de regresar de la fiesta de la glymera. Así que los padres de Lash se deben estar enterando de lo ocurrido en este momento.

Mierda.

—¿Les hablaste… de mí?

—Sí, y quieren que te quedes. —Abrió la cerveza—. No le vamos a decir nada a nadie. Habrá mucha especulación sobre tu paradero, pero no es probable que la glymera organice una búsqueda casa por casa y nuestros doggen son discretos.

—Sólo me voy a quedar hoy.

—Mira, mis padres te quieren, y no te van a echar de aquí. Ellos saben cómo era Lash y también conocen a tus padres. —Blay no dijo nada más, pero el tono que usó llevaba implícita una buena cantidad de adjetivos.

Estirados, crueles, insensibles…

—No quiero ser una carga para nadie —dijo Qhuinn con rabia—. Ni para ti, ni para nadie.

—No eres una carga. —Blay clavó los ojos en el suelo—. Yo sólo tengo a mis padres. ¿A quién crees que recurriría si algo malo me ocurriera? John y tú sois lo único que tengo en este mundo, aparte de mis padres. Sois mi familia.

—Blay, voy a ir a la cárcel.

—No tenemos cárceles, así que vas a necesitar un lugar donde permanecer en arresto domiciliario. O quedarte escondido.

—¿Y no crees que eso se sabría? ¿No crees que voy a tener que decir dónde estoy?

Blay le dio un trago a su cerveza, sacó el teléfono y comenzó a mandar un mensaje.

—Mira, ¿puedes dejar de encontrarle un problema a cada solución? Ya tenemos suficientes problemas, no hay necesidad de que te inventes más. Ya encontraremos la manera de que te quedes aquí, ¿de acuerdo?

Se oyó un pitido.

—¿Ves? John está de acuerdo. —Blay le mostró la pantalla del móvil, en la cual decía «buena idea» y luego se terminó la cerveza con la expresión de satisfacción de quien acaba de ordenar el sótano y el garaje después de horas de trabajo—. Todo va a ir bien.

Qhuinn miró a su amigo a través de unos párpados que se habían vuelto tan pesados como plomos.

—Sí.

Antes de quedarse dormido, o inconsciente, su último pensamiento fue que seguramente las cosas iban a ir bien… sólo que no saldrían como Blay las había planeado.