18
Cormia no estaba en su habitación ni en el baño.
Mientras bajaba al vestíbulo para buscarla, Phury tomó una decisión. Si se encontraba con Rhage, no iba a hacerle la pregunta que tenía en mente. Lo que pasara con los estudiantes y los restrictores y la guerra ya no era de su incumbencia y sería mejor que se fuera acostumbrando.
Las cuestiones de los hermanos y los estudiantes ya no eran asunto suyo.
Su asunto era Cormia. Cormia y las Elegidas. Y ya iba siendo hora de que se hiciera cargo de sus responsabilidades.
Phury frenó en seco al llegar al arco que llevaba al comedor.
—¿Bella?
La shellan de su hermano gemelo estaba sentada en una de las sillas junto al aparador, con la cabeza inclinada y la mano sobre su barriga de embarazada. Estaba resoplando y parecía muy fatigada.
Bella levantó los ojos para mirarlo y sonrió débilmente.
—Hola.
Ay, Dios.
—Hola. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy bien. Y antes de que digas… que debería estar en cama… me dirijo hacia allí… —Bella desvió la mirada hacia la imponente escalera—. Sólo que por el momento… parece demasiado lejos.
En nombre del decoro, Phury siempre había tenido cuidado de no buscar la compañía de Bella fuera de las comidas, donde estaban todos reunidos, incluso desde antes de que Cormia llegara a la casa.
Pero no era momento para guardar las distancias.
—¿Te llevo en brazos?
Hubo una pausa y Phury se preparó para enfrentarse a las protestas de Bella. Tal vez le permitiera al menos llevarla del brazo…
—Sí. Por favor.
Ay… mierda.
—Vaya, sí que estás razonable hoy.
Phury sonrió, como si no estuviera muerto del susto, y se acercó. Cuando la levantó, pasándole un brazo por debajo de las piernas y el otro por la espalda, Bella le pareció tan ligera como el aire. Olía a esas rosas que florecen por la noche, y a algo más. Algo… que no pintaba bien, como si hubiese un desequilibrio en sus hormonas.
Tal vez estaba sangrando.
—¿Y cómo te sientes? —preguntó Phury con una voz increíblemente reposada, mientras la llevaba escaleras arriba.
—Igual. Cansada. Pero el bebé está dando muchas patadas, lo cual es buena señal.
—Eso está bien. —Al llegar al segundo piso, Phury dobló hacia el corredor de las estatuas. Entonces Bella apoyó la cabeza contra su hombro y de repente se estremeció, lo cual hizo que él sintiera ganas de echar a correr.
Al llegar frente a la habitación de Bella, las puertas que había al final del corredor se abrieron. Entonces apareció Cormia que, al verlos, titubeó y abrió mucho los ojos.
—¿Podrías abrir esta puerta? —le dijo Phury.
Cormia se apresuró a abrir la puerta para que el Gran Padre pudiera entrar a la habitación. Luego él se encaminó directamente a la cama y depositó a Bella entre el nido creado por las sábanas y las mantas dobladas.
—¿Te apetece comer algo? —preguntó Phury, mientras pensaba cómo sugerir que lo mejor sería llamar a la doctora Jane.
De repente los ojos de Bella brillaron con un destello de su antiguo esplendor.
—Creo que ése el problema… Sencillamente he comido mucho. Me acabo de tragar dos helados de Ben & Jerry’s de menta con trocitos de chocolate.
—Buena elección —dijo Phury y luego trató de parecer natural mientras murmuraba—: ¿Y qué te parece si llamo a Z?
—¿Para qué? Sólo estoy cansada. Y antes de que preguntes, no, no estuve levantada más de la hora permitida. No lo molestes, estoy bien.
Tal vez era cierto, pero de todas maneras iba a llamar a su hermano gemelo, aunque no lo haría delante de Bella.
Phury miró por encima del hombro. Cormia estaba fuera de la habitación, como una figura callada y envuelta en una túnica, con una expresión de preocupación en su hermoso rostro. Entonces se volvió hacia Bella.
—Oye, ¿qué te parece un poco de compañía?
—Me encantaría —dijo Bella y le sonrió a Cormia—. Grabé un maratón de Project Runway[4] y estaba a punto de verlo. ¿Te gustaría acompañarme?
Cormia clavó los ojos en Phury y debió ver la súplica en su mirada.
—No estoy segura de qué se trata, pero… sí, claro que me gustaría acompañarte.
Cuando Cormia entró, Phury la agarró del brazo y le habló en susurros.
—Voy a buscar a Z. Si ella tiene algún signo de dolor, marca asterisco-Z en el teléfono, ¿de acuerdo? Es el número directo de él.
Cormia asintió con la cabeza y dijo en voz baja:
—Yo la cuidaré.
Mientras le apretaba el brazo con suavidad, Phury murmuró:
—Gracias.
Después de despedirse, cerró la puerta y caminó unos cuantos metros por el corredor antes de llamar a Z desde su teléfono móvil.
«Contesta, contesta…».
Pero saltó el buzón.
Mierda.
‡ ‡ ‡
—No es él. ¡No es él!
Al fondo de un callejón situado junto a McGrider’s, el señor D estaba de pie bajo la lluvia y tenía ganas de usar al asesino que tenía enfrente como paso de peatones en la calle del Comercio.
—¿Qué diablos te pasa? —le espetó el asesino, mientras señalaba al vampiro civil que estaba a sus pies—. Éste es el tercer macho que atrapamos hoy. Es más de lo que hemos capturado en un año…
El señor D sacó su navaja.
—Y ninguno es el que necesitamos. Así que vuelve a montar y sal a cazar otra vez o me comeré tus huevos de desayuno.
Mientras el asesino retrocedía, el señor D se agachó y cortó la chaqueta del civil con la navaja. El macho estaba desmayado y borracho y parecía un traje sucio que necesitaba ir a la tintorería. Estaba muy manchado de sangre y su cara parecía una lámina de Rorschach, manchas, y nada más que manchas.
Después de encontrar la billetera del civil, el señor D pensó que estaba de acuerdo con su subordinado en una cosa, pero se quedó callado. Era difícil creer que hubiesen atrapado a tres vampiros en una sola noche y él todavía estuviera cagándose en los pantalones, como si llevara varios días tocándose las narices.
La cosa era que no tenía buenas noticias para el Omega y su pellejo era el que estaba en juego.
—Llévate esta mierda a la casa de la calle Lowell —dijo, al tiempo que una furgoneta azul pálido, con refuerzos, entraba por el callejón—. Y cuando recupere la conciencia, avísame. Veré si puede decirnos algo sobre el que estamos buscando.
—Como digas, jefe —dijo el otro y pronunció la palabra «jefe» como quien dice «imbécil».
El señor D pensó en sacar su navaja y despellejar al hijo de puta justo donde estaba. Pero después de recordar que ya había matado a un restrictor esa noche, se obligó a quedarse quieto y volvió a guardarse el arma en la chaqueta. En este momento no parecía buena idea mermar a su propio grupo de ayudantes.
—Estaré vigilando tus modales, chico.
Dos restrictores salieron de la furgoneta y se acercaron para recoger al civil.
—¿Por qué? No estamos en Texas.
—Cierto… —Entonces el señor D agarró al maldito por las pelotas y se las retorció como si fueran de caucho. El asesino soltó un alarido, lo cual prueba que aunque sea impotente, el punto débil de un hombre sigue siendo la mejor manera de llamar su atención—. Pero no hay razón para ser grosero —susurró el señor D, mientras miraba la cara del tío, contraída por el dolor—. ¿Acaso tu mamá no te enseñó nada?
La respuesta que recibió pudo haber sido desde el salmo veintitrés hasta un chiste o una lista de la compra, pues no se le entendió nada.
Cuando soltó al pobre desgraciado, el señor D comenzó a sentir una horrible angustia en cada centímetro cuadrado de su cuerpo.
Genial. La noche se ponía cada vez mejor.
—Encierren a ese macho —dijo el señor D— y luego vuelvan aquí. Todavía no hemos terminado por esta noche.
Cuando la furgoneta arrancó, estaba listo para pasarse por todo el cuerpo un papel de lija. Aquella horrible comezón significaba que el Omega quería verlo, pero ¿adónde diablos podía ir para tener una audiencia? Estaba en el centro de la ciudad y la propiedad más cercana de la Sociedad Restrictiva estaba a unos buenos diez minutos en coche… y considerando que no tenía ninguna buena noticia, no creía que retrasarse fuera buena idea.
El señor D recorrió la calle del Comercio y revisó los callejones llenos de edificios abandonados. Al final decidió que no podía correr el riesgo de tener una audiencia con el Omega en ninguno de esos lugares. Los indigentes humanos merodeaban por todo el centro y, en una noche así, sin duda debían estar buscando un lugar donde refugiarse de la tormenta. Y lo último que necesitaba el señor D era un testigo humano, aunque estuviera drogado o borracho, en especial considerando que iba a recibir una paliza.
Un par de calles más allá, llegó a una obra en construcción, rodeada por una valla de tres metros de altura. Había observado cómo crecía el edificio a lo largo de la primavera, primero con la estructura que brotaba del suelo, luego la piel de vidrio que envolvía las vigas y después el sistema nervioso de cables y tubos que se insertaban en medio de todo lo demás. Los obreros no trabajaban de noche, lo cual significaba que era el lugar perfecto para lo que necesitaba.
El señor D tomó impulso, se agarró del borde superior de la valla y se montó por encima hasta pasar al otro lado. Cayó de cuclillas y se quedó quieto.
No salió nadie ni parecía haber perros que pudieran interponerse en su camino, así que apagó con el pensamiento un par de luces y se escabulló entre las sombras hacia la puerta que estaba —¡sí!— abierta.
El aire del edificio estaba impregnado del olor seco del yeso y el señor D se adentró hasta el fondo, mientras sus pasos resonaban por todas partes. El lugar tenía el aire típico de una oficina, un espacio grande y abierto, que próximamente estaría lleno de cubículos. Pobres imbéciles. Él nunca podría haber soportado un trabajo de oficina. En primer lugar, porque no era muy bueno con los libros, y en segundo lugar, porque si no podía ver el cielo, sentía ganas de gritar.
Cuando estaba en el centro del edificio, se puso de rodillas, se quitó el sombrero de vaquero y se preparó para una buena ronda de insultos.
La tormenta arreció y los truenos llenaron el centro, rebotando contra los edificios altos. ¡Qué oportuna! La llegada del Omega sonó como otro trueno, cuando el Amo irrumpió dentro de la versión de la realidad que representaba Caldwell, apareciendo de la nada, como si saliera de un lago. Cuando completó su llegada, la construcción se sacudió como si fuera de goma.
Una túnica blanca se asentó sobre la forma negra y fantasmagórica del Omega y el señor D se preparó para comenzar a soltar su retahíla de «estamos haciendo todo lo que podemos».
Pero el Omega habló primero.
—He hallado lo que me pertenece. Su muerte fue el camino para encontrarlo. Debes darme cuatro hombres, tendrás que comprar algunas cosas y luego te dirigirás a la granja para prepararla para una inducción.
Fantástico, eso no era lo que esperaba que saliera de la boca del Amo.
El señor D se puso de pie y sacó su teléfono.
—Hay un escuadrón en la calle Tercera. Les diré que vengan para aquí.
—No, yo los recogeré y viajarán conmigo. Cuando regrese a la granja, deberás ayudarme con lo que haga falta y luego tendrás que prestarme un servicio.
—Sí, señor.
El Omega extendió los brazos y su túnica blanca se abrió como unas alas.
—Alégrate, porque ahora seremos diez veces más fuertes. Mi hijo vuelve a casa.
Con esas palabras, el Omega desapareció y un pergamino cayó sobre el suelo de cemento después de su partida.
—¿Su hijo? —El señor D se preguntó si habría oído bien—. ¿Hijo?
Entonces se inclinó y recogió el pergamino. La lista era larga y un poco asquerosa, pero no incluía nada fuera de lo común.
Fácil y barato. Lo cual era bueno, porque su billetera cada vez estaba más tiesa.
Se metió la lista entre la chaqueta y volvió a ponerse el sombrero de vaquero.
¿Su hijo?
‡ ‡ ‡
Al otro lado de la ciudad, en la clínica subterránea de Havers, Rehv esperaba en una de las salas de reconocimiento y su paciencia comenzaba a agotarse. Después de mirar el reloj por enésima vez, se sentía como el conductor de un coche de carreras, cuyo equipo de mecánicos estuviera formado por ancianos de noventa años.
¿Qué diablos estaba haciendo, después de todo? La dopamina ya había hecho efecto y la sensación de pánico ya se había desvanecido, así que ahora se sentía ridículo con sus zapatos Bally colgando de una camilla de hospital. Todo había vuelto a la normalidad y estaba bajo control y, por el amor de Dios, su brazo sanaría en cualquier momento. El hecho de que estuviera tardando tanto en curarse probablemente significaba que necesitaba alimentarse. Una rápida sesión con Xhex y estaría perfecto.
Así que, realmente, debería marcharse.
El único problema con eso era que Xhex y Trez lo estaban esperando en el aparcamiento. Si no salía de allí con algún tipo de vendaje sobre los pinchazos, como si fuera una momia, iban a armar un escándalo.
De pronto se abrió la puerta y entró una enfermera. Llevaba un vestido médico blanco, medias blancas y zapatos de suela de goma blancos; parecía salida de una película llena de extras, al igual que todo el ambiente y las anticuadas formalidades de la clínica de Havers. Cuando cerró la puerta, la enfermera clavó la mirada en la historia clínica de Rehv y aunque él no tenía dudas de que leía lo que estaba escrito allí, también era consciente de que la mujer estaba aprovechando la oportunidad de no tener que mirarlo a los ojos.
Todas las enfermeras hacían lo mismo cuando estaban con él.
—Buenas noches —dijo ella con tono formal, mientras pasaba las páginas—. Voy a tomarle una muestra de sangre, si no le molesta.
—Me parece bien. —Al menos eso ya era algo.
Mientras se levantaba primero la manga del abrigo de piel y luego la manga de la chaqueta, ella se lavó las manos y se puso los guantes.
A ninguna de las enfermeras le gustaba tratar con él. Era pura intuición femenina. Aunque en su historia clínica no se mencionaba el hecho de que era medio symphath, las hembras podían sentir su lado perverso. Bella, su hermana, y Marissa, su antigua novia, eran las únicas excepciones a la regla, porque ellas dos sacaban a la superficie su lado bueno: él se preocupaba por ellas y ellas lo percibían. Pero ¿qué pasaba con el resto de la raza? La gente anónima no significaba absolutamente nada para él y de alguna manera el sexo débil siempre notaba eso.
La enfermera se le acercó con una bandeja llena de frascos y un torniquete de caucho y Rehv se enrolló la manga. La mujer trabajó rápido y sin decir una palabra mientras le sacó sangre y luego salió del cuarto lo más rápido que pudo.
—¿Cuánto va a tardar? —preguntó Rehv, antes de que ella pudiera escabullirse.
—Acaba de llegar un caso urgente. Así que vamos a tardar un rato.
La puerta se cerró.
«Mierda». Rehv no quería dejar el club solo toda la noche. Con Trez y Xhex fuera… la cosa no pintaba bien. Iam era duro de pelar, claro, pero incluso los matones más duros necesitaban apoyo cuando se enfrentaban a una multitud de cuatrocientos humanos borrachos.
Rehv abrió su teléfono, marcó el número de Xhex y peleó con ella durante cerca de diez minutos. Lo cual no era muy divertido, pero al menos servía para matar el tiempo. Ella no iba a aceptar que él se marchara sin que lo viera el médico, pero al menos logró convencerla de que regresara al club con Trez.
Desde luego, eso sólo sucedió después de que les diera una orden directa a los dos.
—Bien —replicó ella con furia.
—Pues eso —refunfuñó él, y colgó.
Luego se volvió a meter el teléfono en el bolsillo. Lanzó un par de maldiciones, volvió a sacar el maldito móvil y escribió el siguiente mensaje: «Lmento ser tan hp. ¿M perdonas?».
En cuanto oprimió el botón de enviar, le llegó un mensaje de ella: «Qndo s trata d esto, siempre t xtas como 1 hp. Sólo t llevé xq m preoqpo x ti».
Rehv no pudo evitar reírse, en especial cuando ella volvió a enviarle otro mensaje: «Tás prdnado aunq sigues siendo 1 hp. Nos vmos dspués».
Revh se volvió a guardar el teléfono y miró a su alrededor, observando los aparatos clínicos en su frasco de vidrio al lado del lavabo, el tensiómetro que colgaba de una pared y el escritorio con el ordenador que reposaban en la esquina. Ya había estado en este mismo cuarto antes. Había estado en todas las salas de reconocimiento.
Havers y él se trataban desde hacía algún tiempo como paciente y médico, pero el asunto era delicado. Si alguien tenía evidencia de la presencia de un symphath, incluso un mestizo, tenía que denunciar al individuo por ley, para que pudieran apartarlo de la población general y llevarlo a la colonia que tenían en el norte. Lo cual lo arruinaría todo. Así que cada vez que Rehv acudía a una de esas visitas, penetraba en la mente del buen doctor y abría lo que le gustaba considerar como su armario personal en el ático de Havers.
El truco era muy parecido a lo que los vampiros podían hacer para borrar los recuerdos a corto plazo de los humanos, sólo que era más profundo. Después de poner al médico en trance, Rehv sacaba la información sobre él y su «estado» y Havers podía tratarlo de acuerdo con eso, sin las desagradables consecuencias sociales que habría de otra manera. Cuando la consulta terminaba, Rehv volvía a meter sus «pertenencias» en la mente del médico y las volvía a poner a buen recaudo, encerrándolas en la corteza cerebral del doctor hasta la siguiente ocasión.
¿Era como perpetrar un robo? Sí. Pero ¿había otra salida? No. Rehv necesitaba tratamiento; él no era como Xhex, que lograba contener sus impulsos por su cuenta. Aunque sólo Dios sabía cómo lo hacía…
Rehv se enderezó y su columna vertebral sintió una especie de estremecimiento, mientras sus sentidos se ponían alerta.
Agarró el bastón con fuerza y se bajó de la camilla, al tiempo que aterrizaba en dos pies que no podía sentir. El viaje hasta la puerta fue de tres pasos y luego sujetó el picaporte con la mano y lo giró. Fuera, el pasillo estaba vacío en las dos direcciones. Hacia la izquierda, el control de enfermería y la sala de espera parecían estar bajo control. Hacia la derecha, había más habitaciones de pacientes y, más allá, las puertas dobles que llevaban a la morgue.
Ningún drama.
Sí… nada parecía fuera de lugar. El personal médico parecía moverse con determinación. Alguien tosió en la sala de reconocimiento de al lado. El zumbido del sistema de ventilación era como un borboteo constante y blanco.
Rehv entornó los ojos y sintió la tentación de inspeccionar el lugar con su lado symphath, pero era demasiado arriesgado. Acababa de recuperar el equilibrio y sería mejor dejar que Pandora y su caja permanecieran encerradas.
Después de regresar a la sala de observación, sacó su teléfono y comenzó a marcar el número de Xhex, para que volviera a la clínica, pero la puerta se abrió antes de completar la llamada.
Su cuñado, Zsadist, asomó la cabeza por la puerta.
—Oí que estabas aquí.
—Hola. —Rehv guardó el teléfono y atribuyó la sensación de ansiedad que le invadió a la paranoia que parecía atacarlo cuando se aplicaba dosis dobles. Ah, el placer de los efectos secundarios.
Mierda.
—No me digas que estás aquí a causa de Bella.
—No. Ella está bien. —Z cerró la puerta y se recostó en ella para bloquearla, de modo que quedaron encerrados.
El hermano tenía los ojos negros, lo cual indicaba que estaba bastante cabreado.
Rehvenge acercó el bastón y lo dejó colgando entre sus piernas, por si lo necesitara. Z y él trataban de tolerarse lo más posible desde que el hermano y Bella habían comenzado su relación, pero las cosas podían cambiar. Y considerando el color tan oscuro de sus ojos, que eran como el interior de una cripta, era evidente que habían cambiado.
—¿Tienes algo en mente, hombretón? —preguntó Rehv.
—Quiero que me hagas un favor personal.
La palabra «favor» parecía un eufemismo.
—Habla.
—No quiero que sigas haciendo negocios con mi hermano gemelo. Vas a cortarle el suministro. —Z se inclinó hacia delante, pero dejó las caderas contra la puerta—. Y si no lo haces, haré que no puedas volver a vender ni una maldita pajita de cóctel en ese antro de tu propiedad.
Rehv golpeó con el extremo del bastón en la camilla y se preguntó si el hermano cambiaría de parecer si supiera que las ganancias del club eran lo que mantenía al hermano de su shellan fuera de la colonia symphath. Z sabía que él era mestizo; pero no sabía nada de la Princesa y sus juegos.
—¿Cómo está mi hermana? —preguntó Rehv arrastrando las palabras—. ¿Está bien? ¿Tranquila? Eso es importante para ella, ¿no? No hay que contrariarla sin necesidad.
Zsadist entornó los ojos hasta que se convirtieron en un par de ranuras y su cara llena de cicatrices parecía una de esas máscaras que la gente ve en las pesadillas.
—Realmente no creo que quieras provocarme, ¿verdad?
—Si jodes mi negocio, las consecuencias también la alcanzarán a ella. Créeme. —Rehv sujetó el bastón de manera que quedó vertical sobre su palma—. Tu hermano ya es mayorcito. Si tienes problemas con su adicción, tal vez deberías hablar con él, ¿no?
—Ah, claro que voy a hablar con Phury. Pero quiero tu palabra. No vas a venderle más droga.
Rehv se quedó mirando el bastón, que sostenía en el aire, perfectamente equilibrado. Hacía mucho tiempo que había hecho las paces con su negocio, sin duda gracias a la ayuda de su lado symphath, para el cual aprovechar las debilidades de los demás era una especie de imperativo moral.
Justificaba lo que hacía alegando que las decisiones de sus clientes no tenían nada que ver con él. Si la cagaban en la vida a causa de lo que él les vendía, era su elección… y eso no era muy distinto de otras maneras más aceptables, desde el punto de vista social, en que la gente se destruía a sí misma, como comiendo hasta enfermar del corazón, gracias a lo que McDonald’s vendía, o bebiendo hasta destrozarse el hígado gracias a los buenos amigos de Anheuser-Busch, o jugando en casinos hasta perder sus casas.
Las drogas eran una mercancía y él era un hombre de negocios; además, los adictos encontrarían su destrucción en otra parte aunque él cerrara sus puertas. Lo mejor que él podía hacer era asegurarse de que, si le compraban a él, la mierda que consumían no estuviera contaminada con sustancias tóxicas y la pureza fuera constante, para que pudieran distribuir sus dosis con confianza.
—Tu palabra, vampiro —gruñó Zsadist.
Rehv bajó la vista hacia la manga que cubría su brazo izquierdo y pensó en la expresión de Xhex cuando había visto lo que se había hecho. ¡Qué curiosos eran los paralelismos! El hecho de que su droga predilecta fuera recetada no significaba que fuese inmune a la tentación de abusar de ella.
Rehv levantó los ojos, cerró los párpados y dejó de respirar. Se transportó a través del aire entre él y el hermano y entró en la mente de su cuñado. Sí… debajo de toda aquella rabia había un terror absoluto.
Y recuerdos… de Phury. Una escena ocurrida hacía mucho tiempo… hacía setenta años o más… un lecho de muerte. El de Phury.
Z estaba envolviendo a su gemelo en mantas y lo acercaba a una hoguera. Estaba preocupado… Por primera vez desde que había perdido el alma a causa de su esclavitud, miraba a alguien con cariño y compasión. En la escena, secaba la frente de Phury, empapada en sudor por efecto de la fiebre, y luego se ponía las armas y se marchaba.
—Vampiro… —murmuró Rehv—. Mírate bien, te has convertido en toda una enfermera.
—Sal de mi maldito pasado.
—Tú lo salvaste, ¿no es así? —Rehv abrió los ojos de repente—. Phury estaba enfermo. Tú fuiste a buscar a Wrath porque no tenías a quién recurrir. El salvaje convertido en salvador.
—Para tu información, estoy de mal humor y tú me estás volviendo más peligroso.
—Así fue como los dos acabasteis en la Hermandad. Interesante.
—Quiero tu palabra, devorador de pecados. No una historia que me aburre.
Motivado por algo que Rehv no quería nombrar, se puso una mano en el corazón y dijo claramente en Lengua Antigua:
—Te ofrezco mi promesa aquí y ahora. Tu gemelo de sangre nunca más volverá a salir de mi establecimiento portando drogas.
Una expresión de asombro cruzó por la cara llena de cicatrices de Z. Luego asintió con la cabeza.
—Dicen que no se debe confiar nunca en un symphath. Así que voy a confiar en la mitad de ti que es el hermano de mi Bella, ¿entendido?
—Buena idea —murmuró Revh, mientras dejaba caer la mano—. Porque ése es el lado con el que hice la promesa. Pero dime una cosa, ¿cómo te vas a asegurar de que no le compre la droga a alguien más?
—Para ser sincero, no tengo ni puta idea.
—Bueno, te deseo buena suerte con él.
—Vamos a necesitarla. —Zsadist se dirigió a la puerta.
—Oye, Z.
El hermano miró por encima del hombro.
—¿Qué?
Rehv se frotó el pectoral izquierdo.
—¿No has… no has sentido una mala energía hoy?
Z frunció el ceño.
—Sí, pero ¿qué tiene eso de extraño? Hace mucho tiempo que no tenemos buena energía por aquí.
La puerta se cerró lentamente y Rehv se volvió a poner la mano sobre el corazón. Su maldito corazón estaba palpitando como loco sin ninguna razón aparente. Mierda, probablemente lo mejor sí sería ver al médico. Sin importar lo que tardara…
La explosión destrozó la clínica con un bramido similar a un trueno.