17
Cuando John se sentó junto a Cormia, volvió a mirar su teléfono por dos razones. La escena de sexo le hacía sentirse un poco incómodo y, además, estaba desesperado por tener noticias de Qhuinn y Lash.
Maldición.
Le envió otro mensaje a Blay, quien le contestó enseguida y dijo que tampoco había tenido noticias de Qhuinn y estaba pensando que era hora de sacar las llaves del coche.
John dejó el teléfono sobre sus piernas. No era posible que Qhuinn hubiese hecho alguna estupidez, como colgarse en el baño o algo así. No. De ninguna manera.
Sin embargo, el padre de Qhuinn era capaz de cualquier cosa. John nunca lo había visto, pero Blay le había contado muchas historias… y él había visto con sus propios ojos cómo Qhuinn había llegado con un ojo negro la noche siguiente a su transición.
John sintió que estaba golpeando nerviosamente el suelo con el pie y, con el fin de detenerse, puso la mano sobre la rodilla. Como era muy supersticioso, no podía dejar de pensar en esa historia de que las malas noticias siempre llegan de tres en tres. Si Lash moría, después vendrían otras dos malas noticias.
John pensó en los hermanos que estaban allá afuera, en las calles, con los restrictores. Y en Qhuinn, por ahí solo, en medio de la noche. Y en Bella y su embarazo.
Volvió a mirar el teléfono y lanzó una maldición silenciosa.
—Si tienes que irte —dijo Cormia—, no tengo ningún problema en quedarme aquí sola.
John la miró y ya estaba a punto de negar con la cabeza, cuando ella lo detuvo tocándole el brazo con suavidad.
—Ve a hacer lo que tienes que hacer. Es evidente que has tenido una noche difícil. Te pediría que me hablaras del asunto, pero no creo que quieras hacerlo.
Sin pensarlo mucho, John escribió lo primero que se le vino a la cabeza:
«Desearía poder volver atrás en el tiempo y no ponerme estas zapatillas».
—¿De qué hablas?
Bueno, mierda, ahora tenía que explicarse o quedaría como un idiota.
«Hoy pasó algo malo. Justo antes de que sucediera, mi amigo me dio este par de zapatillas que llevo puestas. Si no me las hubiese puesto, los tres nos habríamos ido antes de…». John vaciló, mientras pensaba que él y sus amigos se habrían ido antes de que Lash saliera de la ducha y… «antes de que ocurriera lo que ocurrió».
Cormia lo miró un momento.
—¿Quieres saber lo que pienso?
Él asintió con la cabeza, y ella dijo:
—Si no hubiese sido por las zapatillas, te habrías retrasado por cualquier otra razón. Alguien más se habría puesto algo más. O te habrías entretenido conversando. O porque no podías abrir la puerta. A pesar de que poseemos el libre albedrío, el destino absoluto es inmutable. Lo que se supone que debe ocurrir siempre ocurre, de una manera u otra.
Dios, eso era exactamente lo que él pensaba mientras estaba en la oficina del centro de entrenamiento. Sólo que…
«Pero fue culpa mía. Todo el asunto tenía que ver conmigo. Lo que sucedió, sucedió por culpa mía».
—¿Acaso le hiciste daño a alguien? —Al ver que John negaba con la cabeza, Cormia preguntó—: Entonces, ¿por qué es culpa tuya?
John no quería entrar en detalles. De ninguna manera.
«Porque sí. Mi amigo hizo algo horrible para salvar mi reputación».
—Pero fue decisión suya, decidió libremente, como un macho de honor. —Cormia le dio un apretón en el brazo—. No te lamentes por la decisión que él tomó sin que nadie lo obligara. En lugar de eso, pregúntate qué puedes hacer para ayudarlo ahora.
«Me siento tan impotente».
—Es normal, pero estás pensando con el corazón, no con la cabeza —dijo ella con voz suave—. Ve y piensa. La solución llegará a ti. Lo sé.
Esa serena fe en él resultaba aún más poderosa porque se reflejaba en el rostro de Cormia y no era sólo palabras. Y eso era exactamente lo que él necesitaba.
«Eres genial», escribió John.
Cormia se ruborizó de placer.
—Gracias, señor.
«Llámame John, por favor».
John le entregó el mando a distancia y se aseguró de que Cormia supiera cómo usarlo. Al ver que aprendía rápidamente, no se sorprendió. Ella era como él. El hecho de que guardara silencio no significaba que no fuera inteligente.
Le hizo una reverencia, lo cual le hizo sentirse un poco raro, pero parecía lo más adecuado, y se marchó. Mientras bajaba hacia el segundo piso, le mandó un mensaje a Blay. Ya habían pasado dos horas desde la última vez que tuvieron noticias de Qhuinn y era tiempo de ir a buscarlo. Como seguramente llevaba cosas con él, no podía desmaterializarse, así que no debía estar lejos, considerando que no tenía coche. A menos que le hubiese pedido a alguno de los doggen de la casa que lo llevara a alguna parte…
John abrió las puertas dobles que salían al pasillo de las estatuas y pensó que Cormia tenía mucha razón: sentarse a esperar no iba a ayudar a Qhuinn a lidiar con el hecho de haber sido expulsado de su familia, y tampoco iba a alterar lo que pasara al final con Lash.
Y a pesar de lo incómodo que se sentía acerca de lo que sus amigos habían oído, los dos eran más importantes que esas palabras que Lash había pronunciado en los vestuarios, movido solamente por la crueldad.
Cuando llegó a las escaleras, su teléfono anunció un mensaje. Era de Zsadist: «Lash ha sufrido un paro cardiaco. Las cosas no pintan bien».
‡ ‡ ‡
Qhuinn iba caminando por el borde de la carretera y la mochila le golpeaba el trasero a cada paso que daba. Por delante, un rayo cortó el cielo como una serpiente e iluminó los robles, convirtiendo sus troncos en lo que parecía una fila de matones de hombros grandes. El trueno que siguió no tardó mucho tiempo en estallar, lo que significaba que no estaba lejos, y además había ozono en el aire. Qhuinn tuvo el presentimiento de que estaba a punto de empaparse.
Y así fue. Al comienzo las gotas de lluvia eran grandes y espaciadas, pero luego se fueron volviendo más pequeñas y abundantes, como si las grandes hubiesen saltado primero de las nubes y las pequeñas las siguieran tras verificar que el salto era seguro.
Cuando golpeaban la tela de la mochila las gotas producían un pequeño estallido y el pelo de su cabeza comenzó a aplastarse. Qhuinn no hizo nada para protegerse, pues la lluvia iba a ganar de todas maneras. No tenía paraguas y no se iba a refugiar debajo de un roble.
Quedar carbonizado por un rayo no sería muy útil.
Cerca de diez minutos después de que empezara la lluvia, un coche redujo la velocidad detrás de él. Los faros del vehículo le iluminaron la espalda y proyectaron su sombra sobre el pavimento, y el resplandor se hizo más cegador cuando el motor se detuvo.
Blay había llegado a buscarlo.
Qhuinn se detuvo y dio media vuelta, al tiempo que se protegía los ojos con el brazo. La lluvia formaba un fino velo blanco frente a las luces y salía vapor de los faros, lo cual le recordó a algunos episodios de Scooby-Doo.
—Blay, ¿podrías bajar las luces? No veo nada.
De pronto la noche quedó negra y las cuatro puertas del coche se abrieron, sin que se encendiera la luz interior del vehículo.
Qhuinn puso la mochila en el suelo lentamente. Eran machos de su especie, no restrictores. Lo cual, considerando que no estaba armado, era una tranquilidad, pero sólo parcial.
Las puertas se cerraron en serie con un golpe seco. Cuando otro rayo iluminó el cielo, Qhuinn cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo: los cuatro machos iban vestidos de negro y tenían capuchas que cubrían sus rasgos faciales.
Ah, sí. La tradicional guardia de honor.
Qhuinn no trató de correr al ver que los machos sacaban uno por uno sus bastones negros; en lugar de eso, adoptó la posición de combate. Iba a perder esta batalla y la derrota iba a ser terrible, pero, maldición, estaba dispuesto a romperles algunos dientes, aunque terminara en suelo, con los puños ensangrentados.
La guardia de honor lo rodeó, adoptando la clásica posición de los que van a dar una paliza y Qhuinn dio vueltas en su puesto, esperando a ver cuál era el primero en atacar. Todos eran tíos grandes, todos de su tamaño, y su propósito era obtener una compensación física de lo que le había hecho a Lash, dándole una buena tunda. Como no se trataba de un rito, sino de una revancha, él podía defenderse.
Así que Lash debía haber sobrevivido…
Uno de los bastones lo golpeó en la parte trasera de la rodilla y fue como recibir un electroshock. Trató de conservar el equilibrio, pues sabía que si caía al suelo estaría perdido, pero alguien más se encargó de su otra pierna y le propinó un formidable golpe en el muslo. Al caer sobre las manos y las rodillas, los bastones comenzaron a castigar sus hombros y su espalda, pero Qhuinn se abalanzó hacia delante y agarró a uno de los guardias de los tobillos. El tío trató de zafarse, pero Qhuinn se aferró a él y le dio un tirón hasta desplazar el centro de gravedad del hombre. Por fortuna, cuando cayó al suelo como un yunque, tuvo la gentileza de llevarse a otro de sus amigos con él.
Qhuinn necesitaba un bastón. Era su única oportunidad.
Con un movimiento asombroso, intentó agarrar el arma del que había tumbado, pero otro bastón lo golpeó con fuerza en la muñeca. El dolor fue como ver un anuncio de neón que decía «estás perdido» y la mano quedó completamente incapacitada, colgando del brazo como un peso muerto. Afortunadamente Qhuinn era ambidextro. Así que agarró el bastón con la mano izquierda y le lanzó un golpe en la rodilla al que tenía enfrente.
Las cosas se pusieron peor después de eso. Ponerse de pie era imposible, así que se revolvió como una víbora en el suelo, lanzando golpes letales y rápidos a las piernas y los testículos. Era como estar rodeado de perros de caza, que se acercaban y se retiraban, de acuerdo con sus movimientos.
Estaba comenzando a pensar que iba a poder mantenerlos a raya, cuando uno de los vampiros cogió una piedra del tamaño de un puño y se la lanzó a la cabeza. Qhuinn logró esquivarla, pero la maldita piedra lo alcanzó cuando rebotó en el pavimento… y le pegó justo en la sien. Se quedó quieto durante un segundo y eso fue todo lo que necesitaron sus atacantes. Enseguida lo rodearon y comenzó la paliza de verdad. Mientras se encogía como un ovillo, se puso los brazos sobre la cabeza y se protegió los órganos vitales y el cerebro lo mejor que pudo, al tiempo que aguantaba la tortura.
Se suponía que no debían matarlo.
Realmente no debían hacerlo.
Pero uno de ellos lo pateó en la parte baja de la espalda, comprometiendo los riñones. Mientras se arqueaba del dolor, pues no pudo evitarlo, descubrió la parte baja de la mandíbula, que fue donde aterrizó la segunda patada.
Lamentablemente, su mandíbula no estaba especialmente dotada para absorber los golpes; de hecho, fue como un amplificador, pues sus dientes inferiores se estrellaron con los superiores y su cráneo recibió todo el impacto. Aturdido, quedó como desmayado y aflojó los brazos, mientras perdía su postura defensiva.
No debían matarlo, porque Lash todavía debía estar vivo si estaban haciendo esto. Si hubiese muerto, los padres de su primo lo habrían llevado ante el rey y hubiesen pedido la pena de muerte para él, aunque técnicamente todavía era menor de edad. No, aquella paliza era la manera de vengar una lesión corporal. Ojo por ojo. O, al menos, así se suponía que debía ser.
El problema era que los tíos seguían dándole patadas en la espalda y luego uno de ellos cogió impulso y plantó sus botas de combate en el centro del pecho de Qhuinn.
Inmediatamente se quedó sin aire. Su corazón dejó de latir. Y todo se detuvo.
Y en ese momento fue cuando oyó la voz de su hermano.
—No vuelvas a hacer eso. Va contra las reglas.
Su hermano…
¿Su hermano?
Entonces el ataque no era una venganza por la afrenta a Lash.
Era un castigo de su propia familia, para vengar la ofensa a su apellido.
Mientras Qhuinn luchaba por respirar, los cuatro vampiros comenzaron a discutir entre ellos. Pero la voz de su hermano resonó por encima de las demás.
—¡Es suficiente!
—¡Pero es un maldito mutante, merece morir!
Qhuinn perdió interés en la discusión cuando se dio cuenta de que su corazón no terminaba de latir de nuevo y ni siquiera el pánico que eso le produjo le hizo reaccionar. Los ojos se le empañaron y sintió que las manos y los pies comenzaban a entumecerse.
Ahí fue cuando vio la luz brillante.
Mierda, el Ocaso venía a por él.
—¡Joder! ¡Vámonos!
Alguien se inclinó sobre él.
—Regresaremos por ti, imbécil. Pero la próxima vez vendremos sin tu hermano.
Se oyó ruido de botas, puertas que se abrían y se cerraban y luego el chirrido de las llantas de un coche que arrancaba. Cuando otro coche se aproximó donde él estaba, se dio cuenta de que las luces que veía no eran del otro mundo sino de alguien que venía por la carretera.
Mientras yacía en el suelo como un muerto, se le ocurrió que tal vez él mismo podría golpearse el pecho. Como en Casino Royale… y hacerse una autorreanimación cardiopulmonar.
Entonces cerró los ojos. Si pudiera convertirse en el agente 007… Pero no había posibilidad. No lograba hacer que sus pulmones funcionaran y su corazón todavía no era más que un nudo inerte de músculos en medio del pecho. El hecho de que ya no sintiera dolor era aún más preocupante.
Las siguientes luces blancas que vio venir hacia él le produjeron el mismo efecto de la neblina que flotaba sobre la carretera y lo bañaba con un aire de tranquilidad. Al sentir que lo iluminaban, pasó de estar aterrorizado a no sentir miedo en absoluto. Qhuinn sabía que no era un coche. Era el Ocaso.
Luego sintió que levitaba y comenzaba a volar, ingrávido, hasta llegar a la entrada de un pasillo blanco. Al final del corredor había una puerta que se sentía impulsado a abrir. Qhuinn caminó hacia la puerta con rapidez, y tan pronto llegó, estiró la mano para agarrar el picaporte. Cuando su mano envolvió el tibio pestillo de bronce, tuvo la sensación de que una vez que atravesara esa puerta, ya no habría marcha atrás. Mientras no abriera la puerta y entrara a lo que había al otro lado, estaba en un punto muerto.
Pero cuando atravesara la puerta, ya no habría forma de regresar.
En el instante en que iba a girar el picaporte, vio una imagen en los paneles de la puerta. Era una imagen borrosa y se detuvo, tratando de discernir qué era lo que veía.
Ay… Dios… pensó, cuando entendió qué era lo que estaba viendo.
Puta… mierda.