Ya había amanecido cuando dejé a un lado el manuscrito. La lluvia había cesado casi por completo; el mundo aparecía gris y triste; la tormenta, exhausta, suspiraba y se lamentaba, resistiéndose a morir. Fui a la habitación del forastero y me quedé escuchando junto a su puerta entreabierta. Oí su voz, así que llamé. No recibí respuesta. Pero seguía oyendo su voz. Me asomé. El hombre estaba tendido sobre la cama y hablaba entrecortada, pero vigorosamente, enfatizando sus palabras con las manos, que agitaba violenta, incesantemente, como hacen los enfermos que padecen delirios. Me acerqué con cautela y me incliné a su lado. Continuó con sus murmullos y exclamaciones. Dije algo, una palabra cualquiera, para llamar su atención. Sus ojos, vidriosos, y su rostro ceniciento, se iluminaron inmediatamente con placer, gratitud, alegría y bienvenida:
—Oh, Sandy, finalmente has llegado… ¡cuanto he esperado! Siéntate a mi lado… No me dejes… No me dejes nunca más, Sandy, nunca más. ¿Dónde está tu mano…? Dame tu mano, querida mía, déjame acariciarla… Así… Ahora todo está bien, todo está en paz, y de nuevo soy feliz… De nuevo somos felices ¿no es verdad, Sandy? Te veo tan opaca, tan borrosa; no eres más que niebla, una nube, pero estás aquí, y con esa felicidad me basta. Y tengo tu mano.., no la retires…, es sólo un momento…, no la necesitaré mucho tiempo… ¿Era ésa la pequeña…? ¡Hola Operadora!… No responde. ¿Duerme? Cuando despierte tráela junto a mí y déjame tocar sus manos, su cara, su cabello… y despedirme de ella… ¡Sandy!… Sí; está aquí. Me he extraviado unos segundos y pensé que te habías ido… ¿He estado enfermo durante mucho tiempo? Seguramente que sí; me parece que han sido meses y meses. ¡Y que extraños sueños he tenido…! Extraños y terribles, Sandy. Sueños que parecían tan reales como la realidad misma…, delirios, claro, ¡pero parecían tan reales! ¡Vaya!, si hasta pensé que el rey había muerto y que estabas en la Galia y no podías volver a casa, y que había una revolución… En el fantástico frenesí de estos sueños pensé que Clarence, yo y un puñado de mis cadetes nos enfrentábamos contra toda la caballería andante de Inglaterra, y la exterminábamos. ¡Pero ni siquiera eso era lo más extraño! Me parecía ser una criatura de una época remota no acaecida a siglos de distancia, e incluso eso era tan real como el resto. Sí, me parecía haber sido catapultado desde aquella época hasta la nuestra, y luego, de nuevo, a la otra, donde me sentía como un forastero, triste y sólo en aquella extraña Inglaterra, con un abismo de trece siglos que me separaba de mi hogar y de mis amigos, que me separaba de todo lo que es querido y por lo cual vale la pena vivir. Era algo terrible, más terrible de lo que jamás podrías imaginarte, Sandy. Ah, cuida de mí, Sandy…, quédate a mi lado… No permitas que de nuevo pierda la razón. No es nada la muerte; déjala que venga, pero no con estos sueños, no con la tortura de estos sueños espantosos… No podría soportarlos otra vez… ¿Sandy?
Continuó murmurando incoherentemente durante unos instantes y luego se quedó en silencio un rato, al parecer deslizándose hacia la muerte. Al cabo, sus dedos comenzaron a tirar insistentemente de la colcha y supe por esa señal que se acercaba su fin. Ya con los primeros estertores de la muerte en la garganta trató de incorporarse y se quedó muy quieto como si intentara escuchar algo:
—¿Una corneta…? ¡Es el rey! ¡Pronto, el puente levadizo! ¡Cubrid las almenas!… Apagad los…
Estaba preparando un último y espectacular «efecto», pero nunca pudo terminarlo.