La gente de Yali
Un verano en que mi esposa, Marie, y yo pasábamos las vacaciones en Australia, decidimos visitar un emplazamiento arqueológico en el que había pinturas rupestres aborígenes bien conservadas en el desierto cercano a la ciudad de Menindee. Aun cuando conocía la reputación de aridez y calor estival del desierto australiano, había pasado ya largos períodos trabajando en condiciones de calor y sequía en el desierto de California y en la sabana de Nueva Guinea, por lo que me consideré bastante experimentado como para afrontar los pequeños desafíos a los que nos enfrentaríamos como turistas en Australia. Bien provistos de agua potable, Marie y yo partimos al mediodía para una caminata de unos kilómetros hasta las pinturas.
El camino que partía del puesto de guardas forestales ascendía por la colina, bajo un cielo sin nubes, a través de un terreno despejado que no ofrecía sombra alguna. El aire cálido y seco que respirábamos me recordaba cómo me había sentido al respirar estando sentado en una sauna finlandesa. C.ando llegamos al lugar del despeñadero donde estaban las pinturas, se nos había terminado el agua. Habíamos perdido también nuestro interés por el arte, por lo que comenzamos a descender, respirando lenta y regularmente. No tardé en advertir la presencia de un pájaro que era inequívocamente una especie de ave parlante, pero parecía enorme en comparación con cualquier especie de ave parlante conocida. En aquel momento me di cuenta de que, por primera vez en mi vida, tenía alucinaciones debido a una exposición excesiva al calor. Marie y yo decidimos que lo mejor era regresar directamente.
Los dos dejamos de hablar. Mientras caminábamos nos concentramos en escuchar nuestra respiración, calculando la distancia que nos separaba de la marca siguiente del camino, y también, el tiempo que quedaba. Yo tenía la boca y la lengua secas, y la cara de Marie estaba roja. C.ando por fin llegamos al puesto de los guardas, provisto de aire acondicionado, nos derrumbamos en sillas cerca del enfriador de agua, nos bebimos los últimos dos litros de agua del enfriador y pedimos al guarda otra botella. Sentado allí, agotado, tanto física como emocionalmente, pensé que los aborígenes que habían realizado aquellas pinturas habían pasado toda su vida en aquel desierto sin refugio con aire acondicionado, logrando encontrar alimento y agua.
Para los australianos blancos, Menindee es célebre por haber sido campamento base de dos blancos que sufrieron aún más el calor seco del desierto más de un siglo atrás: el policía irlandés Robert Burke y el astrónomo inglés William Wills, los infortunados jefes de la primera expedición europea que cruzó Australia de sur a norte. Partiendo con seis camellos cargados con comida suficiente para tres meses, Burke y Wills agotaron las provisiones cuando estaban en el desierto al norte de Menindee. Por tres veces seguidas fueron encontrados y rescatados por aborígenes bien alimentados cuyo hogar era aquel desierto, y que atiborraron a los exploradores de peces, pasteles de helecho y gordas ratas asadas. Pero después Burke disparó insensatamente su pistola contra uno de los aborígenes, y todo el grupo huyó. A pesar de su gran ventaja sobre los aborígenes en cuanto a posesión de armas de fuego con las que cazar, Burke y Wills pasaron hambre, se derrumbaron y murieron en el plazo de un mes a partir de la huida de los aborígenes.
La experiencia compartida con mi esposa en Menindee, y la suerte de Burke y Wills, me recordaron las dificultades que entraña la construcción de una sociedad humana en Australia. Australia es distinta de todos los continentes: las diferencias entre Eurasia, África, América del Norte y América del Sur se desvanecen hasta resultar insignificantes en comparación con las diferencias que hay entre Australia y cualquiera de esas masas terrestres. Australia es, con diferencia, la gran masa terrestre de dimensiones continentales más seca, pequeña, llana, infértil, climáticamente más imprevisible y biológicamente más empobrecida. Fue la última en ser ocupada por los europeos; hasta ese momento había albergado las sociedades humanas más distintivas, y la población humana menos numerosa, de las grandes masas continentales.
Australia ofrece, pues, una prueba decisiva para las teorías acerca de las diferencias intercontinentales en las sociedades. Tenía el entorno más distintivo, y también las sociedades más distintivas.
¿Fue lo primero la causa de lo segundo? En caso afirmativo, ¿cómo? Australia es la gran masa terrestre por la que debemos comenzar lógicamente nuestra gira alrededor del mundo, aplicando las lecciones de las partes II y III para comprender las diferentes historias de los continentes.
La mayoría de las personas no especializadas dirían que la característica más sobresaliente de las sociedades indígenas australianas es su aparente «atraso». Australia es la única masa terrestre continental donde, en la época moderna, todos los pueblos autóctonos seguían viviendo sin ninguna de las marcas distintivas de la llamada civilización, es decir sin agricultura, ganadería, metales, arcos y flechas, construcciones importantes, aldeas sedentarias, escritura, jefaturas y estados. En cambio, los aborígenes australianos eran cazadores-recolectores nómadas o seminómadas, organizados en hordas que vivían en abrigos o cabañas temporales y dependían aún de útiles de piedra. En los últimos 13 000 años se ha acumulado en Australia menos cambio cultural que en otras regiones del mundo. La visión europea dominante de los australianos autóctonos fue tipificada ya por las palabras de un antiguo explorador francés, que escribió: «Son las gentes más miserables del mundo, y los seres humanos que más se acercan a las bestias salvajes».
Sin embargo, hace 40 000 años las sociedades autóctonas australianas disfrutaban de una gran ventaja de salida sobre las sociedades de Europa y otros continentes. Los indígenas australianos desarrollaron algunos de los primeros útiles de piedra conocidos con los bordes pulidos, las primeras herramientas de piedra con fuste (es decir cabezas de hacha de piedra montadas en mangos) y las embarcaciones más antiguas, con diferencia, del mundo. Algunas de las pinturas más antiguas que se conocen en superficies rocosas están en Australia. Seres humanos anatómicamente modernos podían haber poblado Australia antes de establecerse en Europa occidental. ¿Por qué, a pesar de esa ventaja de salida, los europeos terminaron conquistando Australia, y no a la inversa?
Ésta pregunta encierra otra. Durante los períodos glaciales del Pleistoceno, cuando gran parte de las aguas de los océanos estaban secuestradas en placas de hielo continentales y el nivel del mar descendió muy por debajo de su posición actual, el poco profundo mar de Arafura, que ahora separa Australia de Nueva Guinea, era tierra baja y seca. Al fundirse las capas de hielo hace entre 12 000 y 8000 años, el nivel del mar subió, aquella tierra baja se inundó y el antiguo continente de la Gran Australia se escindió en los dos hemicontinentes de Australia y Nueva Guinea (fig. 15.1).
Las sociedades humanas de estas dos masas terrestres antes unidas fueron muy diferentes entre sí en la época moderna. A diferencia de todo lo que acabamos de decir sobre los indígenas australianos, la mayoría de los pobladores de Nueva Guinea, como el pueblo de Yali, eran agricultores y criadores de cerdos. Vivían en aldeas sedentarias y estaban organizados políticamente en tribus y no en hordas. Todos los neoguineanos tenían arcos y flechas, y muchos utilizaban la cerámica. Los neoguineanos tendían a poseer viviendas mucho más consistentes, embarcaciones más aptas para la navegación y utensilios más numerosos y variados que los australianos. Como consecuencia de ser productores de alimentos en vez de cazadores-recolectores, los neoguineanos vivían en densidades de población mucho más altas por término medio que los australianos: Nueva Guinea tiene sólo la décima parte de la superficie de Australia, pero albergaba a una población autóctona varias veces mayor que la de Australia.
¿Por qué las sociedades humanas de las masas terrestres más extensas derivadas de la Gran Australia del Pleistoceno siguieron siendo tan «atrasadas» en su desarrollo, mientras que las sociedades de las masas terrestres más pequeñas «avanzaron» con mucha mayor rapidez? ¿Por qué todas aquellas innovaciones de Nueva Guinea no se difundieron a Australia, que está separada de Nueva Guinea por sólo 150 km de mar en el estrecho de Torres? Desde la perspectiva de la antropología cultural, la distancia geográfica entre Australia y Nueva Guinea es menor aún que esos 150 km, porque el estrecho de Torres está salpicado de islas habitadas por agricultores que usan el arco y la flecha y que se asemejan culturalmente a los habitantes de Nueva Guinea. La isla más extensa del estrecho de Torres dista sólo unos 15 km de Australia. Los isleños llevaban a cabo un animado comercio con los indígenas australianos además de con los neoguineanos. ¿Cómo pudieron mantenerse dos universos culturales tan diferentes a un lado y otro de un estrecho de aguas en calma, de sólo 15 km y surcado habitualmente por canoas?
En comparación con los indígenas australianos, los neoguineanos están considerados culturalmente «avanzados». Pero la mayoría de los demás pueblos modernos consideran «atrasados» a los neoguineanos. Hasta que los europeos comenzaron a colonizar Nueva Guinea a finales del siglo XIX, los guineanos desconocían la escritura, dependían de útiles de piedra y no estaban organizados políticamente en estados ni (con algunas excepciones) en jefaturas. Si admitimos que los habitantes de Nueva Guinea habían «progresado» hasta superar a los aborígenes australianos, ¿por qué no habían «progresado» todavía tanto como muchos eurasiáticos, africanos e indígenas americanos? Así pues, el pueblo de Yali y sus primos australianos plantean un enigma dentro de un enigma.
Cuando se les pide que expliquen la razón del «atraso» cultural de la sociedad aborigen australiana, muchos australianos blancos tienen una respuesta sencilla: supuestas deficiencias en los propios aborígenes. En cuanto a estructura facial y color de la piel, los aborígenes tienen ciertamente un aspecto distinto de los europeos, hecho que condujo a algunos autores de finales del siglo XIX a considerarlos un eslabón perdido entre los simios antropoides y los humanos. ¿De qué otra manera se puede explicar el hecho de que los colonos ingleses blancos creasen una democracia ilustrada, productora de alimentos e industrial en sólo unas décadas de colonización de un territorio cuyos habitantes, después de más de 40 000 años, eran aún cazadores-recolectores que no conocían la escritura? Resulta especialmente llamativo el hecho de que Australia posea algunos de los yacimientos de hierro y aluminio más ricos del mundo, así como ricas reservas de cobre, estaño, plomo y cinc. ¿Por qué, pues, ignoraban aún los aborígenes australianos los útiles de metal y vivían en la Edad de Piedra?
Parece éste un experimento perfectamente controlado de la evolución de las sociedades humanas. El territorio era el mismo; sólo las personas eran diferentes. Ergo, la explicación de las diferencias entre las sociedades de los australianos autóctonos y de los australianos europeos deben residir en las diferencias entre las personas que las componen. La lógica que sustenta esta conclusión racista parece convincente. Veremos, sin embargo, que contiene un sencillo error.
Como primer paso para examinar esta lógica, examinemos los orígenes de los propios pueblos. Australia y Nueva Guinea fueron pobladas hace al menos 40 000 años, en una época en que estaban todavía unidas formando la Gran Australia. Un vistazo a un mapa (fig. 15.1) sugiere que los colonizadores debieron de partir en última instancia del continente más cercano, el sureste de Asia, pasando de isla en isla a través del archipiélago indonesio. Ésta conclusión está respaldada por las relaciones genéticas existentes entre los australianos, neoguineanos y asiáticos modernos, así como por la supervivencia en nuestros días de algunas poblaciones de apariencia física un tanto semejante en Filipinas, la península de Malaca y las islas Andamán, frente a las costas de Myanmar.
Una vez que los colonizadores hubieron llegado a las costas de la Gran Australia, se difundieron rápidamente por todo el territorio hasta ocupar incluso los rincones más lejanos y los hábitats más inhóspitos. Hace 40 000 años, los fósiles y los útiles de piedra atestiguan su presencia en el extremo suroccidental de Australia; hace 35 000 años, en el extremo suroriental de Australia y en Tasmania, el rincón más remoto de Australia desde la probable cabeza de playa de los colonizadores en el oeste de Australia o Nueva Guinea (las zonas más cercanas a Indonesia y Asia); y hace 30 000 años, en las frías montañas de Nueva Guinea. A todas estas zonas pudo haberse llegado por tierra desde una cabeza de playa occidental. Sin embargo, la colonización de los archipiélagos de Bismark y Salomón, al noreste de Nueva Guinea, hace 35 000 años, exigió otras travesías marinas de decenas de kilómetros. La ocupación podría haber sido más rápida aún de lo que indica el arco aparente de las fechas comprendidas entre hace 40 000 y 30 000 años, ya que las diversas fechas apenas presentan diferencias dentro del error experimental del método del radiocarbono.
En la época del Pleistoceno, cuando Australia y Nueva Guinea fueron habitadas por vez primera, Asia se extendía hacia el este para incorporar las actuales islas de Borneo, Java y Bali, unos 1000 km más cerca de Australia y Nueva Guinea que el borde actual del sureste de Asia. Sin embargo, al menos ocho canales de hasta 80 km de anchura seguían siendo cruzados para llegar desde Borneo o Bali hasta la Gran Australia del Pleistoceno. Hace 40 000 años, aquellas travesías debieron efectuarse en balsas de bambú, embarcaciones de baja tecnología pero aptas para la navegación que siguen usándose en las costas del sur de China en nuestros días. Sin embargo, las travesías debían de ser difíciles, porque después de aquel descenso inicial de la tierra hace 40 000 años, el registro arqueológico no ofrece prueba concluyente alguna de la llegada de otros seres humanos a la Gran Australia desde Asia durante decenas de miles de años. La siguiente prueba sólida no aparece hasta los milenios más recientes, en forma de aparición de cerdos de origen asiático en Nueva Guinea y perros de origen asiático en Australia.
Así pues, las sociedades humanas de Australia y Nueva Guinea se desarrollaron básicamente aisladas de las sociedades asiáticas que las fundaron. Éste aislamiento se refleja en las lenguas que se hablan en nuestros días. Después de aquellos milenios de aislamiento, ni las lenguas de los aborígenes australianos actuales ni el principal grupo de lenguas modernas de Nueva Guinea (las llamadas lenguas papúas) exhiben ninguna relación clara con las lenguas modernas de Asia.
El aislamiento se refleja también en los genes y la antropología física. Los estudios genéticos indican que los aborígenes australianos y los pobladores de las montañas de Nueva Guinea son un tanto más parecidos a los asiáticos modernos que a los pueblos de otros continentes, pero la relación no es estrecha. En cuanto al esqueleto y la apariencia física, los aborígenes australianos y los neoguineanos son también diferentes de la mayoría de las poblaciones del sureste de Asia, como resulta evidente si se comparan fotografías de australianos o neoguineanos con otras de indonesios o chinos. La razón de estas diferencias es, en parte, que los colonizadores asiáticos iniciales de la Gran Australia habían tenido un largo período para divergir de sus primos asiáticos que quedaron en este continente, con sólo intercambios genéticos limitados durante la mayor parte de este período. Pero probablemente una razón más importante es que la raza original del sureste de Asia de la que derivaron los colonizadores de la Gran Australia fue sustituida en gran medida por otros asiáticos llegados de China.
Los aborígenes australianos y los habitantes de Nueva Guinea también han divergido genética, física y lingüísticamente entre sí. Por ejemplo, entre los grupos sanguíneos humanos principales (determinados genéticamente), los grupos B del sistema llamado ABO y S del sistema MNS se dan en Nueva Guinea como en la mayor parte del mundo, pero ambos están prácticamente ausentes en Australia. El cabello muy ensortijado de la mayoría de los neoguineanos contrasta con el cabello liso y ondulado de la mayoría de los australianos. Las lenguas australianas y las lenguas de Papua Nueva Guinea no guardan relación alguna no sólo con las lenguas asiáticas, sino entre sí, a excepción de cierta difusión de vocabulario en ambas direcciones a través del estrecho de Torres.
Toda esta divergencia entre australianos y neoguineanos entre sí refleja el prolongado aislamiento en entornos muy diferentes. Desde que la elevación del mar de Arafura separó finalmente Australia y Nueva Guinea hace unos 10 000 años, el intercambio de genes se ha limitado a leves contactos a través de la cadena de islas del estrecho de Torres. Esto permitió que las poblaciones de los dos hemicontinentes se adaptasen a sus respectivos entornos. Mientras que las sabanas y los manglares de la zona costera del sur de Nueva Guinea son muy parecidos a los del norte de Australia, otros hábitats de los hemicontinentes son diferentes en casi todos los aspectos principales.
He aquí algunas diferencias. Nueva Guinea está situada cerca del ecuador, mientras que Australia se adentra en las zonas templadas, llegando a casi 40º sur del ecuador. Nueva Guinea es montañosa y sumamente accidentada, con altitudes que llegan a 5000 m y glaciares que coronan las cumbres más altas, mientras que Australia es en su mayor parte baja y llana: el 94 por 100 de su superficie está situada por debajo de los 600 m de altitud. Nueva Guinea es una de las zonas más húmedas de la Tierra, y Australia, una de las más secas. La mayor parte de Nueva Guinea recibe más de 2500 mm de lluvia anualmente, y gran parte de sus tierras altas reciben más de 5000 mm, mientras que la mayor parte de Australia recibe menos de 500 mm. El clima ecuatorial de Nueva Guinea presenta únicamente moderadas variaciones de una estación a otra y de un año a otro, pero el clima de Australia es sumamente estacional y varía de un año a otro mucho más que en cualquier otro continente. En consecuencia, Nueva Guinea está surcada por ríos caudalosos permanentes, mientras que los ríos que fluyen permanentemente en Australia se circunscriben la mayoría de los años al este del territorio, e incluso el mayor sistema pluvial de Australia (el Murray-Darling) ha cesado de correr durante meses cuando hay sequía. La mayoría de la superficie terrestre de Nueva Guinea está revestida de densos bosques pluviales, mientras que la mayor parte de Australia sólo alberga desierto y bosque seco abierto.
Nueva Guinea está cubierta de suelo fértil y joven, como consecuencia de la reiteración del avance y la retirada de los glaciares y su erosión de las tierras altas, y el transporte de grandes cantidades de limo a las tierras bajas por los ríos de montaña. En cambio, Australia tiene, con diferencia, los suelos más antiguos, menos fértiles y más desprovistos de nutrientes de cualquier continente, debido a la escasa actividad volcánica de Australia y a su falta de montañas elevadas y glaciares. A pesar de tener sólo la décima parte de la superficie de Australia, Nueva Guinea alberga a aproximadamente tantas especies de mamíferos y aves como Australia, consecuencia de la situación ecuatorial de Nueva Guinea, la tasa de precipitaciones mucho más alta, la muy superior gama de altitudes y la mayor fertilidad. Todas estas diferencias ambientales influyeron en las muy distintas historias culturales de los dos hemicontinentes, que examinaremos a continuación.
La producción de alimentos más antigua e intensiva, y las poblaciones más densas, de la Gran Australia, surgieron en los valles montañosos de Nueva Guinea a altitudes comprendidas entre los 1200 y los 3000 m sobre el nivel del mar. Las excavaciones arqueológicas han descubierto complejos sistemas de zanjas de drenaje que se remontan a hace 9000 años y que se generalizaron hace 6000 años, así como terrazas que servían para conservar la humedad del suelo en las zonas más secas. Los sistemas de zanjas eran semejantes a los que se usan aún en nuestros días en las montañas para drenar las zonas pantanosas con el fin de utilizarlas como huerto. Los análisis de polen atestiguan, hace unos 5000 años, una deforestación generalizada de los valles montañosos, que sugiere la tala de bosques para la agricultura.
Hoy en día, los cultivos básicos de la agricultura de montaña son la recientemente introducida batata, junto con el taro, las bananas, los ñames, la caña de azúcar, los tallos de hierbas comestibles y varias verduras de hoja grande. Dado que el taro, las bananas y los ñames son originarios del sureste de Asia, escenario indudable de aclimatación de plantas, solía suponerse que los cultivos de las tierras altas de Nueva Guinea distintos de la batata procedían de Asia. Sin embargo, se comprobó finalmente que los antepasados silvestres de la caña de azúcar, las verduras de hoja grande y los tallos de hierbas comestibles son especies de Nueva Guinea, que el tipo concreto de banana que se cultiva en Nueva Guinea tiene antepasados silvestres neoguineanos y no asiáticos, y que el taro y algunos ñames son originarios de Nueva Guinea además de serlo de Asia. Si la agricultura de Nueva Guinea hubiera tenido realmente orígenes asiáticos, cabría esperar encontrar cultivos de montaña derivados inequívocamente de Asia, pero no los hay. Por estas razones, se admite generalmente en nuestros días que la agricultura surgió de manera autóctona en las tierras altas de Nueva Guinea mediante la aclimatación de especies vegetales silvestres de la propia Nueva Guinea.
De este modo, Nueva Guinea se une a. C.eciente Fértil, China y algunas otras regiones como uno de los centros mundiales de origen independiente de la aclimatación de plantas. En los yacimientos arqueológicos no se ha conservado resto alguno de plantas que se cultivasen realmente en las tierras altas hace 6000 años. Sin embargo, esto no debe sorprendernos, porque los cultivos básicos de las tierras altas en la época moderna son especies vegetales que no dejan restos arqueológicamente visibles salvo en condiciones excepcionales. De ahí que parezca probable que algunos de ellos fueran los cultivos fundadores de la agricultura de montaña, sobre todo si tenemos en cuenta que los sistemas de drenaje de la antigüedad que se han conservado son muy semejantes a los sistemas de drenaje modernos que se utilizan para cultivar el taro.
Los tres elementos inequívocamente foráneos de la producción de alimentos de las tierras altas de Nueva Guinea eran la gallina, el cerdo y la batata, tal como los vieron los primeros exploradores europeos. La gallina y el cerdo fueron domesticados en el sureste de Asia e introducidos en Nueva Guinea y en la mayoría de las islas de Oceanía hace unos 3600 años por los austroindonesios, pueblo originario en última instancia del sur de China del que nos ocuparemos en el capítulo 17. (El cerdo podría haber llegado antes). Por lo que se refiere a la batata, originaria de América del Sur, aparentemente no llegó hasta Nueva Guinea hasta los últimos siglos, tras su introducción en Filipinas por los españoles. Una vez asentada en Nueva Guinea, la batata superó al taro como principal cultivo de las tierras altas, debido al menor tiempo necesario para madurar, su mayor rendimiento por hectárea y su mayor tolerancia de los suelos pobres.
El desarrollo de la agricultura de montaña de Nueva Guinea debió de desencadenarse por una gran explosión demográfica hace miles de años, ya que las tierras altas sólo podían albergar densidades de población muy bajas de cazadores-recolectores tras el exterminio de la megafauna y los marsupiales gigantes originales de Nueva Guinea. La llegada de la batata desencadenó una nueva explosión en los últimos siglos. Cuando los primeros europeos llegaron a las tierras altas, en el decenio de 1930, se quedaron atónitos al ver a sus pies un paisaje semejante al de Holanda. Amplios valles totalmente deforestados y salpicados de aldeas y campos drenados y vallados para la producción intensiva de alimentos cubrían todos los fondos de aquéllos. Aquél paisaje atestigua la densidad de población que los agricultores provistos de útiles de piedra alcanzaron en las tierras altas.
El terreno escarpado, el persistente manto de nubes, la malaria y el riesgo de inundación en altitudes más bajas limitan la agricultura de montaña en Nueva Guinea a altitudes superiores a unos 1200 metros. En realidad, las tierras altas de Nueva Guinea son una isla de densas poblaciones agrícolas que miran al cielo y que están rodeadas por debajo de un mar de nubes. Los habitantes de las tierras bajas de Nueva Guinea, en las costas y orillas de los ríos, son aldeanos que tienen gran dependencia del pescado, mientras que los que viven en terrenos secos lejos de la costa y los ríos subsisten con densidades bajas mediante la agricultura de roza e incendio basada en las bananas y los ñames, complementadas por la caza y la recolección. En cambio, los habitantes de las zonas pantanosas de las tierras bajas de Nueva Guinea viven como cazadores-recolectores nómadas dependientes de la médula feculenta de las palmas de sagú silvestres, que son muy productivas y proporcionan tres veces más calorías por hora de trabajo que la horticultura. Las zonas pantanosas de Nueva Guinea ofrecen, pues, un claro ejemplo de entorno en el que sus habitantes siguieron siendo cazadores-recolectores porque la agricultura no podía competir con la forma de vida basada en la caza y la recolección.
Los consumidores de sagú que continúan viviendo en las zonas pantanosas de las tierras bajas ilustran la organización en hordas de los cazadores-recolectores nómadas que en otros tiempos caracterizaba a todos los habitantes de Nueva Guinea. Por todas las razones que hemos examinado en los capítulos 13 y 14, los agricultores y los pueblos pescadores fueron los únicos que desarrollaron tecnología, sociedades y organización política más complejas. Viven en aldeas permanentes y en sociedades tribales, a menudo dirigidas por un «hombre grande». Algunos de ellos construyen grandes casas ceremoniales complejamente decoradas. Su extraordinario arte, en forma de estatuas y máscaras de madera, es muy apreciado en los museos de todo el mundo.
Así pues, Nueva Guinea pasó a formar parte de la Gran Australia con la tecnología, la organización política y social y el arte más avanzados. Sin embargo, desde una perspectiva estadounidense o europea urbana, Nueva Guinea sigue siendo «primitiva» en vez de «avanzada». ¿Por qué los habitantes de Nueva Guinea continuaron usando útiles de piedra en vez de desarrollar útiles de metal, siguieron sin conocer la escritura y no se organizaron en jefaturas y estados? Resulta que Nueva Guinea tenía en su contra varias desventajas biológicas y geográficas.
En primer lugar, aunque la producción de alimentos autóctona surgió efectivamente en las tierras altas de Nueva Guinea, vimos en el capítulo 8 que su producción de proteínas era escasa. Los componentes básicos de la dieta eran tubérculos de bajo contenido en proteínas, y la producción de las únicas especies animales domesticadas (el cerdo y la gallina) era demasiado baja como para efectuar una contribución importante al presupuesto proteínico de la población. Dado que ni el cerdo ni la gallina pueden ser aprovechados para tirar de carros, los habitantes de las tierras altas continuaron careciendo de energía distinta de la producida por el músculo humano, y tampoco desarrollaron enfermedades epidémicas para retener a los invasores europeos eventuales. Una segunda restricción sobre el tamaño de la población en las tierras altas era la limitación de la superficie disponible: en las tierras altas de Nueva Guinea sólo hay unos cuantos valles extensos, especialmente los de Wahgi y Baliem, capaces de albergar poblaciones densas. Una tercera limitación era la realidad de que la zona de media montaña comprendida entre los 1200 y los 3000 m era la única zona de altitud de Nueva Guinea apta para la producción intensiva de alimentos. No había producción de alimentos de ningún tipo en los hábitats alpinos de Nueva Guinea situados por encima de los 3000 m, era escasa en las laderas entre los 1200 y los 300 m y sólo había agricultura de roza e incendio de baja densidad en las tierras bajas. Así pues, los intercambios económicos de alimentos en gran escala entre comunidades de diferentes altitudes especializadas en diferentes tipos de producción de alimentos nunca se desarrollaron en Nueva Guinea. Estos intercambios en los Andes, los Alpes y el Himalaya no sólo permitieron incrementar la densidad de población en esas zonas, al proporcionar a la población de todas las altitudes una dieta más equilibrada, sino que también promovió la integración económica y política regional.
Por todas estas razones, la población de la Nueva Guinea tradicional nunca superó el millón de habitantes hasta que los gobiernos coloniales europeos llevaron la medicina occidental al término de la guerra intertribal. De los aproximadamente nueve centros mundiales de origen de la agricultura de los que nos hemos ocupado en el capítulo 5, Nueva Guinea siguió siendo el que tuvo la población más pequeña, con diferencia. C.n sólo un millón de personas, Nueva Guinea no podía desarrollar la tecnología, la escritura y los sistemas políticos que surgieron en las poblaciones de decenas de millones de China, el Creciente Fértil, los Andes y Mesoamérica.
La población de Nueva Guinea es no sólo pequeña en términos absolutos, sino que también está fragmentada en miles de micropoblaciones debido a lo accidentado del terreno: los pantanos en gran parte de las tierras bajas, las escarpadas montañas y los estrechos desfiladeros se alternan en las tierras altas, y la densa jungla envuelve tanto las tierras altas como las bajas. Cuando realizo exploración biológica en Nueva Guinea, con equipos de neoguineanos como asistentes de campo, considero un avance excelente 5 km al día, aun cuando nos desplacemos por caminos existentes. La mayoría de los montañeses de la Nueva Guinea tradicional nunca se alejan más de 15 km de su territorio durante su vida.
Éstas dificultades del terreno, unidas al estado de guerra intermitente que caracterizó las relaciones entre las hordas o aldeas de Nueva Guinea, explican la fragmentación lingüística, cultural y política de la Nueva Guinea tradicional. En Nueva Guinea se da, con diferencia, la concentración más alta de lenguas del mundo: 1000 de las 6000 lenguas del mundo, embutidas en una superficie sólo ligeramente mayor que la del Estado de Texas, y dividida en decenas de familias lingüísticas y lenguas aisladas tan diferentes entre sí como el inglés del chino. Casi la mitad de las lenguas de Nueva Guinea tienen menos de 500 hablantes; incluso los mayores grupos lingüísticos (con sólo 100 000 hablantes, sin embargo) se fragmentaron políticamente en cientos de aldeas y lucharon entre sí con idéntica ferocidad a como lo hacían con hablantes de otras lenguas. Cada una de estas microsociedades por sí sola era demasiado pequeña como para mantener jefes y artesanos especializados, o para desarrollar la metalurgia y la escritura.
Además de la población pequeña y fragmentada, la otra limitación para el desarrollo en Nueva Guinea era el aislamiento geográfico, que restringía la entrada de tecnología e ideas de otros lugares. Los tres vecinos de Nueva Guinea están separados de ésta por el mar, y hasta hace unos miles de años eran menos avanzados incluso que Nueva Guinea (especialmente que las tierras altas de Nueva Guinea) en tecnología y producción de alimentos. De estos tres vecinos, los aborígenes australianos siguieron siendo cazadores-recolectores con prácticamente nada que ofrecer a los neoguineanos que éstos no poseyeran ya. El segundo vecino de Nueva Guinea eran las islas mucho más pequeñas de los archipiélagos de Bismarck y Salomón hacia el este. De este modo, el tercer vecino de Nueva Guinea eran las islas del este de Indonesia. Pero también esta zona siguió siendo un páramo cultural ocupado por cazadores-recolectores durante la mayor parte de su historia. No hay ningún objeto que pueda identificarse como llegado a Nueva Guinea a través de Indonesia, tras la colonización inicial de Nueva Guinea hace más de 40 000 años, hasta la época de la expansión austroindonesia hacia 1600 a. C.
Con aquella expansión, Indonesia quedó poblada por productores de alimentos de origen asiático, que poseían animales domésticos, agricultura y tecnología al menos tan compleja como Nueva Guinea, y con conocimientos de navegación que sirvieron de conducto mucho más eficiente para trasladarse de Asia hacia Nueva Guinea. Los austroindonesios se establecieron en las islas situadas al oeste, norte y este de Nueva Guinea, y en su extremo occidental y en las costas del norte y el sureste. Los austroindonesios introdujeron la cerámica, la gallina y probablemente el perro y el cerdo en Nueva Guinea. (Los primeros estudios arqueológicos afirmaban el hallazgo de huesos de cerdo en las tierras altas de Nueva Guinea en 4000 a. C., pero estas afirmaciones no han sido confirmadas). Durante al menos los últimos mil años, el comercio conectó Nueva Guinea con las sociedades tecnológicamente mucho más avanzadas de Java y China. A cambio de exportar plumas del ave del paraíso y especias, Nueva Guinea recibía productos del sureste de Asia, incluidos algunos tan lujosos como los tambores de bronce de Dong Son y la porcelana china.
Con el tiempo, la expansión austroindonesia habría tenido sin duda más repercusión en Nueva Guinea. La parte occidental de Nueva Guinea se habría incorporado finalmente en el terreno político a los sultanatos del este de Indonesia, y los útiles de metal podrían haberse difundido a través del este de Indonesia hasta Nueva Guinea. Pero eso no había sucedido en 1511, año en que los portugueses llegaron a las Molucas y truncaron la cadena de acontecimientos independiente de Indonesia. C.ando los europeos llegaron a Nueva Guinea poco después, sus habitantes vivían aún en hordas o en pequeñas aldeas ferozmente independientes, y seguían usando útiles de piedra.
Aunque el hemicontinente de Nueva Guinea de la Gran Australia desarrolló, pues, tanto la ganadería como la agricultura, el hemicontinente australiano no desarrolló ni una ni otra. Durante los períodos glaciales Australia había albergado más grandes marsupiales aún que Nueva Guinea, incluidos diprodontes (el marsupial equivalente a la vaca y el rinoceronte), canguros gigantes y uombats gigantes. Pero todos estos candidatos marsupiales a la cría de animales desaparecieron en la oleada de extinciones (o exterminaciones) que acompañaron a la colonización humana de Australia. De este modo, Australia quedó, al igual que Nueva Guinea, sin mamíferos autóctonos domesticables. El único mamífero foráneo domesticado que se adoptó en Australia fue el perro, que llegó de Asia (presumiblemente en canoas austronesias) hacia 1500 a. C. y se estableció en libertad en Australia para convertirse en el dingo. Los indígenas australianos tenían dingos cautivos como compañeros, perros guardianes, e incluso llegaron a utilizarlos como mantas vivientes, dando origen a la expresión de la lengua inglesa «noche de cinco perros» para significar una noche muy fría. Pero no usaron al dingo/perro como alimento, como hacían los polinesios, ni como ayudante para la caza de animales salvajes, como los habitantes de Nueva Guinea.
La agricultura tampoco estuvo presente en Australia, que es no sólo la gran masa terrestre más seca, sino también la que tiene los suelos menos fértiles. Australia es excepcional, además, por cuanto la abrumadora influencia del clima sobre la mayor parte del territorio es un ciclo irregular no anual, la ENSO (oscilación meridional de El Niño), en vez de ver el ciclo anual regular de las estaciones que resulta tan familiar en la mayor parte del mundo. Las imprevisibles sequías duran años, salpicadas de lluvias torrenciales e inundaciones igualmente imprevisibles. Incluso en nuestros días, cuando se dispone de cultivos eurasiáticos y de camiones y trenes para transportar las cosechas y los animales, la producción de alimentos en Australia sigue siendo una actividad arriesgada. Los rebaños y las manadas crecen en los años propicios, para desaparecer debido a la sequía. C.alquier agricultor incipiente en la Australia aborigen debió de enfrentarse a ciclos semejantes en sus propias poblaciones. Si en los años buenos se habían asentado en aldeas, cultivado plantas y producido niños, aquellas grandes poblaciones habrían pasado hambre y habrían muerto en los años de sequía, cuando la tierra podía sostener a un número muy inferior de personas.
El otro obstáculo importante para el desarrollo de la producción de alimentos en Australia era la escasez de plantas silvestres cultivables. Incluso los expertos en genética vegetal de la Europa moderna han sido incapaces de desarrollar cultivo alguno a excepción de las nueces de macadamia a partir de la flora silvestre autóctona de Australia. La lista de los posibles cereales apreciados del mundo —las 56 especies de gramináceas silvestres que producen los granos más pesados— incluye únicamente dos especies australianas, ambas situadas en los puestos menos destacados de la lista (el grano sólo pesa 13 mg, en comparación con los 40 mg de los granos más pesados de otras partes del mundo). No quiere decir esto que Australia careciera por completo de posibles cultivos, ni que los aborígenes australianos nunca desarrollasen una producción de alimentos autóctona. Algunas plantas, como ciertas especies de ñames, taro y maranta o arruruz, se cultivan en el sur de Nueva Guinea aunque también crecen silvestres en el norte de Australia y eran recolectadas por los aborígenes de esta zona. C.mo veremos, los aborígenes de las zonas climáticamente más favorables de Australia evolucionaban en una dirección que podía haber culminado en la producción de alimentos. Pero toda producción de alimentos que surgiera de forma autóctona en Australia estuvo limitada por la falta de animales domesticables, la pobreza de las plantas cultivables y las dificultades de los suelos y el clima.
El nomadismo, la forma de vida de los cazadores-recolectores, y la mínima inversión en refugio y posesiones fueron adaptaciones acertadas a la imprevisibilidad de recursos de Australia impulsada por la ENSO. Cuando las condiciones locales se deterioraban, los aborígenes se limitaban a trasladarse a una zona donde ellas fueran temporalmente mejores. En vez de depender de sólo algunos cultivos que podían fallar, redujeron al mínimo el riesgo desarrollando una economía basada en gran variedad de alimentos silvestres, no todos los cuales tenían probabilidades de fallar simultáneamente. En vez de tener poblaciones fluctuantes que periódicamente superaban a sus recursos y morían de hambre, mantuvieron poblaciones más pequeñas que disfrutaban de abundancia de alimentos en los años buenos y de suficiencia en los malos.
El sustituto de los aborígenes australianos para la producción de alimentos ha recibido el nombre de «agricultura de la antorcha».
Los aborígenes modificaron y gestionaron el paisaje circundante de tal modo que aumentaron su producción de plantas y animales comestibles sin recurrir al cultivo. En particular, quemaban adrede gran parte del territorio periódicamente. Esto tenía varios fines: los incendios expulsaban a los animales que podían ser matados y comidos inmediatamente; los incendios convertían espesos matorrales en praderas abiertas por las que la gente podía desplazarse con más facilidad; las praderas también eran un hábitat ideal para el canguro, principal animal de caza de Australia; y los incendios estimulaban el crecimiento de nuevas hierbas que servían de alimento a los canguros y de raíces de helechos de los que se alimentaban los propios aborígenes.
Pensamos en los aborígenes australianos como en un pueblo del desierto, pero la mayoría de ellos no lo eran. Por el contrario, su densidad de población variaba con la lluvia (porque controla la producción de alimentos vegetales y animales silvestres terrestres) y con la abundancia de alimentos acuáticos en el mar, los ríos y los lagos. Las densidades de población más altas de los aborígenes estaban en las regiones más húmedas y productivas de Australia: el sistema fluvial del Murray-Darling el sureste, las costas del este y el norte y el extremo suroccidental. Éstas zonas sirvieron después para albergar las mayores densidades de población de colonizadores europeos en la Australia moderna. La razón por la que pensamos en los aborígenes como un pueblo del desierto es simplemente que los europeos los mataron o los expulsaron de la mayor parte de las zonas deseables, dejando las últimas poblaciones aborígenes intactas únicamente en zonas que los europeos no deseaban.
En los últimos 5000 años, algunas de estas regiones productivas fueron testigos de una intensificación de los métodos de recolección de alimentos de los aborígenes y del aumento de la densidad de población aborigen. En Australia oriental se desarrollaron técnicas para hacer comestibles las abundantes y opulentas, aunque extremadamente venenosas, semillas de cycad, mediante la extracción o fermentación del veneno. Las tierras altas antes no explotadas del sureste de Australia comenzaron a ser visitadas regularmente en verano por aborígenes que se recreaban la vista no sólo con las nueces de cycad y los ñames, sino también con grandes cantidades de una polilla migratoria llamada bogong en hibernación, que cuando se tuesta tiene el sabor de una castaña asada. Otro tipo de actividad de recolección de alimentos intensificada que se desarrolló fue la pesca de anguilas de agua dulce en el sistema fluvial del Murray-Darling, donde el nivel de agua en las marismas fluctúa con las lluvias estacionales. Los aborígenes australianos construyeron complejos sistemas de canales de más de 2 km de longitud, para que las anguilas pudieran extender su territorio de una marisma a otra. Las anguilas se capturaban mediante encañizadas igualmente complejas, trampas colocadas en canales laterales sin salida y muros de piedra en los canales con una red colocada en una abertura del muro. Las trampas colocadas en diferentes niveles en la marisma entraban en funcionamiento a medida que el nivel del agua subía o bajaba. Aunque la construcción inicial de estas «piscifactorías» debió de suponer mucho trabajo, las mismas podían alimentar entonces a muchas personas. Observadores europeos del siglo XIX encontraron aldeas de una decena de casas aborígenes en las explotaciones de anguilas, y hay restos arqueológicos de aldeas de hasta 146 casas de piedra que suponen poblaciones residentes, al menos estacionalmente, de centenares de personas.
Otro avance en el este y el norte de Australia fue la cosecha de semillas de un mijo silvestre, perteneciente ai mismo género que el Sorghum bicolor, que era uno de los pilares de la primitiva agricultura china. El mijo se segaba con hoces de piedra, se apilaba en almiares y se trillaba para obtener las semillas, que después eran almacenadas en bolsas de piel o platos de madera y finalmente se trituraban con muelas. Varios utensilios empleados en este proceso, como las hoces de piedra y las piedras de moler, eran semejantes a las herramientas inventadas independientemente en el Creciente Fértil para procesar las semillas y otras hierbas silvestres. De todos los métodos de adquisición de alimentos de los aborígenes, la cosecha del mijo es quizá el que con más probabilidades evolucionó finalmente hacia la producción de cultivos.
Junto con la producción de alimentos intensificada en los últimos 5000 años llegaron nuevos tipos de herramientas. Las pequeñas hojas y puntas de piedra proporcionaban una extensión mayor del filo por unidad de peso de la herramienta que los grandes útiles de piedra a los que sustituyeron. Las hachas con filos de piedra pulimentada, que antes sólo estaban presentes en ámbitos locales en Australia, se generalizaron. Los anzuelos de concha aparecieron en los últimos mil años.
¿Por qué Australia no desarrolló útiles de metal, escritura y sociedades políticamente complejas? Una razón fundamental es que los aborígenes siguieron siendo cazadores-recolectores, mientras que, como vimos en los capítulos 12 a 14, estos avances surgieron en otros puntos únicamente en sociedades muy pobladas y económicamente especializadas de productores de alimentos. Además, la aridez, la infertilidad y la imprevisibilidad climática de Australia limitaron su población de cazadores-recolectores a sólo unos cientos de miles de personas. En comparación con las decenas de millones de personas de China o Mesoamérica, esto significó que Australia tenía un número muy inferior de inventores en potencia, y muchas menos sociedades para experimentar con la adopción de innovaciones. Sus varios cientos de miles de personas tampoco estaban organizadas en sociedades de interacción estrecha. La Australia aborigen estaba formada, en cambio, por un mar de desierto escasamente poblado que separaba varias «islas» ecológicas más productivas, cada una de las cuales albergaba únicamente a una pequeña parte de la población del territorio y tenía unas interacciones atenuadas debido a la distancia que se interponía. Incluso dentro de la parte oriental de Australia, relativamente húmeda y productiva, los intercambios entre sociedades estaban limitados por los 3000 km que separaban los bosques pluviales tropicales de Queensland en el noreste y los bosques fluviales templados de Victoria, en el sureste, una distancia geográfica y ecológica tan grande como la que separa Los Angeles de Alaska.
Algunas regresiones regionales o continentales aparentes de la tecnología en Australia pueden tener su origen en el aislamiento y en el número relativamente escaso de habitantes de sus centros de población. El bumerán, arma australiana por excelencia, fue abandonado en la península del cabo York, en el noreste de Australia. C.ando fueron encontrados por los europeos, los aborígenes del suroeste de Australia no comían crustáceos. La función de las pequeñas puntas de piedra que aparecen en los yacimientos arqueológicos australianos de hace unos 5000 años sigue siendo incierta: aunque una explicación fácil es que podían haberse utilizado como puntas y dientes de lanza, son sospechosamente parecidas a las puntas y los dientes de piedra utilizados en las flechas de otras partes del mundo. Si de verdad se usaban así, el misterio del arco y la flecha presentes en la Nueva Guinea moderna pero ausentes en Australia podría acrecentarse: tales, el arco y la flecha, fueron adoptados realmente durante algún tiempo, siendo después abandonados, en Australia. Todos estos ejemplos nos recuerdan el abandono de las armas de fuego en Japón, del arco y la flecha y la cerámica en la mayor parte de Polinesia, y de otras tecnologías en otras sociedades aisladas (capítulo 13).
Las pérdidas de tecnología más extremas en la región australiana tuvieron lugar en la isla de Tasmania, situada a 200 km de la costa suroriental de Australia. En el Pleistoceno, cuando el nivel del mar era bajo, el poco profundo estrecho de Bass que hoy separa Tasmania de Australia era tierra firme, y los pueblos que habitaban Tasmania formaban parte de la población humana distribuida sin solución de continuidad por un continente australiano ampliado. Cuando el estrecho quedó inundado finalmente hace unos 10 000 años, los tasmanos y los australianos de tierra firme quedaron separados porque ninguno de los dos grupos poseía embarcaciones capaces de navegar por el estrecho de Bass. Posteriormente, la población de 4000 cazadores-recolectores de Tasmania continuó sin tener contacto con los demás seres humanos de la Tierra, viviendo en un aislamiento que por lo demás sólo conocemos merced a las novelas de ciencia-ficción.
Cuando fueron encontrados finalmente por los europeos en 1642, los tasmanos tenían la cultura material más sencilla de cualquier pueblo del mundo moderno. Al igual que los aborígenes de Australia, eran cazadores-recolectores sin útiles de metal. Pero también carecían de muchas tecnologías y artefactos cuyo uso era generalizado en Australia, incluidos los arpones con dientes, los útiles de hueso de cualquier tipo, el bumerán, los útiles de piedra pulida o pulimentada, los útiles de piedra provistos de fuste, los anzuelos, las redes, las lanzas con dientes, las trampas y las prácticas de captura y consumo de peces, la costura y la técnica para encender fuego. Algunas de estas tecnologías pudieron haber llegado o haber sido inventadas en la Australia continental sólo después del aislamiento de Tasmania, en cuyo caso podemos llegar a la conclusión de que la pequeña población de Tasmania no inventó independientemente estas tecnologías por sí misma. Algunas otras de estas tecnologías fueron llevadas a Tasmania cuando este territorio aún formaba parte del continente australiano, y después se perdieron en el aislamiento cultural de Tasmania. Por ejemplo, el registro arqueológico tasmano documenta la desaparición de la pesca, así como del punzón, la aguja y otros útiles de hueso, hacia 1500 a. C. Al menos en tres islas semejantes (Flinders, Kangaroo y King), que quedaron aisladas de Australia o Tasmania por la elevación del nivel del mar hace unos 10 000 años, las poblaciones humanas, que inicialmente debían de ser de entre 200 y 400 personas, desaparecieron por completo.
Tasmania y esas tres islas menores ilustran, pues, de forma extrema una conclusión de significación potencial amplia para la historia universal. Las poblaciones humanas de sólo unos cientos de personas no pudieron sobrevivir indefinidamente en completo aislamiento. Una población de 4000 personas pudo sobrevivir durante 10 000 años, pero con importantes pérdidas culturales y deficiencias importantes en cuanto a invención, quedando únicamente con una cultura material significada. Los 300 000 cazadores-recolectores de la Australia continental fueron más numerosos y estaban menos aislados que los tasmanos, pero con todo constituían la población humana más pequeña y aislada de cualquier continente. Los ejemplos documentados de regresión tecnológica en Australia, así como el ejemplo de Tasmania, sugieren que el repertorio limitado de los aborígenes australianos en comparación con el de los pueblos de otros continentes podía tener su origen en parte en los efectos del aislamiento y el tamaño de la población sobre el desarrollo y el mantenimiento de la tecnología, es decir como los efectos que surgieron en Tasmania pero menos extremos. Indirectamente, los mismos efectos pudieron contribuir a las diferencias en cuanto a tecnología entre el continente más extenso (Eurasia) y los siguientes en extensión (África y América).
¿Por qué no llegó a Australia una tecnología más avanzada de sus vecinos, Indonesia y Nueva Guinea? En lo que se refiere a Indonesia, estaba separada del noroeste de Australia por el mar y era muy diferente de ella desde el punto de vista ecológico. Además, Indonesia era también un páramo cultural y tecnológico hasta hace sólo unos miles de años. No hay pruebas de la introducción de ninguna tecnología nueva que llegase a Australia desde Indonesia, después de la colonización inicial de Australia hace 40 000 años hasta la aparición del dingo, hacia 1500 a. C.
El dingo llegó a Australia en el apogeo de la expansión austroindonesia desde el sur de China a través de Indonesia. Los austroindonesios lograron poblar todas las islas de Indonesia, incluidas las dos más cercanas a Australia: Timor y Tanimbar (distantes sólo 400 y 325 km, respectivamente, de la moderna Australia). Dado que los austroindonesios cubrieron en el curso de su expansión por el Pacífico distancias muy superiores, deberíamos suponer que llegaron reiteradamente a Australia, aunque no dispongamos de la prueba del dingo para demostrarlo. En la época histórica, el noroeste de Australia fue visitado todos los años por canoas procedentes del distrito de Macassar, de la isla indonesia de Sulawesi (Célebes) hasta que el gobierno australiano detuvo las visitas en 1907. Las pruebas arqueológicas permiten remontar el origen de estas visitas hasta aproximadamente 1000, y podían haberse producido perfectamente en fechas anteriores. La principal finalidad de las visitas era obtener cohombros de mar (también llamados trepang), parientes de la estrella de mar que se exportaban desde Macassar a China como supuesto afrodisíaco y apreciado ingrediente de sopas.
Naturalmente, el comercio que se desarrolló durante las visitas anuales de Macassar dejó muchos legados en el noroeste de Australia. Los macassarenses plantaron tamarindos en sus campamentos costeros y engendraron hijos de mujeres aborígenes. Llevaron tejidos, útiles de metal, cerámica y cristal como productos comerciales, aunque los aborígenes nunca aprendieron a fabricar esos artículos. Los aborígenes adquirieron de los macassarenses palabras prestadas, ceremonias y las prácticas de utilizar canoas y fumar tabaco en pipa.
Pero ninguna de esas influencias alteró el carácter básico de la sociedad australiana. Más importante que lo que sucedió como consecuencia de las visitas de los comerciantes de Macassar es lo que no sucedió. Los macassarenses no se establecieron en Australia, indudablemente porque la zona del noroeste australiano situada frente a Indonesia es demasiado seca para la agricultura de Macassar. Si Indonesia hubiera estado enfrente de los bosques pluviales tropicales y las sabanas del noreste de Australia, los macassarenses podrían haberse establecido, pero no disponemos de pruebas de que llegasen tan lejos. Así pues, dado que los comerciantes de Macassar sólo llegaron en pequeño número y para visitas temporales y nunca penetraron en la isla, sólo algunos grupos de australianos de una pequeña extensión de la costa tuvieron contacto con ellos. Incluso esos pocos australianos llegaron a ver únicamente una pequeña parte de la cultura y la tecnología de Macassar, y no toda la sociedad de Macassar con arrozales, cerdos, aldeas y talleres. Dado que los australianos siguieron siendo cazadores-recolectores nómadas, sólo adquirieron los pocos productos y prácticas de Macassar que eran compatibles con su forma de vida. C.noas y pipas, sí; fraguas y cerdos, no.
Aparentemente, mucho más sorprendente que la resistencia de los australianos a la influencia indonesia es su resistencia a la influencia de Nueva Guinea. Al otro lado de la estrecha cinta de mar llamada estrecho de Torres, agricultores de Nueva Guinea que hablaban lenguas neoguineanas y tenían cerdos, cerámica y arcos y flechas se enfrentaban a cazadores-recolectores australianos que hablaban lenguas australianas y carecían de cerdos, cerámica y arcos y flechas. Por otra parte, el estrecho no es una barrera de agua abierta sino que está salpicada por una cadena de islas, la más extensa de las cuales (Muralug) está a sólo 15 km de la costa australiana. Había visitas comerciales regulares entre Australia y las islas, y entre las islas y Nueva Guinea. Muchas mujeres aborígenes llegaron como esposas a Muralug, donde vieron huertos y arcos y flechas. ¿Por qué estos rasgos neoguineanos no se transmitieron a Australia?
Ésta barrera cultural del estrecho de Torres es asombrosa sólo porque podemos engañarnos y pensar en una sociedad neoguineana perfectamente desarrollada y con una agricultura intensiva y cerdos a 15 km de la costa australiana. En realidad, los aborígenes del cabo York nunca vieron a un neoguineano de la isla principal. En cambio, había comercio entre Nueva Guinea y las islas más cercanas a Nueva Guinea, después entre esas islas y la isla de Mabuiag, a mitad de camino en el estrecho, después entre la isla de Mabuiag y la isla de Badu, más adentro del estrecho, después entre la isla de Badu y la isla de Muralug, y finalmente entre Muralug y el cabo York.
La sociedad de Nueva Guinea se atenuaba al avanzar por esta cadena de islas. Los cerdos eran escasos o faltaban en las islas. Los pobladores de las tierras bajas del sur de Nueva Guinea a lo largo del estrecho de Torres practicaban no la agricultura intensiva de las tierras altas de Nueva Guinea, sino una agricultura de roza e incendio que tenía gran dependencia de los alimentos marinos, la caza y la recolección. La importancia de esas prácticas de roza e incendio disminuía a medida que se avanzaba desde el sur de Nueva Guinea hacia Australia por la cadena de islas. La isla de Muralug, la más cercana a Australia, era seca, marginal para la agricultura y albergaba únicamente a una pequeña población humana, que subsistía principalmente a base de pescado, ñames silvestres y frutos de mangle.
La interrelación entre Nueva Guinea y Australia a través del estrecho de Torres recordaba, pues, el juego infantil del teléfono, en el que los niños se sientan en corro, uno le dice una palabra al oído al segundo niño, quien dice lo que cree que acaba de oír al tercer niño, y la palabra susurrada finalmente por el último niño al primero no se parece en nada a la palabra inicial. Del mismo modo, el comercio a lo largo de las islas del estrecho de Torres fue un juego del teléfono que presentó finalmente a los aborígenes del cabo York algo muy diferente de la sociedad de Nueva Guinea. Además, no debemos imaginar que las relaciones entre los pobladores de la isla de Muralug y los aborígenes del cabo York fueron un festín de amor ininterrumpido en el que los aborígenes rebañaron ávidamente la cultura de los maestros insulares. Por el contrario, el comercio se alternó con la guerra con objeto de cazar cabezas y capturar mujeres para esposas.
A pesar de la dilución de la cultura de Nueva Guinea debido a la distancia y la guerra, cierta influencia de Nueva Guinea logró llegar a Australia. Los matrimonios mixtos llevaron rasgos físicos de Nueva Guinea, como el cabello ensortijado en vez del lacio, a la península del cabo York. Cuatro lenguas del cabo York tenían fonemas poco habituales en Australia, posiblemente por la influencia de las lenguas de Nueva Guinea. Las transmisiones más importantes fueron los anzuelos de concha de Nueva Guinea, que llegaron hasta el interior de Australia, y las canoas de Nueva Guinea, que se extendieron a la península del cabo York. Los tambores, las máscaras ceremoniales, los postes funerarios y las pipas de Nueva Guinea también fueron adoptados en el cabo York. Sin embargo, los aborígenes del cabo York no adoptaron la agricultura, en parte porque lo que vieron de ella en la isla de Muralug era una versión muy diluida. No adoptaron los cerdos, de los que había pocos o ninguno en las islas, y que en cualquier caso no habrían podido alimentar sin agricultura. Tampoco adoptaron el arco y las flechas, quedándose con sus lanzas y propulsores.
Australia es grande, y también lo es Nueva Guinea. Pero el contacto entre estas dos grandes masas terrestres se limitó a los escasos grupos reducidos de habitantes de las islas del estrecho de Torres que tenían una cultura de Nueva Guinea sumamente atenuada, que interactuaron con los pequeños y escasos grupos de aborígenes del cabo York. Las decisiones de estos últimos grupos, por la razón que fuere, de usar lanzas en vez del arco y la flecha, y de no adoptar algunas otras características de la diluida cultura de Nueva Guinea que conocieron, bloqueó la transmisión de esos rasgos culturales neoguineanos a todo el resto de Australia. En consecuencia, ningún rasgo de Nueva Guinea, a excepción de los anzuelos de concha, se adentró en el interior de Australia. Si los cientos de miles de agricultores de las frías tierras altas de Nueva Guinea hubieran estado en estrecho contacto con los aborígenes de las frías tierras altas del sureste de Australia, podía haberse producido una transferencia masiva de producción intensiva de alimentos y de cultura de Nueva Guinea a Australia. Pero las tierras altas de Nueva Guinea están separadas de las tierras altas de Australia por 3000 km de paisaje ecológicamente muy distinto. Las tierras altas de Nueva Guinea podrían haber sido perfectamente las montañas de la Luna, por lo que se refería a las posibilidades de que los australianos observasen y adoptasen las prácticas de las tierras altas de Nueva Guinea.
En resumen, la persistencia de cazadores-recolectores nómadas de la Edad de Piedra en Australia, el comercio con los agricultores neoguineanos de la Edad de Piedra y los agricultores indonesios de la Edad de Hierro, parece sugerir en un principio una obstinación singular por parte de los indígenas australianos. Tras un examen más detenido, resulta que únicamente refleja el papel omnipresente de la geografía en la transmisión de la cultura y la tecnología humanas.
Nos queda por considerar los encuentros de las sociedades de la Edad de Piedra de Nueva Guinea y Australia con los europeos de la Edad de Hierro. Un navegante portugués «descubrió» Nueva Guinea en 1526, Holanda proclamó su soberanía sobre la mitad occidental en 1828, y Gran Bretaña y Alemania se repartieron la mitad oriental en 1884. Los primeros europeos se establecieron en la costa, y les llevó mucho tiempo penetrar en el interior, pero en 1960 los gobiernos europeos habían establecido el control político sobre la mayoría de los habitantes de Nueva Guinea.
Las razones por las que los europeos colonizaron Nueva Guinea, y no a la inversa, son evidentes. Los europeos eran quienes tenían los buques capaces de surcar océanos y las brújulas para viajar a Nueva Guinea; los sistemas de escritura y las imprentas para producir mapas, relatos descriptivos y documentos administrativos útiles para establecer el control sobre Nueva Guinea; las instituciones políticas para organizar los barcos, los soldados y la administración; y las armas de fuego para matar a los pobladores de Nueva Guinea que se resistieran con arcos y flechas y palos. Sin embargo, el número de colonizadores europeos fue siempre muy reducido, y hoy en día Nueva Guinea continúa poblada en gran medida por neoguineanos. Éste hecho contrasta claramente con la situación en Australia, América y África austral, donde el poblamiento europeo fue numeroso y duradero y sustituyó a la población indígena original en extensas zonas. ¿Por qué Nueva Guinea fue diferente?
Un importante factor derrotó todos los intentos europeos de colonizar las tierras bajas de Nueva Guinea hasta el decenio de 1880: la malaria y otras enfermedades tropicales, ninguna de ellas una infección masiva epidémica como las que hemos referido en el capítulo 11. El más ambicioso de los planes frustrados de colonización de las tierras bajas, organizado por el francés marqués de Rays hacia 1880 en la isla cercana de Nueva Irlanda, terminó con la muerte de 930 de los 1000 colonos en un plazo de tres años. Incluso con los tratamientos médicos modernos disponibles en nuestros días, muchos de mis amigos estadounidenses y europeos de Nueva Guinea se han visto obligados a marcharse debido a la malaria, la hepatitis u otras enfermedades, mientras que mi herencia sanitaria de Nueva Guinea ha sido un año de malaria y un año de disentería.
Mientras los europeos eran abatidos por los gérmenes de las tierras bajas de Nueva Guinea, ¿por qué los gérmenes eurasiáticos no abatían simultáneamente a los neoguineanos? Es cierto que algunos neoguineanos se infectaron, pero no en la escala masiva que hizo desaparecer a la mayoría de las poblaciones autóctonas de Australia y América. Un cambio afortunado para los pobladores de Nueva Guinea fue que no hubiera asentamientos europeos permanentes en Nueva Guinea hasta el decenio de 1880, momento en el cual los descubrimientos en salud pública habían hecho progresos en el control de la viruela y otras enfermedades infecciosas de las poblaciones europeas. Además, la expansión austroindonesia venía llevando una corriente de colonizadores y comerciantes indonesios a Nueva Guinea desde hacía 3500 años. Dado que las enfermedades infecciosas del Asia continental estaban bien establecidas en Indonesia, los neoguineanos consiguieron de este modo una larga exposición y acumularon mucha más resistencia a los gérmenes europeos que los aborígenes australianos.
La única parte de Nueva Guinea donde los europeos no padecen graves problemas de salud son las tierras altas, por encima del techo de altitud de la malaria. Pero las tierras altas, ya ocupadas por densas poblaciones de neoguineanos, no fueron pisadas por los europeos hasta el decenio de 1930. En esas fechas, los gobiernos coloniales australiano y holandés no estaban dispuestos ya a habilitar tierras para la colonización blanca mediante la matanza de gran número de pobladores nativos o la expulsión de sus tierras, como había sucedido en los primeros siglos del colonialismo europeo.
El obstáculo que quedaba para los posibles colonizadores europeos era que los cultivos, el ganado y los métodos de subsistencia europeos dieran resultados eficientes en el entorno y el clima de Nueva Guinea. Aunque ahora se cultivan plantas americanas tropicales introducidas como la calabaza, el maíz y el tomate, y aunque se han fundado plantaciones de té y café en las tierras altas de Papúa Nueva Guinea, cultivos europeos básicos como el trigo, la cebada y los guisantes nunca han prosperado. Las vacas y las cabras introducidas, que se crían en pequeñas cantidades, padecen enfermedades tropicales, del mismo modo que los humanos europeos. La producción de alimentos en Nueva Guinea continúa dominada por los cultivos y los métodos agrícolas que los neoguineanos perfeccionaron en el curso de miles de años.
Todos estos problemas de enfermedades, terrenos accidentados y subsistencia contribuyeron a que los europeos dejasen que el este de Nueva Guinea (hoy la nación independiente de Papua Nueva Guinea) fuese ocupado y gobernado por los neoguineanos, que sin embargo usaron el inglés como el idioma oficial, escriben con el alfabeto, viven gobernados por instituciones democráticas según el modelo de Inglaterra y utilizan armas de fuego fabricadas en otros países. El resultado fue distinto en el oeste de Nueva Guinea, que Indonesia tomó de Holanda en 1963 y rebautizó como provincia de Irian Jaya. La provincia está gobernada ahora por indonesios, para indonesios. Su población rural es aún mayoritariamente neoguineana, pero su población urbana es indonesia, como consecuencia de la política gubernamental destinada a fomentar la inmigración indonesia. Los indonesios, con su largo historial de exposición a la malaria y otras enfermedades tropicales compartidas con los neoguineanos, no han tenido que hacer frente a una barrera de gérmenes tan poderosa como los europeos. También están mejor preparados que los europeos para subsistir en Nueva Guinea, porque la agricultura indonesia incluía ya bananas, batatas y algunos otros cultivos básicos de la agricultura de Nueva Guinea. Los cambios en curso en Irian Jaya representan la continuación, respaldada por todos los recursos de un gobierno centralizado, de la expansión austroindonesia que comenzó al llegar a Nueva Guinea hace 3500 años. Los indonesios son austroindonesios modernos.
Los europeos colonizaron Australia, en vez de que los aborígenes australianos colonizaran Europa, por las mismas razones que acabamos de ver en el caso de Nueva Guinea. Sin embargo, el destino de los pobladores de Nueva Guinea fue muy diferente del de los aborígenes australianos. Hoy en día, Australia está poblada y gobernada por 20 millones de no aborígenes, la mayoría de ellos de origen europeo, más un número creciente de asiáticos que llegan desde que Australia abandonó su anterior política de inmigración denominada Australia blanca en 1973. La población aborigen descendió en un 80 por 100, desde unos 300 000 en la época de la colonización europea hasta un mínimo de 60 000 en 1921. Los aborígenes constituyen hoy una subclase de la sociedad australiana. Muchos de ellos viven en misiones o reservas del gobierno, o trabajan para los blancos en las explotaciones ganaderas. ¿Por qué a los australianos les ha ido mucho peor que a los habitantes de Nueva Guinea?
La razón fundamental es la idoneidad de Australia (en algunas zonas) para la producción de alimentos y el asentamiento europeo, unidas al papel de las armas de fuego, los gérmenes y el acero europeos a la hora de eliminar a los aborígenes. Aunque ya hemos subrayado las dificultades que plantean el clima y los suelos de Australia, sus zonas más productivas o fértiles pueden albergar, sin embargo, la agricultura europea. La agricultura de la zona templada de Australia está dominada ahora por los cultivos básicos de la zona templada de Eurasia, es decir el trigo (principal cultivo de Australia), la cebada, la avena, las manzanas y las uvas, junto con el sorgo y el algodón originario del Sahel africano y la patata originaria de los Andes. En las zonas tropicales del noreste de Australia (Queensland), más allá de la zona de distribución óptima de los cultivos del Creciente Fértil, los agricultores europeos introdujeron la caña de azúcar de origen neoguineano, las bananas y los cítricos originarios del sureste asiático tropical, y el cacahuete originario de la América del Sur tropical. En lo que se refiere al ganado, la oveja euroasiática hizo posible extender la producción de alimentos a zonas áridas de Australia poco apropiadas para la agricultura, y el ganado eurasiático se unió a los cultivos en las zonas más húmedas.
Así pues, el desarrollo de la producción de alimentos en Australia tuvo que esperar la llegada de cultivos y animales no autóctonos domesticados en zonas climáticamente semejantes del mundo pero demasiado distantes como para que sus especies domesticadas llegasen a Australia hasta que fueron llevadas por buques transoceánicos. A diferencia de Nueva Guinea, la mayor parte de Australia carecía de enfermedades bastante graves como para impedir el asentamiento de los europeos. Sólo en la Australia septentrional tropical la malaria y otras enfermedades tropicales obligaron a los europeos a abandonar sus intentos de colonización en el siglo XIX, que no tuvieron éxito hasta el desarrollo de la medicina del siglo XX.
Los aborígenes australianos, naturalmente, se interponían en el camino de la producción europea de alimentos, sobre todo porque las tierras agrícolas y ganaderas potencialmente más productivas albergaban inicialmente las poblaciones más densas de cazadores-recolectores aborígenes de Australia. La colonización europea redujo el número de aborígenes por dos medios. El primero suponía su muerte por arma de fuego, una opción que los europeos consideraron más aceptable en el siglo XIX y finales del siglo XVIII que cuando entraron en las tierras altas de Nueva Guinea en el decenio de 1930. La última matanza en gran escala, de 31 aborígenes, tuvo lugar en Alice Springs, en 1928. El otro medio suponía la introducción de gérmenes europeos ante los cuales los aborígenes no habían tenido oportunidad alguna de adquirir inmunidad ni de desarrollar resistencia genética. En el plazo de un año a partir de la llegada de los primeros colonizadores europeos a Sidney, en 1788, los cadáveres de aborígenes que habían muerto de epidemias era una visión habitual. Los principales factores mortíferos registrados fueron la viruela, la gripe, el sarampión, las fiebres tifoideas, el tifus, la varicela, la tos ferina, la tuberculosis y la sífilis.
De estas dos maneras, las sociedades aborígenes independientes fueron eliminadas en todas las zonas aptas para la producción de alimentos europea. Las únicas sociedades que sobrevivieron más o menos intactas fueron las de zonas del norte y el oeste de Australia inútiles para los europeos. En un siglo de colonización europea, 40 000 años de tradiciones aborígenes habían sido barridos en su mayor parte.
Podemos volver ahora al problema que se planteaba al principio de este capítulo. ¿Cómo podemos explicar, salvo postulando deficiencias de los propios aborígenes, el hecho de que los colonizadores ingleses blancos crearan aparentemente una democracia ilustrada, productora de alimentos e industrial, en unas décadas de colonización de un territorio cuyos habitantes, después de más de 40 000 años, eran aún cazadores-recolectores nómadas que no conocían la escritura? ¿No constituye esto un experimento perfectamente controlado de la evolución de las sociedades humanas, que nos obliga a una sencilla conclusión racista?
La resolución de este problema es sencilla. Los colonizadores ingleses blancos no crearon una democracia ilustrada productora de alimentos e industrial en Australia. Por el contrario, importaron todos los elementos de fuera de Australia: el ganado, todos los cultivos (a excepción de las nueces de macadamia), los conocimientos metalúrgicos, los motores de vapor, las armas de fuego, el alfabeto, las instituciones políticas, incluso los gérmenes. Todos éstos fueron los productos finales de 10 000 años de desarrollo en medios eurasiáticos. Por un accidente de la geografía, los colonizadores que desembarcaron en Sidney en 1788 heredaron estos elementos. Los europeos nunca han aprendido a sobrevivir en Australia o Nueva Guinea sin su tecnología eurasiática heredada. Robert Burke y William Wills eran suficientemente inteligentes como para escribir, pero no bastante inteligentes como para sobrevivir en regiones desérticas australianas donde vivían los aborígenes.
Los pueblos que crearon una sociedad en Australia fueron los aborígenes australianos. Naturalmente, la sociedad que crearon no fue una democracia ilustrada, productora de alimentos e industrial. Las razones se infieren directamente de las características del entorno australiano.