4
Vanessa
A la mañana siguiente en el aula de grupo, mucho antes de que sonase el timbre, los alumnos se arracimaban en grupitos y un murmullo constante lo invadía todo. En el centro de cada grupo estaban los chicos más brillantes, repasando sus apuntes. Los demás trataban de extraer información, con la esperanza de que un repasito de última hora pudiera proporcionarles unas cuantas respuestas correctas más, en los exámenes finales que estaban a punto de comenzar.
Alyssa andaba cerca de Sasha Goethe, recogiendo información para Naturales. Aunque en general sacaba unas notas impresionantes, siempre se angustiaba mucho.
Por su parte, Kendra se sentía tranquila ante los exámenes. No eran tan severos como lo serían al año siguiente, en el instituto, y había llevado al día tanto las lecturas como los deberes del curso. Había repasado sus apuntes y había revisado los controles anteriores. Incluso a pesar de la distracción de la excursión a la funeraria de la noche anterior, no estaba preocupada.
Además, tenía asuntos más acuciantes en la cabeza. El costroso kobold era el único alumno del aula que parecía indiferente ante los inminentes exámenes, lo cual tenía su lógica si tenemos en cuenta que no tenía que hacerlos. Estaba sentado en su pupitre, de brazos cruzados. El señor Reynolds, el mismo sustituto del día anterior, un joven con calvicie prematura, ocupaba el asiento de la señora Price.
Kendra tenía delante un paquete envuelto en papel de regalo. El papel era de renos y copos de nieve. Era un resto de las últimas Navidades y lo había encontrado en un estante de un armario. El papel envolvía una caja de zapatos, y dentro de ella estaba la estatua robada.
La noche anterior, antes de dejar a Kendra y Seth en la esquina de su casa, Errol les había explicado lo que tenían que hacer. Al parecer, la figurita era un objeto sagrado para los kobolds. En cuanto un kobold se hallase en posesión de ella, se sentiría obligado a devolverla al santuario al que pertenecía, perdido en el Himalaya. Además, Errol había recalcado que los kobolds se pirran por los obsequios, así que lo único que tenía que hacer era envolver la estatua como si fuese un regalo y dárselo. Lo demás se haría solo.
Sonaba casi demasiado fácil para ser verdad. Pero en Fablehaven Kendra había aprendido que a veces se obtenían poderosos efectos mágicos con medios muy sencillos. Por ejemplo, mantener encerrada un hada toda una noche la convertía en un diablillo.
Kendra observó atentamente al kobold. La popularidad instantánea de la que Case había disfrutado en un primer momento empezaba a menguar a medida que se hacía legendario su aliento pestilente. Ya había besado también a Trina Funk y a Lydia Southwell, quienes, como le pasó a Alyssa, no habían perdido ni un minuto de tiempo en difundir la noticia de su halitosis crónica.
El timbre iba a sonar en menos de un minuto. Kendra había estado jugando con la idea de pedirle a alguien que entregase el regalo, por si el kobold recelaba de ella. Pero como se acababa el tiempo, decidió que siempre podría envolverlo de nuevo y encargarle a alguien menos sospechoso que, más tarde, le diese la figurita al kobold, si llegaba a fracasar este primer intento. De todos modos, él ya había visto el regalo en su poder.
Kendra se dirigió al pupitre de Case con la caja de zapatos envuelta como regalo.
—Hola, Case.
Él le dedicó una mirada lasciva.
—Kendra.
—Sé que no he sido muy amable desde que llegaste —dijo Kendra—. Se me ocurrió que podía darte algo para que veas que voy en son de paz.
El kobold bajó la vista hacia el regalo y de nuevo la subió para clavar sus ojos en los de Kendra.
—¿Qué es? ¿Más colutorio?
Kendra se aguantó la risa.
—No, un regalo bonito. Si no lo quieres…
—Trae aquí. —Tendió los brazos y Kendra le entregó el regalo.
Él agitó el paquete pero no descubrió de qué se trataba, pues Kendra había metido la figurita entre un montón de bolas de papel de periódico.
El timbre sonó.
—Puedes abrirlo ahora mismo —dijo Kendra.
Los grupitos de repaso se dispersaron y todo el mundo se sentó en su sitio. Kendra regresó a su pupitre mientras Case desenvolvía el regalo.
Cuando Kendra se sentó, Case había destapado la caja de zapatos y estaba revolviendo entre el papel de periódico. Entonces, se quedó de piedra, mirando sin pestañear. Sacó lentamente la estatuilla, sujetándola con cuidado. Y miró por encima del hombro en dirección a Kendra, con cara de pocos amigos.
El sustituto les dio una serie de indicaciones y a continuación alentó al grupo a aprovechar el resto de la hora en el aula de tutoría para repasar de cara a los exámenes. Alyssa le preguntó si sabía algo de la señora Price. Él respondió que no le habían dado ninguna información.
Los grupitos de estudio volvieron a formarse rápidamente. El kobold recogió sus cosas, metió la estatua en su mochila y se dirigió a la puerta dedicándole a Kendra una última mirada cargada de veneno.
—¡Eh!, ¿adónde vas? —preguntó el sustituto.
—Al lavabo —respondió Case.
—Necesitas un permiso de pasillo —dijo el sustituto.
—Diez a uno a que me las arreglo sin él —repuso Case con desdén.
El sustituto no debía de tener más de treinta años. Tenía un aire relajado y no parecía acostumbrado a que los alumnos se comportasen con semejante insolencia.
—Diez a uno a que te vas derecho al despacho del director —respondió el sustituto, con la cara cada vez más seria.
La clase se fue quedando en silencio a medida que el diálogo continuaba. Case le miró con una sonrisita.
—Aceptaré la apuesta. Quinientos dólares. Que vendría a ser… ¿qué? ¿El equivalente a tres años de sueldo?
Case abrió la puerta. El sustituto se levantó de su silla.
—¡Tú no vas a ninguna parte!
Case salió y echó a correr por el pasillo. El sustituto se quedó parado al lado de su mesa, impotente.
—¿Cómo se llama? —preguntó, atónito.
—Casey Hancock —respondió Alyssa—. Pero puede llamarle Aliento de Perro.
• • •
Seth se dirigía al autobús cuando vio a un hombre que le resultaba conocido, y que vestía con un traje pasado de moda. Se desvió de su camino para charlar con Errol.
—¿Te has enterado? —le preguntó Seth—. Esta mañana Kendra le entregó a Case el paquete y el tío se largó inmediatamente.
Errol asintió.
—Seguí al kobold hasta las afueras. No volveréis a verlo. Un kobold casi nunca viaja lejos a no ser que se vea obligado.
—Gracias por tu ayuda —dijo Seth—. Será mejor que vaya a coger el autobús.
—¿Tienes un minuto? —preguntó Errol—. Anoche hiciste un trabajo excepcional en la funeraria. Mejor que muchos de los profesionales entrenados con los que he trabajado en el pasado. Podría venirme bien tu colaboración para otra tarea.
—¿De qué va?
—De hecho, es una misión parecida. Necesito recuperar un amuleto de un miembro de la Sociedad del Lucero de la Tarde. Representaría un duro golpe para su organización.
—Esos son los que están tratando de destruir todas las reservas mágicas como Fablehaven —respondió Seth—. Y soltar los demonios.
—Chico listo.
—¿Es un vampiro otra vez? —preguntó Seth.
—Algo menos exótico —le tranquilizó Errol—. El amuleto se encuentra en una vivienda flotante. El dueño está fuera del estado, por lo que en estos momentos la vivienda está vacía. La única pega es que el viaje en coche dura unas horitas. Nos llevará toda la noche. Si salimos hacia las diez, aproximadamente, podría traeros de vuelta antes de las seis de la mañana.
—Mañana hay colé —respondió Seth.
—Motivo por el cual pensaba hacerlo mañana por la noche —dijo Errol—. El curso habrá terminado. Tu hermana puede echar una mano esta vez. La barrera de la casa flotante funciona sólo contra los mayores de dieciocho años.
—Lo hablaré con ella. ¿Cómo te lo confirmo?
—Estaré en la gasolinera mañana por la noche. Llegad lo más cerca posible de las diez. Si os presentáis antes de las diez y media, os estaré esperando. Si no, entenderé que declináis la oferta.
—Entendido. Será mejor que me vaya, los autocares saldrán enseguida.
Kendra puso el punto final en la última frase de la última respuesta larga del último examen. Lengua. Sabía que lo había bordado, igual que los anteriores, que le habían parecido chupados. En cuanto entregase el examen, el tramo inicial de enseñanza media habría tocado oficialmente a su fin. Era viernes por la tarde, y para la siguiente tanda de deberes faltaban casi tres meses.
Sin embargo, cuando devolvió el examen, no experimentó la euforia que se había ganado. En vez de eso, la abrumó el peso del dilema: no sabía si debía salir a hurtadillas de su casa para colarse en una vivienda flotante a cientos de kilómetros de distancia en compañía de un tipo prácticamente desconocido y de su hermano o rehusar la aventura.
Esa mañana aún no había conseguido contactar con su abuelo por teléfono, y él aún no había respondido a la carta que le había enviado el martes. Le había dicho a Seth que mientras no pudiese confirmar la identidad de Errol Fisk con el abuelo, no iban a irse con él a ninguna parte en mitad de la noche. Lo del kobold había sido una situación desesperada. Ahora podían permitirse esperar un día o dos.
Seth había echado pestes, diciendo que era una traidora y una cobarde. Sus quejas iban en el sentido de que si se les planteaba la posibilidad de dar caña a la Sociedad del Lucero de la Tarde, lo mejor que podían hacer era aprovecharla. Y había terminado amenazando con reunirse con Errol con o sin ella.
Como había terminado pronto el examen, la chica disponía de unos veinte minutos antes de que saliesen los autocares. Fue a su taquilla y se tomó su tiempo para meter en la mochila todo lo que quería conservar, como las fotos que había recortado de revistas y que había pegado con celo en la cara interior de la portezuela. Tal vez Seth tuviese razón. En ese punto, confirmar la situación con el abuelo era más una formalidad que otra cosa. Errol ya los había ayudado a librarse del kobold. Si hubiese querido hacerles daño, había tenido su oportunidad cuando los llevó a la funeraria.
Kendra trató de ser del todo sincera consigo misma. Le daba miedo ir a esa casa flotante. Si el dueño era alguien de la Sociedad del Lucero de la Tarde, sería muy peligroso. Y esta vez ella tendría que entrar también, no simplemente aguardar en la furgoneta.
Cerró la cremallera de la mochila. Lo que ella quería era que el abuelo Sorenson le dijese que Errol era amigo, pero que robar amuletos en casas flotantes en plena noche no era un cometido para niños. Ni para adolescentes. ¡Es que era verdad! Hubiera o no hubiera barreras, resultaba chocante que Errol reclutase a unos chavales para misiones como esa.
Recorrió todo el pasillo y salió por las puertas. El sol brillaba. Los autocares aguardaban en fila, junto a la acera. Sólo unos pocos estudiantes habían subido.
Faltaban diez minutos para que, oficialmente, el colegio terminase.
¿Tendría razón Seth? ¿Era una cobarde? En la reserva había sido valiente cuando fue a pedir socorro a la Reina de las Hadas y rescató a todos los demás. Había sido valiente cuando trató de librarse del kobold. Lo suficiente para escabullirse de casa e ir con Errol. Pero aquellas habían sido situaciones de emergencia. Se había obligado a sí misma a ser valiente. ¿Qué le pasaba a su coraje cuando no había una amenaza inmediata? ¿Cuán peligroso era colarse a hurtadillas en una casa flotante sin nadie dentro? En la funeraria no había pasado nada; Seth había entrado y había vuelto a salir. Errol no los llevaría a la casa flotante si fuese demasiado peligroso. Era un profesional.
Kendra se montó en su autobús, fue hasta el fondo y se dejó caer con todo el peso de su cuerpo en uno de los asientos. El último viaje en autocar desde el Centro de Enseñanza Media Roosevelt. Ya estaba en el instituto. Tal vez debería empezar a comportarse más como una adulta y menos como una cobarde.
• • •
Seth silbaba mientras revisaba su equipo de emergencias. Encendió y apagó la linterna.
Examinó un surtido de petardos. Inspeccionó el tirachinas que le habían regalado por Navidad.
Kendra estaba sentada en la cama de su hermano, con la barbilla apoyada en la mano.
—¿De verdad crees que vas a necesitar petardos? —le preguntó.
—Nunca se sabe —respondió Seth.
—Ya entiendo —comentó Kendra—. Siempre puede haber alguien que quiera celebrar el 4 de Julio anticipadamente.
Seth sacudió la cabeza, exasperado.
—Claro, o a lo mejor nos puede venir bien distraer al enemigo. —Encendió el mechero para comprobar si funcionaba. Luego, cogió un par de galletitas para perros—. Desde lo de la funeraria he incluido esto también. Podrían haberme comido vivo si no hubiera llevado una encima.
—No puedo creer que me hayas convencido —dijo Kendra.
—Yo tampoco —coincidió Seth.
Su madre abrió la puerta, con el teléfono inalámbrico en una mano.
—Kendra, el abuelo Sorenson quiere hablar contigo.
Kendra se bajó de la cama de un brinco, muy contenta.
—Vale. —Cogió el teléfono—. Hola, abuelo.
—Kendra, necesito que vayas a algún sitio donde puedas hablar con total libertad —dijo el abuelo con urgencia en la voz.
—Un momento. —Kendra se fue a su cuarto y cerró la puerta—. ¿Qué pasa?
—Temo que tu hermano y tú estéis en peligro —dijo su abuelo.
Kendra asió con fuerza el auricular.
—¿Por?
—Acabo de recibir informes que dicen que se ha registrado cierta actividad inquietante en vuestra zona.
Kendra se relajó un poco.
—Ya lo sé, he estado intentando llamarte por teléfono. Había un kobold en mi colegio.
—¿Un qué? —exclamó el abuelo.
—No pasa nada, un tipo llamado Errol Fisk nos ayudó a librarnos de él. Conoce a tu amigo Coulter.
—¿A Coulter Dixon?
—Supongo. Errol dijo que Coulter se enteró de la presencia del kobold y que le encargó que nos ayudase a librarnos de él.
—¿Cuándo ha ocurrido eso?
—Esta semana.
Su abuelo guardó silencio unos segundos.
—Kendra, Coulter lleva más de un mes aquí, en Fablehaven.
Apretó tanto la mano alrededor del receptor que se le pusieron los nudillos blancos. Empezaban a revolvérsele las tripas.
—¿Qué quieres decir?
—Lo confirmaré con Coulter, pero estoy seguro de que ese señor se acercó a vosotros con algún pretexto falso. No debéis aproximaros a él.
Kendra guardó silencio. Miró su reloj digital. Eran las 8:11 de la tarde. Al cabo de menos de dos horas se suponía que iban a reunirse con Errol en la gasolinera.
—Iba a recogernos esta noche —dijo.
—¿Recogeros?
—Para llevarnos a robar un amuleto en una casa flotante. Dijo que eso haría daño a la Sociedad del Lucero de la Tarde.
—Kendra, casi seguro que ese hombre pertenece a la Sociedad del Lucero de la Tarde. A un amigo mío le robaron una cosa hace poco.
Kendra tenía la boca seca. Su desazón iba en aumento.
—¿Qué le robaron?
—No importa —dijo su abuelo—. El problema es que…
—No sería una estatuita de una rana —dijo Kendra. Ahora su abuelo se había quedado callado.
—Oh, Kendra —balbució finalmente—. Cuéntame qué ha pasado.
Kendra le contó que Errol les había explicado que la única manera de librarse del kobold era consiguiendo la estatua. Le contó que les había dicho que el propietario de la funeraria era un malvado viviblix, para convencer a Seth de que robase la rana.
—Conque así es como lo hacen —dijo su abuelo—. La funeraria tenía un conjuro que habría impedido entrar a cualquier persona que no fuese un niño. Archibald Mangum es un viejo amigo mío. No es ningún blix. La noche en que Seth robó la estatua de su casa, se encontraba en Buffalo celebrando su octogésimo cumpleaños. Me ha telefoneado hace nada.
—Llevo toda la semana tratando de comunicarme contigo —dijo Kendra—. Y el martes te mandé una carta.
—Nos han hecho una jugarreta —respondió su abuelo—. No he recibido tu carta.
Sospecho que la han interceptado, tal vez en mi buzón. No me enteré hasta ayer de que no tenía línea telefónica. Apenas usamos el teléfono, salvo en caso de emergencia. La compañía telefónica mandó a unos operarios a arreglarlo hace unas horas. Descubrieron que alguien había dañado el cable, no lejos de la verja principal. Quise saber si parecía que alguien había cortado deliberadamente la línea, y ellos me dijeron que no, pero yo tengo mis dudas. Cuando me llamó Archibald, mis preocupaciones se multiplicaron. Él ha velado por ti y por Seth discretamente, de mi parte. Por supuesto, era consciente de que cualquier acción que se cometiese contra él podría implicaros también a vosotros dos, pero no me esperaba esto. La Sociedad del Lucero de la Tarde ha entrado en acción.
—¿Y qué hago? —preguntó Kendra, sintiendo que perdía el equilibrio.
—Ya he puesto en marcha un plan —dijo el abuelo—. Ahora veo que mis sospechas tenían más fundamento de lo que había pensado. Le he dicho a vuestra madre que había sufrido un accidente y le he preguntado si Seth y tú podíais venir a casa hasta que me recuperase.
—¿Y qué ha dicho? —preguntó Kendra.
—Tus padres están conformes, siempre y cuando tu hermano y tú queráis venir —respondió el abuelo—. Le he dicho que quería invitaros yo personalmente. Dando por hecho que estaríais de acuerdo, he mandado ya a alguien para que vaya a buscaros.
—¿A quién?
—No la conoces —dijo el abuelo—. Se llama Vanessa Santoro. Os facilitará una palabra en clave: «caleidoscopio». Debería estar ahí dentro de un par de horas.
—¿Y qué hacemos mientras tanto?
—¿Has dicho que ese tal Fisk cuenta con que os reunáis con el esta noche?
—Aún no se lo hemos confirmado —respondió Kendra—. Primero quería hablar contigo. —Aposta, obvió mencionar que había resuelto ir aunque no había confirmado aún que se presentarían a la cita—. Va a esperarnos junto a una gasolinera que hay cerca de casa. Si no nos presentamos antes de las diez y media, entenderá que no vamos.
—No me gusta el interés que está mostrando la Sociedad por vosotros —dijo su abuelo en tono meditabundo, como hablando consigo mismo—. Tendremos que averiguar los motivos más tarde. De momento, id haciendo las maletas. Vanessa debería llegar hacia las diez y media precisamente. Estad atentos. Quizá no sea fácil adivinar cómo reaccionará Errol cuando vea que no acudís a la cita.
—¿Puedes decirle a tu amiga que se dé prisa?
—Se dará prisa —dijo el abuelo, riendo entre dientes—. De momento, comunicadle a vuestra madre la decisión. Luego, tendré que hablar otra vez con ella para que se haga a la idea de que una amiga mía se dirige ya hacia allí para recogeros esta misma noche. Le diré que Vanessa es una vecina de toda confianza, que casualmente se encuentra de regreso de un viaje a Canadá.
—¿Abuelo?
—¿Sí?
—En realidad, no has tenido ningún accidente, ¿verdad? —preguntó ella.
—Nada que haya puesto en peligro mi vida, pero sí, estoy más bien hecho polvo. Han pasado muchas cosas curiosas en los últimos meses y, me guste o no, vosotros estáis empezando a veros implicados. En estos momentos, por muy peligroso que pueda ser Fablehaven, es el lugar más seguro para vosotros.
—La abuela no se ha convertido en una gallina otra vez, ni nada parecido…
—Tu abuela está bien —la tranquilizó él.
—¿Y mamá y papá? ¿Y si Errol Fisk viene por ellos?
—Oh, no, Kendra. No sufras por tus padres. Su ignorancia al respecto del mundo secreto que nosotros conocemos debería ser toda la protección que necesitan. Estando Seth y tú fuera de la casa, estarán más a salvo que cualquiera de nosotros. Anda, pásame otra vez con tu madre.
Kendra fue a buscarla y le pasó el teléfono. Luego, fue corriendo al cuarto de Seth para ponerle al corriente de todo lo que había hablado con el abuelo Sorenson.
—Entonces, Errol nos estaba utilizando —dijo el chaval—. Y si nos hubiésemos ido con él esta noche… Nunca aprendo la lección, ¿verdad?
—No ha sido culpa tuya —le dijo Kendra—. Errol también me había engañado a mí. Sólo estabas siendo valiente. Eso no siempre es algo malo.
El cumplido pareció animarle.
—Apuesto a que Errol creía que nos tenía en el bote. Me pregunto qué nos habría hecho. Ojalá pudiera ver su cara cuando vea que no nos presentamos esta noche.
—Con suerte para entonces estaremos ya de viaje.
Su padre entró en la habitación. Dio una palmada y se frotó las manos.
—Tenemos que hacer las maletas enseguida —dijo—. Debisteis de causarles realmente una gran impresión a los abuelos el verano pasado. Mi padre se cae del tejado, y quiere que vayáis vosotros a echarle una mano. Espero que sepa dónde se está metiendo.
—Nos portaremos bien —afirmó Seth.
—¿Y todos esos petardos? —preguntó su padre.
—Son sólo de los pequeños. —Seth los metió en la bolsa del equipo de emergencias.
• • •
Kendra se paseaba por su habitación, mirando el reloj. Escudriñaba entre las persianas cada pocos minutos, con la esperanza de ver llegar el coche de Vanessa. Cuanto más se acercaban las diez y media, más nerviosa se ponía.
Su maleta y su bolso de lona estaban sobre la cama. Trató de distraerse poniéndose los auriculares y escuchando un poco de música. Se sentó en el suelo con los ojos cerrados y la espalda apoyada en la cama. Vanessa aparecería de un momento a otro; entonces, Seth y ella saldrían de viaje.
Oyó una voz que la llamaba por su nombre a lo lejos. Abrió los ojos y se quitó los auriculares. Su padre estaba de pie a su lado.
—¿Ya ha llegado? —preguntó Kendra, levantándose del suelo.
—No, te decía que te llaman por teléfono. El padre de Katie, que pregunta si sabes dónde podría haberse metido su hija.
Kendra cogió el teléfono. ¿Katie Clark? Kendra casi no la conocía.
—¿Hola?
—Me habéis decepcionado, Kendra. —Era Errol. Su padre salió de la habitación.
Ella le respondió en voz baja.
—Perdona, hemos decidido que esta noche no nos iba bien. ¿Cómo has conseguido nuestro teléfono?
—Mirando en la guía telefónica —replicó Errol, sonando herido por la acusación implícita en las palabras de Kendra—. Perdona que me haya hecho pasar por el padre de una compañera tuya. No quería sobresaltar a tus padres.
—Bien pensado —dijo Kendra.
—Me estaba preguntando si sería posible que os convenciese para que vengáis conmigo de todos modos. Estoy al final de vuestra calle, justo donde os dejé la otra noche. Es que esta noche es la última en que la casa flotante estará vacía y ese amuleto podría hacer mucho daño a vuestros abuelos y a su reserva.
—No lo pongo en duda —respondió Kendra con aparente sinceridad. Su cerebro funcionaba a toda velocidad. Errol no debía enterarse de que Seth y ella planeaban escapar a Fablehaven esa misma noche. Tenía que fingir que aún le consideraba amigo—. ¿Y no habría otro modo de conseguirlo? La otra noche lo pasé fatal.
—Si supiera de otra solución, no os daría la lata. Me veo en un verdadero aprieto. El amuleto podría causar un daño terrible si cae en las manos equivocadas. Por favor, Kendra, yo te ayudé. Necesito que me devuelvas el favor.
Kendra oyó que un vehículo se detenía en el exterior de la casa. El motor paró. Kendra separó las persianas y vio a una mujer bajándose de un elegante deportivo.
—Creo que no voy a poder —dijo Kendra—. Lo siento, de verdad.
—Parece que tenéis visita —dijo Errol, con una sombra de sospecha tiñendo su voz—. Menudo coche. ¿Una amiga de la familia?
—No estoy segura —dijo Kendra—. Oye, tengo que colgar.
—Muy bien.
La comunicación quedó interrumpida. Su padre asomó la cabeza.
—¿Todo bien?
Kendra bajó el teléfono, tratando de que no se le notasen los nervios.
—El padre de Katie estaba un pelín asustado —dijo—. Pero como yo no voy mucho con ella, no he podido ayudarle. Estoy segura de que estará bien.
Alguien llamó a la puerta.
—Esa debe de ser vuestra conductora.
Su padre cogió la maleta y el bolso de lona de la cama. Kendra le siguió al salón, donde su madre charlaba de pie con una mujer escultural. Alta y delgada, tenía una larga melena negra y brillante y la tez olivácea. Parecía española o italiana, con sus labios carnosos y unas cejas que formaban dos coquetos arcos. Estaba maquillada con una profesionalidad como Kendra no había visto nunca, salvo en las revistas de moda. Llevaba unos vaqueros a la última, unas botas marrones y una chaqueta de cuero ajustada muy elegante.
Cuando Kendra entró en la habitación, la mujer sonrió y sus expresivos ojos se iluminaron.
—Tú debes de ser Kendra —dijo la mujer afectuosamente—. Soy Vanessa Santoro. —Hablaba con un leve rastro de acento.
Kendra le tendió la mano. Vanessa le estrechó sólo los dedos. Su padre se presentó y Vanessa le ofreció el mismo tipo de saludo. Pese a su aspecto y compostura impecables, llevaba las uñas incongruentemente cortas. Seth entró en el salón y se detuvo en seco. Kendra sintió vergüenza ajena: su hermano era incapaz de disimular su asombro ante la imagen impactante de Vanessa.
—Qué ganas tenía de conocer al fin al famoso Seth Sorenson —dijo Vanessa.
—¿A mí? —repuso el niño, alelado.
Vanessa le sonrió tiernamente. Parecía estar habituada a que los chicos se quedasen mudos al verla. A Kendra estaba empezando a no caerle bien.
Vanessa consultó su reloj de pulsera, pequeño y moderno.
—Odio meter prisa, pero tenemos muchos kilómetros que recorrer antes de que acabe la noche.
—Estaremos encantados de tenerla en casa si prefiere pasar la noche aquí y salir descansada de buena mañana —dijo la madre—. Podríamos preparar la cama extra.
Kendra experimentó una punzada de angustia. Tenían que salir de allí. Errol aguardaba fuera y había dejado entrever sus sospechas respecto de Vanessa. ¿Quién sabía lo que podría intentar durante la noche?
Vanessa negó con la cabeza, luciendo una sonrisa de pesar.
—Mañana tengo un compromiso —dijo—. No se preocupen, soy como un búho. Hoy dormí hasta tarde. Llegaremos a casa de Stan de una pieza.
—¿Puedo prepararle algún tentempié? —insistió la madre.
Vanessa levantó una mano.
—Tengo cosas en el coche —dijo—. Deberíamos ponernos en camino.
El padre había sacado la billetera.
—Al menos deje que paguemos nosotros la gasolina.
—Ni mucho menos —insistió Vanessa.
—Nos está ahorrando un largo viaje —persistió el padre—. Es lo menos que…
—Yo iba para allá de todos modos —repuso Vanessa, cogiendo del suelo la maleta de Seth, la más grande de todas—. Acercar a sus hijos es un placer.
El hombre cogió la maleta de Kendra antes de que Vanessa pudiera asirla. Así que ella se ocupó del bolso de lona de Seth.
La madre de los chicos abrió la puerta y Vanessa salió, seguida por el señor Sorenson.
—Yo puedo llevar mis bártulos —dijo Seth desde detrás.
—Ya me apaño yo —le tranquilizó Vanessa, caminando a zancadas en dirección al coche, sin la menor dificultad.
—¡Vaya! —exclamó Seth cuando pudo ver el deportivo azul oscuro.
El padre lanzó un silbido.
—¿Ferrari?
—No —respondió Vanessa—. Hecho a medida. Conseguí un buen precio a través de un amigo.
—Tendrá que presentármelo —dijo el padre.
—Ni en sueños —murmuró la madre.
De pie junto al deportivo, Kendra no podía creer que fueran a llevarla en semejante vehículo hasta el mismo Fablehaven. Bajo y aerodinámico, el lustroso deportivo tenía doble tubo de escape, techo corredizo y unos neumáticos de horma ancha como los coches de carreras.
En vez de lucir los típicos bichos muertos espachurrados en la parte delantera, parecía la clase de vehículo que esperarías ver en un concesionario o en un salón automovilístico, no un coche que realmente alguien conducía por la calle.
Vanessa pulsó un par de botones del llavero. La portezuela del acompañante se abrió y el portón del maletero se levantó.
—Las maletas deberían caber en el maletero —dijo. Entonces, tumbó hacia delante el asiento del acompañante y metió el bolso de lona de Seth detrás del asiento del conductor.
—Me pido delante —dijo Seth.
—Lo siento —replicó Vanessa—. Normas de la casa. El pasajero más alto va delante. La parte de atrás en un poco reducida.
Seth se irguió para alcanzar toda su estatura.
—Casi somos igual de altos —dijo—. Además, ella es más flexible.
—Bien —respondió Vanessa—, porque tendremos que correr su asiento hacia delante para que quepáis los dos. No suelo llevar a nadie en el asiento de atrás.
El señor Sorenson le entregó a Vanessa la bolsa de lona de Kendra y a continuación cargó las maletas en el maletero.
Seth se metió en el asiento de atrás, medio tumbado de lado, y se abrochó el cinturón de seguridad. Vanessa deslizó un poco hacia delante el asiento del acompañante y colocó el respaldo en posición vertical.
—¿Te apañas mejor así? —Seth asintió con desánimo. Tenía las piernas dobladas hacia un lado, con las rodillas pegadas—. Kendra podrá cederte unos centímetros más en cuanto se acomode en su asiento —le calmó Vanessa.
Vanessa se hizo a un lado para que Kendra pudiese entrar en el coche. Kendra la miró a los ojos y lanzó una ojeada en dirección a la furgoneta Volkswagen que había aparcada en la misma calle. La mujer le guiñó un ojo dándole a entender que era consciente de la amenaza.
Kendra vaciló aún un poco.
—Caleidoscopio —murmuró Vanessa.
Kendra se metió en el coche y Vanessa cerró la portezuela. El motor se encendió espontáneamente. Vanessa pulsó de nuevo un botón del llavero y la portezuela del conductor se abrió.
Los padres les dijeron adiós con la mano desde el bordillo, el uno junto al otro. Dudando de que pudieran verla a través del cristal tintado, Kendra bajó su ventanilla y les dijo adiós con la mano. De acuerdo con lo que le había dicho su abuelo, con Seth y con ella fuera de la casa, su madre y su padre estarían fuera de peligro. Aunque Kendra no estaba segura de qué nuevos peligros los aguardaban en Fablehaven, al menos podía quedarse tranquila sabiendo que su partida garantizaba la seguridad de sus padres.
Vanessa se puso rápidamente al volante y cerró la portezuela. Su actitud cambió al instante, mientras se enfundaba unos guantes negros de conducir.
—¿Cuánto rato lleva ahí? —preguntó, y encendió los faros, metió primera con la palanca de cambios manual y arrancó.
Con un último adiós a sus padres, Kendra subió su ventanilla del vehículo.
—Unos minutos nada más, creo —dijo Kendra—. Apareció cuando vio que no nos presentábamos a la cita con él en la gasolinera.
—¿Por qué no me lo dijiste? —se quejó Seth.
—Acabo de enterarme —respondió Kendra—. Llamó por teléfono. Estaba despidiéndome de él cuando llegó el coche de Vanessa. Estaba intentando convencerme para que nos fuésemos con él.
Pasaron por delante de la Volkswagen. Kendra miró hacia atrás y vio que la furgoneta encendía los faros y se incorporaba a la calzada detrás de ellos.
—Nos sigue —dijo Seth.
—No por mucho tiempo —les prometió Vanessa—. En cuanto vuestros padres no puedan oírnos, nos libraremos de él en un periquete. —Se puso unas gafas de sol.
—¿No está un pelín oscuro para llevar gafas de sol? —dijo Seth.
—Visión nocturna —le explicó Vanessa—. Puedo apagar los faros y conducir todo lo deprisa que quiera.
—¡Alucinante! —comentó Seth.
Doblaron por una esquina para dirigirse hacia la interestatal. Vanessa miró a Kendra.
—¿Estabas hablando con él por teléfono hace un momento?
—¡Cuidado! —gritó Kendra, señalando hacia delante.
Una figura humanoide gigante hecha de paja salió arrastrando los pies a la carretera, al tiempo que agitaba unos rudimentarios brazos. Como acababan de virar en la esquina, no iban a mucha velocidad. Vanessa dio un volantazo, pero la monstruosa figura saltó de lado para seguir impidiéndoles el paso. La mujer pisó el freno a fondo. Los cinturones de seguridad se trabaron y el coche se detuvo a unos diez metros de la criatura.
La zafia figura, amarilla y pinchuda al resplandor de los faros, se elevaba hasta una altura de al menos tres metros desde el asfalto, plantada con los pies separados, uno a cada lado de la línea del centro de la carretera. Tenía unas piernas cortas, los pies grandes, un torso gigantesco y unos brazos largos y gruesos. La tupida cabeza carecía de ojos, pero sí que tenía boca: una cavidad que apareció cuando el engendro emitió un rugido profundo.
—¿Un almiar? —dijo Seth, atónito.
—Un dulion —le corrigió Vanessa, y dio marcha atrás a toda velocidad—. Un falso golem.
El dulion se lanzó a la carga. El motor bramaba y los neumáticos chirriaban mientras retrocedían. Vanessa manejaba el volante y cambiaba las marchas con pericia, mientras las ruedas rechinaban. De repente iban otra vez hacia delante, alejándose cada vez más de la criatura. El fuerte olor a caucho quemado invadió el coche.
Cuando se aproximaban a la intersección por la que acababan de llegar, la furgoneta Volkswagen se detuvo abruptamente con un chirrido de neumáticos, y les bloqueó la vía de escape. Un segundo vehículo, un Cadillac antiguo, frenó justo a su lado, completando la barricada. La carretera tenía sólo dos carriles y el estrecho arcén era una pendiente pronunciada llena de piedras.
Vanessa hizo un trompo con el deportivo y, tras un descontrolado rebote del vehículo, con los neumáticos rodando sobre sí y echando humo, volvieron a dirigirse hacia el patoso hombre de paja. La enorme criatura avanzaba arrastrando los pies hacia ellos. Vanessa pisó a fondo el acelerador. Cuando los chirriantes neumáticos cogieron tracción, el coche ganó velocidad, pero como el dulion se les acercaba rápidamente, no había suficiente espacio para circular realmente deprisa.
Sin mucho sitio para maniobrar, Vanessa lo hizo lo mejor que pudo: colocó el coche en el extremo derecho de la carretera y lo llevó súbitamente hacia el izquierdo justo antes de llegar al monstruo. La táctica le valió para no estamparse de lleno contra el dulion, pero el hombre de paja, en su arremetida, golpeó el coche con sus enormes puños en el momento en que pasaron a su lado como una flecha. Sonó como si les hubiese alcanzado un cohete. El coche tembló y patinó, y por un terrible instante Kendra pensó que iban a salirse de la carretera. Pero Vanessa recuperó el control y escaparon a toda velocidad.
Parte del techo estaba aplastado por encima de Kendra, y su ventanilla y el techo corredizo habían quedado cubiertos de grietas que formaban una especie de telaraña. Las ruedas olían como si estuvieran ardiendo. Pero el motor ronroneaba y parecía que el coche rodaba suavemente, con el velocímetro subiendo hasta los 140 kilómetros por hora.
—Perdonad las turbulencias —dijo Vanessa—. ¿Estamos todos bien?
—Apuesto a que hemos dejado unas preciosas marcas de neumáticos —se admiró Seth—. ¿Qué era esa cosa?
—Un golem hecho de paja —le explicó Kendra.
—Tenía un aspecto ridículo —dijo Seth—. Como un montón de paja viviente.
Kendra se dio cuenta de que Seth no había visto la apariencia verdadera de la criatura que los había asaltado.
—No has tomado leche, Seth.
—Oh, claro. ¿Se parecía a Hugo?
—Algo así —respondió Kendra—, sólo que más grande y más desgarbado.
—Esa cosa ha abollado bien el coche —dijo Seth—. Ha hundido el techo.
Giraron para salir a una carretera más amplia. Los neumáticos gimieron levemente y a continuación aceleraron con furia.
—Tenemos suerte de haber salido de ahí con tan pocos daños —dijo Vanessa—. El armazón del coche ha sido reforzado y las ventanas están hechas a prueba de balas. Un vehículo de menor calidad habría quedado inservible. Eligieron el lugar perfecto para tendernos una emboscada.
—¿Cómo es posible que algo hecho de paja nos haya golpeado con tanta fuerza? —preguntó Seth.
—Quién sabe lo que habría debajo de la paja… —dijo Kendra.
—Motivo por el cual no quise embestirle sin más —aclaró Vanessa—. Mejor para nosotros.
Kendra echó un vistazo al indicador de velocidad. Ahora iban a más de 160 kilómetros por hora.
—¿No te preocupan los controles de seguridad?
Vanessa sonrió burlonamente.
—Nadie podrá darnos alcance sin ayuda de un helicóptero.
—¿En serio? —preguntó Seth.
—Nunca me han puesto una multa —presumió Vanessa—. Pero sí que me han perseguido. No soy fácil de pillar, especialmente fuera de las áreas urbanas. En poco más de dos horas estaréis en Fablehaven.
—¡Dos horas! —exclamó Kendra.
—¿Cómo creéis que llegué a vuestra casa en tan poco tiempo después de que hablaseis con Stan? Podemos alcanzar una velocidad media de 240 kilómetros por hora cómodamente en la interestatal. De madrugada y con las luces apagadas, cualquiera que nos capte con un radar creerá haber pillado un OVNI.
—Este podría ser el día más guay de mi vida —soltó Seth—, salvo porque no tengo espacio para meter las piernas.
—Normalmente no voy tan rápido por diversión —les explicó Vanessa—. Pero es posible que varios enemigos nos estén persiguiendo. Esta noche es lo más inteligente que podemos hacer. Por cierto, Seth, esto me lo ha dado tu abuela para ti. —Abrió una pequeña nevera portátil situada entre los asientos delanteros y extrajo de ella una botellita de leche.
—Y me lo dices ahora, cuando ya no puedo ver al dulion. —Cogió la leche y se la bebió—. ¿En qué se diferencian un dulion y un golem?
—En su calidad, principalmente —dijo Vanessa—. Los duliones son un poquito más fáciles de fabricar. Aunque hacía siglos que no veía uno. Al igual que los golems, están casi extinguidos. Quienquiera que fuera por vosotros dispone de unos recursos fuera de lo normal.
Continuaron el viaje en silencio durante un ratito. Kendra cruzó los brazos.
—Siento que hayamos estropeado tu precioso coche.
—No fue culpa vuestra —dijo Vanessa—. Lo creas o no, le he causado desperfectos mayores a otros coches.
Kendra arrugó el entrecejo.
—Me siento tan tonta por haber permitido que Errol se aprovechase de nosotros…
—Vuestro abuelo me ha puesto al corriente —dijo Vanessa—. Estabais intentando hacer lo correcto. Fue una infiltración de manual por parte de la Sociedad: plantearon un peligro; después, hicieron como si os estuvieran ayudando a resolver el problema para ganarse vuestra confianza. Estoy segura de que también ellos cortaron vuestras vías de comunicación con Stan. Hablando de Stan…
Vanessa abrió la tapa de un pequeño teléfono móvil. Kendra y Seth guardaron silencio mientras Vanessa informaba a su abuelo de que estaban en camino y que se encontraban todos bien. Relató someramente el incidente con Errol y el dulion y colgó el teléfono cerrando la tapita.
—¿Qué fue lo que le robé al amigo del abuelo? —preguntó Seth.
—Un demonio llamado Olloch, el Glotón —respondió Vanessa—. ¿Deduzco que le diste de comer, no?
—Errol dijo que era la única manera de moverlo —intervino Seth, totalmente desconsolado.
—Y tenía razón —dijo Vanessa—. Rompiste el conjuro que lo tenía inmovilizado. ¿Te mordió?
—Sí, ¿es malo?
—Te darán más detalles en Fablehaven —le prometió Vanessa.
—¿Me ha envenenado?
—No.
—¿Me voy a convertir en una rana o algo parecido?
—No. Espera a llegar a Fablehaven. Tus abuelos tienen muchas cosas que contarte.
—Por favor, dímelo ahora —suplicó Seth.
—Veré cómo está la mordedura cuando paremos a repostar.
—¿No quieres saberlo? —le rogó él.
Vanessa guardó silencio unos segundos.
—Supongo que sí. Pero le dije a tus abuelos que dejaría que te dieran ellos la noticia, y me gustaría cumplir mi palabra. Hay cierto peligro implícito, pero nada inmediato. Estoy segura de que conseguiremos solucionarlo.
Seth se tocó las costritas que lucía su mano.
—De acuerdo. ¿Hay algo que sí puedas decirnos tú?
Llegaron al acceso de la interestatal.
—Nos os desabrochéis los cinturones —respondió la mujer.