21
La caja silenciosa
-Cuéntame otra vez lo del gato —pidió Seth, sentado en la cama con las piernas cruzadas y tratando de hacer juegos malabares con tres pelotas.
—¿Otra vez? —dijo Kendra, levantando la vista de su libro.
—No me puedo creer que me haya perdido lo más chulo que nadie haya visto jamás —se quejó Seth, perdiendo el control de las pelotas después de dos lanzamientos—. Una pantera gigante, voladora, cubierta de serpientes, con tres cabezas y con aliento de ácido. Si no tuvieses testigos, estaría seguro de que te lo habías inventado sólo para torturarme.
—Estar allí no fue muy divertido —dijo Kendra—. Estaba casi segura de que íbamos a morir todos.
—Y roció a Vanessa con un chorro enorme de ácido —continuó él con entusiasmo—. ¿Gritaba?
—No podía gritar —dijo Kendra—. Sólo medio gemía. Era como si la hubiesen metido en un barreño de lava.
—Todo eso para proteger la cosa más birriosa del mundo: una tetera vieja y gastada.
—Una tetera que te curó de todas las heridas que te dejó el zombi —puntualizó Kendra.
—Ya lo sé, es útil, pero parece una adquisición absurda en un mercadillo callejero absolutamente patético. A ti sólo te gusta porque tu vudú de hada la hizo funcionar. —Empezó otra vez a hacer malabares y enseguida perdió el ritmo y una de las pelotas se le cayó al suelo.
El abuelo abrió la puerta del cuarto del desván.
—La Esfinge dice que está preparada, si todavía deseas bajar con nosotros —informó.
Kendra sonrió. Daba gusto ver al abuelo caminando por sí solo como siempre. Para ella, curar al abuelo Sorenson había sido la consecuencia más milagrosa de haber recuperado el objeto mágico. Las otras heridas eran tan recientes que, de alguna manera, no le habían parecido tan reales. Había sido como si la tetera hubiese limpiado el recuerdo dejado por una pesadilla. Pero en el caso del abuelo, había ido en silla de ruedas desde que llegaron a Fablehaven ese año, por lo que verle quitarse la escayola y ponerse a andar había sido especialmente impactante.
—¡Y un jamón! —exclamó Seth, que se levantó de la cama de un brinco—. ¡Ya me he perdido demasiadas cosas! Esto no pienso perdérmelo.
Kendra también se levantó, aunque sus sentimientos estaban más en conflicto que los de Seth. En vez de desear presenciar la sentencia final de Vanessa como si fuese la gran novedad, o tal vez frotarse las manos con ello, su esperanza era poder sentir que todo lo sucedido a raíz de la traición de Vanessa había quedado atrás.
Había sido la Esfinge quien había recomendado emplear la Caja Silenciosa. El día anterior, después de que Vanessa hubiese sido recluida en la mazmorra, todos se habían reunido para llenar los huecos de información que les faltaban a los otros. Los abuelos prácticamente no sabían nada de todo lo ocurrido. Seth los encandiló con su relato de cómo había vencido a la aparición. Kendra y Warren explicaron su descenso a la torre y la batalla con el gato. Tanu, Coulter y Dale hablaron de la operación de rescate que habían organizado, como cuando se habían acercado a la arboleda con la Esfinge y el diablillo que parecía montar guardia en el lugar había dado media vuelta y había puesto pies en polvorosa, y cómo Dale había resultado herido por el trasgo.
La Esfinge explicó que no había estado localizable debido a los indicios que apuntaban a que la Sociedad del Lucero de la Tarde estaba a punto dar con su paradero. En cuanto se vio libre de peligro, le preocupó que nadie en Fablehaven respondiese a sus llamadas, y su preocupación se redobló al encontrar la verja cerrada con llave. Había esperado allí hasta que finalmente Tanu cogió el teléfono, después de liberar al abuelo. Tanu le había abierto la verja.
Al final, la conversación se había centrado en Vanessa. El problema era que, como narcoblix que era, siempre tendría poder sobre aquellos a los que había mordido mientras dormían.
—Debe quedarse encerrada en una prisión que inhiba sus poderes —sentenció la Esfinge—. No podemos esperar que el señor Lich se pase el resto de su vida vigilándola.
En esos momentos, el señor Lich estaba en la mazmorra, plantado delante de su celda.
—¿El polvo del objeto mágico no puede curar a todos los que mordió? —preguntó Kendra.
—He estado estudiando el objeto mágico —explicó la Esfinge—. Sus poderes curativos parecen afectar únicamente al cuerpo físico. No creo que pueda curar enfermedades de la mente. El polvo borró instantáneamente las señales de su mordedura, pero carece de poderes para eliminar el nexo mental que genera.
—¿Conoces alguna prisión que restrinja su poder? —preguntó el abuelo.
La Esfinge guardó silencio unos segundos y a continuación asintió para sí.
—La respuesta es simple. La Caja Silenciosa de vuestra mazmorra será perfecta para lo que necesitáis.
—¿Y qué hacemos con su actual ocupante? —preguntó la abuela.
—Conozco la historia del actual prisionero de la Caja Silenciosa —dijo la Esfinge—. Tiene gran relevancia política, pero ningún talento que merezca una jaula tan poderosa. Conozco un lugar en el que tendrá también pocas probabilidades de hacer daño.
—¿Quién es? —preguntó Seth.
—Por la seguridad de todos, la identidad del prisionero debe mantenerse en secreto —contestó la Esfinge—. Que te sirva de consuelo para tu curiosidad el hecho de que a la mayoría de vosotros su nombre prácticamente no os dirá gran cosa. Yo estaba presente cuando quedó encerrado en la caja, atado y encapuchado, disfrazado. Los demás que asistieron al evento desconocían de quién se trataba. Trabajé durante mucho tiempo para asegurarme de que fuese capturado, y para que nadie supiese de él. Ahora daré al anónimo cautivo un nuevo confinamiento, de modo que la Caja Silenciosa podrá ser utilizada para tener en cautividad al tipo de villano para el cual se diseñó. Moralmente, como prisionera nuestra, no podemos ejecutar a Vanessa. Pero tampoco podemos recompensar su traición con indulgencia ni darle la menor oportunidad de hacer más daño.
Todos estuvieron de acuerdo en que era un buen plan. Seth había pedido estar presente durante el intercambio de prisioneros. Kendra había secundado la petición. La Esfinge dijo que no veía ningún problema en ello, dado que el actual ocupante de la Caja Silenciosa era irreconocible bajo su máscara y sus ataduras. El abuelo les había dado permiso.
Mientras Kendra seguía al abuelo y a Seth escaleras abajo, reflexionó acerca de que este castigo era en muchos sentidos peor que una ejecución. Por lo que había entendido, quedar encarcelado en la Caja Silenciosa implicaba pasarse siglos en la más absoluta soledad.
La Caja Silenciosa colocaba a su ocupante en un estado de suspensión, pero sin dejar al prisionero inconsciente del todo. No podía ni imaginar pasarse un día entero privada por completo de sus sentidos, y menos aún un año, pero esto otro significaba, en principio, pasarse un montón de vidas en posición recta en el interior de un receptáculo enano. No podía sino tratar de imaginar cuáles podrían ser las consecuencias psicológicas de un aislamiento tan prolongado.
Kendra estaba dolida porque Vanessa la hubiese traicionado, y se alegraba de ver que se iba a hacer justicia, pero el prolongado aislamiento de la Caja Silenciosa le parecía un alto precio incluso para el más vil de los delitos. Con todo, la Esfinge tenía razón: no se podía permitir que Vanessa siguiese ejerciendo control sobre las personas a las que había mordido.
Se reunieron con la abuela en la cocina y bajaron todos juntos a la mazmorra, donde encontraron al señor Lich, que escoltaba a Vanessa desde su celda, agarrándola firmemente por un brazo. La Esfinge hizo un gesto afirmativo con la cabeza, con expresión solemne.
—Una vez más nos disponemos a separar nuestros caminos —dijo—. Espero que nuestro próximo encuentro se produzca en circunstancias más favorables.
Tanu, Coulter, Dale y Warren habían optado todos ellos por no asistir, de modo que la pequeña comitiva inició el recorrido en silencio por el pasillo, camino de su destino. El señor Lich iba en cabeza, con Vanessa, por lo que Kendra no podía verle la cara. La mujer iba vestida con una de las viejas batas de la abuela, pero caminaba con la cabeza alta.
Al poco rato llegaron al alto armario. A Kendra le recordaba a los que usan los magos para hacer desaparecer a sus encantadoras ayudantes. La Esfinge se dio la vuelta y los miró.
—Permitidme resaltar una última vez el valor y la personalidad ejemplares de que disteis pruebas todos vosotros para poner fin a este insidioso intento de robar un objeto mágico potencialmente destructivo. Kendra y Seth, los dos hicisteis gala de un valor sorprendente. Las palabras no bastan para transmitiros mi más sincera admiración y mi gratitud. En cuanto liberemos al prisionero, el señor Lich y yo tendremos que salir rápidamente de aquí. Tened la tranquilidad de que hemos pensado en un hogar seguro tanto para el objeto mágico como para el cautivo de la Caja Silenciosa. Stan, te telefonearé para confirmarte que todo queda atado y bien atado. Cuando salga el prisionero, no hagáis ningún ruido hasta que nos hayamos ido. Mi naturaleza precavida me dicta que será preferible que el prisionero no oiga vuestra voz ni reciba ninguna otra pista acerca de quiénes sois.
La Esfinge se volvió para mirar a Vanessa a la cara.
—¿Quieres decir unas palabras finales, antes de que sepas por qué la llamamos la Caja Silenciosa? Presta atención: más te vale que el sonido que salga de tus labios sean palabras de disculpa. —Su voz denotaba amenaza.
Vanessa los miró a todos, uno por uno.
—Pido perdón por el engaño. Nunca pretendí haceros daño físico. Una amistad falsa es algo terrible. Kendra, aunque puede que no me creas, sigo siendo tu amiga por correspondencia.
—Ya basta —dijo la Esfinge—. No declares fidelidad continuada. Nos compadecemos de tu sino, y todos lamentamos que te hayas causado tú sola este gran mal. Has tratado de apoderarte de conocimientos prohibidos y has cometido actos imperdonables de traición. En su día gozaste de mi confianza, pero ahora el daño es irreparable.
La Esfinge abrió el armario. El interior estaba forrado de fieltro morado. La caja estaba vacía. Seth alargó el cuello y dirigió a Kendra una mirada de incredulidad. ¿Dónde estaba su actual ocupante?
El señor Lich metió a Vanessa en la caja. Su mirada era gélida, pero le temblaba la mandíbula. La Esfinge cerró la puerta y el armario giró ciento ochenta grados. El señor Lich abrió una puerta idéntica a la primera, lo que les permitió ver el mismo espacio del lado opuesto.
Pero a la vista no estaba Vanessa.
En vez de ella, dentro de la caja había una figura envuelta por completo en una tela de arpillera. Un saco de tela basta le tapaba la cabeza y llevaba una cadena prieta alrededor del cuello. Unas gruesas cuerdas le ataban los brazos a los costados. Unos grilletes le agarraban los tobillos.
El señor Lich le puso una mano en el hombro y condujo al misterioso cautivo al exterior de la caja. La Esfinge cerró la puerta. Kendra, Seth y los abuelos siguieron con la mirada al prisionero, que se alejaba arrastrando los pies por el pasillo entre la Esfinge y el señor Lich. La abuela rodeó a Kendra con un brazo y le dio un achuchón para confortarla.
• • •
Esa noche, Kendra se sorprendió al no poder conciliar el sueño. La cabeza le daba vueltas con todos los acontecimientos de los últimos días. Habían pasado por mucho y era como si hiciese una eternidad que había vuelto a Fablehaven.
Quedaban sólo unos días para la Noche del Solsticio de Verano. El abuelo le había dicho a Seth que pondrían su vida en sus manos si le permitían quedarse en la reserva durante una noche tan peligrosa. El hermano de Kendra había asegurado a todo el mundo que había aprendido su lección y que se mantendría alejado de las ventanas, salvo que le dijesen lo contrario. Kendra casi se sorprendió al descubrir que ella, al igual que su abuelo, le había creído.
Un pensamiento en concreto le rondaba la cabeza una y otra vez, allí tumbada, despierta en la oscuridad. Las últimas palabras de Vanessa seguían llamándole la atención y le resultaban cada vez más curiosas: «Sigo siendo tu amiga por correspondencia».
Pensó que tal vez estuviera loca, pero tenía la absoluta certeza de que aquella frase era algo más que una frase hecha. Sonaba como si Vanessa le dirigiera un mensaje secreto.
Decidió que tenía que saber más y se levantó de la cama. Abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó la vela de cera umita que Vanessa le había regalado. Cruzó sin hacer ruido el suelo del desván y bajó por las escaleras al pasillo.
Abrió sigilosamente la puerta de la habitación de los abuelos. Al igual que el resto de los moradores de la casa, dormían profundamente. Allí estaban las llaves de la mazmorra, en un gancho al lado de la cama. El abuelo había prometido que iba a hacer copias y que las escondería en lugares estratégicos por si volvía a producirse otro golpe contra su poder.
Kendra vaciló. Lo que iba a hacer era una cosa preocupantemente propia de Seth. ¿No debería hablarles a sus abuelos de su sospecha y pedirles que la acompañaran? Pero le daba miedo que no quisieran que leyese un mensaje de despedida de Vanessa. Y le preocupaba que tuviesen razón, que el mensaje fuese una crueldad. Además, podía estar equivocada y que no hubiese ningún mensaje, con lo que quedaría como una tonta.
Descolgó silenciosamente las llaves del gancho y salió del dormitorio. Su habilidad para moverse de acá para allá a hurtadillas estaba mejorando. Desde luego, también ayudaba el poder ver en la oscuridad. Kendra bajó de puntillas por la escalera que daba al vestíbulo.
¿De verdad habría algún mensaje? En muchos sentidos, se sentiría aliviada al comprobar que no había nada escrito en la pared de la celda. ¿Qué tenía Vanessa que decir?
¿Sería una demostración de sincero arrepentimiento? ¿Una explicación? Más bien se trataría de algo malintencionado. Kendra se preparó mentalmente para enfrentarse a esa posibilidad.
Fuese cual fuese el mensaje, le correspondía a ella leerlo. No quería que nadie más fisgase en su correo, al menos hasta que ella hubiera echado un vistazo.
Kendra cogió unas cerillas de un armario de la cocina y bajó las escaleras del sótano.
Llegar a la celda de Vanessa sería muy fácil: la habían encerrado en la cuarta empezando por la derecha, no lejos de la entrada de la mazmorra.
Con el señor Lich sin quitarle ojo de encima, ¿podría Vanessa haber escrito un auténtico mensaje? Tal vez sí. Él sólo estaba allí para impedir que entrase en trance y se adueñase de los demás. Quizá por un segundo sí le hubiese quitado los ojos de encima.
Kendra abrió la cerradura de la puerta de hierro de la mazmorra y entró. Los trasgos no se chivarían. Habían recibido seis docenas de huevos, tres gansos vivos y una cabra por haber ayudado a Kendra y a Seth cuando se habían presentado ante ellos en miniatura. Siempre y cuando fuese directa a la celda de Vanessa y se marchase de inmediato, visitar la mazmorra en secreto no podía hacerle daño a nadie. A lo mejor no era una idea tan típica de Seth como le había parecido.
Abrió la celda de Vanessa y entró. Tal como venía sucediéndole desde que las hadas le habían alterado el sentido de la vista, pudo ver en el interior. La celda se parecía a las demás que había visto: paredes y techo de piedra, un catre, un agujero en un rincón para los deshechos. Encendió una cerilla y prendió la mecha de la vela, de pronto segura de que no habría ningún mensaje.
Bajo el resplandor de la vela umita, aparecieron ante su vista unas palabras, apretujadas pero legibles, que cubrían varias zonas del suelo; era un mensaje mucho más largo de lo que Kendra había esperado. Las palabras aparecieron de tal manera que dedujo que debían de haber sido escritas mientras Vanessa estaba, quizás, agachada de espaldas a la puerta; la mayor parte del texto estaba concentrado en áreas difíciles de ver desde el ventanuco.
Con una creciente admiración y alarmada, Kendra leyó el siguiente mensaje:
Querida Kendra:
Tengo que compartir contigo una información de vital importancia. Considéralo una última lección y una puñalada de despedida para mis traidores jefes. Deberías haber aprendido la lección que te transmití la primera vez que nos vimos. ¿En qué consiste una infiltración de manual de la Sociedad? Crea una amenaza y acude al rescate para generar confianza. Errol lo hizo contigo y con Seth. Luego, yo hice lo mismo contigo y con tus abuelos, fingiendo formar parte de la solución en lugar de la causa del problema y ofreciendo legítimamente mi colaboración la mayor parte del tiempo hasta que llegó el momento de ejecutar la traición. Otros llevan mucho tiempo usando ese mismo modelo, con infinita sutileza y paciencia.
A saber: la Esfinge.
Tu primer impulso será dudar de mí y no puedo demostrarte que tengo razón. Mis dones me permiten conocer secretos que han picado mi curiosidad; cuando hurgué un poco más en ellos, descubrí una verdad que debería haber quedado sin desvelar. Ella sospecha que conozco su secreto, motivo por el cual me encerrará en la Caja Silenciosa, aunque preferiría ejecutarme. Sé que trabajo para ella, aunque se supone que no debo conocer la identidad de quien me contrata. Pocos son los que conocen al enigmático cabecilla de la Sociedad del Lucero de la Tarde. Durante meses, creo, la Esfinge ha sospechado que averigüé su auténtica identidad. El tipo de engaño que está perpetrando sólo podrá mantenerse con la máxima discreción y con una atención meticulosa a los detalles. Al parecer, yo me he convertido en un lastre.
La Esfinge podría haber dicho que tiene una prisión para mantenerme cautiva e impedir que utilice mis poderes. Podría haberme llevado con él. Si lo hubiese hecho, se habría ganado mi eterna lealtad. En estos momentos, todavía dudo de sus intenciones, pero Lich, sin entender del todo la dinámica de la situación, sugirió la Caja Silenciosa y por eso garabateé mi venganza en el suelo. Piensa en el golpe que esto representa para la autoridad de la Esfinge. Como traidora reconocida, soy una baza perdida para la Sociedad y, por ello, soy mucho menos útil. De este modo, él consigue hacerse pasar por héroe y por fiel amigo de Fablehaven, al encerrarme en la prisión más segura de la finca; así corre un tupido velo sobre esta verdad con dos caras.
En caso de que sus sospechas sean ciertas y de que yo conozca su auténtica identidad, logra dejarme, permanentemente, fuera de la ecuación.
¿Qué más? ¡Libera a un prisionero que sin duda es un poderoso aliado! ¡Y se marcha con el objeto mágico que ella misma me había ordenado robar!
Todo esto podría ser un montaje. Mantén los ojos abiertos y el tiempo confirmará mi versión de las cosas. La razón por la que la Esfinge sabe tanto, y por la que se adelanta a los peligros con tanta facilidad, es porque juega en los dos bandos. Ella es la que está causando el peligro, y después aporta alivio y consejos; todo hasta que llegue el instante perfecto de poner en práctica su traición. ¿Quién sabe cuántos objetos mágicos ha reunido? ¡Lleva siglos dedicada a esta tarea! Teniendo en cuenta sus actos en Fablehaven y en Brasil, al parecer ha decidido que ha llegado el momento de actuar con agresividad. Tened cuidado: ya asoma el Lucero de la Tarde. Si hubiese confiado en mí, su secreto seguiría a salvo. Pero me despreció y me subestimó, y ahora su secreto ha quedado desvelado. Mi lealtad ya no es para con ella. Sé muchas más cosas que podrían seros de utilidad tanto a ti como a tus abuelos.
Si no soy tu amiga, al menos sí soy quien te ha abierto los ojos.