12
Peligro en la noche
Las ramas y palos muertos saltaban y crepitaban con el sonido de fuegos artificiales mientras Hugo avanzaba con sus pesadas zancadas por el bosque sumido en la oscuridad. La luz de las estrellas no lograba traspasar la envolvente negrura que reinaba bajo los árboles. El golem mantenía un paso constante, sujetando a Coulter con un brazo y a Seth con el otro, como si fuese un zaguero con dos balones.
Salieron del bosque por un momento y cruzaron ruidosamente un puente cubierto que pasaba por encima de un profundo barranco. Seth lo reconoció como el mismo puente que había visto cuando la abuela les había llevado a Kendra y a él a negociar con Nero. No lejos del puente, Hugo volvió a salirse del camino y reanudó la veloz y ruidosa marcha a zancadas por la oscuridad más absoluta. Sólo algún que otro claro del bosque dejaba pasar el tenue brillo de las estrellas, interrumpiendo la oscuridad.
Seth seguía en tensión, preparado mentalmente para la aparición de Olloch. Esperaba que, en cualquier momento, el glotón, descomunal ya, atacase a Hugo, y rasgara la noche con su fiero rugido. Pero Hugo seguía adelante infatigablemente, sorteando con toda facilidad cualquier obstáculo.
Llegó a lo alto de una cuesta empinada y se lanzó pendiente abajo sin la menor vacilación. Seth se sentía como si estuviesen a punto de tropezar a cada paso, pero el golem no dio un solo traspiés. Cuando llegaron a un árbol muerto apoyado en un precipicio, sin ayuda de las manos, Hugo subió por el tronco podrido como si fuese una rampa. Al alejarse del suelo, a Seth le dio un vuelco el estómago y tuvo la certeza de que se despeñarían, pero aunque el árbol crujía bajo su peso, el golem no perdió pie en ningún momento.
Al cabo de un rato llegaron a un gran valle despejado, con una colina redondeada en cada extremo. Después de la oscuridad absoluta del bosque, la luz de las estrellas bastó para mostrarles el terreno circundante. El suelo aparecía cubierto de arbustos altos mezclados con plantas espinosas. A lo lejos, en una punta del valle, entre las dos colinas más elevadas se veía un oscuro grupo de árboles.
Hugo atravesó el valle a brincos, para detenerse bruscamente ante el límite de la arboleda sombría.
—Unos pasos más, Hugo —dijo Coulter.
El golem se inclinó hacia delante, temblando. Retrocedió y los temblores cesaron.
Lentamente, Hugo levantó una pierna. Al intentar dar un paso al frente, empezó a temblar.
—Basta, Hugo —dijo Coulter—. Déjanos en el suelo.
—¿Qué le pasa a Hugo? —preguntó Seth.
—Al igual que la mayoría de las criaturas mágicas no pueden entrar en el jardín de la casa, Hugo no puede entrar en este bosquecillo. Hay una frontera invisible en este lugar. El suelo está embrujado. Por fortuna, nosotros como mortales podemos ir a donde queramos.
Seth levantó las cejas.
—¿Tenemos que enfrentarnos al fantasma sin Hugo? —dijo.
—Imaginé que pasaría esto —respondió Coulter—. Pero me hubiese gustado haberme equivocado.
—¿Estamos seguros de querer entrar en un lugar en el que Hugo no puede?
—No se trata de querer o no querer. Es una cuestión de deber. Yo no quiero entrar ahí, pero debo hacerlo.
Seth clavó la mirada en los negros árboles. La noche parecía haber refrescado de repente. Se cruzó de brazos.
—¿Cómo sabes que hay un fantasma ahí dentro?
—Lo exploré un poco yo solo. Me metí lo suficiente en la arboleda para percibir las señales. Es claramente la morada de un fantasma.
—¿Cómo detenemos a un fantasma?
Coulter sacó un palo corto y retorcido que llevaba en el cinturón.
—Sostén esta vara de acebo en alto. Pase lo que pase, mantenía por encima de la cabeza; cámbiatela de mano si hace falta. Yo me ocuparé de lo demás.
—¿Eso es todo?
—El acebo nos protegerá mientras yo ato al fantasma. No es una tarea fácil, pero lo he hecho ya en una ocasión. Puede que el fantasma trate de asustarte o intimidarte, pero si mantienes la vara en alto, no nos pasará nada a ninguno de los dos. Ahora más que nunca, sea lo que sea lo que veas u oigas, debes mantenerte firme.
—Eso sé hacerlo —dijo Seth con rotundidad—. ¿Y si aparece Olloch?
—Los golems son unos guardianes fabulosos —respondió Coulter—. Hugo, mantén a Olloch, el Glotón, lejos de la arboleda.
—¿Me pongo el medallón?
—¿El que repele a los no muertos? Por supuesto que sí, póntelo.
Seth sacó el medallón de la bolsa de emergencia y se lo colgó del cuello. Coulter encendió una pesada linterna. El haz inicial de luz hizo guiñar a Seth. El brillante foco perforó la oscuridad del bosquecillo, iluminando el espacio existente en los árboles y permitiendo a Coulter y a Seth ver mucho más adentro de la funesta arboleda. En lugar de troncos de forma indefinida y tonos oscuros, la fuerte luz reveló el color y la textura de la corteza de los árboles. Casi no había maleza, tan sólo una hilera tras otra de pilares de color gris sosteniendo un frondoso dosel.
—Saca tu valentía y agárrate a ella con todas tus fuerzas —dijo Coulter.
—Estoy preparado —respondió Seth, sosteniendo la vara de acebo en lo alto.
—Hugo, si caemos, regresa a la casa —dijo Coulter.
—¿Si caemos?
—Mera precaución. No nos pasará nada.
—Así no me estás ayudando nada a reunir valor —se quejó Seth. Empezó a imitar a Coulter—: «Seth, no nos va a pasar nada. No hay nada de lo que tengas que preocuparte. Hugo, cuando la espichemos, haz, por favor, que nos entierren en un bello cementerio junto a un arroyo. Perdona, Seth, quería decir “si” morimos. Sé valiente. Cuando el fantasma acabe contigo, no grites, aunque, eso sí, te va a hacer un montón de pupa».
Coulter le miraba con una sonrisita.
—¿Has acabado?
—Al parecer, los dos estamos acabados.
—Cada cual maneja los nervios de manera diferente. El humor es una de las mejores. Sígueme.
Coulter empezó a andar, saliendo del plano que Hugo no podía franquear, y Seth fue tras él pisándole los talones. Los árboles proyectaban sombras alargadas. El haz de luz de la linterna se estiraba y se acortaba, haciendo oscilar y alargarse las sombras, creando el efecto óptico de que los árboles se movían. Cuando pasaban junto a los primeros árboles, Seth echó un vistazo atrás para mirar a Hugo, que se había quedado esperándoles en la penumbra. La luz de la linterna le había reducido la capacidad de visión nocturna, por lo que a duras penas logró distinguir la silueta del golem en la oscuridad.
—¿Notas la diferencia? —susurró Coulter.
—Tengo miedo, si es a eso a lo que te refieres —respondió Seth en voz baja.
Coulter se detuvo.
—Más que eso. Aun sin que supieras lo que es tener miedo, lo tendrías. Reina en la atmósfera la sensación ineludible de que algo va a pasar.
Seth tenía la carne de gallina en los brazos.
—Me estás poniendo los pelos de punta —dijo.
—Sólo quiero que seas consciente de ello —susurró Coulter—. Puede que la cosa vaya a peor. Mantén bien alta esa vara de acebo.
Seth no estaba seguro de si se debía simplemente al poder de sugestión, pero, al reanudar la marcha, a cada paso que daban el aire se tornaba más y más frío y daba la sensación de que todo estaba más oscuro. Seth observó los árboles con atención, haciendo un gran esfuerzo, y se armó de valor para enfrentarse al fantasma aterrador que fuese a aparecer.
Coulter ralentizó la marcha y se detuvo. A Seth se le erizó el vello de la nuca. El hombre se giró lentamente, con los ojos como platos y estremeciéndose.
—Oh, oh —dijo sin emitir apenas ningún sonido.
El miedo sacudió a Seth como si hubiese recibido un golpe físico, haciendo que le flaquearan las rodillas. Dejó caer la bolsa de emergencia y se derrumbó en el suelo, con la vara de acebo siempre en alto. Se acordó en ese instante de cuando había probado la poción del miedo de Tanu. El terror era una fuerza irracional y apabullante que te quitaba todas tus defensas en un abrir y cerrar de ojos. Hizo un gran esfuerzo por ponerse en pie y por mantener la mano en alto.
Logró ponerse de rodillas. Estaba tratando de levantar una pierna cuando le invadió una segunda oleada de miedo, más poderosa que la primera, mucho más potente que la poción que Tanu le había dado. El medallón que llevaba al cuello se disolvió, se evaporó en el aire gélido.
De un modo impreciso, a lo lejos, Seth percibió que la linterna estaba en el suelo y que Coulter se había puesto a cuatro patas, temblando. El miedo se intensificaba a un ritmo constante, sin cesar.
Seth se desmoronó. Ahora estaba tendido de espaldas. Seguía sujetando la vara por encima de la cabeza, agarrada con el puño muy prieto. Tenía todo el cuerpo paralizado. Intentó llamar a Coulter a voces. Le tembló el labio. No le salía ni un solo sonido. Casi no podía pensar.
Esto superaba el miedo a la muerte. La muerte sería un acto de piedad, si hacía que cesara aquel sentimiento, aquel pánico incontrolable mezclado con la certidumbre espeluznante de que algo siniestro se aproximaba, algo que no tenía ninguna necesidad de apresurarse, algo que no tendría la amabilidad de permitirle morir. El miedo era palpable, asfixiante, irresistible.
Seth siempre se había imaginado que su vida acabaría de un modo mucho más heroico.
• • •
Kendra se despertó de golpe. La habitación estaba a oscuras, en silencio. No solía despertarse en mitad de la noche, pero se notó extrañamente alerta. Se giró para mirar a Seth.
La cama estaba vacía.
Se incorporó de un respingo.
—¿Seth? —susurró, registrando la habitación con la mirada. No había ni rastro de su hermano.
¿Dónde podría estar? ¿Le habría raptado el traidor? ¿Había salido para entregarse en sacrificio a Olloch? ¿Había cogido el oro y se había largado de Fablehaven? A lo mejor sólo había ido al baño. Se inclinó para echar un vistazo debajo de la cama de su hermano, donde guardaba la caja de emergencias. No estaba allí.
Kendra rodó sobre sí misma y salió de la cama. Miró bien debajo de las dos camas. El kit de emergencias no estaba por ninguna parte. Aquello no era buena señal. ¿En qué diantres estaría pensando su hermano?
Encendió la luz, salió corriendo a las escaleras y las bajó a toda prisa. La habitación más próxima era la de Vanessa. Llamó suavemente a la puerta y abrió. Vanessa estaba hecha un ovillo debajo de las sábanas. Kendra trató de no pensar en las insólitas criaturas que ocupaban los contenedores apilados por toda la habitación. Encendió una luz y cruzó el cuarto en dirección a la cama.
Vanessa estaba tumbada de lado, mirando hacia Kendra. Yacía absolutamente inmóvil, salvo por el aleteo salvaje de sus párpados. Kendra sabía del colegio que la fase R. E. M. era señal de estar soñando cosas. Daba repelús verlo: el rostro distendido y los ojos cerrados contrayéndose espasmódicamente.
Kendra puso una mano sobre el hombro de Vanessa y la movió.
—Vanessa, despierta, estoy preocupada por Seth.
Los ojos seguían pestañeando. Vanessa no daba muestras de notar su presencia o de oírla. Un segundo intento de zarandeo tampoco obtuvo reacción alguna. Kendra le levantó un párpado. El ojo estaba vuelto hacia arriba, todo blanco e inyectado en sangre. Kendra dio un brinco hacia atrás. La imagen le puso los pelos de punta.
En la mesilla de noche había medio vaso de agua. Kendra vaciló sólo un instante. Era una emergencia. Echó el agua en la cara de Vanessa.
Boqueando y escupiendo, la mujer se incorporó, la mano agarrándose el pecho, los ojos como platos, con expresión no sólo de susto, sino casi de paranoica. Miró a su alrededor, con los ojos saliéndosele de las órbitas, evidentemente desorientada. Su mirada se posó en Kendra.
—¿Qué estás haciendo? —Su voz sonaba enfadada y perpleja. Le goteaba agua por la barbilla.
—¡Seth no está! —dijo Kendra.
Vanessa tomó aire con intensidad.
—¿No está? —El enfado había desaparecido de su voz, sustituido por la preocupación.
—Me desperté y había desaparecido. Su kit de emergencias tampoco está.
Vanessa sacó las piernas de la cama.
—Oh, no, espero que no haya cometido ninguna locura. Perdona si te he hablado con brusquedad, tenía una pesadilla horrorosa.
—No pasa nada. Perdóname tú por haberte echado agua en la cara.
—Me alegro de que lo hicieras. —Vanessa se puso una bata, se la ató y se dirigió al pasillo con Kendra detrás—. Ve por Coulter, yo iré por Tanu.
Kendra corrió por el pasillo a la puerta de Coulter. Entró después de llamar rápidamente.
La cama estaba vacía. Hecha. No había ni rastro de él.
Volvió al pasillo, por donde venía Vanessa con un soñoliento Tanu detrás.
—¿Dónde está Coulter? —preguntó Vanessa.
—Él también se ha ido.
• • •
Tumbado de espaldas en medio de la oscuridad, Seth trató de acostumbrarse al miedo.
Si pudiera habituarse a él, tal vez podría resistirlo. A lo que más le recordaba este sentimiento era a la sensación que se tiene cuando alguien te pega un susto que te hace dar un brinco: un estallido de terror y pánico, instintivos e irracionales. Sólo que este sentimiento duraba más rato.
En lugar de producirse en forma de sobresalto que poco a poco va transformándose en alivio racional, la sensación de susto no sólo perduraba, sino que iba intensificándose. A Seth le costaba pensar, y mucho más moverse, por lo que se quedó ahí tendido, congelado, abrumado, luchando por dentro, notando que algo se aproximaba inexorablemente. La única experiencia parecida que había tenido la había vivido cuando Tanu le había dado la poción del miedo, aunque, en comparación, ahora aquello le parecía inocuo y diluido. Lo auténtico era esto otro. El miedo que puede matar.
—Seth —dijo una voz crispada, en tono de urgencia—, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
Incapaz de girar la cabeza, Seth movió los ojos. Coulter estaba tendido a su lado, apoyándose en un codo. Le sirvió de ayuda el poder poner la atención en otra cosa aparte del miedo, y el hecho de que Coulter aún pudiese hablar le dio esperanzas. Pero ¿qué clase de pregunta sin sentido era aquella? Coulter sabía cómo había llegado allí. Había sido idea suya.
Seth quiso preguntarle qué quería decir, pero lo único que consiguió emitir fue un gemido.
—Es igual —resopló Coulter. Tendió una mano hacia Seth, y el gesto pareció el de un hombre que se encontrase en un planeta cuya gravedad fuese mucho mayor que en la Tierra—. Cógelo.
Seth no veía qué era lo que le daba Coulter. Trató de mover el brazo, pero no lo consiguió. Intentó sentarse, pero tampoco lo consiguió.
—Mira —dijo Coulter. La linterna estaba en el suelo, junto a sus pies. Le dio una patada suavemente, con lo que modificó el ángulo del haz de luz. A continuación, se dejó caer boca arriba.
Con la luz desplazada y Coulter pegado al suelo, Seth pudo ver ahora qué era lo que se acercaba entre los árboles: un hombre escuálido, vestido con harapos y con una gran espina asomándole por un lado del cuello. Su piel tenía un aspecto vomitivo, leproso, con pústulas abiertas y manchas de color indefinido. Como la linterna estaba en el suelo, la mitad inferior de su cuerpo estaba mejor iluminada que la parte superior. Tenía unos tobillos huesudos. Barro reseco bordeaba los bajos de sus harapientos pantalones. Seth observó detenidamente su rostro en sombra. Tenía una nuez protuberante y lucía la sonrisa antinatural de un hombre tímido que estuviese posando para una fotografía. Los ojos miraban a ninguna parte, pero parecían asombrosamente alertas. La expresión estaba fija. Se encontraba aún a unos doce metros de distancia y avanzaba lenta y torpemente, como si estuviese en trance.
Jadeando y sudando, Coulter volvió a incorporarse sobre un codo.
—Aparición —resopló entre los dientes apretados—. Talismánica… utiliza el miedo… quita el clavo. —Se arrimó a Seth—. Abre… boca.
Seth se concentró en su mandíbula con todas sus fuerzas. No podía dejar de apretar los dientes. Abrir la boca no era una opción válida en esos momentos. «No puedo», trató de decir.
No le salió ningún sonido.
Coulter le puso algo en la mano. Por su tacto, parecía un pañuelo.
—Aviso —tosió Coulter, pronunciando a duras penas la palabra. Intentó decir algo más, pero era como si estuviese ahogándose.
Coulter se arrojó sobre Seth. Le puso ambas manos en la cara. Una le abrió bruscamente la mandíbula hacia abajo. La otra le metió algo entre los dientes. Cuando Coulter le soltó, Seth automáticamente mordió con fuerza lo que fuera que Coulter le había metido; la mandíbula se le cerró de forma involuntaria, aplastando el objeto entre las muelas.
De pronto tuvo la sensación de que la lengua se le inflaba a gran velocidad. Era como si, de repente, se le hubiese transformado en un airbag de seguridad que explotase dentro de su boca. En esto, su inflada lengua pareció darse la vuelta como un calcetín, plegándose sobre sí misma y envolviéndole a él dentro. La dura escena que tenía delante de los ojos se desvaneció al instante. Estaba envuelto en la oscuridad más absoluta. Por primera vez desde que había empezado a sentirlo, aquel miedo abrumador se redujo de forma considerable.
De nuevo podía moverse. Estaba dentro de una oscuridad mullida, totalmente envuelto por algo. Seth se palpó la lengua. Estaba intacta. Normal. Su lengua no se había inflado como un globo, realmente; debió de ser lo que Coulter le había metido a la fuerza en la boca. ¡El capullo! ¡Era la única explicación posible!
De alguna manera, Coulter había encontrado la fuerza necesaria para meterle a Seth en la boca su protección de seguridad. Seth se apretó contra la pared confinadora de aquella agradable prisión. En un primer momento su tacto parecía blando, pero cuando presionó con más fuerza no cedió ni un ápice. De acuerdo con lo que les había dicho Coulter, ahora nada podría cogerle. Podría sobrevivir durante meses.
¡Coulter! ¡El hombre se había sacrificado! Aunque ahora quedaba amortiguado, Seth pudo notar que el miedo seguía creciendo. En algún lugar más allá de la oscuridad mullida que le rodeaba, la criatura se acercaba a Coulter. Hasta él estaría petrificado ya, por mucho que pudiese resistirse al asfixiante miedo. Era como si hubiese empleado sus últimas fuerzas en entregarle el capullo.
Seth observó con atención el objeto que Coulter le había puesto en la mano. No se trataba de un pañuelo, sino de un guante sin los extremos para los dedos, quizás el guante que había vuelto invisible a Coulter. Dentro del capullo no le servía de mucha ayuda, pero si en algún momento salía seguramente le resultaría útil.
Seth agarró el guante con fuerza. Sólo podía haber una razón por la que Coulter se lo había entregado. El hombre no contaba con salir vivo de aquella situación.
Coulter empezó a gritar. Aunque el capullo amortiguaba los sonidos, Seth nunca había oído unas expresiones tan desmedidas de puro terror. El chico se contuvo las ganas de ponerse a romper el capullo. Quería ayudar, pero ¿qué podía hacer? Los gritos de Coulter no duraron mucho.
• • •
El abuelo se sentó en el borde de su cama improvisada, rodeado por Vanessa, Dale, Tanu, la abuela y Kendra. Era la primera vez que Kendra le veía con el pelo tan despeinado.
Pero sus ojos no denotaban el menor rastro de somnolencia.
—El traidor ha quedado desenmascarado —dijo el abuelo, como para sí.
—No puede ser Coulter —respondió la abuela, que no daba crédito a la situación.
—Se han marchado —dijo Tanu—. Él cogió su equipo; Seth, su kit de emergencia. Por las huellas que han dejado, parece que Hugo los llevó.
—¿Puedes ir tras ellos? —preguntó el abuelo.
—Fácilmente —respondió Tanu—. Pero nos llevan una buena delantera, y Hugo no es precisamente lento.
—¿Qué supones que se trae entre manos? —preguntó Vanessa.
El abuelo miró a Kendra con gesto de preocupación.
—Hablaremos de eso más tarde.
—No —dijo Kendra—. Dilo ahora. Tenemos que darnos prisa.
—A Coulter le falta un objeto fundamental para descubrir la reliquia perdida —dijo el abuelo—. ¿Es cierto?
La abuela movió la cabeza con gesto afirmativo.
—Todavía la tenemos.
—Lo único que me entra en la cabeza es que tenga otros motivos para ofrecer a Olloch en bandeja a Seth —dijo el abuelo—. No me parece muy buena idea para sus planes, algo poco propio de él. Es posible que sepa algo que nosotros desconocemos.
—Se nos acaba el tiempo —apremió Dale.
—Sí —afirmó el abuelo, de acuerdo con él—. Dale, Vanessa, Tanu: averiguad adónde se ha llevado a Seth. Traed de vuelta a Seth y a Hugo.
Los tres salieron a toda velocidad de la habitación. Kendra los oyó ir de un lado a otro de la casa ruidosamente mientras recogían su equipo. Ella permaneció inmóvil, aturdida. ¿De verdad estaba pasando todo eso? ¿De verdad su hermano había desaparecido, raptado por un traidor? ¿De verdad Coulter iba a dárselo a Olloch para que lo devorase? ¿O Coulter tenía un plan inimaginable para ellos?
A estas alturas, Seth ya podría estar muerto. La mente se le encogió al pensarlo. No, tenía que estar vivo. Tanu, Vanessa y Dale le rescatarían. Mientras tuviese un resquicio para la esperanza, no debía perder la fe.
—¿Puedo hacer algo yo? —preguntó Kendra.
La abuela le frotó los hombros desde detrás.
—Trata de no preocuparte. Vanessa, Tanu y Dale los encontrarán.
—¿Crees que podrías volver a la cama? —preguntó el abuelo.
—No lo veo muy probable —respondió Kendra—. Nunca me he sentido más despierta. Y nunca he lamentado tanto no estar soñando.
• • •
Un silencio inmisericorde siguió al último de los gritos de Coulter. Seth no estuvo seguro de si sería consecuencia de los gritos, pero era como si el miedo estuviese creciendo otra vez, acumulándosele dentro. Algo zarandeó el capullo que envolvía a Seth. Una vez. Y otra.
El chico se imaginó al demacrado hombre del pelo lacio y la sonrisa antifotogénica meciendo el capullo.
—No puede entrar, no puede entrar, no puede entrar —se repitió Seth en voz baja.
El miedo se estabilizaba. Resultaba desagradable, pero después de la pequeña muestra que había presenciado fuera del capullo, podía soportarlo. ¿Qué iba a hacer ahora? Estaba atrapado. Seguramente el hombre zombi no podría entrar, pero Seth tampoco podía salir. En el instante en que rasgase la pared del capullo, se volvería vulnerable. Así que no había vuelta de hoja. Tendría que esperar a que vinieran a rescatarle.
Un rugido interrumpió sus reflexiones. Se oía a lo lejos, pero era difícil saber en qué medida se debía al capullo. Seth aguardó, aguzando el oído. El siguiente rugido sonó sin duda mucho más cerca. Conocía aquel sonido. Sonaba más profundo y más lleno, mayor. Se trataba de Olloch.
Seth oyó otro fiero rugido. Y otro más. ¿Qué estaba pasando? ¿Una pelea con Hugo?
¿Qué pasaría si Olloch conseguía entrar en el bosquecillo? Si podía llegar a volverse tan poderoso como Bahumat, lo bastante fuerte como para anular el tratado fundacional de Fablehaven, ¿no era posible que el demonio pudiese ser más fuerte que el capullo?
Lo único que Seth podía hacer era esperar en el interior cerrado y mullido de su celda, sin hacer caso cada vez que la zarandeaba el zombi, de la aparición, como de hecho lo había llamado Coulter, fuese lo que fuese. Al parecer, se había equivocado al creer que la arboleda albergaba un fantasma. Coulter había dicho que quitase el clavo, refiriéndose sin duda a esa cosa afilada del lateral del cuello de la aparición. Más fácil de decir que de hacer. Es difícil extraer un clavo cuando un miedo que eres incapaz de controlar te tiene petrificado.
Un rugido ensordecedor le pilló desprevenido. Se estremeció y se tapó las orejas.
Sonaba como si Olloch estuviese justo al lado del capullo. De pronto, Seth salió disparado en todas direcciones. Era como si hubiesen catapultado el capullo hacia una tela de cuerdas elásticas. Dio gracias porque el agradable interior fuese mullido.
Después de haber sido sacudido de acá para allá hasta no estar seguro de dónde estaba el cielo y dónde el suelo, el capullo fue parando hasta detenerse. A continuación, notó que empezaba a desplazarse poco a poco. Luego se detuvo. Y volvió a moverse otra vez. El movimiento era mucho más suave ahora. Era como si el capullo estuviese en la parte trasera de una camioneta que aceleraba, frenaba y tomaba curvas. Y algún que otro bache.
Seth no tardó mucho en deducir qué significaba. Olloch se lo había zampado, con capullo y todo.