11
Traición
Kendra estaba sentada en el confidente al lado de Seth, con el codo apoyado en el reposa-brazos del sillón y la barbilla en la mano. Desde que Hugo había rescatado a Seth, unas horas antes, una nueva e incómoda tensión había invadido la casa. El abuelo había estado rebuscando en sus libros y haciendo llamadas telefónicas. Vanessa y Coulter entraron y salieron varias veces, a menudo en compañía de Hugo. Hubo muchas conversaciones en voz baja detrás de puertas cerradas. Se estaba haciendo tarde, pero la abuela los había informado a todos de que tenían que reunirse para tratar un asunto que no podía aguardar hasta la mañana siguiente. Aquello no era una buena señal.
El principal consuelo de Kendra era el no estar en el pellejo de Seth. Adentrarse en el bosque sin permiso casi le había costado la vida. Pensar en lo que había estado a punto de ocurrir había dejado aterrados a todos, y como consecuencia se había ganado una buena reprimenda. Sin lugar a dudas, en la inminente asamblea tendría oportunidad de escuchar mucho más al respecto.
Sentado en una silla al lado de Seth, Tanu le estaba mostrando unas pociones, explicándole para qué servían y cómo marcaba los frascos para distinguirlos unos de otros.
Tanu, que había regresado no hacía mucho de una excursión de todo el día, había sido el único que se había contenido de reprender a Seth. En lugar de eso, parecía que todo el afán del samoano era distraerle de su congoja.
—Esta es para casos de emergencia —estaba diciendo Tanu—. Es un agrandador, me hace el doble de grande, me convierte en un hombre con el tamaño suficiente como para luchar con un ogro. Los ingredientes de los agrandadores son sumamente difíciles de conseguir. Yo sólo dispongo de una dosis, y una vez que la use no creo que vuelva a tener más. Empequeñecer es más fácil. Cada uno de estos pequeños viales contiene una dosis que me hace ocho veces más pequeño. Al final mido unos veinticinco centímetros. No es muy útil en medio de una refriega, pero no está mal para fisgar por aquí y por allá.
Coulter y Vanessa habían tomado asiento cada uno en un extremo de un antiguo sofá.
Dale se había sentado en un taburete alto que había traído de otra habitación. La abuela entró empujando al abuelo en su silla de ruedas y se sentó en el último sillón.
El abuelo carraspeó. Tanu guardó silencio y metió las pociones de nuevo en su bolsa.
—Para ir al grano: seguramente tenemos entre nosotros a un traidor, así que pensé que deberíamos hablar del asunto largo y tendido.
Nadie respondió. Kendra cruzó brevemente la mirada con Vanessa, luego con Coulter y a continuación con Tanu.
—Ruth y yo estamos bastante seguros de cómo entró Olloch en la propiedad —prosiguió el abuelo—. Alguien le inscribió en el registro en algún momento de los últimos dos días. Probablemente llegó sin ningún impedimento hasta la verja de entrada. Y no vino solo.
—¿Qué es el registro? —preguntó Kendra.
—El registro es un libro que controla el acceso a Fablehaven —dijo su abuela—. Cuando venís a visitarnos, escribimos vuestro nombre en el registro, y ese gesto desactiva para vosotros los hechizos que protegen la verja. Salvo que esté inscrito en el registro, sería efectivamente imposible que alguien pudiese cruzar la valla.
—¿Alguien inscribió a Olloch? —preguntó Dale.
—Entre este momento y hace dos noches, la última vez que comprobamos el registro, alguien inscribió a Christopher Vogel e invitado —dijo la abuela—. Hemos tachado esos nombres, pero el daño ya está hecho. Christopher Vogel, quienquiera que sea, entró en la finca y soltó a Olloch.
—Por tanto, hemos de asumir que ahí fuera tenemos a dos enemigos —aclaró el abuelo, haciendo un gesto en dirección a la ventana—. Y otro aquí mismo.
—¿Es posible que alguien del exterior haya accedido al registro? —preguntó Dale.
—El registro está escondido en nuestro dormitorio —respondió la abuela—. Sólo Stan y yo sabíamos dónde estaba. O eso pensábamos. Ahora lo hemos cambiado de sitio. Pero entrar en la casa sin que nadie se dé cuenta, después de haberla cerrado al caer la noche, es casi tan difícil como cruzar la verja. Y más aún inscribirse en el registro delante de nuestras narices.
—Quien sea el que ha escrito en el registro casi seguro que es la misma persona que soltó a los drumants —dijo el abuelo—. ¿Es posible que alguien de fuera de esta habitación haya accedido en dos ocasiones a nuestro dormitorio? Sí. ¿Es probable? No.
—¿Podemos averiguar quién es por la letra? —preguntó Coulter.
La abuela negó con la cabeza.
—Han utilizado una plantilla. Al parecer, no tenían ninguna prisa.
—Tal vez deberíamos marcharnos todos —propuso Tanu—. Las pruebas son demasiado evidentes como para hacer oídos sordos. Kendra y Seth están fuera de sospecha, al igual que Ruth y Stan. Tal vez los demás deberíamos irnos.
—Lo he pensado —dijo el abuelo—. Pero ahora que hay dos enemigos en la reserva, no es buen momento para echar a nuestros protectores, aun cuando probablemente uno de vosotros sea un traidor. Por lo menos hasta que podamos hacer venir sustitutos. Yo estoy atrapado en esta silla y los niños son jóvenes e inexpertos. La situación es una locura. Cuando pienso en cada uno de vosotros individualmente, me parecéis fuera de toda sospecha. Pero alguien hizo esa anotación en el registro y, dado que todos parecéis inocentes por igual, del mismo modo parecéis culpables por igual.
—Espero que demos con otra explicación —intervino la abuela—. De momento, debemos ser conscientes de la posibilidad de que uno de nosotros sea un maestro del engaño, y que esté al servicio de nuestros adversarios.
—La cosa se pone aún más fea —dijo el abuelo—. Los cables del teléfono están cortados otra vez. Hemos estado tratando de pedir ayuda a través del móvil de Vanessa, pero nuestro principal contacto no ha respondido. Seguiremos llamando, pero nada de todo esto pinta bien.
—El otro problema inmediato es el propio Olloch —afirmó la abuela—. Como se atiborra con cualquier cosa comestible que puede encontrar, seguirá ganando tanto en tamaño como en poderío. Hace unas horas renunció a intentar entrar en el jardín, lo cual significa que se da cuenta de que si crece lo bastante, podría adquirir un poder suficiente para echar por tierra el tratado, acceder a la vivienda y hacerse con su presa.
—Como Bahumat cuando estuvo a punto de hacer caer la reserva el año pasado —dijo Kendra.
—Sí —respondió el abuelo—. Cabe pensar que Olloch podría acumular suficiente poder para arrojar a Fablehaven a un caos sin ley.
Kendra lanzó una mirada a Seth, que guardaba silencio. Rara vez le había visto tan callado y contrito. Era como si quisiera fundirse con el confidente y desaparecer.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Tanu.
—Olloch, el Glotón, no parará hasta haber devorado y digerido a Seth —dijo el abuelo—. Carecemos por completo de poder para aniquilar a Olloch. Contamos con un aliado que sugirió que podría haber un modo de someter al demonio, pero no hemos conseguido ponernos en contacto con él. El glotón ya ha alcanzado un tamaño tal que podrá ingerir prácticamente todo lo que le dé la gana, y su apetito no remitirá. No podemos quedarnos sentados de brazos cruzados. El peligro va en aumento, literalmente, minuto a minuto.
—Debemos asumir que nuestro benefactor viene de camino —dijo la abuela—. Se trata de un objetivo muy codiciado por la Sociedad. Seguiremos intentado hablar con él por teléfono, y asumiremos que se pondrá a nuestra disposición en cuanto le sea posible. Si no, no estamos muy seguros de cómo podríamos dar con él. Cambia de ubicación con demasiada frecuencia.
—¿Cuánto queda para que Olloch se vuelva tan fuerte que pueda dejar el tratado sin efecto? —preguntó Vanessa. El abuelo se encogió de hombros.
—Con el tipo de caza que puede encontrar dentro del recinto de Fablehaven, tanto mágica como no mágica, hemos de plantearnos lo peor. Crecerá mucho más deprisa de lo que crecería en el mundo normal. Ha debido de contar con ayuda para alcanzar su tamaño actual, probablemente gracias al tal Christopher Vogel. ¿Mi pronóstico más optimista? Un día, dos lo más seguro, tal vez tres. No puedo imaginar que tarde mucho más.
—A lo mejor deberíais simplemente dejarle que me comiera —dijo Seth.
—No digas tonterías —repuso la abuela. Seth se puso de pie.
—¿No sería mejor que permitir que Olloch destruya Fablehaven por completo? Por lo que se ve, tarde o temprano me cogerá. ¿Por qué voy a obligarle a que primero os coja uno a uno a todos vosotros?
—Encontraremos otra vía —dijo Coulter—. Aún disponemos de algo de tiempo.
—Si quiere cogerte, tendrá que comerme a mí primero —soltó Dale—. Te guste o no.
Seth se sentó. El abuelo le señaló.
—No es el momento de lanzarnos a soluciones precipitadas. Todavía no hemos hablado con el más entendido de todos nuestros aliados. Seth, te lo repito, no ha sido culpa tuya que Olloch se haya despertado. Te tendieron una trampa y no fue culpa tuya. No deberías haber ido tú solo al bosque, eso constituyó un error de juicio de lo más estúpido, justo el tipo de tontería que esperaba que hubieses dejado de hacer a estas alturas… Pero no por eso te mereces la pena de muerte. Estando los sátiros de por medio, deduzco que estabais comerciando con pilas, ¿es así? No te lo he preguntado: ¿Qué fue lo que te dieron ellos?
Seth bajó la vista.
—Algo de oro.
—¿Puedo verlo?
Seth fue a buscar su caja de emergencias. Extrajo el lingote de oro. El abuelo lo examinó.
—No te convendrá que te pillen en plena naturaleza con esto en el bolsillo —dijo.
—¿Por qué? —preguntó Seth.
El abuelo le devolvió el lingote a Seth.
—Es evidente que ha sido robado del tesoro escondido de Nero. ¿Qué pensabas que significaba esa «N»? Estará consultando su piedra mágica para dar con ella. De hecho, la presencia del oro podría conferirle el poder de ver a través de los muros de nuestra casa. Los sátiros han debido de robárselo hace poco; de lo contrario, Nero lo habría reclamado ya.
Seth se tapó los ojos con una mano y sacudió la cabeza.
—¿Cuándo voy a hacer las cosas bien? —se lamentó—. ¿Debería llevarlo al bosque?
—No —negó su abuelo—. Deberías ir a ponerlo en el porche, y se lo devolveremos a su legítimo dueño en cuanto nos sea razonablemente posible.
Asintiendo con vergüenza, Seth salió de la habitación.
—También tenemos noticias alentadoras. Coulter ha hecho un importante descubrimiento hoy. Es posible que nos hallemos cerca de encontrar la reliquia que hemos estado buscando. La última revelación encaja con la información que tenemos de antes. Llegados a este punto, estoy convencido de que es más sabio compartir esa información abiertamente que ocultarla. Sea quien sea el traidor, los demás debemos seguir actuando. Será mejor que pongamos en común nuestros conocimientos que quedarnos paralizados.
—Y eso que el traidor no compartirá sus secretos con nosotros —afirmó Vanessa en tono amargo.
—Igualmente, Coulter desvelará su descubrimiento —dijo el abuelo.
—Burlox, el gigante de la niebla, me dijo que Warren había estado investigando el área de las cuatro colinas antes de quedarse albino —dijo Coulter.
—Una de las principales áreas que Patton mencionaba como sospechosas —apuntó Vanessa.
—Y la misma que he investigado yo hoy —dijo Tanu—. La arboleda del extremo norte del valle está embrujada, sin lugar a dudas. No me arriesgué a meterme por allí.
Seth volvió a la sala y recuperó su asiento en el confidente.
—Muchas áreas de Fablehaven sufren embrujos terribles y están protegidas por bichos horrendos —dijo el abuelo—. El valle de las cuatro colinas es una de las más afectadas. En estos momentos, las pruebas apuntan a la existencia de un par de misterios relacionados. Es posible que descubramos no sólo que el bosquecillo contiene la reliquia que hemos estado buscando, sino también que está protegido por el ser, sea lo que sea, que transformó a Warren.
—Todo eso, por supuesto, habrá que confirmarlo —dijo la abuela.
—Pero cuidado —advirtió el abuelo—. Al igual que ocurre con muchas de las regiones más aterradoras de Fablehaven, desconocemos qué clase de maleficio tiene embrujada la arboleda.
—¿Cuál es el siguiente paso? —preguntó Vanessa.
—En mi opinión, tenemos que ocuparnos de Olloch antes de intentar penetrar en los secretos que alberga la arboleda —dijo el abuelo—. Para explorarla de manera segura harán falta todos nuestros recursos y toda nuestra atención. Incluso en circunstancias ideales, es una misión peligrosa.
—Entonces, ¿esperamos a que Ruth consiga localizar a nuestro contacto? —preguntó Coulter.
El abuelo estaba tocándose el borde deshilachado de la escayola.
—Ruth seguirá llamando por el móvil de Vanessa. De momento, los demás deberíamos intentar dormir bien esta noche. Puede que sea nuestra última oportunidad de hacerlo durante un tiempo.
• • •
Kendra cerró la puerta del cuarto de baño, echó el pestillo y puso la hoja de papel en la encimera. Había encontrado aquel folio en blanco debajo de la almohada, pero, con Seth en el dormitorio, no se atrevía a encender la vela y a que se descubriese su secreto. A solas en el cuarto de baño, encendió una endeble cerilla y acercó la llama a la mecha hasta que prendió. Apagó la cerilla sacudiendo la mano y se quedó mirando las brillantes palabras que empezaron a aparecer sobre la hoja antes vacía:
Kendra:
Perdona que no hayamos podido hablar mucho hoy. ¿Te puedes creer el lío que se ha armado? ¡Tenemos que mantener a tu hermano a raya!
Hazme saber si te ha llegado bien este mensaje.
Tu amiga,
VANESSA
La chica sopló la vela para apagarla y las luminosas palabras se borraron. Tras doblar el papel, subió las escaleras del cuarto del desván, mientras reflexionaba sobre cómo debería responder al mensaje secreto. Seth estaba colocando soldaditos de juguete en el suelo. Uno al frente, dos detrás de este, luego una fila de tres y otra de cuatro.
Kendra cruzó el cuarto y se metió en la cama. Seth se apartó unos pasos y lanzó una pelota de gomaespuma hacia los soldados, como si estuviera jugando a los bolos. Derribó siete.
—Apaga la luz y acuéstate —dijo Kendra.
—Creo que no puedo dormir —protestó Seth, recogiendo la pelota.
—Yo estoy segura de que no voy a poder si estás tirando la pelota por toda la habitación —dijo Kendra.
—¿Por qué no te vas a dormir a otro cuarto?
—Aquí es donde nos pusieron.
—En casa cada uno tenemos nuestro cuarto. Aquí, con tantas habitaciones, dormimos en la misma. —Hizo rodar otra vez la pelota de espuma, derribando dos soldados más.
—Este no es el tipo de lugar en el que yo querría dormir sola —reconoció Kendra.
—No me puedo creer que se quedasen con mi oro —dijo Seth, levantando de nuevo los soldados y ahora colocándolos más cerca unos de otros—. Apuesto a que valía miles de dólares. No es culpa mía que Newel y Doren se lo robasen a Nero.
—No puedes hacer simplemente lo que te dé la gana y salirte siempre con la tuya.
—¡He sido bueno! He tratado con todo mi empeño de tener cuidado, de guardar secretos y de seguir las normas.
—Te fuiste al bosque sin permiso —le recordó Kendra.
—Sólo me alejé un poquito. Habría salido bien si alguien no hubiese dejado entrar a ese demonio en la reserva. Nadie se lo esperaba. Si Olloch no hubiese dado conmigo hoy, tal vez nos habría cogido a todos mañana, cuando estuviésemos con Vanessa, mucho más alejados de la casa. Puede que gracias a mí hayamos salvado la vida. —Lanzó la pelota una vez más. No dio al soldado de delante, pero, aun así, derribó ocho.
—Así es como esquivas asumir tu responsabilidad —dijo Kendra, recostándose en la almohada—. Me alegro de que te hayan castigado. Si fuera por mí, te encerraría en la mazmorra.
—Si fuera por mí, te haría la cirugía plástica en la cara —dijo él.
—Realmente maduro.
—¿Crees que se les ocurrirá un modo de detener al demonio? —preguntó Seth.
—Estoy seguro de que idearán algo. La Esfinge parece muy inteligente. Algún plan tendrá.
—Me contó que le venciste al futbolín —dijo Seth.
—No era muy bueno. Ni siquiera volteaba a sus vaqueros.
Meneando la cabeza, Seth lanzó otra vez la bola y obtuvo un semipleno.
—No creo que Nero pudiera seguirme fuera de la reserva. A lo mejor debería coger el oro sin más y marcharme. Así todos estaremos fuera de peligro.
—Deja de compadecerte de ti mismo.
—Te lo digo en serio.
—Para nada —repuso Kendra, exasperada—. Si te largas, Olloch te perseguirá y te devorará.
—Mejor que tener a todo el mundo odiándome.
—Nadie te odia. Sólo quieren que seas prudente, para que no te pase nada. La única razón por la que se enojan es porque se preocupan por ti.
Seth colocó los soldaditos en una formación todavía más apretada.
—¿Crees que podré derribarlos a todos de un solo tiro?
Kendra se sentó.
—Pues claro, si los has puesto como fichas de dominó… Seth se colocó en posición, lanzó la pelota y no dio a ninguno de los soldados.
—Parece que te equivocabas.
—Has fallado aposta.
—Apuesto a que tú no podrías derribarlos a todos a la vez.
—Podría hacerlo perfectamente —dijo Kendra.
—Demuéstralo.
Ella salió de la cama, cogió la pelota y se acercó para ponerse al lado de su hermano. Apuntando con cuidado, lanzó con fuerza directamente al centro y cayeron todos los soldados.
—¿Lo ves?
—Casi es como si te hubiese dejado ganar.
—¿Qué se supone que quieres decir con eso?
—Nada —dijo él—. ¿Quién crees tú que es el traidor?
—No lo sé. No me parece que sea ninguno de ellos.
—Yo diría que es Tanu. Es demasiado simpático.
—¿Y eso lo convierte en malvado? —preguntó Kendra, volviendo a meterse en la cama.
—El culpable estaría tratando por todos los medios de comportarse muy bien.
—Pero sabría que todos esperarían algo así, y entonces intentaría engañarnos comportándose en plan refunfuñón.
—¿Crees que podría ser Coulter? —Seth apagó la luz y se metió en la cama de un salto.
—Conoce al abuelo desde hace demasiado tiempo. Y Vanessa podría habernos entregado a Errol en lugar de rescatarnos. Todos me parecen inocentes. No me extrañaría que al final hubiese otra explicación.
—Eso espero —dijo Seth—. Todos me parecen supermajos. Pero ten los ojos bien abiertos.
—Lo mismo digo. Y, por favor, mantente lejos del bosque. Eres el único hermano que tengo y no quiero que te… lastimes.
—Gracias, Kendra.
—Buenas noches, Seth.
• • •
Seth se despertó en plena noche con una mano tapándole la boca. Agarró los dedos, pero no logró quitárselos de los labios.
—No te asustes —susurró una voz—. Soy Coulter. Tenemos que hablar.
El chico giró la cabeza. Coulter apartó la mano de la boca de Seth y se llevó un dedo a los labios, para finalmente enroscarlo a modo de llamada. ¿Qué se traía entre manos? Qué hora tan rara para mantener una conversación.
Volviendo la cabeza hacia el otro lado, Seth vio a Kendra dormida bajo la manta, con la respiración tranquila. Sigilosamente, salió de la cama y siguió a Coulter hasta la puerta y escaleras abajo, en dirección al pasillo. Coulter se sentó en los dos últimos escalones. Seth también, a su lado.
—¿Qué pasa? —preguntó Seth.
—¿A que te encantaría arreglar todo este embrollo? —le preguntó Coulter.
—Claro que sí.
—Necesito tu ayuda —dijo Coulter.
—¿En plena noche?
—Tal vez sea ahora o nunca.
—Sin ánimo de ofender —dijo Seth—, esto me parece un tanto sospechoso.
—Necesito que confíes en mí, Seth. Estoy a punto de intentar algo que no puedo hacer yo solo. Creo que eres la única persona con el valor necesario para ayudarme en estos momentos. No tienes ni idea de lo que está pasando realmente.
—¿Y tú vas a contármelo?
Coulter miró a su alrededor, como si estuviese nervioso porque hubiese alguien al acecho.
—Tengo que contártelo. Necesito a alguien como tú de mi parte en todo esto. Seth, el objeto mágico que estamos buscando es muy importante. Si cae en las manos equivocadas, podría ser extremadamente peligroso. Incluso podría provocar el fin del mundo.
Eso parecía encajar con lo que Seth había escuchado de boca de sus abuelos.
—Continúa —dijo.
Coulter suspiró y se frotó los muslos, como dudando de si seguir o no.
—Estoy corriendo un gran riesgo, porque creo que puedo confiar en ti. Seth, soy un agente especial al servicio de la Esfinge. Me dio la orden concreta de que yo debía recuperar el objeto mágico a toda costa, especialmente si en algún momento se veía comprometida la integridad de Fablehaven. Ahora que estamos casi seguros de dónde se encuentra escondido el objeto mágico, voy a ir a preparar el modo de apoderarnos de él, esta noche, y quiero que vengas conmigo.
—¿Ahora mismo?
—De inmediato.
Seth se quitó una pestaña que estaba empezando a clavársele en el ojo.
—¿Por qué no pedimos ayuda a los demás?
—Ya oíste a tu abuelo. Él quiere que esperemos y que primero nos ocupemos de Olloch. Eso plantea un problema, porque en dentro de uno o dos días Olloch podría volverse demasiado poderoso, Fablehaven podría caer, y el objeto mágico peligraría gravemente.
—¿Cómo podría acompañarte? —preguntó Seth visiblemente inquieto—. En cuanto salga del jardín, el demonio vendrá por nosotros.
—Es arriesgado —admitió Coulter—. Pero Fablehaven es un sitio inmenso y el demonio andará buscando por ahí. Hugo nos espera fuera. Él nos llevará a la arboleda y mantendrá a Olloch alejado de nosotros si el glotón aparece.
—La abuela advirtió de que el demonio podría comerse a Hugo —dijo Seth.
—Al final, sí. Hasta que Olloch se vuelva más poderoso; tardará mucho tiempo en superar a Hugo. Yo no me arriesgaría a esperar hasta mañana. Pero Hugo se las apañó bien con el demonio no hace muchas horas. Además, es más rápido que Olloch. Si hiciera falta, simplemente haremos que Hugo escape junto con nosotros de vuelta al jardín.
—¿Por qué yo? —preguntó Seth—. No lo entiendo. Una parte de mí piensa que debería ir a contárselo todo al abuelo ahora mismo.
—No puedo culparte por sentir ese impulso. Sé que esto es algo fuera de lo normal. Deja que termine de explicártelo. Sabes que si vas a contárselo a tu abuelo, nunca te permitirá acompañarme. Y él personalmente no se encuentra en condiciones de ayudarme. Acudí a ti porque me he pasado toda la noche tratando de convencer a los demás para salir por el objeto mágico, mejor ahora que más tarde, pero a todos les daba demasiado miedo pasar a la acción. Sin embargo, la orden privada de parte de la Esfinge sigue teniendo validez: con la amenaza de Olloch cerniéndose sobre nosotros, he de poner a buen recaudo el objeto, ya.
—¿Por qué yo? —insistió Seth.
—¿En quién, si no, puedo confiar, aparte de en tu abuelo? A tu abuela se le dan bien muchas cosas, pero no encaja en una misión de esta clase. Kendra tampoco. Yo no lo puedo hacer solo. Creo que sé qué es lo que tiene hechizada la arboleda, un fantasma, y necesito a alguien valeroso a mi lado si quiero derrotarlo. Eres mi única esperanza. Eres joven, pero sinceramente, Seth, en lo tocante a valentía, según mi forma de verlo, eres mejor que todos los demás.
—¿Y si tú eres el traidor? —preguntó Seth.
—Si yo fuese el traidor, ya habría contado con una persona para ayudarme a eludir al fantasma. Christopher Vogel y yo estaríamos ahí fuera, ocupándonos del asunto. Tú y yo no estaríamos manteniendo esta conversación. Además, en realidad, no podemos conseguir esta noche el objeto mágico. Necesitamos una llave que tiene tu abuelo, para poder acceder a él. Pero si podemos librarnos del fantasma y confirmar la ubicación del objeto mágico, estoy seguro de que podré convencer a los demás para que vengan con nosotros mañana a recuperarlo.
La mención de la llave por parte de Coulter encajaba también con lo que Seth les había oído decir a sus abuelos. Sin la llave, Coulter no podría acceder a la cámara. Si no podía acceder a la cámara, su objetivo no podía ser robar el objeto mágico. Y si Coulter hacía daño a Seth, daría al traste con su montaje y jamás conseguiría que el abuelo le entregase la llave. Aun así, incluso si Coulter había dicho la verdad, la aventura iba a ser peligrosa, de eso no cabía duda.
Seth sabía que su vida iba a depender de que su aliado en aquella aventura fuese realmente capaz de doblegar al fantasma de la arboleda. A Warren le había superado. Deseó que alguien pudiera aconsejarle en esos momentos; pero Coulter tenía razón: si Seth se lo decía a alguien, ya fuese el abuelo, Kendra o Tanu, tratarían de impedirles llevar a cabo el plan.
—No sé qué hacer —dijo Seth.
—Una vez tengamos el objeto mágico, todos podremos escapar de aquí y cerrar Fablehaven a cal y canto, atrapando a Olloch dentro, hasta que a tus abuelos y a su nada secreto amigo se les ocurra qué hacer con él. Todos salimos ganando y evitamos que el objeto caiga en malas manos. Le he dado muchas vueltas al asunto, y esta es nuestra última oportunidad de hacer las cosas bien. Si nos quedamos parados, todo acabará mal. Mañana por la noche Olloch será demasiado fuerte. Solamente puedo hacerlo con tu ayuda, Seth. Warren fracasó porque lo intentó a solas. Si me dices que no, ya podemos irnos los dos a dormir.
—Al parecer cualquier decisión que tomo últimamente es equivocada —dijo Seth—. Todo el mundo me toma el pelo. O cometo estupideces sin ayuda de nadie.
—No todo el mundo quiere engañarte —insistió Coulter—. Y la valentía no siempre es un inconveniente. Muchas veces es justamente lo contrario. Da la casualidad de que yo sé que tu abuelo siente una gran admiración por tu espíritu aventurero. Esta podría ser tu oportunidad de redimirte.
—O de demostrar que soy la persona más crédula sobre la faz de la Tierra. —Seth suspiró—. Con suerte, esto pondrá fin a mi racha. ¿Tengo que llevar algo conmigo?
Coulter sonrió de oreja a oreja.
—Sabía que podría contar contigo. —Dio unas palmadas a Seth en el hombro—. Tengo todo lo que necesitamos. —¿Puedo ir por mi kit de emergencia?
—Buena idea. Pero no hagas ruido. No debemos despertar a los demás.
El chico subió las escaleras sigilosamente y entró en el dormitorio del desván. Kendra había cambiado de posición, pero seguía profundamente dormida. Seth se agachó y sacó la bolsa de emergencia de debajo de la cama.
Se sentía extrañamente nervioso. ¿Estaba cometiendo un error? ¿O sólo estaba ansioso ante la perspectiva de enfrentarse a un terrible fantasma en una arboleda embrujada, junto a un hombre bajito y mayor en plena noche? Coulter parecía ser el más precavido de los aventureros. Había sabido exactamente lo que había que hacer cuando se encontraron con el gigante de la niebla, y parecía estar seguro de que entre los dos podrían manejar al fantasma.
Seth miró fijamente su caja de emergencias. Si se limitaba a seguir las indicaciones, no le pasaría nada, ¿verdad que no?
Era cierto que Coulter parecía un poco desesperado por cumplir con la misión que le había encomendado la Esfinge. Si iban a enfrentarse a una situación más peligrosa de lo que en circunstancias normales hubiese preferido, probablemente se debía a todo lo que había en juego. Pero tenía razón. Realmente había mucho en juego. Una vez más, Fablehaven iba camino de la destrucción. Y Seth era consciente de que principalmente era culpa suya. La vez anterior se había solucionado gracias a Kendra. Ahora le tocaba a él.
Seth bajó con sigilo las escaleras.
—¿Listo? —preguntó Coulter.
—Supongo que sí.
—Iremos a que bebas un poco de leche.