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El nuevo

Kendra entró en el aula de su clase junto con el tropel de compañeros de octavo y se dirigió a su pupitre. El timbre iba a sonar en cuestión de segundos para señalar el inicio de la última semana del curso. Una semana más y atrás quedaría la etapa de los dos primeros cursos de estudios medios. A continuación iba a comenzar de cero como alumna de noveno en el instituto, donde se mezclaría con chavales procedentes de otros dos centros de secundaria. Un año antes le había parecido una perspectiva más emocionante de lo que se le presentaba ahora. Kendra llevaba desde cuarto, aproximadamente, atrapada en el papel de la clásica empollona, y empezar de cero en el instituto podría haber significado la oportunidad de librarse de esa imagen de niña callada y estudiosa. Sin embargo, este había sido un año de epifanía. Resultaba asombroso lo rápido que una pizca de confianza y una actitud más extrovertida podían elevar tu estatus social. Kendra ya no se sentía tan desesperada por empezar de cero. Alyssa Cárter se sentó en el pupitre de al lado.

—He oído que hoy nos reparten los anuarios —dijo. Alyssa llevaba el pelo rubio corto y era de complexión fina. Kendra la había conocido cuando se incorporó al equipo de fútbol, allá por septiembre.

—Genial; en mi foto salía con cara de alelada —gruñó Kendra.

—Estabas preciosa. ¿No te acuerdas de la mía? Mi aparato dental parece del tamaño de unos raíles de tren.

—¡Qué va! Casi no se apreciaba.

El timbre sonó. La mayoría de los alumnos estaban sentados en su sitio. La señora Price entró en el aula acompañada por el alumno más desfigurado que Kendra hubiera visto en su vida. Su cabeza era calva y rugosa, y su cara parecía un verdugón agrietado. Los ojos eran dos ranuras fruncidas y su nariz una malformación de fosa nasal, mientras que la boca sin labios lucía una mueca de mal humor. Al rascarse un brazo, Kendra vio que sus dedos retorcidos estaban cubiertos de gordas verrugas.

Por lo demás, aquel horrendo muchacho iba bien vestido, con una camisa almidonada roja y negra, vaqueros y unas estilosas zapatillas de deporte. Mientras la señora Price le presentaba, se mantuvo inmóvil delante de toda la clase.

—Quisiera presentaros a Casey Hancock. Su familia acaba de mudarse de California. No debe de ser fácil empezar en un colegio nuevo a estas alturas de curso, así que, por favor, dadle una calurosa bienvenida.

—Podéis llamarme Case, sin más —dijo el chico con voz áspera. Hablaba como si estuviera ahogándose.

—Menudo bombón —murmuró Alyssa.

—Ni que lo digas —respondió Kendra también en un susurro.

El pobre chaval casi no parecía humano. La señora Price lo condujo hasta un pupitre próximo a los de la primera fila. Un pus que parecía crema le supuraba de las múltiples llagas que le cubrían la parte trasera de la cabeza llena de costras.

—Creo que me he enamorado —dijo Alyssa.

—No seas mala —murmuró Kendra.

—¿Qué dices? Hablo en serio. ¿A ti no te parece que está cañón?

Alyssa actuaba de una manera tan sincera que Kendra tuvo que reprimir una sonrisa.

—Eso es una crueldad.

—¿Estás ciega? ¡Está buenísimo! —Alyssa parecía genuinamente ofendida porque Kendra no estuviera de acuerdo.

—Si tú lo dices —la aplacó Kendra—. Simplemente no es mi tipo.

Alyssa sacudió la cabeza como si a Kendra le faltara un tornillo.

—Debes de ser la chica más exigente del planeta.

Por el altavoz resonó la monótona retahíla de avisos matutinos. Case charlaba con Jonathon White. Jonathon sonreía y se reía. Era extraño: Jonathon era un memo, no el tipo de chico que haría migas con un esperpento de feria. Kendra se fijó en que Jenna Chamberlain y Karen Sommers se cruzaban miradas y cuchicheos como si también ellas encontrasen atractivo a Case. Al. igual que Alyssa, no parecía que fueran en broma. Kendra recorrió toda el aula con la mirada y no encontró ni a un solo alumno a quien el aspecto de Case pareciera causar repulsión.

¿Qué estaba pasando? Nadie que tuviera esta pinta tan extraña podría entrar en una clase sin hacer que más de uno levantara las cejas.

Y, de pronto, vio lo que estaba pasando en realidad.

Casey Hancock parecía inhumanamente deforme y horrendo porque no era humano. Debía de ser una especie de trasgo con aspecto de muchacho normal a ojos de todos los demás. Sólo Kendra era capaz de ver su auténtica imagen, un don que era la secuela de haber sido besada por centenares de hadas gigantes.

Desde que se marchó de Fablehaven hacía casi un año, sólo en dos ocasiones había visto criaturas mágicas. Una vez había reparado en un hombre barbudo de apenas treinta centímetros de estatura que sacaba un trozo de manguera de un montón de desperdicios, detrás del local del cine. Cuando quiso acercarse para verlo mejor, el hombrecillo se metió por una alcantarilla. En otra ocasión vio lo que parecía un búho dorado con rostro humano. Cruzó la mirada con la criatura durante un segundo y el bicho batió rápidamente sus doradas alas para alzar el vuelo.

Esta clase de infrecuentes visiones solían estar vedadas a los ojos de los mortales. Su abuelo Sorenson le había mostrado los efectos de la leche mágica, que permitía a la gente ver a través de las ilusiones tras las que generalmente se ocultaban las criaturas místicas. Cuando los besos de las hadas habían convertido esa capacidad en algo permanente, el abuelo le había advertido de que a veces era más seguro para uno no ver determinadas cosas.

Y aquí estaba ahora, sin poder apartar los ojos de un monstruo grotesco que fingía ser el nuevo de la clase. La señora Price pasó por el pasillo de los pupitres repartiendo los anuarios. Kendra, absorta, se puso a garabatear en la cubierta de su ejemplar. ¿Por qué estaba aquí esa criatura? Seguro que tenía algo que ver con ella. A no ser que los repulsivos trasgos se infiltrasen de forma rutinaria en el sistema educativo estatal. ¿Había venido a espiar? ¿A causar problemas? Casi con toda certeza tramaba alguna fechoría.

Kendra levantó la mirada y se dio cuenta de que estaba mirándola fijamente desde delante, con la cabeza vuelta hacia ella. Debería estar contenta de saber que el nuevo compañero de aula ocultaba su verdadera identidad, ¿no? Saber aquello le puso nerviosa, pero le serviría para prepararse para contrarrestar cualquier amenaza que pudiera plantearle.

Gracias a ese don secreto, podría vigilarle de cerca. Si lo hacía bien, Case no se daría cuenta de que podía ver su auténtica imagen.

• • •

El Centro de Enseñanza Media Roosevelt, con su forma de caja gigante, estaba construido de manera que en invierno los estudiantes no tuvieran que salir al exterior en ningún momento. Los pasillos interiores lo comunicaban todo entre sí y la sala en la que se organizaban las asambleas se utilizaba también como cafetería cubierta. Pero ahora que lucía el sol de junio, Kendra se encontró en una mesa redonda del exterior, con sus bancos curvilíneos ensamblados al pie, en compañía de tres amigas con las que se había sentado a tomar el almuerzo.

Kendra escribía una dedicatoria en el anuario de Brittany, mientras masticaba un bocado del sándwich relleno. Trina estaba escribiendo una dedicatoria en el de Kendra; Alyssa, en el de Trina; y Brittany en el de Alyssa. Para Kendra era importante escribir un mensaje largo y lleno de significado. Al fin y al cabo, esas tres chicas eran sus mejores amigas. Escribir «Que pases un buen verano» podría servir para los conocidos, pero las amigas de verdad requerían algo más original. La clave residía en mencionar chistes concretos que habían compartido, o cosas divertidas que habían hecho juntas durante el curso. En ese momento, Kendra estaba escribiendo sobre aquella vez en que Brittany no podía parar de reír mientras intentaba hacer una exposición oral en la clase de Historia.

De golpe y porrazo, y sin que nadie le invitara, Casey Hancock se sentó a su mesa con una bandeja de almuerzo en las manos, con un buen pedazo de lasaña de la cafetería, unas zanahorias cortadas y leche con cacao. Trina y Alyssa se apretujaron para dejarle sitio. Que un chico, a solas, se sentase en una mesa ocupada por cuatro chicas era casi una osadía sin precedentes. Trina parecía ligeramente molesta. Alyssa le lanzó una mirada a Kendra en la que parecía decirle que acababa de tocarle la lotería. ¡Ojalá Alyssa pudiera ver el verdadero aspecto de su nuevo amor platónico!

—Creo que no nos conocemos —anunció Case con voz bronca y forzada—. Soy Case. Acabo de trasladarme aquí. —Sólo de oírle hablar, a Kendra le escoció la garganta.

Alyssa se presentó a sí misma y a las demás. Case había estado en dos clases con Kendra desde su presentación en el aula del grupo. Había sido bien recibido cada vez que había tenido que ponerse delante de los alumnos para ser presentado, especialmente por parte de las chicas.

Case se llevó un trozo de lasaña pinchado en el tenedor a su boca desdentada, lo que ofreció a Kendra un atisbo de su lengua negra y estrecha. Verle masticar le revolvió las tripas.

—¿Y a qué os dedicáis por aquí para pasarlo bien? —preguntó Case mientras masticaba zanahoria.

—Pues empezamos por sentarnos con las personas que conocemos —replicó Trina. Kendra se tapó la sonrisa con la mano. Nunca le había estado tan agradecida a Trina por ponerse borde con alguien.

—¿Esta es la mesa de la gente guay? —repuso Case haciéndose el sorprendido—. Había planeado empezar por abajo e ir escalando puestos poco a poco.

Aquella respuesta dejó a Trina sin palabras. Case le guiñó uno ojo a Alyssa para dar a entender que no iba de malas. Para ser un trasgo cubierto de costras, era de lo más hábil.

—Tú estabas en varias de mis clases —le dijo Case a Kendra, y engulló otro bocado de lasaña—. En Lengua y en Mates. —No resultaba fácil aguantar la mirada a ese par de ojos bizcos y mantener una expresión agradable en el rostro.

—Es cierto —logró responder Kendra.

—No tengo que examinarme de los finales —dijo él—. Ya terminé el curso en mi antiguo colegio. Sólo he venido para pasar el rato y conocer gente.

—Eso mismo me pasa a mí —intervino Brittany—. Pero Kendra y Alyssa siempre sacan sobresalientes.

—¿Sabéis qué? —soltó Case—, detesto ir solo al cine, pero aún no he hecho amigos. ¿Vosotras querríais salir a ver una peli esta noche?

—Claro —respondió Brittany.

Kendra estaba pasmada ante la extravagante bravuconada de plantear salir con cuatro chicas a la vez el primer día que pisaba uno un colegio nuevo. ¡Ese trasgo era el trasgo más hábil de todos los tiempos! ¿Qué era lo que se proponía?

—Yo iré —replicó Alyssa.

—Vale —accedió Trina—. Y si te portas muy bien, a lo mejor hasta te dejo firmarme el anuario.

—No concedo autógrafos —respondió Case con brusquedad—. Kendra, ¿tú vienes?

La chica titubeó. ¿Cómo podría aguantar durante una película entera sentada al lado de un bicho tan asqueroso? Pero ¿cómo podría abandonar a sus amigas? Ella era la única que sabía en lo que se estaban metiendo.

—Igual sí —admitió.

El costroso diablejo se comió el último bocado de lasaña.

—¿Qué tal si nos encontramos a las siete en la entrada del cine? El de Kendall, al lado del minicentro comercial. Sólo confiemos en que, con suerte, pongan algo bueno esta noche. —Las demás se mostraron conformes mientras el chico se levantaba y se alejaba.

Kendra observó a sus amigas, que conversaban animadamente acerca de Case. Se había metido a Alyssa en el bote a primera vista. Brittany era presa fácil. Y Trina era de la clase de chicas a las que les gusta ser maliciosas, pero que luego se sienten atraídas si el chico les planta cara. Kendra supuso que ella también se habría quedado impresionada si no supiera que era un monstruo repulsivo.

De ningún modo podía contarles a sus amigas la verdad acerca de Case. Cualquier acusación les parecería un disparate. Pero casi con toda certeza aquel espantajo andaba tramando algo turbio.

Sólo había una persona en toda la ciudad a la que Kendra podía hablarle de su situación.

Y no era precisamente la persona más responsable de su entorno.

• • •

Seth ocupó su lugar en la alineación y se colocó contra Randy Sawyer. Randy era veloz, pero bajo. Seth había empezado el año escolar con una estatura algo menor que la mayoría de los chicos de su curso, pero ahora que acababa el año era ya más alto que la media. La mejor estrategia contra Randy consistiría en avanzar mucho y sacar el máximo partido de su ventaja en cuanto a la estatura.

Spencer McCain se lanzó el balón hacia sí mismo y retrocedió. Salieron cuatro chicos, mientras otros cuatro cubrían la posición. Un defensa se quedó en la línea por si las moscas.

Seth dribló como si fuese a echar a correr a través del campo, pero entonces salió disparado en dirección a la zona de marca. Spencer lanzó la pelota, dibujando una elevada espiral. El pase quedó algo corto, pero, retrocediendo para coger la pelota, Seth saltó más alto que Randy y se la llevó. Al instante, Randy asió a Seth con las dos manos, y lo derribó justo al lado de la sudadera de Chad Dupree, que señalaba el límite de la zona de marca del campo.

—Tercero y gol —declaró Spencer, mientras se acercaba a paso ligero.

—¡Seth! —exclamó una voz.

El chico se dio la vuelta. Era Kendra. Su hermana no solía dirigirle la palabra en el colegio. El Centro de Enseñanza Media Roosevelt comprendía de sexto a octavo, por lo que Seth se encontraba en la franja inferior de la jerarquía, tras haber terminado en el centro de primaria el año anterior.

—Un segundo —le respondió.

Los chicos estaban alineándose. Seth se colocó en posición. Spencer se pasó la pelota a sí mismo y a continuación le lanzó un pase corto que fue interceptado por Derek Totter. Seth ni siquiera se molestó en perseguir a Derek. Era el chico más rápido de su curso. Derek avanzó a toda pastilla hasta la zona de marca del campo contrario.

Seth fue hacia Kendra, trotando por el campo.

—¿Qué, trayéndonos buena suerte, como de costumbre? —dijo.

—Ese pase fue una birria.

—Spencer sólo hace de quarterback porque es el que lanza las mejores espirales. ¿Qué pasa?

—Necesito que veas una cosa —respondió Kendra.

Seth se cruzó de brazos. Todo esto era muy poco habitual. No sólo hablaba con él estando en el colegio, sino que ¿además quería que la acompañara a algún sitio?

—¡Sacamos! —chilló Randy.

—Estoy en pleno partido —dijo Seth a su hermana.

—Es un asunto tipo Fablehaven.

Seth se volvió hacia sus amigos.

—¡Disculpad! Tengo que irme un momento. —Él y Kendra se alejaron juntos—. ¿De qué se trata?

—¿Te acuerdas de que aún puedo ver criaturas mágicas? —Sí.

—Hoy ha entrado un chico nuevo en algunas de mis asignaturas —le explicó—. Está haciéndose pasar por humano, pero, en realidad, es un monstruo asqueroso.

—¡Ostras!

—Mis amigas le consideran un bombón. Yo no puedo ver su aspecto. Quiero que tú me lo describas.

—¿Dónde está? —preguntó Seth.

—Allí, hablando con Lydia Southwell —dijo Kendra, señalando disimuladamente.

—¿El rubio?

—No lo sé. ¿Lleva una camisa roja y negra?

—¡Sí que es guapo! —exclamó Seth, admirado.

—¿Cómo es?

—Tiene los ojos más cautivadores que te puedas imaginar.

—Corta el rollo —le exigió Kendra.

—Debe de estar pensando en cosas maravillosas.

—¡Seth, te lo digo en serio! —El timbre sonó, anunciando el final del recreo.

—¿De verdad que es un monstruo? —preguntó Seth.

—Se parece un poco a la criatura que entró por la ventana la Noche del Solsticio —dijo Kendra.

—¿La que rocié de sal?

—Sí. ¿A quién pretende parecerse?

—¿Es una broma? —preguntó Seth con recelo—. No es más que un chico nuevo que te hace tilín, ¿a que sí? Si te da corte, puedo ir yo a pedirle su número de teléfono.

—No estoy de broma. —Kendra le dio un manotazo en el brazo.

—Está cachas. Tiene un hoyuelo en el mentón. El pelo rubio. Lo lleva un poco despeinado, pero le queda bien. Como si fuera a propósito. Probablemente podría conseguir un papel en una telenovela. ¿Basta con esto?

—¿No está calvo ni cubierto de costras y pus? —quiso verificar Kendra.

—Para nada. ¿De verdad es repulsivo?

—Me da ganas de vomitar. Gracias, nos vemos luego. —Kendra se marchó a toda prisa.

Don Galán de Telenovela se iba también, sin dejar de conversar con Lydia Southwell.

Para ser un monstruo, tenía buen gusto. Lydia era una de las chicas más monas del colegio.

Seth supuso que más le valía volver a clase. El señor Meyers había amenazado con dejarle castigado después de clase si volvía a llegar tarde.

• • •

Kendra guardaba silencio mientras su padre la llevaba en coche al cine. Había intentado convencer a Alyssa para que no fuera. Alyssa había empezado a comportarse como si sospechara que Kendra en secreto quisiera a Case todo para ella. Y como Kendra no podía contarle a su amiga la verdad, no le quedó más remedio que tirar la toalla. Al final, Kendra había decidido ir con ellos, pues concluyó que no podía dejar a sus amigas en compañía de un trasgo con malévolos planes.

—¿Qué película vais a ver? —preguntó su padre.

—Lo decidiremos allí —respondió Kendra—. No te preocupes, nada no apto.

Kendra deseó poder contarle a su padre el tormento por el que estaba pasando, pero él no sabía nada sobre las propiedades mágicas de la reserva natural que dirigían los abuelos Sorenson. Creía que se trataba de una finca normal y corriente.

—¿Estás segura de que llevas bien la preparación de los exámenes finales?

—No he dejado de hacer ninguno de los deberes del colegio en todo el año. Ahora sólo tengo que dar un rápido repaso. Pienso arrasar.

Kendra lamentó no poder hablar con el abuelo Sorenson de la situación. Había intentado llamarle por teléfono. Por desgracia, el único teléfono que tenían sus abuelos siempre daba el mismo resultado: un mensaje automatizado que informaba de que la llamada no podía realizarse con los números que había marcado. La única alternativa de que disponía para contactar con él era el correo postal. Así pues, por si acaso la comunicación telefónica resultara imposible durante un tiempo, había escrito una carta al abuelo en la que le describía lo que estaba pasando, una carta que pensaba enviar al día siguiente. Le había ido bien contar el martirio que estaba viviendo a otra persona que no fuera Seth, aunque sólo fuese por escrito.

Con suerte, podría hablar con el abuelo por teléfono antes incluso de que le llegase la carta.

Su padre paró en el aparcamiento del cine. Alyssa y Trina esperaban ante la fachada principal del edificio. A su lado estaba el asqueroso trasgo vestido con camiseta y pantalones de camuflaje.

—¿Cómo sé a qué hora he de venir a buscarte? —preguntó su padre.

—Le dije a mamá que os llamaría desde el móvil de Alyssa.

—De acuerdo. Que lo pases bien.

Cosa muy poco probable, pensó Kendra al bajarse del todoterreno.

—Eh, Kendra —la llamó Case con su voz ronca. Le llegaba el olor de su colonia a tres metros de distancia.

—Estábamos empezando a preocuparnos de que no vinieses —dijo Alyssa.

—Llego justo a tiempo —recalcó Kendra—. Los que habéis llegado pronto sois vosotros.

—Vamos a elegir la peli —propuso Trina.

—¿Y Brittany? —preguntó Kendra.

—Sus padres no la han dejado venir —dijo Trina—. Están obligándola a estudiar.

Case dio una palmada.

—Bueno, ¿qué vamos a ver?

Negociaron la cuestión durante unos pocos minutos. Case quería ver La medalla de la vergüenza, sobre un asesino en serie aficionado a atemorizar a veteranos que habían recibido la Medalla de Honor del Congreso. Al final renunció a ver la película de acción cuando Trina le prometió que le compraría palomitas. La película ganadora fue Cámbiame el puesto, la historia de una chica bastante torpe que consigue quedar con el chico de sus sueños cuando su mente cambia de cuerpo y entra en el de la chica más popular de la escuela.

Kendra no había querido perderse esa película, pero ahora le preocupaba pasar un mal rato viéndola. Nada como hacer arrumacos con un trasgo calvo durante una película mala de chicas.

Tal como había sospechado, le costó muchísimo concentrarse en la historia. Trina se había sentado a un lado de Case y Alyssa al otro, y estaban compitiendo por atraer su atención.

Habían comprado un envase de palomitas tamaño gigante para los cuatro. Kendra declinaba la invitación cada vez que le ofrecían palomitas. No quería coger nada que esas zarpas llenas de verrugas hubiesen tocado.

Para cuando los créditos de la producción subieron por la pantalla, Case ya tenía un brazo alrededor de Alyssa. No paraban de cuchichear y reírse en voz baja. Trina se había cruzado de brazos y miraba con cara de pocos amigos. Con monstruito o sin él, ¿cuándo había salido algo bien si varias chicas salían juntas en compañía de un chico en el que todas estaban interesadas?

Case y Alyssa iban cogidos de la mano al salir del cine. La madre de Trina la esperaba en el aparcamiento. Trina se despidió secamente y se marchó muy indignada.

—¿Me dejas el móvil un momento? —preguntó Kendra—. Tengo que llamar a mi padre.

—Claro —respondió Alyssa, tendiéndoselo.

—¿Quieres que te llevemos? —le preguntó Kendra mientras marcaba el número.

—No estoy lejos —respondió Alyssa—. Case me ha dicho que me acompañaba.

El trasgo dirigió a Kendra una extraña sonrisa maliciosa. Por primera vez, se preguntó si Case era consciente de que ella conocía su verdadera identidad. Parecía regodearse de ver que Kendra no podía hacer nada al respecto.

Intentó mantener una expresión neutra. Su madre contestó la llamada y Kendra le dijo que necesitaba que fueran a buscarla. Después, le devolvió a Alyssa el teléfono.

—¿No es un trecho bastante largo para ir andando? Os podemos llevar a los dos.

Alyssa lanzó a Kendra una mirada en la que le preguntaba por qué se empeñaba en arruinar algo que era espectacular. Case le rodeó los hombros con el brazo con una mirada lasciva.

—Alyssa —dijo Kendra en tono firme y cogiéndola de la mano—, necesito hablar contigo en privado un segundo. —Tiró de Alyssa hacia ella—. ¿No te importa, Case?

—Ningún problema. De todos modos, tengo que ir corriendo al lavabo —dijo, y entró en el edificio del cine.

—¿Qué te pasa? —se quejó Alyssa.

—Piénsalo —dijo Kendra—. Casi no sabemos nada de él. Acabas de conocerle hoy. No es ningún chaval. ¿Estás segura de que quieres irte andando tú sola en mitad de la oscuridad con él? Así es como una chica puede meterse en un buen lío.

Alyssa la miró con cara de incredulidad.

—Estoy segura de que es un buen chico.

—No, de lo que estás segura es de que es guapo y bastante gracioso. Muchos psicópatas parecen chicos majos al principio. Por eso, antes de pasar un rato a solas, los chicos y las chicas salen unas cuantas veces y van a sitios públicos. ¡Sobre todo si tienes catorce años!

—No lo había pensado así —admitió Alyssa.

—Deja que mi padre os lleve a los dos a casa. Si quieres hablar con él, hazlo delante de tu casa. No en una calle oscura y solitaria.

Alyssa dijo que sí con la cabeza.

—Puede que tengas razón. Seguro que no pasa nada por estar un rato con él a una distancia de mi casa desde la que puedan oír mis gritos…

Cuando Case volvió a salir, Alyssa le explicó el plan, excepto la parte en que habían hablado de la posibilidad de que fuese un psicópata. Al principio se opuso, diciendo que sería un crimen no ir andando a casa en una noche tan agradable como aquella. Pero al final consintió, cuando Kendra le recordó que eran más de las nueve.

El padre de Kendra se presentó a los pocos minutos con el todoterreno y no tuvo ningún inconveniente en acercar a Alyssa y a Case a su casa. Kendra se montó en el asiento delantero.

Alyssa y Case iban detrás, hablándose en susurros y cogidos de la mano. El padre de Kendra dejó a los tortolitos delante de la casa de Alyssa; Case le explicó que vivía en esa misma calle.

Al marcharse, Kendra miró atrás para observarlos. Dejaba a su amiga junto a un trasgo repulsivo y maquinador. ¡Pero no podía hacer nada más! Por lo menos, Alyssa estaba delante de su casa. Si pasaba algo, podría gritar o correr a refugiarse dentro. Dadas las circunstancias, eso tendría que bastar.

—Parece que Alyssa tiene novio —observó su padre.

Kendra apoyó la cabeza contra la ventanilla.

—Las apariencias engañan.