Nota final del autor

Dejad que os cuente una historia sobre otra historia. Porque a eso es a lo que me dedico.

En enero de 2013, estaba en un bar de San Francisco con Vi Hart, matemúsica, videotrix y persona maravillosa. Ambos habíamos sido fans durante años de nuestros respectivos trabajos y, hacía poco, un amigo común nos había presentado.

Era nuestro primer encuentro cara a cara. Yo acababa de terminar el primer borrador de la historia que ahora tienes en tus manos, y Vi había accedido a echarle un vistazo y darme su opinión.

Pasamos un par de horas hablando de la historia, y con frecuencia nuestra conversación derivaba por caminos extraños, como suele pasar con las buenas conversaciones.

Me hizo comentarios muy acertados. No solo eran inteligentes, sino asombrosamente perspicaces. Cuando se lo mencioné, lo encontró gracioso, y me explicó que, en gran medida, lo que hacía ella era escribir. Escribía los guiones de sus vídeos, y luego los grababa. La parte más difícil del trabajo consistía en escribir el guión.

Vi señaló algunas cosas que tenía que retocar, partes que no estaban suficientemente pulidas, algunas incongruencias. También señaló las partes que más le gustaban, y hablamos de la historia en general.

Debería mencionar que, a esas alturas de la velada, yo estaba ligeramente borracho, lo que es poco habitual en mí. Pero como habíamos quedado en un bar, me pareció educado pedir una copa. Luego pedí otra porque Vi se estaba tomando la segunda, y no quería parecer raro. Luego me bebí otra porque estaba un poco nervioso, pues acababa de conocer a Vi. Y a continuación, otra porque estaba un poco nervioso por el futuro de mi relato.

Bueno, seré sincero: estaba algo más que un poco nervioso respecto a ella. En el fondo, muy en el fondo, sabía que mi recién creada historia era un tren con muchos números para descarrilar. Con muchos números para protagonizar un descarrilamiento estrepitoso y colosal.

—No hace lo que se supone que debe hacer —le dije a Vi—. Un relato tiene que tener diálogos, acción, conflictos. Tiene que tener más de un personaje. ¡Lo que he escrito es una viñeta de treinta mil palabras!

Vi dijo que a ella le gustaba.

—Bueno, sí —dije—. A mí también me gusta. Pero eso no importa. Verás, los lectores esperan ciertas cosas de un relato —expliqué—. Puedes prescindir de una o dos si vas con cuidado, pero no puedes pasar olímpicamente de todas ellas. Lo más parecido que tengo a una escena de acción es el momento en que el personaje fabrica jabón. Me paso ocho páginas describiendo cómo una persona fabrica jabón. Ocho páginas de un relato de sesenta fabricando jabón. Es de locos.

Como ya he dicho, estaba muy preocupado por el relato. Y quizá algo más que ligeramente borracho. Y por fin tenía ocasión de desahogarme y confesar algo que hasta entonces no había compartido con nadie.

—Cuando lean esto, mis lectores se van a cabrear —predije.

Vi me miró con gesto serio.

—Pues yo he sentido más conexión emocional con los objetos inanimados de esta historia de la que normalmente siento por los personajes de los libros —me explicó—. La historia es buena.

Pero yo no me dejaba convencer. Sacudí la cabeza, sin mirar siquiera a Vi.

—Los lectores esperan ciertas cosas de mí. La gente leerá esto y se llevará una decepción. No hace lo que se supone que tiene que hacer una historia normal.

Entonces Vi dijo una cosa que siempre recordaré:

—Esos, que se jodan. Esos pueden leer montones de historias. Pero ¿y yo? ¿Dónde están las historias para las personas como yo?

Lo dijo con apasionamiento, dureza y hasta un ligero enojo. Habría podido dar una fuerte palmada en la mesa. No lo hizo, pero a mí me gusta pensar que sí, que dio una palmada. Venga, digamos que la dio.

—Deja que esas otras personas tengan sus historias normales —continuó Vi—. Esta historia no es para ellas. Esta es mi historia. Es para personas como yo.

Es una de las cosas más bonitas que me han dicho jamás.

Yo no tenía previsto escribir esta novela. O mejor dicho, no tenía previsto que esta historia sobre Auri saliera como salió.

Empecé a escribirla a mediados de 2012. La concebí como un relato para la antología Rogues editada por George R. R. Martin y Gardner Dozois. Preveía que fuera una historia con trampa, y pensé que Auri podía ser un buen complemento de los granujas más tradicionales, más tipo delincuente, que sin ninguna duda aparecerían en ese libro.

Sin embargo, la historia no derivó por donde yo esperaba. Era más complicada que un simple cuento con trampa, y Auri encerraba muchos más secretos y misterios de lo que yo sospechaba.

Cuando la historia sobre Auri alcanzó las catorce mil palabras, la abandoné. Era demasiado larga. Demasiado rara. Además, había quedado claro que no encajaba en la antología. Auri no era una simple tramposa. Y sobre todo, aquello no tenía nada que ver con la historia de un granuja.

Pese a que ya se me había pasado el plazo de entrega, Martin y Gardner fueron muy comprensivos y me ofrecieron un poco más de tiempo. Entonces escribí The Lightning Tree, una historia protagonizada por Bast que encajaba mucho mejor en la antología.

Pero la historia sobre Auri seguía rondándome por la cabeza, y comprendí que la única forma de librarme de ella era terminarla. Además, desde hacía mucho tiempo le debía a Bill Schaffer de Subterranean Press una novela corta. Él había publicado mis dos libros ilustrados «no para niños», Las aventuras de la Princesa y el señor Fu: la cosa de debajo de la cama y su secuela, The Dark Of Deep Below. Por lo tanto, yo sabía que a Bill no le asustaban las historias un poco raras.

Así pues, seguí escribiendo la historia, que siguió alargándose y volviéndose cada vez más extraña. Por entonces ya me di cuenta de que no tenía nada de normal. No hacía las cosas que deben hacer las historias como Dios manda. Era, según todos los parámetros tradicionales, un desastre.

Pero el caso es que me gustaba. Era rara, descabellada, complicada y carecía de muchos elementos que se supone que necesitan las historias. Pero, de alguna manera, funcionaba. Por una parte, con ella yo estaba aprendiendo mucho sobre Auri y la Subrealidad, y además, la historia en sí tenía cierto encanto.

Por el motivo que sea, dejé que la historia se desarrollara según sus propios deseos. No le impuse otra forma, ni introduje en ella nada por la sencilla razón de que se suponía que debía contenerlo. Decidí que fuera ella misma. Al menos, de momento. Al menos, hasta que hubiera llegado al final. Era consciente de que, seguramente, luego tendría que sacar el hacha y practicar una cirugía cruel para convertirla en algo más normal. Pero todavía no.

Veréis, no era la primera vez que me sucedía. El nombre del viento hace muchas cosas que no debería hacer. El prólogo es un decálogo de todo lo que no debe hacer un escritor. Y sin embargo… funciona. A veces, una historia funciona precisamente porque es diferente. Tal vez la de Auri fuera de esa clase de historias…

Pero cuando escribí la escena de las ocho páginas, donde Auri fabrica el jabón, comprendí que no era ese el caso. Estaba escribiendo una trunk story. Para quienes no conozcáis ese término, una trunk story es una obra que, una vez escrita, metes en el fondo de un baúl y te olvidas de ella. No es el tipo de historia que puedes vender a un editor. No es el tipo de historia que la gente quiere leer. Es de esas historias que escribes y que, luego, en tu lecho de muerte, recuerdas y le pides a algún buen amigo que queme todos tus escritos inéditos. Después de borrar el historial de navegación de tu ordenador, por supuesto.

Yo sabía que Bill, de Sub Press, estaba abierto a proyectos extraños, pero… ¿una cosa así? No. No, aquella era una historia que yo tenía que escribir para sacármela de la cabeza. Tenía que escribirla para aprender sobre Auri y sobre el mundo. (Que se llama Temerant, por cierto. Lo habéis pillado, ¿no?).

Dicho de otro modo: yo sabía que esta historia era para mí. No era para otros. A veces, pasa.

Sin embargo, me gustaba. Era rara y tierna. Por fin había encontrado la voz de Auri, por quien siento un gran cariño. Y como había aprendido a escribir en tercera persona, no era una pérdida de tiempo total.

Cuando la hube terminado, se la envié a mi agente, Matt; es lo que solemos hacer los escritores. Le expliqué que iba a ofrecérsela a Bill, pero que no estaba seguro de que le interesara, puesto que, narrativamente hablando, era un tren con muchos números para descarrilar.

Pero Matt la leyó, y le gustó.

Me llamó por teléfono y me dijo que deberíamos enviársela a Betsy, mi editora de DAW.

—Betsy no la va a querer —dije—. Es un desastre. Parece escrita por un chalado.

Matt me recordó que, según mis contratos, Betsy tenía primera opción sobre todos los libros que yo escribiera en el futuro.

—Además —añadió—, lo educado es informarla. Ella es tu editora principal.

Le di la razón y le dije que se la enviara, pese a que me avergonzaba un poco imaginarme a Betsy leyendo aquella historia.

Pero Betsy la leyó y le gustó. Le gustó mucho. Quería publicarla.

Entonces fue cuando rompí a sudar.

A lo largo de muchos meses tras mi conversación con Vi Hart, he revisado esta historia unas ocho veces. (Lo que no es habitual en mí. Normalmente, reviso mucho más mis textos).

Como parte de ese proceso, la he pasado a cerca de tres docenas de lectores beta, y las opiniones que ellos me han devuelto me han ayudado a realizar mis interminables y obsesivas correcciones. Y un comentario que han hecho muchas de esas personas, expresado de diversas maneras, es este: «No sé qué pensarán los demás. Seguramente no les gustará. Pero a mí me ha encantado».

Me sorprende que tantas personas hayan dicho lo mismo, de una forma o de otra. Mierda, acabo de caer en que hasta yo he dicho algo parecido hace un par de páginas, en esta nota del autor.

La verdad es que le tengo mucho cariño a Auri. Esa muchacha extraña, dulce y dañada ocupa un lugar especial en mi corazón. La quiero mucho.

Creo que eso se debe a que los dos estamos dañados, cada uno a nuestra extraña manera. Y lo que es más importante: ambos lo sabemos. Auri sabe que no es del todo auténtica por dentro, y eso hace que se sienta muy sola.

Yo la entiendo.

Pero eso, por sí solo, no es inusual. Al fin y al cabo, soy el autor. Se supone que sé cómo se sienten los personajes. Hasta que no empecé a recoger opiniones, no me di cuenta de lo habitual que era esa sensación. Una persona tras otra me han dicho que empatizan con Auri. Que saben de dónde sale.

No me lo esperaba. No puedo evitar pensar que muchos recorremos nuestro camino, día tras día, sintiéndonos ligeramente dañados y solos, y que estamos siempre rodeados de otras personas que se sienten exactamente igual que nosotros.

Bueno. Si leéis este libro y no os gusta, lo siento. Es culpa mía. Es una historia rara. Quizá os guste más si la leéis otra vez. (La mayoría de mis historias gustan más la segunda vez). Pero no tiene por qué ser así.

Si sois de los que la encuentran desconcertante o decepcionante, os pido disculpas. La verdad es que, seguramente, no era para vosotros. Por suerte, ahí fuera hay muchísimas historias más que fueron escritas precisamente para vosotros. Historias con las que disfrutaréis mucho más.

Esta historia es para todas las personas un poco dañadas que hay ahí fuera.

PAT ROTHFUSS

Junio de 2014