Se sentó en el suelo y se agarró el pie. Entonces reparó en que había soltado la manta y esta había caído sobre la piedra desnuda, a su lado. Apretó tanto los dientes que temió que se le rompieran.
Al cabo de largo rato recogió sus cosas, regresó a Puerto caminando con dificultad y, furiosa, metió la manta en el botellero. Porque allí era donde ahora le correspondía estar. Porque así era como debía ser.