8
Hombre sombra
Seth espachurró el tubo de pasta de dientes para poner un poco en el cepillo y empezó a cepillarse los dientes. Casi no veía su reflejo en el espejo del cuarto de baño. Las cosas en Fablehaven estaban poniéndose tan interesantes que casi había dejado de envidiar a Kendra por estar de viaje. Casi. Todavía a veces la veía a ella y a Warren descendiendo a una tumba egipcia, haciendo rappel o acribillando momias y cobras con metralletas. Una aventura así de alucinante eclipsaría a la misteriosa epidemia por la cual las hadas estaban quedándose sin su luz.
Después de escupir en el lavabo y de echarse agua en la cara, salió del cuarto de baño y subió las escaleras del desván. Acababa de tomar parte en una larga conversación con los abuelos, Tanu y Dale y estaba intentando aclararse en medio de toda la información nueva que había recibido, para poder dar con el modo de salvar a todo el mundo. Si pudiera demostrarles que no había derrotado de chiripa a la aparición, la siguiente vez que fuese necesario salir en misión secreta a lo mejor le llevaban a él también.
Al llegar al último escalón se detuvo y se apoyó en la jamba de la puerta. La mortecina luz del atardecer entraba con un resplandor morado por la ventana de la habitación de juegos del desván. El abuelo y los demás habían estado intentando elaborar una lista con todas las posibles causas de la epidemia. Según dijeron, había en Fablehaven cuatro demonios principales: Bahumat, que estaba cautivo en una prisión segura bajo un monte; Olloch, el Glotón, petrificado en el bosque hasta que algún descerebrado le diese algo de comer; Graulas, un demonio muy viejo que básicamente hibernaba; y un demonio al que nadie había visto y que se llamaba Kurisock, que vivía en un foso de alquitrán.
Sin quererlo, Seth lanzó una mirada a los diarios que había apilados junto a la cama de Kendra. Ella conocía la existencia del foso de alquitrán por haberlo leído en los diarios. ¿Esas páginas podrían contener información que el abuelo y los demás tal vez hubiesen pasado por alto? Probablemente no. Y en caso de que así fuese, ellos mismos podían echar un vistazo y leer.
Los mayores habían coincidido en que, de los cuatro demonios, Bahumat y Olloch eran en esos momentos los más peligrosos, puesto que nunca habían accedido a someterse al tratado de Fablehaven. Normalmente todas las criaturas mágicas que eran admitidas allí debían prometer que respetarían el tratado, el cual establecía unas fronteras para las zonas por las que sí podían moverse y limitaba el daño que podían infligir a otras criaturas. Había fronteras que Graulas y Kurisock habían jurado no cruzar y normas que habían prometido no vulnerar. Solo corrían grave peligro quienes estuviesen lo bastante chiflados como para penetrar en sus dominios. Pero Bahumat llevaba en Fablehaven desde antes de que se instaurase el tratado, y Olloch había llegado a la reserva en calidad de invitado, lo cual le imponía una serie de restricciones de manera automática, pero le dejaba margen para crear problemas si adquiría suficiente poder para ello. Al menos así lo entendía Seth.
La parte importante de todo aquello era que seguramente la plaga no tenía su causa en ninguno de los cuatro demonios, al menos no por su intervención directa. Ninguno de ellos gozaba de suficiente acceso. En las mazmorras había unos cuantos candidatos, pero Dale había bajado a comprobar y todos ellos seguían encerrados y bien encerrados. Había una bruja en el pantano que había contribuido a formar a Muriel, pero la abuela había afirmado que iniciar aquella epidemia quedaba totalmente fuera de su capacidad. Y los demás habían estado de acuerdo. Había una ciénaga envenenada poblada por criaturas malvadas, pero sus límites estaban claramente definidos. Lo mismo cabía decir de los habitantes de un túnel que estaba cerca de donde vivía Nero. El abuelo se había referido a otras muchas criaturas oscuras de la reserva, pero ninguna que fuese lo bastante poderosa en el ámbito de la magia negra como para haber podido iniciar la epidemia.
Al final, sin ningún sospechoso posible, Seth había preguntado por la criatura que rondaba la vieja mansión de Fablehaven. Antes de responder, los adultos quisieron saber cómo sabía que moraba allí una criatura. Nunca les había dicho que había pasado por la mansión después de escapar de Olloch, por temor a que todos se enfadasen con él por haber decidido entrar en la casona. Les dijo que se había perdido y que se le había ocurrido que tal vez desde el tejado de la mansión podría tener una perspectiva que le ayudase a saber dónde se encontraba. Luego, les contó que se había formado un misterioso remolino que había tratado de darle caza, y que había huido de la mansión, temblando y aterrorizado.
El abuelo le contestó que no estaban seguros de qué era lo que habitaba en aquella mansión. Al parecer, el lugar había sido tomado hacía más de un siglo, una noche del solsticio de verano. El encargado en funciones del momento, Marshal Burgess, había perdido la vida y desde entonces se advertía a los encargados de la reserva que evitasen acercarse a la vieja mansión.
—El ser que adoptó la mansión como su nuevo hogar era algo que procedía de la misma reserva —concluyó el abuelo—. Pero aunque hubiese salido de la ciénaga envenenada, no debería gozar del poder necesario para dar origen a una epidemia como la que estamos viendo. Una ventaja del tratado es que sabemos qué criaturas tenemos aquí. Las tenemos catalogadas.
—¿Cómo es que pudo quedar alguna criatura en la mansión después de esa noche de solsticio? —había querido saber Tanu—. Debió de forzarse a los culpables a regresar a su morada al acabar la noche.
—En teoría, cualquiera de ellas pudo quedarse allí si se las ingeniaron para modificar el registro, como parece que ocurrió —había explicado el abuelo—. El registro se utiliza para alterar determinadas fronteras y garantizar accesos. Patton Burgess se las arregló para arrancar el tratado del registro y para escapar con esas páginas tan importantes. De otro modo la reserva podría haber caído. Actualmente el tratado se halla inserto en el registro presente. Pero el daño infligido a la vieja mansión era irreparable.
Así pues, la respuesta no estaba en el remolino ni en los demonios. Al parecer, no estaba en ninguna de las criaturas de Fablehaven. Aun así, la epidemia era un hecho. Al final habían decidido dejar el problema sin resolver y consultarlo con la almohada. La única acción decisiva que se había llevado a cabo en todo el día había sido cuando el abuelo había recurrido al registro para prohibir a todas las hadas su acceso a los jardines.
Seth se acercó a la ventana para contemplar el morado anochecer. Dio un respingo al ver una figura negra recortada contra el fulgor del cielo. Seth golpeó sin querer el telescopio, que estaba detrás, y se abrazó al carísimo instrumento para evitar derribarlo. Entonces, se volvió de nuevo para mirar por la ventana, medio esperando que la figura hubiese desaparecido.
El desconocido seguía ahí, agachado. No era una silueta, sino una sombra tridimensional con forma humana. El hombre sombra saludó a Seth con la mano. Inseguro, el chico le devolvió el gesto.
El hombre sombra agitó los puños como si estuviese exaltado y a continuación pidió mediante gestos a Seth que abriese la ventana. Él le dijo que no con la cabeza. El hombre sombra se señaló a sí mismo, señaló la habitación y de nuevo le indicó con gestos que abriese la ventana.
El verano anterior Seth se había metido en serios problemas por haber dejado entrar en la casa a una criatura, tras abrir esa misma ventana del desván. La criatura se había aparecido bajo la forma de un bebé, pero resultó ser un duende maligno y, una vez dentro, el traicionero intruso había dejado entrar a otros monstruos. Antes de que la noche hubiese tocado a su fin, el abuelo había sido secuestrado y Dale había quedado convertido temporalmente en una estatua de plomo. Seth había aprendido bien la lección. Este año se había quedado en la cama durante la noche del solsticio. Y no había sentido muchas tentaciones de asomarse a mirar por la ventana.
Por supuesto, la noche del solsticio de verano era diferente de la mayoría de las noches, pues durante esas horas las fronteras de Fablehaven se deshacían y toda clase de monstruos de pesadilla podían acceder a los jardines. Pero aquel era un día normal y corriente. En noches normales ninguna criatura peligrosa debía tener acceso al jardín para llegar a la ventana de Seth y acurrucarse ahí. ¿Quería eso decir que aquel hombre sombra era una criatura amiga?
Pero, bien pensado, últimamente las criaturas bondadosas se habían transformado en seres peligrosos. ¡A lo mejor ese hombre sombra había tenido siempre acceso al jardín y, ahora que era malvado, estaba valiéndose de su estatus para engañar a Seth! ¡O tal vez se tratase del ser que había dado inicio a la plaga! Solo de pensarlo, le dio un escalofrío. Podía ser verdad perfectamente: esa figura como de tinta negra parecía encajar en el perfil de alguien culpable de haber iniciado una epidemia en la que la luz se tornaba oscuridad.
Seth corrió las cortinas de un tirón y se apartó de la ventana. ¿Qué debía hacer? ¡Tenía que decírselo a alguien!
Seth bajó con gran estruendo las escaleras del desván y fue corriendo a toda velocidad al dormitorio de sus abuelos. La puerta estaba cerrada, así que se puso a aporrearla.
—Entra —dijo el abuelo.
Seth abrió la puerta. Ni el abuelo ni la abuela se habían puesto aún el pijama.
—Hay algo en mi ventana —susurró Seth a toda prisa.
—¿A qué te refieres? —preguntó el abuelo.
—Un hombre sombra. Una sombra viviente con forma de hombre. Quería que le dejara entrar. ¿Qué otras criaturas pueden acceder a los jardines, aparte de las hadas?
—Hugo y Mendigo —contestó la abuela—. Y, claro, los brownies viven debajo del jardín y tienen acceso a la casa. ¿Alguno más, Stan?
—Todos los demás solo pueden venir si son invitados —dijo el abuelo—. Alguna vez he dejado entrar en el jardín a los sátiros.
—¿Y si este hombre sombra fue el que dio comienzo a la plaga? —conjeturó Seth—. Una criatura que no supiésemos que estaba en la reserva, una especie de enemigo oculto que pudiese entrar en el jardín pero no en la casa.
El abuelo arrugó la frente, tratando de hacer memoria.
—El jardín cuenta con mecanismos de seguridad para impedir que prácticamente ninguna criatura pueda entrar, incluidos los invitados sorpresa. Sea cual sea la naturaleza de este hombre sombra, al parecer no se están aplicando todas las normas.
—Al menos no podría entrar en la casa —dijo la abuela. El abuelo se dirigió a la puerta.
—Será mejor que vayamos a buscar a Tanu y a Dale.
Seth fue tras sus abuelos a llamar a Tanu y a Dale y estuvo presente mientras les explicaban la situación. Subieron en fila india las escaleras del desván, con el abuelo en cabeza y Seth en la cola. Apartaron el telescopio y se colocaron detrás de la ventana tapada con la cortina. La abuela apuntaba con la ballesta y Tanu sostenía en la mano una poción, lista para ser utilizada.
El abuelo descorrió las cortinas y lo que vieron fue un tramo vacío del tejado, apenas visible a la tenue luz del crepúsculo. Seth se abrió paso entre ellos para acercarse al cristal de la ventana y escudriñó en todas direcciones. El hombre sombra había desaparecido.
—Estaba aquí —les aseguró Seth.
—Te creo —dijo el abuelo.
—De verdad que estaba —insistió Seth.
Esperaron mientras el abuelo alumbraba con una linterna a través del vidrio ligeramente pandeado. No encontraron indicios de ningún intruso. El abuelo apagó la linterna.
—Mantén cerrada la ventana esta noche —le advirtió Tanu—. Si vuelve, ven a buscarme. Si no, mañana por la mañana buscaré por el tejado.
Tanu, Dale y el abuelo salieron de la habitación. La abuela esperó un instante en lo alto de la escalera.
—¿Estarás bien?
—No estoy asustado —dijo Seth—. Solo pensaba que había encontrado algo que nos podía ayudar.
—Seguramente así ha sido. Mantén cerrada esa ventana.
—Lo haré.
—Buenas noches, cariño. Has hecho bien en venir a decírnoslo.
—Buenas noches.
La abuela se marchó.
Seth se puso el pijama y se metió rápidamente en la cama. Empezó a sospechar que el hombre sombra había vuelto y que se había quedado encaramado en el tejado, al lado de su ventana. Seguramente el bribón no había querido que los otros le viesen. Pero si Seth miraba ahora, estaría allí, pidiéndole entrar sin articular palabra.
Incapaz de ahuyentar la sospecha, el chico se acercó a la ventana y descorrió la cortina.
El hombre sombra no había vuelto.
A la mañana siguiente, Tanu salió al tejado por la ventana del cuarto del chico, pero no encontró ni rastro de que hubiesen tenido visita. Seth no se sorprendió. ¿Desde cuándo dejan huellas de pisadas las sombras?
Durante el desayuno el abuelo intentó informarlo de que no podría abandonar la casa en todo el día. Pero ante las insistentes quejas de su nieto, acabó accediendo a dejarle jugar con Mendigo en el jardín si alguien los vigilaba desde el porche.
Los abuelos, Tanu y Dale se pasaron el día repasando los diarios y otros libros de su valiosa biblioteca, para tratar de dar con alguna información sobre algo que se pareciese a la plaga que estaba afectando a las criaturas de Fablehaven. Iban turnándose para leer en el porche. Mendigo tenía órdenes de llevar a Seth dentro de la casa al menor indicio de algo sospechoso.
El día transcurrió sin incidentes. Seth jugó al fútbol y al béisbol con Mendigo y por la tarde fue a darse un chapuzón. En la comida y en la cena estuvo atento a las conversaciones de los adultos, que comentaron lo frustrados que se sentían ante la falta de cualquier dato que pudiese explicar lo que estaba ocurriendo en Fablehaven. El abuelo aún no había podido comunicarse con la Esfinge.
Después de cenar, Seth suplicó que le dejasen salir un ratito. Hugo estaba allí, hacía poco que había terminado de hacer su faena en el granero, y quería ver qué pasaba si Mendigo practicaba unos lanzamientos con el golem.
En la mano gigantesca de Hugo el bate de béisbol parecía minúsculo. Seth le dijo a Hugo que golpease la pelota lo más fuerte que pudiese, y luego dio instrucciones a Mendigo para que le lanzase la bola a gran velocidad y a media altura. El chico se apartó, temiendo recibir un buen golpe si el lanzamiento era nulo. No le parecía que fuesen a necesitar catcher.
Mendigo lanzó la pelota a la velocidad del rayo y Hugo, bateando con una sola mano, la propulsó al cielo. Seth intentó seguirla con la mirada en su descenso en la distancia, pero le fue imposible. Sabía que la pelota había seguido ascendiendo cuando sobrepasó los árboles de la otra punta del jardín, por lo que había debido de aterrizar en pleno bosque, muy lejos de allí.
Seth se volvió hacia Tanu, que estaba sentado en el porche disfrutando de la puesta de sol mientras bebía tranquilamente una infusión de hierbas.
—¿Puedo mandar a Mendigo a buscarla?
—Adelante —respondió Tanu—, si consideras que merece la pena recuperarla.
—Es posible que se haya hecho papilla —se rio Seth.
—Menudo trallazo.
Seth ordenó a Mendigo que fuese a recuperar la pelota rápidamente. Pero el muñeco no respondió. Cuando Tanu repitió la orden, el limberjack salió corriendo por el jardín y se internó en el bosque.
Fue entonces cuando Seth vio al hombre sombra entrando en el jardín, no lejos de donde Mendigo había cruzado la línea de los árboles. El fantasma avanzaba hacia Seth con zancadas rápidas cargadas de intención. El chico retrocedió para subir al porche.
—Ahí está —dijo a Tanu, señalándolo—. El hombre sombra.
El samoano miró hacia donde Seth indicaba, con cara de perplejidad.
—¿Entre los árboles?
—No, justo ahí, en el jardín. ¡Está cruzando por ese macizo de flores!
Tanu observó atentamente unos segundos más.
—Yo no veo nada.
—Ahora va por el césped, está acercándose, camina deprisa.
—Sigo sin verlo —dijo Tanu, dedicando a Seth una mirada preocupada.
—¿Crees que estoy loco? —preguntó Seth.
—Creo que será mejor que vayamos dentro —contestó Tanu, andando marcha atrás hacia la puerta—. Solo porque yo no pueda verle no quiere decir que tú tampoco le veas. ¿Dónde está ahora?
—Casi en el porche.
Tanu hizo gestos a Seth para que le siguiera y entrase por la puerta trasera.
El chico entró después y cerraron la puerta.
—Aquí está pasando algo —dijo Tanu a voces.
Los otros acudieron rápidamente al salón.
—¿Qué ocurre? —preguntó el abuelo.
—Seth ve al hombre sombra en el jardín —dijo Tanu—. Yo no.
—Está en el porche —dijo el chaval, mirando por una ventana junto a la puerta.
—¿Dónde? —preguntó el abuelo.
—Justo ahí, al lado de la mecedora.
—¿Puede verlo alguien más? —preguntó la abuela.
—Yo no —dijo Dale.
—Nos está haciendo señas para que salgamos —dijo Seth. La abuela se puso los brazos en jarras y miró a Seth con cara de recelo.
—No nos estarás tomando el pelo, ¿verdad? Sería una broma de pésimo gusto, Seth. Las cosas en Fablehaven están demasiado…
—¡No, no me lo estoy inventando! Nunca mentiría sobre algo tan importante. ¡No puedo entender cómo es que no le veis!
—Descríbenoslo —dijo el abuelo.
—Como dije anoche, es como la sombra de un hombre, pero tridimensional —explicó Seth—. No hay mucho más que decir. Está levantando la mano izquierda, y la señala con la derecha. ¡Oh, Dios mío!
—¿Qué? —preguntó la abuela, intrigada.
—Le falta el meñique y parte del anular.
—Coulter —dijo el abuelo—. O una variante de él.
—O algo que quiere hacernos creer que es una versión de Coulter —añadió la abuela.
El abuelo se acercó a la puerta a grandes pasos.
—Avísanos si avanza hacia mí —le dijo a Seth, y abrió un poco la puerta del porche. Arrimándose a la rendija, advirtió—: Si eres amigo, quédate donde estás.
—No se mueve —dijo Seth.
—¿Eres Coulter Dixon? —preguntó el abuelo.
—Está diciendo que sí con la cabeza —confirmó Seth.
—¿Qué quieres?
—Está indicando que quiere que salgamos con él.
—¿Puedes hablar?
—Ha dicho que no con la cabeza. Está señalándome y haciendo gestos para que salga.
—Seth no va a ir contigo a ninguna parte —dijo el abuelo.
—Se está señalando a sí mismo y luego al interior de la casa. Quiere entrar.
—No podemos invitarte. Podrías ser nuestro amigo, con su mente intacta, solo que en un estado alterado, o bien…
—Está haciendo el gesto de pulgares arriba y diciendo que sí con la cabeza —le interrumpió Seth.
—O bien podrías ser una versión malvada de Coulter, con todos sus conocimientos pero con intenciones siniestras. —El abuelo cerró la puerta y se volvió hacia los demás—. No podemos arriesgarnos a dejarle entrar, o a caer en una trampa.
—Está haciendo gestos de súplica —informó Seth.
El abuelo cerró los ojos y se concentró. Luego, abrió de nuevo la puerta.
—A ver si entiendo lo que está pasando. ¿Puedes recorrer libremente toda la reserva?
—Pulgar arriba —dijo Seth.
—¿Incluso por lugares donde normalmente no podríamos ir nosotros?
—Dos pulgares hacia arriba —dijo Seth—. Eso debe de ser importante.
—¿Y has encontrado algo que tenemos que ver?
—Está moviendo la cabeza, como diciendo «más o menos».
—Puedes conducirnos hasta una información de vital importancia.
—Dos pulgares hacia arriba.
—¿Y es urgente? ¿La situación es angustiosa?
—Pulgar arriba.
—¿Y si voy solo yo? —propuso el abuelo.
—Pulgar hacia abajo.
—¿Podríamos ir Tanu y yo con Seth?
—Se está encogiendo de hombros —dijo Seth.
—¿No sabes? ¿Puedes averiguarlo?
—Pulgar hacia arriba.
—Vete a averiguar si podemos ir con él. No puedo mandar a Seth contigo a solas, espero que lo entiendas. Y ninguno de nosotros puede acompañaros hasta que podamos confirmar que no eres una versión malvada de ti mismo que trata de traicionarnos. Danos algo de tiempo para deliberar. ¿Puedes volver mañana por la mañana?
—Dice que no —relató Seth—. Está dibujando una bola con las manos. Ahora se protege los ojos. Creo que quiere decir que no puede salir a plena luz del día. Sí, me ha oído, está haciendo el gesto del pulgar hacia arriba.
—Mañana por la noche, entonces —dijo el abuelo.
—Pulgar arriba.
—Trata de pensar en algún modo de demostrarnos que podemos confiar en ti.
—Se está tocando un lado de la cabeza con un dedo, como diciendo que pensará en algo. Ya se va.
El abuelo cerró la puerta.
—No se me ocurre cómo podemos comprobar que se trata de nuestro querido y leal Coulter. Podría tener todos sus conocimientos y ser un peligro.
—¿Por qué no ha podido entrar en la casa por su propio pie? —preguntó Dale.
—Creo que podría entrar si dejásemos la puerta abierta —respondió Tanu—. En estos momentos es un ser inmaterial. No tanto como para atravesar una puerta, pero sí como para no poder abrirla él solo.
—¿Cómo comprobamos que está de nuestra parte? —preguntó Seth.
—Es posible que tu abuelo esté en lo cierto —le dijo su abuela—. No estoy segura de que haya una manera.
—La situación es tan angustiosa que si me dejase acompañarle, simplemente correría el riesgo —dijo el abuelo—. Pero no permitiré que Seth lo haga.
—Yo correré el riesgo —protestó el chico—. No tengo miedo.
—¿Por qué está empeñado en que vaya Seth? —preguntó Dale.
—Solo él puede verle —dijo Tanu.
—Es verdad —intervino el abuelo—. No me extraña que insistiese en que no podíamos ir con él si no venía Seth. Estaba demasiado ocupado tratando de encontrar una razón oculta.
—Aun así —dijo la abuela—, dudaba de si dejar o no que otras personas acompañasen a Seth. ¿Por qué Seth es el único que puede verle?
Nadie aportó ninguna hipótesis.
—¿Estás seguro que no nos estás tomando el pelo? —preguntó otra vez la abuela a Seth, estudiándole con expresión astuta.
—Lo prometo —respondió Seth.
—No será ningún truquillo para poder salir de la casa y meterte en el bosque, ¿no? —le presionó la abuela.
—Confiad en mí, si lo único que deseara fuese meterme en el bosque, ya estaría allí. Os juro que nunca me inventaría un cuento como este. Y no tengo ni idea de por qué yo soy el único que puedo verle.
—Te creo —dijo el abuelo—. No me gusta nada de todo esto. Me pregunto si nuestro Coulter de sombra podría mostrarse a alguno más de nosotros si quisiera. ¿Podría estar forzando que Seth sea el único que puede verle? Tenemos que hacer todo lo posible por entender lo que significa todo esto. Se nos acumulan las preguntas sin respuesta. Propongo que hablemos otra vez con Vanessa. Si puede ayudarnos en algo, ahora es el momento de acudir a ella. Tal vez en su labor al servicio de nuestros enemigos pudo presenciar algo similar a este fenómeno del hombre sombra.
—Vanessa no es la panacea —dijo la abuela—. Es muy probable que lo único que pueda hacer ella sea lanzar las mismas suposiciones que nosotros.
—Nuestras suposiciones no nos están llevando a gran cosa —dijo el abuelo—. Es posible que no nos quede mucho tiempo. Al menos deberíamos comprobarlo.
—Entraré yo en la caja, si sirve para acelerar un poco las cosas —se ofreció Dale—. Siempre y cuando luego me dejéis salir.
—Vanessa volverá a su cautiverio —le prometió la abuela, que cogió su ballesta.
El abuelo se hizo con una linterna. Tanu fue a coger sus esposas, pero volvió con las manos vacías.
—¿Alguien ha visto mis esposas? Lo único que he encontrado son las llaves.
—Pero ¿se las quitaste en algún momento? —preguntó la abuela. Algo en su manera de formular la pregunta apuntaba a que ya conocía la respuesta.
Bajaron las escaleras del sótano. Cuando llegaron a la Caja Silenciosa, Dale abrió la puerta y entró. La abuela la cerró, la Caja Silenciosa rotó y, cuando abrió la puerta del otro lado, apareció Vanessa de pie con las muñecas esposadas.
—Gracias por dejarme con los grilletes puestos —dijo, y salió de la caja—. Como si no me sintiese ya formando parte de un número barato de magia. ¿Qué hay de nuevo?
—Coulter se halla en una especie de estado oscurecido, de sombra —dijo el abuelo—. No puede hablar. Parece que quiere compartir información con nosotros, pero no sabemos si podemos fiarnos.
—Yo tampoco lo sé —dijo Vanessa—. ¿Tenéis alguna idea sobre cómo se originó la epidemia?
—¿Tú tienes alguna? —replicó la abuela, en tono acusatorio.
—He tenido algo de tiempo para darle vueltas. ¿Qué habéis pensado vosotros?
—Sinceramente, no tenemos ni idea de cómo ha podido originarse —respondió el abuelo—. Bahumat está cautivo, Olloch está petrificado y los otros demonios importantes están obligados a respetar el tratado. No se nos ocurre qué otro ser de Fablehaven posee la capacidad de iniciar algo como esto.
Mientras decía estas palabras, fue asomando una sonrisa en los labios de Vanessa, cada vez más grande.
—¿Y no se os ha ocurrido a ninguno de vosotros la conclusión evidente?
—¿Que se ha originado fuera de Fablehaven? —tanteó la abuela.
—No necesariamente —dijo Vanessa—. Yo tenía en la mente otra hipótesis. Pero no quiero volver a la caja.
—¿No tienes ningún modo de deshacer la conexión que creaste cuando nos mordiste? —preguntó el abuelo.
—Podría mentir y responder que sí —dijo Vanessa—. Sabes que el vínculo es para siempre. Estaría encantada de hacer el juramento de no volver a usar nunca más esas conexiones.
—Sabemos lo que valen tus promesas —repuso el abuelo.
—Teniendo en cuenta que la Esfinge es en estos momentos más mi enemigo que el vuestro, podéis fiaros mucho más de mí de lo que os imagináis. Soy lo bastante oportunista para darme cuenta de cuándo ha llegado el momento de cambiar de bando.
—Y para darte cuenta de cuándo puedes cometer un acto de traición lo suficientemente grave para que la Esfinge te reciba de nuevo con los brazos abiertos —dijo la abuela—. O tal vez la Esfinge está de verdad de nuestra parte, y el que te contrata a ti estaría encantado de verte regresar en cuanto lograses escabullirte.
—Suena muy retorcido —reconoció Vanessa.
—Vanessa —dijo el abuelo—, si no nos ayudas a salvar Fablehaven, podrías pasar el resto de la eternidad metida en esa caja.
—No hay prisión que dure eternamente —respondió ella—. Además, por muy ciegos que parezcáis estar, tarde o temprano llegaréis a la misma conclusión a la que llegué yo.
—Pues que sea temprano —replicó el abuelo, elevando la voz por primera vez—. Estoy a punto de decidir que la Caja Silenciosa es demasiado buena para ti. Podría organizarte una estancia en el Pasillo del Terror. Pronto dejaríamos de preocuparnos por tu capacidad para rondarnos durante el sueño.
Vanessa se puso pálida.
Seth no sabía mucho acerca del Pasillo del Terror. Había oído que estaba al otro lado de las mazmorras, detrás de una puerta de color rojo sangre, y que los prisioneros que había allí no necesitaban alimento. Al parecer, Vanessa sabía muchos más detalles que él.
—Os lo diré —dijo ella en señal de rendición—. Por descontado, preferiría ir al Pasillo del Terror antes que revelar la información fundamental que podría servirme para comprar mi libertad. Pero esto otro no es esa información. Tampoco os ayudará a estar más cerca de entender cómo empezó la epidemia, pero sí que arroja algo de luz sobre el tema de quién es el culpable. ¿Estáis seguros de que la Esfinge se llevó fuera de la reserva al anterior ocupante de la Caja Silenciosa?
—Los vimos marcharse… —empezó a decir la abuela, pero no terminó la frase.
—¿Los observasteis desde todos los ángulos durante todo el rato? —siguió diciendo Vanessa—. ¿Es posible que la Esfinge pudiese haber soltado al prisionero antes de cruzar la cancela?
El abuelo y la abuela se cruzaron una mirada. Entonces, él miró a Vanessa.
—Los vimos marcharse de aquí, pero no nos fijamos tanto como para estar seguros ahora de que te equivocas. Tu teoría es factible.
—Dadas las circunstancias —dijo Vanessa—, yo diría que probable. No cabe otra explicación.
Solo de imaginar a ese prisionero secreto recorriendo la reserva envuelto en tela de arpillera, volviendo oscuros a los nipsies y a las hadas, a Seth le entraron escalofríos. Tenía que reconocer que era la hipótesis más probable de las que habían barajado.
—¿Qué sabes del prisionero? —preguntó la abuela a Vanessa.
—No más que vosotros —respondió ella—. No tengo ni la menor idea de quién era ni de si fue quién inició la epidemia, pero, por mero proceso de eliminación, todo indica que el prisionero es el culpable. Y, desde luego, no deja nada bien a la Esfinge.
—Tienes razón, deberíamos haber visto esa posibilidad —dijo el abuelo—. Me pregunto si en el fondo será que aún no me he hecho a la idea de que la Esfinge podría ser nuestro mayor enemigo.
—Sigue siendo pura conjetura —les recordó la abuela, aunque sin mucha convicción.
—¿Tienes alguna otra información que pudiera servirnos de ayuda? —preguntó el abuelo.
—No para resolver el misterio de esta plaga —respondió Vanessa—. Necesitaría un poco de tiempo para poder analizar la situación en persona. Si me permitís que os ayude, estoy segura de que podría resultaros útil.
—Bastante pocos somos ahora como para tener que montar guardia frente a ti —respondió el abuelo.
—Vale —replicó Vanessa—. ¿Podríais llevaros esta vez las esposas?
Tanu las abrió y se las quitó.
Vanessa entró de nuevo en la caja. Guiñó un ojo a Seth. Él le sacó la lengua. La abuela cerró la puerta, la caja rotó y salió Dale.
—Empezaba a temer que todo esto fuese un elaborado montaje para libraros de mí —dijo, sacudiendo los brazos como si estuviese quitándose unas invisibles telas de araña.
—¿Se te ha hecho muy largo? —preguntó Seth.
—Lo suficiente —respondió Dale—. Ahí dentro pierdes la noción de las cosas. No se oye nada, no se ve nada, no hueles nada. Empiezas a no tener sensaciones. Te sientes como una mente sin cuerpo. Casi resulta relajante, pero no de una manera positiva. Empiezas a no saber ni quién eres. No me puedo imaginar cómo consigue Vanessa enlazar palabras para formar frases, después de pasarse semanas en ese vacío.
—No estoy segura de que haya algo capaz de dejarla muda —dijo la abuela—. Es una mujer sibilina donde las haya. Hagamos lo que hagamos, no debemos confiar en ella.
—Confiar no —replicó el abuelo—. Pero tal vez nos sea de más ayuda cuando necesitemos información. Se comporta como si estuviese guardándose alguna carta más en la manga, y como no tiene ni un pelo de tonta, seguramente se está guardando algo. ¿Cómo podemos descubrir la identidad del prisionero encapuchado?
—¿Podría Nero haber visto algo en su piedra mágica? —preguntó la abuela.
—Posiblemente —respondió el abuelo—. Si no, tal vez aún pueda.
—Iré yo a consultarle —se ofreció Seth. Su anterior visita al trol del precipicio había sido una pasada. El codicioso trol había querido quedarse con él para convertirle en su sirviente, a cambio de dejarles ver una piedra mágica con la que querían averiguar el paradero del abuelo.
—No harás nada de eso —dijo la abuela—. Una vez la idea de disfrutar de un masaje le convenció para ayudarnos. Podríamos tentarle con la misma propuesta.
—Conociendo a Nero, después de haber probado tus habilidades una vez, querrá que firmes como su masajista permanente antes de brindarse a ayudarnos —intervino el abuelo—. Cuando fuisteis, nunca antes había recibido un masaje. La clave para convencerlo fue lo novedoso de la idea. Demostrasteis que la curiosidad le motivaba más que las riquezas.
—¿Tal vez si le ofrecemos una poción especial? —propuso Tanu.
—¿O algo moderno? —probó Seth—. Como un teléfono móvil o una cámara…
El abuelo juntó las manos y se las acercó a los labios, como si estuviera rezando.
—No es fácil saber qué podría dar resultado, pero merece la pena probar con alguna cosa que vaya en esa línea. Con las criaturas transformadas por efecto de la plaga rondando por cualquier parte, solo llegar hasta Nero podría ser lo más difícil del plan.
—¿Y si Nero se ha visto afectado por la plaga también? —se preguntó Dale.
—Si la epidemia transforma criaturas de luz en criaturas oscuras, tal vez haga más oscuras a las que ya lo eran antes —conjeturó Tanu.
—A lo mejor tenemos más suerte si seguimos a Coulter —les recordó Seth a todos.
—No vamos a poder responder a esas preguntas hasta que optemos por alguna de las alternativas y corramos el riesgo —dijo el abuelo—. Consultémoslo con la almohada y mañana decidiremos.