5

Primera misión

Dougan y Warren encabezaban la marcha por el suntuoso pasillo principal. Al pasar por delante de una armadura, Kendra vio su propio reflejo deformado en el peto: una anónima máscara de plata bajo una capucha. Gavin se puso a su lado.

—Qué agradable haber podido conocernos tan bien —dijo en tono frío.

—No nos han dejado mucho tiempo —contestó Kendra.

—Yo no tartamudeo siempre, ¿sabes? La cosa empeora cuando me siento incómodo. Lo aborrezco. En cuanto empiezo a hablar, me concentro demasiado en las palabras y el problema crece como una bola de nieve.

—Tampoco es para tanto.

Continuaron en silencio por el pasillo. Con la vista hacia el suelo, Gavin se frotó la manga de la toga entre los dedos. El silencio se volvió incómodo.

—Qué pasada de castillo, ¿eh? —dijo Kendra.

—No está mal —respondió él—. Tiene gracia, estaba convencido de que sería el Caballero más joven, y resulta que prácticamente la primera persona a la que conozco me gana por dos años. A lo mejor resulta que el capitán es en realidad un chaval de tercero monstruosamente alto.

Kendra sonrió.

—En octubre cumplo quince años.

—Bueno, entonces me ganas por dieciocho meses. Debes de tener un gran talento.

—Supongo que eso debe de pensar alguien.

—No te sientas presionada a hablar de ello. Yo en realidad tampoco puedo decir nada del mío. —Casi habían llegado al final del pasillo. Gavin se frotó un lado de la máscara—. Estás máscaras son lo peor. Me dan claustrofobia instantánea. La idea sigue sin convencerme. A mí me parece que un traidor lo tendría más fácil con máscara. Pero supongo que esta gente lleva más tiempo en el tema que yo. El método ha de tener sus beneficios. ¿Sabes de qué va a ir la asamblea?

—No. ¿Tú?

—Un poco. D-D-D-Dougan mencionó que estaban preocupados con la Sociedad y la mejora de la seguridad.

Al final del pasillo cruzaron una majestuosa entrada que comunicaba con un espacioso salón de baile. Hileras de lucecitas blancas iluminaban la sala, y el reluciente piso de madera reflejaba suavemente la tenue iluminación. Había veinte mesas redondas repartidas por el salón, colocadas de manera que cada silla quedase lo más cerca posible de un atril montado sobre un escenario. Cada mesa contaba con seis sillas, y la mayoría de ellas estaban ocupadas por Caballeros. Kendra calculó que debía de haber en esos momentos un centenar de ellos, como mínimo.

Solo las mesas más alejadas de la tarima tenían alguna silla libre. Warren y Dougan se quedaron con las dos últimas sillas de una mesa que estaba más o menos en el centro del salón. Kendra, Gavin y Estelle cruzaron hasta la mesa de retaguardia que más lejos quedaba de la entrada, y ocuparon los tres asientos que quedaban libres. Apenas había Kendra arrimado la silla hacia delante, cuando los Caballeros se pusieron en pie todos a la vez. El capitán, iluminado por un foco, se adelantó hasta el atril, con su máscara de oro lanzando destellos. Los Caballeros prorrumpieron en aplausos.

El capitán les pidió mediante gestos que tomaran asiento. Los aplausos remitieron y los Caballeros se acomodaron en sus asientos.

—Gracias a todos por acudir a esta reunión con tan poco tiempo de aviso —dijo a través de un micrófono, su voz ahora había adquirido un todo de varón con cortante acento inglés—. Procuramos mantener las menos asambleas generales posibles, pero consideré que las recientes circunstancias justificaban una convocatoria extraordinaria. No todos los Caballeros con derecho a voto han podido asistir. Siete estaban ilocalizables, dos hospitalizados y doce estaban participando en actividades a las que otorgué más importancia que la reunión de hoy.

»Sabéis que no me gusta desperdiciar palabras. A lo largo de los últimos cinco años la Sociedad se ha tornado más activa que en cualquier otro periodo de la historia. Si siguen cayendo reservas al ritmo actual, dentro de veinte años no quedará ninguna operativa. Además, sabéis que algunos miembros de la Sociedad se han infiltrado en nuestra hermandad. No me refiero a fugas de información, hablo de miembros plenos de la Sociedad que están aquí entre nosotros, con sus máscaras y sus togas.

Esta última observación provocó revuelo y por toda la sala se extendió un murmullo entre los Caballeros. Kendra oyó a más de uno exclamar «¡Ultraje!».

El capitán levantó las manos.

—La traidora confirmada ha sido capturada y se ha evitado el peor daño que pretendía infligirnos. Es posible que algunos hayáis notado que esta noche no están presentes algunos viejos amigos. Es posible que algunos de ellos se cuenten entre los veintiún Caballeros que no han podido asistir por razones legítimas. Pero puede que otros se cuenten entre los diecisiete a los que he expulsado en los últimos dos meses.

Este anunció suscitó otra ola de comentarios en voz baja. El capitán aguardó a que cesara el cuchicheo.

—No estoy diciendo que todos estos fuesen unos traidores. Más bien, se trata de Caballeros con vínculos sospechosos, que han pasado demasiado tiempo confraternizando con sujetos de dudosa reputación. Son Caballeros que han tratado informaciones secretas con una libertad innecesaria. Que su sino nos sirva de aviso a todos. No toleraremos la revelación de ningún secreto ni permitiremos el menor asomo de deslealtad. Hay demasiado en juego y el peligro es demasiado real. Permitidme que lea el nombre de los Caballeros expulsados, por si intentasen sonsacarnos información a alguno de nosotros. —A continuación, pasó a leer la lista de los diecisiete nombres. A Kendra no le sonó ninguno.

—Si alguno de vosotros tiene motivos concretos por los que deba reconsiderar mi resolución en contra de algún sujeto determinado, le ruego que se sienta libre para consultarlo conmigo después de esta asamblea. No me resulta nada grato retirar el derecho a voto a un aliado. Todos estos Caballeros nos podrían haber sido de ayuda en los días, semanas, meses y años venideros. No es mi intención diezmar nuestras filas, pero prefiero estar más débil que estar tullido. Os pido a todos y cada uno que os marquéis nuevos niveles de lealtad, discreción y vigilancia. No desveléis ningún secreto, ni siquiera a otros Caballeros, salvo si la información es desesperadamente relevante para el receptor. Informad de cualquier actividad sospechosa, así como de toda nueva información secreta que pueda llegar a vosotros. Pese a nuestros más diligentes esfuerzos, podrían quedar traidores entre nosotros.

Hizo una pausa para que todos asimilaran sus palabras. La sala estaba en silencio.

—También os he convocado aquí esta noche para pediros información. Cada uno de vosotros ha oído hablar de las reservas escondidas que hay por todo el planeta. Aparte de ellas, hay ciertos refugios que no son muy conocidos, ni siquiera entre los Caballeros del Alba. Ni siquiera yo los conozco todos. Algunos de vosotros sabéis de algunos de estos sitios. Para mi indescriptible alarma, hasta nuestros santuarios más ocultos están siendo hoy día objeto de ataque. De hecho, están convirtiéndose rápidamente en el blanco de las actividades de la Sociedad. Os pido a los que sepáis la ubicación de alguno de estos refugios especiales, o que hayáis oído tan solo rumores sobre dónde puedan estar, que trasladéis dicha información a vuestro lugarteniente o directamente a mí. Incluso aunque estéis seguros de que estamos al corriente de todo lo que vosotros sabéis, os animo a comunicárnoslo. Prefiero escuchar informes redundantes que arriesgarme a obviar algún dato. Dado que la Sociedad está teniendo éxito a la hora de encontrar estos refugios extra confidenciales, ha llegado la hora de que los Caballeros adopten un papel más activo en su protección.

Se desató otra oleada de comentarios. Uno de los enmascarados de la mesa de Kendra murmuró:

—Sabía que iba a pasar.

A Kendra no le gustaba nada. Si la Esfinge era el capitán, además de un traidor, todo eso le daría ventaja. Podría transmitir toda la información que tuvieran los Caballeros del Alba a la Sociedad del Lucero de la Tarde. Lo único que podía hacer era esperar estar equivocada.

—Permitidme que finalice mis observaciones destacando el lado positivo. Todos los indicios apuntan a que nos adentramos en el capítulo más tenebroso de nuestra larga historia.

Pero estamos haciendo frente a la situación. En medio de una cantidad cada vez mayor de pruebas, seguimos apuntándonos victorias fundamentales y seguimos un paso por delante de nuestros adversarios. No debemos relajar nuestros esfuerzos. Solo con infatigable diligencia y acciones de heroísmo diarias superaremos a nuestros oponentes. Son determinados, son pacientes, son listos. Pero yo os conozco a cada uno de vosotros y sé que estamos a la altura del desafío. Es posible que esta próxima temporada sea nuestra etapa más oscura, pero estoy seguro de que también será nuestro apogeo. Están en marcha los preparativos para capear el inminente temporal. A muchos de vosotros se os encomendará esta noche una nueva misión.

Os hemos exigido mucho. Os exigimos mucho. Os exigiremos mucho. Aplaudo vuestro valor del pasado, del presente y del futuro. Gracias.

Mientras el capitán bajaba de la tarima, Kendra se levantó para unirse a la ovación general. Aplaudió con las manos, pero no con el corazón. ¿Realmente iban un paso por delante de la Sociedad del Lucero de la Tarde? ¿O acababa de escuchar al cabecilla de la Sociedad lanzando una perorata disfrazado?

Gavin se inclinó hacia ella.

—Un discurso bastante bueno. Bonito y breve.

Ella asintió con la cabeza.

Los aplausos cesaron y los Caballeros empezaron a abandonar las mesas. Gavin y Estelle se fueron andando y Kendra se encontró rodeada de desconocidos enmascarados. Se dirigió hacia una pared cercana, cubierta con un cortinaje, y encontró una puerta de cristal que daba al exterior. Probó a abrirla con el picaporte, vio que no estaba cerrada con llave y salió a la noche.

Por encima de su cabeza, más allá de un techo de malla, las estrellas iluminaban un cielo sin luna como infinitos puntitos de luz. Kendra se encontró en una pequeña habitación rodeada de mosquiteras, con una puerta al fondo. Cruzó la puerta y entró en una enorme jaula protegida por más mosquiteras. Por todas partes crecía una frondosa vegetación, con numerosos árboles y helechos. Un riachuelo serpenteaba entre las plantas que cruzaban por encima varios caminos de trazado curvilíneo. Un intenso perfume a flores llenaba el aire.

A través de la espesura enjaulada, desprendiendo una luz tenue entre las ramas y las hojas, volaban de acá para allá una exótica variedad de hadas. Varias de ellas se habían congregado sobre una zona en la que el arroyo se remansaba y se dedicaban a mirar su luminoso reflejo. La mayor parte de las hadas tenían unas alas fuera de lo común y colores insólitos. Sus largas colas de gasa titilaban en la oscuridad. Un hada gris cubierta de pelusilla, con alas de polilla y penacho de vello rosa, se había posado en una rama cercana. Un hada blanca y resplandeciente voló al interior de una flor bulbosa, transformándola en un delicado farolillo.

Un par de hadas salieron disparadas hacia Kendra y se quedaron suspendidas en el aire delante de ella. Una era de grandes dimensiones y estaba cubierta de plumaje, con la cabeza enmarcada en un rico abanico de plumas. La otra tenía la piel muy oscura y unas preciosas alas de mariposa tigre. Al principio Kendra pensó que estaban dedicándole una atención poco común, pero entonces cayó en la cuenta de que en realidad estaban disfrutando mirando su propio reflejo en su máscara.

Recordó que el señor y la señora Fairbanks eran coleccionistas de hadas. Por supuesto, las hadas no podían conservarse en el interior de la vivienda: si un hada capturada pasaba encerrada una noche, se transformaba en diablillo. Al parecer, la inmensa jaula no podía considerarse un recinto cerrado.

—La curva de la máscara hace que tu cabeza parezca gorda —se rio el hada plumada burlándose de la otra.

—Desde donde yo estoy, tu trasero parece un bombo —se burló a su vez el hada atigrada.

—Vamos, chicas —dijo Kendra—, portaos bien.

Las hadas se quedaron patidifusas.

—¿Has oído eso? —dijo el hada plumada—. ¡Lo ha dicho en perfecto silviano!

Kendra había hablado en inglés, pero como ahora pertenecía a la familia de las hadas muchas criaturas mágicas oían sus palabras en su lengua nativa. Así había conversado con hadas, diablillos, trasgos, náyades y duendes.

—Quítate la máscara —ordenó el hada atigrada.

—Se supone que no debo hacerlo —respondió Kendra.

—Bobadas —insistió el hada del plumaje—, muéstranos tu rostro.

—No hay humanos por aquí —añadió el hada atigrada.

Kendra se levantó la máscara para dejarles ver rápidamente su cara antes de taparse de nuevo el rostro.

—Eres ella —dijo con gran asombro el hada plumada.

—Entonces, era cierto —exclamó con un gritito el hada atigrada—. La reina ha elegido a una sierva humana.

—¿Qué queréis decir? —se extrañó Kendra.

—No te hagas la interesante —le riñó el hada plumada.

—No me lo hago —replicó Kendra—. Nunca me habían dicho nada de que era sierva de nadie.

—Vuelve a quitarte la máscara —dijo el hada de rayas.

Kendra se levantó el antifaz. El hada atigrada extendió una mano.

—¿Puedo? —preguntó.

Kendra asintió.

El hada puso su diminuta palma contra la mejilla de Kendra. Poco a poco, el hada fue cobrando luminosidad y acabó emitiendo franjas anaranjadas de luz por todo el follaje que la rodeaba. Kendra entrecerró los ojos para protegerse del intenso brillo.

El hada de rayas apartó la mano y se alejó volando, pero la intensidad de su irradiación solo se debilitó ligeramente. Otras hadas se arremolinaron cerca de ella y se quedaron revoloteando, curiosas.

—Estás resplandeciente —dijo Kendra, levantando una mano para protegerse los ojos.

—¿Yo? —El hada de rayas se rio—. Ninguna de estas me está mirando a mí. Yo apenas soy la luna reflejando la luz del sol.

—Yo no brillo —dijo Kendra, percatándose de que las veinte hadas que las rodeaban estaban mirándola a ella.

—No en el mismo espectro que yo —la corrigió el hada atigrada—. Pero tú brillas muchísimo más que yo. Si estuvieses irradiando en el mismo espectro que yo, nos habríamos quedado todas ciegas.

—¿Te encuentras bien, Yolie? —preguntó el hada plumada.

—Creo que me he pasado, Larina —respondió el hada atigrada—. ¿Te importa que comparta la chispa contigo?

El hada de las plumas se acercó volando al hada de rayas. Yolie besó al hada de las plumas en la frente. Larina resplandeció con más intensidad, al tiempo que el hada de rayas se apagaba levemente. Cuando se separaron, su luminosidad era prácticamente igual. Larina examinó la intensificada vibración de sus plumas multicolor. Una brillante aura la envolvía con todas las tonalidades del arco iris.

—¡Espléndido! —exclamó.

—Esto es más fácil de manejar —dijo Yolie, resplandeciendo aún.

—¿De verdad es una sierva humana? —preguntó la rutilante hada blanca que había iluminado la flor.

—¿Es que puede haber alguna duda? —exclamó Larina.

—¿Te has vuelto más brillante por haberme tocado? —preguntó Kendra.

—Eres un depósito de energía mágica como no había visto nunca —dijo Yolie—. Tú misma tienes que notarlo, ¿no?

—En absoluto —dijo Kendra. Sin embargo, sabía que tenía energía mágica en su interior. ¿Cómo si no era capaz de recargar reliquias mágicas descargadas? Kendra miró por encima del hombro en dirección a la puerta mosquitera que tenía detrás y a las puertas de cristal tapadas con el cortinaje. ¿Qué pasaría si salía alguien mientras ella estaba sin la máscara en la cara y hablando con las hadas? Kendra volvió a ponerse el antifaz—. Por favor, no les digáis nada de mí a las otras personas. Debo mantener en secreto mi identidad.

—No diremos nada —prometió Larina.

—Será mejor que difuminemos nuestra energía —propuso Yolie—. Brillamos en exceso. La diferencia salta a la vista.

—¿En las plantas? —sugirió Larina. Yolie rio con una risilla ahogada.

—El jardín florecería demasiado deprisa. El exceso de energía resultaría inconfundible. Deberíamos repartirla entre nosotras mismas, y luego pasarles solo un poquito a las plantas.

Las hadas que se habían agrupado alrededor prorrumpieron en expresiones de alegría, y a continuación se apiñaron junto a las dos más brillantes. El intercambio de besos duró hasta que todas las hadas resplandecieron solo con algo más de brillo que al principio.

—¿Quieres decirnos algo? —preguntó Larina.

—Gracias por guardarme el secreto —dijo Kendra.

—Podrías convertirlo en una orden en nombre de la reina —le sugirió Yolie.

—¿Una orden?

—Claro, si quieres que guardemos el secreto.

Varias hadas lanzaron una mirada a Yolie. Algunas se estremecieron de rabia.

—Vale —dijo Kendra no muy segura—. Os ordeno en nombre de la reina que mantengáis en secreto mi identidad.

—¿Hay algo más que podamos hacer por ti? —preguntó Larina—. La vida aquí es terriblemente aburrida.

—Siempre podría venirme bien cualquier información que podáis proporcionarme —dijo Kendra—. ¿Qué sabéis sobre el capitán de los Caballeros del Alba?

—¿Los Caballeros del Alba? —preguntó Larina—. ¿A quién le pueden interesar lo más mínimo?

—Yo soy Caballero —respondió Kendra.

—Discúlpanos —dijo Yolie—. La mayoría de los asuntos de los mortales nos resultan bastante… triviales.

—Os aseguro que mi pregunta no tiene nada de trivial —dijo Kendra.

—No hemos prestado suficiente atención a los Caballeros como para saber lo que nos preguntas —se disculpó Larina—. Lo único que sabemos de ellos es que Wesley Fairbanks daría toda su fortuna por convertirse en uno.

—¿Son buena gente el señor y la señora Fairbanks? —preguntó Kendra.

—Que nosotras sepamos, sí —dijo Yolie—. Nos tratan bondadosamente y tienen con nosotras todas las consideraciones imaginables. Algunas incluso hemos accedido a hablar con Marión en inglés alguna que otra vez.

—¿Tienen algún secreto? —preguntó Kendra.

Todas las hadas se miraron entre sí, como esperando que alguna pudiese saber algo.

—Me temo que no —dijo Yolie finalmente—. Este matrimonio sabe muy poco sobre nuestra especie. Para ellos somos simplemente una rareza maravillosa. A lo mejor podemos hacer correr la voz para ver si alguien sabe quién es el capitán de los Caballeros del Alba.

—Os lo agradecería —dijo Kendra—. Por casualidad no sabréis nada sobre las reservas de hadas secretas, ¿verdad?

Kendra oyó una puerta que se abría a su espalda. Se dio la vuelta de un brinco y vio que alguien con capa y máscara de plata venía corriendo hacia la puerta de mosquitera. Kendra se humedeció los labios, detrás de la máscara. ¿Quién podría ser?

—¿Kendra? —preguntó Warren—. Quieren anunciar tu misión.

—Vale —dijo ella, y se dio la vuelta rápidamente para volver a mirar a las hadas—. ¿Las reservas secretas?

—Lo siento —dijo Larina—. No sabemos nada de reservas secretas. La mayor parte de nosotras venimos de entornos libres.

—Gracias por toda vuestra ayuda —dijo Kendra.

—Un placer —replicó Yolie con voz cantarina—. Ven a visitarnos otra vez.

Warren sostuvo abierta la puerta y Kendra salió.

—Da gracias porque no te haya visto nadie rodeada de hadas parlanchinas —dijo.

—No fue mi intención, en serio —se disculpó Kendra.

—Tanu y yo te vimos salir. Nos enzarzamos en una conversación para impedir que nadie pudiera salir por esa puerta. Estuve observándote entre las cortinas. ¿Has descubierto algo?

—No mucho. Salvo que al parecer estas hadas no recibieron el informe que les ordenaba ser antipáticas conmigo.

En parte, quería decirle más; pero solo los abuelos, Seth y la Esfinge sabían que ella era de la familia de las hadas. Revelar lo que le habían dicho las hadas sobre su posición de sierva de la reina quizás habría sido contar demasiado. La mayoría de sus amigos de Fablehaven creían que sus habilidades eran consecuencia de haber sido besada por las hadas, lo cual era algo menos insólito que su auténtica condición de hada.

Nadie había sido transformado en un ser de la familia de hadas desde hacía más de mil años, así que no había nadie que pudiese explicarle todo lo que implicaba aquello. Aunque sí sabía que significaba que las hadas habían compartido con ella su magia de tal manera que ahora la llevaba dentro, igual que ellas, nunca había oído decir que fuese además la sierva de la reina y no sabía qué implicaba todo ello. Sabía que formar parte de la familia de las hadas le permitía ver en la oscuridad, entender los idiomas relacionados con el silviano, resistirse a determinadas variantes de control mental, recargar objetos mágicos y al parecer transferir parte de su energía a las hadas. La Esfinge había dado a entender que seguramente tendría otras habilidades esperando a que las descubriera. Dado que sus habilidades podían convertirla en objetivo de individuos deseosos de explotar sus dones, el abuelo insistió en mantener en secreto su condición de hada incluso frente a los amigos de confianza.

Warren abrió la puerta que daba a la sala de baile, donde esperaba un personaje alto y fornido.

—¿Está todo bien? —preguntó Tanu.

Warren asintió. Llevó a Kendra por el salón abarrotado hasta llegar de nuevo al majestuoso pasillo.

—¿Quién va a reunirse con nosotros? —preguntó Kendra.

—Tu lugarteniente —respondió Warren—. Si te ha citado tan deprisa, debe de ser porque la misión es importante. Todos los Caballeros están ansiosos por hablar con el capitán y sus lugartenientes.

—¿Qué te ha parecido el discurso del capitán? —preguntó Kendra.

—Ya hablaremos de eso, en privado.

Volvieron a la misma habitación en la que un rato antes habían estado con el capitán. Un desconocido con máscara de filo de oro aguardaba de pie junto a la chimenea. En cuanto Warren y Kendra cerraron la puerta, Dougan se quitó el antifaz e instó a Kendra y Warren a hacer lo mismo.

—¿Cómo has vivido tu primera asamblea como Caballero? —preguntó Dougan a Kendra.

—Me inquietó —reconoció ella.

—Bien, de eso se trataba —dijo él—. Ahora más que nunca, debemos mantenernos alerta. ¿Estás preparada para tu misión?

—Desde luego —respondió Kendra.

Dougan les indicó un sofá. Warren y Kendra se sentaron juntos. Dougan permaneció de pie, con las manos entrelazadas a la espalda.

—Warren, ¿has oído hablar de Meseta Perdida?

Warren frunció el ceño.

—No puedo decir que sí.

—Sin duda, conoces algunas de las reservas secretas, como Fablehaven —dijo—. Meseta Perdida es otra de ellas.

—El refugio de Arizona —dedujo Warren—. Sé de su existencia, pero nunca había oído mencionarlo por su nombre. Nunca he estado allí.

—Meseta Perdida se encuentra en territorio de los navajos. ¿Qué sabes de los objetos mágicos escondidos en las reservas secretas?

—Existen cinco reservas secretas y cada una tiene un objeto mágico escondido —dijo Kendra—. Juntos, los objetos mágicos pueden abrir Zzyzx, la principal prisión de demonios.

—El capitán me dijo que lo sabrías —admitió Dougan—. Proteger esos objetos mágicos de todo uso indebido es la prioridad número uno de los Caballeros del Alba. Tenemos firmes motivos para sospechar que la Sociedad se ha enterado de la ubicación de Meseta Perdida.

Hemos enviado a una reducida expedición para que vaya a recuperar el objeto mágico que se encuentra allí, con el fin de trasladarlo a un refugio más seguro. El grupo se ha topado con algunos problemas, por lo que he de desplazarme personalmente allí para completar la operación. Necesito que Kendra venga conmigo, para poder recargar el objeto antes de que lo saquemos. Tenemos entendido que posee esa habilidad.

Warren levantó una mano.

—Unas preguntas. En primer lugar, ¿con qué clase de problemas se ha topado la expedición actual?

—Hallaron las cavernas en las que está escondido el objeto mágico —dijo Dougan—. Ninguno de los tres logró superar las trampas que protegen el preciado objeto. Uno de los miembros del equipo perdió la vida y otro quedó gravemente herido.

—Pues no parece la situación más idónea para involucrar a una niña de catorce años —repuso Warren—. Exactamente, ¿por qué necesitáis recargar el objeto mágico?

—El capitán cree que si el objeto mágico funciona, podemos utilizar su poder para esconderlo mejor.

—¿Él sabe de qué objeto se trata?

—Él o ella no lo sabe —respondió Dougan.

—¿Activar los objetos mágicos no los hace mucho más peligrosos si caen en las manos equivocadas?

Dougan se cruzó de brazos.

—¿De verdad crees que la Sociedad no encontrará la manera de cargarlos si alguna vez les echan el guante encima? Como poco, recargar los objetos mágicos ahora colocará a Kendra en una situación más segura. La Sociedad dejará de perseguirla para que active las llaves de su prisión.

Warren se levantó del sofá y se pasó las manos por la cara, de arriba abajo.

—Dougan, sé franco conmigo: ¿El capitán es la Esfinge?

Se quedó mirando al lugarteniente con una mirada intensa.

—Esa es una de las muchas teorías —sonrió Dougan—. Ninguna de las teorías que he oído da en el clavo.

—Eso es justamente lo que yo diría si estuviese tratando de esconder la verdad, especialmente si una de las teorías fuese acertada.

—También es lo que dirías si todas las teorías fuesen falsas —replicó Dougan—. Warren, debo advertírtelo: esta clase de preguntas es inaceptable.

Warren sacudió la cabeza.

—No puedo extenderme en las razones, pero la pregunta es pertinente. A mí me da igual quién sea el capitán, siempre y cuando no sea la Esfinge. Solo júrame que no lo es.

—Yo no voy a jurar ni una cosa ni otra. No me presiones, Warren. Tendré que hablar con el capitán acerca de tu repentino interés por su identidad. No hagas las cosas más difíciles. Presté un juramento. Por todo lo que está en juego, no puedo revelar nada relacionado con él.

—Entonces, Kendra no va a ir a Meseta Perdida —contestó Warren—. Si es necesario, renunciará a su condición de Caballero. —Warren se volvió para mirarla—. ¿Te molestaría haber tenido la trayectoria más breve de la historia de los Caballeros del Alba?

—Haré lo que consideres que es lo mejor —le respondió Kendra.

—No me gusta recurrir a la mano dura —gruñó Dougan.

—Y a mí no me gusta que me oculten información —replicó Warren—. Dougan, me conoces. No pido información secreta solo por satisfacer mi curiosidad. Tengo motivos.

Dougan se frotó la frente.

—Escuchad: ¿Prometéis los dos mantener en secreto lo que os voy a decir? ¡Ni una palabra a nadie!

—Lo prometo —dijo Warren.

Kendra asintió con la cabeza.

—El capitán no es la Esfinge —dijo Dougan—. Nos gusta ese rumor, porque distrae a la gente de la verdad, así que no lo desmentimos. Y ahora contadme: ¿Qué importancia tiene?

—¿Qué sabes sobre los sucesos ocurridos en Fablehaven este mismo verano? —preguntó Warren.

—¿Fueron sucesos fuera de lo normal? —preguntó Dougan a su vez.

—Pues no te lo puedo decir —dijo Warren—. No es nada del otro jueves, solo estaba siendo exageradamente precavido. Trato de serlo cuando está en juego el destino del planeta. Si el capitán considera adecuado informarte sobre lo que pasó, a lo mejor podemos volver a hablar del asunto.

—Te escucho. Te he contado lo que querías saber. ¿Estás dispuesto a quedarte al margen y dejar que Kendra venga conmigo a Meseta Perdida?

—¿Quién más va?

—Solo Kendra, Gavin y yo.

—¿El chico nuevo?

—Hemos reclutado a Gavin porque necesitamos su ayuda para avanzar por las cavernas —le explicó Dougan—. ¿Te mantendrás al margen?

—No. Pero si me prometes que Kendra no se acercará a las cavernas, y si me dejas ir con vosotros y ella está de acuerdo, me lo pensaré. Incluso podría veniros bien tenerme cerca. No se me da del todo mal superar trampas.

—Tendré que consultarlo con el capitán —dijo Dougan.

—Es comprensible —accedió Warren—. Yo tendré que hablar con Kendra en privado para sopesar hasta qué punto está dispuesta a ir.

—Muy bien —respondió Dougan, que volvió a colocarse la máscara y se dirigió a grandes pasos hacia la puerta—. No os mováis, vuelvo enseguida. —Salió.

Warren se agachó al lado de Kendra.

—¿Qué opinas? —susurró.

—¿La habitación podría tener micros ocultos?

—Lo dudo. Pero no es imposible.

—No lo sé —dijo Kendra—. Sigue preocupándome que quizá Vanessa nos esté haciendo perseguir fantasmas. Si la Esfinge estuviese de nuestra parte y si tú vinieses con nosotros, iría sin pensármelo, sin ningún problema.

—Esto es lo que pienso yo —susurró Warren—, si la Esfinge es amigo, por supuesto que estaré encantado de echar una mano, pero si es enemigo, todavía será más importante que yo vaya a esa reserva. El hecho de que estén buscando otro objeto mágico me resulta tremendamente sospechoso, sobre todo porque al parecer quieren recargarlo. Aún no estoy convencido de que el capitán no sea la Esfinge. Dougan es un buen tipo, pero mentiría para proteger un secreto de tal magnitud. Aunque el capitán no sea la Esfinge, podría perfectamente estar actuando como un títere. La Esfinge intercambia secretos con los Caballeros con frecuencia.

—La Esfinge podría estar de nuestra parte —le recordó Kendra.

—Podría ser —respondió Warren—. Pero si estuviera de nuestra parte, no puedo imaginármela queriendo que otras personas, incluido yo, conozcan la ubicación de tantos objetos mágicos. Unido a las acusaciones de Vanessa, la idea de buscar varios objetos escondidos en un periodo de tiempo tan corto me huele a chamusquina. Al fin y al cabo, los escondieron por separado por alguna razón. —Se acercó aún más a ella y casi rozó su oreja con los labios, hablando con el susurro más bajo que Kendra pudiera imaginar—. Necesito entrar en esa reserva, no para ayudarle a recuperar el objeto, sino para recuperarlo yo. Seguramente supondrá el fin de mi vínculo con los Caballeros del Alba, pero nadie debería conocer la ubicación de tantos objetos secretos, especialmente si hay sospechas de que pudiera ser nuestro enemigo.

—Entonces, deberíamos ir —concluyó Kendra.

—Esto te complica mucho las cosas —continuó Warren con su tenue susurro—. Sería arriesgado ir simplemente a Meseta Perdida y ayudarlos a sacar el objeto mágico, ¡por no hablar de intentar robárselo a ellos después! Tú puedes simular que no sabes nada. No te implicaré directamente. Haré que parezca que estaba aprovechándome de mi posición como protector tuyo para obtener mis propios fines. Hay una posibilidad de que Dougan quiera hacerte responsable. No puedo garantizar tu integridad física, pero nos aseguraremos de que Tanu, Coulter y Stan sepan dónde estás para que puedan estar seguros de que sales de esto sana y salva.

Kendra cerró los ojos y se puso una mano en la frente. Se le encogió el estómago solo de pensar en intentar llevar a cabo el plan. Pero si la Sociedad acababa abriendo Zzyzx, sería el fin del mundo tal como ella lo conocía. Por impedirlo, merecía la pena correr un riesgo espantoso, ¿no?

—Vale —dijo Kendra—. Si puedes venir, hagámoslo.

—Detesto ponerte en esta situación —susurró Warren—. Stan me retorcería el pescuezo. Pero por mucho que aborrezca los riesgos, y por mucho que podamos estar equivocados, creo que debemos intentarlo.

La chica asintió.

Permanecieron un rato en silencio, sentados, escuchando los chasquidos y chisporroteos de los troncos en el fuego de la chimenea. Aunque la espera se alargó mucho más de lo que Kendra había imaginado, no sintió ni pizca de aburrimiento. Su mente no paraba de analizar una y otra vez la situación, tratando de anticipar cómo acabaría todo. Era imposible predecirlo, pero se encontró manteniéndose firme en su resolución de ir con Warren a Meseta Perdida para ver qué podían descubrir. Y tal vez qué podían robar.

Casi una hora después regresó Dougan, que se quitó la máscara al entrar por la puerta.

—Disculpad la espera —dijo—. El capitán está desbordado de trabajo en estos momentos. Me ha dicho que hubo una serie de circunstancias que yo no podía conocer y que tenían que ver con ciertos problemas ocurridos en Fablehaven que justificarían que fueseis más precavidos de lo normal. Warren, si Kendra está dispuesta a embarcar para Meseta Perdida mañana por la mañana, no tendremos problema en que la acompañes.

Warren y Dougan miraron a Kendra.

—Por mí fenomenal —dijo ella, y lo lamentó un poquito por Tanu y Coulter; se lo explicaran como se lo explicaran a los abuelos, ¡se iban a molestar muchísimo!