24
Despedidas
Dos días después, Kendra estaba tumbada de espaldas detrás de un seto del jardín, escuchando a hurtadillas fragmentos de conversaciones de las hadas. A su alrededor el jardín estaba lleno de flores, más espléndido que nunca, como si las hadas estuviesen tratando de disculparse. Había oído a unas lamentándose por la pérdida de su estado oscurecido. Por lo que Kendra había observado, solo las criaturas que habían disfrutado siendo oscuras conservaban algún recuerdo de la experiencia.
Kendra oyó que se abría la puerta trasera de la casa. Alguien más venía a animarla.
¡¿Por qué no la dejaban en paz?! Todos lo habían intentado: el abuelo, la abuela, Seth, Warren, Tanu, Dale y hasta Coulter. Nada de lo que pudiera decirle nadie iba a eliminar que se sintiera culpable por haber matado a Lena. Por supuesto, había sido una situación desesperada y, sí, quizás había sido su última esperanza, pero, aun así, si no le hubiese lanzado la piedra, Lena no habría muerto.
Nadie la llamó desde el porche. Oyó unas pisadas en la terraza.
¿Por qué no podían tratarla como a Patton? Él, sin decir nada, había dejado claro que necesitaba tiempo para llorar su pérdida, y nadie le había incordiado. Había llevado el cuerpo de Lena al estanque, lo había colocado delicadamente dentro de una barca, había prendido fuego a la embarcación y se había quedado mirando mientras el fuego la consumía. Esa noche había dormido bajo las estrellas. Al día siguiente, después de que hubiesen descubierto que los brownies recuperados habían retirado todas las trampas y habían arreglado los desperfectos de la casa, Patton había pasado prácticamente todo el día a solas en su cuarto. Cuando eligió libremente relacionarse con los demás, se le veía apagado. No mencionó a Lena, ni nadie habló de ella.
Kendra no se sentía totalmente desdichada. Le llenaba de un inconmensurable gozo que algunas dríades hubiesen encontrado a la abuela, al abuelo, a Warren, a Dale y a Tanu, encerrados en una jaula en lo más profundo del bosque, ilesos, al lado de un viejo tocón. Estaba feliz de que todas las criaturas oscuras hubiesen recuperado su estado original, que los sátiros y las dríades retozasen de nuevo por el bosque y que los nipsies estuviesen de vuelta en su colina vaciada por dentro, reconstruyendo sus reinos. Se sentía aliviada porque Ephira ya no supusiera ninguna amenaza, porque la plaga hubiese resultado derrotada, y porque Kurisock hubiese muerto. Le parecía muy apropiado que el demonio tuviese que terminar sus días en forma de masa irreconocible de engrudo oscuro.
El precio de la victoria y el papel que ella misma había desempeñado eran lo que impedían a Kendra disfrutar realmente del triunfo. No solo lloraba la muerte de Lena y de Pezuña Ancha, sino que no podía acallar ciertos interrogantes que la asediaban una y otra vez.
¿Y si hubiese saltado de lomos de Pezuña Ancha antes de que muriese, permitiendo así que se transformase en un ser oscuro en vez de dejarlo atrapado entre la luz y las tinieblas hasta que el esfuerzo de la lucha acabó con él? ¿Y si hubiese usado valientemente la piedra para hacer retroceder a Ephira, y hubiese destruido ella misma el clavo a continuación?
—Kendra —dijo una voz ligeramente ronca.
Se incorporó. Era Patton. Seguía con la ropa destrozada, pero la había lavado.
—Pensé que no volvería a verte.
Entrelazó los dedos detrás de la espalda.
—Casi han transcurrido mis tres días. Pronto regresaré a mi verdadera época. Pero antes quería hablar contigo.
¡Era cierto! Se iría enseguida. Kendra de pronto recordó que había pensado hablar con él antes de que se marchase.
—La Esfinge —dijo Kendra rápidamente—. Tal vez podrías impedir que se produzcan un montón de problemas, seguramente él es…
Patton levantó un dedo.
—Ya he hablado con tu abuelo sobre ese tema. De hecho, hace escasos minutos. Yo nunca me fie realmente de la Esfinge, aunque si piensas que hoy en día es escurridizo, deberías probar a dar con su paradero en mis tiempos. Solo le he visto una vez, y no fue cosa fácil. En mis tiempos, mucha gente cree que la Sociedad del Lucero de la Tarde ha desaparecido de una vez por todas. Desde lejos, la Esfinge ha sido muy buena con nosotros, los encargados de reservas. Será difícil dar con su paradero, y más complicado aún recabar apoyos contra él. Veré lo que puedo hacer.
Kendra asintió en silencio. Bajó la vista hacia la hierba y se armó de valor. Alzó la mirada, con los ojos tan bañados en lágrimas que casi no podía ver nada.
—Patton, lo siento mucho…
Nuevamente, él levantó un dedo para que no siguiese hablando.
—No digas nada más. Estuviste magnífica.
—Pero si yo…
Él movió el dedo negativamente.
—No, Kendra, no tenías otra opción.
—Pezuña Ancha… —murmuró Kendra.
—Ninguno de nosotros podía imaginar que pasaría eso. Nos enfrentábamos a unos poderes desconocidos hasta ese momento.
—A mi alrededor mucha gente muere —susurró Kendra.
—Lo estás interpretando todo al revés —dijo él con firmeza—. A tu alrededor hay muchas personas que deberían haber muerto y que siguen con vida. Las sombras retornan a la luz. Lena y tú nos salvasteis a todos. Hubiese preferido ser yo quien hubiese dado mi vida, hubiese dado lo que fuera, cualquier cosa, pero lamentarse ahora es inútil.
—¿Estás bien?
Patton exhaló aire con fuerza, entre la risa y el sollozo. Se pasó un dedo por el bigote y dijo:
—Trato de no revivir ahora cómo podría haber destruido el clavo yo, en vez de haber arrojado el guijarro. Trato de no obsesionarme por haberle fallado a mi prometida. —Hizo una pausa; los músculos de la mandíbula se le tensaban con leves espasmos—. Debo seguir adelante. Tengo un encargo nuevo que cumplir. Una misión nueva. Amar a Lena el resto de su vida tal como ella se merece. No volver a dudar nunca más de su amor ni del mío hacia ella. Darle todo mi ser, día tras día, sin desfallecer. Mantener en secreto cómo será su final, mientras honro por siempre jamás su sacrificio. Me hallo en una situación única: la he perdido y, aun así, la tengo todavía conmigo.
Kendra asintió, tratando de contener las lágrimas por respeto a él.
—Tendréis una larga vida juntos llena de dicha.
—Eso espero —dijo Patton. Sonriendo afectuosamente, alargó un brazo y la estrechó hacia él—. Si yo he dejado de llorar su muerte, es hora de que tú también dejes de hacerlo. Fue una situación de vida o muerte. Todos nosotros podríamos haber muerto. Tomaste la decisión acertada.
No era el primero que trataba de convencerla de eso. Pero solo entonces, cuando Patton se lo dijo, creyó que podría ser cierto.
Se levantó y tiró de ella.
—Vuestro chófer ya está aquí.
—¿Nuestro chófer? —preguntó Kendra—. ¿Ya?
Caminaron hacia el porche.
—Dentro de nada serán las doce de la mañana —dijo Patton—. Antes le oí decir que tiene noticias. No dejé que me viera.
—¿Crees que debería volver a mi casa? —preguntó Kendra.
—Tus abuelos tienen razón —la tranquilizó—. Es la mejor opción. No podéis seguir lejos de vuestros padres por más tiempo. Estaréis bajo la vigilancia constante de amigos que os aprecian y se preocupan por vosotros, en casa, en el colegio, allá donde vayáis.
Kendra asintió con la cabeza, aunque con escasa convicción. Patton se detuvo delante de la escalera del porche.
—¿No entras conmigo? —le instó Kendra.
—Voy a acercarme al estanque por última vez —dijo Patton—. Ya me he despedido de los demás.
—Entonces se acabó.
—No del todo —dijo Patton—. Esta mañana tuve una conversación privada con Vanessa. Metí por un tiempo a uno de los trasgos en la Caja Silenciosa. Es una mujer dura, no conseguí sacarle nada. Creo que tiene información útil. En algún momento, si todo lo demás resulta infructuoso, podrías plantearte negociar con ella. Pero no te fíes de esa mujer. A Stan le he dicho lo mismo.
—De acuerdo.
—Tengo entendido que descubriste mi Diario de secretos —dijo Patton.
—¿Era tuyo? No decía gran cosa.
Patton sonrió.
—Kendra, me decepcionas. Escucha: fue tu abuelo el que escribió «Bebe la leche», no yo. Todo lo que yo dejé escrito en el diario está en el idioma secreto de las hadas, escrito con cera umita.
—¿Cera umita? —Kendra se dio un golpe en la frente con la palma de la mano—. No se me había ocurrido comprobarlo. No supe nada sobre la cera umita hasta un año después de haber dejado de prestar atención al diario.
—Bueno, pues vuelve a prestarle atención. No todos mis secretos están recogidos en él, pero encontrarás algunos que pueden resultarte útiles. Y, descuida, que seguiré anotando más. Los tiempos turbulentos no han acabado, ni mucho menos, para ti y tu familia. Desde mi propia época, haré todo lo que esté en mi mano.
—Gracias, Patton. —Resultaba reconfortante pensar que tendría noticias de él otra vez gracias al diario, y saber que tal vez pudiera encontrar la manera de ayudarla.
—Me alegro de que nos hayamos conocido, Kendra. —Le dio un fuerte abrazo—. Eres realmente una persona extraordinaria, mucho más allá de cualquier cosa que las hadas puedan haberte concedido. Vigila a ese hermanito tuyo. Si no lo matan antes, tal vez algún día él podría salvar el mundo.
—Lo haré. Yo también me alegro de que nos hayamos conocido. Adiós, Patton.
Él dio media vuelta y se alejó a paso ligero, mirando una vez hacia atrás para decirle adiós con la mano. Kendra le siguió con la mirada hasta que desapareció por el bosque.
Respirando hondo, Kendra cruzó el porche y entró en la casa por la puerta trasera.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamaron un montón de voces.
Kendra tardó unos segundos en comprender de qué iba esa enorme tarta con quince velas. Todavía faltaba un mes para su cumpleaños.
El abuelo, la abuela, Seth, Dale, Tanu y Coulter se pusieron a cantar todos a la vez.
Newel y Doren se encontraban también allí, añadiendo sus voces estruendosas a la canción.
Dougan cantaba en voz baja. Así pues, él era quien los iba a llevar de vuelta a casa. Cuando todos acabaron de cantar, Kendra apagó las velas de un soplido. La abuela le sacó una foto.
—¡Faltan semanas para mi cumpleaños! —les riñó Kendra.
—Eso les he dicho yo —se rio Seth—. Pero querían celebrarlo ahora, porque no estarán contigo el día oficial.
Kendra sonrió a sus amigos y parientes. Sospechaba que la celebración tenía más que ver con su reciente mal humor que con festejar el día en que nació. Sonrió.
—Esta una de las ventajas de celebrar una fiesta de cumpleaños con más de un mes de antelación: ¡qué me habéis sorprendido por completo! Gracias.
Seth se acercó a ella.
—¿Patton te ha subido los ánimos? —susurró—. Prometió que lo haría.
—Así es.
Seth negó con la cabeza.
—¡Ese sujeto puede con todo!
—Me he enterado de que Dougan tiene novedades —dijo Kendra.
—Pueden esperar —respondió Dougan—. No soporto interrumpir una ocasión feliz. Gavin te manda recuerdos, por cierto. Está en una misión; si no, habría venido conmigo para llevaros a casa.
—Si me haces esperar para conocer esas novedades, me voy a pasar todo el rato preguntándome de qué se trata —insistió Kendra.
—Estoy de acuerdo —la secundó Seth. Dougan se encogió de hombros.
—Stan ya sabe algo de esto, pero dado vuestro grado de implicación, a lo mejor puedo informaros a todos a la vez. O quizás debería decir a casi todos. —Hizo una pausa, mirando a Newel y Doren.
—Mi extremadamente sensible veleta social está detectando cierta brisa —dijo Newel.
—A lo mejor deberíamos retirarnos unos instantes —sugirió Doren—. Para tratar entre tú y yo unos asuntillos secretos.
Los dos sátiros se dirigieron a las puertas del salón.
—Grandes asuntos secretos —recalcó Newel—. De esa clase de secretos que te tienen casi toda la noche en vela mordiéndote las uñas.
—Unos secretos que te pondrían los pelos de punta —coincidió Doren.
Dougan aguardó a que los sátiros hubiesen salido del todo para anunciar con voz grave:
—La Esfinge es un traidor. Warren, perdona por haberte mentido cuando te dije que no era el capitán de los Caballeros del Alba. Había jurado que guardaría ese secreto. En aquel momento seguía pensando que era una información que merecía la pena proteger.
—¿Cómo confirmaste que era un traidor? —preguntó él.
—Hablé en privado con mis compañeros lugartenientes acerca del objeto mágico recuperado en Fablehaven. Ninguno había oído mencionar el asunto, lo cual supone una grave infracción del protocolo. Los cuatro fuimos a hablar con la Esfinge, preparados para apresarle. Él no se defendió, mientras nosotros le hablamos de las sospechosas circunstancias. Entonces se levantó lentamente y nos dijo que estaba decepcionado porque hubiésemos tardado tanto en recelar de él. Cogió una vara de cobre que había dejado en la mesa de su despacho y se esfumó, reemplazado por un hombre fornido que al instante arrojó la vara por la ventana, se transformó en un oso pardo enorme y nos atacó. Luchar contra aquel animal en un recinto tan pequeño resultó muy peligroso. Travis Wright resultó gravemente herido. En lugar de intentar capturar a nuestro enemigo, nos vimos obligados a matar a aquella bestia. Para cuando quisimos ir tras la Esfinge, ya no hubo forma de encontrarle.
—Entonces, es verdad —murmuró Coulter, alicaído—. La Esfinge es nuestro mayor enemigo.
—¡Y fue culpa mía que escapase! —exclamó Kendra—. ¡Yo volví a cargar de energía la vara con la que se teletransportó!
El abuelo negó con la cabeza.
—Si no hubiese tenido la vara en su poder, la Esfinge se habría valido de otras estrategias para huir.
—¿Y qué hay del señor Lich, el guardaespaldas? —preguntó Seth.
—Hace días que nadie ha visto al señor Lich, y no ha vuelto a aparecer —informó Dougan.
—Ahora que la Esfinge ha desvelado de qué bando está verdaderamente, es posible que acelere sus planes —dijo la abuela—. Tendremos que estar preparados para cualquier cosa.
—Ahí no acaban las noticias preocupantes —anunció el abuelo.
Dougan arrugó la frente.
—Meseta Perdida ha caído. Que sepamos, solo han sobrevivido Hal y su hija, Mara.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Kendra, atónita.
—Hal me contó lo sucedido —dijo Dougan—. En primer lugar, un dragón de cobre se escapó del laberinto de debajo de la meseta y atacó la casa principal con sus llamaradas. Luego, varios de los esqueletos del museo que hay en la finca cobraron vida y se lanzaron a la carga por su cuenta. Un enorme esqueleto de dragón fue el que más daños causó, seguramente reanimado por un poderoso viviblix. También se escaparon varias docenas de zombis. Al igual que aquí, en Fablehaven, alguien quiso que la reserva quedase cerrada por siempre jamás. En Meseta Perdida el plan dio resultado.
—Tal como Vanessa nos dijo —murmuró Kendra—, cuando la Esfinge comete un crimen, quema toda la zona de alrededor para borrar su rastro.
—Nosotros dejamos a aquella dragona bien encerrada dentro de la meseta —dijo Warren—. Nosotros mismos la encerramos.
—Lo sé —afirmó Dougan—. Sabotaje.
—¿Hay razones para sospechar de Hal o de Mara? —preguntó Warren.
—Alguna sospecha debe recaer en los supervivientes de un desastre semejante —respondió Dougan—. Pero se pusieron en contacto con nosotros voluntariamente, y su dolor por la muerte de Rosa y los demás parecía sincero. Si queréis que os dé mi opinión, sigue sin saberse quién ha sido el culpable.
—O tiene un nombre que hace honor a un monumento egipcio —dijo Seth con acritud.
Dougan bajó el mentón.
—Cierto. Probablemente la Esfinge diseñó el ataque, pero seguimos sin tener la certeza de quién ejecutó sus órdenes.
—Después de llevarse lo que quería de Fablehaven y de Meseta Perdida, trató de borrar del mapa las dos reservas —dijo Kendra abstraída.
—Aquí fracasó —dijo la abuela—. Y fracasará finalmente en todo su empeño.
Kendra deseó que aquellas palabras no hubiesen sonado tan vacías.
—Hacemos lo que podemos —afirmó Dougan—. Mantener un par de ojos puestos en Kendra y Seth a lo largo de los próximos meses constituirá nuestra principal prioridad. Ah, Kendra, antes de que se me olvide: Gavin me pidió que te diese esta carta. —Le tendió un sobre gris manchado.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamó Seth con maldad.
Kendra trató de no sonrojarse mientras se guardaba el sobre.
—Querida Kendra —empezó a improvisar Seth—, eres la única chica que me comprende, ¿sabes?, y creo que eres muy madura para tu edad…
—¿Un poco de tarta? —le interrumpió la abuela, tendiendo el primer trozo del pastel para Kendra y fulminando a Seth con la mirada.
La chica aceptó el trozo de tarta y se sentó a la mesa, dando gracias por esa oportunidad para recuperar la compostura. Descubrió que el pastel lo habían hecho los brownies. Cuando lo cortó con la cucharita, vio varias capas cremosas de relleno de vainilla, tramos frescos de mouse de chocolate, parches de caramelo y alguna que otra punta de mermelada de frambuesa. De alguna manera, los sabores se combinaban para crear un resultado sorprendente y estupendo. No podía recordar una tarta de cumpleaños más deliciosa.
Después, el abuelo acompañó a Kendra hasta la habitación del desván. Allí encontró su equipaje hecho y preparado para el viaje.
—Tus padres cuentan con que Dougan os entregará en casa esta tarde a última hora —dijo—. Se alegrarán mucho de veros. Creo que estaban a punto de avisar al FBI.
—Está bien.
—¿Patton se despidió de ti? —preguntó el abuelo.
—Sí —dijo Kendra—. Me dijo una cosa importante sobre el Diario de secretos.
—Me dijo que debía entregártelo. Encontrarás el diario en una de las bolsas, junto con unos cuantos regalos de cumpleaños más. Kendra, de momento vamos a mantener en secreto el hallazgo del Cronómetro, incluso para Dougan, hasta que estemos más seguros de en quién podemos confiar.
—Me gusta la idea —respondió Kendra. Entonces, miró a su abuelo a los ojos—. Tengo miedo de volver a casa.
—Después de todo lo que ha pasado, hubiera creído que te daría más miedo quedarte aquí.
—No estoy segura de querer que los Caballeros del Alba velen por mí. ¡Podrían estar todos trabajando para el enemigo!
—Uno de vuestros guardianes será siempre Warren, Coulter o Tanu. Solo permitiré que velen por vosotros personas de mi máxima confianza.
—Supongo que eso me hace sentir mejor.
Seth irrumpió en la habitación, seguido por Dale.
—Dougan dice que está listo. Warren también vendrá con nosotros. ¿Estás preparada, Kendra?
No lo estaba. Después de haber sufrido una gran pérdida, tras una ardua victoria, después de haber sufrido tanto, deseaba poder tener un tiempo para descansar. No solo dos días. Dos años. Necesitaba tiempo para recomponerse. ¿Por qué la vida siempre tenía que seguir su curso inexorablemente? ¿Por qué cada victoria y cada derrota siempre iban seguidas de nuevas preocupaciones y nuevos problemas? Adaptarse al instituto iba a suponerle todo un esfuerzo, dejando al margen la preocupación sobre los nuevos planes que podría estar tramando la Esfinge y por cómo Navarog, príncipe de los demonios, pudiera participar en ellos.
A pesar de todo, Kendra asintió. El abuelo y Dale cogieron el equipaje y ella les siguió por las escaleras del desván. En el pasillo, Coulter le hizo señas para que entrase en su cuarto.
Cerró la puerta cuando Kendra hubo entrado.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Él levantó el cayado decorado con sonajas que se había traído Kendra de Meseta Perdida.
—Kendra, ¿tú tienes alguna idea de lo que puede hacer este trasto?
—Parecía que empeoraba la tormenta en Meseta Perdida.
Él meneó la cabeza.
—Los objetos mágicos son mi especialidad, pero en todos mis años de trabajo he visto pocos cuyo poder pueda equipararse al de este cayado. Ayer estuve experimentando con él. Después de agitarlo dentro de la vivienda durante menos de quince minutos, hice aparecer nubes en un cielo despejado. Cuando más agitaba las sonajas, más se intensificaban los nubarrones.
—¡Vaya!
—Te trajiste a casa un auténtico bastón de lluvia de Meseta Perdida, y en perfecto estado de funcionamiento. Kendra sonrió.
—Gavin dijo que era un recuerdo para mí.
—Gavin debe de ser una persona muy generosa. Un objeto como este tiene un valor incalculable. Cuídalo muy bien.
—Lo haré —respondió Kendra, cogiendo el cayado que Coulter le entregaba—. ¿Debería dejarlo aquí?
—Es tuyo, quédatelo. ¿Quién sabe cuándo podría venirte bien? Se atisban toda clase de problemas en el horizonte.
—Gracias, Coulter. Hasta pronto.
—Cuenta con ello. Dentro de no mucho me toca mi turno de vigilancia con Seth y contigo.
Cuando estuvo a solas, Kendra sacó el sobre, lo abrió y extrajo la carta de Gavin.
Desplegó la hoja de papel, tratando de no ponerse nerviosa y de olvidarse de las burlas de Seth.
Querida Kendra:
Siento mucho no poder estar ahí para acompañarte hasta casa. ¡Qué noticias tan alucinantes las de Dougan, ¿eh?! Casi no puedo creer cómo se ha puesto todo patas arriba… Sabía que había algo sospechoso en eso de que unos buenos tipos llevaran puestos antifaces. Ahora ya se los han quitado… Me han mandado a otra misión. Ni mucho menos tan peligrosa como la que vivimos juntos, pero sí que es una nueva oportunidad para demostrar que puedo ser útil. Ya te contaré más adelante. ¿Sabes por qué me gustan las cartas? ¡Porque no tartamudeo! Kendra, eres una persona alucinante. Quiero que sepas cuánto he valorado el haberte conocido. Con suerte, este otoño, me tocará algún turno para vigilar que no os pase nada a ti ni a tu hermano. Espero que pronto podamos conocernos mejor.
Tu amigo y admirador,
GAVIN
Kendra releyó la carta, luego comprobó por tercera vez la parte en la que decía que la consideraba alucinante y que quería conocerla mejor. No firmaba tan solo como «tu amigo», sino que decía «tu amigo y admirador».
Una sonrisa afloró en sus labios. Kendra dobló la carta, se la guardó en un bolsillo y salió por la puerta de la casa. Se sintió maravillada ante lo bien que una sola frase podía hacerla sentir, pues ya no tenía miedo del futuro, sino que estaba deseando que llegara.