23
Tinieblas
Por la mañana, cuando Kendra se despertó a solas en su tienda de campaña, hacía ya calor. Por haber dormido hasta tan tarde, se notaba ahora atontada. Patton y Lena habían pasado la noche en la tienda grande, y Seth y Coulter en la otra. Tumbada boca arriba con un saco de dormir enredado en las piernas, Kendra se sentía pegajosa de sudor. ¿Cómo podía haber seguido durmiendo, estando el ambiente de la tienda de campaña tan asfixiante?
El guijarro con forma de huevo seguía en la palma de su mano, sujeto exactamente igual que cuando se había quedado dormida. Acarició la suave piedra, que no desprendió calor ni luz que ella pudiera percibir, pero que le había conferido el poder de sacar a Coulter de su estado de sombra con solo tocarle. ¿Sus manos sacarían a cualquier criatura de su estado oscurecido? Los demás parecían optimistas al respecto.
Al pensar en la tarea que le aguardaba, le dieron ganas de volver a dormirse como antes, sin soñar con nada. Si la reina de las hadas estaba en lo cierto, hoy perdería la vida quien conectase el guijarro de luz con el clavo de las tinieblas. Esperaba que Seth y Patton hubiesen dado con un modo lícito y mejor de eludir el problema que lanzar la piedra. Pero si fracasaban todos los demás intentos, si nadie más que ella lograba cumplir la hazaña, Kendra se preguntaba si tendría el valor necesario para sacrificarse. Perder la vida merecía la pena con tal de salvar a sus amigos y parientes. Esperaba ser lo bastante valiente para dar el paso necesario, si llegaba el momento de la verdad.
Se metió el guijarro en el bolsillo, se calzó y se ató los cordones. Fue a gatas hasta puerta de la tienda, abrió la cremallera y salió al exterior. El aire fresco, aunque cálido, era una gozada después del confinamiento asfixiante de la tienda. Kendra trató lo mejor que pudo de arreglarse el pelo con los dedos. Después de dormir con la ropa puesta, notaba que necesitaba desesperadamente darse una ducha.
—¡Se ha levantado! —aulló Seth, que fue corriendo hacia ella, con la mochila del Cronómetro puesta ya en la espalda—. Parece que al final sí que vamos a poder hacerlo hoy.
—¿Por qué no me habéis despertado? —le recriminó Kendra.
—Patton no nos dejaba —dijo Seth—. Quería que estuvieses bien descansada. Ya estamos todos listos.
Al darse la vuelta, Kendra vio ante sus ojos una impresionante aglomeración de sátiros, dríades, enanos y hadas que ocupaban el jardín entre las tiendas y el hueco del cercado de seto. Todos la miraban a ella. Kendra paseó la vista de una punta a otra de la aglomeración. Era terriblemente consciente de que acababa de emerger de una pequeña tienda de campaña vestida con la misma ropa que había llevado el día anterior.
Hugo se acercó desde la distancia, tirando de la carreta, flanqueado por Ala de Nube y Pezuña Ancha. Patton, Lena y Coulter iban montados en la carreta.
—¿De dónde ha sacado Hugo la carreta? —preguntó Kendra.
—Patton le mandó que la trajera al despuntar el día —respondió Seth.
—¿Los centauros vienen con nosotros? —preguntó ella.
—Vienen casi todas las criaturas —respondió Seth, entusiasmado—. Patton les contó que las defensas que protegen esta área se vendrían abajo en cuanto cruzásemos el seto. Y todos ellos le respetan, incluido Pezuña Ancha.
—Buenos días, Kendra —la saludó Patton con gran alegría, mientras Hugo llegaba junto a los chicos y detenía la carreta. Tenía un aspecto muy gallardo, con un pie apoyado en un lado del estribo. ¿Alguien le había lavado la ropa y cosido los desperfectos?—. ¿Te sientes descansada y lista para nuestra salida?
Kendra y Seth rodearon a Hugo para ponerse al lado de la carreta.
—Supongo que sí —dijo ella.
—He encontrado tres voluntarias dispuestas a ayudarnos a unir los talismanes si surgiera la necesidad —dijo Patton, indicando las tres hadas que revoloteaban cerca de ellos.
Kendra reconoció a Shiara, con su pelo azul y sus alas plateadas. También reconoció a la esbelta hada albina de los ojos negros que la había ayudado a iniciar la batalla contra Bahumat. La tercera era muy pequeña, incluso para el tamaño normal de las hadas, y tenía unas alas de vivo color rojo con la forma de los pétalos de una flor.
—Saludos, Kendra —dijo Shiara—. Estamos dispuestas a dar lo mejor de nosotras mismas para cumplir el último deseo que nuestra reina comunicó a través de este sagrado santuario.
—Os mantendremos en la retaguardia —les recordó Patton—. Las tres debéis permanecer escondidas a lo largo de todo el combate. No os pediremos vuestra ayuda a no ser que sea absolutamente necesario.
—No le fallaremos a nuestra reina —dijo el hada roja con la vocecilla más aguda y fina que Kendra había oído en su vida.
Patton se bajó de la carreta de un salto.
—¿Tienes hambre? —preguntó, sosteniendo en las manos una servilleta llena de frutos secos y frutas del bosque.
—No tengo mucho apetito —reconoció Kendra.
—Será mejor que comas algo —la animó Coulter—. Vas a necesitar toda tu energía.
—Está bien.
Patton le entregó la servilleta.
—Si están lo suficientemente motivadas, las hadas podrían pertrechar a Hugo para la batalla.
Kendra masticó un crujiente puñado de frutos secos y bayas del bosque. Los primeros sabían amargos.
—¿Estás seguro de que se pueden comer?
—Aportan nutrientes —la tranquilizó Patton—. He pedido a las hadas que nos ayuden a equipar a Hugo, pero la mayoría no están muy dispuestas.
—Yo me ofrecí a ayudar —dijo con su vocecilla el hada albina.
—Es preciso que vosotras tres ahorréis energías. Kendra, haría falta que participasen la mayoría de las demás hadas para dejar al golem lo mejor preparado.
—¿Quieres que les dé la orden? —preguntó Kendra nada más tragar un segundo puñado de esos frutos de desagradable sabor.
Patton ladeó la cabeza y se tocó el bigote.
—El esfuerzo las dejará cansadas, pero tener a Hugo en máxima forma sería muy útil.
Kendra escupió las nueces que había estado masticando.
—Lo siento, me están dando arcadas. ¿Tenéis agua?
Lena lanzó una cantimplora a Patton desde la carreta. Él le quitó el tapón y se la pasó a Kendra, que dio varios tragos largos. El agua, templada, tenía un gusto a metal. Se secó los labios con la manga.
—¿Y bien? —preguntó Seth, lanzando una mirada a Hugo.
¿De verdad responderían las hadas a su petición? Kendra suponía que solo había un modo de averiguarlo.
—Esta orden no es para vosotras tres —les dijo Kendra a las tres hadas que se mantenían suspendidas en el aire, cerca de ella.
—Entendido —dijo Shiara.
—Hadas de Fablehaven —las llamó Kendra, usando su mejor voz de mando—. Por el bien de esta reserva, y en el nombre de vuestra reina, os ordeno que preparéis a Hugo, el golem, para la batalla.
Empezaron a llegar hadas de todas partes, a toda velocidad. Dieron vueltas alrededor de Hugo, formando un rutilante tornado multicolor. Unas hadas giraban en el sentido de las agujas del reloj, otras al contrario, pasando unas entre otras sin chocar en ningún momento. El golem empezó a quedar oculto bajo unos intensos estallidos de luz. Docenas de hadas se dividieron del vórtex giratorio y formaron círculos concéntricos más anchos. Mientras unas hadas continuaban orbitando vertiginosamente alrededor del golem, el halo inmóvil de las hadas que permanecían revoloteando sin moverse de su sitio empezó a gorjear creando montones de melodías que iban superponiéndose.
El suelo tembló. Unas piedras irregulares salieron de entre la hierba, a los pies de Hugo.
El golem se tambaleó, mientras la tierra que tenía debajo empezaba a agitarse. Unos tallos semejantes a sogas fueron subiéndole por todo el cuerpo. La tierra removida fue ascendiendo por sus recias piernas. Hugo se hinchó, haciéndose más ancho, más grueso y más alto.
El torbellino de hadas empezó a dispersarse y los cánticos fueron disminuyendo.
Revolotearon despacio en dirección al suelo, evidentemente exhaustas. El trozo de tierra en el que se encontraba Hugo recuperó la estabilidad.
El golem profirió un rugido temible. Había crecido varios palmos de estatura y se le veía considerablemente más corpulento. Unos tallos marrones con largos pinchos le cruzaban por delante del torso y le rodeaban los brazos y las piernas. Unas piedras en forma de puntas de lanza le sobresalían de los hombros y de las extremidades. De la espalda le asomaban unos discos de borde dentado. Un grupo de hadas entregó al golem una inmensa maza hecha con un grueso trozo de madera y una roca del tamaño de un yunque.
Después de entregarle la maza, descendieron más hadas exhaustas hasta el suelo, volando en espiral. Las que conservaban suficiente vigor para seguir volando se deslizaban aquí y allá lánguidamente. Unas cuantas de las que habían volado a tierra quedaron inconscientes al bajar.
—¿Cómo te sientes, Hugo? —preguntó Seth gritando a pleno pulmón.
La pedregosa boca del golem formó una sonrisa desdentada.
—Grande. —Su voz resonó más profunda y bronca que nunca.
—Todas las hadas que deseen salir con nosotros, que se suban a la carreta —dijo Patton—. Animo a todas aquellas que sean capaces de moverse a ayudar a las que se han desmayado. —Sacó entonces una cajita de marfil de uno de sus bolsillos e hizo señas a Shiara y a las otras dos hadas para que se acercaran—. Vosotras tres, meteos aquí.
Se metieron en la cajita, revoloteando rápidamente.
Lena saltó con ligereza de la carreta a la hierba y empezó a recoger con las manos, delicadamente, a las hadas desfallecidas.
Coulter, Patton y Seth la ayudaron. Muchas hadas se posaron en la carreta ellas solas.
En un primer momento, Kendra observó a los demás sin decir nada. A una palabra suya, las hadas habían agotado su energía hasta quedar extenuadas. Su debilidad podría provocar que cientos de ellas quedasen convertidas en hadas oscuras durante la batalla que se cernía sobre ellos, y aun así ninguna se había negado a seguir su orden. El poder para obligar a otros a obedecerla daba que pensar, incluso le ponía un poco los pelos de punta.
Kendra se arrodilló y empezó a recoger hadas caídas, colocando cuidadosamente sus cuerpecillos frágiles y desvaídos en la palma de su mano. Aquel puñado de hadas desmayadas parecía casi ingrávido. Sus alas traslúcidas estaban pegajosas, como si fueran tiras pringosas de papel tisú. Al contacto con Kendra, empezaron a resplandecer con intensidad, pero ninguna se despertó. El hecho de depositar aquellos cuerpos delicados en la carreta ilustraba por qué debía tener mucho cuidado a la hora de usar su nueva habilidad. No quería hacer daño sin querer a esas diminutas y bellas criaturas.
Patton se subió en la carreta y agitó los brazos. En el campo cesó todo movimiento, y todos los ojos se posaron en él.
—Como sabéis, supervisé esta reserva durante décadas —empezó a decir con voz fuerte—. Siento un profundo amor por Fablehaven y por todas las criaturas que aquí habitan. La amenaza a la que ahora nos enfrentamos no se parece a nada de lo que haya experimentado en toda mi vida. Fablehaven nunca ha estado tan cerca de la aniquilación. Nos encaminamos en el día de hoy a un bastión de las tinieblas. Es posible que algunos de nosotros no podamos entrar, pero siempre me mostraré agradecido con todo el que esté dispuesto a intentarlo. Si podéis ayudarnos a llegar hasta el árbol que hay junto al lago del foso, pondremos fin a la plaga de las sombras. ¿Nos ponemos en camino?
Un impresionante grito de júbilo respondió a su pregunta. Kendra vio que los sátiros blandían porras, las dríades sus varas y los enanitos unos martillos de guerra. Los centauros se irguieron majestuosos sobre los cuartos traseros: Pezuña Ancha sostenía en alto la espada y Ala de Nube agitaba su arco enorme. Era una imagen impactante. Pero entonces recordó que todos aquellos aliados podrían ser transformados en enemigos con solo un mordisco.
—¿Lista, Kendra? —preguntó Patton, estirando el brazo para ayudarla a subir.
Ella se dio cuenta de que Seth, Lena y Coulter ya se habían unido a Patton en la carreta.
Las exhaustas hadas habían sido trasladadas sanas y salvas. Había llegado el momento de ponerse en marcha.
—Creo que sí —respondió Kendra, aceptando su mano. Él tiró de ella fácilmente.
—Hugo —dijo Patton—, protegiéndonos como haga falta, por favor, llévanos ante el árbol que hay junto al lago del foso, en el corazón de los dominios de Kurisock. Avanza deprisa, pero no dejes demasiado atrás a los que han decidido acompañarnos, salvo que yo te dé una orden especial.
Con su nueva estatura, Hugo tenía que encogerse de un modo incómodo para tirar de la carreta sin elevar excesivamente la parte delantera. Cuando la carreta empezó a moverse, Kendra observó las piedras que sobresalían del cuerpo del golem y sus pinchos afilados. Era como si Hugo se hubiese hecho de una panda de motoristas.
Sátiros, enanos y dríades se hicieron a un lado para dejar pasar la carreta, y a continuación se pusieron en marcha junto a ella y detrás. Cuando el vehículo se acercó al hueco del seto, los sátiros oscuros apostados allí retrocedieron. La carreta pasó al otro lado del seto.
Kendra no percibió ninguna sensación especial. Miró atrás. El estanque y los cenadores seguían como siempre.
Los sátiros oscuros echaron a correr delante de ellos, desperdigándose por el bosque.
Hugo tomó el camino que llevaba hasta la colina donde en su día se había levantado la Capilla Olvidada. Las hamadríades brincaban al lado de la carreta, unas cuantas cogidas de la mano de sátiros. Las altas dríades avanzaban en paralelo a mayor distancia, surcando el aire entre los árboles sin que la maleza supusiera el menor obstáculo para ellas. Los dos centauros se adentraron también por el bosque, ocultos a la vista la mayor parte del tiempo. Los enanitos correteaban detrás de la carreta, desplazándose sin gracia y respirando trabajosamente, pero sin quedar rezagados en ningún momento.
—Puedo ver tu luz a nuestro alrededor como una bóveda —le dijo Patton a Kendra.
—Yo no puedo verla —respondió la chica.
—No se ha formado hasta que pasamos el seto —aclaró Lena—. Luego, se volvió completamente visible, como un resplandeciente hemisferio con nosotros en el centro.
—¿Llega a tapar a todo el mundo? —preguntó Kendra.
—La cúpula cubre un buen trecho más allá de las últimas dríades —dijo Patton—. Va a ser interesante ver cómo repele a nuestros adversarios. —Señaló al frente.
A cierta distancia, un grupo de enemigos esperaba en una trampa puesta sin ningún disimulo. Habían apilado troncos y zarzas en mitad del camino para formar una impresionante barricada. A ambos lados de la barrera aguardaban agachados unos enanos oscuros y unos sátiros malignos. Kendra vislumbró dos mujeres altas con la tez gris y apagada y los cabellos blancos, que miraban asomadas a lo alto de la barricada. Las dríades oscuras tenían un rostro duro y hermoso y los ojos hundidos. Por encima de la barrera revoloteaban hadas de sombra.
Hugo avanzó sin apretar el paso ni ralentizarlo. Kendra apretó la piedra en su puño. Los sátiros y las hamadríades se mantenían firmes a cada lado de la carreta y las dríades susurraban entre la espesura, más allá del camino. Los enanitos trotaban ruidosamente en la retaguardia.
Cuando la carreta estuvo a algo más de sesenta metros de la barricada, las dríades oscuras se protegieron los ojos con la mano. A unos cincuenta metros, las dríades oscuras, los sátiros siniestros y los horribles enanitos empezaron a retroceder. Las hadas oscuras se dispersaron. Para cuando la carreta estuvo a unos cuarenta metros de la barricada, las criaturas oscurecidas se habían batido en retirada; la mayoría abandonó el camino para huir entre los árboles.
Las hamadríades, los sátiros y los enanos que rodeaban la carreta lanzaron un grito triunfal.
—Hugo, despeja el camino —le ordenó Patton.
Dejando la maza a un lado, el golem soltó la carreta y empezó a quitar con movimientos fluidos los troncos y pedruscos del camino. Los pesados objetos chocaban estruendosamente al caer entre la vegetación.
—Parece que nuestro escudo protector es consistente —le dijo Patton a Kendra—. Tu luminosidad ni siquiera ha tenido que tocarles. Me pregunto qué pasaría si la luz les hubiese cubierto.
Hugo terminó de despejar el camino y empezó a tirar de la carreta nuevamente sin que Patton tuviera que decirle nada. Pasaron por delante de donde antaño se elevaba la Capilla Olvidada y enseguida tomaron senderos que Kendra no había visto nunca. Encontraron dos barreras desiertas, pero ya no vieron más señales de la presencia de criaturas oscuras. Era evidente que se había corrido la voz.
Cruzaron un puente desconocido y avanzaron por un camino apenas lo bastante ancho para que cupiese la carreta. Kendra nunca había viajado hasta tan lejos desde la vivienda principal de Fablehaven. Los sátiros y las hamadríades mantenían el espíritu alegre mientras trotaban junto a la carreta. Solo los sudorosos enanitos, que resoplaban y bufaban en la retaguardia, parecían estar cansados.
—Veo un muro negro —anunció Seth cuando llegaron a lo alto de una suave loma del camino—. Más allá de él todo parece oscuro.
—¿Dónde? —preguntó Patton, con la frente arrugada.
—Ahí delante, cerca de ese tocón tan alto.
Patton se rascó el bigote.
—Ahí es donde empiezan los dominios de Kurisock, pero yo no logro divisar las tinieblas.
—Tampoco yo —dijo Coulter.
—Yo solo veo que los árboles a partir del tocón tienen menos vigor —intervino Lena.
Seth sonrió orgulloso.
—Parece que se trata de un muro hecho de sombra.
—Esta va a ser la prueba —dijo Patton—. Mi esperanza es que todo el que permanezca cerca de nosotros pueda cruzar esta frontera. En caso contrario, nosotros cinco seguiremos a pie.
Pezuña Ancha y Ala de Nube se acercaron a la carreta al trote. Ala de Nube llevaba una flecha encajada ya en la cuerda del arco y Pezuña Ancha empuñaba su espada. Kendra se dio cuenta de que Pezuña Ancha tenía los dedos de la mano libre descoloridos e hinchados.
—Hemos llegado a la provincia caída —confirmó Ala de Nube.
—Si no podemos entrar, hostigaremos a los enemigos y trataremos de llevarnos a algunos —declaró Pezuña Ancha. Patton levantó la voz.
—Permaneced cerca de la carreta. Si alguno no logra pasar a este reino tenebroso, Pezuña Ancha le escoltará hasta el último refugio de Fablehaven, un reducto frecuentado por los de su especie. Si logramos penetrar en la oscuridad, quedaos cerca de nosotros y proteged a los niños a toda costa.
Durante su intervención, Hugo no se había detenido. El inmenso tocón de la vera del camino estaba cada vez más cerca. Todas las criaturas, incluidas las dríades, se apiñaron cerca de la carreta.
—El muro está retrocediendo —anunció Seth.
—La luz que tenemos por delante está apagándose —informó Patton un instante después.
—Es como si luz y oscuridad estuviesen anulándose recíprocamente y dieran paso a un territorio neutral —conjeturó Lena—. Estad preparados por si surgen problemas.
Hugo no se detuvo en ningún momento al pasar por delante del tocón. Todas las criaturas permanecieron al lado de ellos.
—Jamás imaginé que mis cascos patearían este suelo maldito —murmuró con desdén Ala de Nube.
—Ya no veo nuestra cúpula —los avisó Patton en voz baja—. Solo un resplandor alrededor de Kendra.
—Las tinieblas retroceden formando un gran círculo a nuestro alrededor —dijo Seth.
Kendra no percibía ninguna luminosidad anormal ni ninguna oscuridad extraña, tan solo el camino que zigzagueaba ante su vista y se metía por una densa arboleda. De los árboles salió un grotesco centauro. Su pelaje era negro y su piel granate. En una mano asía una pesada maza. De la coronilla le nacía una crin alborotada que le llegaba hasta el centro del ancho lomo.
Era considerablemente más alto que Pezuña Ancha y que Ala de Nube.
—Intrusos, atención —dijo el oscuro centauro con un gruñido gutural—. Dad media vuelta ahora o enfrentaos a la destrucción.
Se oyó el rasgueo de la cuerda del arco cuando Ala de Nube disparó una flecha. El oscuro centauro movió rápidamente su maza, con lo que logró desviar el proyectil.
—Eres un traidor para nuestra especie, Frente Borrascosa —le recriminó Pezuña Ancha—. Renuncia.
El oscuro centauro enseñó sus dientes mugrientos.
—Entregad a la niña y marchaos en paz.
Ala de Nube sacó una segunda flecha. Mientras apuntaba, el centauro oscuro cambió de posición la maza.
—No puedo darle —murmuró Ala de Nube.
—Solicito permiso para intervenir —bramó Pezuña Ancha mirando a Patton de soslayo.
—¡Adelante! —rugió este, desenvainando una espada. Kendra la reconoció: era la espada que Warren había sacado de la cámara de Meseta Perdida. Warren había debido de traer el arma cuando habían recogido las tiendas en la casa—. ¡A la carga!
La carreta salió zumbando en manos de Hugo, que había echado a correr en dirección al centauro. Kendra se agarró a la barandilla del lado de la carreta para evitar caerse de espaldas, y bajó la vista para no pisar a las hadas inconscientes. Oyó el resonar de los cascos de los centauros. Cuando alzó la vista de nuevo, vio que el oscuro centauro blandía la maza en círculos por encima de su cabeza, con los músculos de su brazo color granate hinchándosele poderosamente.
De los árboles emergió un segundo centauro oscuro, no tan grande como el primero.
Detrás del centauro aparecieron cuatro dríades oscuras, varios sátiros oscuros y dos docenas de minotauros. La mayor parte de los minotauros eran peludos y desmelenados. Unos cuantos tenían las astas partidas. Unos eran negros, otros rojo pardo, otros grises, unos pocos casi rubios. Imponiéndose en altura a todas las demás criaturas aparecieron tres hombres como titanes, cubiertos de pieles mugrientas. Tenían el pelo largo y enmarañado y unas barbas espesas pringadas de brea. Incluso con su nueva estatura, Hugo apenas les llegaba por la cintura.
—¡Gigantes de la niebla! —gritó Seth.
—Aléjanos de los gigantes, Hugo —indicó Patton.
La carreta viró, desviándose del trío de colosos. Pezuña Ancha y Frente Borrascosa se embistieron el uno al otro a galope tendido. Los gigantes se apresuraron para interceptar la carreta. Sátiros, hamadríades y dríades acortaron la distancia con los sátiros oscuros, las dríades oscuras y los minotauros. Los jadeantes enanitos corrieron detrás de ellos, haciendo grandes esfuerzos por no quedarse atrás.
Pezuña Ancha y Frente Borrascosa fueron los primeros adversarios en entablar combate. El segundo utilizó su maza para desviar la espada de Pezuña Ancha, y los dos centauros chocaron y rodaron salvajemente por el suelo. Una flecha de Ala de Nube perforó el brazo del otro centauro oscuro. Las dríades, dibujando círculos con las varas, se abalanzaron contra los minotauros, girando agilmente, saltando, haciendo fintas, repartiendo fieros golpes a voluntad, superando sin ningún esfuerzo a los greñudos brutos. Pero cuando las dríades oscuras se unieron a la refriega, dos dríades de luz resultaron mordidas enseguida y transformadas, lo cual forzó a las otras dríades de luz a retroceder y reagruparse.
Mientras los gigantes de la niebla iban hacia ellos con enormes zancadas, quedó claro que Hugo no tenía ni la menor esperanza de poder darles esquinazo.
—¡A por los gigantes, Hugo! —ordenó Patton.
El golem soltó la carreta y, trotando y dando saltos, embistió a los gigantes, que blandían en alto la porra. El primer gigante fue a pegar a Hugo con su porra, pero este esquivó el golpe y le zurró en la rótula. Entre aullidos, el gigante se estampó en el suelo. Los otros dos gigantes viraron para evitar a Hugo. El golem se lanzó a por uno de ellos, pero el gigante saltó por encima de él limpiamente, con sus fervientes ojos clavados en Kendra.
Lizette, la más alta de las dríades, apareció corriendo al lado de uno de los gigantes —al que solo le llegaba a la altura de la rodilla— y se puso a azuzarle en la espinilla con su vara de madera. Enfurecido por los pinchazos, el gigante se dio la vuelta y empezó a pisotear el suelo para aplastarla. Ella esquivó por muy poco cada pisotón, distrayendo de paso al bruto para alejarlo de la carreta.
Patton, Lena y Coulter saltaron de la carreta cuando esta ya se paraba. Parecían diminutos en comparación con el último de los gigantes que venía hacia ellos.
El tremendo bruto quiso dar una patada a Patton, pero este giró a un lado y evitó por los pelos el puntapié. El gigante alargó el brazo para cogerle, pero Patton le hizo un corte en la palma de la mano.
—¡Patton! —le llamó Lena, que se había colocado detrás del gigante.
Él le lanzó la espada a su mujer, que la cogió por la empuñadura y le rajó la parte posterior del talón. El gigante se agachó, agarrándose el tobillo por la herida.
Con una mueca salvaje, el gigante al que Hugo había derribado salió corriendo hacia delante. El golem volvió y le asestó un par de puñetazos precisos.
El gigante que trataba de pisotear a Lizette vio a sus camaradas derribados y miró a Kendra fijamente a los ojos. Arrugando el entrecejo, dejó a Lizette y fue a por la carreta. Hugo lanzó hacia él su maza gigante y la piedra del tamaño de un yunque golpeó al gigante en la parte de atrás de la cabeza. Cayó hacia delante, sus brazos estirados aterrizando a escasos palmos de la carreta. Levantó un instante la cabeza con la mirada perdida y a continuación estampó la cara en el suelo.
Con un rugido, el gigante al que Lena había cortado el tendón se sentó en el suelo, se levantó con mucho esfuerzo y dio una patada a la carreta, partiéndola y dejándola volcada.
Kendra salió despedida con el guijarro bien cogido en la mano. Aterrizó de espaldas con un buen golpe y de pronto descubrió que no podía introducir nada de aire en sus pulmones. Se le abrió totalmente la boca y los músculos de su pecho se tensaron espasmódicamente. No conseguía que entrase ni saliese ni pizca de aire. El pánico se apoderó de ella. ¿Se le habría roto la espalda? ¿Se había quedado paralizada?
Finalmente, después de un último intento desesperado por inhalar aire por la boca, volvió a respirar. Kendra vio hadas revoloteando débilmente a su alrededor, buscando refugio al lado de la carreta volcada. Hugo había dado alcance al gigante herido por Lena.
El gigante le dio un puñetazo al golem desarmado, que dio varios tumbos, lanzó un gruñido y miró atónito unas piedras afiladas y unos pinchos con los que se había dañado los nudillos.
Seth se arrodilló al lado de Kendra.
—¿Estás bien?
Ella asintió con la cabeza.
—Solo acababa de quedarme sin aire.
Poniéndose de pie, Seth tiró de su hermana para ayudarla a incorporarse.
—¿Lo tienes aún?
—Sí.
El chico miró entonces por encima del hombro de Kendra y los ojos se le abrieron como platos.
—¡Llegan refuerzos!
Kendra se dio la vuelta. Seis dríades oscuras corrían hacia ellos a toda velocidad desde una dirección diferente de donde habían llegado las otras criaturas oscuras. Por encima de ellas volaba un amenazador enjambre de hadas de sombra.
Kendra miró atrás por encima de su hombro. Patton, Lena y Coulter libraban combate contra cinco minotauros. Ala de Nube luchaba con un centauro oscuro que tenía que ser la versión alterada de Pezuña Ancha. Frente Borrascosa y el centauro oscuro herido causaban estragos entre los sátiros y las hamadríades, transformándolos en criaturas de las tinieblas. A pesar de sus lesiones, el gigante al que Lena había cortado el tendón siguió esquivando los golpes de Hugo.
Cruzándose una mirada elocuente, Seth y Kendra, sin mediar palabra, se dijeron que nadie acudiría a socorrerlos.
Las seis dríades oscuras se acercaron a una velocidad sobrehumana, agachadas y veloces como felinos de la jungla. Haces de oscuridad se desprendían de las hadas oscuras que venían hacia ellos. Las hilachas de sombra no afectaron a Kendra, pero Seth gritó cuando le rozaron y le oscurecieron la ropa y volvieron invisible su piel allí donde le habían tocado. Unas cuantas hadas de luz alzaron el vuelo débilmente para interceptar a las oscuras, pero la mayor parte de ellas acabó transformada en un abrir y cerrar de ojos.
—Corre, Kendra —la instó Seth.
—Esta vez no —respondió Kendra.
Las dríades oscuras eran demasiado rápidas como para albergar alguna esperanza de poder escapar. Se cernían sobre ellos a gran velocidad; sus ojos enrojecidos lanzaban destellos y sus finos labios se abrían para revelar unos colmillos horrendos. Una dríade oscura agarró a Seth y le levantó por los aires con un solo brazo, para hundir los dientes en su cuello. Él se retorció, pero la dríade gris la sujetó con fuerza y un instante después Seth se volvió invisible.
Las seis dríades formaron un corro alrededor de Kendra, como si de alguna manera no se decidieran a atacarla. Ella sostuvo en alto el guijarro en actitud amenazadora. Cerrando los ojos, las dríades retrocedieron unos cuantos pasos. Con el semblante tenso para mantener una expresión de determinación, una de las dríades oscuras saltó hacia delante y trató de coger a Kendra. En cuanto sus dedos grises se cerraron alrededor de la muñeca de Kendra, toda su fisonomía se transformó. Sus cabellos descoloridos y lacios se volvieron rizados y oscuros. Su carne gris adquirió de pronto lozanía y un aspecto totalmente saludable. Con cara de asombro, una alta y bella mujer se apartó de Kendra tambaleándose hacia atrás y se dio la vuelta para mirar a las dríades oscuras.
Kendra se abalanzó hacia otra dríade oscura y asió a su sorprendida víctima por el brazo, mientras la dríade retrocedía torpemente de espaldas. Al instante, tenía los cabellos de un color rojo encendido, una tez rosada y un vestido vaporoso. La bellísima dríade a la que Kendra había sanado antes se abalanzó sobre una dríade oscura y la inmovilizó en el suelo.
Kendra se acercó a toda prisa y dio unas palmaditas a la dríade oscura en la mejilla. De repente se transformó en una mujer de rasgos orientales y gran estatura.
Unos dedos invisibles agarraron a Kendra por la muñeca y Seth reapareció.
—Podría haberlo hecho más rápido si te hubieses quedado quietecita —dijo él entre jadeos, y como si estuviera mareado.
—No tengo tiempo —respondió Kendra, yendo ya a por una cuarta dríade oscura y sintiéndose casi como si estuviera en el patio del recreo. Era una suerte de partida al corre que te pillo en la que había muchísimo en juego. Las otras tres dríades oscuras se habían batido en retirada. Seth corrió a trompicones detrás de Kendra.
La dríade a la que Kendra quería dar caza se alejaba una y otra vez, así que Kendra se detuvo un instante a reflexionar para cambiar de táctica. Alrededor de la carreta, las hadas de sombra estaban transformando una ingente cantidad de compañeras en hadas oscuras. Kendra dirigió la atención a otro punto, ya que las hadas eran demasiado pequeñas y veloces para perder el tiempo tratando de tocarlas. Los enanitos buenos habían entrado también en el combate y estaban empleando sus martillos para eliminar minotauros. El lado oscuro contaba también con refuerzos: trasgos y enanos oscuros. Cada vez había más hadas oscuras que se unían a la batalla para transformar a sátiros y hamadríades.
Seth asió el brazo de Kendra.
—Problemas.
Ella vio a qué se refería nada más decirlo. El gigante de la niebla que había quedado inconsciente en el suelo se había despertado y avanzaba a gatas, medio atontado, en dirección a ellos. Kendra no tenía ni idea de hasta qué punto le afectaría su talismán, dado que el gigante no se hallaba en aquel estado oscurecido; como sucedía con los trasgos o los minotauros, la oscuridad formaba simplemente parte de su naturaleza.
Cuando Kendra empezó a retroceder, el gigante dio un salto y fue a por ella con una rapidez imposible de eludir, hasta que su manaza se cerró alrededor de la cintura de Kendra.
Por un instante hubo un resplandor de luz cegadora, y el gigante se apartó de ella anonadado, le dieron convulsiones y volvió a quedar inconsciente una vez más; la palma de su mano echaba humo, chamuscada y llena de ampollas.
El resplandor de luz dejó deslumbradas por un momento a las criaturas oscuras que había cerca. Kendra corrió hacia donde la versión oscurecida de Pezuña Ancha estaba tratando de hundir sus dientes en Ala de Nube. Con un valiente esfuerzo, Ala de Nube empujó a Pezuña Ancha en dirección a Kendra y ella le propinó un manotazo en el costado. Al instante, Pezuña Ancha recobró su estado original.
Ala de Nube mostró a Kendra una herida color granate que estaba extendiéndosele rápidamente por el brazo, y ella se la curó tocándola con la mano.
—Asombroso —sentenció él.
La contienda prosiguió, pero ahora las criaturas oscuras hacían todo lo posible por mantenerse lejos de Kendra, mientras transformaban incansablemente a sátiros, enanos y dríades. Hugo tenía inmovilizado por el cuello al gigante con el que había estado peleando, y aquel ser gigantesco acabó por derrumbarse. Las tres dríades a las que Kendra había trasformado estaban ayudando a Patton, Lena, Coulter y Lizette a quitarse de encima a un grupo de hamadríades oscuras. Patton tenía la mitad de la cara invisible, así como una mano.
Kendra y Seth corrieron a ayudarlos y las oscuras hamadríades se retiraron, desviando la atención a alguna presa más fácil de atacar.
Patton abrazó a Kendra y al instante se volvió visible por entero.
—Lo estás haciendo muy bien, querida. Pero las criaturas oscuras están transformando a demasiados aliados nuestros, demasiado rápido. Tenemos que llegar al árbol antes de que nos quedemos sin todos ellos.
—Conozco el camino —se ofreció la primera dríade oscura a la que Kendra había transformado—. Me llamo Rhea.
—¡Hugo, Pezuña Ancha, Ala de Nube! —los llamó Patton. El golem y los centauros corrieron hasta ellos—. Llevadnos al árbol. Rhea nos guiará.
Las otras dos dríades a las que Kendra había transformado resolvieron quedarse atrás y ayudar en la batalla. Lizette, con sus vestimentas otoñales destrozadas, optó por acompañar a Rhea.
Pezuña Ancha aupó a Kendra y a Seth a su lomo. Ala de Nube llevó a Patton. Hugo cogió a Coulter y a Lena en brazos.
—Vamos —dijo Ala de Nube.
Rhea y Lizette echaron a correr, con Pezuña Ancha detrás, y Hugo y Ala de Nube a los lados. Pezuña Ancha trotaba tan suavemente que Kendra no tuvo ningún miedo de caerse.
Sostenía el guijarro en alto, y las criaturas oscuras se apartaban rápidamente del camino para dejarles pasar. Echando un vistazo atrás, Kendra vio que dos centauros oscuros y varias dríades oscuras los seguían a cierta distancia.
Avanzando a una velocidad increíble, Rhea se adentró por el bosque del que habían salido las criaturas oscuras. Los árboles estaban muy juntos unos de otros, pero apenas había maleza. Kendra agarraba fuertemente el guijarro mientras los altos troncos pasaban a toda velocidad a ambos lados de ella.
Al poco rato se detuvieron abruptamente en el borde de un valle con forma de olla. Para Kendra, era como si estuviesen viendo un cráter. En el centro de la honda depresión hervía a fuego lento un charco de lodo; su humeante superficie negra a veces se veía alterada por burbujas que estallaban lentamente. La única vegetación del pedregoso valle era un árbol nudoso que crecía junto al lago de alquitrán. Desnudo y retorcido, el torturado árbol era aún más oscuro que el borboteante lodo.
Las dríades bajaron a toda prisa por la pronunciada pendiente del valle y los centauros fueron tras ellas. Kendra se reclinó hacia atrás y apretó mucho las piernas, con el estómago en la garganta cuando Pezuña Ancha descendió a toda prisa por la empinada ladera; el centauro contenía la caída con los cascos más que impulsarse hacia abajo. Cuando la pendiente se niveló, Seth y ella seguían milagrosamente montados a lomos del centauro, cuyos cascos trapaleaban ahora ruidosamente por el suelo de roca.
Desde sus escondrijos entre los peñascos y las cavidades del suelo emergieron tres centauros, cuatro dríades, varios trasgos con armadura y un obeso cíclope que blandía un hacha de guerra. El árbol negro no estaba muy lejos, tal vez a unos cincuenta metros. Pero numerosas criaturas oscuras se interponían en su camino.
—¡Apiñaos junto a Kendra! —los instó Patton.
Ala de Nube, Pezuña Ancha, Rhea, Lizette y Hugo se detuvieron en seco.
Detrás de ellos se oyó el sonido de unos cascos. Dos centauros oscuros bajaban a toda prisa por la pared del valle, acompañados de más dríades oscuras.
—Un toque de ella deshará vuestra oscuridad —advirtió Frente Borrascosa a los demás.
—La mía no —bramó el cíclope.
—Te abrasará —advirtió Frente Borrascosa—. Su tacto pudo con un gigante.
Las criaturas oscuras se agitaron incómodas. El cíclope pareció vacilar.
—No temáis —resonó por todo el valle una voz fría y penetrante.
Todas las miradas se volvieron hacia el borde del valle, al otro lado del atormentado árbol, donde una mujer espectral envuelta en sombras iniciaba el descenso levitando por la ladera y con los ropajes flotando de un modo extraño, como si estuviese debajo del agua.
—Oh, no —susurró Seth detrás de Kendra.
—La chica no puede hacer ningún daño duradero aquí —continuó diciendo Ephira—. Estos son nuestros dominios. Mi oscuridad apagará su chispa.
—¡No te acerques, Ephira! —gritó Patton—. No interfieras. Venimos a liberarte de la oscura prisión en la que has sido confinada.
Ephira emitió una risa escalofriante y carente de alegría.
—No deberías haber metido las narices en esto, Patton Burgess. No necesito que me rescates de nada.
—Eso no nos detendrá —respondió él en voz más baja.
—No puedes ni imaginar el alcance de mi poder —ronroneó ella, deslizándose cada vez más cerca.
—Demasiada oscuridad puede dejarte ciega —la avisó Patton.
—Igual que demasiada luz —replicó ella. Se había colocado delante del árbol negro, flotando como si pretendiera protegerlo.
—Es algo que enseguida comprobarás, como nunca antes. —Patton espoleó a Ala de Nube suavemente con los talones—. ¡Adelante! ¡Hugo, aplasta a nuestros adversarios!
El golem dejó en el suelo a Lena y a Coulter y corrió a por el fofo cíclope. El bruto empotró su hacha en el costado de Hugo antes de que el golem le agarrase y le lanzase a la laguna de alquitrán. Rhea y Lizette empezaron a luchar contra las dríades oscuras, alejándolas de los centauros. Con los cascos resonando contra el suelo de roca, Ala de Nube y Pezuña Ancha galoparon adelante, empujando contrincantes a uno y otro lado. Patton indicó a Pezuña Ancha que diese la vuelta mientras él iba a por Ephira.
Para impedir el ataque de ambos centauros, la espectral mujer se deslizó a un lado; oscuras lenguas de tela salieron de ella flotando en las dos direcciones. En cuanto la tela alcanzó a Ala de Nube, sus patas tropezaron y el centauro se estampó contra el suelo rocoso, partiéndose la pata delantera derecha y el brazo derecho. Patton dio un salto para evitar ser aplastado y rodó agilmente para ponerse de pie. Un segundo después, cojeando dolorosamente, Ala de Nube se levantó, más alto y grueso y con la piel de color granate.
Otro tentáculo de tela fue a enredarse en una de las patas delanteras de Pezuña Ancha.
Resoplando, el centauro se detuvo en seco, haciendo chocar los casos contra el suelo. Pezuña Ancha se tambaleó, sudando y gimiendo, pero no perdió el equilibrio. Empezó a transformarse como lo había hecho Ala de Nube; sin embargo, el efecto se desvaneció a continuación. Kendra notó que el guijarro se calentaba en su mano. Debajo de ella, Pezuña Ancha se sintió también más caliente. La mano de Kendra se puso roja y brillante. De entre los dedos escapaban brillantes rayos de luz. Las criaturas de las tinieblas retrocedieron. Pezuña Ancha se estremeció bajo su cuerpo, se oscureció por un instante y volvió a su aspecto normal.
—Ephira no puede cambiarle —susurró Seth.
Más dedos de oscura tela serpentearon hacia el centauro para enredarse en él. La piedra empezaba a ponerse demasiado caliente. Ephira parecía lúgubremente concentrada. La respiración de Pezuña Ancha se tornó cada vez más rápida. Temblaba y los músculos se le agarrotaban de angustia. Débilmente, Kendra percibió que Hugo estaba luchando contra la oscura criatura en la que se había convertido Ala de Nube.
Consciente del guijarro cada vez más brillante, Kendra abrió la mano e inundó toda la zona con una luminosidad blanca muy intensa. Las criaturas oscuras se retiraron aún más atrás, soltando alaridos y protegiéndose los ojos con las manos. Ephira siseó y agarró a Pezuña Ancha con aún más tentáculos de sombra.
Con los puños cerrados y los músculos de su grueso cuello hinchados, Pezuña Ancha profirió con todas sus fuerzas un grito agónico. El centauro dobló las patas, se derrumbó y quedó tendido inerte en el suelo. La piedra dejó de brillar. Pezuña Ancha había dejado de respirar.
La vaporosa tela del vestido de Ephira se soltó cual una serpiente del cuerpo del centauro y fue a coger a Kendra. Kendra se apartó y trató de evitar la tela, pero una cinta serpenteante la rozó. En el mismo momento en que la tela la tocó, la piedra emitió un brillante resplandor y el trozo de tela se deshizo con una llamarada blanca.
Ephira chilló y se retorció como si la hubiesen herido físicamente. Las otras hilachas de tela se apartaron de Kendra y de Seth.
—¡Kendra! —la llamó Patton con firmeza—. ¡La piedra!
Patton se encontraba no lejos de Ephira, considerablemente más cerca del árbol negro que Kendra. Confiando en su buen juicio, la chica le lanzó la piedra y él la cogió con las dos manos. Coulter y Lena corrían a reunirse con Patton. Hugo levantó al magullado y oscurecido Ala de Nube y lo arrojó a la laguna de alquitrán.
Con el entrecejo fruncido, Ephira levantó la palma de una mano hacia delante. Kendra notó cómo la invadía una oleada de miedo, y se dio cuenta de que tanto su piel como la piedra que sostenía Patton empezaban a brillar. Notaba cómo el miedo estaba intentando apoderarse de ella, pero una y otra vez el sentimiento se deshacía abrasado, sin que le diera tiempo a penetrar en ella realmente. Lena y Coulter ya no corrían. Estaban de pie inmóviles, temblando.
Él cayó al suelo de hinojos.
Patton también estaba temblando. Dio unos pasos rígidos hacia delante. Unas lenguas de tela se deslizaron por el aire en dirección a él. Seth corrió hacia Patton y, llegando junto a él un segundo antes que la tela, le cogió de la mano.
Sujetando el guijarro entre el pulgar y el dedo índice, Patton tocó con la piedra el tentáculo de tela más próximo. Con un resplandor muy intenso, la tela desapareció.
Ephira chilló y una vez más retiró las otras largas tiras de tela. Coulter se levantó; Lena corrió de nuevo a toda velocidad en dirección a Patton. Sosteniendo en alto el guijarro en actitud amenazadora, y sin soltar la mano de Seth, él corrió hacia el árbol que estaba detrás de Ephira.
La mujer de sombra lanzó a Patton una mirada de furia e impotencia, girando sobre sus talones para seguirle con la vista.
Patton soltó a Seth y le indicó mediante gestos que volviese con Kendra. Seth retrocedió, vacilante. Ephira cerró los ojos y levantó las dos manos. Lena volvió a detenerse y Kendra brilló intensamente. Patton avanzaba como si llevase una pesada carga. Parecía que la parálisis empezaba a apoderarse de él. Sin embargo, siguió moviendo pesadamente las piernas para avanzar hasta el árbol. Cuando estuvo a unos tres metros del negro árbol, levantó la mano que sostenía el guijarro como si estuviera apuntando antes de lanzar un dardo.
Fue la primera vez que Kendra vio el clavo, cerca del pie del árbol. Ephira abrió los ojos y aulló. Con un suave movimiento, Patton lanzó la piedra. Esta dio vueltas por el aire describiendo una trayectoria perfecta para atinar en el clavo. Cuando el brillante guijarro se encontraba cerca, de pronto cambió de rumbo y se desvió a un lado para rebotar por el rocoso suelo en dirección a la laguna de brea.
—¿Qué ha pasado? —gritó Seth sin poder creerlo.
—Se han repelido mutuamente —gimió Kendra.
La negra tela volvió a estirarse desde Ephira hacia donde Patton había quedado de rodillas y encorvado, muy cerca del árbol negro. Moviendo los brazos espasmódicamente, Patton extrajo una cajita de uno de sus bolsillos y la abrió. Las tres hadas salieron a toda prisa.
Un instante después, las tiras de tela se enroscaron alrededor de Patton y desapareció.
Dríades oscuras y trasgos hostigaron a Hugo, azuzándole con espadas y pegándole con porras para tratar de meterle en el alquitrán. El golem resistió su ataque infatigablemente, y les soltó algún que otro manotazo.
El centauro oscuro Frente Borrascosa galopó por el filo de la laguna de alquitrán, claramente en pos del guijarro. Shiara llegó antes que él a la piedra. Al tocarla, su brillo natural se centuplicó. Con ese destello cegador, se desvaneció en el suelo como si se hubiese desmayado. Las otras dos hadas intentaron levantar la piedra y también perdieron el conocimiento. De ellas se desprendía un brillo que arrancaba lágrimas de los ojos.
Kendra y Seth corrieron a por la piedra, aun pudiendo ver que el centauro llegaría evidentemente antes que ellos y que Ephira se había interpuesto en su camino. Frente Borrascosa estiró el brazo hacia el suelo y cogió el guijarro. Al instante, el centauro se encogió ligeramente y su carne granate adquirió una tonalidad sana y natural. Su pelaje de equino se tornó blanco moteado de gris.
De inmediato, Frente Borrascosa soltó la resplandeciente piedra como si hubiese cogido un ascua al rojo vivo.
—¡Frente Borrascosa! —le llamó Kendra, deteniéndose en seco junto a Lena—. ¡Necesitamos la piedra!
Ephira se deslizó hacia el rejuvenecido centauro; todos sus tentáculos de tela se movían hacia él para apresarlo. Cerrando los ojos de dolor, él cogió la piedra del suelo y la lanzó un segundo antes de que los negros tentáculos le diesen alcance y volviesen a transformarlo en una criatura oscura.
Lanzó la piedra demasiado lejos. El guijarro voló por encima de Kendra y Seth y rebotó en el duro suelo hasta detenerse cerca de Coulter. Gateando como si llevase una pesada carga a la espalda, Coulter se acercó hasta la ovalada piedra. Ephira se dio la vuelta rápidamente y levantó una mano con la palma hacia él. Coulter se quedó petrificado momentáneamente. Con la frente perlada de sudor y la cara contraída por el esfuerzo, gateó hacia delante con movimientos inseguros. Cuando ya no pudo seguir avanzando, se dejó caer boca abajo. Estiró el brazo un poco más hasta agarrar finalmente la piedra.
Temblando, cambió la manera de coger el guijarro, colocándolo entre el dedo índice y el pulgar, como si se dispusiese a tirar una canica.
—¡Aquí! —exclamó Kendra, agitando los brazos.
—Seth —dijo Lena entre dientes, inmovilizada.
El chico la cogió de la mano. Una vez libre para moverse, Lena corrió con él hacia el árbol tan deprisa que Seth a duras penas podía mantener los pies en el suelo.
Con un fuerte impulso haciendo palanca con el pulgar, Coulter disparó el guijarro. La piedra ovalada rebotó por el suelo y se detuvo a unos metros de Kendra. Con los ojos echando chispas, Ephira flotó en dirección a la piedra caída. Kendra se abalanzó sobre el guijarro, lo cogió y se dio la vuelta para mirar de frente a la aparición que iba hacia ella.
Ephira extendió sus ropajes de sombra a lo ancho y las palmas de las manos en dirección a Kendra. Tanto la chica como la piedra brillaron intensamente. Notaba el miedo rozándole la superficie del cuerpo, pero sin poder en verdad llegar hasta ella. La imagen de Ephira era horrible, representaba todo lo que Kendra había temido en aquella primera noche en que habían visto la aparición por la ventana del desván. Pero ahora lo único que le importaba era llevar el guijarro hasta el clavo.
Ephira se acercó aún más estirando los brazos y tratando de agarrarla con los dedos.
Esta vez no se valdría de la tela de su vestido; ahora quería tocarla directamente.
Kendra notó que unos dedos le apretaban el tobillo. Miró hacia abajo y vio a Patton a cuatro patas, que había gateado hasta ella, invisible. Estaba demacrado, como si le hubiesen chupado toda su vitalidad. Levantó una mano, ofreciéndose en silencio a coger la piedra.
—¡Kendra! —la llamó la nítida voz de Lena desde detrás de Ephira—. ¡Lanza el guijarro!
Apenas distinguía a la antigua náyade detrás de Ephira; la vislumbraba entre las rizadas lenguas de tela oscura, cogida de la mano de Seth. No había tiempo para tomar una decisión meditada y serena. Varios pensamientos le cruzaron la mente a la vez. Si Ephira la tocaba, la espectral mujer podría destruir la piedra, con lo que dejaría sin remedio la cuestión del clavo y de Kurisock. Patton no parecía encontrarse en condiciones de llegar de nuevo hasta el árbol, sobre todo teniendo a Ephira delante. Se le veía exhausto. Kendra lanzó el guijarro.
El lanzamiento no fue perfecto, pero, saltando hacia delante, Lena consiguió cogerlo.
Ephira dio media vuelta, lista ya para ir por una nueva víctima.
Lena y Seth se acercaron a aquel árbol negro. Este empezó a estremecerse como si percibiese el peligro. Las ramas crujieron y se balancearon. Una raíz se levantó como si el árbol esperase huir corriendo.
Patton tendió una mano temblorosa hacia su mujer.
—No —susurró.
Kendra nunca había oído una palabra sonar tan lúgubre, tan derrotada.
A escasos metros del tronco, Lena apartó a Seth a un lado. Miró por un instante a Patton con ojos llenos de ternura y una sonrisa triste en los labios, y entonces saltó. Aterrizó a muy poca distancia del clavo, avanzó a trompicones. Se movía como una marioneta a la que le hubieran cortado la mitad de las cuerdas. El tronco del horrible árbol se dobló ligeramente. Las ramas se flexionaron hacia abajo para impedirle el paso. Poco a poco, haciendo un tremendo esfuerzo, la mano estirada de Lena fue acercándose al tronco hasta que la piedra entró en contacto con el clavo.
Por un instante, toda la luz y toda la oscuridad parecieron sentirse atraídas hacia esos dos objetos, como si el mundo hubiese implosionado en un solo punto. Entonces, irradió hacia fuera una onda expansiva, luminosa y oscura, caliente y fría. La onda expansiva no derribó a Kendra; pasó a través de ella, anulando por un momento todo pensamiento. Vibró hasta la última partícula de su cuerpo, especialmente los dientes y el esqueleto.
Se hizo el silencio.
Con cierto aturdimiento, fue recuperando los sentidos. Ephira estaba agachada delante de ella, ya no en su forma espectral e inhumana, sino como una mujer asustada envuelta en harapos negros. Separó los labios como queriendo decir algo, pero de su boca no salió sonido alguno. Sus grandes ojos pestañearon dos veces. Entonces, se deshicieron los restos de su vestimenta negra y su cuerpo envejeció hasta disolverse en una nube de polvo y cenizas.
Un poco más allá de donde Ephira había perecido, el árbol yacía partido por la mitad, no ya con su color negro antinatural, sino como un árbol con el centro podrido. Cerca del árbol, inerte, se veía una masa viscosa y oscura. Solo cuando vio que tenía dientes y garras, entendió que debía de tratarse de los despojos de Kurisock. No lejos del árbol, Seth estaba tumbado boca arriba con los brazos y las piernas abiertos, moviéndose levemente. Lena yacía boca abajo e inmóvil al pie del tronco.
Detrás, un Ala de Nube recuperado salía como podía de la laguna de alquitrán, cojeando con la pata herida y con el cuerpo cubierto de lodo humeante. A cierta distancia, los trasgos huyeron de los centauros y dríades recuperados. Seth se incorporó para sentarse y se frotó los ojos. Pezuña Ancha seguía inerte donde había caído.
Patton se puso de pie y dio varios pasos dando tumbos, antes de tropezar y caer de nuevo al suelo de roca. Volvió a ponerse en pie y de nuevo cayó al suelo. Finalmente, con la ropa destrozada y lleno de suciedad, avanzó a cuatro patas hasta llegar a Lena, la levantó hacia sí y la estrechó en sus brazos, meciendo su cuerpo sin vida, abrazado a ella, moviendo los hombros por la convulsión del llanto.