22
Luz
Seth esperaba junto a Lena en el cenador que dominaba el embarcadero. Ni en el paseo de madera ni en ninguno de los otros pabellones esperaban ni sátiros, ni dríades, ni enanitos.
Tal como había pedido Patton, se habían quedado apartados.
Kendra y él se recostaron en la barca y volvieron plácidamente en dirección al cobertizo de las embarcaciones, supuestamente remolcados por las mismas náyades que hacía nada habían estado atacándolos. Seth deseó poder ver lo que Kendra estaba haciendo en la isla, pero ella había pasado prácticamente todo el tiempo tapada por los arbustos. Lena había descrito una luz cegadora, pero Seth no la había visto.
—Has estado genial cuando esquivaste a esas náyades —dijo Seth.
—Cualquier cosa con tal de distraerlas para que no ahogaran a mi marido —respondió Lena—. ¡Una parte de mí siempre amará a mis hermanas, pero pueden ser terriblemente pesadas! Me alegré de tener una excusa para fastidiarlas.
—¿Crees que Kendra lo ha conseguido?
—Debe de haber establecido contacto. Solo la reina ha podido ordenar a las náyades que los traigan sanos y salvos a la orilla. —Lena entornó los ojos—. La isla parece cambiada. No sabría decir exactamente cómo. Después del resplandor, hay un sentimiento nuevo que invade toda esta zona. —Arrugando los labios, Lena observó pensativamente la barca, que se deslizaba y entraba en el cobertizo.
Seth bajó los escalones del embarcadero dando saltos y llegó a la puerta del cobertizo de las barcas justo cuando Kendra y Patton salían.
—¿Algo bueno ha pasado? —preguntó.
—Bastante bueno —respondió Kendra.
—¿Qué es ese huevo? —quiso saber su hermano.
—Es un guijarro —le corrigió ella, cerrando la mano y apretando los dedos—. Os lo contaré todo, pero deberíamos meternos otra vez en la tienda de campaña.
Patton abrazó a Lena.
—Eres maravillosa —dijo, y le dio un besito en los labios—. Aun así, no me hace ninguna gracia verte cerca de esas náyades. Sé de cierta persona a la que les encantaría arrastrar al fondo del estanque.
—Sé de cierta persona a la que les costaría mucho dar caza —respondió ella con aire de petulancia.
Subieron las escaleras del cenador y a continuación bajaron unos pocos escalones hasta el jardín de césped. Tres imponentes dríades se les acercaron a paso rápido, obstruyéndoles el paso hacia la tienda de campaña. En el medio iba la dríade más alta de las tres, que era la que Seth había visto hablando con el abuelo y la abuela, con su melena color caoba que le llegaba por debajo de la cintura. La dríade de su izquierda parecía de raza india americana y vestía ropajes en tono tierra. La de la derecha era rubia platino y llevaba un vestido que parecía una cascada congelada. Las tres gráciles mujeres le sacaban a Patton una cabeza, por lo menos.
—Hola, Lizette —dijo Patton amablemente a la dríade del medio.
—No me digas «hola», Patton Burgess —replicó ella, mirándole con cara de pocos amigos y voz melodiosa pero dura—. ¿Qué le habéis hecho al santuario?
—¿Al santuario? —preguntó Patton, y lanzó unas miradas atrás por encima del hombro sin entender nada—. ¿Ha ocurrido algo?
—Ha sido destruido —anunció la dríade rubia en tono rotundo.
—Después de que nos pidieras que nos apartáramos —añadió la india americana.
Lizette miró a Kendra con los ojos entornados.
—Y tu amiga brilla más que el sol.
—¡Espero que no estéis insinuando que destruimos el monumento! —objetó Patton con desdén—. La reina de las hadas desmanteló el santuario, y sus razones tenía.
—Supongo que eres consciente de que la reserva ha perdido el contacto con su alteza —dijo Lizette—. Nos parece inaceptable.
Las tres se inclinaron hacia delante en actitud amenazadora.
—¿Menos aceptable que el hecho de que Fablehaven y todos los que aquí habitan se suman en las tinieblas de manera irreparable? —preguntó Patton.
Las dríades se relajaron ligeramente.
—¿Tienes un plan? —preguntó Lizette.
—¿Alguna vez había brillado Kendra más que ahora? —exclamó Patton—. Su resplandor es una muestra de las cosas buenas que están por venir. Concedednos unos minutos para conversar en privado, y os anunciaremos un plan para recuperar Fablehaven, una estrategia formulada por la mismísima reina de las hadas. —Patton miró a Kendra como si desease que sus palabras fuesen ciertas.
La chica le respondió con un gesto afirmativo de la cabeza.
—Más vale que haya una explicación satisfactoria para esta profanación —amenazó Lizette en tono sombrío—. El día de hoy será llorado hasta el final de las hojas y los arroyos.
Patton le tendió un brazo y le dio unas palmaditas en el hombro.
—Perder el santuario es un duro golpe para todos los que amamos la luz. Vengaremos esta tragedia.
Lizette se hizo a un lado. Patton reanudó la marcha pasando delante de los otros entre las sombrías dríades. Aunque las haría apaciguado momentáneamente, aquellas enormes mujeres seguían claramente insatisfechas. Seth, Kendra y Lena entraron en la tienda de campaña y Patton los siguió a continuación, soltando la portezuela de tela para tapar la abertura.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Seth.
—La reina de las hadas destruyó el santuario para crear esto. —Kendra levantó el guijarro.
Patton se puso bizco.
—No me extraña que vinieras brillando con mucho más fulgor.
—Yo no veo ninguna luz —se quejó Seth.
—Solo pueden verlo determinados ojos —le aclaró Lena, entornando los suyos.
—¿Por qué los míos no? —preguntó Kendra—. A mí solo me pareció que el guijarro brillaba cuando la reina de las hadas estaba creándolo.
—La luz de la piedra ha debido de unirse a tu luz interior —dijo Patton—. Puede costarte distinguir tu propia luz. Imagino que puedes ver en la oscuridad.
—Sí —respondió Kendra.
—Tanto si tú te das cuenta de ello como si no, Kendra, tienes mucha luz en tu interior —dijo Patton—. Con la piedra, tu radiación se ha vuelto aún más brillante. Para quienes podemos percibir esa luz, resplandeces como un faro.
Kendra cerró delicadamente los dedos en torno a la piedra.
—La reina de las hadas llenó la piedra con toda la energía que protegía el santuario. Cuando me lleve la piedra de este lugar, podrán entrar criaturas oscuras. Si ponemos en contacto el guijarro con el clavo del árbol, los dos objetos se destruirán mutuamente.
—¡De acuerdo! —exclamó Seth.
—Hay una pega —dijo Kendra—. La reina de las hadas dijo que quien conecte los objetos morirá.
—No es ningún problema. —Patton restó importancia a su preocupación moviendo la mano—. Yo me ocuparé de eso.
—Ni hablar —intervino Lena, angustiada—. Tienes que volver a mí. Tu vida no puede acabar aquí.
—Lo que hemos vivido juntos ha ocurrido ya —dijo Patton—. Nada de lo que yo haga aquí puede cambiarlo.
—No trates de embaucarme, Patton Burgess —gruñó ella—. Llevo décadas soportando tus sermones pacificadores. Te conozco mejor que tú mismo. Siempre estás buscando excusas para proteger a los demás a tu costa, en parte por un noble sentido del deber, pero principalmente por la emoción que te procura. Eres plenamente consciente de que si no vuelves al pasado, es posible que borres de un plumazo la mayor parte de nuestra relación. Toda mi historia podría verse alterada. Me niego a renunciar a nuestra vida juntos. Patton parecía sentirse culpable.
—En los viajes en el tiempo hay muchas incertidumbres. Que yo sepa, el Cronómetro es el único mecanismo creado que funciona correctamente para viajar en el tiempo. Casi todos los aspectos prácticos no han sido sometidos a prueba aún. No olvides que, en tu pasado, yo regresé después de haber viajado por el tiempo. Habrá quien alegue que nada de lo que yo haga ahora puede contradecir ese hecho. Si muero durante mi visita aquí, en otro lugar, en otro tiempo, podría haber una Lena a la que no volveré a ver nunca más. Pero tu historia está a salvo. Me suceda lo que me suceda, muy probablemente tú persistirás aquí como si nada de tu pasado hubiese cambiado.
—No me parece una argumentación muy sólida —le rebatió Lena—. Si te equivocas y no logras regresar, podría alterar por completo el curso de la historia. Debes volver. Tienes importantes obligaciones que cumplir. No solo por mí, sino por el bien de infinidad de otros seres. Patton, yo he vivido una vida plena. Si alguno de los dos debe morir, debería ser yo. Lo haría sin rechistar. Verte de nuevo es la culminación de mi mortalidad. —Miró a Patton con un arrobamiento tan descarado que Seth apartó la mirada.
—¿Por qué tiene que morir nadie? —preguntó Seth—. ¿Por qué no lanzamos la piedra contra el clavo? Así nadie conectaría en realidad los dos objetos.
—Podríamos intentarlo —dijo Patton—. Introduce un nuevo factor de riesgo. Ya solo acercarnos lo bastante al árbol representará un desafío.
—Yo podría hacerlo —dijo Seth.
Lena puso los ojos en blanco.
—En lo que se refiere a los candidatos para unir los dos talismanes, Kendra y tú estáis descartados.
—¿Yo? —preguntó Seth—. ¿Y si llegamos allí y todos menos yo os quedáis paralizados por el miedo?
—Puede que Ephira no pueda irradiar miedo mágico con la misma facilidad con que podía hacerlo en su madriguera —dijo Patton—. Puede que ni siquiera sea capaz de acceder a los dominios de Kurisock. Además, como domador de dragones, gozo de una resistencia considerable al miedo mágico.
—En la casa te quedaste petrificado —le recordó Seth.
Patton ladeó la cabeza y la movió en sentido afirmativo.
—Si hace falta, tú puedes cogerme de la mano y acercarme, y entonces podré arrimar la piedra hasta el clavo.
—Se supone que yo debo llevar el guijarro el máximo tiempo posible, para que se mantenga estable y totalmente cargado —dijo Kendra—. A lo mejor debería hacerlo yo.
—No, chicos —exclamó Patton—. Mi nuevo objetivo en la vida es vivirla entera sin que ningún crío tenga que sacrificarse por mí.
—Una de las cosas que tiene el ser de la familia de las hadas es que ahora obedecen mis órdenes —dijo Kendra—. ¿Hay algo que pudieran hacer?
—¿Desde cuándo puedes darles órdenes a las hadas? —soltó Seth.
—Acabo de enterarme —respondió Kendra.
—¡Entonces, haz que un hada conecte el guijarro con el clavo! —replicó Seth lleno de entusiasmo—. Las hadas siempre me han odiado. ¡A lo mejor tú podrías hacer que destruyeran entre todas el clavo!
—¡Seth! —le reprendió Kendra—. ¡Eso no tiene ninguna gracia!
—Forzar a un hada a embarcarse en una misión suicida podría tener serias repercusiones —le advirtió Patton—. No me gusta.
—¡A mí me encanta! —se reafirmó Seth, sonriendo de oreja a oreja.
—A lo mejor podría buscar alguna voluntaria —propuso Kendra—. Ya me entendéis: para no tener que ser yo quien obligase a nadie.
—Seguir dando vueltas a este asunto es una pérdida de tiempo —dijo Lena—. No hay ninguna criatura de la luz que pueda entrar en el territorio de Kurisock.
Kendra levantó el guijarro de líneas ovaladas.
—La reina de las hadas dijo que mientras yo retuviese la piedra, un paraguas de luz protegerá a todo el que esté cerca de mí.
—Vaya, ese detalle sí que es un dato útil —musitó Patton—. Si el poder que mantiene esta zona como un santuario de luz tuviese que penetrar en una fortaleza de las tinieblas, el influjo de la energía positiva podría permitir entrar en él a las criaturas de la luz.
—Vayamos a reclutar unas cuantas hadas —insistió Seth, dando una palmada de entusiasmo—. Mejor ellas que nosotros.
—Podemos intentar que las hadas nos respalden —respondió Patton—. Pero te lo advierto: las hadas son unos seres especialmente poco de fiar. Y deberíamos descartar por completo esta idea de forzar adrede a un hada a morir por nosotros. Me atrae mucho más la idea de intentar convencer a unos aliados más responsables para que se unan a nosotros y nos ayuden a llegar hasta el árbol.
—Si todo lo demás fracasa, yo completaré la tarea —se comprometió Lena—. Soy joven, ágil y fuerte. Puedo hacerlo.
Patton se cruzó de brazos.
—Permitidme que haga unas correcciones a mi nuevo objetivo vital: quiero pasar el resto de mi vida sin que mi mujer tenga que morir por mí. Si un hada no destruye voluntariamente los talismanes, yo lanzaré la piedra. Tengo una puntería excelente. Así, nadie tocará los dos objetos cuando entren en contacto.
—¿Y si no aciertas? —preguntó Lena.
—Ya nos ocuparemos de eso si sucede.
—Lo cual es una «pattonasada», porque tú mismo unirías los dos objetos —dijo Lena enfurruñada.
Patton se encogió de hombros con gesto de ser inocente.
—¿Te has parado a pensar alguna vez que quizá seas más valioso para el mundo si estás vivo que si estás muerto? —refunfuñó Lena.
—Si tuviese que morir mientras estoy haciendo algo peligroso, habría sucedido hace mucho tiempo. Lena le dio un manotazo.
—Espero no estar presente el día que vuelvan sobre ti todas tus expresiones de fanfarronería para bajarte los humos.
—Estarás presente —dijo Patton—, burlándote y señalándome con el dedo.
—No si estás en un ataúd —gruñó Lena.
—¿Cuándo deberíamos hacer esto? —preguntó Seth.
—Empieza a oscurecer —dijo Patton—. Nos convendrá tener al sol con nosotros cuando nos embarquemos en esta turbia aventura. Deberíamos ponernos en marcha mañana por la mañana, acompañados por todos los que deseen venir con nosotros.
—Y yo voy también, ¿verdad? —confirmó Seth.
—No podemos dejarte atrás sin protección frente a las influencias oscuras —dijo Patton—. Esta última apuesta es a todo o nada. Tanto si triunfamos como si fracasamos, lo haremos juntos, aunando nuestros diferentes talentos y recursos.
—Hablando de talentos —dijo Lena—, será mejor que Seth vaya un momento al hueco del seto, para ver si ha venido alguna persona de sombra a traernos información.
Solo entonces se fijó Seth en que la luminosidad que producían las paredes de tela amarilla y morada de la tienda había adquirido una tonalidad rojiza por efecto de la puesta del sol.
—Iré inmediatamente.
—Yo iré contigo —se ofreció Kendra.
—Lena y yo iremos a recabar apoyos entre los demás habitantes de Fablehaven —dijo Patton—. Les contaremos que la reina de las hadas nos ha conferido poder para atacar a Kurisock y revertir la plaga. No nos interesa ser más concretos, por si acaso la información llega a oídos hostiles.
—Entendido —dijo Seth, que salió de la tienda de campaña.
Los demás salieron detrás de él. Mientras Patton era asediado por sátiros, dríades, enanos y hadas, Kendra y Seth se escabulleron entre la multitud y se dirigieron a la entrada principal. Unas cuantas hadas revolotearon detrás de Kendra, como esperando poder acercarse a ella, pero cuando Patton empezó a explicar la situación, volvieron a toda prisa hacia él.
Cuando Kendra y Seth llegaron a la abertura del seto, los sátiros oscuros que estaban allí retrocedieron una buena distancia, y dos o tres balaron enojados. Miraban a la chica entrecerrando los ojos, tapándose con sus manos peludas para protegerse los ojos de fieras salvajes.
—Parece que ciegas a los sátiros corruptos —dijo Seth—. ¿Crees que tu piedra impedirá que los abuelos se acerquen?
—A lo mejor mi luminosidad los ayuda a ver dónde estamos —respondió Kendra.
Seth se tumbó tan ricamente en la hierba. El sol estaba en esos momentos justo por encima de las copas de los árboles, hacia el oeste del jardín.
—Enseguida estarán aquí.
—¿Quiénes crees que se presentarán?
—Con suerte, los seis.
Kendra hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Qué pena que no pueda verlos.
—Bueno, supongo que una sola persona no puede poseer hasta la última capacidad mágica existente en el universo. Tampoco te pierdes gran cosa. En realidad no se les reconoce del todo, solo se ve el contorno.
Seth empezó a arrancar florecillas azules que había por la hierba. Kendra se sentó y pegó las rodillas al pecho, abrazándose sus piernas flexionadas. Las sombras fueron alargándose por el jardín hasta que el sol descendió del todo y el crepúsculo invadió el claro.
Kendra parecía contenta con el silencio, y Seth no era capaz de reunir el esfuerzo necesario para iniciar una conversación. Miraba a través del hueco del seto, con la esperanza de ver alguna sombra familiar aparecer junto a los sátiros que acechaban la abertura. A medida que el intenso atardecer se apagaba, la temperatura bajó de caliente a templada.
Por fin apareció entre los inquietos sátiros una única figura negra. La silueta se abrió paso hasta el hueco del seto como si tuviese que luchar contra un fortísimo viento. Seth se incorporó.
—Allá vamos.
—¿A quién ves? —preguntó Kendra.
—Es bajo y delgado. Podría ser Coulter. —Seth levantó la voz—. ¿Eres tú, Coulter?
Con aparente esfuerzo, la figura levantó una mano y mostró los dedos que le faltaban.
Siguió avanzando a duras penas; cada paso que daba parecía requerir más esfuerzo que el anterior.
—Está luchando por llegar —dijo Seth—. Debe de ser tu luz.
—¿Debería apartarme? —Quizá sí.
La chica se levantó y se apartó del hueco del seto.
—¡Espera! —gritó Seth—. Está agitando las manos. Gesticula para que vuelvas. No, no solo dice que vuelvas, sino que te acerques a él.
—¿Y si no es Coulter? —preguntó Kendra, preocupada.
—No puede cruzar el seto. Tú simplemente quédate donde no pueda cogerte.
Seth y Kendra caminaron hacia el hueco del seto y se detuvieron a un par de pasos de la entrada. Coulter se acercó un poco más inclinándose hacia delante y temblando con el esfuerzo de cada arduo paso, pero consiguiendo siempre mover los pies uno tras otro.
—¿Dónde está? —preguntó Kendra.
—Casi ha llegado al hueco —dijo Seth—. Es como si estuviese a punto de desmayarse.
Coulter dio unos cuantos pasos más a duras penas. Se detuvo, se inclinó hacia delante y se agarró un mulso con la mano. Temblando, trató de levantar el otro brazo, pero no consiguió elevarlo demasiado.
—Nos está tendiendo un brazo —anunció Seth—. Acércate un poquito más.
—¡No puedo dejar que me toque! —exclamó Kendra.
—Solo un paso más. Creo que ya no puede acercarse más.
—¿Por qué no me aparto?
—Quiere que te pongas cerca de él.
Kendra dio medio paso al frente con cautela y, de pronto, Seth alcanzó a ver que por debajo de la sombra parecía verse piel.
—¡Le veo! —chilló Kendra, y se llevó las manos a los labios—. O al menos parte de él, débilmente.
—Yo también —dijo Seth—. Nunca había visto a ninguna persona de sombra hacer eso. Creo que podrías estar curándole. ¡Sí! Está diciendo que sí con la cabeza. ¡Acércate más!
—¿Y si él me contamina a mí?
—Solo un poquitín más. Todavía no puede alcanzarte.
—¿Y si está fingiendo que no puede alargar más el brazo?
—¡Ha caído de rodillas! —gritó Seth.
—Ya lo veo —dijo Kendra, y dio otro medio paso más hacia el hueco del seto.
De repente, Coulter quedó más visible, encorvado hacia delante, con las dos manos apoyadas contra los muslos. Lucía una expresión de angustia en la cara, con el semblante contraído del tremendo esfuerzo. Trataba de mantener la cabeza levantada, pero iba bajándosele poco a poco.
—¡Ayúdale! —gritó Seth.
Kendra se metió en el hueco entre los dos setos y agarró a Coulter por un hombro. Al instante, se le vio ya completamente y se tiró casi sin fuerzas por el hueco del seto, para acabar tendido y jadeando en el camino.
—¡Coulter! —exclamó Seth—. ¡Has vuelto!
—A duras penas —dijo él con un hilillo de voz y la cara colorada por el inmenso esfuerzo que acababa de hacer—. Solo a duras penas. Dadme… un minuto.
—¡Qué alegría nos da verte vivo! —exclamó Kendra, emocionada, con las lágrimas empañándole la vista.
—Deberíamos… apartarnos… de la entrada —acertó a decir Coulter, que se había puesto a gatear para alejarse del hueco.
—Un par de sátiros acaban de salir corriendo —informó Seth.
—Querrán… ir a dar la noticia… de que Kendra es capaz de derrotar a las tinieblas —jadeó Coulter. Se sentó, respirando pesadamente. Poco a poco pareció ir relajándose.
—¿Viste mi luz? —preguntó Kendra.
Coulter rio entre dientes.
—¿Que si la vi? Kendra, tu luz me abrasaba, me dejaba ciego. Pensé que iba a consumirme. Me quemaba de un modo diferente a como me quemaba el sol. El sol solo me producía dolor. Dolor frío. Tu luz, además de abrasar, me llamaba. Junto con el dolor, me proporcionaba calor, el primer calor que he sentido desde que las hadas de sombra me transformaron. Podía notar cómo la oscuridad que se había apoderado de mí iba alejándose de tu luz, y eso me dio esperanzas. Pensé que si podía acercarme lo suficiente a tu luz, moriría o quedaría libre de tinieblas. De cualquier modo, mi gélida existencia tocaría a su fin.
—¿Qué se siente siendo una sombra? —preguntó Seth.
Coulter se estremeció.
—Se siente más frío de lo que podría llegar a describir. Un cuerpo humano normal se queda entumecido mucho antes de poder experimentar el frío que yo notaba. La luz del sol intensificaba el frío hasta sentirte agonizar. Siendo una sombra, costaba mucho concentrar la mente en algo. Mis sentimientos se volvieron difusos. Me sentía desolado. Absolutamente vacío.
Me mente deseaba apagarse. Sentía constantemente la tentación de derrumbarme y de regodearme en mi vacío. Pero sabía que debía combatir esas inclinaciones. Cuando transformaron a Tanu, él me ayudó a no venirme abajo.
—¿Dónde está Tanu? —preguntó Kendra—. ¿Y qué hay de los demás? ¿Has visto al abuelo o a la abuela?
Coulter negó con la cabeza.
—Han desaparecido todos. Me encontré con Warren y con Dale unos instantes. Como compañeros de sombra, nos era posible comunicarnos, aunque se trataba más bien de una especie de telepatía que de lenguaje hablado. Me avisaron de que la dama iba a por ellos, de que ya se había llevado a Stan y a Ruth. Nos dividimos, con el plan de encontrarnos en un lugar previamente acordado. Ninguno de los otros llegó nunca. Yo he venido aquí con la esperanza de poder avisaros sobre lo que les había pasado a los otros. Tú brillabas, me acerqué y aquí estoy ahora.
—¿Qué les hizo Ephira? —preguntó Kendra.
—¿Así se llama? —preguntó Coulter—. Warren y Dale sospechaban que los había encerrado en alguna parte. Para esconderlos. No es fácil saberlo con seguridad. Cuéntame, Kendra, ¿por qué brillabas tanto?
—¿Ya no brillo ahora? —preguntó ella.
Coulter la escudriñó con mucha atención.
—Supongo que sí, pero yo no puedo verlo.
La chica dirigió la vista hacia los sátiros, que se habían apartado aún más del hueco del seto.
—Te contaremos todos los detalles después, en un lugar en el que no nos pueda escuchar nadie. La reina de las hadas me dio un obsequio lleno de energía de luz. —Bajó la voz para decir en un susurro—: Podría servirnos para detener la plaga.
—A mí, desde luego, me ha curado —dijo Coulter—. Eso sí, dolía muchísimo. Creo que va a formar parte de mis recuerdos menos agradables. —Estiró los brazos para desperezarse—. Supongo que vamos a tener que rescatar a los demás entre nosotros tres solamente.
—También contamos con la ayuda de Patton Burgess —dijo Seth.
Coulter soltó una risilla.
—Sí, claro, y yo creo que Superman también nos va a echar una manita. Deberíamos comprobar si Billy el niño se encuentra disponible.
—Lo dice en serio —le confirmó Kendra—. Patton ha viajado hacia delante en el tiempo.
Está aquí. Cuando Lena le vio, abandonó de nuevo el estanque, así que también la tenemos a ella a nuestro lado.
Coulter trató de no sonreír, pero no lo consiguió.
—Me estáis tomando el pelo.
—¿Podríamos estar de broma en un momento de tanto peligro? —preguntó Seth.
—Yo crecí oyendo contar historias sobre Patton Burgess —dijo Coulter, con el entusiasmo empezando a traslucirse en su voz—. Para mí siempre ha sido un sueño poder conocerle. Murió poco antes de que yo naciera.
—Creo que no te decepcionará —le aseguró Seth.
—¿Puedes caminar? —preguntó Kendra—. Podríamos traerle aquí.
Coulter se puso en pie tambaleándose y emitiendo gemidos al incorporarse. Seth le sujetó al ver que se ladeaba.
—Vamos, vamos, no hace falta que me miméis tanto —protestó—. Solo necesito medio segundo para orientarme.
Coulter empezó a caminar en dirección a la tienda de campaña con pasos medidos pero algo inseguros. Seth permaneció cerca de él, listo para agarrarle si daba un traspiés. Coulter fue caminando cada vez con más seguridad, y su cuerpo fue adquiriendo una postura cada vez más natural.
—Ahí vienen —dijo Kendra, señalando a lo lejos.
Cogidos de la mano, Patton y Lena se aproximaban a un paso rápido.
—Es increíble —murmuró Coulter—. ¿Quién habría podido imaginar que iba a conocer a Patton Burgess en carne y hueso?
—Habéis encontrado a un amigo —les dijo Patton desde lejos.
—¡Coulter! —gritó Lena—. ¡Cuánto tiempo! —Dio unos pasos moviéndose graciosamente y le cogió de las manos para mirarle bien de arriba abajo.
—Qué joven estás —se maravilló Coulter.
—Patton Burgess —dijo Patton, extendiendo una mano.
Atónito, Coulter tendió la suya y le dio un fuerte apretón de manos.
—Coulter Dixon —logró articular, parecía que Patton fuese una estrella de cine.
—Por lo que tengo entendido, eras una sombra, ¿no? —preguntó Patton.
—Me acerqué dando tumbos como pude hasta el hueco que hay entre los dos setos, atraído por la luz de Kendra. Entonces, ella me tendió una mano y me tocó, y su luminosidad limpió toda la oscuridad que tenía dentro de mí.
Patton evaluó a Kendra con la mirada.
—Supongo que un riesgo que compensaba era un riesgo que merecía la pena correr.
Pero si hubieses resultado infectada, podríamos haber terminado antes incluso de haber podido empezar.
—¿Qué tal os ha ido con los demás? —preguntó Seth.
—Podemos contar con bastante ayuda para mañana. ¿Estás dispuesto a unirte a nosotros, Coulter?
—Por supuesto —respondió él, pasándose nerviosamente una mano por la cabeza casi calva del todo, alisándose el penacho de finos cabellos que le crecía en el centro—. Me alegro de que estéis aquí.
—Encantado de poder ayudar —dijo Patton—. Pero nuestras esperanzas residen en Kendra. Deberíamos celebrar una reunión en la tienda de campaña para poder darte todos los detalles. Mañana la suerte de Fablehaven estará en nuestras manos.