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Reunión
Para Kendra Sorenson la oscuridad total era algo que había dejado de existir. Estaba sentada en un gélido pasillo de las mazmorras del sótano de la casa principal de Fablehaven, con la espalda apoyada en la pared de piedra y las rodillas pegadas al pecho. Enfrente tenía un armario de grandes dimensiones con el filo dorado, del tipo que usaría un mago para hacer desaparecer a su ayudante. A pesar de la falta de luz, ella podía distinguir el contorno de la Caja Silenciosa sin dificultad. El pasillo estaba en penumbra, con los colores apagados, pero a diferencia incluso de los guardianes trasgo que patrullaban por las mazmorras, ella no necesitaba velas ni antorchas para manejarse por los oscuros corredores. Su visión potenciada era una de las muchas consecuencias de haber entrado a formar parte de la familia de las hadas el verano anterior.
Kendra sabía que Vanessa Santoro aguardaba en el interior de la caja. Una parte de ella quería desesperadamente hablar con su antigua amiga, a pesar de que Vanessa había traicionado a la familia y casi había provocado que los mataran. Su deseo de comunicarse con ella tenía poco que ver con sentimientos de añoranza de los ratos de charla compartidos.
Kendra ansiaba que le clarificase el contenido de la nota final que Vanessa le había garabateado en el suelo de la celda justo antes de ser sentenciada a la Caja Silenciosa.
Nada más descubrir la nota que Vanessa había dejado escrita, Kendra se lo había contado a sus abuelos. El abuelo Sorenson había pasado unos cuantos minutos mirando ceñudamente las luminosas letras a la luz fantasmal de una vela umita, sopesando la veracidad de las inquietantes acusaciones dejadas ahí por una traidora desesperada. Kendra todavía recordaba su veredicto inicial: «O es la verdad más perturbadora que me he encontrado en la vida, o bien es la más brillante de las mentiras».
Casi dos meses después no habían avanzado nada en cuanto a verificar el mensaje o darlo por falso. Si el mensaje era cierto, la Esfinge, el mayor aliado de los encargados de la reserva, era en realidad su archienemigo disfrazado. El mensaje lo acusaba de aprovechar su íntima relación con los protectores de las reservas mágicas para facilitar los siniestros planes de la Sociedad del Lucero de la Tarde.
Por otro lado, si el mensaje era falso, Vanessa estaba vilipendiando al más poderoso amigo de los encargados de la reserva con el fin de crear disensión interna y dar motivos a sus captores para liberarla de su encarcelamiento en la Caja Silenciosa. Sin ayuda del exterior, se quedaría apresada allí en un estado de suspensión hasta que otro ocupase su lugar. En teoría, podría esperar durante siglos allí dentro, de pie, erguida, sumida en un oscuro silencio.
Kendra se frotó los gemelos. Sin otra persona que ocupase el lugar de Vanessa de manera temporal, sería imposible liberar de la Caja Silenciosa a la que antes había sido su amiga para mantener con ella una breve conversación. Por no hablar de la preocupación derivada del hecho de que Vanessa era una narcoblix. A lo largo del verano, antes de que la desenmascarasen, había mordido a prácticamente todo el mundo en Fablehaven. Como resultado, una vez fuera de la Caja Silenciosa podría controlar a cualquier de ellos cada vez que se durmiesen.
Para cruzar unas palabras con Vanessa, Kendra tendría que esperar a que todos estuviesen de acuerdo. ¡Quién sabe cuánto podría tardar eso en suceder! La última vez que habían hablado del tema, nadie había estado a favor de darle a Vanessa la oportunidad de explicarse más. Sometiéndolos a estricto voto de secreto, el abuelo y la abuela habían compartido el inquietante mensaje con Warren, Tanu, Coulter, Dale y Seth. Todos habían tomado medidas para investigar la veracidad de la nota escrita en el suelo. Con suerte, aquella noche, con Tanu y Warren de vuelta de sus misiones, dispondrían de mejor información. De lo contrario, ¿sería posible que por fin los demás llegasen a la conclusión de que había llegado el momento de escuchar lo que Vanessa tenía que añadir? La narcoblix los había dejado intrigados al apuntar que sabía mucho más de lo que había revelado en su nota, Kendra estaba convencida de que Vanessa podía arrojar más luz sobre el tema. Decidió que una vez más se mostraría a favor de escucharla.
Una luz trémula danzó al fondo del pasillo. Slaggo dobló la esquina. El repulsivo trasgo llevaba en una mano un cubo desconchado y en la otra agarraba una antorcha chisporroteante.
—¿Otra vez has bajado a la mazmorra a rumiar tu mal humor? —le dijo a Kendra, y se detuvo—. Podemos ponerte a trabajar. La paga es imbatible. ¿Te gusta la carne cruda de gallina?
—Detestaría inmiscuirme en vuestros jueguecitos —le espetó Kendra.
Desde que Slaggo y Voorsh habían estado a punto de darle como comida a sus abuelos cautivos, no se había mostrado muy amable con ellos.
Slaggo la miró con malicia.
—Por tus malas pulgas, se diría que han encerrado a tu mascota preferida en la Caja.
—No estoy aquí sentada por ella —le corrigió Kendra—. Estoy reflexionando.
Él respiró hondo, mientras repasaba con la mirada el pasillo con desdén.
—Cuesta imaginarse un entorno más inspirador —admitió—. Nada como los inútiles gemidos de los condenados para que el coco se ponga a rular.
El trasgo reanudó la marcha, relamiéndose los labios. Era bajo, huesudo y verdoso, con los ojos redondos y brillantes como canicas y unas orejas que parecían hechas de ala de murciélago. Cuando Kendra midió, temporalmente, dieciocho centímetros, el trasgo le había parecido mucho más temible.
En vez de pasar de largo por delante de ella, se detuvo de nuevo, ahora con la mirada puesta en la Caja Silenciosa.
—Me gustaría saber quién estaba ahí dentro antes —murmuró, casi para sus adentros—. Me lo he preguntado todos los días durante décadas… y ahora nunca lo sabré.
La Caja Silenciosa había albergado al mismo prisionero secreto desde que la habían llevado a Fablehaven, hasta que la Esfinge había cambiado al misterioso ocupante por Vanessa. La Esfinge había insistido en que la Caja Silenciosa sería el único lugar en el que Vanessa no podría valerse de sus dotes de control sobre las personas mientras dormían. Si era cierto el mensaje final de Vanessa, y si la Esfinge era malvada, probablemente había puesto en libertad a un antiguo y poderoso colaborador. Si el mensaje era falso, la Esfinge estaba simplemente reubicando a un prisionero en otro lugar de confinamiento. Ninguno había visto quién era el preso secreto, tan solo habían podido percibir que se trataba de una figura encadenada, con la cabeza tapada por un burdo saco de arpillera.
—A mí tampoco me importaría saber de quién se trataba —soltó Kendra.
—Yo capté su olor, ¿sabes? —dijo Slaggo como quien no quiere la cosa, mientras miraba a Kendra de soslayo—. Estaba agazapado entre las sombras cuando la Esfinge pasó por delante con él. —Era evidente que se sentía orgulloso de su hazaña.
—¿Podrías decirme algo de él? —preguntó Kendra, mordiendo el anzuelo.
—Siempre he tenido olfato de husmeador de primera —respondió Slaggo, que se limpió la nariz con el antebrazo y se meció hacia atrás sobre los talones—. Un varón, sin ninguna duda. Había algo raro en su aroma, algo poco común, difícil de identificar. Mi suposición es que no era del todo humano.
—Interesante —dijo Kendra.
—Ojalá hubiese podido olerlo más de cerca —lamentó Slaggo—. Lo hubiera intentado, pero la Esfinge no se anda con chiquitas.
—¿Qué sabes tú de la Esfinge?
Slaggo se encogió de hombros.
—Lo mismo que todo el mundo. Se supone que es sabio y poderoso. Huele igual que un hombre. Si es otra cosa, lo disimula a la perfección. Hombre o no hombre, es viejísimo. Porta el aroma de otra época.
Por supuesto, Slaggo no sabía nada de la nota.
—Parece buena gente —dijo Kendra.
Slaggo se encogió de hombros.
—¿Quieres un poco de potaje? —le ofreció el trasgo, poniéndole el cubo delante de la cara.
—No, gracias —respondió Kendra, tratando de no inhalar el hedor a podrido.
—Recién sacado del fuego —dijo él. Ella meneó la cabeza y él siguió adelante—. Que disfrutes de la oscuridad.
Kendra casi sonrió. Slaggo no tenía ni idea de lo bien que podía ver sin luz.
Seguramente pensaba que le encantaba sentarse a solas en la oscuridad, lo cual quería decir que pensaba que era una niña de su agrado. Es cierto que ella había adquirido la costumbre de pasar ratos a solas en las mazmorras, así que tal vez no iba tan desencaminado.
Cuando el trasgo se perdió de vista y el parpadeo anaranjado de su antorcha hubo desaparecido, Kendra se levantó y apoyó la palma de la mano contra la lisa madera de la Caja Silenciosa. A pesar de que Vanessa los había traicionado, a pesar del hecho real de que había demostrado ser una embustera, a pesar de su evidente motivación para fingir poseer información valiosa, Kendra creía en el mensaje del suelo. Y ansiaba saber más.
• • •
Seth se presentó a la mesa de la cena luciendo su mejor cara de póker. Coulter, el experto en reliquias mágicas, había preparado pastel de carne con patatas asadas, brécol y panecillos frescos de acompañamiento. Ya estaban todos sentados: el abuelo, la abuela, Dale, Coulter y Kendra.
—¿Aún no han llegado Tanu y Warren? —preguntó Seth.
—Llamaron hace un momento —dijo su abuelo, levantado su nuevo teléfono móvil—. El avión de Tanu ha llegado con retraso. Van a comer algo por el camino. Deberían estar aquí dentro de una hora, más o menos.
Seth movió afirmativamente la cabeza. La tarde había acabado con pingües beneficios.
Ya había escondido su parte del oro en el dormitorio del desván que compartía con Kendra, dejando envuelto el morral de cuero que contenía el tesoro en un par de pantalones cortos de deporte, metidos al fondo de uno de sus cajones. Todavía le costaba creer que hubiese escondido el oro antes de que le sabotearan el triunfo. Ahora lo único que tenía que hacer era actuar como si nada.
Se preguntaba cuánto valía aquel oro. Seguramente unos cuantos cientos de miles, como poco. No estaba mal para un chaval de trece años.
La única complicación eran los nipsies. No podía ser que el abuelo Sorenson, como encargado de la reserva, no supiese de su existencia. Seth estaba bastante seguro de que el abuelo Sorenson desearía conocer las últimas noticias sobre lo que les había pasado, para poder investigar más a fondo. ¿Quién era ese señor malévolo que los nipsies belicosos habían mencionado? ¿Podría tratarse de la Esfinge? En Fablehaven había infinidad de candidatos sospechosos. A pesar de la actuación de Newel para impedir que los nipsies terroríficos pudieran derrotar a los nipsies agradables, Seth tenía la sensación de que el conflicto no había terminado. Si no hacía nada, era posible que los nipsies buenos acabasen eliminados.
Aun así, Seth tenía dudas. Si contaba lo que sabía sobre los nipsies, el abuelo colegiría que se había adentrado por zonas prohibidas de Fablehaven. No solo le revocaría sus privilegios, sino que además casi con toda seguridad tendría que devolver el oro. El chico se estremeció al pensar en la decepción que causaría a todos.
Había una posibilidad de que el abuelo descubriese lo que estaba pasando con los nipsies, durante sus labores rutinarias de vigilancia de la reserva. Pero teniendo en cuenta las defensas que habían erigido los nipsies, tal vez el abuelo no tuviese pensado hacerles una visita a corto plazo. ¿Descubriría lo que estaba pasando, a tiempo para impedir una tragedia? Desde que Kendra había encontrado la nota final de Vanessa, todo el mundo había estado tan preocupado por los acontecimientos en el exterior de Fablehaven que Seth temía que nadie fuese a comprobar cómo estaban los nipsies en mucho tiempo. Incluso cabía la posibilidad de que el abuelo ni siquiera supiese nada de ellos.
—Sigue en pie la reunión de esta noche para hablar sobre lo que Tanu y Warren han descubierto, ¿verdad? —Kendra parecía preocupada.
—Pues claro —respondió su abuela, mientras le servía brócoli en el plato.
—¿Se sabe si han tenido éxito? —preguntó Kendra.
—Lo único que yo sé es que Tanu no consiguió encontrar a Maddox —respondió su abuelo, refiriéndose al tratante de hadas que había ido de exploración a la reserva caída de Brasil—. Y Warren ha hecho un viaje de tomo y lomo. Me niego a arriesgarme a hablar por teléfono sobre los detalles de nuestras secretas inquietudes.
Seth se puso ketchup en el pastel de carne y probó un bocado. Estaba casi ardiendo, pero sabía delicioso.
—¿Y mis padres? —preguntó Seth—. ¿Siguen presionándoos para que nos mandéis a casa?
—Se nos empiezan a acabar las excusas para alargar vuestra estancia mucho más tiempo —dijo su abuela, que le dedicó a su marido una mirada de preocupación—. El colé empieza dentro de un par de semanas nada más.
—¡No podemos irnos a casa! —exclamó Kendra—. Y mucho menos hasta que demostremos si la Esfinge es inocente o no. La Sociedad sabe dónde vivimos, y no tienen reparos en ir por nosotros allí.
—Estoy absolutamente de acuerdo —dijo su abuelo—. El problema sigue siendo cómo convencer a vuestros padres.
Kendra y Seth llevaban todo el verano en Fablehaven, bajo el pretexto de ayudar a cuidar a su abuelo, que estaba convaleciente. Era verdad que estaba herido cuando llegaron, pero el objeto mágico que habían rescatado de la torre invertida le había curado. El plan original había sido que Kendra y Seth se quedasen un par de semanas. Los abuelos se las habían ingeniado para alargar ese plazo hasta un mes a base de conversaciones telefónicas: Kendra y Seth les contaban una y otra vez lo bien que se lo estaban pasando, y los abuelos insistían en lo bien que les estaba viniendo su ayuda.
Transcurrido un mes, el abuelo podía percibir que su hijo y su nuera estaban impacientándose de verdad, así que los invitó a pasar una semana con ellos. Los abuelos habían decidido que la mejor solución sería ayudarlos a descubrir la verdad sobre Fablehaven, para que todos pudieran hablar abiertamente sobre el peligro que corrían Kendra y Seth. Pero por muchas pistas que les dieron y por más cosas que insinuaron, Scott y Marla no captaban de qué iba la cosa. Al final, Tanu les preparó una infusión para que estuviesen abiertos a sugerencias y el abuelo, luciendo una escayola de mentira, había conseguido que les dejasen a los niños otro mes más. Pero una vez más el plazo expiraba.
—Tanu vuelve ya —les recordó Seth—. A lo mejor puede darle a mi padre un poco más de la infusión aquella.
—Necesitamos dejar de depender de remedios pasajeros —dijo su abuela—. Las amenazas actuales podrían mantenerse durante años. Tal vez la Sociedad del Lucero de la Tarde ha dejado de interesarse en vosotros, ahora que el objeto mágico no está en Fablehaven. Pero mi instinto me dice que no.
—El mío también —coincidió el abuelo, que dedicó a Kendra una mirada significativa.
—¿Podemos obligar a mamá y papá a ver a través de la ilusión que oculta a las criaturas? —preguntó Kendra—. ¿Darles a beber leche y señalarles las hadas para que las vean? ¿Llevarles al granero para que vean a Viola?
Su abuelo negó con la cabeza.
—No estoy seguro. La incredulidad absoluta es un poderoso inhibidor. Puede impedir a las personas ver verdades evidentes, sin importar lo que digan o hagan los demás.
—¿La leche no tendría efecto sobre ellos? —preguntó Seth.
—Tal vez no —respondió el abuelo—. Esa es parte de la razón por la que, cuando permito que alguien descubra los secretos de Fablehaven, lo hago a través de una serie de pistas que tienen que ir averiguando. Para empezar, es una manera de que puedan decidir si quieren o no quieren conocer la verdad de este lugar. Y, además, hay que tener en cuenta que la curiosidad va minando su incredulidad. No hace falta mucha credulidad para que la leche surta efecto, pero una incredulidad absoluta puede ser difícil de superar.
—¿Y tú crees que mamá y papá no creen en ello? —preguntó Kendra.
—En cuanto a la posibilidad de que realmente existan criaturas míticas, da la impresión de que no lo creen en absoluto —respondió su abuelo—. A ellos les dejé pistas mucho más obvias que las que os puse a ti y a Seth.
—Yo incluso mantuve una conversación con ellos en la que les conté de todo, menos la verdad sobre Fablehaven y mi papel aquí —dijo la abuela—. Me lo callé en cuanto me di cuenta de que me miraban boquiabiertos como si estuviese como una regadera.
—En cierto sentido, estarán más seguros gracias a esa incredulidad —afirmó el abuelo—. Puede ser una protección frente a la influencia de la magia negra.
Seth arrugó el entrecejo.
—¿Estáis diciendo que las criaturas mágicas solo existen si creemos en ellas?
Su abuelo se limpió la boca dando unos leves toques con la servilleta en los labios.
—No. Existen con independencia de que creamos o no. Pero normalmente hace falta creer un poco para que podamos interactuar con ellas. Es más: a la mayoría de las criaturas mágicas les desagrada tanto la incredulidad que prefieren apartarse, más o menos como si tú o yo nos apartásemos de un olor desagradable. La falta de fe forma parte de la razón por la que muchas criaturas optan por refugiarse en estas reservas.
—¿Sería posible que alguno de nosotros dejase de creer en las criaturas mágicas? —se preguntó Kendra.
—No te molestes —intervino Coulter, en tono ligeramente malhumorado—. Nadie podría intentarlo con más empeño que yo. La mayoría de nosotros simplemente procuramos sacarle el mejor partido.
—Cuesta bastante dudar de su existencia cuando has interactuado con ellos —coincidió Dale—. La creencia acaba cristalizando en conocimiento.
—Hay personas que entran en contacto con esta vida y luego huyen de ella —dijo la abuela—. Evitan las reservas y las sustancias como la leche de Viola que puedan abrirles los ojos. Al dar la espalda a todo lo mágico, dejan que su conocimiento quede en estado durmiente.
—A mí eso me suena sensato —murmuró Coulter.
—Vuestros abuelos Larsen cesaron prematuramente su implicación en nuestra sociedad secreta —explicó el abuelo.
—¿Los abuelos Larsen sabían de la existencia de las criaturas mágicas? —exclamó Seth.
—Tanto o más que nosotros —dijo la abuela—. Pusieron fin a su implicación más o menos en la época en que nació Seth. Todos esperábamos mucho de vuestros abuelos.
Nosotros les presentamos y animamos discretamente su noviazgo. Cuando Scott y María se negaron a mostrar interés en nuestro secreto, fue como si vuestros abuelos Larsen pusieran fin a su compromiso.
—Nosotros éramos amigos de los Larsen desde que vuestros padres eran unos críos —comentó el abuelo.
—Espera un momento —dijo Kendra—. ¿Realmente los abuelos Larsen murieron de manera accidental?
—Hasta donde nosotros hemos podido entender, sí —respondió la abuela.
—Se habían apartado de nuestra comunidad hacía diez años —dijo el abuelo—. Fue un contratiempo trágico, sin más ni más.
—Jamás habría adivinado que ellos conocían la existencia de las reservas secretas —dijo Seth—. No me parecía que fuesen de este tipo de personas.
—Pues eran muy de este tipo de persona —les aseguró la abuela—. Pero se les daba bien guardar secretos y hacerse los despistados. En aquellos tiempos llevaron a cabo un montón de misiones de espionaje para nuestra causa. Los dos estaban metidos en los Caballeros del Alba.
Kendra nunca había considerado la posibilidad de que sus difuntos abuelos pudiesen haber estado al tanto de la información secreta que tenían los Sorenson. Por eso, les echó de menos más que nunca. ¡Qué bonito habría sido compartir con ellos este asombroso secreto! Y qué extraño que dos parejas que conocían el secreto tuviesen hijos que se negaban a creerlo.
—¿Cómo vamos a convencer a mamá y papá de que nos dejen quedarnos? —preguntó Kendra.
—Deja que tu abuelo y yo sigamos buscando un modo —le prometió la abuela con un guiño—. Aún tenemos una semana más o menos.
Terminaron de cenar en silencio. Todos le dieron las gracias a Coulter por el pastel de carne y recogieron la mesa juntos.
Luego, siguieron al abuelo al salón, donde cada cual tomó asiento en un sitio. Kendra hojeó un libro antiguo de cuentos de hadas. Al poco rato se oyó el tintineo de una llave y la puerta de entrada se abrió. Entró Tanu, un tipo alto, originario de Samoa, de hombros recios y caídos. Llevaba en cabestrillo uno de sus brazos poderosamente musculados. Del hombro contrario del maestro de pociones colgaba una mochila abultada en la que se adivinaban extrañas formas. Detrás de él venía Warren, con chaqueta de piel y barba de tres días.
—¡Tanu! —Seth salió corriendo hacia el grandullón samoano—. ¿Qué te ha pasado?
—¿Esto? —preguntó Tanu, indicando el brazo herido.
—Sí.
—Una manicura chapucera —respondió, y le brillaron los ojos negros.
—Yo también he vuelto —apuntó Warren.
—Por supuesto, pero tú no habías ido a meterte a escondidas en una reserva caída en Sudamérica —le dijo Seth en tono de desdén.
—Yo también me he visto en apuros —murmuró Warren—. Y de los buenos.
—Nos alegramos de que los dos hayáis vuelto sanos y salvos —dijo la abuela.
Warren echó un vistazo al salón y se inclinó hacia Tanu para decirle:
—Parece que llegamos tarde a una reunión.
—Nos morimos de ganas por oír lo que habéis averiguado —dijo Kendra.
—¿Qué tal un vaso de agua? —replicó Warren, con cierta altanería—. ¿O una manita con nuestros bártulos? ¿O un cálido apretón de manos? Otro cualquiera sospecharía que solo le queríais por la información que traía.
—Corta el rollo y toma asiento —dijo Dale.
Warren miró con cara de malhumor a su hermano mayor.
Tanu y Seth entraron en la habitación y se sentaron uno al lado de otro. Warren se dejó caer en el sofá al lado de Kendra.
—Me alegro de veros a todos aquí —dijo el abuelo—. Los presentes en este salón somos las únicas personas que estamos al tanto de la acusación de que tal vez la Esfinge sea un traidor. Es necesario que siga siendo así. Si la acusación resultara ser cierta, hemos de tener en cuenta que su inmensa red de espías está presente por todas partes, sean ellos inocentes o no. Si la acusación resultara falsa, no es precisamente el mejor momento para hacer correr rumores que puedan provocar disensión. Teniendo en cuenta todo lo que hemos tenido que pasar juntos, estoy seguro de que podemos confiar de verdad los unos en los otros.
—¿Qué nueva información habéis descubierto? —preguntó la abuela.
—No gran cosa —respondió Tanu—. Entré en la reserva brasileña. Está sumida en el caos absoluto. Un demonio reptil llamado Lycerna ha subvertido todo orden. Puede que Maddox haya encontrado un buen escondite; yo no he conseguido dar con él. Pude llevar la bañera, y dejé varios mensajes cifrados sobre dónde la escondía. Él sabe cómo usarla.
—Bien hecho —aprobó Coulter.
—¿Qué bañera? —preguntó Seth.
Coulter miró al abuelo, que hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Una bañera enorme de hojalata de las antiguas, que da la casualidad de que contiene un espacio tridimensional compartido, en conexión con una bañera idéntica que hay en el desván.
—No he entendido ni jota —dijo Seth.
—Espera un segundo —dijo Coulter, que se levantó y fue al salón contiguo. Volvió con una ajada mochila de cuero. Después de rebuscar algo dentro, sacó un par de latas—. Estas latas funcionan como las bañeras, pero a menor escala. Las he utilizado para enviar mensajes. Coge una y mira dentro. —Le tendió una de las latas a Seth.
—Vacía —informó Seth después de haber echado un vistazo al interior.
—Correcto —dijo Coulter. Sacó una moneda del bolsillo y la metió en la lata con la que se había quedado—. Vuelve a mirar.
Seth miró dentro de la lata y vio una moneda de veinticinco centavos en el fondo.
—¡Aquí dentro hay una moneda de veinticinco centavos! —exclamó.
—La misma que tengo yo en mi lata —explicó Coulter—. Las latas están conectadas.
Comparten el mismo espacio.
—¿O sea que ahora tenemos dos monedas de veinticinco? —preguntó Seth.
—Solo una —le corrigió Coulter—. Sácala.
Seth se echó la moneda en la palma de la mano. Coulter levantó su lata.
—Mira, mi moneda ha desaparecido. La acabas de sacar de tu lata.
—Alucinante —dijo el chico, impresionado.
—Maddox puede usar la bañera para volver a casa, si logra encontrarla —dijo Coulter—. La única pega es que tiene que haber alguien al otro lado para sacarle. Sin ayuda del exterior, solo puede emerger de la bañera por la que entre.
—Entonces, si hubiese alguien en el otro lado, ¿podríamos llegar a la reserva brasileña a través de una vieja bañera que hay en el desván? —preguntó Seth.
La abuela levantó las cejas.
—Si quieres arriesgarte a que te devore un demonio serpiente de dimensiones descomunales, sí.
—Un momento —dijo Kendra—. ¿Por qué Tanu no ha vuelto sencillamente a través de la bañera?
Tanu se rio para sí.
—El plan consistía en que usase la bañera una vez que la llevase allí, pero además estaba intentando averiguar si habrían sacado el objeto mágico de la reserva brasileña. Por desgracia, no conseguí encontrar el lugar en el que se escondía el objeto. Lycerna se interpuso en mi ruta de huida hacia la bañera. Tuve suerte de poder escapar saltando por el muro.
—Estamos hablando de vuestro lado del desván, ¿verdad? —preguntó Seth—. Del lado secreto, no del lado en el que dormimos nosotros.
—Dices bien —respondió la abuela.
—¿Cómo te has herido el brazo? —preguntó Seth.
—¿La verdad? —respondió Tanu, avergonzado—. Cayéndome de lo alto del muro al suelo.
—Pensaba que igual el demonio te había dado un bocado —suspiró Seth con cierto aire de decepción.
Tanu le dedicó una sonrisa compungida.
—No estaría aquí si me hubiese mordido.
—¿Alguna prueba que pueda implicar a la Esfinge como causante de la caída de la reserva brasileña? —preguntó el abuelo.
—No he encontrado nada en la reserva que le incrimine —respondió Tanu—. Estuvo por allí poco después de que empezasen los problemas, pero siempre aparece cuando algo va mal. No tengo ni idea de si estaba allí para ayudar o para entorpecer.
—¿Qué tal te ha ido a ti, Warren? —preguntó el abuelo—. ¿Alguna noticia de la quinta reserva secreta?
—Todavía nada. Siguen llegándome noticias de las cuatro de siempre, de las que ya conocemos: Australia, Brasil, Arizona, Conneticut. Nadie sabe decirme dónde encontrar la quinta.
El abuelo hizo un gesto de asentimiento; parecía levemente decepcionado, pero no sorprendido.
—¿Y qué hay del otro tema?
—La Esfinge sabe ocultar su rastro —dijo Warren, poniéndose serio—. Y no es el tipo de personaje por el que se pueda ir preguntando abiertamente por ahí. Tratar de descubrir su origen ha sido como andar a ciegas por un laberinto lleno de callejones sin salida. Cada vez que daba unos pasos en una dirección, me topaba con otro muro. He estado en Nueva Zelanda, en Fiji, en Ghana, Marruecos, Grecia, Islandia… La Esfinge ha vivido en todo el mundo, y en cada sitio hay una teoría diferente sobre quién es y de dónde viene. Hay quien dice que se trata del avatar de un dios egipcio olvidado, otros dicen que es una serpiente marina condenada a vagar por tierra firme, otros afirman que se trata de un príncipe de Arabia que obtuvo la inmortalidad engañando al diablo. Cada historia es distinta, y cada cual más disparatada que la anterior. He hablado con encargados de reservas, con seres mágicos, con historiadores, con criminales, con toda clase de individuos que se pueda uno imaginar. El tipo es un fantasma. Las historias que he escuchado son demasiado variopintas. Si queréis que os dé mi opinión, yo diría que él mismo comenzó todos esos rumores para complicar precisamente el tipo de investigación que he estado tratando de llevar a cabo.
—La Esfinge se ha rodeado siempre de misterio, lo cual le hace invulnerable al tipo de acusación lanzada por Vanessa —dijo el abuelo.
—Cosa que Vanessa ya sabía —señaló Coulter—. Es blanco fácil de calumnias. No sería la primera vez.
—Sí, pero normalmente las acusaciones son críticas corrosivas procedentes de quienes le temen, que despotrican contra él sin fundamento —dijo la abuela—. Esta vez las pruebas circunstanciales ponen los pelos de punta. La explicación de Vanessa concuerda perfectamente con los hechos.
—Por algo no condenamos a la gente basándonos en pruebas circunstanciales —dijo Tanu—. Sabemos de primera mano lo taimada que puede ser Vanessa. Pudo perfectamente aprovecharse de los hechos circunstanciales para urdir una mentira convincente.
—Tengo otras noticias —anunció Warren—. Los Caballeros del Alba van a celebrar su primera asamblea al completo en más de diez años. Tienen que estar todos.
Coulter suspiró.
—Eso nunca ha sido una buena señal. La última asamblea general a la que asistí fue cuando salieron a la luz pruebas aplastantes de que la Sociedad del Lucero de la Tarde estaba resurgiendo.
—¿Tú también eres Caballero? —preguntó Seth a Coulter.
—Estoy semi retirado. Generalmente, se supone que no debemos revelar nuestra identidad, pero supongo que si no puedo fiarme de vosotros, entonces es que no puedo fiarme de nadie. Además, dentro de poco estaré en una tumba.
—Hay más —siguió diciendo Warren—. El capitán quiere que lleve a Kendra a la reunión.
—¿Qué? —exclamó el abuelo—. ¡Eso es intolerable!
—A las asambleas solo se puede invitar a Caballeros —dijo la abuela.
—Lo sé, lo sé, yo solo soy el mensajero —dijo Warren—. Quieren que ingrese en la orden.
—¡A su edad! —exclamó el abuelo dando un grito y con la cara colorada—. ¿Es que ahora se dedican a reclutar miembros en las maternidades?
—Y todos sabemos quién es el capitán —dijo Warren—, aunque nunca se muestra abiertamente.
—¿La Esfinge? —conjeturó Kendra.
El abuelo respondió con un movimiento afirmativo de la cabeza, mientras se pellizcaba el labio inferior con gesto meditabundo.
—¿Han dado alguna razón?
—Dio a entender que Kendra posee unas dotes que nos serán esenciales para capear el temporal que se avecina —dijo Warren.
El abuelo se tapó la cara con las manos.
—¿Qué he hecho yo? —gimió—. Fue cosa mía presentársela a la Esfinge antes de todo esto. Ahora, sea bueno o malvado, quiere sacar partido de sus habilidades.
—No podemos dejar que vaya —dijo la abuela en tono categórico—. Si la Esfinge es además el cabecilla de la Sociedad, no cabe duda de que esto es una trampa. ¡Quién sabe cuántos Caballeros más podrían ser corruptos!
—He trabajado con muchos de ellos —intervino Tanu—. He visto vidas en peligro y vidas sacrificadas. Pondría mi mano en el fuego porque la mayor parte de ellos son auténticos protectores de las reservas. Si los Caballeros están perjudicando nuestra causa, será porque alguien los ha embaucado.
—¿Tú también eres Caballero? —preguntó Seth.
—Warren, Tanu, Coulter y Vanessa son todos miembros de los Caballeros del Alba —respondió su abuelo.
—Vanessa salió un poco rana —les recordó Seth.
—Lo cual es otro aspecto importante —dijo la abuela—. Aun si la Esfinge es honrado, lo de Vanessa viene a demostrar que entre los Caballeros hay por lo menos unos cuantos traidores. Una asamblea en la que todos los Caballeros estarán presentes será peligrosa para Kendra.
—¿Dónde tendrá lugar? —preguntó el abuelo.
Warren se rascó un lado de la cabeza.
—Se supone que no debo decirlo, pero la mitad de nosotros estamos invitados formalmente a ir mañana, y la otra mitad tiene derecho a saberlo. Será a las afueras de Atlanta, en casa de Wesley y Marión Fairbanks.
—¿Quiénes son? —preguntó Seth.
—Unos fanáticos de las hadas forrados de pasta —contestó la abuela—. Son los dueños de una colección particular de hadas y veletas.
—Por la que pagaron un dineral —añadió el abuelo—. Los Fairbanks desconocen las dimensiones de nuestra comunidad. Nunca han visto una reserva. No están dentro de la organización, y son muy útiles a la hora de obtener financiación y contactos.
—Y tienen una mansión enorme, ideal para reuniones —aclaró Coulter.
—Pero ¿no se ha celebrado ninguna reunión desde hace diez años? —preguntó Kendra.
—Ninguna asamblea general —dijo Tanu—. Una asamblea general quiere decir que se supone que todo el mundo debe acudir, que no valen excusas. Como la discreción es esencial para los Caballeros, esta clase de reuniones se convoca rara vez. Normalmente nos reunimos en grupos más reducidos. Cuando nos congregamos en mayor número, vamos disfrazados. El capitán es el único que conoce la identidad de todos los miembros de la hermandad.
—Y tal vez sea un traidor —dijo Kendra.
—Cierto —confirmó Warren—. Pero no se me ocurre cómo podríamos negarnos a ir.
El abuelo le miró fijamente, con las cejas levantadas, y movió la mano para incitar a Warren a explicarse.
—Lo último que podemos permitirnos, en caso de que realmente la Esfinge sea un enemigo, es mostrarnos recelosos hacia él. Según lo dicho por Vanessa, si es malvado no cabe preguntarse qué represalias podría tomar si se enterase de que hemos descubierto su secreto.
El abuelo asintió a su pesar.
—Si lo que tiene pensado es atacar a Kendra, probablemente no lo hará cuando se supone que está bajo su protección. Él sabe que muchos dan por hecho que es el capitán de los Caballeros. Me pregunto por qué ha solicitado su presencia…
—A lo mejor tiene un talismán y necesita que lo recargue —insinuó la abuela—. La habilidad de Kendra para recargar objetos mágicos mediante el tacto es única.
—Incluso podría tratarse del objeto brasileño —murmuró Tanu.
Lo que sus palabras implicaban sumieron a todos en el silencio.
—Pero puede que la Esfinge esté de nuestro lado —les recordó Coulter.
—¿Cuándo es la asamblea general? —preguntó el abuelo.
—Dentro de tres días —dijo Warren—. Ya sabes que nunca se lo dicen a nadie hasta el último momento, para intentar evitar sabotajes.
—¿Tú también eres Caballero? —preguntó Seth a su abuelo.
—Lo era —respondió él—. Ningún encargado de reserva es miembro de la hermandad.
—¿Vas a ir? —le preguntó Kendra.
—Las reuniones de la hermandad son solo para los miembros.
—Tanu, Warren y yo estaremos allí —dijo Coulter—. Estoy de acuerdo con que Kendra debe asistir, sean cuales sean las verdaderas intenciones de la Esfinge. Nos quedaremos a su lado.
—¿Podríamos inventar una excusa creíble para su ausencia? —preguntó la abuela.
El abuelo movió lentamente la cabeza en gesto negativo.
—Si no tuviésemos dudas sobre la Esfinge, haríamos todo lo posible por satisfacer su petición. Pero cualquier excusa que pongamos podría despertar sus sospechas. —Se volvió hacia Kendra—. ¿Qué opinas tú?
—Me parece que será mejor que vaya —dijo ella—. Me he metido yo sólita en situaciones más peligrosas que esta. Si la Esfinge quiere hacerme daño, va a tener que arriesgarse a salir de su escondite. Además, con suerte puede que Vanessa no esté en lo cierto. ¿No creéis que nos sería de ayuda hablar con ella?
—Solo serviría para añadir más confusión —soltó Coulter—. ¿Cómo vamos ninguno de nosotros a creer ni una sola palabra que salga de su boca? Es demasiado peligrosa. A mi modo de ver, si dejamos que respire aire fresco, nos tendrá en sus manos para hacer de nosotros lo que quiera. Tanto si el contenido de la nota es verdad como si es mentira, seguro que lo único que se propone al salir de la Caja Silenciosa es escapar de allí.
—He de estar de acuerdo contigo —dijo la abuela—. Yo creo que si pudiese añadir pruebas a su acusación, lo habría hecho en el mensaje. Era lo suficientemente largo.
—Si su acusación resulta cierta, puede que Vanessa siga resultándonos muy útil —dijo el abuelo—. Tal vez pueda revelarnos la identidad de otros integrantes de su organización. A poco que le demos la oportunidad de hacerlo, podemos estar seguros de que intentará utilizar esa información como herramienta para evitar volver a la Caja Silenciosa, lo cual no es un quebradero de cabeza del que esté deseando ocuparme en estos momentos. Por ahora, más bien creo que deberíamos buscar pruebas por nuestra cuenta. A lo mejor vosotros cuatro podéis enteraros de más cosas en la asamblea general.
—Entonces, ¿voy? —preguntó Kendra.
Todos los adultos se cruzaron miradas elocuentes y dijeron que sí con la cabeza.
—Entonces, solo nos queda un problema por resolver —dijo Seth.
Todos se volvieron hacia él.
—¿Cómo conseguimos que me inviten a mí?