19

Duelo

Con el trotar de sus pezuñas resonando contra los tablones de madera encalada, Doren correteaba por la pasarela detrás de Rondus, un sátiro corpulento de pelaje color caramelo y unos cuernos enroscados, cada uno hacia un lado. Resollando, Rondus cruzó por un cenador y empezó a bajar los escalones hacia el jardín. A solo unos pasos de distancia, Doren pegó un salto y aterrizó sobre el fornido sátiro. Juntos cayeron de bruces violentamente y se estamparon en la hierba, por lo que se mancharon la piel de verde.

Doren se incorporó con agilidad y echó a correr tras una hamadríade menuda que tenía el pelo corto y vaporoso. Rondus se abalanzó sobre un sátiro chiquitín y delgado, agarrándole las dos patas en un abrazo salvaje. El pequeño sátiro cayó lanzando un grito.

Kendra estaba sentada en una silla de mimbre en un cenador cercano, observando la jugada del corre que te pillo combinado con placajes. Cada vez que le hacían un placaje a uno, se convertía también en placador hasta que todos habían sido derribados. El último en ser objeto de placaje se convertía en el primero en ir a placar en la siguiente ronda.

La ágil hamadríade esquivó varias veces a Doren, pero él la persiguió con insistencia hasta que finalmente le puso una mano en la cintura, la levantó en brazos y la dejó otra vez sobre la hierba. Los sátiros se hacían placajes los unos a los otros como si el objeto del juego consistiese en lesionar a los demás pero a las hamadríades las trataban con más delicadeza.

Ellas les devolvían discretamente el favor dejándose pillar. Tras haber visto a las hamadríades en acción un rato antes, Kendra sabía que los sátiros jamás habrían podido echarles el guante si ellas no querían.

Lo que más le gustaba a Kendra era ver a las hamadríades pillar a los sátiros. Las ninfas nunca se lanzaban contra ellos ni los atrapaban con los brazos, sino que derribaban a los sátiros sobre la hierba a base de empujones y suaves codazos siempre en el instante más oportuno, o poniéndoles la zancadilla. Lo que para los sátiros parecía ser un trabajo arduo, para las hamadríades parecía que era lo más fácil del mundo.

Aquel juego disparatado ayudó a Kendra a distraerse de sus preocupaciones. ¿Y si no volvía nadie de la excursión a la casona? ¿Y si sus amigos y parientes habían sido transformados en sombras, imposibles de ver para ella? ¿Cuánto tiempo tardaría en correr su misma suerte?

—¿Quieres bajar a jugar esta ronda? —preguntó Doren desde la hierba, elevando la voz en dirección al pabellón.

—Hacer placajes no es una de mis diversiones favoritas —respondió Kendra—. Prefiero mirar.

—No es tan duro como parece —dijo Doren—. Por lo menos, no lo sería para ti.

En ese preciso instante, Hugo entró por el hueco del seto, en la otra punta del jardín, quitándose de encima sátiros oscuros, sosteniendo a Seth en alto con una mano y a un desconocido con la otra. Una vez dentro del parque, Hugo redujo la velocidad.

—Vaya, que me arranquen los cuernos y que me llamen cordero —murmuró Doren—. Patton Burgess.

—¿Patton Burgess? —preguntó Kendra.

—Vamos —dijo el sátiro, corriendo ya por la hierba.

Kendra saltó por encima de la barandilla del cenador y corrió detrás de Doren. ¿Dónde estaba la carreta? ¿Dónde estaban el abuelo y la abuela? ¿Y Warren y Dale? ¿Cómo era posible que Patton Burgess estuviese con Hugo y con Seth?

El golem los dejó en el suelo. Patton se alisó los tirantes y se colocó bien las mangas.

—¡Patton Burgess! —exclamó Doren—. ¡Has salido de la tumba! Debía de haber supuesto que tarde o temprano volverías a aparecer.

—Me alegro de ver que no eres un bicho sarnoso que gruñe sin parar —dijo Patton con una sonrisa—. Me dio mucha pena cuando me enteré de lo de Newel. Y tú debes de ser Kendra.

La chica se detuvo delante de él, algo jadeante después de la carrera. Patton le resultaba familiar por las fotografías, pero estas no le hacían justicia del todo.

—Eres tú de verdad. He leído tus diarios.

—Entonces juegas con ventaja —dijo Patton—. Estoy deseando conocerte mejor.

Kendra miró a Seth.

—¿Y los demás?

—Hechos sombra.

Kendra se tapó los ojos con las manos. Lo último que deseaba hacer era romper a llorar delante de Patton.

—La criatura que mora en la casona es la dama que había en la ventana la noche del solsticio de verano —siguió diciendo Seth—. La misma dama de sombra que ayudó a Muriel y Bahumat. Ella es el epicentro de la plaga.

—Kendra, no tienes por qué avergonzarte de sentir pena —dijo Patton.

Ella alzó la vista con los ojos bañados en lágrimas.

—¿De dónde has salido tú?

Patton lanzó un vistazo a Doren y levantó en la mano la esfera dorada.

—El objeto que había en la casona me permitió viajar aquí temporalmente.

Kendra asintió en silencio, dándose cuenta de que no deseaba entrar en detalles en relación con el objeto mágico en presencia del sátiro.

El ruido del trote de un caballo les hizo volverse a todos a la vez. Ala de Nube se les acercó al trote y se detuvo delante de Seth, pateando el suelo al pararse. El centauro miró a Patton y a continuación inclinó ligeramente la cabeza.

—Patton Burgess. ¿Cómo has alargado tu expectativa de vida?

—Todos tenemos nuestros secretillos —respondió él.

Ala de Nube desvió la mirada hacia Seth.

—Pezuña Ancha te envía sus felicitaciones por verte de regreso sano y salvo. Desea recordarte tu compromiso de mañana.

—Lo recuerdo —dijo él.

—¿Qué compromiso? —preguntó Patton.

—Seth debe responder por sus atroces insultos —dijo Ala de Nube.

—¿En un duelo? —exclamó Patton—. ¡Un centauro contra un chiquillo! Eso es jugar sucio, incluso tratándose de Pezuña Ancha.

—Yo mismo presencié el diálogo —replicó Ala de Nube—. Pezuña Ancha le dio al joven humano numerosas oportunidades para que suplicara clemencia.

—Insisto en tener unas palabritas con Pezuña Ancha —dijo Patton.

—No me cabe duda de que estará encantado de hablar contigo —respondió Ala de Nube.

El centauro se marchó trotando.

—Te ha tratado con amabilidad —se maravilló Seth.

—Tiene motivos para ello —respondió Patton—. Recientemente entregué a los centauros de Fablehaven su más preciada posesión. Bueno, recientemente para mí… Hace mucho tiempo para vosotros. Háblame de ese duelo.

Seth lanzó una mirada a Kendra.

—Cuando salimos camino de la casona esta mañana, un puñado de criaturas de las que se han reunido aquí salieron por el seto como una maniobra de distracción, para que Hugo pudiese salir sin problemas con nosotros montados en la carreta. Queríamos que los centauros encabezasen la carga, así que Kendra y yo fuimos a suplicarles. Cuando rechazaron nuestra proposición, yo, básicamente, los llamé cobardes.

Patton se estremeció.

—Las únicas palabras que escucha un centauro son los insultos. Continúa.

—Intentaron que retirase lo que había dicho, pero él siguió enfrentándose a ellos —dijo Kendra.

—Al final acepté el reto a un duelo si encabezaban la maniobra —añadió Seth.

—¿Y lo hicieron? —preguntó Patton.

—Sí, y muy bien además —confirmó Kendra.

Pezuña Ancha y Ala de Nube galopaban ya hacia ellos. Patton emitió un silbidito.

—Tú insultaste aposta a Pezuña Ancha, él te retó, acordasteis las condiciones y él cumplió su parte.

—Eso es —respondió Seth.

Los centauros se detuvieron delante de Patton.

—Saludos, Patton Burgess —dijo Pezuña Ancha, agachando la cabeza un segundo.

—Tengo entendido que quieres obtener una reparación de este jovenzuelo —le contestó Patton.

—Su insolencia fue flagrante —respondió Pezuña Ancha—. Nos comprometimos a resolver la cuestión mañana al despuntar el día.

—El chico me ha contado el incidente con pelos y señales —dijo Patton—. Puedo imaginar que vuestra renuencia a colaborar en su maniobra de distracción debió de parecer un acto de cobardía a unos ojos tan jóvenes.

—Con todos mis respetos, no se te ha dado vela en este entierro —replicó Pezuña Ancha.

—Te estoy pidiendo que perdones al chico —dijo Patton—. Puede que estuviese equivocado acerca de tus motivos, que percibiese vuestra indiferencia como cobardía, pero su intención era digna de aplauso. No veo qué puede resolver derramar su sangre.

—Contribuimos con la farsa tal como se nos pidió en tributo a sus valerosas intenciones —respondió Ala de Nube—. Con ello, cumplimos nuestra parte del trato. Las injurias a Pezuña Ancha no deben quedar sin venganza.

—¿Injurias? —preguntó Patton a Pezuña Ancha—. ¿Tan frágil es tu autoestima? ¿Fue una humillación en público?

—Yo estaba delante —dijo Ala de Nube—, y su hermana también.

—Hemos sellado un compromiso vinculante —declaró Pezuña Ancha con rotundidad.

—Entonces, supongo que tendremos que llegar nosotros dos a otro acuerdo —dijo Patton—. Desde mi punto de vista, Pezuña Ancha, tu voluntad de implicar a un chiquillo en un duelo, sea cual sea la provocación, es clara muestra de tu cobardía. Así pues, ahora un hombre hecho y derecho te está llamando cobarde delante de tu amigo, de un niño, de una niña y de un sátiro. Es más: percibo tu indiferencia como una falta más grave que tu cobardía, y desprecio a toda tu raza, un trágico desperdicio. —Patton cruzó los brazos delante del pecho.

—Retráctate de lo que acabas de decir —le advirtió Pezuña Ancha con seriedad—. Mi disputa no tiene nada que ver contigo.

—Incorrecto. Tu disputa sí va conmigo. No mañana ni pasado mañana, sino ahora mismo. Asumo personalmente toda la culpa que hayas atribuido a este niño, sostengo y reitero cada uno de los insultos proferidos y ofrezco los siguientes términos. Nos batimos en duelo ahora. Si me matas, la cuestión con el niño queda zanjada. Si yo te derroto a ti, la cuestión con el niño queda zanjada. De cualquiera de las dos maneras, todas las deudas quedan saldadas. Y tú obtienes la oportunidad de resolver este asunto con un hombre, y no mediante una farsa sin sentido.

—¿Farsa? —preguntó Seth, ofendido.

—Calla —murmuró Patton.

—Muy bien —dijo Pezuña Ancha—. Sin olvidarme de todo el bien que has hecho por los de mi especie, acepto el reto, Patton Burgess. Matarte no me procurará goce alguno, pero consideraré pagadas todas las afrentas a mi honor.

—Yo te he retado —dijo Patton—. Elige tú el arma.

Pezuña Ancha vaciló. Consultó brevemente con Ala de Nube y dijo:

—Sin armas.

Patton asintió.

—¿Demarcación?

—Dentro del recinto cercado por el seto —respondió Pezuña Ancha—. Excluyendo la pasarela y el estanque. Patton repasó la zona con la mirada.

—Quieres tener espacio para correr. Puedo aceptarlo. Estoy seguro de que sabrás perdonarme si no utilizo todo el espacio acordado.

—Hay que despejar el terreno —dijo Ala de Nube.

Patton miró a Doren.

—Diles a los enanos que se suban a la pasarela de madera. Y quitad esas tiendas.

—Eso está hecho, Patton. —Doren se largó a la carrera.

—Cuando el campo esté despejado —dijo Ala de Nube—, haré la señal para que dé comienzo el combate.

Pezuña Ancha y Ala de Nube se alejaron al trote.

—¿Podrás con él? —preguntó Seth.

—Nunca me he medido con un centauro en un combate a muerte —reconoció Patton—. Pero no tenía ni la menor intención de descubrir si tú habrías sobrevivido. En semejante aprieto, la única certeza que teníamos era que la clemencia no acudiría en tu rescate. Los centauros han visto pasar por delante de sus narices guerras importantes sin echar una mano, pero basta con que alguien mancille su honor para que salten a luchar a muerte.

—Pero si tú mueres, no podrás regresar a tu propia época —exclamó Seth—. ¡La historia quedará modificada!

—No pretendo perder —dijo Patton—. Y si pierdo, en este punto del tiempo mi vida ya ha tocado a su fin. No veo cómo eso puede ahora cambiar lo que ya ha ocurrido.

—¡Porque si no regresas, lo que ya ha pasado no pasará nunca! —gritó Seth.

Patton se encogió de hombros.

—Tal vez. Demasiado tarde para echarse atrás. Supongo que más me vale que me concentre en vencer. Cuando saltar es la única opción que te queda…

—… saltas —terminó Seth.

—Kendra —dijo Patton—, supongo que te han dicho ya que resplandeces como un ángel.

—Sí, las hadas —respondió Kendra.

—¿Lo sabe tu hermano?

—Sí.

—Tu estado es algo más que el de alguien besado por las hadas. ¿Podría ser que fueses ya parte de su especie?

—Se supone que es un secreto —dijo ella.

—Para la mayoría de los ojos podría serlo —respondió Patton—. ¡Y yo que pensaba que ser besado por las hadas era todo un logro! Seth, nunca dejes que tu opinión sobre ti mismo se hinche demasiado. ¡Siempre habrá alguien cerca capaz de devolverte la modestia!

—¿A ti también te besaron las hadas? —preguntó Kendra.

—Ese es uno de mis secretillos —contestó él—. Vamos a tener que ponernos al día en un montón de temas, si salgo de esta con vida.

Un grupo de sátiros había desmontado ya la tienda de Kendra. Otro estaba quitando la grande. Una nutrida manada había invadido el campamento de los enanitos.

—Nunca había visto a los sátiros trabajar tanto —observó Kendra.

—Harían casi cualquier cosa por un rato diversión —dijo Patton—. El terreno estará despejado en un periquete. Será mejor que vayáis a buscar un sitio desde el que mirar.

—¿Por qué Pezuña Ancha no quiso usar su espada? —preguntó Seth.

Patton sonrió.

—Sabe cuánto me gusta usar las espadas.

—No es justo —se quejó Kendra—. El tiene cascos.

Patton le dio unas palmaditas en el hombro.

—Rezad por mí.

—Buena suerte —dijo Seth—. Y gracias.

—Un placer. Nunca viene mal anotarse otra victoria. ¡Solo lamento haberme perdido vuestro diálogo! ¡Un chaval de tu edad criticando a un centauro debe de ser una escena digna de verse!

Kendra y Seth se alejaron en dirección a la pasarela.

—Si Patton acaba muriendo por tu culpa, no te lo perdonaré en la vida —dijo Kendra, furiosa.

—Sabe cuidar de sí mismo —replicó Seth.

—Tú no has visto a los centauros en acción. No quiero presenciar esto.

Mientras elegían un sitio en la pasarela, los sátiros retiraron del campo las últimas tiendas de campaña. Kendra se fijó en que un sátiro se llevaba debajo del brazo a un enanito que se negaba a moverse. Volvió la mirada hacia el estanque, pero ninguna náyade asomó a la superficie. ¿Qué pensaría Lena si supiese que Patton estaba allí, no en fotografía, sino el hombre de carne y hueso en la flor de la vida?

Patton caminó hacia la pasarela y saludó a los espectadores. Los sátiros y las dríades prorrumpieron en gritos de júbilo para devolverle el saludo. Parecía que quería colocarse de tal manera que todo el mundo pudiese ver bien el combate.

Ala de Nube trotó hacia la pasarela con porte regio y levantó un brazo musculoso.

—El combate entre Patton Burgess y… —(aquí emitió un extraño sonido de rebuzno)—… dará comienzo en cuanto yo lo indique. Preparados. Listos. Ya. —Bajó el brazo.

Pezuña Ancha cruzó el campo al trote, con semblante adusto, con sus músculos hercúleos crispados. Patton no se movió de su sitio, con los brazos extendidos a ambos lados del cuerpo. Pezuña Ancha aumentó su velocidad hasta alcanzar un furioso galope.

—¡Disponte a defenderte, humano! —bramó Pezuña Ancha.

Kendra hizo denodados esfuerzos para no apartar la vista. Patton parecía pequeño e indefenso. El furibundo centauro se cernía sobre él. ¡Le iba a hacer papilla! En el último segundo, Patton se hizo a un lado dando un saltito con la elegancia de un torero y el centauro pasó por su lado a toda velocidad y sin rozarle.

Pezuña Ancha dio media vuelta e inició una nueva embestida.

—No estoy aquí para bailar —soltó.

Ahora Pezuña Ancha iba a por Patton si acaso a un paso aún más veloz que la primera vez. El hombre hizo una finta a la izquierda. Cuando Pezuña Ancha viró bruscamente, él dio un paso en la otra dirección. Y cuando pasó por su lado como un relámpago, Patton se volvió y le propinó un puñetazo en todo el costado.

El porrazo obligó al centauro a contorsionarse penosamente. Con el dolor marcado en el rostro, Pezuña Ancha se tambaleó peligrosamente y a punto estuvo de caer al suelo. Los espectadores emitieron un gemido empático y aplaudieron, los sátiros en particular, dando silbidos de aprobación.

Pezuña Ancha ralentizó la marcha y dio media vuelta. Clavando en su adversario una mirada asesina, el centauro fue hacia él al paso. El otro se estiró la camisa y esperó tranquilamente a que llegara. Cuando Pezuña Ancha estuvo cerca de él, se incorporó sobre los cuartos traseros y le atacó con sus afilados cascos. Patton retrocedió lo justo para quedar fuera de su alcance.

Avanzando pacientemente hacia su rival, el centauro volvió a levantarse sobre los cuartos traseros, una y otra y otra vez, agitando las patas delanteras. Y cada vez, Patton se apartaba lo justo para que no le alcanzara.

—No estoy aquí para bailar —le imitó el hombre con una sonrisita.

El público se rio.

Enojado, Pezuña Ancha corveteó temerariamente hacia delante, pisoteando el suelo, corcoveando y agitando los puños. Bailando con destreza, esquivando los golpes y girando la cadera, Patton acabó a la vera del salvaje centauro y se subió de un salto en su lomo, para a continuación abrazarse al cuello de Pezuña Ancha mientras montaba sobre él como un vaquero en un rodeo. Brincando y agachándose, el centauro echó los brazos hacia atrás para tratar de coger a Patton. Este aprovechó la oportunidad para soltarse de su cuello y coger una de las manos de Pezuña Ancha, se dejó caer desde el lomo y retorció abruptamente al centauro de tal manera que acabó con él en el suelo.

Con una palma puesta firmemente sobre el fornido antebrazo de Pezuña Ancha, Patton le dobló la mano en un ángulo antinatural. También parecía haberle agarrado con un dedo por un punto doloroso. La cara del centauro se contrajo de agudo dolor. Cuando Pezuña Ancha intentó levantarse por todos los medios, Kendra oyó un fuerte chasquido. El centauro dejó de luchar y Patton le agarró por el costado.

—Tengo la sartén por el mango en estos momentos —le advirtió Patton en voz bien alta—. Ríndete o te partiré uno por uno todos los huesos.

—Nunca —replicó Pezuña Ancha malévolamente y casi sin aliento.

Patton soltó un instante al centauro para agarrarle por una oreja con un fuerte pellizco.

Pezuña Ancha aulló de dolor. Rápidamente, volvió a sujetarle como antes, pero doblándole el brazo con un ángulo más doloroso.

—Este combate ha terminado, Pezuña Ancha —dijo Patton—. No quiero dejarte lesionado para siempre, o privarte de alguno de tus sentidos. Ríndete.

El sudor brillaba en el rostro acalorado del centauro.

—Nunca.

La multitud guardaba silencio.

Patton añadió más presión al tembloroso brazo.

—¿Qué es peor? ¿Rendirte, o estar tendido delante de todo el público mientras un humano te humilla con las manos desnudas?

—Mátame —le rogó Pezuña Ancha.

—Los centauros sois casi inmortales —dijo Patton—. Mi intención no es demostrar por qué decimos «casi». Prometí vencerte, no aniquilarte. Si me obligas a hacerlo, simplemente te dejaré incapacitado por el resto del tiempo que te quede de vida, como irrefutable monumento a la superioridad humana.

Ala de Nube se acercó a ellos.

—Pezuña Ancha, estás a su merced. Si Patton no quiere poner fin a tu vida, debes rendirte.

—Me rindo —transigió el centauro.

El gentío prorrumpió en vítores. Kendra contemplaba la escena con una sensación de alivio y pasmo a la vez, casi sin notar que los entusiastas sátiros la empujaban por todas partes.

Vio a Patton ayudar a Pezuña Ancha a levantarse del suelo, pero no logró entender las palabras que se dijeron en medio del clamor reinante. Kendra empezó a abrirse paso entre la muchedumbre para llegar a la pradera de hierba. No había apreciado del todo hasta qué punto detestaban los sátiros a los centauros hasta que vio las lágrimas de exultación que derramaban al abrazarse los unos a los otros.

Mientras Pezuña Ancha se alejaba de allí con Ala de Nube, Kendra y Seth corrieron hasta Patton, al que no zarandeaba ningún sátiro ni ninguna ninfa. Al parecer, todos preferían celebrarlo desde cierta distancia.

—Ha sido increíble —dijo el chico—. Oí que algo se partía…

—Un dedo —dijo Patton—. Recuerda siempre este día, Seth, y procura no ofender nunca a un centauro. No soporto herir a un adversario vencido. ¡Maldito sea Pezuña Ancha y su testarudo orgullo! —Apretó la mandíbula. ¿Tenía los ojos empañados?

—Él forzó las cosas —le recordó Kendra.

—He peleado con él porque el bruto no daba su brazo a torcer —dijo Patton—. Y le he herido por esa misma razón. Pero no puedo evitar admirar su resistencia a rendirse. Doblegarle no ha sido nada agradable, aun sabiendo que me habría matado si él hubiese estado en mi lugar.

—Siento mucho lo que ha pasado —dijo Seth—. Gracias.

—De nada. Esperad un momento. —Patton hizo bocina con las manos y elevó la voz—. Sátiros, dríades y demás espectadores, pero sobre todo los sátiros: el precio de este festejo es que volváis a dejar el campo como estaba antes. Quiero hasta la última estaca de tienda de campaña en su sitio. ¿Nos hemos entendido?

Sin dar una respuesta directa, los sátiros empezaron a moverse para cumplir las órdenes.

Patton se dio la vuelta para mirar a Kendra y a Seth.

—Vamos a ver: si he comprendido bien la situación, ¿Lena está en el estanque?

—Eso es —dijo Kendra—. Ahora es una náyade otra vez.

Patton se puso las manos en las caderas y tomó aire por la nariz rápidamente.

—Entonces, supongo que más me vale ir a decirle hola a la parienta.