17
Preparativos
La tienda de campaña más grande de las tres que Dale había traído era la mayor que Seth había visto en toda su vida. Aquella monstruosidad de planta cuadrada estaba hecha de tela de anchas rayas moradas y amarillas y tenía una cubierta curvilínea de pendiente pronunciada que subía hasta un mástil central altísimo en cuyo pináculo ondeaba un estandarte.
La portezuela de la amplia entrada se levantaba y se sujetaba con unas cañas, formando una abertura de tamaño considerable. Las tiendas más pequeñas eran también bastante espaciosas, pero sus dimensiones y su colorido resultaban menos excéntricos.
Seth estaba sentado a la entrada de la tienda que ocuparían él, Warren y Dale. Los abuelos compartían la más grande. Y Kendra tenía una para ella sola, cosa que a Seth no le gustó nada, pero por desgracia no se le ocurrió ningún argumento razonable para convencer a nadie de que el reparto debía hacerse de otra manera. Había resuelto que, si seguía haciendo buen tiempo, se iría a dormir a uno de los cenadores.
Una dríade descalza se acercó a la tienda del abuelo. Su larga melena color caoba le llegaba por debajo de la cintura y sus ropajes evocaban el recuerdo de las brillantes hojas del otoño. La ninfa se agachó para pasar por la entrada de la tienda. ¿Qué altura debía de tener, a juzgar por eso? ¿Dos metros quince? ¿Más?
Seth había visto un buen número de personajes interesantes entrando y saliendo de la tienda del abuelo en la última hora. Pero cuando había pretendido entrar él, la abuela le había echado con movimientos de las manos y le había prometido que en breve podría formar parte de la conversación.
Un hada roja con las alas como los pétalos de una flor pasó volando como una flecha.
No estaba seguro de si había salido de la tienda del abuelo o si había venido a toda velocidad desde detrás y había pasado zumbando por encima de la tienda. Se quedó revoloteando unos instantes no lejos de Seth, antes de largarse de nuevo a toda velocidad.
Arrancando abstraído puñados de césped, Seth resolvió dejar de sentirse excluido. Era evidente que los abuelos preferían recabar noticias y opiniones de un modo que les permitiera regular la información, y transmitirle únicamente los datos y las ideas que consideraban apropiados para su frágil cerebro. Pero la mitad de la gracia consistía en escuchar los detalles directamente de boca de las criaturas mágicas, y tanto si sus abuelos lo creían como si no, Seth sabía que era lo bastante maduro para asimilar cualquier cosa que ellos pudieran oír. Además, ¿qué culpa tenía él de que las paredes de una tienda de campaña fuesen tan delgadas?
Se levantó y se fue andando a la parte posterior de la tienda amarilla y morada, y se sentó a la sombra sobre el césped, con la espalda apoyada en la pared de tela. Aguzando el oído, trató de parecer aburrido y ocioso. Lo único que oyó fue el ruido de los sátiros jugando en la pasarela de madera.
—No vas a oír nada —dijo Warren, que apareció por un lateral de la tienda.
Seth se levantó de un brinco, con aire de culpabilidad.
—Solo quería relajarme a la sombra.
—Esta tienda está hecha a prueba de escuchas por arte de magia, cosa que tal vez sabrías ya si nos hubieras ayudado a montarla.
—Perdona, es que estaba…
Warren levantó una mano.
—Si yo estuviese en tu lugar, también habría estado ansioso por conocer a todas las criaturas que hay aquí. No te preocupes, si realmente hubiésemos necesitado tu ayuda, habría ido a pescarte. ¿Te lo has pasado bien?
—Los centauros no fueron muy amables —dijo Seth.
—Parecía que estaban hablando contigo. Eso por sí solo ya es toda una hazaña.
—¿Qué les pasa?
—En una palabra: arrogancia. Se tienen a sí mismos por el culmen de toda la creación. Todo lo demás está por debajo de ellos.
—Más o menos como las hadas —dijo Seth.
—Sí y no. Las hadas son unas presumidas y prácticamente todos nuestros asuntos les parecen un rollo, pero por mucho que finjan, sí que les importa lo que pensemos de ellas. Sin embargo, los centauros ni buscan ni aprecian nuestra admiración. En todo caso, la dan por sabida. A diferencia de las hadas, los centauros ven a todas las demás criaturas como seres inherentemente inferiores a ellos.
—Eso me recuerda a mi profesora de Matemáticas —dijo Seth.
Warren sonrió.
Seth se fijó en que había unas hadas oscuras flotando por encima de la parte más próxima del cerco de seto.
—Esta plaga ha afectado a los centauros igual que a todo el mundo.
—De no haber sido así, dudo de que mostraran el más mínimo interés —dijo Warren—. Para ser justos, tienen excusas para ser tan altivos. Los centauros suelen ser unos pensadores magníficos, unos artesanos de gran talento y unos guerreros formidables. El orgullo en sí es su mayor defecto.
—¡Seth! —le llamó la abuela desde el otro lado de la tienda—. ¡Dale! ¡Warren! ¡Kendra! Venid a reuniros con nosotros.
—¿Lo ves? —dijo Warren, y él mismo pareció aliviado—. Ha terminado la espera.
En parte, Seth se preguntó si Warren se había dejado caer por la zona de atrás de la tienda de campaña para comprobar discretamente si de verdad estaba hecha tan a prueba de escuchas como se suponía.
Rodearon la tienda para llegar a la parte delantera y se cruzaron con la altísima dríade del vestido otoñal y con un sátiro mayor que lucía barbita de chivo y unas profundas arrugas de tanto reír. Kendra abrió su tienda de campaña y salió. Dale acudió a la carrerilla desde la zona del asentamiento de los enanitos. Los abuelos aguardaban en la entrada de la tienda de campaña y les dieron la bienvenida. Tanto Stan como Ruth tenían cara de cansados y parecían atribulados por tantas preocupaciones.
La tienda era tan grande que Seth casi había esperado encontrarla amueblada. Pero solo había un par de sacos de dormir enrollados en un rincón y varios útiles. Se sentaron todos en el suelo, que era bastante cómodo gracias al mullido césped de debajo. La luz del sol que se filtraba por la tela amarilla y morada daba a la habitación una extraña luminosidad.
—Tengo una pregunta —dijo Kendra—: Si los brownies malvados robaron el registro, ¿cómo es que no pueden cambiar sin más las normas y permitir el acceso aquí a las criaturas oscuras?
—La mayoría de las fronteras y límites de Fablehaven quedaron establecidos en el tratado que fundó la reserva y por tanto, no es posible modificarlos mientras esté vigente el tratado —le explicó la abuela—. El registro simplemente nos permitía regular el acceso a la reserva en su conjunto y determinar qué criaturas podían cruzar las barreras que protegían nuestro hogar. Las barreras mágicas que salvaguardan esta área son diferentes de la mayoría de las fronteras que hay en Fablehaven. La mayor parte de las fronteras están fijadas para limitar el acceso a determinados tipos de criaturas; hay ciertos sectores en los que pueden entrar las hadas, o los sátiros, o los gigantes de niebla, y así sucesivamente. Algunas criaturas gozan de más espacio para moverse que otras, dependiendo de lo potencialmente dañinas que puedan ser. Dado que la mayoría de las fronteras se dividen de acuerdo con cada especie, cuando las criaturas de luz empezaron a volverse oscuras conservaron el acceso a esas mismas áreas.
—Pero la frontera que rodea el estanque y este jardín actúa en función de la vinculación a la luz o a la oscuridad —dijo el abuelo—. Cuando una criatura empieza a atraer más oscuridad que luz, esa criatura ya no puede entrar aquí.
—¿Cuánto tiempo repelerá la oscuridad este lugar? —preguntó Seth.
—Ojalá lo supiéramos —dijo la abuela—. Quizá bastante tiempo. Quizás una hora más. Solo podemos estar seguros de que estamos entre la espada y la pared. Casi nos hemos quedado sin elección. Si no acertamos con una acción eficaz, la reserva caerá en poco tiempo.
—He consultado con mis contactos de máxima confianza de entre todas las criaturas congregadas aquí —dijo el abuelo, adoptando una actitud más oficial—, para calibrar el grado de apoyo que podríamos esperar de las diversas razas. He conversado con al menos un delegado de prácticamente todas ellas, excluyendo los brownies y los centauros. En conjunto, estos se sienten aquí tan arrinconados e intimidados por la plaga que creo que podemos contar con una ayuda considerable de su parte, cuando haga falta.
—Pero no queremos que estén presentes mientras debatimos una estrategia —dijo la abuela—. Nos hemos guardado determinadas informaciones esenciales. Si llegaran a contaminarse con la plaga, la mayoría, por no decir todos, nos traicionarían sin reparos.
—¿Por qué todas las criaturas se transforman de un modo tan absoluto? —preguntó Kendra—. Seth dijo que Coulter y Tanu seguían ayudándonos después de haberse transformado.
—Esa es una pregunta difícil —dijo el abuelo—. La respuesta más corta es que como seres no mágicos, como seres mortales, los humanos nos vemos afectados de manera diferente por la epidemia. Lo demás pertenece al ámbito de la pura conjetura. En su mayor parte, las criaturas mágicas son lo que son, sin reservas. Suelen ser menos conscientes de sí mismas que los humanos, se fían más de sus instintos. Nosotros, los humanos, somos seres en conflicto. Nuestras creencias no siempre concuerdan con nuestros instintos y nuestra conducta no siempre refleja nuestras creencias. Nos debatimos constantemente entre lo correcto y lo incorrecto. Libramos una batalla entre la persona que somos y la persona que esperamos llegar a ser. Tenemos mucha práctica en pelear con nosotros mismos. Como consecuencia, en comparación con las criaturas mágicas, nosotros los humanos somos más capaces de reprimir nuestras tendencias naturales para elegir deliberadamente nuestra identidad.
—No lo pillo —dijo Seth.
—Cada ser humano posee un potencial considerable para la luz y también para la oscuridad —continuó diciendo el abuelo—. A lo largo de la vida adquirimos mucha práctica en optar por una u otra. Si hubiese tomado otras decisiones, un héroe de fama mundial podría haber acabado siendo un malvado villano. Yo creo que cuando Coulter y Tanu fueron transformados, su mente se resistió a la oscuridad de un modo que casi ninguna criatura mágica es capaz de imaginar.
—Sigo sin entender cómo alguien tan simpático como Newel pudo volverse malo instantáneamente —dijo Seth.
El abuelo levantó un dedo.
—Yo no considero como buena o como mala a prácticamente ninguna criatura mágica. Lo que son determina en gran medida cómo se comportan. Para ser bueno, tienes que ser consciente de la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto y luchar por escoger lo correcto. Para ser auténticamente malo, tienes que hacer lo contrario. Ser bueno o ser malo es una elección personal.
»Por el contrario, las criaturas de Fablehaven son luminosas u oscuras. De manera intrínseca, unas construyen, otras nutren, otras juegan. Del mismo modo, unas destruyen, otras engañan, otras ansían el poder. Unas aman la luz, otras aman la oscuridad. Pero cambia su naturaleza y, si no oponen mucha resistencia, su identidad cambiará también. Igual que un hada se convierte en diablillo, o un diablillo recobra su naturaleza de hada. —El abuelo miró a su mujer—. ¿Me estoy poniendo demasiado filosófico?
—Un poquito —dijo ella.
—Las preguntas que empiezan con un «por qué» son las más difíciles de contestar —dijo Dale—. Al final acabas haciendo suposiciones, en vez de basarte en certezas.
—Creo que entiendo lo que quieres decir —dijo Kendra—. Un demonio como Bahumat odia de manera automática y destruye porque no ve otra opción. No está cuestionándose sus actos ni resistiéndose a una consciencia. Alguien como Muriel, que escogió deliberadamente ponerse al servicio de la oscuridad, es más maligna.
—Entonces, Newel se comportaba de manera diferente porque había dejado de ser Newel —concluyó Seth—. La plaga le anuló por completo. Él es otra cosa.
—Esa es la idea —dijo el abuelo.
Warren suspiró.
—Si un oso hambriento se comiese a mi familia, aunque tal vez no hubiese tenido intenciones perversas, aunque solo estuviese comportándose como un oso, entendería que su naturaleza le ha convertido en una amenaza y le dispararía. —Lo dijo en un tono que hacía pensar que esa conversación le exasperaba.
—Habría que detener al oso —coincidió la abuela—. Stan solo está precisando que no echarías la culpa al oso igual que culparías a una persona responsable.
—Entiendo la precisión —dijo Warren—. Yo tengo una opinión diferente de las criaturas mágicas. Se me ocurren muchas que han elegido llevar a cabo buenas o malas acciones, con independencia de su naturaleza. Para mí, a las criaturas oscuras habría que exigirles responsabilidades por lo que son y por lo que hacen, con más contundencia de lo que transmite Stan.
—Y tienes todo el derecho —dijo el abuelo—. Es un tema en gran medida filosófico, aunque hay quienes comparten tu punto de vista y que lo utilizarían como una excusa para eliminar a todas las criaturas oscuras, una idea que a mí me parece detestable. Estoy de acuerdo en que todas las criaturas de la luz pueden ser mortíferas; pensemos en las náyades, que ahogan a inocentes por pura diversión. La misma reina de las hadas aniquila a todo aquel que pase cerca de su santuario sin haber sido invitado. Por otro lado, las criaturas de la oscuridad pueden resultar útiles; pensemos en Graulas, que nos ha facilitado información fundamental, o en los trasgos que patrullan nuestra mazmorra de manera totalmente fiable.
—Dejando a un lado este fascinante debate —dijo la abuela en tono irritado—, el asunto que tenemos entre manos consiste en detener a toda costa esta plaga. Nos hallamos al borde de la destrucción.
Todo el mundo asintió en silencio.
El abuelo se estiró la camisa y, con cierta pesadumbre, cambió de tema.
—Lena no pudo decirnos mucho de Kurisock, salvo confirmar que tuvo alguna relación con el bicho que ahora controla la vieja casona. Pero sí pudo hablarnos del segundo objeto mágico.
Y les relató los detalles sobre la localización de la caja fuerte, cuándo aparecía y la combinación para abrirla.
—¿Alguna idea de qué podría ser el objeto mágico? —preguntó Warren.
—No dijo nada —respondió Kendra.
—El objeto podría ejercer poder sobre el espacio o el tiempo —apuntó la abuela—. Podría potenciar la vista. O podría otorgar la inmortalidad. Supuestamente, esos son los poderes de los cuatro objetos mágicos que siguen por ahí escondidos.
—¿Creéis que el objeto mágico podría ayudarnos a revertir la plaga? —preguntó Seth.
—Podemos esperar que sí —respondió el abuelo—. De momento, la tarea más apremiante es recuperarlo. Además de para coger el objeto mágico, aventurarnos a una excursión a la casona nos serviría también como útil misión de reconocimiento. Todo lo que podamos descubrir sobre Kurisock y sobre los que se asociaron con él podría ayudarnos a desentrañar el misterio de esta plaga.
Dale carraspeó.
—Sin ánimo de poner en duda lo que dices, Stan, teniendo en cuenta lo que sabemos sobre la vieja casona, tal vez las probabilidades de que alguno de nosotros logre salir de allí no son muy altas.
—Sabemos que hay una presencia terrorífica que ronda el lugar —admitió el abuelo—. Pero ese rumor se inició con Patton, que tenía motivos sólidos para querer ahuyentar a la gente.
—Porque él escondió el objeto mágico allí —dijo Kendra.
—Es más —continuó el abuelo—, sabemos de alguien que sin querer entró en la mansión y sobrevivió para contarlo.
Todos los ojos se clavaron en Seth.
—Supongo que así fue. Ese día no había tomado leche aún. Acababa de escapar de Olloch, así que no podía ver lo que las cosas eran realmente. De hecho, a lo mejor solo por eso pude salir de allí.
—Yo me he preguntado lo mismo —dijo la abuela.
—Pasearse por la reserva sin haber tomado leche tiene sus ventajas y sus inconvenientes —afirmó el abuelo—. Hay pruebas de que si eres capaz de percibir a las criaturas mágicas, ellas harán un mayor esfuerzo para percibirte a ti. Además, muchas de las criaturas oscuras se alimentan del miedo. Si no las reconoces tal como son, el miedo disminuye y su motivación para hacerte daño se reduce.
—Pero solo porque no puedas ver a las criaturas mágicas no significa que no estén ahí —intervino Dale—. Pasearse por la reserva sin haber tomado leche es una manera estupenda de ir a parar alegremente a alguna trampa mortal.
—Ese es el inconveniente —afirmó el abuelo.
La abuela se inclinó hacia delante con entusiasmo.
—Pero si sabemos adónde vamos y tenemos cierta idea de lo que nos espera allí, y si no nos salimos del camino ni a la ida ni a la vuelta, no beber la leche podría proporcionarnos la ventaja que necesitamos para pasar por delante de la aparición y llegar hasta la caja fuerte. Seth, ¿cuánto rato estuviste en la casona hasta que empezó a perseguirte el torbellino?
—Varios minutos —respondió Seth—. El tiempo suficiente para subir a la planta de arriba, salir al tejado, averiguar dónde me encontraba, volver a la habitación y empezar a regresar por el pasillo.
—Parece que nuestra mejor opción va a ser no tomar la leche —dijo Warren—. ¿Decís que la caja fuerte aparecerá mañana?
—Al mediodía —dijo el abuelo—. Y después ya no volverá a aparecer hasta dentro de otra semana. No podemos permitirnos esperar hasta entonces.
—Atención al horario de verano —puntualizó la abuela—. En esta época del año para nosotros, las doce del mediodía en el horario estándar se corresponden con la una en punto.
—Al haber una aparición guardando la caja fuerte, acertar con la hora es fundamental —dijo el abuelo—. ¿Cuándo empezó a aplicarse lo del horario de verano?
—Alrededor de la Primera Guerra Mundial —respondió la abuela—. Probablemente después de la creación de esa caja fuerte.
—Entonces, guiémonos por el horario estándar y esperemos que la caja fuerte no sea tan inteligente como mi teléfono móvil, que se actualiza automáticamente él sólito —dijo el abuelo—. Queremos llegar a esa habitación a la una en punto de mañana al mediodía.
—Dale y yo podemos ocuparnos de esto —se ofreció Warren.
—Yo debería ir —soltó Seth—. Si estoy allí, Coulter y Tanu pueden explorar el lugar por nosotros.
—No pueden estar fuera cuando es de día —le recordó el abuelo—. Y tenemos que llevar a cabo esta misión en torno al mediodía. De hecho, por mera precaución y dado que no pueden ayudarnos, no les menciones nada de todo esto.
—A lo mejor mañana amanece nublado —intentó Seth—. Además, yo soy el único que ha estado alguna vez en el interior de la casona. Sé a qué habitación se refería Lena. ¿Y si la aparición recurre al miedo mágico? ¡A lo mejor yo soy el único que no se queda paralizado!
—Tomaremos en consideración tu valeroso ofrecimiento —dijo el abuelo.
—No veo cómo vamos a lograrlo sin incurrir en ciertas pérdidas —soltó la abuela con el entrecejo fruncido—. Hay demasiado en juego como para que fracasemos. Es preciso que varias personas vayan a por la caja fuerte desde diferentes posiciones. Algunos no lo conseguiremos, pero otros seguro que lo logran.
—Estoy de acuerdo —dijo su marido—. Dale, Warren, Ruth y yo deberíamos combinarnos en una ofensiva unida.
—Y yo —insistió Seth.
—Yo también podría ir —se ofreció Kendra.
—Tus ojos no pueden dejar de ver a las criaturas mágicas —le recordó el abuelo—. Tu capacidad para ver y ser vista podría delatarnos.
—Podría veniros bien mi presencia para tener a alguien que pueda contaros lo que está pasando de verdad —mantuvo Kendra.
—Llevaremos manteca de morsa —dijo Warren—. Nos quitaremos el velo de los ojos si surge la necesidad.
—Entonces seremos nosotros cinco —afirmó Seth como si la cuestión estuviese zanjada—. Más Hugo.
—Hugo, sí —dijo el abuelo—. Cinco… No estoy tan seguro.
—Incluso me quedaré atrás si queréis —propuso Seth—. Solo entraré en la mansión si tiene sentido que entre. Si no, me retiraré. Pensadlo. Si la cosa sale mal, estamos todos acabados, de alguna manera. Yo podría estar allí para contribuir a que todo salga bien.
—Tiene su parte de razón —concedió Warren—. Y nos vendrá de perlas tenerle cerca si el miedo se apodera de nosotros. Sabemos que esa clase de miedo existe.
—De acuerdo —dijo el abuelo—. Puedes venir con nosotros, Seth. Pero Kendra no. No tengo nada contra ti, querida. Pero tu capacidad para ver podría realmente echar por tierra nuestra posible única ventaja.
—¿Necesitamos ayuda de alguna de las otras criaturas? —preguntó Seth.
—Dudo de que puedan entrar en la mansión —respondió la abuela.
—Pero sí que pueden servirnos para una maniobra de distracción —sugirió Warren—. Desviar la atención. Al otro lado del seto nos esperan muchas criaturas oscuras.
—Bien pensado —dijo el abuelo, animándose—. Podríamos enviar varias partidas en diferentes direcciones. Hadas, sátiros, dríades.
—E incluso centauros también —añadió la abuela.
—Buena suerte —se mofó Dale por lo bajo.
—Seth habló con ellos hoy —dijo Warren—. A lo mejor, si les picamos el orgullo…
—Tal vez viniendo de los niños, si se lo dicen como si estuvieran muy desesperados… —musitó el abuelo—. Aparte de ellos, hablaré con representantes de las otras criaturas que se han reunido aquí. Conseguiremos suficiente ayuda para armar un buen follón mañana. Recordad: no toméis manteca de morsa al despertar. Mañana el estanque debería aparecer poblado de mariposas, cabras, marmotas y ciervos.
—¿Y qué hay de esos búhos dorados? —preguntó Kendra—. ¿Esos que tienen cara humana?
—¿Los ástridos? —dijo la abuela—. Poco se sabe de esas criaturas. Rara vez interactúan con otras.
—Prepararé la carreta —dijo Dale—. Si vamos todos ciegos y bien tapados, Hugo podría conseguir sacarnos de aquí a hurtadillas y llevarnos hasta la casona sin que nadie se entere.
—¿Y no irán a por Hugo? —preguntó Seth.
—Los golems no son un blanco fácil —dijo la abuela—. Puede que muchos enemigos potenciales no se tomen la molestia de ir por él si da la impresión de ir solo.
El abuelo juntó las manos con una palmada y las frotó enérgicamente.
—El tiempo vuela. Pongámonos manos a la obra.
El sol empezaba a ponerse cuando Kendra y Seth cruzaron a buen paso un espacio libre de la pradera de césped en dirección a los centauros. La luminosidad dorada del cielo destacaba la musculatura inflada del pecho, de los hombros y de los brazos de las dos criaturas, que permanecían inmóviles mirando el estanque.
—Creo que no deberías venir —dijo Kendra entre dientes—. Tienes demasiado mal genio. Es preciso que les supliquemos de todo corazón.
—¿Crees que soy tonto de remate? —replicó Seth—. ¡Cualquiera sabe suplicar!
Kendra le dedicó una mirada de desconfianza.
—¿Tú sabes rogar humildemente que te conceda un favor un idiota que encima te lo restriega por la cara?
Seth vaciló.
—Pues claro que sí.
—Será mejor que no lo eches a perder —le advirtió Kendra, bajando la voz hasta un susurro—. Recuerda que, al humillarnos, los estaremos manipulando. El orgullo es su punto débil, y nosotros vamos a aprovecharnos de él para conseguir lo que necesitamos. Es posible que se pongan chulos, pero si hacen lo que les pedimos, entonces seremos nosotros quienes tendremos la sartén por el mango.
—¿Y si nos dan la espalda? —preguntó Seth.
—Lo habremos intentado —respondió Kendra simplemente—. Y lo dejaremos ahí. No podemos permitirnos tener más problemas, no con todo lo que hay en juego mañana. ¿Sabrás comportarte?
—Sí —respondió él con más decisión que antes.
—Sígueme el cuento —dijo Kendra.
—Déjame que te presente primero.
Mientras se acercaban, los centauros ni los miraron. Cuando Kendra y Seth estuvieron finalmente ante ellos, aquellas criaturas mantuvieron su solemne mirada tozudamente fija en algún inescrutable objeto de interés que debía de haber en otra parte.
—Pezuña Ancha, Ala de Nube, esta es mi hermana, Kendra —dijo Seth—. Quería conoceros.
Ala de Nube bajó la vista hacia ellos. Pezuña Ancha no.
—Acudimos a vosotros con un encargo urgente —dijo Kendra.
Ala de Nube la miró por un instante. El pelo plateado que le cubría los cuartos se estremeció fugazmente.
—Ya declinamos antes la invitación a reunimos con vuestro abuelo.
—Esto es otra cosa —dijo Kendra—. Hemos diseñado un plan para recuperar un objeto que podría ayudarnos a revertir la plaga. Muchas de las otras criaturas reunidas aquí nos han brindado su ayuda, pero sin vosotros no tendremos quién nos dirija.
Ahora los dos centauros la miraron. Kendra prosiguió.
—Necesitamos desviar la atención de las criaturas oscuras que están vigilando la zona, para que mi abuelo y un puñado de gente puedan salir de aquí a escondidas para ir por el objeto. Ninguna de las demás criaturas posee la velocidad ni la capacidad para liderar la salida por la abertura principal del seto.
—Solo los centauros contaminados podrían verdaderamente suponer un desafío para nosotros —consideró Ala de Nube, mirando a Pezuña Ancha.
—Podríamos dejar atrás a los centinelas sátiros fácilmente —dijo Pezuña Ancha.
—¿Cómo sabemos que ese plan nos garantiza el liderazgo? —preguntó Ala de Nube.
Kendra titubeó y le lanzó una mirada a Seth.
—Mi abuelo está dispuesto a arriesgar su vida, y la de su familia, con tal de llevar a cabo el plan —dijo Seth—. No podemos garantizaros que vaya a funcionar, pero al menos nos da a todos una oportunidad.
—Sin vuestra ayuda, nunca saldremos de dudas —exageró Kendra—. Por favor.
—Os necesitamos —dijo Seth—. Si el plan da resultado, habréis rescatado Fablehaven de la incompetente gestión de mi abuelo. —Miró a Kendra en busca de aprobación.
Los centauros se arrimaron el uno al otro y cuchichearon entre sí.
—Vuestra falta de liderazgo es ciertamente un problema —sentenció Pezuña Ancha—. Pero Ala de Nube y yo no lo vemos como algo que nos afecte. Debemos declinar la invitación.
—¿Qué? —gritó Seth—. ¿Lo dices en serio? Entonces, me alegro de que la mitad de la reserva esté presente aquí para presenciar quién se quedó de brazos cruzados mientras Fablehaven estaba en peligro.
Kendra lanzó a su hermano una mirada fulminante.
—Nos importa más bien poco el destino de los sátiros o de los humanos, y menos aún sus reacciones a nuestra indiferencia —declaró Ala de Nube.
—Gracias de todos modos —dijo Kendra, agarrando a Seth por el brazo para llevárselo de allí. Pero él se soltó.
—Muy bien —repuso él, enfadado—. Entonces mañana saldré yo ahí fuera. Buena suerte. Y no os olvidéis de que no tenéis siquiera el valor de un chaval humano.
Los centauros se pusieron rígidos.
—¿Me engaño, o este mocoso nos ha tildado de cobardes? —preguntó Ala de Nube en tono peligroso—. Nuestro veredicto de no liderar vuestra maniobra de distracción no ha tenido nada que ver con el miedo. Pensamos que es inútil.
Pezuña Ancha clavó en Seth una mirada feroz.
—El joven humano ha debido de decirlo sin pensar.
Seth se cruzó de brazos y le sostuvo la mirada sin decir nada.
—Si se empeña en no retirar el insulto —dijo Pezuña Ancha como anunciando un presagio—, exigiré una reparación inmediata. Nadie, grande o pequeño, pisotea mi honor.
—¿Quieres decir un duelo? —preguntó Seth sin poder creérselo—. ¿Vas a dar prueba de tu valentía matando a un crío?
—Acaba de plantear una duda válida —dijo Ala de Nube, poniendo una mano en el hombro de Pezuña Ancha—. Tener tratos con gorrinos solo servirá para que nos ensuciemos.
—Vosotros dos estáis muertos para nosotros —declaró Pezuña Ancha—. Marchaos.
Kendra trató de llevarse a Seth a rastras, pero su hermano era demasiado fuerte.
—Todo músculo pero nada de espina —gruñó Seth—. Vamos a buscar a unos sátiros que quieran liderarnos. O a lo mejor algún enanito. Dejemos a estos ponis asustados fingiendo tener honor.
Kendra quiso estrangular a su hermano.
—Hicimos oídos sordos a tu insulto porque nos das lástima —dijo Pezuña Ancha echando chispas—. Aun así, ¿persistes?
—Pensaba que estaba muerto —dijo Seth—. A ver si te aclaras, jamelgo.
Pezuña Ancha cerró los puños y unos músculos enormes se le inflaron en los antebrazos. Las venas se le hincharon en el cuello fornido.
—Muy bien. Mañana al amanecer tú y yo resolveremos la cuestión de mi honor.
—No, no la resolveremos —dijo Seth—. Yo no peleo con mulas. Lo que más me preocupa son las pulgas. Eso, y los problemas reales que estamos tratando de resolver. Si quieres, puedes venir a matarme a mi tienda de campaña.
—Pezuña Ancha tiene todo el derecho a retarte a duelo después de un insulto deliberado —afirmó Ala de Nube—. Yo soy testigo de la afrenta. —Extendió un brazo e indicó toda la zona que los rodeaba—. Además, este lugar es un refugio para criaturas de luz. Como ser humano, tú aquí eres un intruso. Como las náyades del estanque, Pezuña Ancha podría matarte si quiere, y lo haría con absoluta impunidad.
Kendra notó que el corazón le daba un vuelco.
Seth pareció temblar.
—Lo cual no demostrará nada en relación con tu honor —dijo Seth con la voz casi firme—. Si os importa vuestro honor, dirigid la maniobra de mañana.
Los centauros juntaron las cabezas y deliberaron en voz baja. Al cabo de unos instantes se separaron.
—Seth Sorenson —anunció con gravedad Pezuña Ancha—. Nunca en mi larga vida me han plantado cara de manera tan descarada. Tus palabras son imborrables. Aun así, no ignoro que han sido dichas con el desacertado empeño de recabar mi ayuda, en contraposición con la patosa adulación que intentaste en un primer momento. Por la insolencia de negarte a aceptar mi reto, debería aplastarte aquí mismo. Pero en reconocimiento del desesperado valor que hay detrás de tus palabras, detendré mi mano por el momento y olvidaré que esta conversación ha tenido lugar, si te pones de rodillas, me suplicas que te perdone, afirmas que estás loco y te declaras un gallina de tomo y lomo.
Seth vaciló. Kendra le dio un codazo. Él negó con la cabeza.
—No. No voy a hacer eso. Si lo hiciera, entonces sí que sería un gallina. Lo único que retiraré es lo que he dicho de que mi abuelo ha gestionado mal la reserva. Tienes razón en lo de que estábamos fingiendo al adularos.
Pezuña Ancha desenvainó una enorme espada, que silbó con un sonido metálico.
Kendra no había reparado en la vaina que llevaba colgada a un costado. El centauro blandió la espada en alto.
—Esto no me procura el menor placer —gruñó Pezuña Ancha, reconcentrado.
—Se me ocurre algo mejor —dijo Seth—. Si dirigís la maniobra de distracción de mañana, y yo regreso con vida, me batiré en duelo contigo. Así podrás reparar tu honor como es debido.
Kendra creyó ver que el centauro respiraba aliviado. Deliberó unos segundos con Ala de Nube y dijo:
—Muy bien. Has logrado lo que te proponías, pero no sin un precio. Mañana dirigiremos la maniobra de distracción. Pasado mañana al despuntar el día zanjaremos la cuestión de tu insolencia.
Kendra agarró a Seth por una mano. Esta vez él dejó que se lo llevase de allí. Ella esperó para hablar hasta que estuvieron lejos de los centauros.
—¿Qué demonios te pasa? —Tuvo que echar mano de toda su capacidad de control para no preguntárselo a grito pelado.
—He conseguido que nos ayuden —dijo Seth.
—Sabías que eran arrogantes, sabías que quizá no querrían ayudarnos, ¡y aun así te empeñaste en insultarlos! ¡Conseguir que te maten no solo es una mala idea, sino que además daña nuestras posibilidades de salvar Fablehaven!
—Pero no estoy muerto —dijo él, palpándose el torso como asombrado de ver que estaba intacto.
—Deberías estarlo. Y probablemente acabarás así.
—No en los próximos dos días.
—No cantes victoria antes de tiempo. Todavía no les hemos contado a los abuelos lo que ha pasado.
—No se lo cuentes —le suplicó Seth, repentinamente desesperado—. Bastante mal están las cosas ya. Haré lo que me pidas, pero no se lo cuentes.
Kendra levantó las manos.
—Ahora sí que estás suplicando.
—Si se lo dices, no me dejarán ir a la casona. Pero me van a necesitar. Además, se van a preocupar sin necesidad. Perderán la concentración y cometerán errores. Escucha: puedes contárselo al final. Puedes hacerme parecer todo lo tonto que tú quieras. Pero espera a después de haber registrado la casona.
Parecía lógico.
—De acuerdo —consintió Kendra—. Esperaré hasta mañana por la tarde.
La sonrisa forzada de Seth la tentó a cambiar de idea.