15

Domingo de brownies

Kendra estaba sentada delante de un plato de tortitas rellenas de manzana aún calientes, espolvoreadas con azúcar glas, pero con el apetito satisfecho después del tercer bocado. Sonriendo a la abuela, cortó otro trozo con ayuda del tenedor y lo mojó en sirope. La abuela le dedicó una gran sonrisa. Las tortitas de los sábados eran una tradición en el hogar de los Sorenson, y las de manzana eran las favoritas de Kendra.

Su escaso apetito no tenía nada que ver con la comida. Estaba haciendo esfuerzos por quitarse de la cabeza el sueño que había tenido esa noche.

En él, había vuelto a la feria ambulante, la misma del sueño de la limusina, la misma en la que había dado vueltas perdida como una chiquilla, solo que esta vez estaba montada en la noria y se elevaba tanto que las luces de la feria titilaban muy abajo y la música de órgano eléctrico se volvía tenue. Entonces, volvía a bajar y la envolvían los olores, las imágenes y los sonidos de la animada feria. Iba ella sola en un asiento, aunque había otros amigos y familiares montados también en la atracción. En asientos alternos por encima y por debajo de ella iban sus padres, Seth, el abuelo, la abuela, Lena, Coulter, Tanu, Vanessa, Warren, Dale, Neil, Tammy, Javier, Mara, Hal y Rosa.

A medida que la noria iba dando vueltas, fue ganando velocidad de un modo alarmante, hasta que Kendra se vio meciéndose precariamente en el asiento, notando el empuje del viento por todas partes al descender hacia delante, hacia atrás, elevarse de espaldas, elevarse de frente, mientras el engranaje de la máquina chirriaba y todos los que iban montados en ella gritaban. La enorme noria había vibrado y se había ladeado, sin girar ya verticalmente. Con el sonido de la madera al partirse y de los gemidos metálicos, varios asientos sueltos empezaron a desengancharse y a caer en picado.

Kendra no había logrado distinguir cuáles de sus amigos o familiares se estaban cayendo. Intentó obligarse a despertar, pero le costaba aferrarse a la escurridiza noción de que aquella espeluznante escena era puramente imaginaria. Al ascender hacia lo más alto, la noria se inclinó todavía más, amenazando con desplomarse por completo en cualquier momento. Se dio cuenta de que Seth estaba debajo de ella, agarrado a un mástil de la atracción con las piernas colgando.

Entonces, la noria terminó de caer de lado y Kendra se salió de su asiento: se precipitó en la oscuridad junto con sus seres queridos, con las luces de la feria cada vez más intensas a medida que se acercaba al suelo. Se había despertado un segundo antes del impacto.

No necesitaba un análisis profesional para hacer su propia interpretación. La trágica escapada de Meseta Pintada la había dejado traumatizada, y luego llegar a casa y enterarse de cuánto se había extendido la plaga, infectando no solo a las criaturas de Fablehaven, sino también a Coulter y Tanu, había hecho que sintiera que el peligro los tenía cercados por todas partes. Gente mala iba a por ella. Demasiadas personas que se suponía que eran buenas no eran ya de fiar. No resultaba seguro volver a casa de sus padres. Tampoco estaban a salvo si se escondían en Fablehaven. Ella y todas las personas a las que quería corrían un grave peligro.

—No comas más de lo que quieras —dijo la abuela.

Kendra se dio cuenta de que se había pasado el rato moviendo las tortitas con el tenedor, alargando el momento de tener que llevarse otro bocado a la boca.

—Estoy algo tensa —confesó, y se tomó otro trozo, esperando que su rostro transmitiera que le gustaba lo que estaba masticando.

—Yo me tomo las suyas —se ofreció Seth, que casi se había terminado su montaña de tortitas.

—Cuando termine el estirón que estás dando, te vas a poner como una bola —predijo Kendra.

—Cuando termine el estirón que estoy dando, no comeré tanta comida —replicó él, engullendo la última tortita de su plato—. Además, yo no estoy cuidando mi línea para que me vea Gavin.

—No es eso —protestó Kendra, intentando no ruborizarse.

—Luchó contra la dama jaguar y amansó a la dragona para salvarte —atacó Seth—. Además, tiene dieciséis años, así que tiene carné de conducir.

—No vuelvo a contarte nada nunca más.

—No hará falta. Para eso tendrás a Gavin.

—No chinches a tu hermana —le reconvino la abuela con tono de sermón—. Ha tenido una semana muy dura.

—Apuesto a que yo también podría amansar dragones —dijo Seth—. ¿Te he contado que soy inmune al miedo?

—Unas cien veces —murmuró Kendra, y le pasó su plato deslizándolo por la mesa—. Mira, Seth, estaba pensando que parece una coincidencia muy grande que uno de esos diarios se cayese y justo se abriese por la página que hablaba de Kurisock. De hecho, ya de entrada me cuesta mucho imaginar qué juego puede hacer que los libros se caigan de las estanterías. ¿Cómo va esto? Si no supiera lo inútil que es leer, podría sospechar que estabas leyendo atentamente esos diarios a propósito.

Seth no levantó la vista del plato y se dedicó a meterse comida en la boca sin decir ni pío.

—No hace falta que intentes ocultar tu nuevo amor por la lectura —continuó Kendra—. ¿Sabes qué? Yo podría ayudarte a obtener un carné de biblioteca, y así podrás añadir un poco de variedad a todos esos viejos y aburridos…

—¡Fue una emergencia! —estalló Seth—. Fíjate bien en lo que digo: una lectura de emergencia, nada de la disparatada idea de divertirme leyendo. Si estuviera muriéndome de hambre, también comería espárragos. Si me pusieran una pistola en la cabeza, también vería culebrones en la tele. Y para salvar Fablehaven, leería un libro, ¿vale? ¿Estás contenta?

—Ándate con cuidado, Seth —dijo la abuela—. El amor a la lectura puede ser muy contagioso.

—Ya no tengo más ganas de comer —declaró él, que se levantó de la mesa y salió por la puerta hecho un basilisco.

Kendra y la abuela soltaron una carcajada.

El abuelo entró en la cocina mirando por encima del hombro en la dirección en que Seth se había marchado.

—¿Qué bicho le ha picado?

—Kendra le ha acusado de haber leído voluntariamente —dijo la abuela en tono grave.

El abuelo levantó las cejas.

—¿Llamo a las autoridades?

La abuela negó con la cabeza.

—No permitiré que mi nieto se vea sometido en público a la humillación de ser sorprendido leyendo. Tendremos que llevar en silencio esta desgracia.

—Tengo una idea, abuelo —anunció Kendra.

—¿Tapar las ventanas con tablones para que los reporteros no le pillen en el acto? —tanteó el abuelo.

Kendra sonrió divertida.

—No, una idea de verdad. Sobre Fablehaven.

Le hizo un gesto para que continuase.

—Deberíamos hablar con Lena. Si lo que le pasó al tío de Patton es un secreto y Kurisock tuvo algo que ver, a lo mejor ella podría contarnos los detalles del suceso. Tenemos que averiguar todo lo que podamos sobre el demonio.

El abuelo mostró una sonrisa cómplice.

—Estoy tan de acuerdo con eso que, de hecho, ya he planeado pasar por el estanque para eso mismo. Por no hablar de que me encantaría saber si ella ha oído hablar del objeto mágico que supuestamente Patton trajo a la reserva.

—Yo conozco su idioma —repuso Kendra—. Podría hablar con ella directamente.

—Ojalá pudiera aceptar tu ayuda —dijo el abuelo—. Eres brillante y capaz. Imagino que serías una gran baza a la hora de intentar contactar con Lena. Pero esta plaga es demasiado peligrosa y podríamos vernos transformados en sombra por el camino. La condición con la que estoy permitiendo que tu hermano y tú permanezcáis en Fablehaven es que no os aventuréis a salir de esta casa hasta que sepamos mejor lo que está pasando ahí fuera. Los dos ya habéis corrido demasiado peligro.

—Tú mandas —dijo Kendra—. Solo pensé que tal vez tendría más suerte en conseguir que Lena nos dijera algo. Necesitamos información.

—Cierto —respondió el abuelo—. Pero debo declinar tu ofrecimiento. No pienso tolerar que te conviertas en sombra. ¿Veo que han sobrado tortitas?

—Pero si ya tomaste un montón —dijo la abuela.

—Hace más de tres horas —respondió él, sentándose en la silla que Seth había dejado libre—. Incluso después de trasnochar, los viejos como yo seguimos levantándonos con el sol. —Guiñó un ojo a Kendra.

Warren entró en la cocina con una cuerda enrollada.

—¿Más tortitas?

—Solo estaba aprovechando las sobras —respondió el abuelo.

—¿Tú vas al estanque con el abuelo? —preguntó Kendra.

—En un primer momento sí —respondió Warren—. Después, Hugo y yo iremos en misión de reconocimiento. Me acercaré a Kurisock todo lo que pueda.

—No te acerques tanto que te vuelvas una sombra —le avisó Kendra.

—Haré todo lo posible por permanecer intacto —dijo él—. Y si me convierto en sombra, no os preocupéis, que no os guardaré rencor por no haber podido cumplir mi última voluntad de tomar unas cuantas tortitas de manzana más.

—Vale, vale —dijo el abuelo—. Coge un plato. Las compartiré contigo.

Por la noche, Kendra se había sentado en la cama a ojear un diario, con la espalda apoyada en el cabecero. Mientras, iba lanzándole alguna que otra mirada a Seth, que también repasaba un tomo a su característica velocidad habitual, deteniéndose ocasionalmente para leer con atención algún párrafo. Ella intentaba concentrarse en su lectura, pero eso de ver a su hermano enfrascado en un texto hacía que se le fuesen los ojos hacia él constantemente.

—Puedo ver que me estás mirando —dijo el chico sin levantar la vista—. Debería empezar a cobrar entrada.

—¿Has encontrado algo interesante?

—Nada que nos sirva.

—Yo tampoco —dijo Kendra—. Nada nuevo.

—Me sorprende que alguna vez encuentres algo, repasando el libro tan despacio…

—Y a mí me sorprende que no se te pase nada por alto, pasando las páginas tan deprisa…

—¿Quién sabe cuánto tiempo nos queda? —replicó Seth, que cerró el diario y se frotó los ojos—. Hoy nadie ha encontrado nada.

—Le dije al abuelo que debía dejarme hablar con Lena —dijo Kendra—. Ella ni siquiera se dejaría ver delante de él.

—Podríamos escabullimos esta noche e ir al estanque —se ofreció Seth.

—¿Estás loco?

—Es broma. Casi. Además, Hugo y Mendigo no nos dejarían salir del jardín en la vida. Me alegré cuando el abuelo dijo que había visto a Doren en el estanque. Estaba seguro de que Newel le había cazado.

Kendra cerró su libro.

—El abuelo obtuvo buena información de algunos de los sátiros y dríades.

—Que solo venía a confirmar lo que ya sabemos —replicó Seth—. Última hora: la plaga está por todas partes.

—Warren volvió sano y salvo de los dominios de Kurisock.

—Sin nueva información, excepto que un gigante de niebla monta guardia a la entrada. Ni siquiera llegó al foso de alquitrán.

Ella alargó el brazo para llegar a la lamparita de la mesilla de noche.

—¿Apago la luz?

—Por mí, sí. Creo que se me van a derretir los ojos si intento leer más.

Kendra apagó la luz.

—No entiendo por qué te molestaste tanto con esto de que te hayamos pillado leyendo.

—Solo me dio vergüenza. ¿Y si se entera todo el mundo?

—Simplemente pensarán que eres una persona normal e inteligente. La mayoría de las personas a las que merece la pena conocer son gente que disfruta leyendo. A todo el mundo en nuestra familia le gusta leer. La abuela fue profesora en la universidad.

—Sí, claro. Como antes me reía de ti, ahora parece que soy un hipócrita.

Kendra sonrió.

—No, solo parece que por fin tienes dos dedos de frente.

Él no respondió. Kendra se quedó mirando el techo, dando por hecho que la conversación había terminado.

—¿Y si no somos capaces de arreglar este problema? —dijo Seth cuando ella estaba a punto de quedarse dormida—. Sé que hemos sobrevivido a situaciones espeluznantes en otros momentos, pero esta plaga me parece diferente. Nadie ha visto nunca nada igual. En realidad no sabemos ni lo que es, y menos aún cómo reparar los daños. Además, se extiende muy deprisa, transformando a los amigos en enemigos. Deberías haber visto a Newel.

—Yo también estoy preocupada —respondió Kendra—. Lo único que sé con certeza es que Coulter tenía razón: incluso cuando procuras prepararte lo mejor posible, estas reservas pueden ser mortíferas.

—Siento que algunas de las personas con las que subiste a Meseta Perdida no lograran volver con vida —dijo Seth en voz baja—. Por eso, me alegro de no haber estado allí.

—También yo —respondió Kendra en un susurro.

—Que duermas bien.

—Y tú.

—Kendra, Seth, despertaos, no tengáis miedo. —La voz retumbó en toda la habitación, como si saliese de las paredes.

Kendra se incorporó, con los ojos somnolientos pero alerta. Seth estaba ya recostado sobre un brazo, pestañeando en medio de la oscuridad.

—Kendra, Seth, soy el abuelo —dijo la voz. Sonaba ciertamente como él, pero amplificada—. Os hablo desde el desván secreto, donde nos hemos refugiado Dale, Warren, vuestra abuela y yo. Los brownies se han infectado y se han vuelto contra nosotros. No abráis la puerta hasta que vayamos a buscaros mañana por la mañana. Sin adultos en la habitación, estaréis totalmente a salvo de cualquier daño. Esperamos pasar la noche aquí sin incidentes.

Seth miró a su hermana, aunque no exactamente a los ojos. El chico no podía verla igual de bien que ella a él.

El abuelo repitió el mensaje usando las mismas palabras, por si la primera vez no se habían despertado. A continuación, repitió el mensaje por tercera vez y añadió al terminar:

—Los brownies solo pueden entrar en la vivienda entre el anochecer y el amanecer, así que evacuaremos la casa por la mañana. Lamentamos no haber previsto esto. Los brownies forman una comunidad aislada de los demás y prácticamente nunca entran en contacto con otras criaturas de Fablehaven. Su morada, debajo del jardín, cuenta con muchas de las protecciones de las que goza también esta casa. A pesar de eso, deberíamos haber sabido que la plaga encontraría el modo de infectarlos. Perdonad la molestia. Intentad dormir un poco.

—Sí, claro —dijo Seth, y encendió la lamparita de la mesilla de noche.

—Justo lo que necesitábamos —suspiró Kendra—. Brownies malos.

—Me pregunto qué pinta tendrán.

—¡Ni se te ocurra asomarte a mirar!

—Ya lo sé, por supuesto que no lo haré. —Seth salió de la cama y se acercó corriendo a la ventana.

—¿Qué haces?

—Quiero ver una cosa. —Descorrió las cortinas—. Tanu está aquí fuera. Su sombra.

—¡No te atrevas a abrir la ventana! —le ordenó Kendra, levantándose de la cama para acudir junto a su hermano.

—Nos está haciendo señas para que nos quedemos aquí —informó Seth.

Kendra se asomó a mirar por encima del hombro de su hermano, pero no vio nada en el tejado. Entonces, apareció un hada volando; brillaba con un resplandor violeta oscuro, como si la iluminase una luz negra.

—Está señalando a las hadas y haciendo gestos de que no abramos la ventana —anunció Seth—. Mira, hay más hadas justo pasado el tejado. Cuesta distinguirlas, son muy oscuras. —Hizo el gesto de los pulgares hacia arriba para Tanu y cerró la cortina—. Hacía un tiempo que no se dejaba ver ninguna hada malvada. Apuesto a que esto era una trampa. Seguro que los brownies iban a asustarnos para que saliésemos, y así las hadas habrían podido transformarnos.

—Creía que el abuelo había prohibido a las hadas entrar en el jardín —dijo Kendra, volviendo a su cama.

Seth se puso a andar arriba y abajo.

—No ha debido de funcionar, por alguna razón. No sabía que el abuelo podía dar avisos que se oyesen en la casa entera.

—En el desván secreto tienen toda clase de cachivaches curiosos.

—Qué pena que no tengan una puerta que dé a nuestro lado.

—No importa. Vendrán a buscarnos por la mañana. Deberíamos intentar dormir. Seguramente mañana será un día agotador.

Seth arrimó la oreja a la puerta.

—No oigo nada.

—Lo más probable es que haya diez brownies malvados esperando pacientemente al otro lado, listos para abalanzarse sobre nosotros.

—Los brownies son canijos. Todo lo que necesitamos son unas buenas botas, un par de protecciones para las espinillas y un cortabordes de jardín.

Esa imagen arrancó unas risillas a Kendra.

—Dijiste que los nipsies son mucho más pequeños que los brownies, pero que eso no les impidió contaminar a Newel.

—Supongo que así es —dijo él. Abrió un armario ropero y sacó unas cuantas prendas.

—¿Qué estás haciendo?

—Quiero vestirme, por si tenemos que salir pitando de aquí. No mires.

Cuando Seth hubo terminado de vestirse, volvió a la cama. Kendra reunió su ropa, apagó la lamparita, le pidió a Seth que no mirase y se cambió. Luego, se metió en la cama con los zapatos puestos.

—¿Cómo se supone que voy a pegar ojo? —preguntó Seth al cabo de un par de minutos.

—Haz como si no pasara nada. Están tan en silencio que podría tratarse de una noche normal y corriente.

—Lo intentaré.

—Que duermas bien, Seth.

—Que no te pique ningún brownie.

Seth durmió con un sueño ligero el resto de la noche, despertándose frecuentemente con un sobresalto, con el cuerpo rígido, confuso y desorientado. Encendió la lámpara unas cuantas veces para asegurarse de que no había brownies feroces correteando por la habitación.

Incluso se asomó a mirar debajo de la cama, por si las moscas.

Al final se despertó cuando se colaba entre las cortinas una luz rosada. Salió de la cama sin molestar a Kendra, cruzó hasta la ventana y esperó a que la luz del sol, cada vez más intensa, iluminara el horizonte. No vio ninguna hada mientras esperaba.

Unos minutos después de que la luz directa del sol iluminase la mañana, Seth oyó que las escaleras del desván crujían. Zarandeó a Kendra para despertarla y se dirigió a la puerta.

—¿Quién anda ahí?

—Me alegro de que estés levantado —dijo Warren—. No abras la puerta.

—¿Por qué no?

—Han preparado varias trampas que se activarán al abrirla. De hecho, pensándolo mejor, si quieres puedes abrir rápidamente la puerta, pero no salgas y hazte a un lado. Asegúrate de que Kendra se aparte también.

—Vale.

Kendra salió de su cama y se colocó al lado de la puerta. Él asió el pomo, lo giró lentamente y tiró de él a toda velocidad para abrir la puerta, colocándose detrás de ella de un salto. Tres flechas entraron silbando en la habitación y se clavaron en la pared de enfrente, bien arriba.

—Bien hecho —aprobó Warren—. Echad un vistazo a la escalera.

Seth se asomó por la puerta. Un montón de cables cruzaban de parte a parte el tramo de escaleras, a diferentes alturas, en horizontal y en diagonal. Muchos de los cables pasaban por poleas o ganchos que habían sido fijados a la pared. En lo alto de las esquinas de la escalera habían colocado varias ballestas, la mayoría de las cuales apuntaban a la puerta del desván y otras en posición defensiva. En el pasillo, una pistola puesta de pie en una repisa ingeniosamente diseñada apuntaba hacia lo alto de las escaleras. Warren se agachó, pegado a la pared, a un tercio de camino por las escaleras, tras haber pasado ya por encima de varios de los alambres con mucho cuidado.

—¿De dónde han salido todas estas armas? —preguntó Kendra desde detrás de Seth.

—Los brownies se han hecho con un arsenal saqueando la mazmorra —dijo Warren—. Muchas otras armas están hechas a propósito para esto. Esta escalera es solo el principio. La casa entera está plagada de trampas que se accionan al pasar. Nunca había visto nada igual.

—¿Cómo bajamos las escaleras? —preguntó Kendra.

Warren meneó la cabeza ligeramente.

—Tenía pensado desarmar las trampas, pero las cuerdas son complicadas. Algunas están montadas de tal manera que activan varias trampas a la vez; otras son señuelos. Me está costando lo mío comprobar qué hace cada cable. Cuando abriste la puerta, una de las flechas me pasó rozando la oreja. No la vi venir.

—A lo mejor podríamos salir por el tejado y bajar desde ahí —propuso Seth.

—Hay al menos una docena de hadas oscuras al acecho. De momento no podemos plantearnos salir de la casa.

—¿El abuelo no había prohibido a las hadas entrar en el jardín? —preguntó Kendra.

Warren asintió con la cabeza.

—Antes de prohibírselo, unas hadas oscuras debieron de esconderse en las cercanías de la casa. Lo que hizo tu abuelo no sirve para expulsar a criaturas que ya hayan accedido al jardín. Solo servirá para impedir que entren más.

—Menuda historia —comentó Seth.

—Lo de anoche estuvo perfectamente planificado —dijo Warren—. Esta plaga no se está extendiendo al tuntún. Alguien dirigió un asalto deliberado y coordinado. Lo peor de todo es que antes de que vuestros abuelos se despertaran, los brownies se apoderaron del registro.

—¡Oh, no! —se lamentó Kendra—. Si los brownies han alterado el registro, eso podría explicar también la presencia de las hadas oscuras.

—Bien pensado. —Warren retrocedió un paso y se desperezó—. Cualquier cosa podría acceder a la casa de un momento a otro. Tenemos que salir de aquí.

—¿Hugo está bien? —preguntó Seth.

—El golem ha estado pasando estas noches en un recinto seguro del granero. Vuestro abuelo está haciendo todo lo posible para evitar que Hugo se infecte. Vendrá en cuanto le llamemos. Hasta ese momento, debería estar bien en el granero.

—O sea que ahora tenemos que hacer virguerías para poder bajar las escaleras, jugándonos el pellejo —dijo Kendra.

—¿Y si lanzo el caballito balancín por los escalones? —propuso Seth—. Podríamos resguardarnos todos y esperar a que se disparen todas las trampas.

Warren se le quedó mirando unos segundos.

—Pues eso podría dar resultado perfectamente. Dadme un minuto para retroceder. Apartaos de la puerta, por si activo una o dos trampas sin querer.

Seth fue a por el unicornio mecedor y lo arrastró hasta cerca del umbral de la puerta.

Pensó que los rieles curvos de debajo del caballito ayudarían a que el juguete bajase patinando bastante bien hasta el pie de la escalera. De hecho, en otras circunstancias podría haber intentado bajar las escaleras montado a lomos del caballito mecedor, por pura diversión. ¿Por qué las ideas geniales tendían a ocurrírsele en el momento menos indicado?

—Estoy listo —dijo Warren desde abajo—. Apartaos bien de la puerta. Imagino que será bombardeada por una lluvia de proyectiles, dardos y flechas.

Seth colocó el caballito mecedor en lo alto de las escaleras y se tumbó en el suelo detrás de él.

—Lo empujaré con los pies y rodaré por el suelo para apartarme.

Kendra se puso al lado de la puerta.

—Yo cerraré de golpe en cuanto empiece la cosa y me haré a un lado.

Seth puso las suelas de los zapatos en la grupa del unicornio.

—¡A la una…, a las dos… y a las tres!

Dio un empujón al caballito mecedor y rodó hacia un lado. Kendra tiró fuerte de la puerta para cerrarla rápidamente y se apartó con un impulso.

Se oyó un disparo, y se abrió un boquete en la puerta. Un proyectil de ballesta atravesó volando el agujero y se empotró en la pared de enfrente, retemblando al clavarse. Seth oyó que el caballito balancín terminaba su descenso con gran estrépito, seguido del sonido de las cuerdas de unos arcos al dispararse y el ruido mucho más fuerte de varios proyectiles más al encajarse en la puerta.

—Ha sido alucinante —dijo Seth a Kendra.

—Estás loco —contestó Kendra.

—¡Bien hecho! —dijo Warren a voces desde abajo—. El caballito ha dado una voltereta al caer y no ha tocado algunas de las cuerdas más altas, pero ahora tenemos el camino bastante despejado.

Mirando desde lo alto de la escalera, Seth vio una serie de varas emplumadas clavadas en el suelo, alrededor de donde estaba Warren en esos momentos. El caballito mecedor estaba tumbado de costado, apoyado en el último escalón, acribillado a flechas y sin el cuerno.

—¿No ha sido alucinante? —preguntó Seth.

Warren ladeó la cabeza con cara de estar algo avergonzado.

—Perdona, Kendra… Ha sido una pasada.

—Todos los chicos estáis de atar —dijo Kendra.

—Fijaos bien dónde pisáis al bajar la escalera —les indicó Warren—. Al menos dos de las ballestas siguen armadas. ¿Y veis esa hacha atada a aquella cuerda? Se soltará y saldrá volando hacia vosotros si tocáis ese cordel casi vertical de la izquierda.

Seth empezó a bajar las escaleras, pasando por debajo de varios cables, tratando de evitar hasta los cordeles menos tensos con los que el caballito balancín ya había tropezado.

Kendra esperó hasta que su hermano hubo llegado junto a Warren y entonces bajó con mucho cuidado los escalones.

El pasillo del final de la escalera estaba cubierto de otra maraña de cables. Aunque había algunas ballestas, la mayoría de las trampas implicaban catapultas de curioso diseño, creadas para lanzar cuchillos y hachas de menor tamaño.

Seth reparó en un pequeño trozo de madera negra que colgaba de un ganchito dorado, en la pared.

—¿Eso es del cuerpo de Mendigo?

Warren asintió.

—He visto varios trozos suyos por la casa. Ha pasado la noche en el exterior. Los brownies lo han descuartizado.

Seth alargó el brazo para coger el fragmento de la marioneta. Warren le puso el brazo encima del codo para impedírselo.

—Espera. Todos los trozos de Mendigo están enganchados a alguna trampa.

Los abuelos Sorenson aparecieron un poco más allá, en el pasillo.

—Gracias a Dios que estáis bien —dijo la abuela, poniéndose una mano sobre el pecho—. No vengáis por aquí. Nuestro dormitorio es un nido de trampas horribles. Además, tarde o temprano tenemos que acabar todos abajo.

—Deberíais haber visto la escalera del desván —dijo Warren—. Estaba repleta de trampas mortales, más que en ninguna otra zona de la casa que hayamos visto hasta ahora.

Seth tiró el caballo de juguete por las escaleras para activar aposta la gran mayoría.

—Oímos el estrépito y nos preocupamos —dijo el abuelo—. ¿Qué hacemos ahora, Warren?

—Resultará complicado activar adrede todas las trampas —dijo Warren—. Muchas están protegidas por otros mecanismos trampa. Lo mejor que podemos hacer es bajar uno por uno los escalones, sorteando individualmente los obstáculos. Yo os ayudaré desde aquí mientras vais bajando.

—Yo primero —dijo el abuelo.

—¿Dónde está Dale? —preguntó Kendra.

—Estaba conmigo —respondió Warren—. Mientras os ayudaba a escapar del desván, él siguió por el pasillo en dirección al garaje. Quiere comprobar que no les ha pasado nada a los vehículos.

—Todo el mundo fuera del pasillo —dijo el abuelo.

La abuela retrocedió un paso y desapareció por una puerta. Seth y Kendra se sentaron al pie de las escaleras del desván.

—Ve con ojo, Stan —dijo Warren—. Algunos cables se ven más que otros. La mayoría son bastante visibles, pero hay unos cuantos que están hechos con sedal de pescar o con hilo. Como ese que tienes justo delante, a la altura de las rodillas.

—Lo veo —dijo el abuelo.

—Si rozas un cable sin querer, túmbate boca abajo. La mayoría de las trampas parecen estar diseñadas para acertar en blancos que se encuentren de pie.

Warren procedió a guiar a Stan por el pasillo. Seth y Kendra escuchaban las indicaciones de Warren conforme su abuelo iba bajando los escalones hasta el vestíbulo. A medida que iba perdiendo la compostura por efecto de la impaciencia, fue soltando una cantidad creciente de exabruptos.

Finalmente, el abuelo llegó al salón y Warren empezó a dar indicaciones a la abuela.

Estando la abuela en las escaleras, se oyó un estruendo impresionante en el vestíbulo. Warren dijo a voces que nadie había resultado herido. Al poco, fue a recoger a Kendra, y Seth se quedó solo, esperando en el último escalón.

Por fin Warren volvió a por él. A Seth no le costó demasiado sortear los cordeles del pasillo, pasando por encima o por debajo de ellos, aunque hubo unos cuantos difíciles de ver. Al llegar a lo alto de las escaleras que bajaban al vestíbulo, Seth se rio entre dientes. Del techo del vestíbulo colgaban: dos armarios (uno de pared y otro precioso), una vitrina, una armadura y una pesada mecedora cubierta de pinchos. Al parecer, también un armarito de porcelanas había estado colgado del techo, pero se había caído y había producido el estrépito que había oído antes.

Seth fue bajando los escalones con mucho cuidado, haciendo caso de los consejos de Warren sobre qué cables debía pasar por encima, cuáles pasar por debajo y cómo colocar el cuerpo. Había más cables en las escaleras que antes en el pasillo, y varias veces Seth se sintió como si fuese un contorsionista. Estaba impresionado de que sus abuelos hubiesen podido arreglárselas para bajar.

Cuando llegó al salón, se sintió aliviado al ver que en la planta baja había menos trampas que las que abarrotaban el pasillo de arriba y las escaleras. Todos los muebles que no estaban vinculados a alguna trampa habían sido transformados en objetos amorfos e inutilizables.

—Algunos de esos cables estaban muy cerca unos de otros —comentó Seth, enjugándose el sudor de la frente.

—Pensaba que eras inmune al miedo —le incitó Kendra.

—Al miedo mágico —aclaró Seth—. Sigo experimentando los sentimientos normales. Tengo tan pocas ganas como cualquiera de que un reloj de pared me haga papilla.

Dale entró en el salón, esquivando un grueso cordel y al mismo tiempo pasando el pie por encima de un alambre que parecía de hilo.

—Han saboteado los vehículos —dijo—. Hay piezas de motor por todo el garaje, conectadas a trampas.

—¿Qué hay del teléfono? —preguntó el abuelo.

—No hay línea —informó Dale.

—¿No tienes el móvil? —preguntó Kendra.

—Los brownies se lo han llevado de mi tocador —dijo el abuelo—. Vuestra abuela y yo tenemos suerte de no haber resultado contaminados. Había varios brownies en el dormitorio cuando nos despertamos. Si Warren y Dale no hubiesen entrado sin llamar y no hubiesen dado la voz de alarma, estoy seguro de que esos monstruillos nos habrían transformado en sombras mientras dormíamos.

—Vuestro abuelo estuvo increíble —dijo Warren—. Utilizó la colcha para mantenerlos a raya, mientras se retiraba al desván por la puerta del armario de su cuarto de baño.

El abuelo restó importancia a su acción moviendo la mano.

—¿Qué hay de la puerta de la verja, Dale?

—Recorrí el camino de grava hasta donde me atreví, manteniendo atrás a las hadas a base de polvos refulgentes, tal como me dijiste. La cancela está cerrada y bloqueada, con infinidad de criaturas montando guardia.

El abuelo arrugó el entrecejo y se dio un puñetazo en la palma de la mano.

—No puedo creer que haya perdido el registro. Lo han utilizado para acorralarnos.

—Y ahora podrían dejar entrar en Fablehaven a quien les dé la gana —dijo Kendra.

—Si se les antoja, sí —dijo el abuelo—. Imagino que Vanessa estaba en lo cierto. La Sociedad ha terminado con Fablehaven. No tienen ni idea de que puede haber un segundo objeto mágico escondido aquí. No va a venir nadie. La Esfinge tan solo quiere que esta reserva se autodestruya.

—¿Qué hacemos? —preguntó Seth.

—Nos retiraremos al bastión más cercano en el que encontremos una relativa seguridad —respondió el abuelo—. Con suerte, en el estanque podremos diseñar un plan.

—Deberíamos haberos sacado de aquí cuando tuvimos la oportunidad, chicos —se lamentó la abuela.

—No nos habríamos ido, ni aunque hubiésemos podido —le aseguró Seth—. Ya se nos ocurrirá un modo de detener esta plaga.

El abuelo arrugó la frente, meditabundo.

—¿Podemos conseguir las tiendas de campaña?

—Creo que sí —respondió Dale—. Están en el garaje.

—¿Qué más deberíamos llevar? —preguntó el abuelo.

—Tengo más polvos refulgentes en el desván y mi ballesta —respondió la abuela.

—Las pociones de Tanu están por todo su cuarto, conectadas con trampas —dijo Warren—. Trataré de coger alguna.

—Mientras estás arriba, mira a ver si puedes llevarte algún retrato de Patton —soltó Kendra—. Necesitamos un cebo para Lena.

—Buena idea —dijo el abuelo.

—¿Qué hacemos con Mendigo? —preguntó Seth, señalando con la cabeza en dirección a un rincón del salón, donde colgaba del techo el torso del muñeco de madera conectado mediante una red de alambres a dos ballestas y a dos pequeñas catapultas.

—Demasiadas piezas para armar el puzzle —dijo la abuela—. Ya volveremos a componerlo, si alguna vez salimos de esta.

—Los chicos y tú quedaos aquí —intervino el abuelo—. Voy a por provisiones a la despensa. Ruth, dale a Seth un poco de manteca de morsa.

El chico se dio una palmada en la frente.

—No me extraña que no viese ningún hada oscura en el jardín cuando me asomé a mirar por la ventana esta mañana. ¿Cómo es posible que las viese anoche, después de haber dormido un rato?

—Puede resultar difícil predecir a qué hora de la noche dejará de hacer efecto la leche —le explicó su abuela—. La única forma segura de hacer que no se pase es permanecer despierto. Nosotros guardamos una partida de manteca de morsa en el desván, así que ya nos hemos tomado nuestra dosis del día.

Seth metió un dedo en la mantequilla que su abuela le ofreció y la probó.

—Prefiero la leche.

Warren le dio unas palmaditas a Seth en el brazo.

—Abrir la puerta de la nevera puede significar acabar con una flecha clavada en el cuello, así que es mejor la manteca.

—Dividámonos y reunamos lo que vamos a necesitar —dijo el abuelo—. Esta casa ya no es un refugio seguro. No quiero quedarme aquí un minuto más de lo necesario.

Seth se puso en cuclillas al lado de Kendra, mientras Warren, Dale y el abuelo salían del salón. La abuela se apoyó contra la pared. Adornados con pinchos, hojas de cuchillo y alambre de espino, ninguno de los muebles resultaba demasiado acogedor.