10
Heridas de sombra
Sentado en una silla del porche, Seth examinó el tablero de damas sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos. Tanu acababa de saltar dos de sus fichas y en esos momentos superaba en número a Seth por siete piezas a tres. Pero no era esa la causa de su pasmo.
Examinó de nuevo su jugada potencial, puso la mano en uno de los dos reyes y saltó seis piezas de Tanu, zigzagueando por todo el tablero.
Levantó la vista hacia Tanu. El samoano le miró a él con los ojos como platos.
—Tú te lo has buscado —se rio Seth, mientras recogía todas las fichas rojas de Tanu menos una. El hombre le había ganado ya dos veces seguidas y la cosa había tenido mala pinta, hasta que de pronto se encontró con la jugada más impresionante de su vida delante de sus narices—. Antes pensaba que los saltos triples eran lo más.
—Nunca había visto tantos saltos en una sola jugada —dijo Tanu, asomando a su rostro una sonrisa.
—Espera un momento —dijo Seth—. ¡Me has engañado! ¡Lo has hecho aposta!
—¿Qué? —dijo Tanu con excesiva inocencia.
—Querías ver si eras capaz de crear el salto más grande de la historia de las damas. ¡Seguro que te has pasado todo el rato maquinando para conseguir que saliera!
—Eres tú el que ha visto la jugada —le recordó Tanu.
—Reconozco el sentimiento de lástima en cuanto lo tengo delante. Prefiero mil veces no acertar con el bate, que tener delante a un pitcher que me lanza la bola por debajo. ¿Así es como te vengas de mí por empezar siempre yo?
Tanu cogió un puñado de palomitas de un cuenco de madera.
—Cuando te tocan las negras siempre dices «el carbón va antes que el fuego». Cuando te tocan las rojas dices «el fuego va antes que el fuego». ¿Cómo quieres que me aclare así?
—Bueno, aunque haya sido todo una maniobra tuya, saltar seis fichas ha estado genial.
La sonrisa de Tanu dejó ver un fragmento de almendra que se le había quedado entre dos dientes.
—El salto más largo posible sería de nueve, pero no estoy seguro de que pueda hacer que se dé algo así durante una partida de verdad. Cinco era mi orgulloso récord.
—¡Hola! —exclamó una voz desde el borde del jardín, debilitada por efecto de la distancia—. ¿Stan? ¿Seth? ¿Estáis ahí? ¿Hola?
Seth y Tanu miraron en dirección al bosque. Doren el sátiro estaba justo al otro lado del límite de la hierba, saludando con los dos brazos.
—Hola, Doren —gritó Seth.
—¿Qué crees que querrá? —preguntó Tanu.
—Será mejor que vayamos a ver —dijo Seth.
—¡Deprisa! —los urgió Doren—. ¡Una emergencia!
—Ven, Mendigo —dijo Tanu.
El muñeco gigante siguió a Seth y Tanu, que saltaron la barandilla del porche y continuaron corriendo por el jardín en dirección al sátiro. Doren tenía la cara colorada y los ojos hinchados. Seth nunca había visto al jovial sátiro en semejante estado.
—¿Qué hay? —preguntó Seth.
—Es Newel —dijo el sátiro—. Estaba dando una cabezadita. Esos asquerosos nipsies canijos se vengaron de él y le abordaron mientras dormía.
—¿Cómo está? —preguntó Tanu.
Doren se agarró el pelo con las manos, cogiéndose mechones entre los dedos, y sacudió la cabeza.
—No está bien. Está cambiando, creo, como cambiaron los nipsies. ¡Tenéis que ayudarle! ¿Está Stan por aquí?
Seth le dijo que no con la cabeza. El abuelo había ido con la abuela, con Dale y con Hugo a negociar con Nero, con la esperanza de que el trol del precipicio pudiese aportar algo de información utilizando su piedra de las visiones.
—Stan estará fuera toda la tarde —dijo Tanu—. Descríbenos lo que le está pasando a Newel.
—Se despertó gritando, con los nipsies malos encima de él como pulgas. Le ayudé a espantarlos, pero no antes de que le dejasen un montón de heriditas en el cuello, en los brazos y en el pecho. Cuando los echamos, con cuidado de no matar a ninguno, pensábamos que todo estaba bien. Las heridas eran abundantes, pero minúsculas. Hasta nos reímos de eso, y empezamos a planear un contraataque. Se nos ocurrió pringar de bostas sus más bellos palacios.
—Entonces Newel empeoró —dijo Tanu, al hilo de lo anterior.
—No mucho después, empezó a sudar y a delirar. Estaba tan caliente que habría podido freír un huevo en su frente. Se tumbó y enseguida se puso a gemir. Cuando le dejé, parecía atormentado por tenebrosos sueños. El pecho y los brazos parecían más peludos.
—A lo mejor podemos averiguar algo si le observamos —intervino Tanu—. ¿Está muy lejos?
—Tenemos un cobertizo al lado de las canchas de tenis —aclaró Doren—. Cuando le dejé, no había ido demasiado lejos. A lo mejor podemos remediar su mal. Las pociones son tu especialidad, ¿verdad?
—No estoy seguro de a qué nos enfrentamos, pero lo intentaré —contestó Tanu—. Seth, vuelve a la casa y espera a que…
—¡Ni hablar! —le cortó el chico—. Es amigo mío, no está lejos, me he portado bien últimamente y voy con vosotros.
Tanu se dio unos toquecitos con uno de sus gruesos dedos en el mentón.
—Estos últimos días has sido más paciente de lo habitual, y podría ser una insensatez dejarte solo. Tus abuelos podrían cortarme el cuello… Si me prometes que dejarás que Mendigo te devuelva a la casa sin rechistar en cuanto yo lo ordene, puedes venir con nosotros.
—¡Hecho! —exclamó Seth.
—Llévanos —le dijo Tanu a Doren.
El sátiro inició la marcha a paso ligero. Corrieron por un camino que Seth conocía, pues había estado en la pista de tenis muchas veces ese verano. Newel y Doren habían hecho la pista de hierba y Warren les había proporcionado equipamiento a la última. Los dos sátiros eran muy aficionados a ese deporte.
Al poco rato Seth ya tenía flato. Tanu, para ser un hombre tan grande, podía recorrer mucha distancia a gran velocidad. La carrera no parecía cansarle nada.
—¿Newel está en el cobertizo? —preguntó Seth, jadeando, cuando quedaba poco para llegar a la cancha de tenis.
—No, en la caseta del equipamiento —respondió Doren, al que la carrera no le había cansado nada—. Tenemos cobertizos repartidos por toda la reserva. Nunca se sabe dónde podrías decidir echarte a descansar. No queda lejos de la cancha.
—Mendigo, lleva a Seth —ordenó Tanu.
La marioneta de madera cogió al chico en brazos, que se sintió ligeramente ofendido.
¡Tanu ni siquiera se había tomado la molestia de pedirle permiso! Ya no quedaba mucho más para llegar a la cancha. Aunque eso de que le llevasen a uno en brazos era un auténtico alivio.
Así Tanu y Doren podían correr a gusto a su ritmo, pero Seth hubiese querido ser el que lo proponía. No le gustaba que le hiciesen de menos.
Abandonaron el camino, trotaron entre la maleza y emergieron en la explanada de hierba impoluta de la pista de tenis recién pintada con tiza. Sin hacer ninguna pausa, Doren cruzó la cancha a toda velocidad y se metió bajo los árboles del otro lado. Las ramas arañaban a Seth mientras Mendigo corría a toda velocidad detrás de los otros, esquivando árboles y arbustos.
Por fin apareció ante su vista un cobertizo de madera. Las paredes estaban desgastadas por la intemperie y astilladas, pero no había rendijas y huecos y el firme suelo ajustaba a la perfección. No había ni una sola ventana, aparte de la puerta con cuatro paños de cristal y cortinas verdes. Por el tejado asomaba el conducto de una estufa. Cuando llegaron al pequeño claro del bosque en el que se levantaba el cobertizo, Mendigo dejó a Seth en el suelo.
—Mantente alejado, Seth —le avisó Tanu, mientras se acercaba ya al cobertizo con Doren.
El sátiro abrió la puerta y entró. Tanu aguardó en el umbral. Seth escuchó un gruñido feroz y Doren salió despedido por la puerta, volando hacia atrás. Tanu le acogió en sus manos y, al contener el impacto del sátiro en pleno vuelo, se tambaleó y dejó libre la entrada.
Una criatura peluda emergió de la casucha. Era Newel, pero a la vez no era Newel. Más alto y más fornido, seguía andando enhiesto como un hombre, pero ahora un pelaje marrón oscuro le cubría por entero, desde los cuernos hasta las pezuñas. Los cuernos eran más largos y más negros y se enroscaban hacia arriba como sacacorchos, rematados en afiladas puntas.
Su rostro estaba casi irreconocible, con la nariz y la boca unidas en un hocico, y los labios, que se le movían como temblando, dejaban ver unos dientes afilados como los de un lobo. Lo más inquietante eran sus ojos: amarillos y bestiales, con unas pupilas como dos franjas horizontales.
Gruñendo de manera salvaje, Newel se apartó de la puerta con andares pesados. Empujó a Tanu a un lado y agarró a Doren. Rodaron por el suelo. Doren agarró a Newel por el cuello, tensando mucho los músculos en su intento por mantener apartadas de sí aquellas fauces que se abrían y se cerraban.
—Mendigo, inmoviliza a Newel —ordenó Tanu.
El limberjack corrió hacia los sátiros. Justo antes de que Mendigo llegase a ellos, Newel se zafó de las manos de Doren, agarró uno de los brazos extendidos de la marioneta y lo lanzó por los aires contra el cobertizo. Entonces, Newel fue a por Seth.
El chico se dio cuenta de que no tenía modo de esquivar al feroz sátiro. Si echaba a correr solo ganaría unos segundos, y además le alejaría de la ayuda de los otros. En lugar de eso, se puso en cuclillas y, cuando Newel casi le había alcanzado, se abalanzó contra sus patas.
La táctica cogió por sorpresa al sátiro furibundo, que perdió el equilibrio y a punto estuvo de caer por encima de Seth, pero dio una voltereta y se estabilizó. Seth tenía la cabeza dolorida, donde una pezuña le había golpeado. Levantó la vista hacia Newel justo a tiempo de ver a Tanu arremetiendo contra él desde un lateral, derribando al sátiro al suelo, como un defensa de fútbol americano con licencia para matar.
Newel se recuperó rápidamente, rodó por el suelo en dirección opuesta a Tanu y se levantó hasta quedar en cuclillas. Newel saltó sobre Tanu, pero este hizo un quiebro para eludir la embestida y bloqueó al enloquecido sátiro con una llave nelson, con los brazos enroscados por debajo de las axilas de Newel y las manos entrelazadas en su nuca. Newel se revolvió y se retorció, pero Tanu le tenía sujeto sin piedad, haciendo uso de la fuerza bruta para que no se soltase. Mendigo y Doren se acercaron rápidamente al lugar del combate.
Tras emitir un tremendo alarido, que estaba entre un rugido y un bramido, Newel giró la cabeza y le clavó los dientes a Tanu en su grueso antebrazo. Con las fauces cerradas con fuerza, se retorció de nuevo y se agachó para levantar a Tanu por encima de sí mismo, consiguiendo zafarse así y lanzar por los aires al samoano con los brazos y las piernas abiertos.
Doren atacó a su mutante amigo, pero este le soltó un revés que sonó con un crujido tan fuerte que pareció un disparo de arma de fuego, y Doren se estampó contra el suelo. En estas, Newel se alejó de Mendigo moviéndose agilmente. Dos veces intentó agarrar al muñeco gigante, pero Mendigo le eludió. Puesto a cuatro patas, correteaba adelante y atrás, reptando como las arañas, para finalmente avanzar y enredarse en las piernas de Newel. El enfurecido sátiro se puso a dar coces y patadas y logró liberarse, dejando a Mendigo con un brazo partido.
—¡Marchaos! —gritó Doren poniéndose en pie, con la mejilla hinchada—. No podemos ganar. Es demasiado tarde. ¡Yo le distraeré!
Tanu lanzó un frasquito destapado a Seth. Al cogerlo, se salió un poco de líquido.
—Bebe —dijo Tanu.
Seth volcó el frasco y se tragó todo el líquido. Al bajar por su garganta, silbaba y chisporroteaba. Tenía un sabor ácido y afrutado. Newel se abalanzó contra Doren, que se dio la vuelta, plantó las manos en el suelo y arremetió contra el pecho de su amigo con las dos patas.
La coz le hizo daño.
—Corre, Doren —le urgió Tanu—. No dejes que te muerda. Mendigo, ayúdame a volver al jardín lo más deprisa que puedas.
El muñeco de madera corrió hacia Tanu, quien se montó a caballito encima de él.
Mendigo no parecía lo bastante recio para llevar a un hombre tan grandullón como él, pero salió corriendo de allí a toda velocidad.
Seth notaba un cosquilleo por todo el cuerpo, casi como si las burbujas de la poción estuviesen ahora recorriéndole las venas. Resoplando, Newel se levantó del suelo y dirigió su atención hacia Seth, hacia el que avanzó con pasos pesados, enseñando los dientes y con los brazos estirados. El chico intentó correr, pero, aunque se le movían las piernas, los pies no conseguían ponerse en movimiento.
Newel le atravesó limpiamente, y del cuerpo de Seth brotó una miríada de burbujas cosquilleantes. Mientras iba remitiendo aquella sensación de efervescencia, se dio cuenta de que su cuerpo volvía a aglutinarse. ¡Estaba en estado gaseoso!
—¡Newel! —dijo Doren en tono cortante, apartándose de su enloquecido amigo—. ¿Por qué estás haciendo esto? ¡Vuelve en ti!
Newel le miró despectivamente.
—Ya me darás las gracias después.
—Deja las cosas como están —dijo delicadamente—. Soy tu mejor amigo.
—Enseguida terminamos —respondió Newel gruñendo con su voz gutural.
Seth intentó decir «Ven a por mí, chiflado con cara de cabra», pero aunque su boca podía moverse correctamente para formar las palabras, no le salió ningún sonido.
Rugiendo, Newel se abalanzó sobre su amigo, quien se dio la vuelta y echó a correr en sentido contrario al de Tanu. Al parecer, Newel estaba más interesado en perseguir al otro sátiro que en ir por el samoano, porque ni siquiera lanzó una mirada a Tanu o a Mendigo. Doren se lanzó a todo correr entre los matorrales; Newel le pisaba los talones. Por primera vez, Seth reparó en un fino cordón de sombra enganchado a Newel. Aquella línea negra que se enroscaba en el aire se perdía de vista entre los árboles.
Se quedó solo en el pequeño claro del bosque, levitando a pocos centímetros del suelo.
Su cuerpo emitía diminutas partículas al aire, sin llegar a disiparse nunca del todo. Intentó moverse otra vez, moviendo los brazos y las piernas con ahínco. Aunque no generó más impulso de tracción que la vez anterior, sí que ahora empezó a deslizarse hacia delante.
Enseguida entendió que lo que importaba no era mover los brazos o las piernas. Solo necesitaba pensar en desplazarse en una determinada dirección, y así fue gradualmente deslizándose por el aire.
Con los brazos pegados a los costados y las piernas colgando inmóviles, Seth se deslizó lentamente en la dirección en que había salido corriendo Tanu, con la esperanza de alcanzar la casa antes de volver al estado sólido, por si Newel decidía regresar. En estado gaseoso, Seth podía haber abandonado los caminos para viajar en línea recta por el bosque. Pero los caminos eran bastante directos y no le agradaba especialmente la sensación de disolverse al contacto con ramas y otros obstáculos.
Como su velocidad máxima apenas llegaba a la propia de un paseo tranquilo, estuvo muy ansioso durante todo el aburrido trayecto. Le angustiaba pensar cómo estaría yéndole a Tanu, si Doren había conseguido dejar atrás a Newel o qué haría él mismo si Newel volvía a aparecer. Pero el sátiro transformado no volvió y él permaneció en estado gaseoso hasta que cruzó suavemente el jardín y subió al porche.
Tanu abrió la puerta trasera de la casa y lo dejó pasar. Mendigo aguardaba no lejos de allí, con una profunda raja en uno de sus brazos de madera. Tanu parecía preocupado.
—¿Doren ha logrado escapar? —preguntó.
Incapaz de articular palabra, Seth se encogió de hombros y cruzó los dedos.
—Eso espero yo también. Creo que mi herida va a ser un problema. Mira.
Tanu levantó su fornido brazo. No tenía rastro de sangre, pero gran parte del antebrazo parecía hecho de sombra en lugar de carne.
—¡Oh, no! —exclamó Seth sin que le salieran los sonidos.
—Está volviéndose invisible —dijo Tanu—. Como lo que le pasó a Coulter, solo que más despacio. El trozo invisible ha ido en aumento. No tengo ni idea de cómo frenarlo.
Seth sacudió la cabeza.
—No te preocupes. No esperaba que tú tuvieras la respuesta.
El chico meneó la cabeza aún más vigorosamente, por lo que las partículas de su cara se dispersaron en efervescentes burbujas. Se desplazó hasta una repisa y señaló una carpeta negra, y a continuación señaló el brazo de Tanu.
—¿Quieres que tome notas sobre lo que le está pasando a mi brazo? Dejaré que informes a los demás. Pronto volverás al estado sólido.
Seth miró en derredor. Se desplazó hasta una ventana, donde la luz del sol hacía que una maceta proyectase sombra. La señaló y a continuación indicó el brazo de Tanu.
—¿Sombra? —preguntó Tanu. De pronto, en su rostro se vio que había comprendido—. A tus ojos mi brazo está hecho de sombra, no invisible. Como cuando ves a Coulter, convertido en un hombre sombra.
El chico respondió con el gesto de pulgares hacia arriba.
—Será mejor que salga de la casa, por si me vuelvo malvado, como Newel.
El samoano salió al porche. Seth le siguió, flotando por el aire. Se quedaron los dos quietos, uno al lado del otro mirando en silencio los jardines. Una sensación espumosa recorrió todo el cuerpo del chico, con burbujeantes pinchazos por todas partes, como si fuese una botella de refresco que alguien hubiese agitado hasta hacer que se le saliese la espuma sin control. Tras un silbido de efervescencia, el cosquilleo cesó y Seth volvió a encontrarse pisando el porche con los pies, de nuevo con un cuerpo sólido.
—Ha sido una pasada —comentó.
—Una sensación incomparable, ¿verdad? —dijo Tanu—. Solo me queda una poción gaseosa. Ven conmigo, quiero intentar una cosa.
—Siento lo de tu brazo.
—No fue culpa tuya. Me alegro de que no te llevases ningún mordisco.
Bajaron las escaleras del porche y al salir de debajo del alero del tejado quedaron totalmente expuestos a la luz del sol. Tanu guiñó los ojos, se aferró a su brazo y corrió a refugiarse en la sombra.
—Me lo temía —gruñó, apretando los dientes.
—¿Te ha dolido? —preguntó Seth.
—Coulter comentó que no podía venir a vernos hasta que anocheciese. Creo que acabo de confirmar el porqué. Cuando me dio la luz del sol en el brazo, la parte invisible me ardió con un frío insoportable. A duras penas puedo imaginar cómo debe de sentirse eso en todo el cuerpo. A lo mejor debería taparme el brazo con algo y buscar un lugar umbrío lejos de la casa.
—No creo que vayas a volverte malvado —dijo Seth.
—¿Por?
—Newel no se comportaba como si fuese él —aclaró Seth—. Estaba descontrolado. Pero Coulter actuó con calma. Parecía normal, solo que estaba hecho de sombra.
—Tal vez Coulter esté siendo más astuto que Newel —dijo Tanu—. Quizá se nos habría echado encima si le hubiésemos dado la oportunidad de hacerlo. —Tanu sostuvo en alto el brazo. La parte desde la muñeca hasta el codo había desparecido bajo la sombra—. Está extendiéndose más deprisa. —Tenía la frente perlada de sudor. Se sentó pesadamente en las escaleras del porche.
Seth vio entonces aparecer al abuelo Sorenson desde el bosque, en la otra punta del jardín. Detrás venía Dale y a continuación Hugo llevando a la abuela subida encima de un hombro.
—¡Abuelo! —exclamó Seth—. ¡Tanu está herido!
El abuelo se dio la vuelta y dijo algo inaudible a Hugo. El golem le cogió con un brazo, colocó bien a la abuela para que no se cayese y cruzó el césped a grandes zancadas. Dale corrió detrás de él. Hugo dejó a los abuelos de Seth al lado del porche. Tanu levantó su brazo herido.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el abuelo.
Él les relató el incidente con Newel, explicándoles cómo había cambiado el sátiro, que los había atacado, que habían logrado escapar y que Seth veía la herida como una mancha de sombra. La abuela se arrodilló al lado de Tanu para inspeccionarle el brazo.
—¿Un solo mordisco te ha hecho esto? —preguntó.
—Fue un mordisco bien grande —respondió Seth.
—Para transformar a Newel solo hicieron falta heriditas hechas por los nipsies —dijo Tanu.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó la abuela.
—Como si tuviera fiebre. —La sombra le había cubierto la mano entera, salvo las yemas de los dedos, y también se le iba extendiendo por el brazo—. Creo que no me queda mucho tiempo. Saludaré a Coulter de vuestra parte.
—Haremos todo lo que podamos por curarte —le prometió el abuelo—. Intenta resistirte a cualquier inclinación a la maldad.
—Pondré los dos pulgares hacia arriba si podéis fiaros de mí —dijo Tanu—. Intentaré con todas mis fuerzas no engañaros con ese gesto. ¿Se os ocurre algún modo mejor para demostraros que sigo de vuestra parte?
—No se me ocurre qué más podrías hacer —respondió el abuelo.
—Tendrá que permanecer apartado del sol —dijo Seth—. Le da un frío horrible.
—¿A Newel no le afectaba el sol? —preguntó la abuela.
—No parecía —repuso el chico.
—Ni frenó a las hadas que persiguieron a Seth —apuntó el abuelo—. Tanu, quédate en el porche hasta que anochezca. Habla con Coulter cuando llegue.
—Después, si aún soy dueño de mí, exploraré la reserva, a ver qué puedo encontrar —farfulló Tanu con la boca retorcida en una mueca—. ¿Habéis descubierto algo a través de Nero?
—Nos lo encontramos herido en el lecho de la quebrada, apresado bajo un pesado tronco —dijo el abuelo—. Al parecer, unos enanos negros le habían dejado así. Le robaron la piedra mágica y gran parte de sus tesoros. No supo decirnos cómo se había originado la plaga. Las heridas que presentaba no parecían estar transformándole en nada. Hugo movió el tronco y Nero pudo regresar, mal que bien, a su guarida.
Tanu empezó a respirar con dificultad; los ojos se le cerraban y el sudor le chorreaba por la cara. Tenía el brazo entero desaparecido bajo la sombra.
—Siento oír eso…, era el no va más —dijo con un hilo de voz—. Mejor… entrad en la casa…, por si acaso.
El abuelo puso una mano sobre el hombro sano de Tanu para tranquilizarle.
—Te curaremos. Buena suerte. —Se levantó—. Hugo, quiero que te quedes en el granero, montando guardia al lado de Viola. Estate preparado para venir aquí si te llamamos.
El golem se marchó con sus largos pasos en dirección al granero. Dale dio unas palmadas a Tanu en el hombro bueno. El abuelo entró en la casa y todos los demás le siguieron, dejando a Tanu gimiendo en los escalones del porche.
—¿No podemos hacer nada por él? —preguntó Seth, asomándose a mirar por la ventana.
—No en el sentido de evitar lo que está pasando —respondió la abuela—. Pero no descansaremos hasta que Tanu y Coulter puedan volver a nuestro lado.
Dale se puso a examinar el brazo fracturado de Mendigo.
—¿Visteis alguna criatura oscura cuando fuisteis a encontraros con Nero? —preguntó Seth.
—Ninguna —respondió el abuelo—. No nos salimos de los caminos y nos dimos prisa. Hasta ahora no he sido consciente de la suerte que hemos tenido. Si tenemos claro que podemos fiarnos de Tanu y Coulter, quizá podamos intentar una última excursión mañana por la mañana antes del amanecer. Si no, tal vez sea el momento de plantearnos abandonar Fablehaven hasta que podamos regresar armados con un plan.
—No rechaces la ayuda que nos puedan ofrecer Tanu y Coulter solo porque yo tenga que estar presente para poder verlos —le suplicó Seth.
—Te guste o no, debo tomar eso en consideración —dijo el abuelo—. No pienso ponerte en peligro.
—Si soy el único que puede verlos, a lo mejor quiere decir que hay algo que solo yo puedo hacer para ayudarlos —razonó el chico—. Quizás haya razones más importantes para dejarme estar con vosotros, aparte de simplemente para poder seguirlos. A lo mejor es nuestra única esperanza de éxito.
—No descartaré esa idea —dijo el abuelo.
—¡Stan! —replicó la abuela en tono de reproche.
El abuelo se volvió para mirarla y ella dulcificó su expresión.
—¿Le has guiñado un ojo? —preguntó Seth al abuelo—. ¿Estáis intentando que cierre el pico y nada más?
El abuelo miró a Seth con cara divertida.
—Cada día te vuelves más intuitivo.