8

La mochila

La habitación estaba a oscuras, pero, como siempre, Kendra podía ver. Incapaz de pegar ojo, tenía la mirada clavada en el techo, observando una arañita que avanzaba por su blanca y lisa superficie. Se preguntó cómo sería la habitación para aquel pequeño arácnido que se desplazaba pulgada a pulgada patas arriba. Como sabía que las arañas poseían muchos ojos, experimentó una nueva empatía por su manera de ver el mundo.

Todavía se mareaba al recordar su experiencia con el Óculus. Medio día después, descubrió que no era capaz de recrear mentalmente la experiencia. La visión había sido demasiado desorientadora, demasiado diferente de su forma de ver de toda la vida y de cómo veía ahora. Solo podía recordar vagamente la sensación de haber observado el mundo desde billones de perspectivas.

¿Y si la Esfinge u otra persona de la Sociedad llegaba a dominar el funcionamiento del Óculus?

Implicaría que ya no habría secretos. La Sociedad estaría en condiciones de ver a cualquier persona, cualquier cosa y en cualquier lugar.

La idea le provocó escalofríos.

Mañana partiría con la Esfinge y con su estrambótico séquito. ¿Adónde la llevarían? ¿El viaje le brindaría alguna ocasión para escapar? ¿Podría huir con el Óculus en su poder? ¡Eso sería un gran golpe!

La puerta de su cuarto se abrió. No había oído que la cerradura se abriera, pero sí captó el movimiento con el rabillo del ojo. El cuerpo se le tensó. Una mano asomó por la puerta y depositó algo en el suelo.

—¿Hola? —llamó Kendra en voz baja—, ¿quién anda ahí?

La puerta se cerró.

Kendra pasó las piernas a un lado para levantarse de la cama y cruzó hasta la puerta. La abrió y se asomó a mirar a un lado y otro del pasillo, a oscuras, pero no vio a nadie. ¿Acaso la cerradura de su puerta había estado sin echar en toda la noche? ¿O era que el furtivo visitante la había abierto sin hacer el más leve ruido?

En el suelo, justo pasado el umbral de su puerta, había una mochila de cuero curtido. Apoyado en ella vio un trozo de papel. Kendra cogió el papel y leyó las siguientes palabras: Debes escapar esta noche. La mochila tiene un compartimiento de almacenaje extradimensional. Cabrás dentro sin problema. Una vez que te hayas metido en él, la mochila ya puede aplanarse, recibir golpes o caer desde cualquier altura, que tú no notarás nada de nada. En el bolsillo delantero encontrarás un bulbo-pincho. Pínchate con él, espera a que tu doble cobre forma y a continuación dale instrucciones. Deja atrás a tu imitadora y vete lo más lejos de aquí que puedas. ¡Date prisa!

La nota no iba firmada. Kendra se alegraba de haber podido leerla sin encender una luz. Ahora que de pronto la posibilidad de escapar era real, no le interesaba atraer la atención de nadie hacia su cuarto. El corazón le iba a estallar. Abrió la puerta, se acercó al rellano de la escalera y aguzó el oído.

La casa estaba en silencio. Si no despertaba a nadie, dispondría de al menos unas horas de tranquilidad.

Volvió a su habitación y examinó la mochila. ¿Podría tratarse de algún truco? ¿Estaba la Esfinge poniéndola a prueba mediante alguna estratagema? A lo mejor alguien le estaba brindando ayuda de verdad. ¿Qué necesidad tendrían la Esfinge o Torina de andarse con aquellos juegos? Era su prisionera. Ya no hacía falta recurrir a sutilezas. Si la nota era auténtica, debía espabilar.

Abrió la solapita que cerraba el bolsillo delantero de la mochila de cuero. Al meter la mano dentro, notó un pinchazo que le recordó el momento en que había introducido el brazo en la caja misteriosa, en el polideportivo. En lugar de retirar la mano, cerró el puño alrededor de la fruta y la sacó del bolsillo de piel.

El bulbo-pincho era de color violáceo apagado, tenía forma irregular y una textura rugosa y fibrosa.

No era una experta en la materia, pero la fruta se le antojaba auténtica. El pinchazo le había parecido de verdad. Depositó el fruto al lado de la pared, cerca de la ventana, y regresó junto a la mochila.

¿En serio cabría dentro? Kendra abrió la hebilla de la solapa grande que cubría la abertura de la mochila, la levantó y miró dentro. En lugar de ver el interior de una mochila, estaba asomándose por la trampilla abierta de una habitación con suelo de pizarra, sucio, y agrietadas paredes de adobe. A lo largo de dos de las paredes había apilados unos cajones de embalaje y unos toneles, todos viejos.

Unos travesaños de hierro descendían por la pared más próxima a la abertura, lo que facilitaba el acceso a aquel insólito lugar.

Kendra se quedó boquiabierta contemplando la habitación. ¿Es que no había límites para las maravillas posibles gracias a la magia? Trató de adivinar quién podía haberle hecho un regalo tan increíble. No se le ocurría nadie. ¿Qué podía ganar la Esfinge dándole falsas esperanzas? ¿Y si era verdad que contaba con un aliado secreto?

Echó un vistazo a la fruta. ¿Cuánto tardaría en producirse la metamorfosis? Desde luego, no le apetecía nada tener a una segunda Kendra rondando por ahí sin instrucciones. De momento, parecía que el proceso avanzaba con lentitud. Seguro que disponía de tiempo de sobra para meterse allí dentro e indagar por la habitación.

Metió la cabeza en la mochila. ¿Qué contendrían aquellos toneles? ¿Podría ser que encontrase dentro algo útil? Abrió totalmente la boca de la mochila, se deslizó por la abertura y descendió por la escala.

Un farolillo encendido descansaba en el suelo, al pie. Kendra no lo cogió, se bastaba con su visión encantada. La habitación medía unos tres metros de alto, por unos cuatro y medio de ancho y unos seis de largo. Kendra vio que en tres de las paredes, cerca del techo, había unos pequeños respiraderos. Se acercó a la mercancía apilada contra una pared. Todo parecía desgastado por el tiempo y cubierto de telarañas. Entre los contenedores amontonados había objetos sueltos dejados sin orden ni concierto: una alfombrilla enrollada, una raqueta de tenis anticuada, una cabeza de antílope disecada, un tarro transparente lleno de canicas, varias cañas de pescar, guantes de trabajo rotos, un montón de mugrientos rollos de papel de regalo, una silla de mimbre estropeada, varias fotografías enmarcadas, rollos de cuerda putrefactos, velas sin usar y una pizarra en mal estado.

Todo parecía inservible. Kendra intentó abrir una de las cajas de embalar, pero la tapa parecía estar fijada con clavos. Encontró un rastrillo oxidado y lo usó para forzarla. Dentro encontró rollos de tela gris.

Probó con un tonel, pero, en cuanto percibió los efluvios que manaban de su contenido, dejó de tratar de forzar la tapa. Fuera cual fuera la comida que había allí dentro, se había estropeado hacía mucho.

Kendra dejó a un lado el rastrillo y retrocedió unos pasos. Se sentía como si estuviese fisgando en un garaje que llevase abandonado mucho tiempo. Supuso que si hubiesen incluido objetos útiles en la mochila, la nota lo habría mencionado.

Volvió a la escala y trepó hasta lo alto, tras lo cual se contorsionó para pasar por la abertura de la mochila y salir al dormitorio a oscuras. Comprobó el estado del bulbo-pincho y vio que ahora su tamaño era el de un balón de fútbol y que había adoptado una forma más alargada.

Kendra se cambió de ropa, tratando de seleccionar un atuendo que pasase desapercibido y que la ayudase a resistir el frío. Se decidió por la ropa que había llevado cuando habló con la Esfinge, además de la chaqueta que llevaba puesta cuando la secuestraron. Hizo un montón con el resto de las prendas y las metió con fuerza en la mochila.

Sentada con las piernas cruzadas al lado de la bolsa, Kendra releyó la nota. Obviamente, se metería en la mochila y ordenaría a su réplica bulbo-pincho que la sacase entre los barrotes invisibles de la ventana. Una vez que estuviera en el suelo nevado, saldría de la mochila y echaría a correr.

¿Adónde iría? Supuso que podía esconder la mochila debajo de algún arbusto y esconderse dentro de ella hasta que se hiciese de día. ¿Podría encontrar un teléfono para llamar a casa? Podría ser complicado en plena noche y en una población pequeña.

¿Su doble lograría engañar al sabueso susurro? Torina había hablado como si la criatura se valiese del olor para identificar a sus objetivos, de modo que si la doble olía exactamente como Kendra, el sabueso debería estar tranquilo. Su olor no abandonaría la casa en ningún momento. Por supuesto, aún podría haber problemas si el sabueso era capaz de percibir su olor fuera de la vivienda de alguna manera. Al parecer, quienquiera que había dejado la mochila estaba convencido de que el montaje daría resultado. Dadas sus desesperadas circunstancias, merecía la pena correr el riesgo.

Kendra cruzó a toda prisa el cuarto para ir a sentarse con la espalda apoyada contra la cama. El bulbo-pincho crecía de un modo tan gradual que no notaba ningún cambio, a no ser que apartase la mirada unos minutos y luego volviese a mirarlo.

¿Debía invitar a Haden y a Cody a fugarse con ella? Si se chivaban, perdería su única oportunidad de escapar. Los dos viejos prematuros estaban amargados por lo que Torina les había hecho, pero parecían haberse resignado a su destino. Tal vez no tuviesen el menor interés en largarse. Al fin y al cabo, Torina les proporcionaba un hogar de retiro gratis, una opción que quizá no pudieran encontrar en otra parte.

Pero ¿era justo negarles la opción de decidir por sí mismos? Quizás anhelaban en silencio reincorporarse a la sociedad normal. Sin duda, podrían caber dentro de la espaciosa mochila, aunque posiblemente Haden pasaría un mal rato bajando por la escalerilla. Los dos la habían tratado bien. No estaría bien abandonarlos sin más.

No tenía ninguna necesidad de entrar en detalles respecto de cómo planeaba huir. Podía esperar a contarles el plan hasta que aceptasen unirse a ella. Si optaban por rechazar la proposición, no tenía que decir nada de la doble ni de la mochila. Ni siquiera se enterarían de que se había fugado; darían por hecho que había cambiado de parecer.

El bulbo-pincho seguía creciendo lentamente. Kendra se preguntó en qué momento empezaría a tener aspecto humano. Hasta ahora parecía un boniato gigante de color morado. Acomodándose contra la cama, reposó la vista, diciéndose a sí misma que no se quedaría dormida. ¿Cómo iba a dormirse, con la perspectiva de estar a punto de acometer una huida a la desesperada? Pero ¡qué gusto daba cerrar un poco los ojos! Antes de que pasara mucho rato, la casa en silencio, la oscuridad del cuarto, el día lleno de sorpresas y lo avanzado de la hora conspiraron en contra de ella y acabó sumiéndose en el sueño.

Se despertó al notar un crujido, un chasquido, como de madera verde partiéndose. Todavía con una forma no definida, el bulbo-pincho era ahora más grande que Kendra. Unos dedos se habían abierto paso entre la cáscara violácea de la fruta y estaban arrancándola para pelarla. Kendra gateó hasta la descomunal fruta y, con el mayor sigilo que pudo, ayudó a ensanchar el boquete.

Al poco rato, se sentó en el suelo y se quedó mirando cómo una copia idéntica de sí misma se retorcía para salir de la fibrosa cáscara. ¡Su duplicado llevaba incluso la misma ropa que Kendra tenía puesta cuando se pinchó!

—Soy Kendra —le dijo a la recién llegada.

—No te veo —contestó su réplica.

—¿No ves en la oscuridad?

La doble hizo una pausa antes de responder.

—No. Debería poder. Puedo recordar que veía en la oscuridad. Ahora no veo.

—Supongo que mis poderes son intransferibles —musitó Kendra.

—Al parecer, así es —asintió la doble—. ¿Qué tengo que hacer?

—Una dama malvada me ha encerrado aquí —dijo Kendra—. Necesito que te hagas pasar por mí.

La doble pensó en ello unos segundos.

—Sin problema.

—Tú sabes que eres un fruto —dijo Kendra.

—Soy plenamente consciente de lo que soy.

—¿Dónde creciste? —preguntó Kendra.

—Lejos de aquí. No podía pensar con mucha claridad en aquella época. ¡Me encanta este cuerpo! —Flexionó los dedos y luego hizo una respiración profunda—. ¡Cuántas sensaciones!

—¿Te acuerdas de cuando eras un fruto? —se extrañó Kendra.

La réplica arrugó la frente.

—Borrosamente. Nada era ni tan nítido ni tan inmediato como es ahora. Había una conciencia de luz y de calor, una sensación de ir creciendo, de recibir alimento del árbol madre. Y después una sensación de separación del árbol. Siguió habiendo una débil conexión hasta que salí de la cáscara. Mediante ese vínculo el árbol madre me nutría desde la distancia, para que yo pudiera crecer y convertirme en una réplica de ti.

—Incluso llevas mi ropa. ¿Cómo es eso posible?

—¿Quién sabe? Magia, supongo. Del mismo modo que empecé a pensar en ti desde el primer instante en que probé tu sabor.

—Qué extraño —comentó Kendra.

—Entonces, ¿todo lo que quieres de mí es que te emule?

—Supongo que tengo unas cuantas instrucciones más para ti.

—Yo existo para cumplirlas —prometió el duplicado.

—En primer lugar, no divulgues información sensible a la Esfinge, ni a Torina ni a nadie. Guarda a toda costa los secretos que tengas. Segundo: descubre todo lo que puedas sobre sus planes y luego intenta escapar y notificármelos. —Le dio el número del teléfono móvil de su abuelo—. La Esfinge te sacará de aquí por la mañana.

—Lo recuerdo.

—Mantente alerta. Aprovecha cualquier oportunidad que se te presente para perjudicar a la Sociedad del Lucero de la Tarde.

—Lo haré. Puedes contar conmigo. ¿Vas a invitar a Haden y a Cody a ir contigo?

—¿Qué opinas tú?

La doble se encogió de hombros.

—Se ve que tú piensas que deberías.

—Correcto —dijo Kendra—. Cuando vuelva, después de meterme en la mochila necesitaré que la saques por los barrotes de la ventana y que la sueltes al suelo.

—Entendido.

—Solo obedecerás mis indicaciones, ¿comprendes? —quiso verificar Kendra—. A los otros les encantará saber quién eres y que te pases a su bando.

—Solo te obedeceré a ti. Haré un buen trabajo. A no ser que lo estropees tú, la Esfinge jamás sabrá que soy una impostora.

—A no ser que ellos quieran hacerte usar mis poderes —dijo Kendra—. Tendrás que inventarte alguna excusa.

—Déjamelo a mí.

—¿Qué hora es, por cierto?

—No veo, ¿te acuerdas? ¿No hay un reloj encima de la mesa?

—Ah, sí —dijo Kendra, cayendo en la cuenta—. Son casi las tres y media de la madrugada. Será mejor que me dé prisa. —Fue hacia la puerta—. Enseguida vuelvo.

Andando de puntillas por el pasillo, Kendra fue sigilosamente hasta la habitación de Haden. Probó a abrir la puerta y descubrió que no estaba cerrada con llave. Tras abrirla con suavidad, se coló dentro y atravesó el cuarto hasta la cama ajustable en la que Haden roncaba levemente. Kendra lo agitó moviendo uno de sus hombros huesudos.

—Haden, despierta —susurró.

El hombre se arropó con la colcha y le dio la espalda. Ella volvió a menearlo.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

—Soy yo: Kendra.

—¿Kendra? ¿Qué hora es? —Haden miraba hacia donde estaba ella, pero sin fijar exactamente su mirada en la de la chica, lo que le recordó que aunque ella sí veía, él no podía ver.

—Tarde. Haden, creo que tengo una manera de escabullimos de aquí. Quería saber si deseas venir conmigo.

Él consideró la propuesta unos segundos.

—Hablas en serio.

—Sí. He descubierto una forma segura de escapar. Una vía segura y fiable.

—¿Cuándo?

—Ahora o nunca.

Él carraspeó.

—Mejor me quedo. Solo conseguiría frenar tu huida.

—Realmente no me frenarías. No te quedes aquí solo por mí.

Él se rascó un lado de la nariz.

—Nunca esperé que se presentaría una oportunidad como esta. —Se dio unas palmaditas en el pecho, mientras arrugaba la frente—. Bien mirado, creo que será mejor que me quede. No estoy seguro de adónde podría ir ni qué otra cosa podría hacer. Supongo que ya no podré quejarme de que me tienen prisionero.

—¿Estás seguro? —quiso confirmar Kendra.

—Sí, estoy seguro. Te deseo lo mejor. ¿Necesitas mi ayuda?

—Solo que no digas nada del tema —respondió Kendra.

—Mis labios están sellados. Buena suerte.

—Gracias, Haden.

—¿Has invitado a Cody?

—Aún no.

El puso cara de preocupación.

—Vale. Vale. Aunque él se vaya, yo mejor me quedo. Es mi última palabra.

—Quién sabe —dijo Kendra, retrocediendo hacia la puerta—, igual no sale bien. Pero creo que tengo un plan consistente.

—Por lo que tengo entendido, ibas a marcharte mañana de todos modos.

—Razón por la cual tengo que largarme esta noche.

—Buena suerte.

—Lo mismo digo.

Kendra salió y cerró la puerta de Haden, y entonces se escabulló por el pasillo en dirección a la habitación de Cody. Sin hacer ruido, abrió suavemente la puerta.

—¿Quién está ahí? —dijo Cody, alarmado.

—Soy Kendra nada más.

—¿Kendra? —repitió él, y su voz solo fue un pelín más baja.

Kendra le hizo callar delicadamente.

—No tan alto. No quiero que me pillen. Tengo que preguntarte una cosa que no puede esperar hasta mañana.

—Claro, pasa —susurró él—. Perdona. Me habías asustado.

—Tengo una forma segura de salir de aquí. Me voy esta noche. Podrías venir si quisieras. No debería ser difícil.

Cody se incorporó y encendió una lamparita de noche. Se protegió los ojos hasta que se acostumbró a la luz.

—Sé que estás preocupada por tener que marcharte mañana con la Esfinge. Pero no hay modo de escapar de este sitio. Arriesgarte a que te pillen no hará sino ponerte las cosas más difíciles por la mañana.

—No es solo una ilusión mía —insistió Kendra—. He recibido ayuda del exterior y ahora tengo un modo de escapar. Me refiero a inmediatamente. No me frenarás si vienes, y no debería resultar demasiado difícil. ¿Quieres venir o no?

—¿Le has preguntado a Haden?

—Ha rechazado mi ofrecimiento.

Cody cogió de la mesita de noche un vaso de agua prácticamente vacío. Dio un sorbito y volvió a ponerlo en la mesilla.

—Supongo que si la vía es tan segura como me das a entender, no me importaría dejar atrás este sitio. Si consigo encontrar algún lugar cómodo para Haden en el exterior, siempre podría volver por él.

—Entonces, ¿vendrás? —dijo Kendra.

—Si tu método para escapar también a mí me parece sensato, sí, me iré contigo.

—Vístete y ven a mi cuarto. Date prisa y no hagas ruido.

Cody sacó las piernas de debajo de la ropa de cama. Estaban blancas y flacas.

—En un periquete estoy allí —le aseguró.

Kendra volvió al trote por el pasillo. La desaparición de Cody provocaría preguntas. No había otro bulbo-pincho para reemplazarlo. Seguramente interrogarían a Haden, dado que él y Cody eran tan amigos. ¿Podría eso llevarlos a sospechar de la autenticidad de la réplica de Kendra? Posiblemente, pero si Cody deseaba irse con ella, dejarlo atrás era algo que ni se planteaba.

Una vez de regreso en su habitación, Kendra vio que su réplica estaba sentada en la cama. La cáscara del descomunal fruto había desaparecido.

—¿Qué has hecho con la cáscara? —preguntó Kendra.

—La recogí bien y la metí en la mochila —respondió su doble—. ¿Vienen los vejetes?

—Cody sí —dijo Kendra—. Su desaparición suscitará preguntas. Tendrás que estar preparada para comportarte como si no supieras nada.

—Haré que te sientas orgullosa de mí —dijo su duplicado—. No sospecharán nada.

Kendra sintió que podía confiar en su doble. Era como fiarse de sí misma.

—Gracias, estoy segura de que lo harás genial.

Kendra se sentó en la cama, al lado de su doble. Tuvo que aguardar más rato de lo que quería a que Cody se presentase, y estaba ya dispuesta a volver a su habitación cuando él entró sin hacer ruido. La luz difuminada procedente de su dormitorio le iluminaba débilmente. Llevaba un abrigo verde oscuro y un sombrero de fieltro a juego con una banda marronácea y el ala vuelta hacia arriba.

—Qué elegante —comentó Kendra.

—Torina me proporcionó esta ropa —dijo Cody—. Tienes razón sobre Haden. He ido a su cuarto y he probado a ver si le convencía, pero está emperrado en quedarse. ¿Cómo vamos a escapar?

—Nos meteremos dentro de esta mochila —respondió Kendra.

—¿En la mochila? —replicó Cody incrédulo—. Perdona, Kendra, pero no veo nada.

Kendra encendió una luz.

—¿Dos igualitas? —dijo Cody asombrándose.

—Es una larga historia —contestó Kendra. Levantó la solapa de la mochila—. Este macuto tiene un compartimento mágico. Baja por la escalerilla de mano. Yo me ocuparé de lo demás.

—Ahora sí que ya lo he visto todo —murmuró el anciano, al tiempo que se asomaba a mirar dentro de la mochila.

Hizo falta que Kendra lo ayudase a retorcerse y a no perder el equilibrio, pero finalmente puso los pies en los peldaños y comenzó a bajar. La generosa boca de la mochila se estiró cuando los hombros de él pasaron por su abertura. Si Cody hubiese sido un hombre más fornido, tal vez no habría cabido tan fácilmente.

—Tú echa la mochila por la ventana sin más —le recordó Kendra a su doble—. Te avisaré desde abajo cuando esté lista.

—Esperaré tu señal —confirmó la doble.

—Adiós —dijo Kendra—. Gracias.

—Yo existo para ejecutar tus órdenes. Gracias por esta misión tan fascinante.

La chica descendió por la boca de la mochila hacia la habitación a oscuras que había abajo.

Cuando llegó al fondo, miró hacia arriba, a la réplica suya que la miraba desde lo alto. Kendra le hizo la señal de los pulgares hacia arriba.

—Estamos listos.

La boca de la mochila se cerró. Kendra esperó. No se notaba ninguna sensación de movimiento.

—¿Qué pasa? —preguntó Cody—. No me veo ni la mano delante de mis narices, aquí dentro.

—Va a tirar la mochila por la ventana.

—¿Por la ventana? ¡Estamos a tres pisos de altura!

—Aquí dentro no lo notaremos —explicó, esperando que fuese verdad.

Kendra oyó que la ventana se abría, arriba. Unos segundos después, le llegó el golpe de la mochila al chocar contra el suelo. La habitación ni se ladeó ni tembló.

La chica sacó la maltrecha silla de mimbre de entre los objetos apilados contra la pared.

—Puedes sentarte aquí —le ofreció.

El mimbre crujió cuando Cody se sentó en él. A pesar de la gran cantidad de fibras partidas, de otras tantas que faltaban y de las que sobresalían, la quebradiza silla parecía que resistiría su peso.

Kendra corrió a los peldaños de la pared y trepó hasta la solapa cerrada de la bolsa. Estiró los brazos y, empujando, abrió la solapa.

—¿Adónde vas? —preguntó Cody.

—Voy a dejar la mochila en algún lugar seguro —dijo Kendra—. Siéntate y agárrate.

—Tú mandas.

Ella escaló afuera por la abertura y salió al jardín lateral de la casa. Por encima de ella, la ventana del dormitorio desde la que habían caído estaba apagada. Todo seguía en silencio. No había el menor indicio de que el sabueso susurro estuviera siguiéndola. Kendra cerró la mochila, la cogió del suelo y se marchó a toda prisa por la nieve crujiente. Por suerte, parecía bastante pisoteada, por lo que las huellas que dejase seguramente no serían un problema. Pero, por si acaso, arrastró un poco los pies para que las huellas que pudieran quedar de ella pareciesen deformes.

Llegó hasta una acera y continuó por esa calle. Se resbaló con una placa de hielo y se dio un buen topetazo; se hizo daño en un codo. Permaneció en el suelo unos instantes, respirando el aire gélido y notando el frío del cemento colársele por la ropa, tras lo cual se puso en pie con cuidado y prosiguió la marcha. Había visto el barrio lo suficiente para saber que estaba formada por casonas viejas, construidas en parcelas de tamaño considerable. Su primer objetivo era poner distancia entre ella y sus enemigos. Dobló por un par de calles más, dirigiéndose hacia lo que ella creía que sería el centro de la población. Pasadas las cuatro de la madrugada reinaba el silencio en las gélidas calles. Ni una luz se filtraba por entre el cielo encapotado.

Conforme avanzaba, las casas fueron volviéndose cada vez más pequeñas y próximas entre sí. La mayoría de ellas necesitaban algún que otro arreglo. Varias se encontraban en un estado realmente lamentable, con el jardín lleno de malas hierbas, con porches abarrotados de cosas y los tejados hundidos. Un perro enorme ladró desde un corral en el costado de una casa, lo cual incitó a Kendra a apretar aún más el paso.

La casa de la que había huido había quedado completamente fuera de su vista. No dejaba de lanzar miradas atrás, incapaz de creer que hubiese escapado tan limpiamente. ¿Cuánta distancia debía recorrer antes de buscar un escondite para la mochila y ocultarse en su interior hasta que amaneciera?

A unos metros de ella, un coche dobló por una esquina y avanzó en su dirección. Los faros la apuntaban directamente. Kendra supo que parecería aún más sospechosa si trataba de esconderse.

Si mantenía la calma el coche pasaría de largo casi con toda seguridad. Pero el coche estaba frenando. ¿Sería un buen samaritano que querría comprobar si esa adolescente que iba andando sola en mitad de la noche estaba bien? ¿O podría ser algún psicópata al que le encantaba la idea de que hubiese chiquillas solas por ahí en la oscuridad? ¿O podría ser que alguien de la casa se hubiese dado cuenta ya de que Cody no estaba?

Cuando el vehículo se detuvo cerca de ella, salió pitando en dirección a la verja del jardín trasero de la casa más cercana.

—Kendra —la llamó una voz a su espalda, en un grito susurrado.

Ella miró hacia atrás por encima del hombro y vislumbró a un hombre negro saliendo del cochazo plateado. Chocó con la cancela, haciendo vibrar toda la valla de madera, pero fue incapaz de averiguar cómo abrirla. Se agarró por arriba, clavándose en las palmas de las manos unas cuantas astillas, y se impulsó para escalarla.

Unas manos fuertes la asieron por los costados y tiraron de ella para soltarla de la valla. Cuando sus pies tocaron el suelo, una mano le tapó la boca. El otro brazo la tenía apresada y la sujetaba con fuerza.

—Soy amigo de tu abuelo —susurró el hombre—. Soy un caballero del Alba.

En el interior de la vivienda se encendió una luz. Kendra había armado bastante ruido al golpear contra la valla.

—Vamos —dijo el hombre, guiándola hacia el cochazo—. Ahora estás a salvo.

—¿Cómo sé que me puedo fiar de usted? —preguntó Kendra, accediendo a regañadientes a ir con él.

—No tienes forma de saberlo —respondió él—. Me llamo Trask. Llevo toda la noche dando vueltas por la ciudad con el coche. Igual que Warren, Elise y Dougan. Los conoces, ¿verdad?

Abrió la puerta trasera y Kendra se metió en el automóvil. ¿Qué otra cosa podía hacer? El desconocido era rápido y fuerte. Si intentaba escapar corriendo, la atraparía con suma facilidad.

Quería creerle, lo necesitaba. Trask se sentó ágilmente al volante. El motor seguía encendido. A juzgar por la tapicería de piel y por el salpicadero de diseño, parecía un coche de lujo.

—¿Cómo me has encontrado? —preguntó Kendra.

Trask puso el coche en marcha acelerando suavemente. Kendra vislumbró un rostro de hombre que escudriñaba el exterior desde la ventana encendida de la casa; sus cabellos ralos se levantaban en mechones revueltos.

—A Stan Sorenson le informaron de que era posible que esta noche estuvieses vagando por las calles de Monmouth. Y hete aquí.

—Alguien me ayudó a escapar.

Él asintió en silencio.

—Encaja con la información.

—¿Habéis estado buscándome? —preguntó Kendra.

—Soy detective. Me llamaron para que investigase tu asesinato. Hasta hace unas horas no imaginábamos que estuvieses con vida.

—¿Adónde me llevas?

Él sacó un teléfono móvil de líneas estilizadas y elegantes.

—Vamos al encuentro de Warren y los demás, y luego regresaremos directamente a Fablehaven.