7

Sabotaje

Mientras la hamaca se mecía a un lado y otro, Seth tenía la mirada puesta en las ramas desnudas que estaban por encima de su cabeza y que se recortaban sobre el adusto fondo del cielo azul. A su derecha, tumbado en una hamaca parecida, había un sátiro tocando delicadamente una flauta hecha a base de cañas, descamisado a pesar del frío. Al otro lado, otro sátiro, con pelaje más bermejo y unos cuernos más largos, estaba echado en una tercera hamaca, con una larga bufanda colgándole del cuello hasta el suelo.

—Tenéis razón —reconoció Seth—. Esta es la cama más gustosa del universo.

—¿Dudabas de nosotros? —soltó Newel, mientras se ajustaba la bufanda de lana—. Además, se nos ve desde el jardín, así que Stan no podrá echarte la bronca.

—Me habéis dado de comer y habéis hecho que me sienta muy a gusto —dijo el chico—. Adivino que queréis pedirme algo.

—¿Segundas intenciones? —repuso Newel, pasmado—. ¡Estoy escandalizado y consternado! ¿Acaso piensas que solo ayudaríamos a que un viejo amigo se relaje si pretendiéramos ganárnoslo para proponerle algo?

Doren dejó la flauta.

—Estamos otra vez sin pilas.

—Eso pensaba —dijo Seth—. ¿Es que no sabéis lo que es ahorrar? La última vez os di una montaña de pilas.

Newel cruzó los brazos sobre su velludo pecho.

—¿Alguna vez has usado pilas para que funcione un televisor? ¿Aunque fuera uno chiquitito? No duran nada.

—Además, vemos la tele sin parar hasta que se nos gastan —añadió Doren, ganándose una mirada enojada de su colega.

—Podría ser otra oportunidad de «oro» para ti —trató de engatusarle Newel.

—Tuve que traer el oro que me gané la vez anterior —dijo Seth—. No me dejan que me lo quede. Y tienen razón. No sois nadie para dármelo. Se lo estamos robando a la reserva.

—¿Robando? —farfulló Newel indignado—. Seth, encontrar un tesoro no es robar. ¿Crees que troles como Nero consiguieron sus tesoros escondidos por medios legítimos? ¿Crees que las riquezas sirven para algo si se quedan apiladas en criptas o grutas? Si no se cambian divisas, la economía se estanca. Nosotros somos héroes, Seth. Mantenemos el oro en circulación para beneficio del mercado global.

—Y así podemos ver más tele —aclaró Doren.

—De verdad, no me parece bien llevarme más oro —dijo Seth—. Sacar un tesoro de Fablehaven es como robarle a un museo.

—¿Qué me dices de algo que no sea oro? —sugirió Newel—. Nosotros tenemos un montonazo de vino. Lo elaboramos nosotros mismos. Un jugo de primera, valdría una elevada suma. Si lo vendieras, te sacarías una pasta y no estarías robándole a nadie.

—No pienso hacerme comerciante de vino —repuso Seth—. Aún no tengo ni trece años.

—¿Y si recuperásemos un tesoro que no tenga dueño? —dijo Doren—. No robarlo. Rescatarlo.

Newel se dio unos toquecitos en un lado de la nariz.

—Ahora sí que estás usando la cabeza, Doren. Seth, hemos estado yendo de pesca a la poza de alquitrán en la que vivía Kurisock. Desde que Lena se deshizo de él, sus dominios se han convertido en terreno neutral.

—Y no dejó testamento, vaya —bromeó Doren.

—Hemos encontrado algunos objetos interesantes. Con los años fueron acumulándose cosas en el sedimento. Algunas sin ningún valor, otras sorprendentes.

—¿Algún hueso? —preguntó Seth.

—Huesos, armas, una armadura, baratijas, equipamiento diverso —enumeró Newel—. Hemos ido guardando las cosas interesantes. Aún no ha salido nada de oro, pero es verdad que solo hemos estado rebuscando entre el alquitrán en nuestros ratos libres. Si tú aceptaras tesoros extraídos de sus profundidades, pasaríamos más tiempo allí.

—Tendré que ver qué le parece a mi abuelo —dijo Seth.

—¿A Stan? —exclamó Newel, exasperado—. ¿Desde cuándo eres tú el lacayo de Stan? ¡Nos chafará cualquier negocio, sea lo que sea! ¡De entrada, se opone a que veamos la tele!

—¿Qué te ha pasado, Seth? —preguntó Doren—. No pareces el mismo.

—Resulta difícil explicarlo —respondió Seth.

—¡Doren, te equivocaste de vocación! —exclamó Newel—. Deberías haberte hecho terapeuta. Ahí lo teníamos, delante de nuestras narices, y no nos dábamos cuenta. Algo está atormentando al chico. ¿De qué se trata, Seth? ¿Qué es lo que le ha quitado el viento a tus velas?

—La Sociedad ha matado a Kendra —respondió él, a su pesar.

Los dos sátiros se quedaron mudos, con semblante melancólico.

—Ocurrió no hace mucho. Apenas puedo pensar en nada más. Ni siquiera comprendemos lo que ocurrió. Tengo que averiguarlo.

—Siento oír eso, Seth —dijo Doren en tono amable.

—No le digas nada a Verl —le advirtió Newel—. Podría sumirse en un pozo. No hace más que hablar de Kendra. El pobre chico está perdidamente enamorado de ella. Yo le recuerdo una y otra vez que es la nieta de Stan. A él le da igual que sea demasiado joven. Dice que esperará. Yo le digo que los sátiros no se atan a una sola doncella. El dice que no está atándose a ella. Dice que lo atrapó en contra de su voluntad, y que es su prisionero para siempre jamás. Con esas palabras exactamente.

Seth se rio entre dientes.

—Se le pasará —dijo Doren—. Verl está como un cencerro.

—Te daremos algo de tiempo —concedió Newel—. Podemos hablar de negocios cuando hayas vuelto a ser más el de antes.

—Chicos, sé cuánto significan para vosotros esas pilas. A lo mejor podría simplemente ir por un puñadito para dároslas sin que haya ningún…

Doren se incorporó raudo y su hamaca empezó a mecerse por el impulso.

—Se acerca algo.

—Algo grande —confirmó Newel, llevándose la mano a la oreja—. Se acerca muy deprisa. Pero Seth nos estaba diciendo algo… ¿sobre unas pilas?

El chico se incorporó sobre los codos. Ahora distinguía apenas el lejano retumbar de unas fuertes pisadas.

—¿Hugo? —tanteó Seth.

—Debe de ser —respondió Newel—. Pero ¿por qué vendrá tan deprisa?

—¿Quién sabe? —dijo Doren—. Últimamente el grandullón ha estado comportándose de manera extraña.

De un brinco, Hugo apareció ante ellos: un conglomerado humanoide de piedras, tierra y barro. La última vez que Seth lo había visto, las hadas habían agrandado al gólem y lo habían pertrechado para la batalla. Ahora volvía a estar como siempre había estado, solo que tal vez un poquito más alto y más grueso.

Hugo dio un último salto inmenso y aterrizó con firmeza a poca distancia de las hamacas, haciéndolo temblar todo con el impacto.

—Hugo… extrañar… Seth —declaró en gólem con una voz que sonaba a corrimiento de tierras. Se había expresado con más claridad que nunca antes, según recordaba Seth.

—¡Hola, Hugo! —dijo Seth, bajándose de la hamaca—. ¡Yo también me alegro de verte! ¡Qué bien hablas ya!

El gólem sonrió con su sonrisa desdentada.

—Parece que nos han fastidiado oficialmente la fiesta —se lamentó Newel.

Hugo no le quitaba el ojo de encima a Seth.

—¿Quieres jugar? —preguntó Seth.

—Sí —respondió Hugo.

—¿Conoces un juego divertido? —le murmuró Newel en voz baja a Seth—. Sacar tesoros del foso de alquitrán.

—Newel, eso está realmente lejos del jardín —susurró Seth.

—Proteger… Seth —bramó el gólem.

—De acuerdo —dijo Newel—. Solo era una idea vana. Una propuesta al tuntún. Id a jugar por ahí, vosotros dos.

—Pronto tendremos otra fiesta de hamacas —le prometió Doren.

—Vale, muy bien, chicos —dijo Seth—. Hugo, ¿qué quieres hacer?

Una pregunta tan simple representaba una especie de prueba. El gólem estaba aún acostumbrándose a tener voluntad propia. Como era normal en él, al no mediar ninguna sugerencia del exterior, tuvo que hacer grandes esfuerzos para tratar de imaginar alguna actividad.

—Ven —dijo Hugo, tendiéndole su brazo rocoso.

Seth se asió y Hugo lo aupó hasta su hombro. Le caían bien los sátiros, pero sintió alivio al librarse de su compañía. La conversación se había puesto demasiado seria desde que había surgido el tema de Kendra. Le encantaría poder hacer un anuncio público general a todos los seres que conocía, para decirles que su hermana había muerto y que necesitaba que le dejaran algo de tiempo para lidiar con la pérdida a su manera. Volver sobre la tragedia delante de nuevas personas hacía que el dolor se recrudeciera. A lo mejor mientras pasaba el rato en compañía de Hugo podía despejarse un poco.

El gólem entró a pisotones por la pradera de césped, de un verde fuera de lo normal para la estación del año en la que se encontraban, y se dirigió hacia un gran árbol que había en la otra punta.

Seth reconoció el lugar: era donde había estado la casita de árbol antes de que él enfureciese a las hadas y estas la derribasen con él dentro. Hacía tiempo que habían limpiado los escombros, pero ahora vio que se había construido una casita de árbol nueva, más grande y recia que la anterior, reforzada gracias a un par de macizos pilotes.

—Hacer —dijo Hugo, señalando la casa del árbol.

—¿Tú la reconstruiste? —preguntó Seth. ¿Cómo esas manazas podían manejar herramientas con la habilidad necesaria para construir algo como una casa de árbol?

—Seth… mirar —dijo Hugo, que levantó a Seth y lo dejó sobre la estrecha repisa de madera que sobresalía al pie de una puerta, en el lateral de la casita de árbol.

El chico entró. El mobiliario era escaso, pero la habitación resultaba espaciosa. El piso parecía firme y las paredes eran gruesas. Una vieja estufa de hierro se levantaba en el centro del suelo, con un tubo que atravesaba el tejado. Como el gólem era demasiado grande como para caber dentro, Seth no se quedó mucho rato. Desenrolló la escala de cuerda que había junto a la puerta y descendió.

—¡Hugo, esta es la guarida más alucinante del mundo!

—Contento —dijo Hugo.

Seth dio un abrazo a la terrosa criatura, pero sus brazos apenas llegaban a la mitad de la cintura de Hugo. El gólem le dio unas palmaditas en el hombro.

Seth retrocedió un poco.

—¿La has hecho tú solo?

—Hugo… idea. Stan… ayudar.

—Vayamos a la casa. Quiero darle las gracias a mi abuelo también.

Hugo aupó a Seth, trotó hacia la casa y lo dejó cerca de la tenaza. Seth corrió adentro.

—¡Qué bien habla Hugo! —exclamó, sin ver a nadie desde donde estaba, junto a la puerta trasera—. ¡Me ha enseñado la casa del árbol! ¿Chicos?

Oyó unos porrazos atenuados. El sonido procedía del sótano. ¿Es que todo el mundo estaba en las mazmorras?

Cuando Seth abrió la puerta del sótano, los golpes se oyeron mucho más fuerte. Alguien aporreaba la puerta que había a poca distancia del pie de la escalera. Oyó gritar a una mujer, cuya voz era amortiguada por la pesada puerta que comunicaba con las mazmorras.

—¡Dale! ¡Stan! ¡Hola! ¡Ruth! ¡Tanu! ¡Auxilio! ¿Hay alguien? ¡Hola!

Seth se abalanzó escaleras abajo.

—¿Vanessa?

—¿Seth? Trae a tus abuelos. ¡Deprisa!

—¿Qué estás haciendo fuera de la Caja Silenciosa?

—No hay tiempo para explicaciones. Tenéis un espía entre vosotros. ¡Date prisa, tráelos aquí rápidamente!

Seth se dio la vuelta y corrió escaleras arriba, mientras la mente le daba vueltas sin parar. ¿Cómo podía explicarse que Vanessa estuviese fuera de la Caja Silenciosa? ¿Ya no la tenían recluida en ella? ¿Le habían mentido sus abuelos? ¿Era posible que ella hubiese sido quien había ejercido el control sobre Kendra? ¿Era absurdo, no?

Cruzó la cocina como una exhalación, alcanzó el vestíbulo y subió a todo correr las escaleras.

—¡Abuelo! ¡Abuela! ¿Hola?

Seguía sin recibir respuesta.

Atravesó corriendo el dormitorio de sus abuelos y abrió una puerta que había dentro de su cuarto de baño. En lugar de haber un armario detrás, lo que le esperaba era una puerta de acero con un enorme cierre de combinación. Seth giró la rueda hasta formar la combinación que había memorizado el verano anterior, tiró de una palanca y la pesada puerta se abrió con un crujido.

—¿Hola? —gritó Seth por el hueco de la escalera que comunicaba con el lado secreto del desván.

—¿Seth? —le llamó su abuelo.

—Vanessa está fuera de la Caja Silenciosa —anunció el chico—. Quiere hablar con vosotros.

Oyó pisadas. Su abuelo, su abuela y Tanu bajaban las escaleras apresuradamente.

—¿Qué estabais haciendo? —preguntó Seth.

—Celebrando una reunión —respondió su abuela—. ¿Dónde está?

—En la puerta de las mazmorras —contestó él—. Está aporreándola y llamándoos para que bajéis.

Los tres adultos prosiguieron la carrera, dejando a Seth atrás. Su abuela llevaba una ballesta. Tanu revolvía en un morral en busca de alguna poción.

—¿Dónde están todos los demás?

—Dale fue a los establos a comprobar cómo estaban los animales —dijo Tanu—. Maddox bajó a las mazmorras para ayudar a Coulter a buscar la cámara oculta del pasaje del Terror.

Tanu se desvió a su habitación para coger una linterna y unas esposas. Seth corrió tras sus abuelos, que descendían ya las escaleras hacia el vestíbulo de la casa para, a continuación, continuar bajando hasta el sótano. Tanu los alcanzó cuando llegaban al pie de las escaleras.

El abuelo se acercó a la puerta de las mazmorras.

—¿Qué estás haciendo fuera de la Caja Silenciosa? —preguntó en voz alta dirigiéndose al otro lado de la puerta.

—Abre la puerta, Stan —respondió Vanessa—. Es preciso que hablemos.

—¿Cómo sé que no están a tu lado todos los prisioneros que hay en las mazmorras, listos para pasarnos por encima?

—Porque os he llamado yo —respondió Vanessa—. Si esto fuese una trampa, habría utilizado el factor sorpresa para tener ventaja.

—Tendrás que hacerlo mejor —replicó la abuela de Seth—. ¿Dónde está Coulter?

—Dentro de la Caja Silenciosa.

El abuelo y la abuela se cruzaron una mirada de preocupación.

—¿Y qué hay de Maddox? —preguntó Tanu.

—Él es el problema —respondió Vanessa—. Mira, Stan, tengo una llave. He contactado con vosotros de esta manera para evitar una pelea. Estoy de vuestra parte.

Se oyó el tintineo metálico de una llave en la cerradura y la puerta se abrió. Vanessa apareció sola al otro lado del umbral, empuñando una linterna. A su espalda se perdía de vista un pasillo oscuro con puertas de celdas. Incluso con una de las batas de andar por casa de la abuela, Vanessa estaba increíblemente atractiva, con su larga melena negra, sus ojos del mismo color y su terso cutis aceitunado.

—Maddox me liberó —dijo—. Quería que le ayudase a someteros a los demás y a acceder a la cámara secreta del otro lado del pasaje del Terror.

—¿Qué? —exclamó el abuelo.

—No es el verdadero Maddox, Stan —dijo Vanessa—. Le puse a dormir de un mordisco. Venid conmigo.

Los tres adultos siguieron a la narcoblix por el lóbrego pasillo. Seth cubría la retaguardia, aliviado de que nadie le hubiese prohibido pegarse a ellos.

—¿Qué quieres decir con que no era el verdadero Maddox? —preguntó la abuela—. ¿Quién era?

—Un bulbo-pincho —dijo Vanessa.

—Los bulbo-pinchos ya no existen —protestó Tanu—. Llevan siglos extinguidos.

Vanessa le lanzó una mirada desde delante.

—La Esfinge tiene acceso a bulbo-pinchos. Yo sabía eso antes incluso de que esta versión falsa de Maddox lo confirmase.

—¿Ha confesado? —preguntó la abuela.

—Dio por hecho que yo estaba de su lado —respondió Vanessa—. Pretendía ganar mi apoyo.

El pasillo acababa en una bifurcación. Vanessa tomó el pasillo de la derecha.

—La Caja Silenciosa está por el otro lado —señaló el abuelo.

—Maddox está por este —dijo Vanessa—. Le extraje toda la información que pude antes de dejarlo incapacitado y llegar al pasaje del Terror.

—¿Significa eso que el Maddox auténtico está muerto? —preguntó Tanu.

—Estaba con vida cuando hicieron su copia —respondió Vanessa—. Los bulbo-pinchos solo pueden replicar a los vivos. Pero Maddox se encontraba maltrecho, tal como reflejaba su copia. El bulbo-pincho sostenía que Maddox estaba vivo la última vez que lo vio.

—¿Qué es un bulbo-pincho exactamente? —preguntó Seth.

—Una especie de fruto mágico que es capaz de extraer una muestra de tejido vivo y a continuación transformarse en una imitación de ese organismo —explicó Vanessa—. La copia es casi exacta, e incluso duplica la mayoría de los recuerdos.

Seth arrugó la frente.

—De modo que podrían hacerse pasar bastante bien por una persona. Pero es posible que su conducta chirriase un pelín.

—Exacto —dijo Vanessa.

—¿Y si eso explicase lo que le pasó a Kendra? —soltó Seth sin poder contenerse—. ¡A lo mejor la sustituyó un bulbo-pincho!

El abuelo se paró en seco, y los demás lo imitaron. Lentamente, se volvió para mirar de frente a Seth, con la punta de dos dedos apoyados en los labios y una expresión indescifrable.

—Eso podría ser —musitó—. Eso encaja realmente bien.

—Podría seguir viva —dijo la abuela, y contuvo la respiración.

Seth reprimió un sollozo. Trató de contener las lágrimas de esperanza y alivio que le empañaron los ojos, sin lograrlo.

—¿Qué le ha pasado a Kendra? —quiso saber Vanessa.

—Creíamos que había muerto —respondió el abuelo—. La pillamos intentando filtrar secretos a la Sociedad, y cuando Warren le planteó la cuestión cara a cara, se envenenó ella misma. Nosotros supusimos que se hallaba bajo el influjo de algún tipo de control mental.

—Tienes razón —dijo Vanessa—. Suena a bulbo-pincho. La Esfinge no debe de tener ninguna prisa en hacerle daño a Kendra. Sabe lo valiosa que podría ser. Venid.

Empezaron a caminar de nuevo y doblaron por una esquina.

—¿Qué hacemos? —preguntó Seth.

—Le daremos esta información a Trask —respondió su abuelo—. Vanessa, si la Esfinge envió al bulbo-pincho para liberarte, ¿por qué nos lo cuentas?

—La Esfinge solo pretendía liberarme en cuanto yo hubiese recuperado mi valor estratégico —dijo ella fríamente—. Él no creía que el bulbo-pincho pudiese acceder sin ayuda a la sala oculta, por lo que, de repente, Vanessa Santoro se merecía que la rescatasen. Debería haberme asegurado esa lealtad hace mucho tiempo.

»Durante años funcioné como una de sus principales colaboradoras, me jugué el cuello una y otra vez, y cumplí con éxito una misión tras otra. Y en cuanto vio que tal vez podría convertirme en un inconveniente, se deshizo de mí. El bulbo-pincho traía un discurso entero memorizado, según el cual desde el primer momento se había planeado que mi cautiverio fuese temporal, que había sido una necesidad táctica. Cegado por su orgullo, la Esfinge cree que acudiré de nuevo a él lloriqueando a la primera oportunidad. Pues se va a llevar una sorpresa. Ya no me fío de él y, por extensión, ya no creo en su misión. No descansaré hasta que acabe con él.

A unos metros de distancia las linternas alumbraron una silueta despatarrada en el suelo del pasillo. El grupo continuó a paso ligero, sin apartar los ojos de Maddox.

—¿Puedes hacer que reviva? —preguntó la abuela de Seth.

Vanessa se puso en cuclillas al lado de Maddox y le palpó la cabeza. Él, estremeciéndose, lanzó un grito. Vanessa retrocedió y él se incorporó, guiñando los ojos por los focos de las linternas. Volvió la mirada hacia Vanessa, con cautela.

—¿Qué es esto? —preguntó al tiempo que se frotaba la cabeza.

—Tenemos motivos para creer que no eres Maddox —dijo el abuelo.

Maddox emitió una risilla, incrédulo.

—¿Que no soy Maddox? Estás de broma. Entonces, ¿quién se supone que soy?

—Un bulbo-pincho —respondió la abuela.

Maddox le lanzó una mirada a Vanessa.

—¿Eso es lo que os ha contado? Stan, no te lances tan rápido a confiar en una embustera como ella. Coulter pensó que sería buena idea consultarle en relación con lo que le ocurrió a Kendra. Ya sabes, para ver si conocía a alguien de la Sociedad que residiese en Monmouth. Pensamos que entre los dos podríamos manejarla, pero salió disparada de la Caja Silenciosa como un tornado y sus poderes superaron los nuestros. Eso es todo lo que recuerdo.

—¿Monmouth, Illinois? —quiso verificar Vanessa—. ¿Es allí adónde se llevaron a Kendra? Debe de tratarse de Torina Barker, una lectoblix que trabaja estrechamente con la Esfinge.

—¿Sabes dónde vive? —preguntó la abuela con urgencia.

—Nunca he visto su guarida —respondió Vanessa—, solo la conozco de oídas.

—Stan, dame el móvil —dijo la abuela—. Aquí abajo la cobertura es muy mala. Será mejor que salga para llamar a Trask.

—¿Cómo, es que la creéis? —barbulló Maddox—. ¿Creéis que soy una especie de fruta parlante?

La abuela cogió el teléfono móvil y se marchó por el pasillo. El abuelo miró a Maddox con gesto enojado.

—Sí, yo lo creo. Y más te vale empezar a soltarlo todo por tu boca. ¿Qué novedades hay de Brasil? ¿Qué está pasando realmente en Rio Branco?

Maddox rio para sí, con la mirada gacha y la cara colorada.

—La crees a ella antes que a mí —murmuró para sus adentros. Levantó la cabeza—. Stan, sé que estás destrozado por lo de Kendra, pero yo no te puedo ayudar. Soy Maddox. ¿Te acuerdas de aquella noche en Sri Lanka? ¿Cuando me ganaste aquella bengala de cola anillada delante de una sala abarrotada de público?

—Iremos a liberar a Coulter de la Caja Silenciosa —dijo el abuelo—. Si su versión de los hechos no coincide con la tuya, haré que lamentes profundamente habernos hecho perder más tiempo.

—No te molestes —espetó el bulbo-pincho, atravesando a Vanessa con la mirada—. Habrá consecuencias —la amenazó.

—Nunca he sido muy fan de la fruta podrida —soltó ella sin alterarse lo más mínimo.

—Tu misión ha terminado —declaró el abuelo—. ¿Qué nos puedes contar?

—No hay mucho que contar —respondió el bulbo-pincho.

—Rebusca en tu memoria —le incitó él—. Sabes que Tanu es capaz de obrar maravillas con sus pociones. O también podría presentarte a un espectro que está ahí mismo, detrás de la puerta que tienes a tu espalda. ¿Alguna vez has conocido en persona a un espectro, amigo?

—Me has malinterpretado —repuso el bulbo-pincho—. Sé muy poco. ¿Supones que se arriesgarían a mandarme aquí con la cabeza llena de información sensible? Poseo una pequeña cantidad de conocimientos concernientes a mi misión, nada más. La Sociedad sabe de la existencia de la sala secreta que hay al final del pasaje del Terror. Quieren que me apodere de mensajes cifrados enviados por Patton Burgess acerca de los sitios en los que podrían estar escondidos ciertos objetos mágicos. Me explicaron dónde estaba encerrada Vanessa y cómo funcionaba la Caja Silenciosa. Me dijeron que debería poder confiar en ella para que me ayudase. Cobré vida en el interior de la casa principal de Rio Branco, al lado de la bañera que me trajo hasta aquí. Los recuerdos que poseo de Maddox en Rio Branco tienen que ver sobre todo con el tiempo que pasó escondido en una cueva, en gran medida como os lo describí, hasta que lo capturaron. Lo tienen bajo custodia. Con mi consentimiento, empeoraron mis lesiones para que pareciese auténtico. No sé nada más.

—Eso podría ser cierto —concedió Vanessa—. No les interesaría correr el riesgo de que un bulbo-pincho divulgase sus planes.

Tanu dobló al bulbo-pincho hacia delante, se agachó encima de él y le esposó las manos a la espalda. Cuando Tanu retrocedió unos pasos, el bulbo-pincho no se movió.

—¿Tienen el objeto mágico? —preguntó el abuelo.

—No tengo ni idea —respondió el bulbo-pincho—. Pero les dije dónde estaba escondido. Maddox lo sabía.

—¿Y ahora qué? —preguntó el abuelo a Vanessa.

—Podríamos meterlo en la Caja Silenciosa —propuso Vanessa—. Vamos a sacar a Coulter de allí.

—Temía que pudieras decir eso —respondió el abuelo—. Dado que nos has mordido a la mayoría, puedes controlarnos mientras dormimos. La Caja Silenciosa es el único lugar en el que podemos tenerte para evitar que emplees ese poder.

—¿No me he ganado ninguna credibilidad? —preguntó Vanessa.

—Sin lugar a dudas —contestó el abuelo—. Pero, aun así, podrías estar tendiéndonos una trampa para llevar a cabo una traición mayor en el futuro. De ningún modo podemos permitir que veas la información que hay al otro lado del pasaje del Terror.

—Ya veo —dijo Vanessa—. ¿Qué me iba a importar a mí un bulbo-pincho? Entregártelo podría ser una artimaña para ganarme tu confianza. Solo que, si mi intención hubiese sido traicionaros, no lo habría hecho así. Habría seguido el guión que el bulbo-pincho había venido a traerme. Era una oportunidad de oro. Coulter ya estaba fuera de juego. Con las llaves de la mazmorra y la ayuda del bulbo-pincho, no habría resultado difícil aprovechar el factor sorpresa para capturaros a los demás. Luego, podría haber continuado yo sola y haber hallado la información.

—Y no nos habría dicho nada de la lectoblix de Monmouth —añadió Seth.

—No hace falta que deposites tu plena confianza en mí —dijo Vanessa, en jarras—. Cállate tus secretos. Solo deja que te ayude. Yo sé cosas. Y he mordido a mucha gente en toda mi vida, entre ellos a numerosos miembros de la Sociedad. Déjame usar mis capacidades y yo te ayudaré a recuperar a Kendra.

—Tus argumentos son tentadores —suspiró el abuelo—. ¿Tanu?

—A Ruth no le va a hacer ninguna gracia —dijo él—. Pero Vanessa tiene razón cuando dice que delatar al bulbo-pincho carecía de sentido, a no ser que estuviese de nuestra parte. Solo el hecho de saber que la Esfinge cuenta con bulbo-pinchos es ya una información confidencial de inmenso valor.

—¿Seth? —preguntó el abuelo.

El chico se sintió tan halagado porque su abuelo quisiera conocer su opinión sobre el asunto que tardó unos segundos en ordenar las ideas.

—Yo creo que deberíamos meter al bulbo-pincho en la Caja Silenciosa y que Vanessa haga de espía para nosotros.

Vanessa levantó una ceja.

—¿Stan?

—Tanu tiene razón sobre Ruth —dijo el abuelo—. No va a querer que te hagamos ni la más mínima concesión. Tendremos que mantenerte aquí abajo, en una celda, al menos de momento. Procuraremos que estés a gusto. Vanessa, te lo voy a decir bien claro: si te adueñas de alguno de nosotros mientras dormimos, lo tomaré con una prueba irrefutable de tu alianza con nuestros enemigos, un hecho que podrá castigarse con la muerte.

—Entendido —dijo ella sin inmutarse.

El abuelo movió la cabeza en gesto afirmativo.

—Podría venirnos bien tu ayuda. En cuanto puedas, quiero que te pongas a buscar a miembros de la Sociedad que estén durmiendo y que puedan ayudarnos a localizar a Kendra. —El abuelo se agachó y ayudó al bulbo-pincho a levantarse—. Vamos a liberar a Coulter.