28
Los nuevos Caballeros
Kendra notaba las vibraciones de la carretera y, mientras, trataba de descansar la vista. De vez en cuando echaba una ojeada por la ventanilla a los árboles pelados que pasaban a toda velocidad formando una mancha borrosa, o miraba a su hermano, sentado en el otro extremo del asiento del todoterreno deportivo. Pronto estarían de vuelta en Fablehaven.
Tanu había apuntado que el abuelo deseaba contarles algo. No había sonado a que se tratase de una buena noticia. Seth y ella habían insistido en que les dijese algo más, pero el samoano había mantenido sellados los labios y recalcó que su abuelo quería darles la noticia en persona.
Tanu iba al volante del vehículo. Elise ocupaba el asiento del pasajero. Había acudido a recogerles al aeropuerto, como medida extra de seguridad.
Su salida de Wyrmroost había transcurrido sin problemas. El grifo se había presentado a la hora acordada, Kendra se había despedido de Raxtus y los demás habían estado esperándola después de un raudo vuelo hasta la cancela. Mara tenía unas cuantas costillas rotas, pero Trask, Tanu y Seth habían salido relativamente ilesos. Cuando salieron, el hechizo distractor no los había repelido y el cuerno funcionó tan bien como si fuese una llave.
En el exterior de la verja regresaron al claro con forma de corazón, donde Trask contactó con Aaron Stone. El helicóptero los recogió un rato más tarde. Después, sin mucha dificultad, habían volado de vuelta a la civilización. A la mañana siguiente encadenaron varios vuelos, y ahora allí estaban.
Tanu metió el todoterreno por el camino de acceso a la finca. El cielo estaba encapotado, pero no nevaba. Kendra bajó la cabeza. No quería volver a ver Fablehaven. Estaba harta de criaturas mágicas que no paraban de perseguirla. Estaba cansada de sentir miedo y de sufrir traiciones. Si uno de sus mejores amigos había sido un dragón demoníaco, ¿en quién podría confiar ya?
Kendra miró hacia el otro lateral del coche, a Seth. Podía confiar en su hermano. A veces hacía el tonto y era imprudente, pero también era valiente y de fiar. Pero, en fin, ¿y si la persona que iba en el todoterreno deportivo no fuese su hermano? ¿Y si Thronis hubiese sustituido a Seth por un bulbo-pincho? ¿O por algún otro tipo de doble, aún más malvado y perdurable?
Sabía que estaba pensando idioteces. ¿O no? Uno de sus mejores amigos había resultado ser un malvado dragón. La Sociedad del Lucero de la Tarde había demostrado ser capaz de cualquier cosa para tenderles una trampa. Mentían, robaban, secuestraban, mataban. Y tenían paciencia. ¿Podría ser que Tanu estuviese aguardando el momento de atacar, esperando el instante perfecto para cometer una traición más? ¿Y hasta qué punto conocían a Elise? ¿Y cómo podían confiar otra vez en Vanessa?
Kendra empezaba a comprender por qué Patton había querido esconder los objetos mágicos lejos del alcance de nadie, por qué solo se había confiado a sí mismo la información relativa al lugar en el que los escondía. En un mundo plagado de traidores, ¿cómo podías fiarte de alguien?
Por supuesto, Patton había confiado en ella. ¿Había sido sensato? Habían cogido la llave de la cámara en la que había estado escondido el Translocalizador. Pero por mucho que trataran de esconder el Cronómetro y la llave, ¿no sería solo cuestión de tiempo que la Sociedad se los robaran?
El todoterreno franqueó la cancela de Fablehaven y se detuvo delante de la casa. Los abuelos, Dale y Coulter salieron a saludarlos. Seth saltó del todoterreno a toda prisa, agitando un cuerno blanco para mostrarlo, saludando. Por teléfono, Tanu les había explicado que el chico se había metido de polizón en la mochila y que había contribuido a conseguir aquel triunfo en Wyrmroost.
—Aquí lo traigo de nuevo —dijo Seth, corriendo hacia ellos.
Al llegar al sendero de cemento que llegaba hasta la casa, lanzó al aire el cuerno y volvió a cogerlo. La segunda vez que lo lanzó, se le escapó de las manos y el cuerno cayó el suelo y se hizo añicos contra el cemento.
Todos se quedaron de piedra. Seth parecía conmocionado. Coulter se puso pálido. El abuelo le miró con cara de pocos amigos. El camino había quedado sembrado de trocitos blancos.
Kendra no podía aguantar más las carcajadas y casi le da algo. La cara que había puesto su abuela no tenía precio. Pero era injusto prolongar la broma. Kendra salió del todoterreno.
—Yo tengo el cuerno auténtico —dijo, sacando el cuerno de unicornio.
Seth se tronchaba de risa. Los demás pusieron cara de gran alivio.
—Había una cabeza de unicornio de cristal en una tienda de recuerdos de uno de los aeropuertos —dijo Seth entre risas—. El cuerno era exactamente del mismo tamaño. Compramos la cabeza y se lo arrancamos. ¡Cómo ha merecido la pena!
—Para ser un hombrecillo que anda sobre una fina capa de hielo, no cabe duda de que te lo pasas pipa —dijo la abuela.
Seth seguía riéndose. Era como si no pudiera contenerse.
El abuelo sonrió. Se acercó a Seth y le abrazó.
—Después de todo lo que habéis pasado, me alegro de que todavía puedas reírte. Kendra, Seth, ya sé que sois recién llegados, pero tengo que hablar con vosotros sobre un par de cuestiones urgentes. ¿Venís conmigo a mi despacho? Después podréis descansar.
—¿Cojo nuestros bártulos? —preguntó Kendra.
—No, ya se ocuparán de vuestras bolsas —dijo la abuela, abrazando a su nieto después de que el abuelo lo soltase.
El abuelo estrechó a Kendra fuertemente entre sus brazos.
—Me alegro de que hayáis regresado —susurró.
Haciendo denodados esfuerzos por contener el llanto, Kendra le abrazó con todas sus fuerzas. La abuela la abrazó también, y Coulter y Dale. Después, siguió a su abuelo al interior de la vivienda, a su despacho.
Kendra y Seth tomaron asiento en los enormes sillones. El abuelo se sentó detrás de su mesa. Por un instante, Kendra se preguntó si se habrían metido en algún lío. No. Seth quizá sí, por haberse colado de polizón, pero ella no había hecho nada malo.
—Lamento mucho los terribles acontecimientos de Wyrmroost —dijo el abuelo, observando atentamente a Kendra—. La traición de Gavin debió de ser para ti un shock terrible.
Kendra no se atrevió a decir nada. Notaba que tenía las emociones demasiado a flor de piel.
—Entiendo que necesitarás un tiempo para recuperarte —añadió el abuelo—. En estos momentos no es necesario que nos detengamos a hablar sobre las cosas malas que han pasado. Sabed que haremos todo lo que podamos para encontrar la manera de recuperar a Warren.
—¿Qué probabilidades hay? —preguntó Seth.
—¿Con el corazón en la mano? —respondió el abuelo—. No muchas. El espacio extradimensional de la bodega ni siquiera forma parte de nuestra realidad. Cuando se quebró la conexión con la mochila, la habitación quedó a la deriva.
—¿Puede siquiera respirar ahí dentro? —preguntó Seth—. La bodega tenía conductos de ventilación, ¿verdad?
—La bodega tenía conductos por los que circulaba el aire y no tenemos motivos para pensar que los respiraderos estén dañados. Debían de comunicarse con el mundo exterior por otra vía que no era la boca de la mochila.
—¿Podría haber un modo de rescatar a Warren y a Bubda usando esos conductos?
—Posiblemente, si podemos averiguar cómo se comunican los conductos con nuestro mundo. Pero, por su diseño, el punto de conexión estará bien escondido. Los creadores de la mochila no querían que ningún enemigo se colase por los respiraderos.
Seth asintió.
—Pero lo intentaremos.
—Por supuesto que lo intentaremos. —El abuelo no parecía muy optimista—. Warren dispone de comida de sobra y de pociones sanadoras. Encontraremos la manera de liberarle. Pero ya basta de tragedias. Casi no puedo creer que esté en presencia de dos matadragones, y que en las mazmorras habite una tercera.
—¿Te enteraste de lo que hizo Vanessa? —preguntó Kendra.
—Tanu me dio todos los detalles por teléfono —dijo el abuelo—. Tenía órdenes estrictas de no meterse dentro de ninguno de vosotros, pero dadas las circunstancias cuesta no considerarla una heroína. Eso no quiere decir que esté dispuesto a confiar en ella. Podía haber sabido que en realidad estaba ayudando a Navarog.
—¿Cómo podremos confiar algún día en alguien? —musitó Kendra.
—Hemos sufrido otra dolorosa traición en Wyrmroost —reconoció el abuelo—. Hay que admitir que ninguno de nosotros lo vio venir. Pero eso no significa que no contemos con auténticos aliados. Podemos confiar los unos en los otros. Podemos confiar en Ruth. Y resultaría difícil dudar de Tanu, Mara, Trask, Coulter o Dale.
—¿Y los bulbo-pinchos? —preguntó Kendra—. ¿Y si otros de nuestros aliados son en realidad enemigos aguardando pacientemente?
El abuelo miró pensativo a Kendra.
—No deberemos bajar la guardia, supongo. Pero no podemos dejar de confiar los unos en los otros, o de lo contrario nuestros enemigos nos vencerán. Todavía estamos metidos en mitad de una crisis. Ninguno de nosotros es capaz de manejar esta situación él solo.
—¿Estoy castigado? —preguntó Seth.
—Buena pregunta —respondió el abuelo, dirigiendo hacia él su atención—. ¿Tú qué crees?
—Que es probable que sí. Pero considero que no debería estar castigado. Tendrías que haberme dejado ir con ellos. Soy tan bueno como cualquier otro caballero. Mejor que algunos. Y mis nuevas habilidades me convierten en alguien realmente útil.
El abuelo entrelazó las manos encima de la mesa.
—¿Querrías entrar a formar parte de los caballeros?
—¿Es una pregunta trampa?
—No —dijo el abuelo seriamente.
—Por supuesto que quiero.
—No es fácil discutir tus logros —dijo el abuelo—. No creo que hayas madurado del todo en ciertos aspectos, pero esta época desesperada requiere una valentía como la tuya, Seth. Ponte de pie.
El chico se levantó.
—Alza la mano derecha —dijo el abuelo.
Seth hizo lo que le decía.
—Repite conmigo: «Juro guardar los secretos de los Caballeros del Alba, y ayudar a mis compañeros caballeros en sus valiosas metas».
El chico repitió el juramento.
—Enhorabuena —dijo el abuelo.
—¿Tienes autorización para nombrarme caballero? —preguntó Seth, esperanzado.
—Me han pedido que abandone mi retiro —dijo el abuelo—. Teniendo en cuenta las amenazas a las que nos enfrentamos, he aceptado. Soy el nuevo capitán de los Caballeros del Alba.
—Y yo ahora soy un caballero —dijo Seth, lanzando una mirada a Kendra, casi incapaz de contener el entusiasmo.
—En los últimos días has tomado decisiones algo cuestionables —dijo el abuelo—. Pero no fueron descabelladas. Asumiste riesgos porque había mucho en juego. Además, cuando se te preguntó sobre determinadas actitudes, respondiste de forma razonable. Tenías razón cuando dijiste que cuando está en juego el destino del mundo, tal vez es mejor pasar a la acción que esperar pasivamente. Para sortear las crisis venideras, me temo que es posible que tengamos que correr riesgos y pasar a la ofensiva.
—¿Te han informado de que Arlin Santos es un traidor? —preguntó Kendra.
—Trask nos lo dijo —dijo el abuelo—. Nos movilizamos para apresarle, pero ya había huido.
—¿Cuál será el siguiente paso? —preguntó Kendra.
—Tenemos el Cronómetro y la llave traída de Wyrmroost —respondió el abuelo—. Si la ponemos a buen recaudo, impediremos que nuestros adversarios se hagan con el Translocalizador. La pregunta es si podemos proteger la llave mientras la Esfinge usa el Oculus. Parte de nuestra estrategia deberá centrarse en mantener la llave en circulación, nunca dejarla en el mismo sitio mucho tiempo. Además, tendremos que hacer circular imitaciones de la llave. El Translocalizador podría servirnos de poderosa herramienta para nuestro plan de ofensiva. Tal vez deberíamos diseñar una misión para recuperar el objeto mágico del desierto de Obsidiana. Trataré el asunto con mis consejeros, incluidos vosotros dos, a lo largo de los próximos días.
—Y devolverás el cuerno a los centauros —dijo Kendra.
—Eso lo haremos hoy —dijo el abuelo—. Les contaremos que hemos conseguido quitárselo a la Sociedad. Cuando Gavin te apresó, estuvo en su poder durante un ratito, así que ni siquiera será del todo una mentira.
—¿Y qué hay de la quinta reserva secreta? —preguntó Seth—. La que alberga el último objeto mágico.
—No tenemos ninguna pista a ese respecto —se lamentó el abuelo—. Pero seguiremos buscando. Y Coulter continuará tratando de averiguar cómo funciona el Cronómetro. Hará falta planificar muchas cosas urgentemente en los días y en las semanas siguientes.
—Mientras tanto, ¿qué pasa con nosotros? —quiso saber Kendra.
El abuelo se revolvió en su asiento como si estuviese incómodo, desviando la mirada.
—El mundo cree que tú has muerto, Kendra. Tal vez lo más sencillo sea dejar que sigan creyéndolo hasta que haya pasado esta crisis.
—Entonces, ¿volveré yo solo a casa? —preguntó Seth.
El abuelo le miró a los ojos.
—No, deberéis quedaros los dos aquí. Normalmente, las personas que no saben nada sobre criaturas mágicas quedan al margen de cualquier acontecimiento que atañe a la comunidad de los seres mágicos. Pero la Sociedad ha cruzado otra frontera impensable. —Su abuelo frunció el ceño y a continuación suspiró—. Después de todo lo que habéis pasado en los últimos tiempos, no sé cómo deciros esto… Dudaba de si debía contaros la noticia, pero después de reflexionar mucho sobre la cuestión, vuestra abuela y yo hemos decidido que sería injusto e imposible ocultaros la verdad por mucho tiempo.
Kendra sintió que la invadía un sentimiento de terror, como si una mano helada le atenazara la garganta. El tono de voz de su abuelo y su manera de hablar daban a entender que había ocurrido una tragedia. Desasosegada, de pronto sospechó a qué frontera podía estar refiriéndose su abuelo.
Él dudó. Parecía reacio a mirar directamente a sus nietos. Fue desviando su mirada de Kendra a Seth.
—La Sociedad ha secuestrado a vuestros padres.