27
Navarog
Lo único que Seth podía hacer era balancear las piernas y los brazos en el aire. Ni siquiera podía agarrarse a nada. El grifo le tenía agarrado por los hombros. Si las garras se abrían, caería al vacío. Si el tenaz dragón escarlata mataba al grifo, Seth y la mágica criatura caerían los dos juntos. Si el dragón los abrasaba con su feroz aliento, el chico podría probar la insólita experiencia de caer al vacío al mismo tiempo que ardía.
Había echado la vista atrás y hacia abajo, y había visto que el dragón rojo perseguía a Tanu, al tiempo que incendiaba el bosque. Cuando el grifo había emergido de entre los árboles sin el samoano, el dragón había girado para seguir al grifo que llevaba a Seth.
Moviendo las piernas totalmente libres, Seth había gritado al grifo que tenía las figuritas de Thronis en su morral. Esperaba que esta información pudiese darle al grifo mayores motivos para no dejarle caer. Pero no tenía forma de averiguar si le había comprendido.
Después de haber hecho un viaje por los aires, agarrado por un grifo, hasta lo alto de Risco Borrascoso y de haber regresado al día siguiente también volando por los aires, Seth creía que sabía algo de lo que era volar. Pero ahora estaba aprendiendo que para convencer a un grifo de volar bien de verdad, había que hacer que un dragón lo persiguiese.
En un primer momento, el grifo había ascendido, decidido, por el cielo, batiendo con fuerza las alas para subir y subir hacia estratos cada vez más altos de aire frío y liviano. Mientras ascendían, al tiempo que se aproximaban a las laderas empinadas de Risco Borrascoso, el dragón había ido ganando altura a ritmo constante. Al acortar distancias el dragón rojo, el grifo viró pegándose mucho a la montaña, una veces ascendiendo, otras bajando de golpe y otras trazando bucles en el aire, y siempre usando los peñascos y riscos de la ladera para crear obstáculos. Las acometidas del grifo, sus bajadas bruscas y sus ascensos, hacían tambalearse a Seth adelante y atrás entre sus garras, y en ocasiones tenía que levantar las piernas o contorsionarse para esquivar las protuberancias rocosas.
Aunque a veces descendían varios metros para evitar el fuego del dragón, casi todo el rato iban ganando altura en vez de perderla, trazando espirales en pos de la cima. En un momento dado, con el dragón ya pisándoles los talones, el grifo lo esquivó rápidamente doblando por un recodo y se escondió dentro de una cueva de hielo. El dragón pasó volando por delante y ellos aprovecharon para salir y ascender en la dirección opuesta.
Finalmente, al llegar a las proximidades del pico más alto de Risco Borrascoso, el grifo se elevó a gran altura alejándose de la montaña, batiendo tanto como pudo las alas para ganar altitud. Allá arriba, en el cielo abierto, el dragón de pronto se les echó encima. El grifo fingió que iba a descender bruscamente; el dragón cayó en la trampa, zambulléndose en picado para cortarles el paso. Mientras el dragón se recuperaba y daba media vuelta, el grifo ascendió todavía más. Seth miró atrás hacia la montaña y pudo ver que ahora estaban sobrevolando la mansión a una distancia increíble.
Cuando el dragón volvió a acortar el trecho que los separaba, el grifo plegó las alas y se lanzó tan en picado que el chico notó que se le subía el estómago a la garganta. Presumiblemente, el dragón temió que se tratara de otra finta, por lo cual en un primer momento no se decidió a seguirlos. Cuando el monstruo se dio cuenta de que la bajada en picado era auténtica, el grifo había desplegado de nuevo las alas. Seth se vio planeando a velocidad de vértigo hacia la mansión, a medias cegado por el viento de la velocidad.
El dragón se lanzó por ellos y fue acortando distancias hasta que no cupo duda de que el gigantesco depredador les daría alcance antes de que llegasen a la mansión. Seth esperaba que su grifo no se hubiese quedado sin maniobras de evasión. Justo cuando el dragón se encontraba casi a la distancia necesaria para asestarles un fogonazo, oyó un grave brrrmmm. Una flecha del tamaño de un poste de teléfono se alojó en el pecho del dragón. Con las alas caídas, este rodó hacia atrás y se precipitó al vacío como una roca que se despeñase.
Seth lanzó una mirada hacia la mansión, que estaba ya delante de ellos. Se encontró con Thronis, que manejaba una enorme ballesta desde el patio. El gigante de cielo se levantó y acudió a la puerta principal de su morada justo a tiempo para recibir a Seth y al grifo, que planeó hasta la mesa de la gran sala y soltó a Seth para aterrizar con una ligera carrerilla hasta detenerse del todo. Con los costados cubiertos de espumarajos y jadeando intensamente, el grifo hizo una reverencia con su aquilina cabeza.
—Buen trabajo —le dijo Seth al grifo, aun sin estar seguro de que pudiese entenderle. Se acercó a la criatura y acarició su pelaje empapado, de color rojo dorado.
—Lamento que tuvieseis un encuentro tan desconcertante —dijo Thronis en tono de disculpa, al tiempo que tomaba asiento en la mesa—. Cuando quise darme cuenta de que os habían tendido una emboscada, era demasiado tarde para avisaros. Me alegro de que lograses salir de allí, joven Seth.
—Buen tiro con la ballesta.
—Esperemos que el ejemplo motive a otros dragones a pensárselo dos veces antes de atreverse a venir cerca de mi morada.
—Tengo tus figuritas —informó Seth, abriendo el morral.
El gigante de cielo sonrió.
—Entonces, ¡estoy especialmente agradecido porque hayas salido con vida! Déjalas cerca del borde de la mesa.
Seth desenvolvió las cinco figuritas y las alineó. El gigante se inclinó, arrimándose a ellas, para examinarlas con un ojo cerrado.
—Mmm —murmuró—. Bien hecho, sí, señor. Has traído las figuras que pedí.
—¿Por qué estabas tan interesado en tenerlas? —dijo Seth.
—Quería tres. Si digo las palabras apropiadas y hago que arda el dragón rojo, yo mismo lo transformaré en un auténtico dragón que obedecerá todas mis órdenes. Si lo entierro bajo la nieve diciendo las palabras apropiadas, el gigante de mármol se expandirá y se convertirá en un recio gigante de nieve, un sirviente con un potencial tremendo. Y, del mismo modo, la quimera de jade puede convertirse en una quimera de verdad, sometida a mis deseos.
—Supongo que te vendrán de perlas para defender tu mansión —dijo Seth.
—Deberían resultarme inconmensurablemente útiles.
—¿Qué hay de la torre y del pez?
El gigante hizo sonar sus nudillos.
—Si quieres, te puedes quedar con esas otras figuritas, Seth Sorenson. Si las pones en un terreno firme y dices el encantamiento correspondiente, la torre a escala crecerá y se convertirá en una torre de verdad. Es un fortín diseñado para albergar a personas, no a gigantes; por lo tanto, a mí no me vale para nada. Y si metes el pez en el agua diciendo unas palabritas, se inflará y se convertirá en un leviatán. Yo vivo lejos del mar y no tengo la menor intención de ir un día a verlo.
—¿Podrías decirme cuáles son las palabras mágicas? —preguntó Seth.
—Encargaré a mi enano que te las anote cuando vuelva. No son complicadas. Los hechizos necesarios para las transformaciones son inherentes a cada artículo. Las palabras simplemente ponen en funcionamiento los hechizos, como si prendieses una mecha mágica.
—¿Podrías echar una ojeada a tu esfera para averiguar qué es de mis amigos? —preguntó Seth.
—Por supuesto que sí —dijo Thronis, poniéndose de pie—. Enseguida vuelvo.
Seth se sentó y tocó la torre y el pez. Tener su propia torre sería una pasada. Esperaba que Kendra y los demás se encontrasen bien. Como el dragón rojo le había perseguido a él y había sido derribado en pleno vuelo, los otros solo habían tenido que vérselas con el verde. Seguro que casi todos ellos, si no todos, escaparían.
Thronis regresó con cara seria.
—Mientras estaba lejos de la bola, usando la ballesta, Navarog se incorporó al combate. No estoy seguro de cuándo llegó a la reserva. Me temo que tus amigos se han dispersado y parece ser que alguno de ellos ha perecido. Mis grifos han huido del lugar. Y les perdieron la pista a tus compañeros. Han caído ya tres grifos y otros dos están heridos. En estos momentos, Navarog está peleando con dos dragones. Y parece que hay un potente encantamiento por el cual se han formado unos negros nubarrones, mediante una magia antigua que me es ajena.
—¿Una magia que convoca lluvia? —preguntó Seth.
—Sí, básicamente.
—Ha debido de ser Kendra, que ha agitado la vara de la lluvia. Debe de necesitar que haga mal tiempo para poder escapar de los dragones.
—Los dragones confían en que yo mantenga siempre un tiempo relativamente bueno —dijo Thronis.
—También confían en que no mandes ladrones a robarles el tesoro —se defendió Seth—. Y tú confías en que ellos no atacarán a tus grifos. Parece que hoy era el día de saltarse unas cuantas normas. ¿Por qué no contribuyes ahora a convocar una gran tormenta?
El gigante de cielo se acarició el mentón.
—Mis grifos son hábiles. Saben manejarse mejor que los dragones frente a las inclemencias. A lo mejor una tormenta fea es justo lo que necesitamos para recordarles mi valía a esas alimañas.
—Si Kendra está convocando una tormenta, yo te lo agradecería profundamente. Además, como ya tienes tus estatuillas, podemos soltarnos de las cadenas, ¿no crees?
El gigante pronunció una extraña palabra y chasqueó sus enormes dedos. La cadena de plata se abrió de repente y se cayó del cuello de Seth.
—Teníamos un trato. Tú te has ganado mi aprecio. Tu hermana y yo formaremos una tormenta como no se ha visto igual en Wyrmroost desde hace mucho tiempo. Si me disculpas…
Seth hizo un gesto indicando al gigante que procediese.
—Dale.
—Cuando se haya formado la tormenta, iré por vituallas.
—Si eso significa comida, cuenta conmigo.
• • •
Unas rachas de viento helado ululaban al barrer la grieta del Paso De Lado, trayendo olor a nieve.
Se oía resquebrajarse el cielo a cada trueno, seguido de un estruendo. Y Kendra seguía agitando sin cesar la vara de la lluvia, con la esperanza de que si la sacudía con suficiente fuerza y el tiempo necesario, los dragones se verían obligados a buscar refugio, mientras sus amigos podían huir.
A pesar de que Kendra podía ver en la oscuridad, veía más lejos si tenía encendida la linterna.
Alumbraba con ella una y otra vez a un lado y a otro para que no la pillasen por sorpresa. Pudo distinguir a Gavin cuando él aún se hallaba a buena distancia; se le acercaba por el alto y angosto pasadizo. Ya no era un dragón, sangraba abundantemente por un corte en la mejilla y caminaba con una marcada cojera. El haz de la linterna destelló en la espada que llevaba en una mano. Una fuerte ráfaga de viento barrió el pasadizo y él levantó la mano libre para protegerse la cara.
—Puedes dejar de agitar la vara —dijo Gavin aún a lo lejos.
—Preferiría seguir haciéndolo —respondió Kendra.
—Te lo he pedido educadamente —repuso Gavin, acercándose más cada vez—. Lo que quiero decir es que si no paras de agitar la vara, te mataré.
A Kendra se le llenaron los ojos de lágrimas. Una risa trastornada amenazó con escapársele de entre los labios. Gavin había matado a Dougan y a Mara.
—¿No es cierto que me matarás de todos modos?
—Como dragón, sí —respondió Gavin, aproximándose con su cojera—. Bajo esta forma, más bien no.
—¿Quién eres, Gavin?
Él sonrió.
—¿No lo has adivinado? No tienes ni un pelo de tonta. A ver si aciertas.
Ella lo sabía. Había tratado de no admitirlo, pero lo sabía.
—Navarog.
—Por supuesto.
—¿Cómo puedes ser Navarog?
¡Había sido su amigo! ¡La había protegido! ¡Ella había esperado que algún día fuese su novio! ¡Le había cogido de la mano y le había escrito cartas maravillosas! Se sintió enferma. Le entraron ganas de hacerse un ovillo y echarse a llorar.
—Sería mejor preguntar cómo es que ninguno de vosotros se dio cuenta. Pensé que después de Meseta Perdida había quedado claro. Supongo que muchas veces solo vemos lo que queremos ver.
Kendra negó con la cabeza, horrorizada, anonadada y curiosa al mismo tiempo.
—Entonces, ¿tú eras el encapuchado que estaba prisionero dentro de la Caja Silenciosa?
—A pesar de cómo taponaba mis sentidos esa capucha, todavía recuerdo el olor de tu nerviosismo. No muy diferente del aroma que percibo en estos momentos. La Esfinge me ayudó a escapar y a continuación me soltó justo antes de marcharse de Fablehaven. Fui a buscar el clavo que Seth le había extraído a la aparición y se lo llevé a Kurisock.
—Y entonces te marchaste —dijo Kendra.
—Mi labor en Fablehaven había concluido. Me marché a una reserva de dragones que hay en el Himalaya.
—Tú eras el dragón que se comió a Charlie Rose. El nunca tuvo ningún hijo, ¿no es así?
—Estaba seguro de que sabrías encajar todas las piezas del rompecabezas. La Esfinge me recomendó que le hiciese una visita a Chuck Rose. El amigo de toda la vida de Chuck, Arlin Santos, es un caballero del Alba y un traidor. Chuck tenía la costumbre de desaparecer en las montañas durante meses. Arlin me ayudó a encontrarlo. Matarle fue fácil. Una vez hecho el trabajo, Arlin me ayudó a fingir que su muerte había tenido lugar mucho tiempo antes de lo que en verdad ocurrió, y me ayudó a establecer mi personalidad falsa de hijo secreto de Chuck. Gavin Rose, la m-m-m-maravilla tartamuda.
—A mí me gustaba tu tartamudez.
—Cumplía una finalidad. Me hacía parecer más humano, más vulnerable.
Kendra arrugó la frente.
—¿Qué ocurrió realmente en Meseta Perdida?
—¿Tú qué crees?
Kendra sabía que no era nada bueno, pero era demasiada información.
—Claro, pudiste hablar con Chalize porque tú mismo eras un dragón.
—Antes de que los demás entraseis en la cámara, le mostré a Chalize mi verdadera forma. Aquello la dejó muerta de miedo. Casi trató de combatir conmigo. En cuanto le hube demostrado mi superioridad, le advertí de que la mataría si intentaba atacaros.
Entonces, le prometí que si nos dejaba pasar, la dejaría libre. Era tan joven e inexperta que temía que cometiese alguna estupidez. Pero todo salió bien.
—¿Liberaste a Chalize? Tú destruiste Meseta Perdida.
Gavin sonrió.
—Y tendí una trampa al pobre Javier, el chico paralítico. No era un traidor. Me lo comí. Luego robé el objeto mágico de mentira, destrocé unos cuantos neumáticos y cambié de sitio una furgoneta. Esa misma noche solté a Chalize, pero le ordené que esperase a que nos hubiésemos marchado para empezar a hacer estragos. Liberada de su confinamiento, Chalize tenía tanto poder que pudo quebrantar el tratado. Rompió la verja y obligó al señor Lich a liberar a los zombis y a resucitar a los muertos.
—No puedo creerlo —musitó Kendra, ensimismada—. Tú eres el príncipe demonio de los dragones. Y ahora estás en la situación idónea para ayudar a la Esfinge a robar el siguiente objeto mágico.
Gavin pareció gozar con la perplejidad de Kendra.
—Ahora comprenderás que la Esfinge dejara escapar a tu doble, a la versión bulbo-pincho de Kendra, a la que dejaste atrás. Él sabía que era falsa cuando vio que no lograba recargar de energía un artículo que él quería que recargase. Le había dado casualmente el objeto, por lo que ella no tenía ni idea de que él lo sabía.
Kendra movió la cabeza a un lado y otro con tristeza.
—Entonces, ¿la Kendra de pega le ayudó sin darse cuenta?
—La Esfinge se aseguró de que ella supiese exactamente lo que él quería que supiese. La chica creyó que se escapaba por sus propios medios, cuando en realidad él había sido descuidado a propósito. Si ella no hubiese hecho nada, él habría sido aún más descuidado. En cuanto la bulbo-pincho se largó, él mandó a un agente que la siguiese para asegurarse de que regresaba a Fablehaven. Eres muy ingeniosa, Kendra, incluso como clon. Tu doble no necesitó ayuda de nadie. La Esfinge sabía que en cuanto tu abuelo se enterase de que la Sociedad había descubierto dónde había escondido Patton la llave, los caballeros tendrían que enviar un equipo a Wyrmroost para cogerla. La Esfinge tenía la certeza de que dentro de ese grupo estaría Gavin Rose, el prodigio de los domadores de dragones. Y no se equivocó.
Kendra se llevo las manos a la cara.
—Trajimos a Navarog con nosotros hasta Wyrmroost. Abrimos la verja y le dejamos entrar.
—Un plan sencillo pero eficaz —dijo Gavin—. Me puse nervioso cuando nos topamos con Nafia. Ella me conoce. Por suerte, es una dragona bastante oscura. Nos habíamos conocido hace siglos, y ella sabía de mi reputación, por lo que en lugar de desvelar mi tapadera, me ayudó. Cuando se presentó en nuestro campamento bajo forma humana, pretendía gastarme una broma pesada. Al principio me asusté, temiendo que quisiese revelar mi secreto, pero al final contribuyó a mi causa al fingir que habían avistado a Navarog al otro lado de la verja, con lo cual os despistó aún más sobre mi identidad.
—Qué estúpidos hemos sido —gimió Kendra abatida.
—No habéis parado de hacernos gran parte del trabajo —convino Gavin—. Todo este montaje ha funcionado casi a la perfección. Habría preferido mantener en secreto mi identidad hasta que hubiésemos abandonado Wyrmroost. Habría preferido devorar a Trask y a todos los demás justo antes de salir por la cancela, y haber alzado el vuelo contigo, con Seth y con la llave. Pero así está bien.
—¿Por qué a Seth y a mí no nos habrías matado? —preguntó Kendra—. ¿No es cierto que trataste de acabar conmigo?
Gavin se encogió de hombros.
—Cuando esta misma noche te lancé un zarpazo, tenía mucha prisa y me preocupaba que pudieras huir con la llave. Tú y tu hermano sois entrañables. A pesar de ser jóvenes e inocentes, los dos sois increíblemente capaces. Casi no me lo podía creer cuando matasteis a Siletta. Vamos, es que era una leyenda viva. Una dragona con una fama nada desdeñable. No tenía ni idea de que estuviese de guardiana aquí. Y cuando Seth le arrancó el clavo a la aparición también me llevé una gran sorpresa. La plaga de sombra debería haber engullido Fablehaven, pero vosotros detuvisteis también esa amenaza. Entre los dos habéis realizado unas cuantas hazañas asombrosas. Cuando hubiera llegado el momento de revelar mi verdadera identidad, podría haber cambiado de parecer, pero me sentí más que tentado de no mataros a vosotros dos. Naturalmente, a todos los demás me los habría comido.
—En lugar de eso, solo te comiste a Dougan —repuso Kendra con amargura.
—De momento solo a él —dijo Gavin con una sonrisa. Esa sonrisa desentonaba en su cara.
Demasiado cargada de intenciones, demasiado parecida a la de un tiburón. El chico que a ella le había gustado en su día jamás habría sonreído de esa manera.
—¿Te has comido a alguno más? —preguntó Kendra.
—No he podido encontrarlos —reconoció Gavin—. Es posible que Seth haya escapado a casa de Thronis. Encontré al dragón rojo ensartado por una flecha gigantesca en las laderas de Risco Borrascoso. Y a saber adónde habrá mandado tu tormenta a Trask. Mara también puede que haya sobrevivido; no pude localizar su cuerpo. Es una mujer ágil. Puede que después de despeñarse por la cornisa haya podido recuperarse de alguna manera. O a lo mejor simplemente no he conseguido localizar su cadáver. No te preocupes, que ninguno de tus amigos vendrá a ayudarte. Destrocé parte de la cornisa que había junto a la grieta, y Nafia está montando guardia.
—¿Qué me protegerá de ti? —preguntó Kendra, cambiando de actitud y empuñando la vara de la lluvia como si fuese un arma.
Gavin rio con condescendencia.
—Eres valiente, Kendra, pero no creo que sea necesario que te humilles. —Para recalcar sus palabras blandió la espada a un lado y a otro varias veces—. Obviamente, soy más poderoso como dragón, pero incluso bajo esta forma mortal desgarbada poseo una fuerza y unos reflejos sobrehumanos. Ya viste lo que soy capaz de hacer cuando nos vimos metidos en aquella refriega en Meseta Perdida, e incluso en aquel entonces no saqué toda mi fuerza, para no desvelar mi tapadera.
Kendra bajó la vara.
—¿Mataste a los dragones que combatían contigo? Me refiero a los de hace un momento.
Una sonrisilla de suficiencia se dibujó en el rostro de Gavin.
—Fueron pan comido para mí. Se incorporó al combate un tercer dragón, una bestia gris de cuernos curvos. Pero los derroté a todos. El viento que conjuraste actuó a mi favor. En condiciones meteorológicas adversas yo siempre supero a otros dragones. Al final, Nafia me echó una mano, pero tampoco es que necesitara su ayuda.
—Mi esperanza era que el viento pudiese impedir que llegases hasta mí.
—Con suficiente viento, mantenerse en el aire puede resultar peligroso incluso para los mejores de entre nosotros. Pero siempre podemos plegar las alas y bajar al suelo.
—Te enfrentaste a la hidra bajo forma de dragón… —dedujo Kendra.
—¿Para qué, si no, iba a haber ido yo solo?
Kendra le miró enojada.
—Sin embargo, dijiste que habías luchado contra ella con tus flechas y con una lanza. ¿Por qué no te estranguló el collar?
Gavin sonrió.
—Luché con ella con flechas y una lanza… en un primer momento. Cambié a la forma de dragón después. La hidra era un obstáculo peligroso. Incluso como dragón, hubo un rato en que el resultado pareció peligrar. Libró conmigo una buena lucha. El collar era un incordio. Incluso cuando me transformé en dragón siguió en su sitio. Solo se me cayó un instante antes de entrar aquí, lo cual me hace pensar que Seth ha debido de llegar hasta Thronis.
Una oleada de alivio inundó a Kendra. Por lo menos su hermano podría salir con vida de allí.
—Bueno, basta ya de rememorar el pasado. Sé que la llave está en la bolsa, junto con el cuerno de unicornio. Necesitaremos el cuerno para abrir la verja y, por supuesto, no pienso marcharme de aquí sin la llave.
—Yo no voy contigo a ninguna parte —dijo Kendra en tono firme.
—Estás muy equivocada —dijo Gavin—. No tienes elección. Preferiría no tener que golpearte y dejarte inconsciente. Como dragón creo que podría soportarte. Como persona, me gustas de verdad. Vamos a procurar ser civilizados.
Kendra rio entre dientes sin poder creer lo que oía.
—No te gusto en absoluto. Solo me quieres como tu mascota, por si te hace falta recargar algún objeto mágico.
—Esto también.
—Está bien —dijo Kendra, apoyándose encorvada contra la pared—. Supongo que no tengo muchas opciones.
—Pásame la mochila —dijo Gavin.
Kendra cogió del suelo la mochila y se la tendió a Gavin. Cuando él fue a cogerla, ella quiso golpearle en la cabeza con la vara con todas sus fuerzas. Él paró el golpe con la hoja plana de la espada, le arrebató la vara y la usó para golpearla en un hombro, lo que la tumbó en el suelo.
—Kendra, para ya. Es embarazoso. —Abrió la tapa grande de la mochila—. Pasa, por favor.
Kendra asomó la cabeza por la abertura de la mochila y gritó:
—Warren, Gavin es Navarog y ha…
No consiguió añadir nada más, pues Gavin la empujó a un lado y se coló en la mochila, sin pararse siquiera a agarrarse de los travesaños de la escala. Kendra vaciló. ¿Debía seguirle y tratar de ayudar a Warren? ¿O debía salir corriendo? Si huía, él la alcanzaría. O la cogería Nafia. ¿Habría destruido la cornisa en los dos lados de la grieta? Seguramente no podría escapar de la grieta del Paso De Lado si no tenía alas.
Kendra bajó por la escala. Cuando llegó abajo, comprobó que Warren estaba inconsciente.
—Ha sido una semana muy dura para Warren —comentó Gavin—. ¿Debería poner fin ya a su agonía?
—No, por favor —suplicó Kendra.
—¿Por qué debería hacer caso de tus deseos? —preguntó Gavin—. ¡Has intentado aporrearme en la cabeza!
—Si no le haces nada, me portaré bien —prometió Kendra.
—Realmente, que tú te portes bien no cambiará las cosas. Pero, vaya, te ahorraré el tener que contemplar cómo me cargo a tu amigo. Sube la escala. —Gavin tenía ya en sus manos el cuerno de unicornio. Se acuclilló y cogió del suelo el huevo de hierro.
Kendra trepó por los travesaños. Si su buena conducta servía para que Warren viviese, se portaría bien. Además, Gavin tenía razón. Si oponía resistencia, él no tenía más que dejarla sin conocimiento y llevársela a rastras adonde le diese la gana.
Gavin salió de la mochila, dejó el huevo y el cuerno a un lado y sacó un frasco de un bolsillo. Quitó el tapón del recipiente y empezó a empapar la mochila con un líquido de olor muy fuerte.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Kendra, aterrada.
Gavin sacó un mechero y prendió fuego a la mochila.
—¡No! —gritó Kendra, abalanzándose hacia la mochila en llamas.
Gavin la agarró para sujetarla firmemente. Ella luchó por zafarse, al tiempo que contemplaba horrorizada cómo las llamas consumían a toda velocidad el macuto. Al poco, la hoguera empezó a apagarse. Gavin empujó a Kendra al suelo con fuerza y vertió más líquido en el fuego, y las llamas alumbraron su rostro con una luz diabólica. Cuando la llamarada parecía que volvía a apagarse, atizó con la espada la mochila calcinada.
—Dijiste que no le harías daño si me portaba bien —dijo Kendra entre sollozos y con las manos temblorosas.
—No, dije que nada cambiaría por mucho que tú te portaras bien. Y dije que no te obligaría a presenciar cómo mataba a tu amigo. En vez de eso, me has visto dejándole atrapado para siempre en un espacio extradimensional. Tiene provisiones y la bodega está ventilada por arte de magia. Apuesto a que Warren llegará a ser todo un maestro del yahtzee.
—¡Eres un monstruo! —chilló Kendra.
—Al fin empiezas a captarlo. Soy mucho peor que la mayoría de monstruos, Kendra. Soy un dragón y un príncipe de demonios.
Kendra bufó despectivamente.
—Y lacayo de la Esfinge. ¿Qué se siente recibiendo órdenes de un humano?
El semblante de Gavin adoptó una expresión más dura.
—La Esfinge puede ser un estratega brillante. Si le ayudo durante un tiempo, tal vez saque provecho de él, pero antes de que todo termine la Esfinge aprenderá que ningún simple mortal está por encima de mí.
—¿Por qué no se lo enseñas cambiándote de bando y ayudándome a mí?
Gavin resopló, ahogando una risa burlona.
—No, Kendra. No te ayudaré. Quiero ver abierta la prisión de los demonios.
«Ya vamos, Kendra». No oyó esas palabras con sus oídos. Las oyó con la imaginación, y sonaban melodiosamente. Aunque notó que la embargaba una oleada de esperanza, trató de que no se le notara en la cara. Necesitaba que Gavin siguiese hablando.
—Tú quieres abrir la prisión de los demonios con tus propias condiciones, no según las de la Esfinge.
—No deberíamos estar manteniendo esta conversación.
Gavin le dio la espalda y cogió su espada. Un ástrid voló hacia él lanzando agudos chillidos. La hoja de la espada destelló y el búho cayó. Un segundo ástrid siguió al primero, con las garras estiradas hacia delante y su rostro humano petrificado en una expresión de determinación. Gavin lo detuvo también. Un tercer ástrid apareció como una flecha por el pasadizo desde el otro lado. Gavin pivotó y lo mató asestándole una tajada en el momento adecuado.
Kendra se tapó los ojos, pues no quería ver a los tres ástrides muertos.
—¡Parad! —gritó—. ¡Parad, os matará!
—¿Ástrides? —preguntó Gavin, mirando hacia arriba y hacia el fondo del pasadizo. No apareció ningún otro búho a la vista—. ¡Incluso como humano podría pasarme el día entero matando ástrides! Y nada más fácil que hacerlo en un pasadizo angosto como este. ¡Qué vengan todos y así acabaré con ellos! ¿A quién le pedirás ayuda a continuación? ¿A unas ardillas? ¿A unos caracoles?
—Yo no los he llamado —dijo Kendra.
—Será mejor que nos pongamos en marcha.
—Si Nafia está montando guardia, ¿cómo es posible que los ástrides pudieran pasar?
—Del mismo modo que pasarían unas ardillas —dijo él—. Nafia monta guardia por si hay algún peligro real, no por si aparecen unos búhos patéticos.
—No pienso ir contigo voluntariamente —dijo Kendra—. Tendrás que dejarme inconsciente de un golpe, o matarme.
—Chupado —dijo Gavin encogiéndose de hombros.
Entonces, un dragón de escamas blancas plateadas se materializó detrás de él. El dragón no era demasiado grande, apenas el doble de grande que Gavin, pero incluso con las alas plegadas la aerodinámica criatura cabía a duras penas en el pasadizo. Raxtus miró a Kendra y a continuación desvió su mirada de ella hacia Gavin con inseguridad.
El chico miró rápidamente atrás por encima del hombro. Raxtus desapareció justo antes de que pudiese verlo, y volvió a aparecer en cuanto Gavin miró de nuevo a Kendra.
—Qué mala actriz eres —comentó Gavin—. Puedes ahorrarte tus gestos exagerados. Si quieres que vuelva a mirar a mi espalda, tendrás que hacerlo mejor y no quedarte ahí boquiabierta, mirando por encima de mi hombro. Das risa.
Kendra volvió a fijar la vista en Gavin. Raxtus apareció como una torre detrás de él. Gavin no apartó la mirada de los ojos de ella.
—No te culpo por pretender darme esquinazo —prosiguió él—, pero procura ponerle más ingenuidad. Poseo unos sentidos afinadísimos. Si hubiera algo tratando de acercárseme sigilosamente por detrás, lo sabría.
Raxtus meneó la cabeza.
Kendra tuvo que hacer esfuerzos para no mirar al dragón. ¡Tenía a Gavin atrapado! El pasadizo era demasiado angosto para que se transformase. Raxtus no tenía más que atacarle. Mientras ella le observaba con el rabillo del ojo, el dragón blanco plateado pareció vacilar. Echó la cabeza hacia delante, abrió un poco la boca y a continuación se detuvo, retrocediendo unos milímetros.
—Al menos ahora estás mirando con más sutileza por encima de mi hombro —dijo Gavin a modo de cumplido—. Si hubieses mirado así la primera vez, me habría sobresaltado mucho más. Incluso habrías tenido la oportunidad de asestarme un buen golpe. —Se rio burlonamente como si la sola idea de que ella opusiera resistencia fuese absurda.
Kendra tenía que incitar a Raxtus. Debía hacerlo sin dirigirse de forma directa a él, y tenía que ser en ese preciso momento.
—A lo mejor debería dejar de intentar engañarte —suspiró.
—Ahora sí que tiene sentido lo que dices —repuso Gavin—. Espero que lo digas de corazón.
—¿Y qué hay de los otros dragones? —preguntó Kendra—. ¿No se enfurecerán porque te lleves la llave que cogimos en el templo del Dragón? ¿No se enfadarán porque mataras a los dragones que vinieron por nosotros? ¿Qué hay de Celebrant?
Gavin rio entre dientes.
—Antes de que alguno de ellos se entere realmente de lo que ha pasado, nosotros estaremos ya muy lejos.
—Pero se supone que Celebrant es el dragón más duro de todos los dragones que existen —dijo Kendra—. ¿No te preocupa que quiera vengarse?
Gavin negó con la cabeza.
—Celebrant es el que debería preocuparse. Cuando haya abierto la prisión de los demonios, podré abatirme sobre él con el ejército más poderoso que jamás se haya visto. Confía en mí, dentro de no mucho tiempo habrá un nuevo rey de los dragones. Kendra, Kendra, Kendra, otra vez estás desviando la mirada de un modo demasiado obvio.
Raxtus enseñó los colmillos, sus brillantes ojos rebosaban ira. Contrajo el cuello un instante y a continuación echó hacia delante la cabeza a toda velocidad, enseñando los dientes, y de un solo bocado una gran porción de Gavin desapareció. La espada cayó al suelo estrepitosamente. Las patas delanteras del dragón levantaron a Gavin del suelo y en tres bocados más este había desaparecido del todo.
Kendra se quedó boquiabierta mirando a Raxtus, absolutamente maravillada.
—¿Sabes una cosa? —dijo el dragón, masticando aún—. Para ser un chaval tan malo, está bastante rico.
—¡Lo has hecho! —exclamó Kendra casi sin aliento—. ¿Por dónde has venido?
—Los ástrides me alertaron del apuro en el que estabas metida. —El dragón examinó a los ástrides muertos que yacían en el suelo—. Después de tantos siglos, estos son los primeros que perecen de su especie. Como de costumbre, culpa mía. Llegué, invisible por supuesto, y vi a Nafia montando guardia. Me entró el canguelo. Por eso entraron los ástrides. Al oír que morían algún resorte se movió dentro de mí y, bueno, aquí estoy. Más vale tarde que nunca. Perdona que vacilase. Era la primera vez que disponía a cargarme a un dragón.
Kendra seguía atónita.
—Debes de ser el único dragón que cabe dentro de la grieta del Paso De Lado.
—Y ni siquiera yo puedo estrujarme como para caber por toda ella. Pero me llegaron los pensamientos de los ástrides y supe que estabais a este lado de la estrechísima abertura.
—Te has comido a Gavin. Te has comido a Navarog.
—No ha sido muy caballeroso por mi parte tenderle una emboscada mientras él estaba atrapado en su forma humana en el interior de una angosta cueva. Pero, vamos, que él tampoco era ningún caballero.
A Kendra le dieron ganas de abrazar a Raxtus. Incapaz de resistirse, dio unos pasos hacia delante y le rodeó el cuello con los brazos. Sus escamas estaban duras y frías. Mientras Kendra permanecía abrazada a él, el dragón empezó a resplandecer y a brillar como si sus rutilantes escamas estuviesen reflejando la luz del sol.
—Hala —dijo asombrado el dragón—. ¿Qué estás haciendo?
Kendra se apartó.
—Deslumbras.
Raxtus pestañeó.
—Me siento de maravilla.
—Estoy llena de energía mágica —dijo Kendra—. Cuando toco a las hadas, brillan aún más.
—Es como si hubieses encendido un fuego en mi interior.
—No es la primera vez que me tocas —dijo Kendra, un tanto aturdida.
—He tocado tu ropa, como cuando te llevé por los aires. Pero hasta ahora nunca había habido un contacto directo de tu piel con mis escamas. Abrázame otra vez.
Ella le rodeó con sus brazos, estrechándole con fuerza. Raxtus brillaba más y más. Las escamas empezaron a calentarse.
—Vale, ya basta —dijo finalmente. Ella se retiró—. Me siento como si pudiera explotar.
—Y a mí me cuesta mirarte —dijo ella, entornando los ojos.
De pronto, el dragón desapareció.
—Aún puedo volverme invisible —dijo—. Deberíamos irnos.
—Deja que antes compruebe una cosa.
Kendra usó la vara de la lluvia para mover con cuidado los restos humeantes de la mochila, con la esperanza de que pudiese haber aún algún modo de llegar a la bodega. Movió hacia un lado los restos calcinados, pero no encontró nada que se pareciese a una abertura. La mochila mutilada había quedado totalmente informe.
—¿Tu amigo está atrapado dentro? —preguntó Raxtus.
Kendra asintió con la cabeza, pues apenas podía articular palabra.
—Creo que ya no tenemos modo de entrar en la bodega, pero cogeré lo que queda de la mochila. A lo mejor alguien más listo que yo puede encontrar la forma de entrar. —Raxtus cogió la masa de cuero quemado y hecho trizas—. ¿Nos vamos ya?
—Creo que Seth ha conseguido volver con Thronis —dijo Kendra sin estar muy segura. Sabía que a Raxtus le daba miedo el gigante de cielo.
—Los grifos demostraron que estaban de vuestro lado —señaló el dragón—. Pero los hechizos que protegen su fortaleza podrían hacernos daño si tratamos de llegar volando hasta allí.
—¿Nos quedamos aquí, entonces? —se preguntó Kendra.
—No. Sin contar lo que les pasara a los guardianes, ya hay cuatro dragones muertos. Cinco, si contamos a Navarog. Necesitamos alejarnos de la escena del crimen.
—¿Y adónde vamos? ¿Al torreón del Pozo Negro?
—No te conviene implicar en esto a Agad —advirtió Raxtus—. No le va a hacer ni pizca de gracia enterarse de que han muerto todos estos dragones. Si te ofreciese refugio, seguramente otros dragones atacarían, sedientos de venganza, y el caos se extendería por todo Wyrmroost. Te llevaré a mi guarida. Queda lejos de aquí y está bien oculta.
Kendra cogió el cuerno de unicornio, su vara de la lluvia y la linterna.
—El huevo pesa demasiado.
—Yo lo llevaré —respondió Raxtus—. Puedo coger cosas con mis cuatro garras. Sígueme. Ven por este lado. Y no enciendas esa luz. Hacia el final de pasadizo, donde se ensancha, te cogeré en mis patas. Si sigue lloviendo, si somos veloces y si tenemos suerte, nos escabulliremos delante de las narices de Nafia.
Kendra siguió al dragón por el pasadizo. En cuando el desfiladero se ensanchó, notó que una garra la cogía por la cintura y al instante estaban alzando el vuelo en plena tormenta nocturna. Como había dejado de agitar la vara, la tempestad había perdido parte de su violencia, pero el viento seguía soplando y la lluvia estaba helada al contacto con su cara. ¿Cómo era posible que un agua tan fría no se congelase?
Al mirar hacia arriba y hacia atrás, vio una figura inmensa a través de la cortina de lluvia; tal vez fuera Nafia, encaramada en lo alto de algún peñasco. La figura no salió en su persecución.
Kendra se sentía como si se hubiese dejado caer en paracaídas dentro de un huracán. Remolinos de viento los zarandeaban, soplando desde arriba y desde abajo. Incluso un dragón pequeño y aerodinámico como Raxtus parecía superado por aquella turbulenta galerna. Unas veces luchaba contra las ráfagas, otras las aprovechaba en su beneficio, para elevarse o para quedarse quieto, para girar o zambullirse en picado, para virar o para ascender. Al ganar altura, la lluvia se convirtió en granizo, que rebotaba contra las escamas invisibles del dragón. El atuendo invernal de Kendra le proporcionaba cierta protección frente al frío y la humedad, pero acabó tiritando igualmente. Terminó desorientada por completo, mientras los vientos imprevisibles los propulsaban en medio de la gélida oscuridad.
Por fin se posaron en el interior de una pequeña gruta. Cuando Raxtus se hizo visible otra vez, su resplandor iluminó mejor que lo hubiera hecho una fogata. Las paredes y el suelo estaban cubiertos de estalactitas, que parecían de caramelo cristalizado. En una repisa de piedra, cerca de un estrato brillante de calcita, vio a un ástrid.
—¿Esta es tu guarida? —preguntó Kendra.
—¿Este agujero excavado en la pared? —rio Raxtus—. No, mi guarida no es lujosa, pero no es tan pequeñita y ramplona. El ástrid me ha llamado.
«Tu hermano está bien».
—¿Seth? —preguntó Kendra—. ¿Le has visto?
«Otros de mi escuadrón le han visto. Está con el gigante de cielo. Ahora que podemos hablar con las hadas, dos de nosotros han llevado un hada ante Thronis para que actúe de intérprete. Tu hermano y el gigante saben que estás en este lugar. Proponen que esperes aquí hasta mañana».
—¿Y qué pasará entonces?
«El gigante hará que amaine la tempestad el tiempo suficiente para que corras a la salida con los demás supervivientes de tu grupo».
—¿Qué se sabe de Trask? ¿Y de Tanu? ¿Y de Mara?
«Están bien. El gigante ha estado usando su bola de cristal para localizarlos. Los grifos han ido a recogerlos mientras nosotros hablamos. Se refugiarán en distintos lugares de la reserva. Por la mañana vendrá a buscarte un grifo y te reunirás con tus amigos en la verja».
—Me quedaré contigo hasta mañana por la mañana —prometió Raxtus. Y levantó un ala—. Puedes apoyarte contra mi cuerpo para dormir. Tu energía me dará calor.
—Vale —respondió Kendra—. Dale las gracias al gigante de mi parte.
«Yo también me quedaré contigo».
Kendra se metió debajo del ala levantada, y Raxtus la bajó suavemente sobre ella, como si fuese una manta. El dragón no andaba errado: era un lugar calentito. Casi al instante, Kendra dejó de tiritar.
De hecho, se estaba bastante a gusto.
Cerró los ojos y trató de detener sus pensamientos. Por lo menos Seth estaba bien. Y algunos de los demás habían sobrevivido. Hasta Mara, a la que creía haber perdido para siempre.
Kendra se humedeció los labios. Contra todo pronóstico, había escapado de Navarog. De hecho, hasta era posible que saliera con vida de toda aquella aventura, que volviese a ver a sus padres y a sus abuelos, que pudiese convertirse en una mujer adulta.
Procuró no recordar la imagen de Navarog zampándose a Dougan. Trató de no ver mentalmente a Warren, herido y atrapado en la bodega. Intentó no visualizar a Mendigo desintegrándose. Procuró olvidar lo que había descubierto de Gavin, y trató de borrar de su cabeza la imagen de cómo había sido devorado delante de sus propios ojos.
¿Dónde estaba el sueño? ¿Cuándo vendría por ella?
Intentó no preocuparse por lo que pudiese depararle la mañana. Trató de no preguntarse qué nuevos escollos surgirían de camino a la verja. Procuró no ponerse nerviosa pensando en lo que podría aguardarlos al otro lado de la colorida pared de Wyrmroost.
Quién tuviera a mano una deliciosa y potente poción somnífera, ahora que la necesitaba.
Fuera, el viento ululaba. A su lado, el dragón respiraba suavemente. Se concentró en el viento, escuchó el sonido de aquella respiración y el sueño se cernió sobre ella.