26

Emboscada

Evidentemente, los dragones habían depositado una gran confianza en sus guardianes. Al otro lado de la cámara en la que Kendra y Seth habían acabado con Siletta, un pasillo corto y espacioso daba a la cámara del tesoro, que ni siquiera tenía puerta. Trask se tomó su tiempo para palpar cuidadosamente las superficies y para investigar el espacio, pero no detectó ninguna trampa. Con Siletta y Glommus muertos, y con la hidra bloqueada cerca de la entrada, el tesoro había quedado sin protección.

La cámara del tesoro, pasado el gigantesco vano por el que se accedía a él, tenía tres anchos pasillos flanqueados por sendas hileras de mesas de piedra.

Una variedad infinita de artículos abarrotaba las mesas, desde los más opulentos a los más primitivos: gemas talladas de un modo elegante, del tamaño de bolas de billar, junto a mazos de piedra rudimentariamente labrados. Caminando junto a la hilera de mesas, Kendra se fijó en una elaborada pagoda esculpida en jade traslúcido, un casco de hierro oxidado, un colmillo de marfil de tres metros de largo con incrustaciones de oro, un cubo lleno de clavos sin refinar, delicadas burbujas de cristal de colores, libros ajados decorados con arcanos grifos, una jaula de pájaros hecha de cuero y en estado putrefacto, una colección de enormes lentes dentro de un baúl de madera con compartimentos, preciosas máscaras de bronce, una capa maltrecha, un candelabro corroído y una montañita de monedas de cobre con agujeros en el centro.

Trask, Kendra y Seth agarraban los tres a la vez el cuerno de unicornio. El chico tiró de ellos para poder recorrer el pasillo y coger una reluciente espada.

—Adamantita pura —observó Trask en tono reverente.

—¿Puedo quedármela? —preguntó Seth.

—No deberíamos llevarnos nada más que lo que debamos coger —le reconvino Trask—. No nos conviene que los dragones vengan por nosotros reclamando tesoros robados.

—Irán por mí ya por haber matado a Siletta —dijo Seth.

—Aun así, deberíamos evitar ofensas adicionales —insistió Trask—. Combatir a los dragones guardianes era inevitable. Pero no hace falta que aumentemos la ofensa saqueando además su tesoro. A Thronis le debemos las figuritas, así que le pagaremos esa deuda. Si los dragones quieren recuperarlas, que se las ingenien con él. La llave nunca fue de ellos, para empezar, por lo tanto, en cierto sentido no habremos robado nada.

—De acuerdo —concedió Seth. Dejó la espada en su sitio y continuó por el mismo pasillo.

Una tarima elevada se extendía a lo largo del fondo de la sala; sobre ella había otra hilera más de mesas de piedra. Hacia el centro, encima de un pedestal más alto que las mesas circundantes, vieron un par de guantes de acero laminado, embellecidos con volutas de oro y platino.

—Mirad esos guantes —dijo Seth.

—Casi con toda seguridad no son los Guantes del Sabio —conjeturó Trask—. Tan expuestos, deben de ser una imitación. No me sorprendería si unas agujas envenenadas aguardasen a unos dedos incautos.

—No sé —respondió Kendra—. Aparte de los dragones y de la hidra, no han hecho gran cosa por proteger la sala. Puede que estuviese tan confiados en sus medidas de protección que dejaron los guantes a plena vista.

—A lo mejor deberíamos cogerlos —propuso Seth—. Podemos devolverlos al final, pero mientras tanto los podemos utilizar para distraer a los dragones. Si nos vemos en un aprieto, quizá podríamos cambiárselos por algo.

—No es una idea tan disparatada —reconoció Trask—. Pero si tocáramos estos guantes, los dragones se enfurecerían tanto que no tendríamos ninguna esperanza de poder comerciar con ellos. Repito: nuestra mejor opción para conseguir nuestros fines es actuar deprisa y llevarnos únicamente aquello que vinimos a buscar. Kendra, ¿dejó Patton alguna pista en el santuario de la reina de las hadas en relación con el punto de la sala en la que escondió la llave?

—No vi ninguna pista —respondió la chica, que en realidad no había leído el mensaje de Patton en el santuario. Notaba calientes las mejillas. Esperaba no estar sonrojándose. Pensándolo ahora, quizá debería haber sacado la tablilla del charco, por si Patton había puesto alguna información más—. Y tampoco he visto ninguna inscripción aquí dentro, en la cámara del tesoro. Patton dijo que la llave se parece a un huevo de dragón del tamaño de una piña, con una serie de bultos en la mitad superior.

Subieron a la tarima.

—Las figuritas —dijo Seth casi inmediatamente. Los llevó hasta el lugar en el que, dispuestas sobre una alfombrita redonda, había cinco estatuillas—. El dragón rojo, el gigante blanco, la quimera de jade. ¿El ónice es negro?

—Puede ser —dijo Trask—. Y esa cosa azul que parece un pez es el leviatán de ágata.

—¿Puedo soltar el cuerno? —preguntó Seth.

Trask olisqueó el aire con perspicacia.

—Creo que sí. Si empiezas a sentirte mal, no te olvides de poner otra vez la mano en él.

Seth abrió una bolsita.

—Thronis me dio esto —le dijo a Kendra. De la bolsita extrajo unos cuadrados de tela de seda y fue envolviendo cada figurita individualmente, y después las colocó juntas dentro de la bolsita.

Trask dejó a Kendra sujetando ella sola el cuerno y recorrió la larga hilera de mesas elevadas hasta detenerse junto a los resplandecientes guantes. Miró detrás del pedestal en el que estaban colocados los preciosos guantes.

—He encontrado la llave —anunció Trask—. La escondió detrás de los guantes.

—¡Bien hecho! —le felicitó Kendra, entusiasmada.

Ella y Seth fueron a reunirse con Trask, que hacía esfuerzos para levantar la pieza de hierro negro con forma de huevo.

—Una piña bien grande —gruñó Trask—. Patton no mencionó que la llave fuese de hierro macizo. Debe de pesar, por lo menos, cuarenta kilos. Y no es fácil agarrarla bien.

—Cógela con las dos manos —le recomendó Kendra—. Yo iré detrás y mantendré el cuerno en contacto con tu piel.

Desanduvieron el camino recorrido en la cámara del tesoro, los tres en fila arrastrando los pies, formando una suerte de tren. Siguieron por el pasillo y atravesaron la cámara de las columnas, pasando por delante del cuerpo muerto y empequeñecido de Siletta. Tanu, Dougan y Mara los esperaban al pie de la escalinata.

—¿Éxito? —preguntó Dougan.

—Tenemos la llave y las estatuillas del gigante —informó Trask.

—La llave parece que pesa lo suyo —observó Tanu.

—O puede que esté perdiendo todas mis fuerzas —respondió Trask.

—Bajaré la llave a la bodega —se brindó Dougan—. Ya antes bajé la pesada espada del gigante.

Trask le pasó el huevo de hierro con gesto agradecido.

—En cuanto subas otra vez, quiero que nos pongamos en marcha. Espero que a Gavin le haya ido bien con la hidra. No estoy seguro de si hice bien en dejarle ir a solas.

Con la cara colorada por el esfuerzo, Dougan se las arregló para ir descendiendo barrote a barrote hasta la bodega, sujetando el huevo con un brazo. Cuando subió, se apresuraron a volver al lago de la hidra. Kendra trató de no angustiarse pensando en lo que le podía haber pasado a Gavin. Se dijo a sí misma que estaba bien, que no habría corrido riesgos innecesarios. Pero sabía lo valiente que era, así como lo mortífera que podía resultar la hidra.

Cuando estaban cerca de la gruta de Glommus, Tanu se adelantó él solo para comprobar el aire.

Volvió e informó de que se podía respirar sin problema y de que no había visto ni rastro de Gavin.

—Podría ser buena idea saquear nosotros mismos el cuerpo del dragón —añadió Tanu—. Podríamos empapar nuestras armas con sustancias sedantes, y además sería una oportunidad única en la vida de obtener ingredientes para pociones.

—Debemos darnos prisa —señaló Trask—, pero aliñar nuestras armas podría resultarnos de lo más provechoso. Mara, ven conmigo y con Tanu.

Mientras aguardaban en el exterior de la gruta, Kendra vio que Gavin regresaba hacia donde estaban ellos con una leve cojera. Ella lanzó un grito agudo de alivio, corrió hacia él y Gavin la estrechó entre sus brazos. Estaba calado hasta los huesos, tenía la ropa destrozada y sangraba por varios cortes y arañazos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Kendra, retirándose un poco.

—Acabé con ella —dijo Gavin con una tímida sonrisa—. Encontré en el cuello de Glommus una g-glándula en la que mojé mi lanza y unos cuantos bodoques. ¿Recuerdas cuando Trask atinó en uno de los ojos de la cabeza amarillenta? Pues yo le perforé el otro con un bodoque envenenado. Las cabezas se pusieron a retorcerse, y conseguí clavarles varias veces la lanza.

—Estás herido —dijo Kendra.

—Cuando Hespera sucumbía, un par de cabezas me atacaron —dijo Gavin restándole importancia—. Nada grave. Ningún corte profundo, ningún hueso roto, al menos de momento. Está debajo del agua. Deberíamos darnos prisa.

Trask, Mara y Tanu salieron al poco rato de la gruta. Gavin les contó lo que había sucedido mientras regresaban todos a paso ligero a la laguna. Trask pidió a los demás que esperasen unos instantes, mientras Gavin y él pasaban por el angosto desfiladero para echar un vistazo a la laguna negra. Volvieron enseguida. A continuación, todo el grupo pasó a toda prisa por el pasadizo y empezaron la travesía por la cornisa de dos en dos, dejando cierta distancia entre un grupito y el siguiente.

Kendra caminaba a toda velocidad, como si esperara en cualquier momento ver emerger de las profundidades a las cabezas dando alaridos, pero las turbias aguas del lago permanecieron inmóviles todo el tiempo. Tras dejar atrás a la hidra herida, treparon por la soga llena de nudos y salieron a la carrera entre los enormes dragones de piedra. Fuera estaba atardeciendo. Nubes de libélulas revoloteaban junto a las pozas llenas de juncos.

—¿Y ahora qué? —preguntó Kendra.

—Ahora nos vamos sin perder un segundo hasta nuestro siguiente punto de encuentro —dijo Trask, sin bajar el ritmo de la marcha—. Tardaremos una hora. Desde allí los grifos nos trasladarán al palacio de Thronis. El gigante nos dio su palabra de ayudarnos y no puede mentir. Pasaremos la noche en su mansión y después planearemos cómo salir de Wyrmroost. A lo mejor algunos de sus grifos pueden adelantarse para ver si Navarog está en las puertas.

Avanzaron en fila india siguiendo una ruta inexplorada que pasaba entre unas altas coníferas.

Nadie decía nada. Rodeados por aquel bosque silencioso salvo por alguna que otra ráfaga de brisa que susurraba entre las ramas, Kendra suponía que ninguno deseaba gafar la escapada interrumpiendo el silencio. Habían salido con vida del templo del Dragón. Tenían la llave y las estatuillas. Ahora solo faltaba poder llegar hasta los grifos sin llamar la atención de ningún depredador que estuviese paseándose por esa zona de Wyrmroost.

En un momento dado, Mara les hizo detenerse y agacharse lo más pegados al suelo, pues vio a un dragón que surcaba el cielo en las alturas. La criatura no dio muestras de haberlos descubierto y enseguida desapareció de su vista.

A medida que ascendían por la ladera de una loma rocosa, los árboles fueron escaseando.

Aproximadamente a medio camino de la larga pendiente, Trask congregó al grupo debajo de un saliente.

—Nuestros grifos deberían estar esperándonos justo al otro lado de esta fina loma —explicó Mara.

Trask asintió.

—Cruzaré primero con Gavin. Si el camino está despejado, silbaré.

Kendra y los demás se agazaparon debajo del saliente y escucharon en silencio el sonido de las rocas chasqueando y moviéndose mientras Trask y Gavin ascendían a la loma. No mucho rato después de que hubieran pasado la cima se oyeron dos silbidos seguidos. Mara se puso a la cabeza del resto del grupo y juntos treparon por la pendiente llena de piedras. Mientras Kendra subía con cuidado por aquel terreno de piedras sueltas comprendió mejor por qué Trask y Gavin habían hecho tanto ruido al trepar. Daba igual cómo pisara, que las piedras se desprendían y bajaban rodando.

Cerca de la cima de la loma, fina como una hoja de cuchillo, Kendra oyó un aleteo. Un ástrid se posó en una proyección rocosa cerca de la cresta de la loma y unas palabras penetraron en su cerebro. «Esto es una emboscada. Hay dos dragones al acecho. ¡Corred!».

Mara observó cautelosa el rostro humano e inexpresivo de aquel búho dorado y colocó la lanza en posición de ataque.

—¿Qué quiere ese bicho? —preguntó.

—Nos está avisando —contestó la chica, apoyando la mano en la lanza para que se calmara. Kendra miró atentamente el ástrid—. ¿Estás seguro?

«¡Corred! Atacarán de un momento a otro. Avisa a tus amigos». El ástrid alzó el vuelo.

—¡Es una trampa! —chilló Kendra. Corrió a toda prisa hasta lo alto de la loma para asomarse y vio desde allí a Gavin y a Trask descendiendo por el otro lado. Al oírla gritar se habían dado la vuelta hacia ella. Varios grifos emergieron de entre los árboles que había más abajo, incluido uno a lomos del cual cabalgaba el enano—. ¡Dragones! ¡Corred! ¡Es una emboscada!

El enano gritó una orden y los grifos alzaron el vuelo. Al mismo tiempo, un par de enormes dragones se elevó por encima de la loma lejana. Uno tenía escamas verdes y un ribete de pinchos alrededor de la angulosa cabeza. El otro era un bicho de color escarlata, con bultos rechonchos en el morro y cola con forma de cachiporra. El dragón rojo pasó volando al ras por encima de los árboles, mientras de sus fauces salía una densa llamarada de fuego que describía volutas en el aire y que hizo arder una larga hilera de pinos. El dragón verde trazó un amplio semicírculo en el aire, virando y ascendiendo desde otro ángulo.

Los grifos se dispersaron. Algunos ganaron altura a duras penas, otros se quedaron cerca del suelo. Volaban a gran velocidad en todas direcciones. El grifo que llevaba al enano agarró a Gavin con una pata y a Trask con la otra. Batiendo furiosamente las alas, el grifo ascendió a lo alto de la loma y depositó a Trask y a Gavin junto a Kendra y los demás.

—Volveremos aquí —prometió el enano, y sus palabras se perdieron al alejarse el grifo que le llevaba a lomos.

Trask agarró a Kendra de un brazo y la llevó por la ladera posterior de la loma, haciendo rodar piedras en su bajada. A poca distancia de la cima le bajó la cabeza para que se agachara y se quedara al resguardo de una roca grande, y a continuación la protegió con su propio cuerpo. Un dragón bramó por encima de sus cabezas. Kendra sintió una oleada de calor cuando una abrasadora descarga de llamas arrasó una zona de guijarros que quedaba a su derecha.

Después de que el dragón les hubiese pasado, un par de grifos aparecieron volando bajo por la ladera a toda velocidad. Seth saltó para esconderse, pero un grifo le agarró y remontó el vuelo con él.

El otro apresó a Tanu. Por encima de ella, a su izquierda, recortado contra el sol del ocaso, Kendra vio al dragón verde, que bajaba en picado por tres grifos, escupiendo fuego; los grifos se dispersaron y maniobraron agresivamente para eludir a aquel depredador más grande que ellos.

El dragón escarlata parecía haberse dedicado a preparar otra nueva pasada terrorífica, pero entonces viró de pronto y se alejó persiguiendo al grifo que se llevaba a Tanu. El grifo bajó a refugiarse entre los árboles, justo cuando el dragón soltaba un chorro de fuego abrasador. Debajo de sus amplias alas rojas, el bosque se incendió.

—A la bolsa —ordenó Trask, cogiendo la mochila de manos de Kendra. Justo cuando ella se metía, un grifo chamuscado al que le faltaba un ala se estrelló contra las rocas a menos de veinte metros de ellos, más abajo. Kendra descendió los travesaños a toda prisa.

Warren estaba tendido de lado, apoyado en un codo.

—¿Qué pasa ahora?

—Había unos dragones esperándonos cuando fuimos al encuentro de los grifos —dijo Kendra, sin poder apartar los ojos de su nuevo vendaje—. ¿Qué tal tienes el brazo?

—Fatal, igual que el resto del cuerpo. Por lo menos, Tanu me lo entablilló y me dio analgésicos. ¿Conseguiremos salir de esta?

—Ya veremos.

Desde dentro de la bodega, la batalla parecía muy lejana. Kendra oyó los chillidos de los grifos y los rugidos de los dragones, pero aparte de eso el almacén permanecía en calma.

Dougan bajó por la escala a toda velocidad, seguido por Gavin. Un instante después entró Mara, pero sin bajar de los travesaños superiores.

—Trask ha encontrado un grifo —los informó. Mara asomó la cabeza por la abertura de la mochila—. Estamos volando.

Gavin se acercó con disimulo a Kendra.

—¿Cómo estás?

—No lo sé.

—Todo irá bien. —La cogió de la mano y se la apretó suavemente para tranquilizarla.

—El dragón verde viene detrás de nosotros —los informó Mara desde arriba—. Gana altura. Ahora viramos. Ahora bajamos en picado. ¡Estamos muy cerca del precipicio! Creo que deberíamos… —Se estremeció, hundió la cabeza entre los hombros y, al cabo de unos segundos, se asomó otra vez a mirar—. No, lo hemos conseguido. ¡Este grifo sí que sabe volar!

Sin apartar los ojos de Mara, Kendra y los demás veían que el viento le agitaba la larga melena azabache.

—Descendemos —informó—. Ahora remontamos. Creo que sé adónde nos dirigimos. Ahora estamos patas arriba. Ahora rodamos. Subimos. Oh, no. No, no, no. ¡No! ¡Trask se ha caído! ¡Caemos todos! —Tiró de la tapa para cerrar la mochila, agachando la cabeza, y se aferró con fuerza a los travesaños.

Todos oyeron el sonido del impacto de la mochila al chocar contra el suelo. Mara subió y salió de la habitación. Gavin empuñó una espada y la siguió, y a continuación salió Dougan. Kendra escaló por los barrotes.

—Podrías esperar aquí —sugirió Warren.

—Tengo que ir a ver —respondió Kendra.

Salió a una larga cornisa, cerca del filo de un alto precipicio. Detrás de ella se elevaba la pared vertical de otro acantilado. Por encima de ella, el dragón verde planeaba por el cielo persiguiendo a otros grifos. El dragón rojo seguía a un grifo lejano que volaba en dirección a Risco Borrascoso. Mara, Gavin y Dougan miraban hacia el cielo.

—¿Qué le ha pasado a Trask? —preguntó Kendra.

—Está bajando —dijo Gavin, señalando algo.

Kendra tardó unos segundos en divisar la fantasmagórica silueta de Trask, que descendía lentamente hacia ellos; su cuerpo convertido en una masa de vapor que giraba como un remolino.

—¡Se ha tomado una poción gaseosa! —exclamó Kendra con alivio.

Trask les hizo señas para que siguieran adelante.

—Quiere que vayamos hacia la grieta del Paso De Lado —dijo Mara.

—¿A qué distancia queda? —preguntó Dougan.

—No está lejos de aquí —respondió Mara, cogiendo ya la mochila—. Creo que el grifo estaba tratando de llevarnos allí. Un grifo cabría hasta mucho más adentro de la grieta que un dragón. Y una persona podría meterse mucho más que un grifo y que un dragón. La grieta es nuestra mejor oportunidad. Allí dentro deberíamos estar relativamente a salvo.

Iniciaron el camino a marcha rápida por aquel pedregal.

—¿Y Trask? —preguntó Kendra.

—Intentará esconderse —dijo Dougan—. Al volverse gaseoso ha evitado la caída, pero ahora no puede moverse muy rápido. Tenemos que dejarle. Nuestra presencia solo serviría para atraer más atención hacia él.

—Trask encontrará un lugar donde esconderse —dijo Gavin—. Sabe que tenemos que llegar a la grieta. Mara y él tienen razón: los dragones no deberían poder alcanzarnos allí dentro.

Sin prestar atención ya al traicionero terreno, Kendra echó a correr por la cornisa. El dragón verde estaba siempre a la vista cada vez que ella miraba atrás, pero parecía concentrado en perseguir grifos.

Le sorprendió que el dragón no bajase por ellos para aniquilarlos. En la cornisa eran presa fácil. A lo mejor el dragón no se había fijado en el grupo.

—La grieta debería estar al otro lado de esta curva —anunció Mara.

—Aquí viene —avisó Gavin.

Alzando la vista, Kendra vio al dragón remontando el vuelo justo delante de ellos, todavía a una buena distancia. Apretaron el paso y corrieron a toda prisa.

—¿Deberíamos meter a Kendra en la mochila? —preguntó Dougan.

—Ahora no tenemos tiempo que perder —replicó Gavin—. Hemos de llegar a la grieta.

Mara se distanció de ellos; parecía que podía correr tanto como una estrella de atletismo. Pero al doblar por el recodo, se detuvo en seco. Cuando Kendra y los demás llegaron hasta ella, entendieron por qué.

Un dragón enorme cortaba el paso a la grieta del Paso De Lado. Tenía la panza blanquecina como la nata y unas escamas amarillas y con hoyuelos; su textura parecía casi la del linóleo. Un par de astas ahorquilladas coronaban su cabeza alargada. El morro tenía forma de pico y se abría y cerraba produciendo unos chasquidos que no presagiaban nada bueno.

Kendra notó que el terror que emanaba del dragón se apoderaba de ella. Se le contrajeron los músculos. A su lado, Dougan también se había quedado paralizado. Mara miró hacia atrás, al dragón verde, y luego hacia delante, al amarillo, y sus ojos reflejaron puro pánico. Estaban acorralados. Gavin emitió un violento alarido en el idioma de los dragones. El dragón replicó con una respuesta cortante y empezó a acercarse a ellos sigilosamente como un gato a punto de apresar a un ratón. La gigantesca criatura no parecía interesada en lo que Gavin quería decirle. La desesperación se adueñó de Kendra.

Habían entrado sin permiso en el templo del Dragón y ahora pagarían el precio.

Kendra ordenó a sus músculos que se movieran, pero estos parecían negarse. ¡Qué modo tan triste de morir! Acorralados por unos dragones, después de haber soportado tantas calamidades. Por lo menos Seth podría escapar, tal vez. Y Tanu. A lo mejor los dragones no echaban un vistazo al interior de la mochila y Warren podría salir con vida también. Con suerte, Trask flotaría en silencio hasta algún lugar seguro.

El dragón amarillo casi había llegado hasta ellos. El verde debía de andar cerca. Kendra quería cerrar los ojos, pero sus párpados se negaban a colaborar. Aunque el cuerpo no se le movía, tenía la sensación de estar temblando por dentro de puro terror.

Gavin arrojó a un lado su lanza y echó a correr, arremetiendo directamente contra el dragón amarillo. Ella no quería ver cómo la criatura despedazaba a su amigo, pero su cabeza se negaba a moverse.

Y entonces Gavin se transformó. El cambio no fue paulatino. De repente se hinchó, triplicando en un abrir y cerrar de ojos su tamaño, una y otra vez, y le crecieron unas alas y una cola, cuernos y garras, hasta transformarse en un dragón negro inmenso, dejando bruscamente a su amarillo oponente convertido en un enano. El collar de plata se ensanchó, de modo que permaneció en su sitio alrededor de su cuello cubierto de escamas.

Un cegador holocausto de fuego líquido brotó de las fauces del dragón negro, propulsando al dragón amarillo por el borde de la cornisa y bañando todo el lugar con un calor abrasador. Extendió las alas y se volvió dando un salto para enfrentarse al dragón verde que sobrevolaba en lo alto. El dragón verde escupió fuego a Gavin, pero el chorro que este le escupió a cambio parecía más bien oro derretido que una llama en sí. El dragón verde viró para esquivarlo. El dragón negro regresó y se posó en la cornisa, cosa que hizo que unas cuantas rocas se desprendieran bajo su tremendo peso.

Kendra seguía sin poder moverse. ¿De verdad ese era Gavin? ¡Era gigantesco! Una armadura de escamas negras y grasientas le cubría los costados y la espalda, y su vientre parecía sembrado de gemas negras. Unas crueles púas le sobresalían de la cola inmensa y le recorrían el espinazo. Sus garras eran curvas cual guadañas gigantes y sus ojos feroces ardían como si estuviesen hechos de magma. Su amigo no era un hermano de los dragones. ¡Era un dragón!

Kendra vio que el dragón amarillo subía por el otro extremo del cañón. La criatura tenía un lateral renegrido, y el ala del otro lado parecía maltrecha, pero aun así volaba. Se ladeó para dirigirse hacia ellos. El dragón verde también parecía estar virando en el aire. El dragón negro observó a los dos adversarios que regresaban hacia él, y entonces arqueó su enorme cabeza hacia abajo y se tragó a Dougan de un solo bocado.

Sin poder dar crédito a sus ojos, Kendra lanzó un grito pese a tener los labios petrificados.

Mara lanzó la mochila a Kendra. Le golpeó un hombro y cayó al suelo.

El dragón negro propinó un zarpazo a Mara con una de las patas delanteras; la mujer no logró esquivar el golpe y cayó rodando por la cornisa hasta despeñarse por el borde. Con la otra pata delantera trató de alcanzar a Kendra, y le produjo un corte limpio en el pecho con su garra afilada como una cuchilla. La chica cayó de espaldas. El dragón desplegó las alas y saltó para entablar combate con los adversarios que se le venían encima.

Aturdida y con los rugidos de los dragones atronando en sus oídos, Kendra examinó el corte de su camisa. Debajo de la tela desgarrada, el peto de armadura que Seth le había dado permanecía intacto.

La cabeza le daba vueltas, tratando de entender lo que había sucedido. Su respiración se tornó rápida y superficial. No solo Gavin era ahora un dragón, sino que se había vuelto contra sus propios amigos y los había atacado. ¡Se había comido a Dougan y había matado a Mara!

Al tocar el peto de adamantita con los dedos, Kendra se dio cuenta de que ya podía moverse.

Cuando Gavin hubo alzado el vuelo, el terror dragontino se había debilitado. Mientras los dragones se enzarzaban en su encarnizaba lucha, la chica se incorporó. A su lado estaba la mochila. Y en esos momentos nadie vigilaba la grieta del Paso De Lado.

Temblando por la descarga de adrenalina, asió la mochila, se la colgó de un hombro y corrió hacia la grieta, evitando las hondonadas en las que se habían formado charcos de borboteante oro líquido.

La grieta de la montaña estaba delante de ella, inmensa; entonces, echó la vista hacia arriba, a su espalda, para escudriñar el cielo, donde los dos dragones luchaban contra Gavin. El sol acababa de ponerse. Chorros de llamas iluminaban el cielo del crepúsculo. Los oponentes de Gavin se mantenían distanciados entre sí. Tanto si Gavin se giraba hacia un lado como si lo hacia el otro, sus oponentes lograban ponerse por turnos detrás de él para intentar abrasarlo. Kendra se quedó unos instantes delante de la entrada de la grieta del Paso De Lado, obnubilada ante aquella mortífera danza. Los dragones se desplazaban por el aire a una gran velocidad.

Mientras se desarrollaba aquel combate aéreo, los dragones contrincantes fueron distanciándose cada vez más de donde estaba. Pero Kendra sabía que en cualquier momento podrían tirarse en picado hacia ella. Dio la espalda a la batalla y se metió a toda prisa por la grieta. El pasadizo enseguida se hizo demasiado angosto como para que cupiera cualquiera de los dragones, pero como quería asegurarse de estar lejos del alcance de su aliento, Kendra siguió internándose, mientras se recordaba a sí misma que no debía adentrarse, no fuera a ser que las fieras pudiesen alcanzarla por el otro lado.

Kendra avanzó con un dedo pegado a la pared, hasta que tuvo la sensación de haberse metido lo suficiente. Dejó la mochila en el suelo, levantó la tapa y descendió por la escalerilla.

—He oído un barullo tremendo —dijo Warren.

—Gavin es un dragón —logró articular Kendra con la voz entrecortada. Se dejó caer al suelo cuando aún le quedaban unos cuantos travesaños por bajar y cayó a cuatro patas.

—¿Qué?

—Es un dragón negro enorme. Se ha comido a Dougan. Y ha matado a Mara. —Mientras decía estas palabras, Kendra tuvo la impresión de estar escuchándolas en lugar de pronunciándolas. ¿Cómo era posible que fuesen ciertas?—. Ha intentado matarme a mí. Me dio un zarpazo en el pecho antes de alzar el vuelo para pelear contra otros dos dragones. El peto de armadura que llevo debajo de la ropa me ha salvado. —A la luz de la linterna eléctrica de Warren, Kendra empezó a rebuscar algo entre el equipamiento.

—No me lo puedo creer —murmuró Warren.

—Créetelo —dijo ella, probando una linterna. Funcionaba—. Estamos dentro de la grieta del Paso De Lado, los dos solos. Es posible que Seth y Tanu hayan logrado escapar con los grifos. Dejamos a Trask atrás. En estado gaseoso. —Cogió una vara primitiva que estaba rematada con unas sonajas.

—¿La vara de la lluvia de Meseta Perdida? —preguntó Warren.

—Necesitamos que haga mal tiempo —dijo Kendra—. ¿Quién sabe cuánto tiempo estará Gavin ahí fuera luchando contra otros dragones? ¿Quién sabe cuántos más podrían presentarse? Voy a agitar esta vara hasta que tengamos la tormenta más fuerte que haya habido nunca en Wyrmroost. —Kendra cruzó la bodega en dirección a la escala de travesaños empotrados en la pared—. Volveré.

—¿Por qué no la agitas estando aquí dentro? —preguntó Warren.

—No estoy segura de si al agitar la vara aquí dentro surtirá efecto allá arriba —dijo Kendra—. Ya me preocupa bastante que tal vez Thronis pueda anular la tormenta que yo concite.

—Buena suerte —dijo Warren—. Al menor signo de problemas, esconde la mochila y vuelve aquí abajo.

—Hecho —dijo Kendra, que estaba ya en el travesaño más alto.

Salió de la mochila contorsionándose, encendió la linterna y se puso a agitar la vara con todas sus fuerzas. Fuera, había hecho un día relativamente templado, con algo de viento suave y unas pocas nubes nada amenazantes en el cielo. No tenía ni idea de cuánto tiempo haría falta que agitase la vara para conjurar una gran tormenta, en especial si Thronis oponía alguna resistencia. Tal vez no diese resultado antes de que Gavin u otro enemigo viniese por ella. Tal vez no diese ningún resultado en absoluto. Pero estaba harta de esconderse, cansada de tener miedo. Aquello era mucho mejor que quedarse temblando dentro de la mochila.