25
Matanzas
Kendra creyó oír una voz confusa a lo lejos. Las palabras no tenían sentido, pero quien hablaba parecía insistente. Deseó que se marchase. Se sentía cansadísima.
Empezó a registrar una palabra. Quien le hablaba repetía su nombre sin cesar. Empezó a percibir un olor intenso, punzante. Sus ojos comenzaron a lagrimear y la voz ganó nitidez. Alguien estaba abofeteándola suavemente.
Se le abrieron los ojos y se incorporó con una sacudida. Tanu la sostuvo para que no se cayera.
Notaba un escozor fortísimo en la nariz, que le chorreaba líquido, y se la limpió con la manga.
Tanu retiró de debajo de su nariz un frasquito y lo tapó.
—¿Qué es eso? —preguntó ella.
—Algo así como sales volátiles —explicó Tanu.
Kendra miró en derredor. Estaban a solas en un barranco en penumbra. Se le escapaba un detalle…
—¡El dragón! —exclamó.
Tanu le mandó callar.
—Está todo bien. Lo maté.
Lo último que recordaba era que Gavin había tratado de meterla en la mochila a la fuerza. Se había quedado coja, había perdido el contacto con él y un sueño carente de contenido se había apoderado de ella.
—¿Y los demás? —preguntó Kendra.
—Siguen tiesos —respondió Tanu—. Te arrastré para apartarte bien de los vapores, pero aun así me ha costado casi veinte minutos despertarte.
—¿El dragón nos drogó?
—Una especie de gas somnífero. Una sustancia potente. Me puse alerta cuando Tanu y Seth cayeron en un profundo sueño los dos, en pleno día.
—¿Tanu se durmió? Pero si tú eres…
Tanu negó con la cabeza.
—Soy Vanessa.
Sobresaltada, Kendra se apartó por puro instinto.
Tanu levantó las palmas de las manos con gesto inocente.
—Da gracias de que viniese. Ese dragón os habría matado a todos. ¿Dónde estamos?
Kendra dudó.
—Probablemente será mejor que no te diga nada. Por si acaso. ¿Cómo mataste al dragón?
Tanu sonrió.
—Cuando están dormidos, puedo sentir a todas las personas a las que he mordido alguna vez en mi vida. Como te decía, me resultó curioso que Tanu y Seth hubiesen perdido el conocimiento de un modo tan poco normal, por lo que me hice con el control de Tanu y estudié el panorama con los ojos entrecerrados. En un primer momento se trataba solo de indagar una corazonada, pero en cuanto atisbé a Dougan tendido en el suelo a mi lado, totalmente despatarrado, supe que algo andaba muy mal. Una bruma fina cubría el aire; vi a un dragón olisqueando el lugar. Jamás me catalogaría a mí misma de domadora de dragones, pero he estado en presencia de alguno y he mantenido la lucidez. Me asaltó el miedo, un pavor intenso e irracional, pero el dragón no se había fijado en mí y me las arreglé para resistirme.
»Reparé en una espada que había a mi vera, en el suelo. Siempre he sido de ayuda cuando he tenido una espada en la mano. Cuando la enorme cabeza se acercó para olisquearnos a Dougan y a mí, me incorporé y le corté el pescuezo. Imagina mi sorpresa cuando la hoja de la espada se le clavó hasta la empuñadura, partiéndole la capa de escamas como si fuesen de cartulina. ¡Jamás había empuñado semejante arma!
»Mi ataque pilló desprevenido al dragón. Me puse en pie y, después de sajarle con un golpe de vuelta, dejé a la bestia prácticamente decapitada. El dragón dio media vuelta para irse, vomitando una niebla dulzona y sangrando profusamente. Se retiró a una lúgubre gruta y murió. Yo entré detrás de él para verificar su muerte y terminé de separarle la cabeza del tronco.
—Has matado a un dragón —dijo Kendra, maravillada.
Tanu rio. Puede que la voz fuese la del samoano, pero la risa pertenecía sin duda a Vanessa.
—Supongo que sí. —Se hacía extraño oír a Tanu con las inflexiones de voz de Vanessa—. Debo de ser la única matadragones viva. Pero no es como para presumir. Me vino dado. No es habitual encontrarse con el cuello expuesto de un dragón moviéndose lentamente por encima de tu cabeza. Y ahí estaba yo, con una espada afilada en mi mano. A la bestia no se le había ocurrido pensar que ninguno de nosotros podíamos estar conscientes. Estaba tomándose su tiempo tranquilamente.
—¿Te ayudo a traer a los demás? —preguntó Kendra.
—No. El gas somnífero sigue flotando intensamente en el aire. Tendré que traerlos yo misma. Puedes esperarme aquí y ayudarme luego a despertarlos. —Tanu pasó a Kendra el frasquito que la había ayudado a espabilarla a ella. Echó la cabeza hacia atrás para observar con atención el alto techo—. Esta no es una simple guarida de dragón. ¿Dónde nos encontramos? Si no lo sé, corro un grave peligro.
—¿En qué lado del cañón estaba la gruta del dragón? —preguntó Kendra.
—En ese —dijo Tanu señalando—. Ahí detrás.
La respuesta ayudó a Kendra a orientarse.
—Detrás de la gruta del dragón hay una hidra. Y en algún lugar un poco más adelante aguarda un guardián desconocido.
Tanu arrugó las cejas.
—¿Esto es un templo de dragón? ¿En qué lío os habéis metido?
—Es una larga historia —dijo Kendra.
—Estoy segura de que tenéis vuestros motivos —murmuró Tanu—. Mira, iré por el resto del grupo. Y más te valdrá hablar bien de mí a tus abuelos cuando vuelvas a casa.
—¿Están lejos… los otros? —preguntó Kendra.
—A bastante distancia. La bruma se ha dispersado mucho.
—Hay una mochila mágica. Dentro hay una bodega. Si tienes suficiente fuerza como para meter personas dentro de ese espacio, podrías tardar menos. O quizá no.
—Gracias por la idea. Volveré.
Kendra se quedó sola y trató de reunir valor. Habían sobrevivido a un dragón. A lo mejor lograban salir del templo. Quitó el tapón del frasquito y probó a olerlo rápidamente, tras lo cual notó que una picante mezcla de olores le hacía derramar unas lágrimas. Sintió un regusto metálico en el paladar.
Estaba justo empezando a preguntarse por qué tardaban tanto, cuando oyó que Tanu regresaba. Arrastró a Trask hasta ella y lo tendió boca arriba. Llevaba la mochila al hombro.
—¿Hay alguien en la bolsa? —preguntó Kendra.
—Mara, Gavin, Seth y Warren —respondió Tanu.
—¿Warren también estaba dormido?
—Y gravemente herido. Lo encontré hecho un ovillo al pie de la escala.
—Estaba herido de antes —dijo Kendra—. Se encontraba en el interior de la mochila cuando el dragón nos durmió. Debió de tratar de subir para echarnos una mano.
—Al tratar de salir, el gas somnífero le dejó inconsciente y cayó de la escala —terminó Tanu por ella—. Le está bien empleado. Warren siempre ha sido un gallito. No pienso subir a pulso a ninguno de ellos por esa escala.
—Está bien —dijo Kendra—. Bajaré yo a despertarlos.
—Voy por Dougan. Pesaba demasiado como para meterlo en la mochila. Cuando hayamos terminado, dejaré de controlar a Tanu y podréis despertarle a él también.
Tanu se marchó.
Kendra se agachó junto a Trask, destapó el frasquito y lo movió debajo de su nariz. Recordó que la primera palabra que había registrado era su propio nombre.
—Trask —dijo—. Trask, despierta. Estamos en el templo, Trask. Tienes que levantarte. Trask. Vamos, Trask.
Ni se inmutó. Kendra se acercó el frasco para olerlo un segundo. Al instante sus ojos se llenaron de lágrimas y le abrasaron las fosas nasales. ¿Cómo podía Trask seguir dormido mientras experimentaba esas sensaciones? Enjugándose las lágrimas, volvió a acercar la boca del frasco a la nariz de él. Trask no mostró ninguna reacción.
—¡Trask! Vamos, Trask, levanta. ¡Trask, dragones! ¡Deprisa, Trask, despiértate! —Le empujó la mejilla con los dedos. Le abrió un párpado, pero lo único que consiguió fue ver cómo volvía a cerrársele lánguidamente. Le zarandeó. Gritó. No respondía a nada.
Kendra siguió hablando y gritando con persistencia. Cuando Tanu regresó con Dougan, Trask aún no se había inmutado.
—¿Hay algún truco para esto? —preguntó Kendra.
—Yo tardé mis buenos veinte minutos en despertarte —dijo Tanu—. El tiempo transcurrido lejos de los vapores debe de formar parte de la ecuación. En cuanto consigas que Trask se despierte, estoy segura de que los demás se despertarán más rápido.
—¿Cómo sabías qué poción tenías que utilizar? —preguntó Kendra—. ¿Puedes leerle la mente a Tanu?
Tanu negó con la cabeza.
—Ensayo y error. Sabía que debía de tener algún compuesto similar a las sales volátiles.
Kendra acercó el frasco a la nariz de Trask.
—Despierta, Trask. Vamos, espabila, tenemos que luchar con unos dragones. ¿Trask? ¿Trask? —Le sacudió el hombro.
—Esperaré a que Trask se despierte para liberar a Tanu —dijo Tanu—. No quiero dejarte aquí sola.
—Gracias, Vanessa. Lo aprecio muchísimo.
—No te olvides de hablarles bien de mí a tus abuelos.
—Lo haré —prometió Kendra—. Si es que alguna vez logramos salir de aquí. —Volvió a intentar despertar a Trask.
Kendra no tenía modo de saber cuánto tiempo necesitó Trask para empezar a despertar. A ella le pareció que habían pasado más de veinte minutos. Por fin, el hombre empezó a gemir y a medio musitar mientras ella le zarandeaba. Al poco rato abrió los ojos. Kendra, que tenía la mano puesta en su hombro, notó que su amigo se tensaba.
—¿Qué ha pasado? —preguntó él.
Kendra se lo explicó. Cuando hubo acabado, Trask ya estaba en pie.
—Vanessa Santoro —dijo él de mala gana, estrechándole la mano a Tanu—. Estamos en deuda contigo.
—Lo crea o no, en estos momentos yo estoy de su lado, de verdad —respondió Tanu—. Ahora que está despierto, teniente, será mejor que les devuelva a su maestro de pociones. Estaré atenta. Si alguno vuelve a dormirse de un modo antinatural, volveré. —Tanu se reclinó en el suelo—. No deberíais tener problemas para despertar a los que están dentro de la mochila. Dejadme a mí y a Dougan para el final. Adiós, Kendra.
—Adiós.
Tanu cerró los ojos, su cuerpo se distendió y se sumió en un sueño profundo.
Trask hizo guardia mientras Kendra bajaba a la bodega. Tardó solo unos minutos en despertar a Seth. Gavin y Mara despertaron aún más deprisa. Warren se incorporó por sí mismo. Resultó que la caída le había roto los dos huesos del antebrazo. Los demás le ayudaron cuidadosamente a volver a su lugar de reposo.
Cuando todos los que estaban en la bodega hubieron comprendido qué había sucedido, Kendra subió en primer lugar por la escala. Entonces empleó el penetrante aroma del frasquito para despertar a Dougan y, finalmente, a Tanu. El samoano lucía una sonrisa de oreja a oreja cuando terminaron de resumirle lo que había ocurrido.
—Glommus era un dragón viejo y estaba ciego —explicó Gavin—. Había oído hablar de él. Era un ejemplar de fama reputada. En verdad, era único en su especie. Cuando comprendí a quién nos estábamos enfrentando, supe que teníamos problemas. C-c-c-con su aliento es capaz de dormir a cualquier criatura, ¡incluso a otros dragones!
—No sé cómo conseguí abrir una granada de humo antes de dormirme —dijo Tanu.
—Eso explica por qué Glommus tuvo que acercarse tanto para olisquearnos —dijo Gavin—, hemos tenido realmente mucha suerte. Sin la ayuda de esa narcoblix, hubiésemos sido pasto para ese dragón.
—Ya sé que el mérito es de Vanessa —dijo Tanu, conteniendo una sonrisa—, pero me gusta pensar que yo vencí a un dragón. O al menos mi cuerpo.
—Menos mal que tenías una de las espadas de filo de adamantita —observó Seth.
—Todavía no hemos salido del atolladero —les recordó Trask—. Aún nos queda otro guardián más, y la hidra nos espera a la vuelta. Hemos superado un obstáculo muy grande, pero ahora debemos volver a concentrarnos.
Se pusieron a recoger y organizar el equipo. Tanu bajó a la mochila para comprobar cómo se encontraba Warren y averiguar si necesitaba alguna atención más.
Seth se acercó a Kendra.
—¿Por qué crees que Vanessa eligió a Tanu y no a mí?
—¿Tú habrías querido que te escogiese a ti? —quiso saber Kendra.
—Bueno, habría sido una especie de matadragones.
—Mira, no creo que Vanessa pretendiera ofenderte. Ella ya había controlado a Tanu en otra ocasión. Además, Tanu es más corpulento.
Seth parecía alicaído.
—A mí también me mordió.
Kendra puso los ojos en blanco.
—Alegra esa cara. Vale que no has matado ningún dragón, pero has podido ver alguno. Y, quién sabe, ¡a lo mejor todavía te puede devorar un bicho de esos!
—Me alegro de haber visto dragones —reconoció.
Kendra resopló.
—¿De verdad te alegras? ¿En serio? A mí me pone los pelos de punta. Estuvimos a punto de perder la vida.
—No me malinterpretes. No pretendo fingir que no estaba muerto de miedo yo también. Pensé que había llegado el fin. Pero si los dragones no diesen miedo, serían… una decepción.
Kendra le dio unas palmaditas en el hombro.
—No sufras. Seguro que aún tenemos por delante un montón de cosas espeluznantes. Todavía incluso es posible que no sobrevivamos.
Trask llegó a la conclusión de que el grupo había ido demasiado junto cuando Glommus les había atacado, por lo que al reanudar la marcha decidió espaciarlos un poco entre sí. Gavin y él se pusieron en cabeza. Mara y Tanu iban en segundo lugar, a unos cincuenta metros. Kendra, Seth, Mendigo y Dougan cerraban la marcha, a otros cincuenta metros.
Recorrieron un trecho larguísimo que, en general, trazaba una suave pendiente ascendente. El cañón se estrechaba y volvía a ensancharse. Se hacía profundo y volvía a hacerse más llano.
Y dejaron atrás unas cuantas curvas y recodos.
Kendra escudriñaba cada sombra, temiendo encontrar otra gruta o ramal con un dragón escondido dentro. Delante, Trask y Gavin registraban las paredes de la quebrada alumbrando hacia arriba y hacia abajo con sus potentes linternas. Kendra se mantenía preparada por si se producía algún desastre en cualquier momento. Sabía que, tarde o temprano, Trask y Gavin se verían envueltos en un infierno atroz.
Trató de adivinar qué sería el último guardián. ¿Otro dragón? ¿Un gigante? ¿Un demonio gigantesco como Bahumat? ¿Alguna otra criatura más mortífera, de la que nunca hubieran oído hablar? Las posibilidades eran infinitas.
Al doblar por otra revuelta vieron delante de ellos unos escalones. Eran de piedra y de color beis.
Iban de una punta a otra del cañón, y subían hasta una estructura con columnas. Unas estatuas de dragones de bronce flanqueaban la parte superior de la escalinata. La inmensa construcción carecía de portada y era lo suficientemente grande como para que cupiesen dentro dragones o gigantes.
Trask y Gavin aguardaron a que el resto del grupo llegase hasta ellos al pie de la anchísima escalinata.
—Parece que hemos llegado al templo —dijo Trask—. Gavin se ha ofrecido voluntario para entrar a echar un vistazo. Se supone que el tercer guardián nos espera ahí adentro.
—¿Va a ir él solo? —preguntó Kendra.
—Yo le seguiré a unos veinte metros de distancia —dijo Trask—. Le cubriré con mi ballesta. Tanu, tú ve detrás de mí. Los demás, aguardad por aquí y esperad mi señal.
Kendra siguió con la mirada a Gavin, que subió por los escalones y desapareció en el interior del siniestro edificio. Trask iba por la mitad de la escalera cuando Gavin volvió corriendo, haciendo señales a Trask para que se retirase. Gavin bajó a toda prisa las escaleras, de dos en dos, y corrió en dirección a Kendra. Ella retrocedió involuntariamente cuando Gavin pasó por delante de la luz que emitía la piedra luminosa más cercana. Su tez había adquirido una tonalidad azulada, casi negra alrededor del cuello y de los labios. Observó a la chica con unos ojos horriblemente inyectados en sangre.
—El cuerno —murmuró, y se derrumbó.
—Está envenenado —dijo Seth, que se metió corriendo en la mochila.
Kendra habría podido abrazar a su hermano por actuar tan velozmente. Se sentó junto a Gavin y le cogió la mano para consolarle. La tenía fría. Sus párpados, ennegrecidos, se habían cerrado. Un fluido mantecoso se filtró por entre los párpados cerrados, como lágrimas viscosas. Empezó a estremecerse y a sufrir espasmos. Cada vez se le notaban más las venas: unas líneas negras por debajo de la piel azulada y pegajosa.
Tanu se arrodilló al lado de la mochila, con la cabeza y un brazo dentro ya de la bodega. Kendra oyó que decía:
—¡Echamelo!
Un momento después, el samoano se acercó a Kendra con el cuerno del unicornio fuertemente asido con una mano. Acercó la punta a la garganta azul negruzca del chico y esperó unos segundos.
Las convulsiones cesaron al instante. Las venas negras se suavizaron y el tono azulado de su tez fue desapareciendo. Gavin tosió y abrió los ojos, y asió con mano sudorosa el cuerno.
—Por poco —dijo casi sin aliento.
—¿Está bien? —preguntó Trask.
—El cuerno purifica —dijo Tanu—. Si era veneno, debería ponerse bien.
—Estoy de maravilla —dijo Gavin, incorporándose—. Era v-v-v-veneno. Estamos en serios apuros.
—¿Qué has visto? —preguntó Trask.
—No mucho. Apenas la vislumbré. No hablé con ella. No tuve tiempo. El veneno me alcanzó enseguida y se extendió a toda velocidad. Pero no necesitaba conversar con ella para saber quién era.
El tercer guardián es Siletta.
—La dragona venenosa —gruñó Tanu.
Gavin asintió con la cabeza.
—No le hizo falta echarme el aliento siquiera. El aire mismo que envuelve el lugar está emponzoñado.
—Nunca había oído hablar de una dragona venenosa —dijo Trask.
—Mucha gente cree que Siletta es simple leyenda —explicó Tanu—. O, en todo caso, que murió hace tiempo. Los fabricantes de pociones malditas fantasean con ella. Es única.
—Venenosa hasta la médula —dijo Gavin—. Una vez hablé con un dragón que la conocía desde tiempos remotos. Su aliento, su carne, su sangre, sus lágrimas, sus excreciones, todo en ella es mortalmente venenoso. ¿Visteis cómo salí? Pues fue producto, solo, de estar en la misma habitación que ella. Todos deberíamos tocar el cuerno. Incluso aquí fuera puede que estemos expuestos.
Se reunieron todos para tocar el cuerno unos segundos con la mano.
—¿Qué hacemos? —preguntó Tanu.
Gavin rio con tristeza.
—Rendirnos. No hay modo de pasar por delante de Siletta. No podríamos imaginar mejor guardiana que ella. Incluso sujetando el cuerno con las manos para protegernos del veneno del ambiente, sigue siendo una dragona, con dientes, garras y un aura de terror. Me vio. Está preparada para enfrentarse a nosotros. Además, ¿quién sabe cuánto tiempo nos protegería el cuerno de unicornio? Todos los artículos mágicos tienen sus limitaciones. Siletta es una fuente viva de los venenos más potentes jamás vistos.
—Estamos atrapados entre una hidra y una dragona venenosa —murmuró Dougan.
—Tenemos que encontrar una solución —dijo Trask—. Podría salir de ahí en cualquier momento.
—Yo me ocuparé de ella —soltó Seth.
—No seas absurdo —replicó Tanu.
El chico puso mala cara por aquel rechazo.
—No soy absurdo. Tengo un plan. Necesitaré a Kendra.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Trask.
—No utilizaremos el cuerno solo para sobrevivir mientras nos enfrentamos a Siletta —dijo Seth—. Lo utilizaremos para matarla.
—¿Y eso cómo? —preguntó Kendra.
—Cuando Graulas me ayudó a conseguir el cuerno, sospeché que lo quería para sí mismo. Pero entonces me contó que sus enfermedades habían pasado a formar parte de él, hasta tal punto que si se curaba probablemente moriría. Si esta dragona tiene sangre y carne venenosas, ¿el cuerno la mataría?
—A lo mejor sí —respondió Gavin, pensativo—. Pero dudo de que el cuerno contenga energía suficiente para contrarrestar tanto veneno. Los unicornios son de una pureza increíble, pero no tenemos un unicornio, tan solo un viejo cuerno. Estarías oponiendo el poder de un cuerno caído contra el poder de una dragona viva.
—Tenemos a Kendra —arguyó Seth—. Ella es como una pila cargada de energía mágica. Si ella coge el cuerno, lo mantendrá cargado. Y, por supuesto, yo tendré que ir con ella para que el terror de la dragona no la paralice.
Los mayores se cruzaron la mirada.
—Podría funcionar —admitió Gavin.
—Son unos críos —objetó Trask.
—Críos o no críos, han hecho ya unas cuantas cosas asombrosas —los defendió Tanu.
—Deja que yo lleve el cuerno —se ofreció Gavin—. Puede ser que tenga potencia suficiente para d-d-d-derrotar a la dragona sin poner en riesgo a Kendra.
—No —dijo la chica, con voz temblorosa—. Si alguien ha de usar el cuerno, esa debo ser yo. Seth tiene razón. No podemos arriesgarnos a que el cuerno se quede sin energía. Solo vamos a tener una oportunidad de hacerlo.
—No pienso tolerar que unos chiquillos se jueguen el cuello por mí —repuso Dougan… Se suponía que ninguno de ellos debía haber estado aquí. Kendra tendría que haberse quedado en el torreón, y Seth tendría que estar en Fablehaven—. No podemos arriesgarnos a perder a Gavin. Le necesitamos como embajador nuestro ante los dragones. Si Tanu puede reforzarme frente al terror dragontino mediante alguna poción, iré yo.
—Dejadme a mí correr el riesgo —dijo Mara—. Soy rápida. Soy hábil. Y soy domadora de dragones.
—¿Y Mendigo? —propuso Tanu—. El veneno no le causará ninguna reacción. Y es increíblemente ágil.
—Mendigo podría venir con nosotros —dijo Seth—. Ya sabéis, como refuerzo. Pero Kendra debe estar ahí para asegurarse de que el cuerno sigue con energía. Todos sabemos que seguramente, si no está ella, el cuerno no tendrá suficiente fuerza. Y yo debo estar ahí para que Kendra pueda hacerlo.
—Lo único que tú quieres es matar un dragón —repuso su hermana.
Seth hizo esfuerzos por reprimir una sonrisa culpable.
—A lo mejor un poquito sí. Pero sobre todo lo que quiero es coger esa llave y volver a casa.
—¿De verdad creéis que podéis conseguirlo? —preguntó Trask, mirando alternativamente a Seth y a Kendra—. La dragona no se va a quedar tan tranquila esperando a que os acerquéis a tocarla. Si su veneno no acaba con vosotros, seguramente os despedazará u os comerá.
—Yo debería llevar una saca de veneno de dragones —dijo Seth—. Por si se me zampa a mí.
Gavin negó con la cabeza.
—Siletta está hecha de veneno. Yo no contaría con que el veneno de dragones vaya a causarle ningún efecto, salvo el de divertirla.
—Podemos lograrlo —dijo Kendra con voz firme—. Daremos órdenes a Mendigo para que, si nosotros fracasamos, coja el cuerno y se lo pegue a la dragona. Es nuestra mejor baza. Yo quiero vivir, y eso significa que debería hacerlo yo. Tengo que ser yo. Por mucho que Seth y yo nos quedemos aquí, esperando mientras otro intenta arreglar el problema, no vamos a estar mucho más a salvo. Todo depende de esta decisión.
—No la pifiaremos —prometió Seth.
—Lo que dicen parece razonable —dijo Trask—. ¿Alguna objeción?
Gavin suspiró.
—Si lo que pretendemos es seguir adelante, esa es nuestra mejor apuesta.
—Si intentamos retroceder, es posible que Siletta venga tras nosotros —los advirtió Mara.
—Son demasiado jóvenes —protestó Dougan débilmente.
—Está bien —dijo Trask—. Hacedlo.
—En lo alto de la escalinata veréis una sala enorme llena de columnas por todas partes —explicó Gavin—. Usad las columnas a modo de obstáculos para que la dragona no pueda abalanzarse sobre vosotros fácilmente. Cuando os decidáis a entrar, id a toda prisa y sin flaquear. No os soltéis de la mano.
—En la mochila llevo unas esposas —dijo Tanu—. ¿Qué os parece si os esposamos?
—Sí —respondieron Seth y Kendra al mismo tiempo.
Tanu bajó a la bodega. Gavin entregó a Kendra el cuerno de unicornio. Trask se acercó a Mendigo y entregó a la marioneta una espada y una linterna.
—Mendigo —empezó a decirle—, entrarás en el templo delante de Kendra y Seth. Tanu te dará cuatro bulbos de humo. Los harás estallar en diferentes puntos de la sala. Mantente en movimiento constantemente, corretea por toda la sala, pero apunta todo el tiempo con la linterna los ojos de la dragona. Cuando sea necesario, utilizarás la espada para defender a Kendra y a Seth. Si los mata o si pierden el cuerno, cogerás el cuerno y lo pegarás al cuerpo de la dragona. ¿Entendido?
Mendigo asintió con la cabeza.
Tanu salió de la mochila.
—Pondremos el cuerno en la mano derecha de Kendra —dijo Tanu, y esposó a la chica por la muñeca derecha a la muñeca izquierda de Seth.
—Para evitar que os envenene, vais a tener que mantener contacto constante con el cuerno y entre vosotros —dijo Gavin. Ajustó el cierre hasta encontrar la medida apropiada.
Seth acabó sujetando el cuerno un poco por encima de la mano de Kendra.
—Tengo libre la mano buena —dijo Seth—. ¿Debería llevar mi espada?
—No —respondió Trask—. Si llegas tan cerca del bicho como para poder usar la espada, es que te hará falta usar el cuerno. Pero podrías llevarte la ballesta.
Gavin le pasó al chico el arma.
—No te distraigas con la ballesta —le advirtió Dougan—. El cuerno lo es todo.
—De acuerdo —asintió Seth.
—Marchaos —dijo Trask.
—Buena suerte —añadió Tanu.
—Vamos —urgió Seth, tirando de Kendra para que echase a andar.
—Tranquilo —se quejó su hermana.
Mendigo echó a correr delante de ellos, llegó a la escalinata y la subió dando saltitos como si tal cosa. Kendra le lanzó una mirada a Seth.
—No te pongas nerviosa —dijo él con una sonrisa—. Por muy grande que sea la dragona, lo único que tenemos que hacer es tocarla.
—Antes de que nos toque ella a nosotros con sus garras o con sus dientes —puntualizó Kendra.
—Correcto. Y más nos vale que el cuerno actúe con rapidez.
Seth notó húmeda la mano de Kendra. ¿Era su propio sudor o el de ella? ¿No sería la pera que el cuerno le resbalase de la mano? Él y su hermana morirían azules, esposados el uno al otro.
Empezaron a subir los grandes escalones. Los dragones de bronce los miraban desde lo alto.
Cuando Kendra y Seth superaron los escalones más altos, la sala apareció ante ellos. Piedras luminosas en las paredes y en el techo proporcionaban una tenue iluminación. Había unas volutas ascendentes de humo en los puntos de la inmensa sala en los que Mendigo había hecho estallar los bulbos. Los flancos izquierdo y derecho de la sala eran bosques de anchas columnas, y en el centro se formaba un espacioso pasillo que terminaba en una puerta, allá a lo lejos.
Al otro lado de la sala, la dragona aguardaba agazapada entre las columnas del flanco izquierdo.
Mendigo correteaba a bastante distancia de Siletta, apuntando con una brillante linterna directamente a la dragona, interrumpido el haz de luz a intervalos cada vez que se cruzaba con una columna. Siletta carecía de escamas visibles; parecía una salamandra gigante de piel traslúcida. Se le veían ramificaciones de venas color azul oscuro, mezcladas con órganos morados y verdes. Su ancha boca, tan grande que podría zamparse un coche, contenía múltiples hileras de dientes finos y blancuzcos, afilados y ligeramente curvos.
De repente, moviéndose a toda velocidad, la dragona reptó hacia Mendigo, contoneando su largo cuerpo. La marioneta esquivó el ataque apartándose con una suerte de pasos de baile.
Solo ahora que Siletta se había desplazado y recibía la luz de una piedra luminosa reparó Kendra en su increíble longitud, y vio que su cuerpo alargado reposaba sobre al menos diez pares de patas.
Seth inició el avance hacia la columna más próxima de la mitad izquierda de la sala.
—Os veo —dijo la dragona entre dientes, con una voz que parecía compuesta de fieros susurros superpuestos—. ¿Habéis enviado vosotros a este ridículo títere para que me incordie?
Kendra negó con la cabeza mirando a Seth, avisándole así para que no respondiese.
—Estamos de vacaciones por aquí —respondió él a voz en cuello—. Estamos dando la vuelta al mundo, visitando los dragones más extraños del planeta. La marioneta nos hace de guía. ¿Cobras porque te saquemos fotos?
Tirando de Kendra, Seth corrió hacia delante hasta otra columna. Mientras cruzaban a toda prisa el espacio abierto, Kendra vio que la dragona reptaba hacia ellos.
—¿Por qué no os asfixiáis? —preguntó Siletta.
—No estamos de humor —respondió Seth—. Nos preguntábamos si podrías indicarnos cómo encontrar a un dragón que se llama Glommus. Lo único que hemos podido encontrar es a un estúpido dragón grandote de color gris con la cabeza cortada.
Siletta les dirigió un gruñido ensordecedor. Una niebla morada llenó el aire. Las partículas se desvanecieron al contacto con la piel de Kendra. Una vez más, su hermano tiró de ella para correr hasta la siguiente columna. Kendra entornó los ojos en medio de aquella neblina morada; apenas distinguía a la dragona, que se hallaba agazapada a solo dos columnas de distancia.
—¿Qué contra hechizo estás usando? —dijo en tono acusador Siletta.
Seth se asomó a mirar desde detrás de la columna, levantó la ballesta y disparó.
La dragona rugió. Pudieron oír que se les acercaba rápidamente. Kendra se asomó por detrás de la columna y vio que, en vez de ir en línea recta por ellos, rodeaba una columna cercana.
Ellos se recolocaron para que su columna quedase entre ellos y la dragona.
—Parad ya —silbó Siletta, con la voz cargada de irritación.
—Dejaremos de escondernos cuando tú dejes de ser venenosa —replicó Seth—. Parece que la única que se resguarda eres tú. Da la cara, para que podamos hacerte una foto y marcharnos a casita.
Oyeron el tintineo de Mendigo cerca, y entonces la enorme cabeza de la dragona salió de detrás de una columna, a no más de tres metros de ellos. Kendra no había oído el menor atisbo de que Siletta se les hubiese acercado sigilosamente. Al parecer, podía moverse sin hacer ruido, cuando le convenía. La enorme boca volvió a abrirse y regurgitó más líquido, como la tinta de un calamar.
Mendigo se derrumbó en el suelo, pero esta vez el asqueroso vertido había salido con mucha menos presión que antes. Kendra y Seth, sin perder pie en ningún momento, salieron corriendo hacia la dragona blandiendo el cuerno, alargando los brazos en dirección al morro de la criatura.
Cuando se le acercaba la punta del cuerno, Siletta reculó. Fueron por ella, pero su largo cuerpo se contorsionó y se apartó de ellos rápidamente. Docenas de pies blandos y húmedos, de dedos palmeados, patearon marcha atrás. Incluso cuando la mitad delantera de su sinuoso cuerpo se había alejado totalmente fuera de su alcance, la dragona dio un coletazo y sacudió a Kendra y a Seth como si la cola fuese un látigo. Los alcanzó por los tobillos y los levantó del suelo. El golpe al caer fue tremendo.
—Ahora lo veo —dijo Siletta entre dientes, con tono enojado—. Sí, sí, los nenes malos se han traído un pincho horrible para pincharme.
Kendra y Seth se levantaron del suelo y persiguieron la cola de la dragona, que se les escapaba.
La parte delantera de Siletta se escondió detrás de una gruesa columna un poco más adelante y pareció que desaparecía detrás de ella; la cola era la última parte de su cuerpo que se esfumaba. Sin miedo, los chicos corrieron a toda prisa detrás de la dragona, y rodearon la columna justo a tiempo para ver que Siletta había subido por ella y estaba ya en la otra punta. Su cabeza y sus patas delanteras habían alcanzado la parte de arriba y empezaban a cruzar el techo. Dando un salto hacia delante, Kendra y Seth levantaron el cuerno de unicornio y lo pegaron con fuerza al extremo de la cola de la dragona justo antes de que se les escapase.
La cola quedó inmóvil y rígida. Kendra oyó como si algo húmedo se desgarrase. Miró hacia arriba y vio unos pies separados que se desprendían de la pared. ¡La dragona estaba empezando a desplomarse! Apartándose de la cola, Kendra y Seth saltaron hacia un lado. Se estamparon contra el suelo al otro lado de la columna justo cuando Siletta caía pesadamente contra el suelo. La rodearon y vieron que movía las alas y las extremidades, agonizando. Saltaron a la parte trasera de la dragona y clavaron el cuerno en aquel cuerpo que parecía de caucho.
La dragona dejó de retorcerse. Siletta se quedó inmóvil. El cuerno empezó a calentarse en la mano de Kendra. La dragona empezó a vibrar. El cuerno les abrasaba en la mano, pero Kendra y Seth lo mantuvieron, con firmeza, en contacto con la criatura, incluso cuando sus patas ya no se movían y la cabeza descansaba inerte en el suelo. Por debajo de su pellejo traslúcido las rayas oscuras de las venas se deshicieron formando vaporosas manchas de tinta. Los órganos, extrañamente visibles, se deformaron y se fundieron entre sí. Las entrañas empezaron a borbotear y la piel se le abrió, emitiendo pestilentes vaharadas de color azul o morado muy intensos.
Kendra se tapó la boca con la mano que tenía libre y presionó el cuerno de unicornio contra la dragona. Siletta comenzó a encogerse y marchitarse, por lo que Kendra y Seth se recolocaron para que el cuerno no se despegara del bicho. Al cabo de unos instantes tenían el cuerno pegado a una carcasa seca y arrugada, que no era ni una décima parte de lo que había medido antes la dragona.
Cuando Siletta se hubo quedado durante un largo minuto en ese estado quebradizo e inmóvil, sin que manaran ya más vapores de ella, Seth dijo:
—Creo que estamos fuera de peligro.
Sin despegar las manos del cuerno, retrocedieron marcha atrás. La grotesca cáscara de la dragona no hizo el menor espasmo. Kendra miró por encima del hombro. En el suelo, a cierta distancia, había un charco de líquido negro, pero a Mendigo no lo vio por ninguna parte.
—¿Dónde está nuestra marioneta? —preguntó Seth, diciendo en voz alta lo que ella misma estaba pensando.
Su hermana se acercó al charco negro, se agachó y hundió la punta del cuerno de unicornio en el hediondo fluido. En el suelo habían quedado la espada, la linterna y un montón de ganchitos dorados.
—¿Qué demonios? —exclamó Seth—. ¡Ha desaparecido!
Kendra sopesó las pruebas.
—Ese engrudo negro ha debido de disolver la madera.
Seth cogió del suelo un pequeño gancho y lo examinó detenidamente.
—No ha quedado de él ni una astilla. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Esto le quita la gracia a todo lo demás. ¿Crees que podríamos reconstruirlo?
—¿Solo a partir de los ganchos? Supongo que podemos recogerlos todos, por si acaso.
Sin soltarse ni de Kendra ni del cuerno, el chico se agachó a recoger meticulosamente todos los ganchitos y cierres que pudo encontrar alrededor. Kendra lo ayudó. Se dijo a sí misma que no debía llorar, que Mendigo no era una persona, que la marioneta carecía de identidad, de libre albedrío, que solo era un utensilio. Era un robot de madera sin cerebro. Cuando había trabajado al servicio de Muriel, Mendigo había puesto a Kendra y a su familia en grave peligro. Pero la marioneta le había salvado la vida muchas veces. Y ahora había sido destruido mientras trataba de protegerlos. Puede que solo hubiese sido un sirviente mecánico, pero había sido fiable y leal. Ella y Seth estarían menos a salvo sin él. Se sorprendió secándose las mejillas empapadas.
—¡Kendra! —aulló una voz desde el exterior de la cámara—. ¿Seth? ¿Estáis bien? —Era Tanu.
—¿Crees que los tenemos todos? —preguntó Kendra.
Seth repasó el suelo con la vista.
—Parece. Será mejor que vayamos a contarles lo que ha pasado.
Se dirigieron juntos hasta lo alto de la escalinata. Sus compañeros aguardaban no lejos del último escalón.
—Hemos matado a Siletta —anunció Kendra.
Empezaron a bajar las escaleras.
Los otros lanzaron vítores y les felicitaron a voces. Al llegar al pie de la escalinata, les narraron lo sucedido, con todo detalle. No paraban de abrazarlos y de darles palmadas en la espalda. A juzgar por las exultantes expresiones de alivio, Kendra se dio cuenta de que casi todos sus compañeros habían dudado de que ella y su hermano lograsen su propósito. Se entristecieron al enterarse de que Mendigo había resultado desintegrado, pero ya nadie derramó más lágrimas. Tanu dijo que seguramente la magia que había dado vida a Mendigo residía en la madera de la que estaba hecho, pero que no era ningún experto en la materia y que no pasaría nada por guardar los ganchitos. Les quitó las esposas.
—¿Crees que el cuerno purificó el aire de ahí dentro? —preguntó Seth.
—Basta con tocar un estanque con la punta de un cuerno de unicornio para que el estanque entero se purifique —respondió Tanu—. No estoy seguro de cómo afecta a los gases. Los vapores que visteis que salían de la dragona y el charco venenoso serían inofensivos, pero los gases que hubiese de antes en la cámara podrían tener aún cierta potencia.
—No correremos más riesgos innecesarios —dijo Trask—. Tres de nosotros se internarán en la cámara del tesoro, los tres tocando el cuerno simultáneamente. Kendra debería formar parte del trío, para estar seguros de que el cuerno permanece activo. También por si acaso Patton dejó otro mensaje.
—Yo también quiero ir —dijo Seth—. Recuerdo la descripción de las figurillas.
—Y yo iré para protegeros —dijo Trask.
—Yo voy a regresar donde la hidra —anunció Gavin.
Trask reaccionó moviendo negativamente la cabeza.
—Nos enfrentaremos todos juntos a Hespera en cuanto cojamos la llave.
—No, tengo un p-p-p-p-plan —insistió Gavin—. Dejadme que me lleve prestada la ballesta de Seth. Voy a hacerle una visita al cadáver de Glommus, para empapar mi lanza y unos cuantos bodoques en sus jugos orgánicos. Es posible que con eso pueda dormir a la hidra.
—Seguramente el que caerá dormido serás tú, en cuanto vuelvas a la zona donde se quedó Glommus —le advirtió Tanu.
—En ese caso, vosotros podéis despertarme —insistió Gavin—. Kendra y Seth me han inspirado. Un ataque pequeño con un objetivo claro tiene sus ventajas. Si me acerco solo a la hidra, creo que podré apaciguarla y aproximarme lo bastante como para pincharla. No os preocupéis, que no pienso perder la vida. Pero sí puedo despejar el camino para que podamos escapar de aquí, ¿por qué no?
—Confiaré en tu buen juicio —dijo Trask—. ¿Seguro que no quieres que te acompañe nadie?
—Tendré más posibilidades de aproximarme a ella si voy yo solo —dijo Gavin—. Si lo consigo, me encontraréis allí esperándoos. Si no lo consigo, volveré aquí, o bien me encontraréis inconsciente cerca de Glommus. Si no encontráis ni rastro de mí, ya sabréis lo que ha pasado.
—Esto no me gusta —repuso Kendra.
—Yo tengo buenas vibraciones —replicó Gavin.
—Ninguna de las opciones que tenemos resulta muy buena —dijo Trask—. Gavin, creo que merece la pena que lo intentes. Si puedes acercarte a la hidra y logras dormirla, podríamos vencer al destino y ver de nuevo la luz del día. Eres libre para irte. En caso de que Gavin no pueda someter a la hidra, los demás deberíais prepararos para enfrentaros a Hespera y salir pitando al encuentro de los grifos. Kendra, Seth, venid conmigo.