24

Templo

Seth nunca había visto tantas libélulas. Las había de todos los tamaños, desde pequeñas como su dedo meñique hasta largas como medio antebrazo suyo. Los aerodinámicos insectos revoloteaban y zigzagueaban por las charcas llenas de juncos de cerca de la entrada del templo del Dragón. Una se le posó en el brazo. Él bajó la vista para contemplar sus ojos compuestos, las alas transparentes, el cuerpo delgado y con múltiples matices de color. Al cabo de unos instantes, la libélula alzó el vuelo para unirse a la nube de insectos.

Si esa mañana no hubiese bebido leche enriquecida de Fablehaven, podría haber sospechado que los insectos eran criaturas mágicas disfrazadas. Pero estos eran de verdad, y emitían destellos de todos los colores del arco iris. Hasta ese momento no había caído en la cuenta de una conexión entre los dragones y las libélulas: ¡en inglés libélula era «dragonfly»!

Delante de ellos se abría la enorme entrada al templo del Dragón. El templo era, en esencia, un barranco natural cubierto por una techumbre abovedada de piedra. Dos dragones de granito casi tan grandes como Thronis flanqueaban la boca del lúgubre cañón, con sus fieras fauces abiertas.

Seth divisó un grifo que volaba a ras de las copas de unos árboles lejanos. Después de dejarlos debajo de un pequeño pinar, los grifos habían alzado el vuelo para proseguir la búsqueda de Kendra.

Esa mañana Mara había encontrado unas huellas en el cañón en el que Kendra se había despeñado el día anterior. Las huellas subían un largo trecho por el cañón y se mezclaban al final con las huellas de un dragón muy joven.

Por fortuna, no había habido sangre ni otros indicios de lucha. Mara había identificado más huellas de Kendra cerca del santuario de la reina de las hadas, también allí mezcladas con marcas de dragón.

Desde ese punto el rastro se perdía.

Por poco probable que pareciese, a Mara no se le había ocurrido una mejor teoría que la de que el dragón hubiese transportado a Kendra. Trask estaba de acuerdo. Como la chica había visitado el santuario de la reina de las hadas, cabía pensar que sabía dónde se encontraba el templo del Dragón.

Pero al llegar a la entrada, no habían descubierto más huellas de Kendra ni de un dragón joven.

¿Era posible que se hubiese adentrado ella sola en el templo? Tal vez el dragón se había enterado de adónde se dirigía Kendra y la había atacado. Trask, Mara y los demás se habían dispersado para registrar toda la zona. Habían dejado a Seth cerca de la entrada, con todo el equipo.

—¡La tengo! —gritó Gavin.

Seth observó a lo lejos a Gavin, que bajaba por el pedregal que se extendía junto al risco de la derecha de la entrada, lo cual provocó pequeños desprendimientos. Kendra iba detrás, avanzando con más cautela que él y con la mochila al hombro. Seth comprobó si había alguna criatura por el cielo y no vio ningún dragón. La búsqueda de Kendra los había obligado a exponerse mucho. Si algún dragón los pillaba tan cerca del templo, su aventura tocaría a su fin antes de haber comenzado.

Mientras esperaba a que Gavin y su hermana llegasen hasta donde se encontraba, Seth se detuvo a observar el inmenso templo. ¿Qué clase de criaturas plantaban un tejado encima de un cañón y llamaban hogar a eso? Con una entrada tan inmensa y con un espacio tan enorme dentro, ¿quién sabe lo que podría estar aguardándolos? Los dragones de piedra de la entrada parecían un adelanto completamente falto de sutileza.

—Cuánto me alegro de que estéis todos bien —dijo Kendra mientras se acercaba a Seth.

—Tuvimos suerte —admitió Seth—. Thronis quiere unas cositas de la sala del tesoro.

—No vamos a robar para él —dijo Kendra, y se volvió para comprobarlo mirando a Gavin.

Gavin se tocó la cadena de plata que llevaba colgada al cuello.

—Si n-n-n-no robamos, estos collares nos estrangularán.

Kendra miró a Seth.

—¿Todos lleváis uno?

Seth se encogió de hombros.

—Era la única manera de evitar que nos asase dentro de una tarta. En serio.

—A los dragones no les va a hacer ni pizca de gracia —avisó Kendra.

—Por lo menos los dragones tendrán que cogernos antes de matarnos —razonó Seth—. Thronis nos tiene ya.

—Tiene su lógica —reconoció Kendra.

Seth estudió a Kendra.

—Mientras seguíamos tus huellas, comentaron que parecía que ibas acompañada de un dragón.

—Me he hecho amiga de un dragoncito que se llama Raxtus. Dragoncito en comparación con el resto de los dragones, quiero decir. Era un ejemplar adulto. Se negó a participar en cualquier acto que tuviese que ver con entrar en el templo del Dragón. Pero me trajo hasta un punto cercano y me deseó buena suerte.

Gavin arrugó las cejas.

—Esperemos que no cuente lo que sabe en presencia de unos oídos menos amigables.

—Creo que no dirá nada —dijo Kendra—. No veo a Raxtus desde ayer y no ha llegado ninguna bandada de dragones a taponar la entrada al templo.

Trask llegó hasta ellos corriendo a saltitos.

—Kendra, me alegro de verte. ¿Warren está bien?

—Está dentro, reponiéndose.

Trask se pasó la mano por la cabeza calva.

—Siento decir esto, pero probablemente te va a interesar más entrar en el templo sin nosotros.

—Ya lo tenía pensado —le tranquilizó Kendra.

Trask asintió.

—Desconocemos qué clase de guardianes protegen el templo, pero es muy fácil que solo con entrar ahí nos topemos con protecciones o alarmas mágicas. Si se corre la voz de que hay intrusos, probablemente será más seguro estar dentro que estar aquí fuera. Yo prefiero que nos mantengamos todos juntos.

Mara se les acercó. Dougan y Tanu trotaron hacia ellos.

Kendra bajó la mirada a algunos de los utensilios que componían el equipo, apilados cerca de Seth.

—¿No es un poco corta la espadita? —preguntó, levantando las cejas.

Tenía una hoja gruesa de al menos dos metros de largo. A su lado había todo un conjunto de armas de lo más variado.

—Son armas que nos ha dejado Thronis —explicó Seth—. La espada gigante tiene el filo de adamantita. La punta de las lanzas es del mismo material. Igual que el filo de algunas de las espadas más pequeñas. Para él son todas demasiado pequeñas, por lo que no le importa quedarse sin ellas. Pero, si sobrevivimos, ha pedido que se las devolvamos.

—Ahora lo único que nos falta es alguien que pueda levantar la espada —bromeó Kendra.

—Entre Agad y Thronis —dijo Seth—, Tanu se las ingenió para reunir los ingredientes necesarios para elaborar dos de sus pociones de gigantes. Ya sabes, como la que utilizó en Fablehaven para luchar contra el felino que resucitaba.

—La espada es demasiado pequeña para Thronis —dijo Trask—. Pero a mí me iría de perlas si fuese solo un poquitín más grande.

Seth levantó un saco de basta tela marrón.

—Tenemos tres de estos. Cada uno contiene una dosis de veneno para dragones, el único que da resultado con ellos.

—¿Funciona para las hidras? —quiso saber Kendra.

—¿Por qué para las hidras? —preguntó Seth con recelo.

—El dragón que he conocido me habló de que se rumorea que el primer guardián es una hidra.

—A Thronis le llegó esa misma historia —dijo Seth—. Piensa que este veneno de dragones funcionaría para una hidra, y Tanu también lo cree, pero ninguno de los dos está del todo seguro.

Kendra dio una patadita suave en uno de los sacos con la punta del pie.

—¿Cómo hacemos para que los dragones se lo tomen?

—Uno de los métodos consiste en agarrarse a uno de los sacos si algún dragón se te zampa —dijo Seth.

—Me animo solo de pensarlo —musitó Kendra—. ¿Sabemos si alguno de los guardianes es un dragón?

—Casi seguro que sí —respondió Trask—, los dragones tienen acceso a otros dragones, y no habría un guardián más formidable.

—Excepto una hidra, tal vez —apuntó Seth.

—Pase lo que pase ahí dentro —dijo Trask—, si nos vemos en serios problemas, Seth y tú debéis meteros en la mochila. Mendigo tratará de escapar con vosotros.

—¿Dónde está Mendigo? —preguntó Kendra.

—Registrando la zona —respondió Seth—. Cuando se tiró por el precipicio con vosotros, se descuajeringó por todas partes, pero Thronis lo arregló. Está como nuevo.

—Entre todos contamos con un amplio abanico de destrezas y habilidades —dijo Trask—. Encontraremos la manera de superar a estos guardianes y de salir con la llave.

—¿Y después tenéis que llevarle a Thronis algo del tesoro? —preguntó Kendra.

—Sus grifos acudirán a nuestro encuentro en un punto acordado —dijo Seth—. Debería ser un viaje tranquilo por el aire, si logramos salir vivos del templo.

—Solo que Navarog podría estar aguardándonos en la cancela principal —le recordó Kendra.

—Correcto —dijo su hermano, pensativo—. Bueno, con suerte nos habrá quedado algo de veneno de dragones.

Tanu llegó hasta ellos, jadeando ligeramente. Dougan llegó un instante después.

—Habéis estado calentando —observó Seth—. Tengo entendido que una carrerita de entrenamiento es justo lo que hay que hacer antes de ponerse a pelear con unos dragones. ¿Deberíamos hacer unos estiramientos?

—¿Estamos listos para entrar? —preguntó Tanu, haciendo oídos sordos a los comentarios de Seth.

Trask asintió con la cabeza.

Tanu rebuscó dentro del morral.

—Es hora de que me gane el sustento. —Sacó un puñado de pequeños cilindros de plástico tapados con taponcitos de caucho—. Esto es lo más parecido a protección contra dragones que he podido fabricar. Después de beber una dosis, seremos resistentes al fuego durante tres horas y disfrutaremos de algo de protección frente a descargas eléctricas. En la mezcla hay también un poco de sentimientos líquidos, un chute de coraje que nos ayudará a combatir el terror que provocan los dragones. Dispongo de una segunda dosis para cada uno de nosotros, en caso de que no tengamos suficiente con esas tres horas.

—¿Resistentes al fuego? —preguntó Seth—. ¿Por qué no «a prueba de fuego»?

Tanu movió la cabeza en ademán negativo.

—Frente al fuego de dragón, la resistencia es lo mejor que soy capaz de fabricar.

—El fuego es el arma de aliento más común que usan los dragones —explicó Gavin—. Pero es posible que los guardianes del templo del Dragón se salgan de lo común.

—Protección frente al fuego es mejor que nada —dijo Trask, aceptando un cilindro que destapó enseguida y cuyo contenido se echó a la garganta.

Los demás hicieron como él. A Seth le pareció que el líquido semitransparente sabía azucarado al principio, después súper picante y finalmente fresco y ácido.

—¿Algo más? —preguntó Seth.

—Una poción gaseosa para cada uno de nosotros —dijo Tanu—. Bebedla como último recurso y tratad de huir. Usadla con cabeza. En estado gaseoso no podréis moveros deprisa, y una bocanada de fuego de dragón escupida directamente sobre vosotros os achicharraría vivos.

Tanu les pasó sendos frasquitos.

—¿Tienes las granadas de humo? —preguntó Trask.

—Iba a sacarlas ahora. —Tanu extrajo unos bulbitos de cristal llenos de un líquido morado—. Este líquido se transforma en humo al menor contacto con el aire. Los vapores nos olerán fatal, pero mucho peor a cualquier criatura que posea un sentido del olfato sumamente desarrollado. Dragones, por ejemplo. Los humos deberían abotagarles el hocico, básicamente. Trask y yo nos ocuparemos de estas granadas.

—Dile a Mendigo que vuelva —instó Trask a Seth.

—¡Mendigo! —voceó Seth—. ¡Vuelve con nosotros!

—A dos de vosotros puedo convertiros en gigantes —siguió Tanu, levantando un par de tubos de cristal—. Yo voto por Trask y Dougan, nuestros guerreros más avezados. ¿Alguna objeción?

—A mí me parece lógico —convino Gavin.

Trask asintió y aceptó uno de los tubos. Dougan cogió el otro.

—Preparémonos para ponernos en marcha —dijo Trask. Recogió del suelo su pesada ballesta y un enorme escudo ovalado que le tapaba la mitad del cuerpo.

—Mendigo, coge la espada grande —ordenó Seth cuando la marioneta de tamaño humano se les unió.

Mendigo la cogió y por un instante zozobró bajo su peso, antes de equilibrar la desproporcionada arma cargándola sobre su hombro de madera. Tanu se puso una pesada camisa de arandelas de metal superpuestas y se ató a ella una espada. Dougan cogió su hacha de guerra. Gavin y Mara agarraron cada uno una lanza. Seth se ciñó una espada a la cintura y cogió una ballesta. A Kendra le pasó un cuchillo de considerables dimensiones.

—¿Qué se supone que voy a hacer yo con esto? —preguntó la chica, sacando el cuchillo.

—Clavarlo —sugirió Seth.

Kendra envainó el cuchillo y abrió la mochila.

—Vamos a entrar —dijo hacia el interior de la bolsa.

—Buena suerte —respondió Warren, con voz ronca.

—Si vemos un dragón, dejadme que hable yo primero —advirtió Gavin—. Puede que consiga negociar con él o engañarle. Si no, en todo caso debería poder apaciguarle.

—Tendrás tu oportunidad de hablar —dijo Trask.

Cuando iban en dirección a la entrada y a los dragones de piedra, Seth desenvainó su espada. Su peso resultaba reconfortante. Ya se veía dándole un tajo a un dragón en todo el morro.

Kendra, que caminaba a su lado, se inclinó hacia él.

—Deberíamos ir más pegados, por si aparece un dragón.

—Cierto.

Se había dejado llevar y casi se le olvida de cuando Nafia le había confundido el sentido. Suponía que con una mano podría agarrarse a Kendra y blandir la espada con la otra.

Pasaron entre los dragones de granito. A partir de ese momento, los cubrió la sombra del alto techo abovedado. Varias libélulas revoloteaban por el aire. El suelo y las paredes estaban desprovistas por completo de elementos decorativos, tan solo se veía la piedra y la arena propias del barranco.

Trask iba en cabeza, con la ballesta en la mano. A continuación iban Gavin y Tanu. Mendigo caminaba tranquilamente al lado de Kendra y de Seth. Dougan y Mara cubrían la retaguardia.

Un poco más adelante la quebrada trazaba una curva. Justo antes de la curva, el suelo caía prácticamente en vertical hasta una profundidad de unos cien metros. El precipicio se extendía desde una de las paredes del barranco hasta la otra.

—Cuerda —dijo Trask.

Gavin desapareció en la mochila.

Seth se asomó con cuidado a mirar por el borde. La suave pendiente no alcanzaba los noventa grados de inclinación, pero bien habría podido tener ochenta.

Gavin salió de la mochila con un cabo de resistente cuerda llena de nudos. Dougan ató un extremo a una roca alta y lanzó el resto por el borde del precipicio. La cuerda llegó fácilmente al pie de la caída, con casi un metro de sobra en el suelo.

Trask se colgó la ballesta del hombro y cogió la soga.

—Si os apoyáis con los pies en la pared —instruyó a Seth y a Kendra en voz baja—, podéis ir descendiendo. O, si lo preferís, podéis descender de nudo en nudo con las manos y los pies.

Separando el cuerpo de la pared del precipicio, confiando en la cuerda, Trask comenzó a bajar de espaldas. Mantenía el cuerpo en perpendicular a la pendiente e iba bajando paso a paso, poniendo una mano debajo de la otra, y fue así caminando con seguridad hasta el suelo. Gavin bajó en segundo lugar, rápidamente, imitándole, seguido de Tanu.

Copiando su técnica, Seth agarró la cuerda y descendió por la pared. En parte, quería abrazarse a la cuerda y descender nudo a nudo, pero cuando empezó la bajada de espaldas pudo notar que la forma de asir la cuerda le facilitaba llevar los pies pegados a la pendiente, y se dio cuenta de que esa manera de hacerlo era mucho mejor.

Cuando llegó al fondo, lanzó una mirada a Gavin y se fijó en la cadena de plata que llevaba al cuello. Sería una lástima desaprovechar un objeto tan extraordinario.

Llevó a Gavin a un aparte.

—Dime una cosa: ¿estás interesado en mi hermana?

—No estoy seguro de que s-s-sea el mejor momento para hablar de eso —replicó Gavin, dirigiendo entonces la mirada hacia lo alto de la empinada pendiente.

Seth se tocó su propio collar de plata.

—A mí me parece el momento idóneo.

—¿Desde cuándo eres alcahuete?

—Es solo curiosidad.

Gavin se ruborizó ligeramente.

—Si quieres que te lo diga, sí, estoy muy interesado en tu hermana. Estoy impaciente por ver adónde va nuestra relación.

—Eso pensaba yo —respondió Seth con petulancia—. Yo creo que le gustas, que lo sepas.

Gavin se puso más colorado y empezó a apartarse.

—Va a bajar en cualquier momento. Ya hablaremos de eso más tarde.

Seth levantó la vista, esperando a Kendra. Mendigo bajó con una sola mano, agarrando con fuerza la enorme espada con la otra, soltando y volviendo a asir la cuerda a tal ritmo que prácticamente iba corriendo de espaldas. Mara bajó la siguiente, cargando con la mochila. Mientras Dougan descendía, Kendra salió de la mochila.

—Has hecho trampa —susurró Seth.

—Ya tengo suficiente estrés con los dragones y las hidras —repuso ella.

—Creo que cierta persona está coladita por ti —comentó Seth como quien no quiere la cosa.

Kendra abrió los ojos como platos.

—No le habrás dicho nada, ¿verdad?

Seth se encogió de hombros.

—El collar no le ha estrangulado. Creo que no le funciona bien.

Kendra agarró fuertemente a Seth por el brazo. ¿Había en sus ojos un destello de emoción? Tardó unos segundos en encontrar las palabras.

—No le hables a ningún chico sobre mí. Nunca. Bajo ningún pretexto.

—Yo solo pretendía aliviar un poco tu estrés.

Ella le apretó aún más fuertemente.

—Valoro tu intención. Pero no me ayuda a aliviar el estrés.

—Deberías besarle y acabar con esto de una vez.

Kendra, disgustada, le soltó. Seth reprimió una carcajada.

A medida que doblaban por el primer recodo importante del barranco, la luz del día que se colaba por la entrada se tornó más tenue. Unas piedras luminosas empotradas en las paredes y en el alto techo proporcionaban suficiente luz como para ver, si bien la irregular irradiación dejaba el cavernoso espacio sumido en tramos de oscuridad.

Delante de ellos, un lago cubría el lecho del cañón, con la luz procedente de las piedras luminosas reflejándose en la superficie negra y brillante. La laguna tenía forma trapezoidal; la orilla del otro lado era mucho más estrecha que la del lado en el que se encontraban. Justo pasado el lago, el barranco se estrechaba hasta formar un pasaje alto y angosto bastante parecido a la grieta del Paso de Lado.

La única posibilidad de rodear el lago era recorrer una cornisa que discurría a lo largo de centenares de metros por la pared de la izquierda del cañón.

—No me gusta —murmuró Trask—. Nos van a tender una emboscada. Nos quedaremos atrapados en esa cornisa, con el agua debajo, sin forma de maniobrar.

—Deberíamos cruzar el lago de dos en dos —recomendó Dougan—. Así, por lo menos, podemos cubrirnos unos a otros.

—Y evitar que una sola bocanada de aliento de dragón nos borre del mapa a todos a la vez —coincidió Trask—. Vale, Gavin y yo iremos primero. Luego, Mara y Seth. Después, Kendra y Tanu.

Luego, Mendigo y Dougan.

Seth se retorcía los dedos viendo a Trask iniciar junto a Gavin la marcha por el saliente, agachados los dos, avanzando con pasos ligeros y raudos.

—Ten a mano la ballesta —murmuró Dougan al oído de Seth.

Asintiendo, el chico descolgó del hombro la ballesta y se cercioró de que estuviese cargada.

Cuando Trask agitó la suya por encima de la cabeza al llegar al otro lado del lago, Mara y Seth se pusieron en marcha. Bajaron hasta cerca de la orilla para auparse a la cornisa. Como el saliente de piedra estaba en pendiente, enseguida se encontraron a unos buenos tres o cuatro metros por encima del lago oscuro y silencioso. En algunos tramos, la cornisa se estrechaba hasta no medir más de medio metro, pero andaban seguros, sin preocuparse por la caída. Avanzaban deprisa, procurando pisar con ligereza. Cada vez que la tierra o algún guijarro sonaba bajo sus pies, Seth se estremecía de espanto.

El último tramo de la cornisa descendía en forma de rampa hasta depositarlos al otro lado del lago.

Cuando llegaron, Trask hizo la señal con la ballesta otra vez. Kendra inició el camino junto a Tanu.

Seth contempló el lago opaco y aguzó el oído, pero no detectó ninguna amenaza.

Finalmente, Dougan y Mendigo iniciaron la travesía a paso ligero. Seth y los demás se habían internado un poco más hacia el angosto pasadizo que se adentraba en lo profundo del barranco cubierto. Trask se quedó cerca de la orilla del lago, con un par de bodoques con punta de adamantita listos en su ballesta gigante.

Seth empezó a serenarse en cuanto Dougan y Mendigo alcanzaron la orilla del otro lado. Y entonces unas cabezas lanzando chillidos emergieron del agua como torpedos.

Cubiertos de agua, Dougan y Mendigo echaron a correr. El muñeco de madera trató de cargar como pudo con la espada, arrastrando la punta detrás de sí, por lo que el metal arañaba la roca y chocaba creando un fuerte estrépito. Sin vacilar ni por un segundo, Trask dio unos pasos hacia el lago y apuntó con la ballesta. Tanu reunió a Kendra, Seth y Mara y se metió con ellos por el pasadizo.

Gavin bajó corriendo a toda velocidad hacia el lago, agitando un brazo, blandiendo la lanza y profiriendo chillidos en el idioma de los dragones.

Cuando la hidra, verde y oscura, aupó su voluminoso cuerpo a la orilla, Seth abrió la boca sin poder creer lo que veían sus ojos. La gigantesca criatura no tenía menos de quince cabezas, que zigzagueaban al final de una cantidad igual de cuellos serpenteantes. Tenía tres cuellos más cortos, terminados en muñones carbonizados. Las cabezas eran como de dragón; cada una medía aproximadamente lo mismo que un ataúd, aunque variaban de alguna manera en tamaño y forma. Varias lucían cicatrices.

Gavin siguió agitando el brazo y chillando, y todas las cabezas empezaron poco a poco a fijar la mirada en él. Sus malévolos ojos emitían destellos. Dougan llegó jadeando terriblemente hasta Seth y los demás a la boca del angosto pasadizo. Mendigo llegó detrás de él.

—Nos da igual quiénes seáis —espetaron a la vez las cabezas, con sus voces roncas—. Todo aquel que entre en este templo debe morir.

—No hemos venido por los gu-gu-gu-guantes —replicó Gavin, cambiando al idioma humano.

Seth se preguntó si Gavin también tartamudeaba cuando hablaba en la lengua de los dragones.

—¿Piensas que nos importa por qué venís? —gritaron las cabezas—. Hemos matado desde el albor de los tiempos y seguiremos matando hasta el ocaso.

A Seth la hidra le pareció vieja. Comparada con Nafia, las cabezas y los cuellos parecían ajados, más esqueléticos. A una le faltaba uno ojo. A otra, la mandíbula inferior. Una cabeza colgaba como con desgana en el extremo de un cuello, o bien muerta, o bien inconsciente. Tramos de pellejo sin escamas creaban zonas peladas en los cuellos cubiertos de cicatrices. La mugre le formaba colgajos relucientes de humedad.

—¿Y tú te consideras una asesina? —la provocó Gavin—. ¡Yo diría que eres una esclava! ¡Una vieja perra guardiana desvencijada!

Las cabezas emitieron alaridos. Seth se tapó las orejas; aun así, los gemidos resonaron con un volumen increíble.

—¡Somos Hespera! ¡Somos guardianas de tesoros sagrados!

—Te refugias en un lodazal que apesta a cieno —se rio Gavin—. En otro lugar de esta misma reserva mágica mora una hidra más joven en una ciénaga más hermosa, ¡cazando presas orondas a placer!

—¡Embustero! —bramaron a la vez todas las cabezas.

—Vaya, estos dragones realmente os han tomado bien el pelo. ¡Escuchaos vosotras mismas! Cuántas voces tristes entonando la misma lastimera cantinela. —Gavin señaló una de las cabezas—. Di algo por ti misma. —Luego, señaló la cabeza tuerta—. ¿Y qué dices tú, cíclope? —Gavin negó moviendo su cabeza—. ¡Vuestras mentes están más gastadas que vuestro cuerpo! ¡Patético!

Dos de las cabezas de la derecha empezaron a enseñarse los dientes la una a la otra. Otra empezó a chillar. Otra cabeza, a la izquierda, estiró su cuello hasta Gavin enseñándole los colmillos, pero él saltó para alejarse de su alcance.

—Silencio —exigió una cabeza por el centro, más amarillenta que las demás.

Gavin señaló a la que hablaba.

—Esa.

Trask disparó un bodoque a la cabeza amarilla y uno de sus ojos se puso negro. La cabeza se echó hacia atrás abriendo las fauces. Trask le disparó un segundo bodoque a la boca. Valiéndose de unas patas delanteras desproporcionadamente pequeñas y de unas aletas semicirculares, la hidra se arrastró un poco más fuera del agua. Trask pasó la ballesta a Gavin, quien la cogió al vuelo al tiempo que corría a toda velocidad para alejarse del lago. Varias cabezas trataron de alcanzar a Trask.

Arrojando a un lado su escudo, sacó dos espadas y las hojas chocaron con estrépito contra dientes y escamas mientras él giraba sobre sí mismo y lanzaba tajadas, en general apartándose del agua.

Seth disparó su ballesta, pero no pudo distinguir adónde iba a parar la flecha. Tanu arrojó unos cuantos bulbos de cristal que empezaron a llenar el ambiente de humo. La hidra se arrastró uno poco más por la orilla. Trask logró sajar una lengua, se dio la vuelta y echó a correr. Todos se adentraron en estampida por el pasadizo. A su espalda, la hidra agitaba todo el cuerpo y lanzaba bramidos. Los chillidos reverberantes parecían venir de todas partes a la vez.

—Frenad un poco —dijo Trask jadeando—. No corráis, estamos fuera de peligro.

—Deberíamos parar —sugirió Tanu vocalizando pero sin alzar la voz—. El pasadizo se ensancha de nuevo a no mucha distancia de aquí. Podríamos tropezar inadvertidamente con otro adversario igual de mortífero.

—La criatura es demasiado grande para caber por aquí —dijo Trask, apoyándose en una pared—. ¿Alguien ha resultado herido?

Ninguno respondió.

—Habría podido ser peor —dijo Dougan.

—La hidra no está ahí para impedirnos salir —dijo Seth—. Está ahí para acorralarnos.

—Podría parece rio —convino Trask—. La criatura no se dejó ver hasta que estuvimos todos de este lado.

—Entre la poca distancia hasta la orilla y la vulnerable cornisa, nos va a costar Dios y ayuda salir de aquí por ese camino —se lamentó Gavin, y le pasó a Trask su ballesta.

—¿A qué venía eso de decirle barbaridades? —quiso saber Seth.

—Quería intentar que algunas de las cabezas se desincronizasen —explicó Gavin—. Quería identificar a la c-c-c-cabeza gobernante. Hespera está anciana. Algunas de sus cabezas parecían en mal estado. Como seniles, o locas, o algo así. Tenía la esperanza de que algunas lamentasen su papel de guardianas. Si pudiéramos descubrir a la cabeza gobernante e incitar a las demás, el monstruo podría acabar tratando de moverse en diez direcciones distintas a la vez.

—Trask se cargó un ojo —dijo Dougan—. A eso le llamo yo buena puntería bajo presión.

—Herimos a la cabeza principal —convino Gavin—. Es posible que de gravedad. El segundo bodoque le entró por la boca y le salió por la parte superior del cráneo.

Trask se agachó en cuclillas y se puso a preparar y cargar de nuevo la ballesta.

—Nos ocuparemos de ella a su debido tiempo. Esos chillidos habrán alertado de nuestra presencia a todo bicho viviente. Deberíamos seguir adelante. Avanzad de puntillas.

Trask volvió a ponerse a la cabeza. Tal como había observado Tanu, el pasadizo se ensanchaba hasta que se vieron avanzando nuevamente por una amplia quebrada. Seth iba mirando con cautela por dónde pisaba, pues el firme era irregular. Las esporádicas piedras luminosas dejaban gran parte del suelo a oscuras.

—¿A quién tenemos por aquí? —dijo poco a poco una voz profunda proveniente de una gruta excavada en la pared del cañón, a unos treinta metros de distancia, delante de ellos.

La boca de la gruta había parecido una mancha en sombra hasta que Seth vio aparecer una inmensa cabeza gris.

La mente se le puso en blanco. Ni siquiera alcazaba a distinguir claramente los ojos oscuros, pero se sintió estupefacto e incapaz de moverse. Gavin le agarró de la mano y se la puso en la de Kendra; la sensación desapareció.

—Unos viajeros cansados —respondió Gavin.

—Yo os daré reposo —replicó la voz taciturna.

Gavin abrió la boca todo lo que pudo y se puso a chillar y lanzar gritos. El dragón respondió brevemente con su propio aullido.

—¡Glommus! —exclamó Gavin—. ¡Corred! ¡Aguantad la respiración!

Trask disparó dos flechas hacia la cabeza, justo cuando se asomaba un poco más del agujero y se abalanzaba sobre ellos. Seth corrió dando tumbos al lado de Kendra; entonces oyó un silbido impresionante y a continuación notó que algo le rociaba finamente la piel. Una densa bruma amortiguó la luz de las piedras luminosas. Gavin apareció a su lado, le arrebató a Kendra la mochila y abrió la tapa a toda prisa.

Seth había seguido la indicación y no había respirado. Le picaban los ojos y parecía que empezaban a fallarle las fuerzas. Dejó de asir a Kendra de la mano, pues Gavin trataba de meter a su hermana dentro de la mochila. Nunca se había sentido tan atontado. ¿Había algo que se suponía que tenía que hacer? ¿Estaba en el suelo? ¿Cómo había llegado allí? El suelo de piedra del cañón le parecía un colchón con canapé. ¿No estaba él en medio de algo importante?

Sus pulmones le apretaban con insistencia. Oyó otro silbido fortísimo. Los párpados le pesaban terriblemente, tenía un sueño tremendo. ¿Aguantaba la respiración por algún motivo? Tenía la impresión de que se trataba de algo importante. Exhaló lo que le quedaba en los pulmones. En lo más hondo de su ser un instinto le advirtió de que no debía inhalar. Pero si no cogía aire, ¿no se asfixiaría?

Se arriesgó a tomar un poquitín de aire; entonces, el telón se cerró sobre su mente consciente.