20

Grifos

Encontraron a Warren camuflado bajo la maraña de ramas en la que Gavin le había dejado. Kendra seguía cambiándose de ropa en el almacén. Dougan, Gavin y Seth estaban apartando del camino varias ramas grandes podridas. Warren alzó la vista hacia Seth y le dedicó una débil sonrisa; tenía la mitad derecha de la camisa empapada de sangre oscura.

—Parece que el gato se ha escapado del canasto —murmuró.

—¿Sabías que Seth había venido con nosotros? —preguntó Dougan.

—Puede que haya oído algo.

Gavin se acuclilló para examinar las heridas que tenía Warren en un hombro y en la parte alta del pecho. Warren se estremeció de dolor cuando Gavin hurgó con los dedos entre la tela empapada, cerca de uno de los pinchazos.

—Tiene mala pinta —dijo Gavin.

—Cuernos afilados —respondió Warren sin aliento—. No es una forma muy impresionante de marcharse de este mundo. Muerto por asta de ciervo. No lo pongáis en mi tumba. Decid que fue el dragón.

—Te pondrás bien —le tranquilizó Dougan, pero sus ojos delataban menos seguridad que su voz.

—¿Y Tanu? —preguntó Warren.

—El grandullón sufrió una caída —respondió Dougan—. Perdió el conocimiento. Mara y Trask están tratando de reanimarle.

—¿Qué fue lo que detuvo al dragón? —preguntó Warren.

—Gavin habló con ella —respondió Seth—. Empleó el idioma de los dragones. Ponía los pelos de punta. La serenó y consiguió que se fuera.

—Seth y Kendra se portaron a las mil maravillas —aprobó Gavin.

—Disculpadme por haber sido el más blando —murmuró Warren—. El ciervo me corneó y siguió corriendo. Estuve ensartado en aquella cornamenta un buen rato. Lo suficiente para darme cuenta realmente, ¿sabéis? Para pensar en ello.

Trask y Mara aparecieron corriendo a saltitos desde más arriba, con Tanu a la cabeza. El musculoso samoano miró intensamente a Seth.

—¿Qué estás haciendo tú aquí?

—Cuando registraste el lugar no me encontraste —respondió Seth.

—Genial —murmuró Tanu. Se hincó de rodillas a la vera de Warren—. Siento llegar tarde.

—Tengo entendido que te diste un golpe en la cabeza —dijo Warren.

Luciendo una sonrisa azorada, Tanu se pasó la mano por su espesa mata de pelo negro.

—No sé lo que pasó. Debí de tropezar y golpearme contra una piedra. —Tanu sacó un cuchillo.

Warren puso cara de dolor cuando Tanu empezó a cortarle la camisa.

—Lo siento por la piedra.

Tanu se encogió de hombros.

—El porrazo fue tremendo. Nunca había perdido el conocimiento por un golpe. Tengo el cráneo bien grueso. —Rasgó un trozo grande de tela.

Warren miró el cuchillo.

—¿No estás mareado ni nada?

—Cuando mejor trabajo es cuando estoy mareado. —Tanu rasgó otro trozo más de la camisa ensangrentada. Dejó el cuchillo a un lado, rebuscó en su morral, sacó un frasquito, lo destapó y bebió un sorbo.

—¿Puedo tomar un poquito de eso? —dijo Warren en tono de queja.

Tanu se puso bizco y apretó los dientes, y a continuación negó briosamente con la cabeza.

—No te iría nada bien. Es para espabilarme yo, para avivar mis sentidos. Confía en mí: no vas a querer notar nada.

—Tú eres el médico.

Tanu rebuscó de nuevo en el interior de su morral.

—No en sentido estricto.

—Bueno, vale, eres el hombre medicina.

—Prueba un poco de esto. —Tanu vertió una pequeña cantidad de poción en una bola de algodón y luego lo movió suavemente bajo la nariz de Warren.

—¡Guau! —exclamó Warren, bizqueando ligeramente—. Esto me apetece más.

Tanu se inclinó hacia delante y empezó a aplicar meticulosamente una pasta en las heridas de su amigo.

Kendra empujó la tapa de la mochila para salir. Gavin se encorvó y le ofreció su mano para ayudarla.

—¿Cómo está Warren? —preguntó Kendra mientras salía.

—Debería ponerse bien —respondió Tanu—. Tendremos que meterle en esa mochila vuestra para que repose, además de sacar el cuerno de unicornio.

—¿El cuerno le curará? —preguntó Seth.

Tanu negó con la cabeza.

—El cuerno no sana. Solamente purifica. Si le ponemos el cuerno en el regazo, debería servir para evitarle infecciones y contrarrestar cualquier toxina.

Kendra asintió.

—¿Y tú cómo te encuentras?

Tanu se encogió de hombros.

—Tengo algo de dolor de cabeza. El golpe más duro se lo llevó mi orgullo.

—¿Tu orgullo? —refunfuñó Warren con voz pastosa—. ¡A mí me venció un ciervo!

—Un ciervo gigante mágico, volador y con colmillos —puntualizó Seth, repitiendo como un loro la descripción que le había hecho Gavin un rato antes.

—Dicho así no suena tan mal —concedió Warren—. Seth se ocupa de mi lápida.

—No hables —le apaciguó Tanu—. Relájate. Respira. Necesitas descansar.

Gavin y Kendra se habían alejado unos pasos. Seth se unió a ellos. Su hermana le miró con cara de malas pulgas.

—¿Qué? —dijo él.

—Que tú no tendrías que estar aquí —le espetó Kendra.

—¿Qué tal un «gracias por salvar…»?

—Me habría salvado Gavin. Esa es su especialidad. Mira a Warren. Está hecho una pena y apenas acabamos de empezar. No quiero verte muerto.

—N-n-no es por interrumpir —dijo Gavin—, pero es muy posible que Seth te haya salvado, Kendra. No estoy seguro de si habría podido llegar a tiempo para salvarte yo. Nafia quería cazar alguna presa. Habría acabado contigo en un abrir y cerrar de ojos.

La chica puso los ojos en blanco.

—Seth no tendría que estar aquí. Se subió al carro sin que nadie le invitase. Wyrmroost es una trampa mortal. Tanto si salgo de aquí con vida como si no, no quiero que le maten a él.

—Yo tampoco quiero que me maten —dijo Seth mostrando su total acuerdo—. Prefiero mil veces seguir vivo. En parte porque sé que en mi lápida escribirías un «Te lo dije». Lo creas o no, yo tampoco quiero que te maten a ti. Ya sé lo que se siente al ver cómo te entierran, y preferiría no tener que pasar otra vez por eso.

Kendra se cruzó de brazos y negó con la cabeza.

—Me alegro de que me ayudaras. De verdad te lo digo. Lástima que los abuelos vayan a descuartizarte.

—Antes tendremos que salir de Wyrmroost —le replicó su hermano—. Las crisis de una en una, por favor.

—¿Sabíais que al cogeros de la mano os convertiríais en domadores de dragones? —preguntó Gavin.

Seth negó con la cabeza.

—No, pero en cierto sentido tiene lógica. He estado pensando en ello. En Fablehaven, cuando Ephira nos estaba atacando, Warren experimentaba mi misma inmunidad al miedo siempre que yo le tocaba.

—Cuando me enfrenté a la dragona mi mente estaba despejada —recordó Kendra—, pero no conseguía mover la boca. Estaba paralizada. En cuanto Seth me tocó, me liberé.

—Y yo no estaba ni asustado ni petrificado —dijo Seth—, pero la dragona me tenía hipnotizado. No podía pensar. Solo que cuando apartó la mirada de mí y dijo que nos mataría, el instinto me llevó a coger de la mano a Kendra. En parte para consolarla y en parte para encontrar consuelo yo. No quería morir solo. Entonces, de repente, podía pensar con claridad.

—Asombroso —comentó Gavin—. Nunca había oído nada parecido.

—Y yo nunca había oído nada parecido a cuando te pusiste a hablar el idioma de los dragones —rio Seth—. Cuando empezaste, creí que te habías vuelto majareta.

—Me dio un poco de corte teneros allí mirándome —dijo Gavin—. Sé la pinta que tengo. Y cómo sueno. Como un gallo chiflado.

—Un gallo chiflado que nos salvó la vida —dijo Kendra—. Gracias.

Gavin se encogió de hombros.

—Para eso estoy aquí.

—¿Sabes lo que me da muchísima rabia? —dijo Kendra—. Que pude hablar con Chalize. Estaba petrificada, pero logré hablar. Y también hablé con Camarat. Pero con Nafia mirándome fijamente, mi mandíbula se negaba a moverse.

—Chalize era joven y yo la estaba distrayendo —explicó Gavin—. Camarat no nos estaba presionando exageradamente. Los dragones pueden ejercer su voluntad para dominarnos. Cuanto más viejos son, mejor se les da. Con Nafia probasteis una buena dosis de terror de dragón. Pero al cogeros de la mano fue como si resolvieras el problema.

—Desde el momento en que nos cogimos de la mano yo me sentí estupendamente —dijo Seth—. Pero seguía temiendo que quisiese comernos.

—Habría podido —le confió Gavin—. Con los dragones no tiene uno ninguna garantía de nada. Adularles da resultado con los jóvenes. Los de más edad prefieren las agallas y la personalidad. Casi siempre.

Trask se acercó a ellos.

—¿Estáis bien vosotros tres?

—Sí —dijo Kendra—. Pero está costando que mi hermano se sienta todo lo culpable que se merece, después de haberme salvado la vida.

Trask movió la cabeza en gesto de asentimiento.

—Seth tendrá que correr con las consecuencias de haberse unido a nosotros. No puedo decir que su decisión fuese sensata, pero como no hay modo de deshacerla, sacaremos el mejor partido de su presencia aquí. Tanu tiene estabilizado a Warren. Será mejor que lo carguemos en la mochila y continuemos.

Kendra le lanzó a Trask la mochila.

—Dentro hay un trol ermitaño —dijo Seth—. Yo creo que lleva un montón de tiempo viviendo ahí. Parece bastante majo. Se llama Bubda. Hemos jugado mucho al yahtzee. No representará ningún peligro para Warren, ¿verdad?

—Gracias por la información —dijo Trask—. Los troles ermitaños no suelen dar mucha guerra. Son carroñeros. Lo que desean es que les dejen en paz. Tendré unas palabritas con este, para ver de qué pie cojea. ¿Bubda, has dicho?

—¿Puede que sea un espía al servicio de la Esfinge? —preguntó Kendra—. Me encontré con la mochila cuando me marché de casa de Torina.

—Lo dudo —dijo Trask—. Los troles ermitaños son los parias de la familia de los troles. No obran magia dañina. No se alían con nadie. Tienen talento para meterse en lugares abarrotados de cosas y esconderse, y poco más.

Conseguir meter a Warren en la mochila resultó de lo más complicado, dado que la medicación le había dejado inconsciente. Tanu iba bajando a Warren, pasándolo a Trask, que esperaba agarrado a la escala. Dougan y Mara aguardaban abajo.

Seth deseaba estar abajo para escuchar la conversación con Bubda. Esperaba que no le hiciesen daño. Puede que el trol fuese un gruñón y un altivo, pero Seth estaba seguro de que no planteaba amenaza alguna. Bubda solo quería estar solo. Cuando Trask salió de nuevo, le dijo a Seth que no se preocupara por nada. Bubda se había comportado exactamente como era de esperar, y había prometido que no se acercaría a Warren, a cambio de un poco de comida.

La caminata de ese día los llevó por un terreno cada vez más rocoso. Sortearon y pasaron por entre rocas desprendidas y otros detritos. Marcharon por una empinada pendiente cubierta de árboles raquíticos, a ratos subiendo por la cuesta y a ratos ayudándose con la vegetación combada por el viento para escalar. Durante un rato pasaron por una cresta montañosa que ofrecía una caída en vertical a cada lado.

Seth se sintió aliviado por poder estar fuera y disfrutar del olor de los pinos, del aire fresco y liviano, de los riachuelos flanqueados de nieve y llenos de guijarros lisos y brillantes. Le encantó atisbar grifos volando en círculo, así como la visión de una criatura monstruosa parecida a un oso, que estaba devorando una presa recién cazada; tiras finas de carne le colgaban del pico curvado. Los otros en general parecían llevar bien su presencia, aunque Tanu le dedicó alguna mirada de decepción.

Cuando empezó a anochecer, el difuso sendero por el que habían estado caminando terminó en forma de larga grieta que se adentraba por un precipicio de piedra.

—Grieta del Paso De Lado —reconoció Mara.

—Escinde la roca a lo largo de más de un kilómetro y medio —dijo Trask—, dijo Agad que hay un par de tramos por los que apenas pasa un humano de gran tamaño. La grieta del Paso De Lado está a solo unos kilómetros de nuestro destino. Deberíamos llegar al santuario mañana.

—¿Acampamos a este lado? —preguntó Dougan.

Trask comprobó el cielo.

—En cuanto crucemos al otro lado del desfiladero, estaremos en los dominios de Thronis, el gigante de cielo. En Wyrmroost no hay ningún rincón seguro, pero me parece a mí que este otro lado podría resultarnos un tanto más hospitalario que el otro.

Retrocedieron un poco sobre sus pasos y acamparon en medio de una arboleda de árboles perennes de escasa estatura y que estaban densamente poblados de agujas. El largo e irregular claro les ofrecía el espacio justo para hacer una fogata y tender los sacos de dormir. Cenaron enchilada de lata, pan de maíz y patatas asadas, y remataron la comida con barritas de chocolate.

En el momento de acostarse, Seth usó el saco de dormir de Warren y su funda de vivaque. Mara hizo el primer turno de vigilancia. Embozado en su saco de dormir, Seth miró las estrellas, asombrándose de lo lejos que estaban. Era muy fácil acortar la distancia: solo tenía que imaginarse que eran puntitos de luz en un techo negro. Pero si asomarse a mirar por el borde de un acantilado le hacía sentir las rodillas un tanto temblorosas, ¿por qué no le pasaba lo mismo al contemplar billones de kilómetros de espacio vacío? Al pensar en ello, la inmensidad asombrosa del espacio que le separaba de aquellas estrellas casi le dio vértigo. Qué extraño, pensar que el universo entero estaba desplegado por encima de su cabeza, como si fuese su propio acuario particular.

Se planteó salir del saco de dormir para ayudar a Mara a pasar mejor el tiempo. Después de haber vivido dentro de una mochila, su sueño estaba totalmente trastocado. Diciéndose a sí mismo que se arrepentiría de haber permanecido despierto ahora, cuando le tocaba hacer su turno de vigilancia más tarde, cerró los ojos y se obligó a relajarse.

A Kendra le tocó el tercer turno. Dougan la despertó con suavidad y le recordó que después le tocaba a su hermano. Ella asintió con la cabeza y salió sigilosamente de su saco de dormir, se envolvió en una manta y se acercó un poco más a la pequeña fogata.

Sentada a solas, se preguntó por qué se molestaban en montar guardia. Daba igual quién estuviese despierto, pues Mendigo sería el primero en dar la voz de alarma. Y aunque lo hiciese, no iba a servirles de mucho. Cuando la marioneta los había avisado sobre los peritios, todos estaban despiertos y, aun así, aquello había acabado desastrosamente.

Wyrmroost no era Fablehaven. Aquí las criaturas eran gigantescas. Si una dragona como Nafia quería verlos muertos, morirían. Si habían escapado de la dragona había sido únicamente porque Gavin la había persuadido para que no los matase. Habían confiado en su generosidad, y ella había optado por dejarlos marchar. ¿Qué más daba montar guardia frente a unas criaturas a las que no tenían la menor posibilidad de derrotar?

Levantó la vista al cielo, buscando algún satélite que se desplazara entre las estrellas. La luna había salido y cada vez estaba más llena, y con su luz hacía que el brillo de las estrellas pareciese más tenue de lo que había sido últimamente. Pero al cabo de unos minutos el movimiento lento y constante de un débil puntito de luz atrapó su atención.

Volvió a bajar la vista al oír el tintineo de Mendigo, que se acercaba. No venía deprisa, pero se acercaba a ellos. La última vez que ella había estado de guardia no le había oído ni le había visto.

La marioneta avanzó con sus largos pasos y apareció entre los árboles de hoja perenne junto a una mujer alta y guapa. La preciosa desconocida tenía unos rasgos aristocráticos: pómulos marcados, tez sin mácula, ojos altivos. Cubría su esbelto cuerpo con un vestido largo y vaporoso sin ceñir, y unas sandalias doradas abrazaban sus pies. Lo más llamativo era su melena, una lustrosa cascada de color azul plateado. Aparte de su actitud de seguridad desenfadada, nada en ella sugería que supiese que estaba paseándose por una peligrosa reserva montañosa, en plena noche. Costaba adivinar su edad.

Pese a las mechas plateadas de sus cabellos, a simple vista Kendra habría dicho que tenía entre veinte y treinta años, pero la desconocida se movía con un porte de majestuosa elegancia propio de alguien mayor. Mendigo caminaba a su lado, cogido de su mano.

—Tenemos visita —anunció Kendra en voz alta, poniéndose en pie. Tal vez la mujer fuese una dríade, pero no tenía intención de enfrentarse ella sola a una desconocida.

—No pretendo haceros ningún daño —dijo la mujer desde lejos aún, su voz melodiosa y dulce.

Kendra oyó que sus compañeros se movían en los sacos de dormir.

—¿Quién eres? —preguntó Kendra.

—Déjame a mí ocuparme de esto —dijo entre dientes Gavin, que salió a gatas de su saco de dormir y se puso un abrigo.

Trask tenía una mano apoyada en la ballesta.

La mujer se detuvo a unos pasos de Kendra. Llevaba sandalias planas y medía más de un metro ochenta.

—¿No lo adivinas? Nos hemos visto antes.

—¿Nafia? —susurró Kendra.

La mujer se sonrojó.

—Me hago llamar Nyssa cuando adopto forma humana. Estoy aquí para ayudaros.

Gavin se acercó por detrás de Kendra.

—¿Cómo podrías ayudarnos? —preguntó.

Cuando Nyssa le miró a los ojos, su mirada cobró un brillo de astucia.

—Conozco la geografía del lugar.

—Ha-ha-hasta ahí me lo puedo creer —repuso Gavin.

—Qué tartamudez tan adorable —dijo Nyssa, casi coqueteando.

Gavin apretó los labios.

—¿Por qué querrías ayudarnos?

Nyssa sonrió, estirando sus labios perfectos.

—Echo de menos a los humanos. Adoptar su forma es algo que casi había olvidado, hasta que aparecisteis vosotros. ¿Quién sabe cuándo volverán por aquí más humanos? Lo más parecido que tenemos en Wyrmroost es ese viejo chaquetero de Agad.

—¿Eres una dragona que añora la compañía de los humanos? —preguntó Gavin, receloso.

—No de cualquier humano —respondió ella, que se acercó un poco más a Gavin. Como él no era tan alto, Nyssa tenía que bajar la cabeza para mirarle—. Un hermano dragón. —Miró a Kendra—. Y varios domadores de dragones. El tipo de gente que me va.

Gavin miró a Kendra. Parecía intranquilo. Su destino final era el templo del Dragón. Ningún dragón les dejaría llegar hasta allí.

—Es posible que no desees venir con nosotros a todos los sitios a los que queremos ir —dijo Gavin con un hilo de voz.

Nyssa se rio.

—¿Y adónde pretendéis ir, humanos? ¿En qué lugar un dragón no sería bienvenido? Tal vez tengáis la esperanza de trabar amistad con Thronis el Terrible. No me parece un plan muy posible. Con todo, os dirigís a un territorio que él vigila muy estrechamente.

—Tenemos una misión secreta —dijo Gavin—. No podemos aceptar tu compañía.

Nyssa entornó los ojos.

—Ciertamente, sois una peculiar tropa de humanos, si la protección que podría ofreceros una dragona no es bienvenida.

Gavin se cruzó de brazos.

—Imagino que bajo forma de dragón no serías ni la mitad de complaciente con nuestras necesidades.

Nyssa emitió una respuesta vibrante riéndose sin despegar los labios.

—Eso lo has captado bien. Siendo dragona veo el mundo a través de unos ojos menos generosos. ¿Quieres que hagamos un experimento?

Gavin levantó las dos manos.

—N-n-n-no, por favor.

Nyssa arrugó la nariz.

—Cómo me chifla ese tartamudeo.

—No pretendemos ofender a nadie —dijo Gavin con un tinte de súplica en su voz—. Solo tenemos que ir con cuidado y…

—Y una dragona en vuestro equipo es una dragona que sobra —dijo Nyssa, lanzando destellos con la mirada—. Comprendo. No deseo imponeros mi compañía. Si así lo deseáis, os dejaré en paz para que podáis partir rumbo a vuestra muerte al despuntar el día. Enseguida descubriréis que no todos los habitantes de Wyrmroost son tan… complacientes como yo. De hecho, si es cierto lo que cuentan los rumores, ni yo misma querría que me sorprendieran en vuestra compañía, sea cual sea la forma que adopte.

—¿Rumores? —preguntó Kendra.

—¡Pero si habla! —Nyssa rio—. ¿Se puede permitir eso, hermano dragón? Detecto que tú prefieres ocuparte de hablar. Sí, rumores. Cuentan que han visto a Navarog al otro lado de la cancela de Wyrmroost.

—¿Navarog? —exclamó Gavin.

—Habéis oído hablar de él, no me cabe duda —dijo Nyssa—. ¡Es un dragón tan malvado que le nombraron demonio honorario! Tiene una reputación terrorífica. Fue uno de los pocos de entre nosotros que evitó que lo llevasen en manada a una reserva de dragones. Aquí normalmente es raro ver visitantes. ¿Puede ser que su repentino interés en Wyrmroost tenga que ver con mis nuevos amigos humanos?

—Es una noticia espantosa —admitió Gavin—. ¿No lo han visto dentro de la reserva?

Nyssa sonrió pícaramente.

—No, que yo sepa. Si el príncipe de los demonios está aquí por vosotros, ¿por qué no me dejáis que os devore yo en vez de él? Menos jaleo. Menos drama. Lo haré con cuidado.

—Gracias por el ofrecimiento —dijo Gavin—. Creo que nos arriesgaremos.

—La cancela de Wyrmroost es fuerte —dijo Nyssa—. Si no tiene una llave, ni Navarog será capaz de cruzarla. A lo mejor podríais acercaros a Agad para pedirle trabajo. Con Navarog plantado en la única salida, quizá sería mejor quedaros aquí más tiempo de lo que teníais planeado.

—L-l-l-lo meditaremos —dijo Gavin.

—El tartamudito valiente —respondió Nyssa en tono indulgente—. Acaban de decirte que tu muerte es segura, y aun así mantienes la compostura. A lo mejor es verdad que mereces ser un hermano dragón.

—Me gustaría pensar que sí —dijo Gavin, bajando los ojos.

Nyssa abrazó a Kendra.

—Ha sido un placer conocerte —dijo Nyssa. Tendió una mano a Gavin, quien la tomó en la suya y a continuación acercó sus labios a ella—. Cuán caballeroso. Ha sido casi tan ameno como había esperado, salvo que habría preferido disfrutar de vuestra compañía un poco más. Bueno, así son las cosas. No me entrometeré más. Siento haber sido portadora de funestas noticias. Si os sirve de consuelo, vuestra desaparición era casi segura, aun sin que Navarog hubiese estado rondando cerca de la cancela. Que disfrutéis del resto de vuestra estancia.

Nyssa se dio la vuelta y se alejó a grandes pasos en mitad de la noche sin mirar atrás.

Kendra se cogió de la mano de Gavin y la estrechó con fuerza. Él le devolvió el gesto.

—Quizás ella podría ayudarnos a encontrar protección… —susurró Kendra.

Gavin negó con la cabeza.

—Teniendo en cuenta adonde nos dirigimos, si la invitamos a unirse a nuestro grupo, moriríamos seguro.

Trask apareció detrás de ellos con la ballesta preparada.

—Podría haber acabado con ella fácilmente.

Gavin resopló.

—Habrías podido. Estaba vulnerable. Pero nosotros habríamos muerto poco después. Nada disuadiría a los dragones que hubiesen acudido a vengar su muerte.

—Sí, eso había pensado —dijo Trask. Suspiró—. Lo de Navarog no es una buena noticia. Estaba claro que las cosas no iban a ser fáciles…

—Pero es bastante menos de lo que esperábamos que pudiera pasar —repuso Gavin.

Nadie se lo discutió.

• • •

Al día siguiente, Kendra se despertó con una sensación extraña. La noticia de Nyssa la había dejado inquieta. Le costó recordar los detalles de lo que había soñado, pero tenía que ver con bellas mujeres que se transformaban en dragones y con correr mucho. Por lo menos, la primera parte del día debería ser relativamente tranquila. Mientras recorriesen el interior de la grieta del Paso De Lado, no podría llegar hasta ellos ningún monstruo gigante.

Kendra le llevó el desayuno a Warren. Parecía de buen humor, aunque respiraba con dificultad y superficialmente, y cada vez que cambiaba de postura su rostro mostraba reacciones a punzadas de dolor. Se tomaron un tazón de chocolate los dos juntos. Kendra tomó también una barrita energética, pero Warren pasó, contentándose con unos gajos de naranja.

Después de desayunar, cargaron los sacos de dormir en la mochila mágica y se encaminaron hacia la grieta. La alta resquebrajadura de la pared de piedra se prolongaba al menos una treintena de metros, e iba estrechándose a medida que subía, cerrándose antes de alcanzar el extremo superior.

Kendra nunca había visto una cueva tan alta y angosta.

Se adentraron en la hendidura. Trask y Gavin encabezan la marcha. Dougan y Tanu cubrían la retaguardia. Durante un buen trecho dos personas podían avanzar cómodamente una al lado de la otra. Antes de haber recorrido mucha distancia encendieron las linternas. Kendra alumbró el lugar con la suya para contemplar cómo el espacio se iba estrechando hasta acabar uniéndose en lo alto. Llegó un momento en que tuvieron que proseguir en fila de a uno. Tan angosto se volvió el camino que Tanu y Dougan tuvieron que ponerse de lado. Kendra trató de no imaginarse las paredes cerrándose sobre ellos, espachurrando al grupito hasta dejarlos hechos papilla.

Al otro lado, la grieta no alcanzaba tanta altura como en la primera parte, entre nueve y doce metros como mucho, pero el hueco era más ancho que al inicio. Durante los últimos doscientos metros aproximadamente habían podido avanzar hombro con hombro hasta cuatro juntos.

Al salir de la grieta del Paso De Lado se encontraron avanzando por un saledizo de piedra que por un costado tenía una caída muy pronunciada y por el otro una pared totalmente vertical. La anchura de la cornisa variaba, unas veces medía muchos metros de ancho y otras apenas nada. Al pasar por los tramos más estrechos, Kendra se mordía el labio y se pegaba a la pared de roca, arrastrando los dedos por la fría y rugosa piedra. Trataba de no fijar la vista en el árido cañón del otro lado. Poco a poco la cornisa fue descendiendo y ganando anchura, hasta que llegaron a una zona salpicada de pedruscos del tamaño de camiones, repartidos sin orden ni concierto.

Trask se detuvo de pronto y alzó un puño. Escudriñando al frente, Kendra distinguió un grifo posado encima de un peñasco ancho y plano que había más adelante. La criatura, con una altura mayor que la de un caballo, tenía la cabeza, alas y garras de un águila, unidos al cuerpo y patas traseras de un león. El pico largo y ganchudo parecía hecho para desgarrar, y las plumas, de un color marrón dorado, resplandecían a la luz del sol.

A lomos del grifo iba sentado un enano en una silla de montar color carmesí, de cuero labrado.

Tenía la piel de bronce, ojos negros y una barba corta y poco poblada; en la cabeza llevaba puesto un casco de hierro lleno de abolladuras. Una espada corta colgaba del cinto, y sostenía un escudo magullado que lucía el blasón de un puño amarillo. El hombrecillo se acercó a la boca un megáfono hecho a partir de una piel de animal, negra y peluda.

—Hoy es el día en que un enano os capturó.

Trask apuntó al hombrecillo con su ballesta.

—Baja tu arma, señor —exigió el enano sin el menor rastro de inquietud.

—Improbable —gruñó Trask—. No soy ni medio malo con esto. Aléjate suavemente con el grifo hacia mí.

El megáfono tapaba en parte la sonrisa del enano.

—En el reino de Thronis el Magnífico, los intrusos no dan órdenes. Si bajáis las armas y venís tranquilamente, no resultaréis heridos. Inicialmente.

Trask negó con la cabeza. La ballesta permaneció en posición de ataque.

—Abre otra vez esa boca y te tragarás un bodoque. Para tu montura tengo otro. Desaparece, hombrecillo. No pretendemos hacerte ningún daño, ni a ti ni al gigante. Solo estábamos atravesando este paraje.

El enano bajó su megáfono y espoleó suavemente al grifo. La criatura bajó de un salto de la roca.

Kendra oyó una ráfaga de viento un segundo antes de que un grifo sin jinete apareciese de pronto desde detrás y asiera con sus enormes garras los hombros de Trask. Sus poderosas alas peinaron el aire hacia abajo y la criatura hizo despegar a Trask del suelo. Un segundo grifo agarró a Dougan de modo parecido y un tercero atrapó a Tanu.

Gavin se abalanzó sobre Kendra para tenderla en el suelo. Mara giró sobre sí misma y tiró la lanza contra el vientre del grifo que se le echaba encima. La criatura emitió un chillido y viró para alejarse, con la larga lanza profundamente prendida en su cuerpo. Otros cuantos grifos les pasaron por encima, tratando de agarrarlos con sus patas.

—A la mochila —insistió Gavin al oído de Kendra. Le quitó la mochila del hombro y levantó la tapa de la abertura principal—. Seth, tú también —le llamó—. Métete aquí.

Los grifos que habían fallado en la primera pasada estaban dando la vuelta para intentarlo por segunda vez. Kendra contó siete, sin incluir al que estaba detrás de la roca y a los que ya habían atrapado a sus compañeros.

Gavin la agarró por un hombro y la metió impetuosamente de cabeza en la mochila. Era una forma incómoda de empezar a bajar por una escala, pero ella se asió con fuerza a los travesaños y se las arregló para ponerse cabeza arriba y descender correctamente. Kendra bajó a toda prisa para dejar sitio a su hermano.

Oyó varios de los grifos chillando: unos chirridos más graves y fuertes que cualquier sonido que pudiera emitir un ave.

—Bonita entrada de cráneo —comentó Warren, incorporándose y apoyándose en un codo. A su vera tenía encendido un farolillo eléctrico—. ¿Qué está pasando ahí fuera?

—Un ataque de grifos —respondió Kendra sin resuello, y alzó la vista hacia la boca de la mochila—. Montones de grifos.

—Los grifos no suelen ir por los humanos.

—Pues se han llevado ya a Trask, a Tanu y a Dougan.

—Oh, no.

Kendra observó con el corazón en un puño la abertura de la mochila, que se cerraba. Alguien había cerrado la tapa.

Seth gateó hasta Gavin y comenzó a meterse dentro de la mochila. Tenía una pierna dentro cuando un grifo se estampó contra él con mucho ímpetu, haciéndole rodar y dar volteretas por la cornisa de piedra. Con los codos y un hombro doloridos, tardó unos instantes en comprender que él no había sido el objetivo del ataque. El grifo había cogido a Gavin y en esos momentos alzaba el vuelo con él hacia el cielo.

Tres grifos se lanzaron en picado contra Mara, en formación. Ella dio una voltereta lateral para apartarse del cabecilla y, contorsionándose, logró evitar por poco las garras estiradas hacia ella del segundo grifo, pero el tercero la enganchó. Mientras la criatura se la llevaba por los aires, ella agitaba las piernas en el vacío.

Seth oyó un tintineo. Mendigo había ido en avanzadilla delante de ellos, pero ahora Seth vio que el títere echaba a correr a toda velocidad hacia ellos.

—¡Mendigo! —gritó Seth.

Dos grifos planearon hacia Seth, pero él se tendió boca abajo junto a una roca. Aunque notó el aire que levantaron al pasar, las garras se alejaron sin haber apresado nada. El siguiente grifo, en lugar de abalanzarse sobre él a gran velocidad, se posó al lado de Seth y le reprendió con un áspero graznido.

El muñeco de madera se hallaba a solo unos pasos de distancia.

—¡Escapa con la mochila! —gritó Seth, haciendo señas al títere para que se alejara—. ¡Protege a Kendra!

Unas garras asieron a Seth por los hombros, unas fuertes alas batieron el aire y despegó del suelo.

Estiró el cuello para poder mirar hacia abajo y hacia atrás y vio que Mendigo se apoderaba de la mochila justo antes de que un grifo la cogiera; asió la bolsa y se apartó de su camino dando un salto a un lado. El hombre de madera esquivó a otro grifo en su carrera hacia el filo del despeñadero.

Entonces saltó al vacío y se perdió de vista en el cañón.

¿Podría Mendigo sobrevivir a una caída desde semejante altura? ¿Y Kendra? Seth sabía, por propia experiencia, que el almacén no acusaba los movimientos de la mochila. Daba igual los meneos y las sacudidas que sufriese la bolsa: la sala que había dentro se mantenía estable en todo momento.

¡Cruzó los dedos para que siguiese siendo así aun en el caso de que la mochila cayese por un precipicio!

Dirigiendo la vista hacia delante, Seth vio que estaban cobrando altura a gran velocidad y que el destino era Risco Borrascoso. Mara, Gavin, Tanu, Dougan y Trask iban colgando de sendos grifos, delante de él. Ninguno de los demás grifos, aparte del que llevaba al enano, tenía jinete. Seth podía notar las afiladas garras incluso con la chaqueta de invierno, aunque no le habían rasgado la piel.

Lanzó un vistazo hacia abajo y divisó el lejano suelo rocoso debajo de sus botas, con cientos de metros de vacío en medio. Si el grifo le soltaba, se vería practicando caída libre sin paracaídas.

Afortunadamente, las garras gigantes parecían asirlo con absoluta seguridad.

La sensación de ir volando con el grifo era innegablemente alucinante. A medida que ascendían, la criatura viraba a izquierda y a derecha, y en ocasiones remontaba con brusquedad el vuelo, lo cual le provocaba a Seth un hormigueo en el estómago. Unas veces las alas batían con fuerza, otras veces planeaban, y el viento le silbaba en los oídos. Cada vez subían más, hasta que Seth tuvo la sensación de estar contemplando más bien un mapa de Wyrmroost al que no le faltaba el menor detalle, con sus árboles, cordilleras, despeñaderos, lagos y barrancos, todo en miniatura.

Conforme ganaban altura, vio que Risco Borrascoso estaba más y más nevado. Seth trató de alzar la vista, pero estaba demasiado cerca de la montaña como para poder ver la cima. El aire iba tornándose más gélido a ritmo constante. La mañana había sido relativamente cálida, por lo cual no se había puesto guantes. Se las arregló para subirse la cremallera del abrigo, pero aun así el viento creado por la velocidad a la que volaban continuó impidiendo que entrara en calor. Se masajeó las orejas y no paraba de frotarse las manos, cuando no las metía en sus bolsillos.

Al final, Seth alcanzó a ver la cima de la montaña. Justo debajo del risco más alto, erigida sobre un extenso saliente de roca, contempló una gigantesca mansión, sostenida en parte por una malla de pilotes y riostras. El edificio, que se extendía a lo ancho, contaba con tejados picudos de tejas de pizarra, chimeneas inmensas y amplios patios de piedra. Cuanto más se acercaban a la extraña construcción, más impresionante se tornaba la escala de la mansión. Las barandillas que cerraban las terrazas eran más altas que la casa de Seth, y la puerta de entrada considerablemente más alta todavía.

Mientras su grifo seguía al resto hasta el espacioso patio que se extendía delante de la colosal puerta, Seth cayó en la cuenta de que la inmensidad de aquella morada no debería haberle pillado por sorpresa. Al fin y al cabo, era el hogar del gigante más grande el mundo.

• • •

Kendra oyó el tumulto de fuera, desde la parte superior de la escala. Los feroces alaridos de los grifos se entremezclaban con los gritos de sus amigos. Oyó a Seth ordenarle a Mendigo que cogiese la mochila, oyó el silbido del viento al caer a plomo desde el filo del despeñadero y el fuerte chasquido que produjo el impacto de madera contra piedra al aterrizar.

Aferrándose desesperada a la escala, Kendra se había preparado para recibir el golpe, pero dentro del almacén no se notó absolutamente nada. En ningún momento, la sala se inclinó a los lados ni vibró ni retembló. Oyó sonidos tintineantes y chasquidos, indicio de que Mendigo se ponía en pie en el lecho rocoso del cañón, y a continuación oyó el rasguño del cuero contra la roca.

Los grifos volvieron a emitir sus chillidos. Desesperada por averiguar qué estaba pasando, subió hasta el travesaño más alto y se asomó por la abertura de la mochila hasta poder ver algo. Se encontró escudriñando el exterior de una pequeña cavidad de roca. Mendigo, al que se le había caído un brazo y que lucía una profunda raja que le atravesaba el torso, esquivaba, giraba sobre sus talones y saltaba a un lado y a otro, hasta que las garras de un grifo le apresaron y se lo llevaron consigo. Un segundo grifo cogió su brazo. A continuación, un tercero estiró sus garras dentro de la cavidad tratando de coger la mochila, pero las uñas no lograban alcanzarla. La criatura chilló. Kendra metió la cabeza de nuevo en la habitación.

—¿Qué está pasando? —preguntó Warren.

—Mendigo se tiró por el precipicio con nosotros. Aterrizó en una quebrada. Nos metió en un hueco entre las rocas. Me parece que los grifos no consiguen llegar hasta la mochila.

—Estate sentada —le advirtió—. No vuelvas a asomarte a mirar.

—No estoy segura de que podamos salir de aquí sin ayuda. La cuevecilla es bastante pequeña. No sé si puedo salir de la bolsa.

—Espera a que se hayan ido para intentarlo.

—¿Y si baja por aquí el enano? —preguntó Kendra—. Podría ser que fuese lo bastante menudo para caber por la grieta y llegar hasta nosotros.

—¿La fisura es pequeña? —preguntó Warren.

—Pequeña y estrecha —respondió Kendra—. Ni siquiera estoy segura de que Mendigo hubiese podido caber. Seguramente arrojó dentro la mochila. Hasta el enano podría ser demasiado grande.

—Desde aquí, podrías suministrarle al enano un pinchazo en todo el ojo con aquella jabalina de allí.

Kendra dirigió la vista hacia la fina arma de punta afilada.

—Perfecto. Vale. No oigo nada. ¿Miro otra vez?

—Ten cuidado. Espera unos minutos más. Asegúrate de que realmente se han ido. Si no están, sería genial si pudieras trasladarnos a otro escondrijo.

Kendra cogió la jabalina. Una vez que estuvo de nuevo en el más alto de los travesaños empotrados en la pared, empujó la tapa para abrirla y se asomó a mirar por la abertura de la cavidad hacia el árido y desierto cañón. No vio ni rastro del enemigo. Por supuesto, podía haber un grifo plantado a un lado de la cavidad, con la garra preparada para arrancarle la cabeza en el instante en que la asomase. Aguardó, observando el lugar y aguzando el oído. Al cabo de un rato, decidió comprobar si era capaz de salir de la mochila.

Lo intentó durante unos cuantos minutos. No conseguía mover la bolsa empujando las paredes y el suelo de la cavidad con la mano. Y a duras penas lograba sacar la cabeza y los hombros de la bolsa.

Al final, descendió la escala, derrotada. La cavidad era demasiado angosta. Incluso si se las ingeniaba para salir de alguna manera, su cuerpo llenaría por completo aquel espacio tan limitado, y se quedaría atrapada, incapaz de moverse.

Posiblemente ella y Warren estaban a salvo de momento.

Pero atrapados.