19

Domador de dragones

Cuando Kendra comenzó a cruzar el puente levadizo junto a sus compañeros, el cielo entero se había cubierto de nubes. El techo gris que se extendía justamente sobre el territorio de la reserva parecía más claro que la oscuridad que rodeaba Wyrmroost, pero habían empezado a caer agitados copos de nieve, sacudidos por rachas de viento intermitentes. Cuando Kendra dirigió la mirada hacia el otro lado de la barrera óptica del arco iris, la nevada que caía fuera de la reserva le pareció mucho más intensa.

Pesarosa, Kendra lanzó un vistazo a la muralla que encerraba el torreón del Pozo Negro. Ella y sus amigos se encontraban ya fuera, a la intemperie. Vulnerables. Gavin les había contado en el hotel que los dragones veían a las personas de un modo muy similar a como las personas veían a los ratones.

En estos momentos se sentía como un ratón al que hubiesen arrojado a un nido de víboras. En todo el recinto de Wyrmroost podía haber dragones u otros depredadores enigmáticos acechando debajo de cualquier árbol, en el interior de cualquier cueva, detrás de cualquier otero. No quedaba ningún lugar en el que pudiesen resguardarse. Atraer la atención sobre sí era una mera cuestión de tiempo.

Empezaron a subir por una pendiente, avanzando muy apiñados. Tanu le había dado una pastilla para la garganta, pero seguía notándola irritada. Con el torreón del Pozo Negro haciéndose cada vez más pequeño detrás de ellos, Kendra observó a los demás. Trask, que iba andando a grandes y firmes pasos, transmitía una sensación de determinación y confianza. Tanu y Mara lucían un semblante serio y meditabundo. Dougan parecía ir tan campante, como si fuera a dar una vuelta para disfrutar de la naturaleza. Warren iba lanzando al aire una y otra vez un palo, al parecer queriendo ver cuántas vueltas era capaz de hacerle dar antes de volver a cogerlo. Gavin, que cubría la retaguardia, iba frotándose nervioso las palmas de las manos con los pulgares, los ojos mirando incesantemente de un punto a otro.

Atravesaron una zona de altos cedros y pinos, con el caprichoso viento agitando las grandes ramas encima de sus cabezas. Entre los árboles, Kendra veía cúmulos resecos de agujas viejas, marañas de ramitas, alguna que otra roca saliendo del suelo, y aquí y allá restos de nieve sucia, caída tiempo atrás. Los copitos que estaban cayendo en estos momentos no cuajaban en la tierra. De hecho, bajo los árboles no eran muchos los copos que lograban alcanzar el lecho del bosque.

—¿Sacamos ya a la marioneta? —preguntó Warren—. Podríamos perfectamente mandar a Mendigo para que haga una batida, a ver si hay algún peligro. Metido en la mochila no nos sirve para nada.

—Haremos un alto cuando lleguemos al final de esta pendiente. Entonces lo sacaremos —dijo Trask.

Hacia la cresta de la pequeña sierra montañosa el terreno empezó a empinarse cada vez más.

Kendra se ayudó con las manos para trepar hasta la cima. Al otro lado, el desplome del firme era aún más pronunciado. Las rachas cargadas de copos de nieve habían cesado de momento, pero la brisa había arreciado. Por encima se alzaban, imponentes, crestas y cumbres aún más altas, cúspides rocosas, salientes arbolados, paredes de piedra y, finalmente, los tolmos pelados de Risco Borrascoso. A la izquierda, más allá aún, el pico del Colmillo de la Luna se elevaba hacia el cielo, oculta su cima por una masa de nubes gris claro.

Kendra se acordó de cuando había divisado la reserva desde el helicóptero y de la visión del mapa en el torreón del Pozo Negro. Usando como referencia las hileras de tierra elevada que se sucedían en progresión ascendente, intentó identificar algunas de las quebradas, valles, praderas, arroyos y lagos que sus ojos aún no habían visto.

—Mirad al otro lado de la brecha —dijo Dougan.

Una figura oscura que avanzaba pesadamente emergió entre los árboles de la siguiente cadena montañosa. La criatura, con la complexión de un oso, tenía el pelaje greñudo de un yak y un pico ancho como de halcón. La bestia se irguió sobre los cuartos traseros, por lo que alcanzó el doble de envergadura que un oso pardo, y emitió un sonido a medio camino entre un alarido y un rugido.

—¿Qué es? —susurró Kendra.

—No estoy seguro —murmuró Trask—. Tal vez sea hora de sacar nuestras armas.

Trask y Warren abrieron la mochila y bajaron al almacén. El engendro osuno continuó su ascenso por la falda de enfrente y después desapareció a lo lejos, contoneando una cola sin pelo que acababa en una especie de bulto bulboso.

—Mirad encima del Risco Borrascoso —dijo Mara con la vista puesta en el cielo.

Kendra siguió su mirada y vio en la lejanía dos siluetas que giraban en círculos en las alturas, con las alas bien abiertas. Las criaturas suspendidas en el aire carecían del cuello largo y de la cola larga de los dragones, pero eran de grandes dimensiones y tenían cuatro patas.

—Grifos —dijo Tanu.

Ante su vista, las criaturas trazaban círculos y bucles en el cielo con acrobática agilidad. Después, se lanzaron en picado las dos y se perdieron de vista.

—Han encontrado una presa —comentó Dougan.

Un par de minutos después, Trask y Warren salieron de la mochila seguidos de Mendigo, con los ganchitos de oro de las articulaciones tintineando. Además de acarrear con la enorme ballesta, Trask llevaba un par de espadas iguales, cruzadas a la espalda, y dos dagas gemelas en la cintura. Warren sostenía la espada que se había llevado de Meseta Perdida. Mendigo portaba una lanza de casi dos metros y medio de largo y una pesada hacha de guerra. Mara cogió la lanza y Dougan aceptó el hacha.

—¿Vosotros no lleváis armas? —les preguntó Kendra a Tanu y a Gavin.

Tanu se giró para mostrar a Kendra la cerbatana que llevaba metida por el cinto.

—Lo mío son los dardos somníferos y las pociones.

Gavin dio varias vueltas a su bastón de caminar.

—Esto me bastará por el momento. Evitar enfrentamientos será nuestra mejor opción. Pero es bueno ir armado por si surge alguna amenaza menor.

—Como, por ejemplo, osos halcón gigantes —dijo Kendra.

Él sonrió.

—Exactamente.

—Mendigo —dijo Warren—, rastrea el perímetro que nos rodea. No te alejes demasiado de nosotros. Alértanos de cualquier posible peligro. Que ninguna criatura nos pille desprevenidos. Nuestro objetivo es evitar encuentros. En caso de que surja cualquier problema, tu prioridad será proteger a Kendra, y después a los demás. Métete en la mochila si el peligro se vuelve extremo. Nuestro primer objetivo es huir de todo conflicto, pero recurriremos a la violencia en defensa propia según sea necesario. Como último recurso, si debes matar para protegernos, hazlo.

El humanoide de madera movió arriba y abajo la cabeza unas cuantas veces y se marchó a paso ligero por el otro lado de la cresta, con movimientos gráciles y relajados y su tintineo. Kendra le perdió de vista entre los árboles en un periquete.

—Seguiremos por esta cresta un rato más —dijo Mara—, y a continuación bajaremos a un valle cubierto de bosques.

—En marcha —dijo Trask, apoyando su enorme ballesta en el hombro.

La caminata los llevó por toda suerte de terrenos. Avanzaron cautelosos por un pedregal en pendiente, vadearon arroyos angostos, atravesaron praderas cubiertas de vegetación y rodearon un lago oblongo. Cerca de un estanque, se echaron cuerpo a tierra detrás de un tronco caído mientras una criatura con aspecto de dragón, con alas negras, dos patas llenas de escamas, cola de escorpión y cabeza de lobo, bebía ingentes cantidades de agua. Vieron más grifos volando en círculos en el cielo, a gran altura, pero ninguno de cerca. En un momento dado, cerca de la cima de un monte, Mara indicó una columna de humo negro a lo lejos.

Cuando empezó a anochecer se resguardaron en un barranco poco profundo, junto a una pared de tierra arcillosa, de forma cóncava, debajo de un saliente de roca. Mara encendió un fuego de campamento y comieron a gusto de la gran cantidad de víveres de la mochila: raciones envueltas en papel de aluminio compuestas por carne salada de vaca y verduras, todo rematado con frutos secos y compota de manzana. Después de cenar, se repartieron biscotes integrales, barritas de chocolate y nubes de azúcar para hacerse los bocaditos típicos de los campamentos juveniles. Gavin y Tanu pusieron sus nubes a tostarse en la fogata hasta que prendieron y se las comieron así, churruscadas, pero Kendra prefirió tostar las suyas pacientemente hasta dejarlas de un tono dorado.

Warren se brindó a montar una pequeña tienda tipo iglú para Kendra, pero como los demás se contentaron con meter en fundas de vivaque los sacos de dormir, ella optó por hacer lo mismo. A pesar de que tenían a Mendigo rondando por la zona como un insomne centinela, decidieron turnarse para vigilar.

Dougan dijo que podrían refugiarse en la mochila; sin embargo, Warren advirtió que podrían quedarse atrapados dentro y que deberían usar la mochila solo como último recurso.

Kendra hizo el primer turno. Se sentó detrás del montículo de brasas del fuego y clavó la mirada en los árboles de alrededor, que estaban sumidos en la penumbra. Copos sueltos de nieve seguían cayendo, aunque curiosamente no terminaban de cuajar en la tierra. Trató de no pensar mucho en los terrores que podrían estar patrullando en la noche más allá de su campo de visión. Con suerte, Mendigo la alertaría antes de que alguna criatura mortífera estuviese demasiado cerca.

Cuando llevaba medio turno de vigilancia hecho, unos feroces gruñidos le llegaron a los oídos e hicieron eco en el barranco. Oyó el sonido de unas ramas al partirse y que rodaban algunas piedras.

Necesitó varios minutos para relajarse después de que hubiesen remitido los espantosos gruñidos.

Después, cuando Dougan acudió a relevarla, el aire se quedó inmóvil y juntos aguzaron el oído para escuchar el lento batir de unas alas enormes por encima de su cabeza, con el sonido de una lona enorme ondeando cadenciosamente al viento.

La mañana amaneció fría y cubierta de escarcha. Wyrmroost seguía rodeado de nubes, pero estas no formaban ya una cubierta compacta ni conservaban aquel color tan amenazante. Después de su turno de vigilancia, Kendra se había dormido más rápido y mejor de lo que había esperado. El chocolate a la taza que Tanu había preparado la ayudó a reunir el valor de abandonar el ovillo calentito de su saco de dormir. Kendra echó en la taza una nube de azúcar y se quedó mirando cómo se deshacía hasta quedar convertida en espuma mientras daba sorbos. La bebida había sido elaborada a base de leche en polvo de Fablehaven para que los demás pudiesen ver también a las criaturas mágicas.

A lo largo de toda la mañana y de la primera parte de la tarde, Mara encabezó la marcha. Era asombroso lo bien que había memorizado el mapa de Wyrmroost y lo bien que identificaba los lugares en el paisaje que aparecía a su alrededor. Siempre que tenían dudas sobre qué dirección debían seguir, confiaban en ella para tomar la decisión final e invariablemente encontraban algún hito que demostraba que su intuición había sido acertada. Cruzaron una quebrada por un puente natural de piedra. Avanzaron por un desfiladero, tan angosto que no podían pasar sino en fila de a uno; apenas podían ver una tira fina de cielo en lo alto. Rodearon sigilosamente, por el borde, un apacible valle atravesado por un arroyo serpenteante, cruzando los dedos para no llamar la atención de los basiliscos que según Agad tenían allí su morada.

Durante la caminata habían ido picando algo y bien pasada la hora del almuerzo hicieron un alto para comer, al llegar a la cima escarpada de un monte. La zona superior de la pequeña montaña aparecía cubierta de atrofiadas coníferas, pero en la cumbre solo había grandes rocas de perfil irregular. Acurrucada entre las piedras, Kendra se comió un bocadillo, un plátano algo pocho y una deliciosa chocolatina. De beber tomó dos envases de refresco de frutas, empleando sus diminutas pajitas.

Cuando estaban recogiéndolo todo después de comer, Mendigo apareció corriendo desde la otra punta de la rocosa cumbre, con su estrépito metálico, señalando con un dedo hacia el lugar de donde venía. La marioneta les hizo señas con los brazos para que echasen a correr en sentido contrario.

Mara se aupó rápidamente entre dos rocas y, protegiéndose los ojos con su mano larga y morena, escudriñó en la dirección por la que había aparecido Mendigo.

—Veo un peritio —informó—. No, varios. No, una horda entera. ¡Se acercan rápido! ¡Corred!

Mara medio bajó medio se cayó de la roca, y al llegar al suelo rodó por unas piedras. Al levantarse tenía un codo despellejado y un corte profundo en la rodilla.

—A los árboles —les apremió Trask, con la ballesta en ristre.

Dougan agarró a Kendra de la mano y corrieron torpemente por la cima plagada de piedras, hasta alcanzar un terreno de tierra y árboles. La chica echó la vista atrás y vio un gran ciervo alado que se deslizaba a unos quince metros por encima de la montaña. El animal lucía una cornamenta gigantesca, negra, un pelaje dorado, alas plumadas y las patas traseras también cubiertas de plumas.

Al instante aparecieron otros peritios que se elevaron por el cielo. Kendra contó más de una docena, y entonces dio un traspié y cayó de bruces sobre un lecho húmedo de agujas de pino secas.

Detrás de ellos se oyó un rugido tremendo, una mezcla ensordecedora imitando un trueno y un motor de avión de propulsión, más fuerte aún que los poderosísimos bramidos que Kendra había oído proferir al demonio Bahumat. Un peritio bajó al suelo cerca de Kendra, con sus pezuñas afiladas hollando la tierra, y abrió y cerró la boca hacia ella de tal modo que sus dientes como cuchillos por poco no se clavan en ella. Sin mediar pausa alguna, el peritio, de un brinco, se alzó de nuevo hacia lo alto, desplegando las alas. Otro se posó cerca de Dougan y bajó las astas hacia el suelo. El hombre saltó a un lado y puso el tronco de un árbol entre sí y las crueles puntas de los cuernos. Como el otro, el peritio volvió a alzar el vuelo en lugar de quedarse a luchar. Era como si atacasen sin mucha convicción, como de pasada.

Kendra buscó protección detrás del tronco de un árbol, con la esperanza de que la protegiese de cuernos, pezuñas y fauces. A su izquierda y a su derecha otros peritios despegaban del suelo, con las alas plegadas primero unos instantes y a continuación batiéndolas para remontar. Al parecer, su capacidad para mantenerse suspendidos en el aire tenía sus límites: las criaturas se desplazaban a gigantescos saltos que les permitían deslizarse unos cuantos metros.

Un peritio muy alterado se enredó entre las ramas de un árbol cercano cuando remontaba el vuelo y se puso a dar balidos y mugidos, agitando locamente la cornamenta y soltando plumas hasta que se precipitó por una suerte de escala irregular hecha de ramas y se estampó despatarrado contra el suelo. Después se levantó, cojeando visiblemente, y se volvió hacia Kendra, echando los belfos hacia atrás para mostrar su maliciosa dentadura amarillenta cubierta de espumarajos.

Había por todas partes integrantes de la manada en estampida despegando del suelo, mostrando escaso interés en los humanos. Pero el peritio herido arremetió contra Kendra, arrastrando una pata horriblemente descoyuntada. El árbol que había al lado de Kendra no tenía ninguna rama a su alcance, de modo que se escabulló detrás de él. Cuando el fiero peritio se acercaba ya, Mendigo se lanzó de cabeza contra sus patas, arrancándole y desgarrándole la pata herida. El ciervo mutante luchó por continuar adelante, escupiendo espuma y lanzando mordiscos. Dougan se abalanzó contra la feroz criatura por un lateral, enseñando él mismo los dientes, y le clavó el hacha en la parte alta del cuello. Las patas del ciervo flaquearon, y hombre y peritio cayeron al suelo.

Por encima de sus cabezas, un segundo rugido eclipsó todos los demás sonidos. Kendra alzó la vista entre las gruesas ramas de los árboles y vio un enorme dragón azul que se elevaba en las alturas, volando a gran velocidad. ¡Los peritios no habían estado llevando a cabo ningún ataque! ¡Estaban huyendo!

De pronto Mara se había puesto a su lado y tiraba de Kendra para que se pusiese en pie.

—El dragón está adelantando a los peritios —dijo, llevando a Kendra en perpendicular a la ruta colina abajo que había tomado la manada de ciervos alados—. Es posible que den media vuelta y retrocedan por aquí.

Kendra echó un vistazo atrás y vio que Dougan corría detrás de ella. Avistó a Trask, que avanzaba en paralelo a ellos a bastante distancia, más abajo. ¿Y Warren? ¿Tanu? ¿Gavin?

Kendra, Mara y Dougan bajaron por la pendiente, en diagonal. Cuanto más descendían, más altos eran los pinos. Había pocos matorrales con los que pelearse, tan solo la inherente inestabilidad propia de una carrera cuesta abajo por un terreno irregular. El dragón rugió de nuevo. Fue como si alguien les golpeara físicamente. Se vio el destello de un relámpago y se oyó el temblor de un trueno.

—Aquí vienen —los avisó Mara, levantando la lanza.

Los peritios aparecieron deslizándose y brincando por la ladera, algunos pasando por encima de las copas de los árboles, otros esquivando hábilmente las coníferas. La manada se había desplegado, y unos subían en línea recta por la pendiente mientras que otros lo hacían oblicuamente. Parecía que había unos cincuenta, por lo menos.

Un rayo cegador cayó justo en la copa de un árbol, un poco más abajo, y partió en dos el tronco, lo que provocó una deslumbrante lluvia de chispas. Al instante se oyó el estruendo del trueno, seguido por un rugido más fuerte y más prolongado que el anterior.

Kendra corría siguiendo su instinto, sin pararse a pensar en el peligro de caerse y procurando mantener la misma velocidad inhumana de Mara. Podía oír las fuertes pisadas de Dougan detrás de ella, y su respiración intensa. Mara derrapó y se detuvo junto a un árbol particularmente grueso, y Kendra patinó a su vez y se acurrucó a su lado. Por todas partes, los cascos chocaban con su ruido sordo contra el lecho del bosque, unos instantes nada más, para que los peritios pudieran alzar el vuelo. Por encima de ellas, el cielo estaba repleto de ciervos alados a diferentes alturas. Entonces, el dragón tapó por completo el cielo, con sus brillantes escamas azules y violetas. Lanzó un bocado con sus inmensas mandíbulas y la mitad posterior de un peritio cayó al suelo del bosque.

—Vamos —susurró Mara, y echaron a correr colina abajo en línea recta.

Trask aguardó junto a un árbol hasta que llegaron.

—Van a dar media vuelta —predijo; tenía la calva reluciente de sudor.

El dragón remontó de nuevo desde detrás de ellos. Kendra, Trask, Mara y Dougan corrieron a toda prisa pendiente abajo y se detuvieron al llegar al borde de una pradera ancha.

—Abajo —dijo Trask, arrodillándose junto a un tronco, con la ballesta preparada.

Kendra se agachó al lado de Mara. Los peritios aterrados bajaban en tropel por la colina, brincando y cruzando por el aire la pradera, unos a bastante altura, otros rozando apenas la maleza. Kendra contuvo la respiración cuando el inmenso dragón azul apareció a cierta distancia de ellos, virando en el cielo y enfilando hacia el claro. Los peritios que se hallaban en la pradera o sobrevolándola trataron de apartarse de la amenaza que se les venía encima, pero el dragón arremetió desde el otro lado de la pradera golpeando a los peritios desde el aire con sus garras y con la cola.

Cuando estaba cruzando el claro, la cabeza del dragón se volvió. Durante un segundo, Kendra vio un ojo que la miraba fijamente, brillante cual un zafiro. El dragón viró y cambió bruscamente de rumbo, extendidas las alas como si fuesen unos paracaídas. El inmenso depredador descendió entre las copas de los árboles, abriéndose paso entre los altos pinos, mientras su voluminoso corpachón derribaba árboles con gran estrépito hasta que al final frenó, provocando de camino grandes destrozos.

—Nos ha visto —dijeron Mara y Trask al mismo tiempo.

—Arriba cabezas —dijo Dougan.

Muchos de los peritios que había en la pradera habían dado media vuelta y venían ahora hacia ellos. La mayoría se posó en el suelo a una distancia de entre treinta y cuarenta y cinco metros del borde de la pradera. Allí pegaban un brinco y batían con fuerza las alas en un intento por salvar al menos las primeras copas de los árboles. Kendra vio a un peritio que chocaba de forma peligrosa. En lugar de saltar, sobrevoló el suelo al ras con la alas plumadas totalmente desplegadas. Al ir acercándose a los árboles, el peritio perdió impulso y se estampó contra el suelo, aplastando una franja de maleza.

Mientras la criatura se levantaba del suelo como podía, Mara salió de su escondrijo a toda velocidad tirando a un lado la lanza y agarró al peritio por la base de la cornamenta. Los delgados músculos de sus brazos se tensaron cuando el animal se balanceó de un lado a otro, agitándose mientras ella le sujetaba con fuerza, pero enseguida la criatura se calmó y pegó la frente a su hocico.

Kendra miró hacia abajo y se dio cuenta de que el peritio proyectaba una incongruente sombra humanoide.

En la pradera, a cierta distancia, el dragón emergió caminando de entre los árboles con las alas plegadas y el cuello estirado como si se tratase de una especie de dinosaurio de pesadilla. De su testa con cuernos sobresalían unas elaboradas púas y protuberancias. Incluso estando lejos, Kendra sintió que la inundaba una oleada de miedo paralizante. Con las alas aún pegadas al cuerpo, el inmenso dragón galopó hacia ellos; sus bruñidas escamas emitían destellos metálicos de tonalidades azules y moradas.

Trask levantó a la chica del suelo en brazos y corrió hacia la pradera. Mara se había montado a horcajadas en el peritio, el cual tenía el tamaño de un alce. Trask aupó a Kendra para sentarla delante de ella. Mara espoleó al bicho con los talones y el peritio echó a correr a toda velocidad, rodeando la pradera por el borde, en paralelo a los árboles, alejándolas así de la acometida del dragón.

El rugido volcánico que oyeron a su espalda hizo que Kendra se tapase un oído con una mano. La otra la necesitaba para sujetarse. El peritio saltó. A Kendra se le revolvieron las tripas como si estuviese montada en una montaña rusa. Las alas se agitaron, pero no se elevaron mucho del suelo.

Por encima del hombro, vio que el dragón alzaba el vuelo en su persecución. Dougan y Trask agitaron los brazos para tratar de distraer al dragón en su carrera, pero este no les hizo caso.

Mendigo salió de entre los árboles como una flecha en dirección a la pradera, agarrando la mochila por una correa de cuero. El títere le lanzó la mochila a Kendra. Mara la atrapó al vuelo mientras el peritio volvía a saltar, esta vez alcanzando una altura algo mayor.

Una sombra enorme cubrió a Kendra. Mara inclinó el cuerpo en dirección a los árboles. El peritio viró y de repente se vieron deslizándose entre los pinos como si de un eslabón se tratara. Se vio el fogonazo de un rayo. Al lado de ellas, un tronco se partió en dos con un estallido. Mara le pasó a Kendra la mochila. En cuanto el peritio volvió a posar las patas en el suelo, Mara se apeó de un salto y rodó por la tierra hasta detenerse.

Libre del peso de Mara, el animal alcanzó mayor altura. Kendra vislumbraba otros peritios despavoridos que huían a toda velocidad por entre el bosque. Por encima de los árboles el dragón volvió a bramar.

Kendra y su peritio salieron de los árboles como un proyectil y descendieron al pasar por encima de un estanque, en un claro cubierto de hierba. En lugar de servirle para poner distancia con el dragón, su huida a lomos del peritio parecía atraer la atención de la bestia, por lo que se soltó de su alada montura en pleno vuelo, dio dos saltitos en la superficie del agua gélida y finalmente se detuvo en la zona menos profunda. Su peritio se zambulló en el bajío, remontó de nuevo el vuelo y despareció entre los árboles.

Cuando Kendra se levantó, el agua le llegaba por los muslos. Avanzó a duras penas hasta la orilla, entorpecida por el agua, mientras trataba de abrir la tapa de la mochila. Si se escondía dentro, podría librarse del dragón. Pero cuando estaba saliendo del agua, el dragón se posó en la hierba, junto al estanque, y llenó por completo todo el terreno. Era diez veces más grande que Chalize, la dragona de cobre que había arrasado Meseta Perdida. Kendra se encontró mirando fijamente unos ojos que eran como dos zafiros incandescentes.

—Brillas con gran fulgor, pequeño ser —dijo el dragón. Cada palabra sonaba como tres voces de mujer que emitieran un acorde disonante.

Chorreando, tiritando, Kendra era incapaz de moverse. Quiso responder, pero notaba la mandíbula como si la tuviera pegada con cola. Los labios le temblaron. En su cabeza tenía una respuesta. Quería decir: «No tanto como tú», pero su boca se negaba a pronunciar esas palabras. Kendra gimió débilmente.

—¿Ninguna palabra final? —dijo la dragona—. Qué decepción.

Seth estaba colgado de la escala, cerca de la tapa de la mochila. Desde allí arriba miró a Bubda.

—El dragón la tiene en su poder. Kendra no puede hablar.

—Nada puedes tú hacer —le advirtió el trol—. Vive para luchar otro día más.

Con la tapa cerrada, Seth no había visto nada, y la sala no había sufrido la menor conmoción durante la persecución, pero había estado escuchando atentamente la enloquecida carrera. No tenía ni idea de lo que eran los peritios, pero notaba que había muchos y que un dragón los estaba persiguiendo. Los atronadores rugidos habían espantado tanto a Bubda que se había escondido en el rincón más recóndito del almacén, desde donde ahora miraba sin atreverse aún a salir.

—Yo soy encantador de sombras —dijo Seth—. A lo mejor puedo hablar con el dragón.

—Mejor si echamos una partida de yahtzee.

—Deséame suerte.

Seth empujó la tapa y salió de la mochila. Apareció en un campo, junto a Kendra, cerca de un estanque de aguas ondulantes. El dragón era más enorme de lo que había imaginado: la cabeza con cuernos era más grande que un coche; las garras, más largas que espadas; el cuerpo, una mole gigantesca de escamas destellantes, solo comparable en tamaño a una ballena.

—¿Otro? —exclamó la dragona con su reverberante triple voz—. Aspecto similar. Hermanos, diría yo, solo que opuestos: uno oscuro, otro luminoso. ¿Tienes tú una lengua más afilada que tu hermana?

Seth ya no miraba a Kendra, que estaba a su lado. No sentía miedo, sus músculos no notaban parálisis alguna, pero sí que se descubrió absolutamente fascinado. Esos ojos… dos piedras preciosas animadas por un radiante fuego interior. Perdió toda noción de urgencia bajo aquella mirada hipnotizadora.

—Doble decepción —lamentó la dragona—. Deduzco que el silencio os viene de familia, ¿eh? ¿A quién devoro primero? ¿A la luz o a la oscuridad? ¿A los dos juntos, tal vez?

La dragona dirigió la mirada de nuevo hacia Kendra. Seth lanzó una ojeada a su hermana.

¿Realmente la dragona había dicho en serio lo de comérselos? La cabeza le daba vueltas. No quería morir. No quería que su hermana muriese. Armándose de valor ante la posibilidad de ser despedazado por los dientes de un dragón, la cogió de la mano. De pronto, una fría clarividencia barrió la mente de Seth.

—¡A ninguno de los dos! —soltó Kendra, al tiempo que le apretaba la mano—. ¿No deberíamos presentarnos antes?

—Sabe hablar —exclamó la dragona, entornando los ojos—. ¿A qué se debe la tardanza?

Seth miró al dragón a los ojos fijamente.

—Al principio estábamos sobrecogidos.

La dragona seguía pareciéndole impresionante, pero fuera cual fuera el hechizo que le había nublado el entendimiento, ya no le preocupaba.

—Nunca habíamos estado en presencia de un dragón tan espectacular —convino Kendra.

La dragona bajó la cabeza muy cerca de ellos. Notaron las húmedas exhalaciones que manaban de las anchas aletas del hocico.

—¿Habéis hablado alguna vez con otros dragones?

—Solo con un par de ellos —respondió Kendra—. Ninguno era tan impresionante como tú.

—Habéis interrumpido mi caza —les espetó—. Hacía siglos que no veía humanos. La novedad me distrajo. Este lugar no es para vosotros.

—No tenemos planes de quedarnos mucho tiempo —dijo Seth.

La dragona emitió un sonido como de melódico tarareo, que el chico interpretó como una risilla.

—Habéis desbaratado mis planes. Tal vez debería devolveros el favor.

—No tenemos buen sabor —le advirtió Seth—. Kendra es más huesuda de lo que aparenta, y yo no me baño mucho.

—¿Y si jugamos a algo? —propuso la dragona—. Voy a reunir al resto del grupo. Hay seis más, me parece. Devoraré a los cuatro más lerdos, y averiguaré qué uso les puedo dar a los demás, como sirvientes en mi madriguera.

—¡Yo opino que no! —dijo con fuerza una voz rotunda.

Seth se dio la vuelta y vio que Gavin salía del bosque a grandes zancadas. Hasta ese momento solo le había visto en una fotografía.

La dragona levantó la vista.

—Un tercer interlocutor, casi tan joven como los otros. Ni luminoso ni oscuro. Podría emparedarte entre los otros dos. ¿Qué clase de humano sádico envió a unos retoños a Wyrmroost?

—Kendra, Seth: meteos en la mochila —les ordenó Gavin.

La dragona prendió la correa con una zarpa y lanzó la mochila por los aires.

—Inaceptable.

Abriendo la boca lo suficiente como para enseñar hasta las muelas, Gavin se puso a chillar y proferir agudos sonidos, como el parloteo de un delfín pero amplificado. La dragona respondió aún más fuerte, una sinfonía cacofónica interpretada por instrumentos de cuerda torturados. Se intercambiaron chirridos unas cuantas veces más; finalmente, la dragona volvió de nuevo su mirada encendida hacia Kendra y Seth.

—Tenéis un protector de excepción —admitió la dragona—. No sabía que quedaban en el mundo más hermanos dragones. Por puro respeto a su singular condición y a su elocuencia incomparable, os perdonaré la vida a vosotros y a vuestros amigos. Disfrutad de vuestro indulto. No os entretengáis mucho aquí.

La dragona alzó el vuelo de un salto, desplegando sus inmensas alas. Seth levantó un brazo para protegerse los ojos del momentáneo vendaval. Una vez que estuvo en el aire, la dragona desapareció rápidamente de la vista, regresando a la pradera grande.

Gavin se acercó a ellos corriendo.

—¿Estás bien? —le preguntó a Kendra.

—Sí, estoy bien. Este es mi hermano.

—Lo s-s-s-sospechaba —dijo Gavin, tartamudeando.

Kendra agarró a Seth por los brazos y le zarandeó.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¡Tranqui! —Se soltó de ella encogiendo los hombros—. ¿Qué te creías? ¿Que me había marchado a dar una vuelta por el bosque de Fablehaven todo enfurruñado? No me tengas por tan tonto. Me escondí. Y menos mal que lo hice. ¿Tú te das cuenta de lo que ha pasado? ¡Juntos formamos un domador de dragones!

—Estoy impresionado —dijo Gavin—. Mirasteis a Nafia a los ojos y hablasteis con naturalidad. Ninguno de los otros habría sido capaz de eso. Os observé unos instantes antes de intervenir.

—¿Cómo están los demás? —preguntó Kendra.

Gavin se estremeció.

—T-T-Tanu ha sufrido una grave caída. Creo que le ha dejado inconsciente. Warren fue corneado: los cuernos de un peritio le engancharon nada más empezar todo. El bicho le ar-rr-rrastró un buen trecho. Perdona si durante un rato te perdí de vista. Estaba tratando de echarle una mano.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Kendra.

—Está herido, pero se recuperará.

—¿Qué le has dicho a la dragona? —preguntó Seth.

—Simplemente me puse duro. A ellos eso les parece encantador. Y, por supuesto, utilicé mi condición de hermano dragón. Le dije a Nafia que estabais todos bajo mi protección. —Gavin miró a Kendra de arriba abajo—. Debes de estar helada.

—Hasta ahora no me había dado cuenta —respondió ella. Tenía los brazos doblados pegados al pecho. Estaba temblando.

Gavin se alejó a la carrera y recuperó la mochila.

—Métete dentro y busca ropa para cambiarte. B-b-b-bas-tante mal están las cosas como para que además tú pilles una pulmonía.

Kendra asintió y se metió en la mochila. Seth cerró la tapa.

—¿Vamos a buscar a Warren y a los demás? —preguntó.

—Me has leído el pensamiento.