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En marcha

Navidad había sido desde siempre el día festivo favorito de Kendra. Cuando era niña, lo veía como un día en el que la magia se superponía a la realidad, en el que la rutina habitual quedaba en suspenso y, aprovechando la protección de la oscuridad, aparecían por el cielo unos personajes que se colaban por la chimenea cargados de regalos. Siempre había tenido la esperanza de quedarse levantada hasta tarde y de sorprender a Santa Claus con las manos en la masa, pero indefectiblemente se dormía antes de que llegase y tenía que contentarse con un plato lleno de miga de galletas y con una notita en la que le daba las gracias.

Al ir haciéndose mayor, la Navidad fue transformándose más bien en una época para ver a sus amigos y a sus parientes. Ese día solía comer con los abuelos Larsen, todos muy elegantes, con pavo o cordero servido en finos platos de porcelana, con cubiertos de plata y adornos, y rematado todo con la mayor cantidad de pastel que fuese capaz de ingerir. Gracias a los regalos, la noche anterior estaba presidida por un ambiente de ilusión y nervios, y el día de la festividad propiamente dicha se teñía de una atmósfera encantada.

Esta Navidad era diferente.

De entrada, sus padres pensaban que había muerto. En segundo lugar, la festividad se le había ido totalmente de la cabeza. Por lo general, se pasaban las semanas previas al Día de Navidad ansiando que llegara la fecha. Este año ni siquiera se había acordado de que era Nochebuena hasta que Seth lo dijo cuando se fueron a dormir. ¿Cómo iba a prestar atención al calendario, cuando no tenía en la cabeza otra cosa que una misión que podría resultar mortal?

Kendra había decidido que su hermano debería hacerse adivino. Había acertado que ella, Warren y Gavin formarían parte del grupo de ataque. Tanu también había sido incluido. El abuelo había enumerado las mismas razones que Seth. El chico había acertado también en que a él lo dejarían fuera.

Por suerte, Seth se había tomado la noticia mucho mejor de lo que ella se había esperado. Los abuelos se mostraron aliviados y sorprendidos cuando su nieto les entregó el cuerno sin montar una escenita. Kendra supuso que debió de haber contribuido el hecho de que su hermano se esperaba ya la decisión. Fuera cual fuera la razón, los abuelos se habían quedado lo bastante impresionados como para renunciar a castigarle formalmente. A veces Kendra se compadecía de sus abuelos cuando los veía bregando con Seth. A no ser que lo encerrasen en una celda, ¿cómo se suponía que podían castigar a un chaval ingenioso que se empeñaba en fugarse una y otra vez?

Kendra estaba sentada en el salón, deleitándose con el aroma de los pasteles que se horneaban en la cocina. No habían puesto árbol de Navidad, pero sus abuelos habían llenado unos calcetines de chucherías y les habían dado a Seth y a ella unos regalos envueltos debidamente. Los que le habían tocado a ella eran sospechosamente adecuados para la expedición que estaban a punto de iniciar: unas botas robustas, un abrigo grueso, guantes nuevos. Por lo menos había tenido regalos.

Tomarían la cena de Navidad a la hora de la comida para que ella, Warren y Tanu pudieran marcharse a tiempo para coger el avión. Pero por la noche se reunirían con Gavin, Dougan, Trask y Mara en Kalispell, Montana. Desde allí, un helicóptero privado los trasladaría a su destino final.

Lo más chocante iba a ser ver a Gavin y a Mara. A pesar de su empeño en afirmar lo contrario, Kendra había ido sintiéndose cada vez más colada por él, a medida que se habían cruzado cartas a lo largo del otoño. Ver a Mara resultaría chocante porque, desde la última vez que habían hablado, la mujer de origen indioamericano había perdido a su madre y su hogar. El abuelo le había contado que, cuando Meseta Perdida quedó destruida, Mara se había unido a los Caballeros del Alba y que estaba convirtiéndose rápidamente en una de sus integrantes más leales.

Seth entró corriendo en el salón, con la cara colorada por el frío del exterior.

—Kendra, alguien te ha traído un regalo especial.

—¿A qué te refieres?

—Ven a verlo.

Seth la llevó hasta el porche de atrás, donde se encontró con Verl, que estaba esperándola.

Embutido en un jersey de cuello vuelto y con chistera negra, el sátiro parecía aterrado. Estaba apoyado en la barandilla del porche en una postura antinatural, haciendo denodados esfuerzos por dar una imagen desenfadada. Cuando la chica abrió la puerta, él se pasó la mano por entre los cabellos, justo por encima de una de las orejas, y le dirigió una sonrisita nerviosa. Kendra salió al porche y Seth salió tras ella.

Cuando Verl habló, las palabras le salieron a toda velocidad, como si estuviese recitando unas frases ensayadas:

—¡Qué alegría verte, Kendra! ¡Hace un día estupendo! Confío en que habrás pasado un día festivo satisfactorio, ¿me equivoco? ¡El mío ha sido espléndido! He disfrutado de un desayuno que estaba para chuparse los dedos, con bizcocho de ciruelas y con nueces.

—Yo también me alegro de verte, Verl —respondió Kendra educadamente—. Me gustó mucho el retrato que dibujaste de mí.

La sonrisa del sátiro se iluminó.

—Una insignificancia —dijo él, riéndose con satisfacción y moviendo la mano para restarle importancia—. De vez en cuando, tengo mis escarceos con las artes.

—Era muy realista.

Verl se puso a dar tironcillos a la pelambre lanuda que le cubría las piernas. Una y otra vez la miraba a los ojos, para, a continuación, apartar la vista.

—Me temo que mi humilde retrato ha quedado obsoleto. Debo intentar pintar otro. Tú floreces constantemente. Cada día que pasa estás más bella.

Al lado de Kendra, Seth trataba de disimular la risa haciendo que tosía.

—Eres muy amable, Verl.

—Tenía la esperanza de honrar las costumbres festivas de este día trayéndote otro presente.

—Oh, no deberías haberlo hecho —respondió Kendra.

—No lo puedo evitar. —Verl se hizo a un lado, dejando a la vista un misterioso objeto de un metro de alto aproximadamente, tapado con una tela roja—. Deseaba hacerte un regalo que complementase tu belleza. ¿Qué presente más divino podría darte que a ti misma?

Con la fioritura de un mago sobre el escenario, Verl quitó la tela y reveló una estatua de Kendra ataviada con una toga y sosteniendo en vilo un racimo de uvas.

Seth se puso a toser otra vez. Parecía que estuviera a punto de atragantarse. La estatua había sido esculpida con gran destreza.

—Vaya —dijo Kendra—, es idéntica a mí.

A Verl se le dibujó en la cara una sonrisa que más parecía una mueca.

—Nunca he sentido una oleada tan apabullante de inspiración. La admiración guiaba mis manos.

—Necesito beber algo —acertó a decir Seth, con los ojos llenos de lágrimas. Se metió en la casa rápidamente. Cuando cerró la puerta, se oyó perfectamente su carcajada.

—A Seth le encanta sacarme los colores —se rio Verl entre dientes—. No me importa si de vez en cuando nos gastamos alguna broma. Disfrutamos de una relación de casi… afecto fraternal.

—Has hecho un trabajo fabuloso —dijo Kendra, agachándose en cuclillas delante de la estatua—. Es demasiado. No tendrías que haberte molestado. ¿Sabes?, tenía la intención de hacerte un regalo, pero últimamente ha habido tanto lío…

Verl sacudió ambas manos.

—No, por favor, para, no hace falta que me regales nada. Mi dama, una dulce mirada, una palabra amable, estas cosas más que ninguna otra bastarán. Tu existencia misma me hace sentir en deuda por siempre jamás.

—¿Sabes que tengo quince años, verdad?

—Demasiado bien lo sé. He llegado a aceptar la cruda realidad de que jamás podremos ser una pareja. Considérame un admirador lejano, que adora desde la distancia tu elegancia. Todas las grandes historias de amor contienen sus elementos de tragedia.

Kendra se levantó y sonrió.

—Gracias, Verl. Es una escultura preciosa. Salta a la vista que te llevó muchas horas de trabajo. Que tengas un feliz día festivo.

Le quitó la chistera y le dio un besito en la frente.

La cara de Verl se iluminó como un árbol de Navidad. Su mirada se intensificó y empezó a mover nervioso los dedos. Miró a Kendra a los ojos y le hizo una reverencia muy tiesa.

—Feliz Navidad.

Se dio la vuelta e hizo un gesto contenido de triunfo con el puño. Ella le oyó murmurar algo así como: «Newel me debe una hora de televisión». A continuación, saltó por encima de la barandilla del porche y salió corriendo por el jardín.

Kendra aún tenía su chistera en las manos.

Seth regresó a la terraza.

—Acabas de hacerle feliz.

—No puedo creer que me haya esculpido una estatua.

—Vas a tener que dejar de florecer y de transformarte en una damisela tan bella.

Kendra le propinó un puñetazo en el brazo.

—Te lo dije, el chaval no era malo. ¿Se le ha olvidado el sombrero? También lo hizo él, ¿sabes?

—¿Qué debería hacer con ella?

—Dejarla en el porche. ¿Vas a meter en casa tu monumento?

—Creo que por ahora la dejaré aquí fuera. ¿Por qué las uvas y la toga?

Seth abrió la puerta.

—La mente de Verl es un misterio que es mejor dejar sin resolver. La abuela ha dicho que la cena está casi lista. ¿Quieres ayudarme a poner la mesa para tu última cena?

—¡Eso no tiene ninguna gracia! ¿Y si fuese mi última cena, de verdad?

Seth puso los ojos en blanco.

—No lo será. Seguro que picaréis algo en el aeropuerto.

La cena consistió en una inmensa pierna de cerdo guarnecida con piña, puré de patatas al ajillo, zanahorias endulzadas con azúcar moreno, judías verdes y panecillos calientes de mantequilla. De postre hubo pastel de calabaza, tarta de manzana, tarta de nueces pacanas y helado de vainilla.

Seth comió como si fuese un pozo sin fondo, engulló su postre a toda prisa y se levantó de la mesa antes que ninguno. Kendra tuvo que hacer esfuerzos para sentir algo de apetito. Comió porciones pequeñas y logró acabar con un pedazo templado de tarta de manzana.

Después de la comida, los abuelos les dirigieron unas palabras de despedida, pero a Kendra le costó Dios y ayuda no perder el hilo de lo que decían. Su visita a Meseta Perdida con Warren había sido una experiencia aterradora y esta tenía todos los números para convertirse en otra peor aún.

Warren, en concreto, quedó encargado de velar por ella. Los lugartenientes habían deseado que se formase un equipo de cinco personas, y por eso habían añadido a Kendra, junto con Warren, para que la protegiese. En teoría, ni ella ni Warren participarían en ninguna acción y se mantendrían escondidos en la casa del encargado de la reserva. Pero Kendra ya había aprendido, para su desgracia, que ese tipo de planes podían quedar en agua de borrajas fácilmente. Nadie sabía mucho acerca de Wyrmroost. Supuestamente, Patton había sido el único extraño que se había aventurado por sus dominios desde hacía muchas décadas.

Kendra había puesto cara de valiente. Comprendía que esa misión era algo ineludible y sabía que tendría que aparentar seguridad y entusiasmo para que los abuelos consistiesen en dejarla participar.

Al final, su buena disposición y la importancia general de la expedición habían convencido a sus abuelos para darle su permiso.

La hora de partir llegó antes de lo que Kendra hubiera deseado. Subió las escaleras hasta el desván con Dale, para coger su equipaje. Allí esperaba despedirse de Seth. En cambio, lo que se encontró fue una nota encima de su cama, puesta sobre un peto de armadura de color gris humo que tenía un brillo esplendoroso.

Querida Kendra:

¡Feliz Navidad! Este peto de armadura está hecho de un metal súper resistente llamado adamantita. Me lo regalaron los sátiros y quiero que lo lleves puesto en Wyrmroost. Debería ser lo bastante pequeño como para que, sin problemas, puedas ponerte por encima tu ropa. De hecho, a mí me quedaba un poco pequeño y seguramente a ti te quedará mejor.

Espero que me perdones por no despedirme de ti en persona. No llevo bien que me excluyan de algo. He encontrado un sitio especial en el bosque; voy allí cuando necesito pensar. Es un lugar seguro y no demasiado alejado, y no dejaré que los centauros ni nada me encuentren. He hecho algunos buenos amigos en Fablehaven. Ellos me ayudarán a salir de mi enfurruñamiento. Diles a los abuelos que no se preocupen. Es posible que me quede un tiempito allí. Si quieren encerrarme en las mazmorras cuando regresen, pues vale.

Ten cuidado. Que no te coma ningún dragón. Pásalo bien.

Te quiero,

SETH

Kendra dobló la nota. Era tan dulce y tan egoísta al mismo tiempo… ¿Cómo podía haberse ido al bosque otra vez, después de todo lo que había sucedido? Todo el mundo tenía ya suficientes cosas de las que preocuparse, como para encima añadir a la lista otra desaparición innecesaria de su hermano.

Cogió el peto con las manos, preguntándose si algo tan liviano resultaría de mucha protección. A juzgar por su peso, cualquiera hubiera creído que el peto de armadura había sido fabricado con papel de aluminio. Según él, era súper resistente. Dio unos golpecitos en el peto con los nudillos y supuso que parecía consistente.

Cuando le enseñó la nota al abuelo, él la leyó con el entrecejo arrugado y luego se frotó los ojos.

Contó a los demás el mensaje de la nota y pidió a Warren y a Tanu que se asegurasen de que Seth no había tratado de esconderse en el coche o en la mochila mágica para marcharse como polizón.

Después le aseguró a Kendra que se ocuparía del problema, y la animó a no pensar más en ello.

Kendra le enseñó a Coulter el peto de armadura, puesto que los objetos mágicos eran su especialidad. Este sostuvo el objeto entre sus manos con actitud reverencial durante un buen rato, examinándolo con atención; entonces se lo devolvió a Kendra y le sugirió que lo llevase bien escondido. La avisó de que había gente dispuesta a matar por una pieza de armadura de adamantita; el peto poseía un valor incalculable y confirmó lo que Seth había dicho respecto de su resistencia sobrenatural.

Antes de que se sintiese del todo preparada, Kendra estaba ya despidiéndose de sus abuelos con sendos abrazos y apresurándose a subir al todoterreno deportivo, que aguardaba con el motor en marcha.

A pesar de que las calles estaban flanqueadas de nieve, que habían acumulado en montones bastante grandes y voluminosos, la fría noche de Kalispell estaba sorprendentemente clara. En el cielo sin luna, las estrellas brillaban con más fulgor y eran más numerosas que nunca. Mientras esperaban en el exterior del aeropuerto a que Tanu acudiese con el vehículo de alquiler, Warren había señalado varios puntitos poco brillantes que se deslizaban poco a poco por el firmamento plagado de estrellas, trazando líneas rectas, y le explicó a Kendra que eran satélites.

• • •

Cuando el coche de alquiler entraba en el aparcamiento del hotel, a Kendra empezaron a entrarle los nervios y se puso a tamborilear con los dedos un ritmo nervioso sobre sus muslos. Warren había telefoneado previamente para confirmar que los demás habían llegado. La idea de ver a Gavin la ponía tensa e insegura. ¿Así se había sentido Verl unas horas antes? De pronto, su manera de comportarse le producía mucha menos risa.

Respiró hondo. Lo único que tenía que hacer era estar simpática. La presión que sentía era producto de su imaginación. Estaban a punto de embarcarse en una misión peligrosa, no de verse para salir juntos. Si en algún momento surgían entre ellos aquellos sentimientos, bueno, sería de forma natural.

Dentro, en el vestíbulo del hotel, un fuego ardía vivamente en la chimenea. La moqueta roja lucía un dibujo uniforme de flores de lis doradas. Un hombre calvo con gafas y camisa de franela se encontraba sentado junto al fuego leyendo un libro. Kendra le miró con recelo. Llegados a este punto estaba dispuesta a considerar a cualquier persona como posible espía. Lamentó que Seth no estuviese con ellos, para poder comprobar si había algún enemigo invisible por allí.

Mientras Tanu se ocupaba de registrarles en el mostrador de recepción, una voz llamó a Kendra desde la otra punta del vestíbulo. Se dio la vuelta y se encontró con que Gavin acudía a su encuentro con una sonrisa afectuosa. Cuando llegó hasta ella le dio un abrazo rápido. En parte, anheló que el abrazo hubiese durado un poco más.

Estaba aún más guapo que la última vez que le había visto: su tez naturalmente tostada ahora un poco más atezada, sus mejillas más definidas. Seguía estando delgado y se movía con la gracia de un bailarín, seguro de sus pasos. ¿Había crecido un poco?

—Me alegro de verte —dijo Kendra, tratando de mantener una actitud distendida y casual.

—Me dijeron que te habían s-s-secuestrado —tartamudeó él.

—Supongo que las noticias vuelan. Al menos logré escapar. —Lanzó una mirada al hombre que leía su libro. ¿Era sensato charlar tan cerca de él?

—Ese es Aaron Stone —dijo Gavin—. Es un caballero, además de piloto de nuestro helicóptero.

Sin levantar la vista del libro, Aaron la saludó con dos dedos.

Warren se acercó a ellos y saludó a Gavin con una palmada en la espalda.

—¿Listo para otra escabechina? ¿Es que no tuviste bastante en Meseta Perdida?

Gavin le dedicó una media sonrisa.

—Debes tener c-c-cuidado, o voy a empezar a asociarte con dos experiencias cercanas a la muerte.

Tanu terminó la gestión en el mostrador y los llamó con la mano para que le siguieran. En el ascensor, Gavin les explicó que los demás estaban preparados para mantener una reunión de orientación. Kendra soltó sus bártulos en su habitación y fue a unirse al resto de los compañeros en una suite al final del pasillo.

Cuando entró, Dougan se levantó de su silla; el hombre parecía un oso, con una mata espesa de pelo pelirrojo y la frente densamente poblada de pecas. Guardaba un gran parecido con su hermano Maddox.

—Siento que te hayan liado en esto —dijo, y le estrechó la mano.

Trask estaba sentado en una cama, sacándole brillo a la ballesta disparatadamente gigante que tenía en el regazo. Diseñada para disparar dos bodoques a la vez, la grotesca arma, más propia de un tebeo, parecía casi demasiado grande como para que alguien pudiese llevarla. Mara estaba con la espalda apoyada contra la pared, al fondo de la habitación, cruzada de brazos y con una expresión inescrutable. Su top ajustado parecía de color extra blanco al lado de su piel de bronce, y resaltaba las pronunciadas curvas de su esbelto y atlético cuerpo.

—Me alegra ver que estamos todos aquí —dijo Trask sin alzar mucho la voz—. ¿Mara?

Ella prendió una cerilla y encendió con ella una gruesa vela blanca.

—Mientras esta vela arda, ningún extraño debería poder escuchar desde fuera nuestra conversación —explicó Trask—. No me apetece pasarme toda la noche parloteando, pero pensé que deberíamos dedicar unos minutos a aclarar las ideas y a cerciorarnos de que estamos todos en la misma página. —Miraba a Kendra—. Esta misión es voluntaria. No podría ser más peligrosa. Esta reserva de dragones está cerrada a los visitantes por una razón. Sabemos muy poco sobre cómo funciona o acerca de lo que podemos esperar encontrar ahí dentro. Patton nunca entró en detalles sobre Wyrmroost, tal vez porque no quería que nadie tocase la llave que había escondido. Podemos suponer que habrá un encargado. Aparte de esto, sabemos muy poca cosa. Este podría ser un viaje sin retorno. Puede que todos perdamos la vida. No es nuestro objetivo, pero debemos saber que es posible. Yo no deseo estar aquí. Si lo estoy es porque nuestros enemigos lo han hecho necesario. Si todavía queréis participar en esta misión por propia y libre voluntad, quiero oíros decirlo.

Todos, uno por uno, fueron respondiendo afirmativamente, incluida Kendra. Mara fue la última en decirlo, susurrando su respuesta.

Trask movió la cabeza en gesto afirmativo.

—Ahora que Charlie Rose ya no está con nosotros, he pasado a ocupar el lugar del principal domador de dragones de los Caballeros del Alba. No tengo la categoría de un Chuck Rose. Ni poseo el talento innato de su hijo, Gavin. Junto con Dougan, soy uno de los cuatro lugartenientes de los Caballeros del Alba. Cuento con un largo historial como detective. Poseo numerosas habilidades, pero no soy un verdadero domador de dragones. Tengo que echar mano de todos mis arrestos cuando estoy delante de un dragón. Dicho esto, he pasado tiempo en cuatro reservas de dragones abiertas, a la que los humanos podían acceder. He hecho todo lo posible por aprender cómo se comportan los dragones. Entre mi equipamiento dispongo de seis flechas con punta de adamantita. Para la mayoría de los dragones, no serían más que unos juguetes inofensivos. Y tendrían razón. De Wyrmroost no saldremos con vida si recurrimos a la fuerza. Para sobrevivir, debes rehuir entrar en combate.

—Yo s-s-s-secundo eso —dijo Gavin.

Trask dejó a un lado su ballesta.

—Según el plan, Kendra ayudará a Aaron a llegar hasta una vega que se encuentra a aproximadamente tres kilómetros de la verja de entrada de Wyrmroost. Si tratásemos de cruzar en helicóptero la muralla que rodea la reserva, ninguno de nosotros sobreviviría: es una barrera mágica con una altura de muchos kilómetros hasta el cielo. Cuando dejemos el helicóptero, Kendra nos guiará hasta la verja, donde, para entrar, utilizaremos el primer cuerno. Basándonos en conjeturas, por lo que conocemos de la verja de Isla del Dragón, podemos suponer que la verja se cierra tanto desde dentro como desde fuera, y que es posible que el hechizo distractor funcione también en ambas direcciones.

Probablemente necesitaremos a Kendra y al cuerno tanto para entrar como para salir. Este es su principal cometido en esta misión. Warren se ha unido al grupo estrictamente como su protector.

»Mientras Kendra y Warren se quedan con el encargado, los demás tenemos encomendado encontrar la llave que escondió Patton Burgess. Es posible que lo más complicado sea dar con su paradero. Lo único que sabemos es que tal vez encontremos una pista debajo de la lápida de la tumba falsa de Patton Burgess. Quizá necesitemos a Kendra para que nos traduzca la pista.

Trask se levantó de la cama discretamente y empezó a pasearse por la habitación.

—A lo largo de los próximos días tendremos que confiar los unos en los otros. Acabo de decir unas palabras sobre mí mismo. Me gustaría que cada uno se presentase y que explicase, de manera somera, cómo piensa ser de ayuda. La confianza debe unirnos. Cuando la Esfinge dirigía a los caballeros, su filosofía se basaba en cultivar secretos y desconfianza. Nunca me gustó ese sistema, eso de ocultarse detrás de una máscara estando entre personas amigas. Supuestamente, de esa manera protegíamos la información, por si había espías entre nosotros, pero en el fondo nos mantenía desunidos. Este tipo de sistema facilitaba que los espías operasen entre nosotros y, sí, nos dirigiesen. Kendra, sé que tú guardas un gran secreto, y Gavin, también tú. La Sociedad está al corriente del de Kendra y casi con toda seguridad ha adivinado el de Gavin a estas alturas. Si nuestros enemigos son capaces de averiguar nuestros secretos, ¿cómo no los van a saber los amigos en los que más confiamos? Cada cual es libre de decidir cuánto os interesa desvelar. Tratad de ser lo más francos posibles. Empecemos por Dougan. —Trask se sentó.

Dougan se aclaró la voz.

—Soy lugarteniente de los Caballeros del Alba. No soy domador de dragones, pero soy un avezado aventurero, montañero y experto en técnicas de supervivencia. Trask es el jefe de nuestro equipo y yo estoy aquí como apoyo suyo.

Tanu se puso en pie.

—Yo soy Tanugatoa, pero llamadme Tanu. Soy maestro en pociones y he trabajado al servicio de los caballeros desde hace veinte años. La reserva de dragones debería ser un lugar rico en ingredientes imposibles de conseguir en ningún otro lugar. Espero que mi mayor contribución sea encargarme de preparar pociones. En caso de necesidad, debéis saber que también soy un curandero experimentado.

Habían ido interviniendo en orden. Era el turno de Kendra. Todas las miradas se posaron sobre ella cuando tomó la palabra.

—Yo solo llevo unos meses como miembro de los Caballeros del Alba. Mi única habilidad real es que formo parte del reino de las hadas, cosa que la Esfinge sabe. —Se percató de que Gavin y Mara la observaban atónitos—. Veo en la oscuridad, las hadas obedecen mis órdenes y entiendo prácticamente cualquier idioma de la familia del silviano, la lengua de las hadas. Los hechizos distractores no surten efecto conmigo, motivo por el cual yo os llevaré hasta la verja. Entiendo que nuestras esperanzas están puestas en que Patton haya dejado algunas pistas para nosotros en el idioma secreto de las hadas, que yo sé leer. Supongo que eso es todo.

Warren juntó las manos dando una palmada.

—Yo soy Warren Burgess, sobrino biznieto del legendario Patton Burgess, de fama un tanto triste. Soy un escorpio al que le gusta jugar al bádminton, practicar el buceo y jugar a las damas chinas. —Guardó silencio un instante esperando carcajadas, pero solo obtuvo dos o tres sonrisas—. Soy primo segundo de Kendra. Llevo unos diez años trabajando con los Caballeros del Alba; pasé parte de ese tiempo sumido en un estupor catatónico en Fablehaven. Estoy aquí para proteger a Kendra. Hemos traído algunos objetos útiles, como una mochila mágica que contiene un espacio de almacenamiento extradimensional bastante amplio. Llenamos la mochila con un montón de suministros, como leche en polvo, mantequilla de morsa y un autómata de madera del tamaño de un hombre, llamado Mendigo. El compartimento extradimensional de almacenamiento está a vuestra entera disposición si deseáis usarlo. ¿Una hazaña destacable? Una vez me partí la mitad de los huesos del cuerpo matando a una pantera gigante de dos cabezas.

Mara dio un paso adelante y se plantó muy erguida y con la cabeza bien alta. Su lenguaje corporal transmitía una actitud desafiante, como si estuviese lista para la pelea, y habló con su voz de contralto, seria y resonante.

—Yo soy Mara Tabares. Estaba a punto de heredar la administración de la reserva de Meseta Perdida cuando fue destruida y mataron a mi madre. Una dragona desempeñó un papel en la tragedia, así como un espía de la Sociedad. Siempre he tenido una conexión infrecuente con los animales salvajes. Soy muy hábil como rastreadora y como observadora del viento. Hay quien dice que quizá posea el potencial necesario para convertirme en una domadora de dragones.

Se quedó callada.

—Más que potencial —añadió Trask—. En octubre trabajé con Mara en Despeñaderos Altos y mantuvo el temple durante una prolongada entrevista con dos dragones adolescentes. Una hazaña nada desdeñable. Pero estoy interrumpiendo. ¿Gavin?

Gavin se frotó la nuca, su mirada se desvió del suelo solo ocasionalmente.

—Supongo que todos sabéis que mi padre era Charlie Rose. Yo, b-b-básicamente, crecí en la reserva de dragones de Cumbres Escarchadas, en el Himalaya. Mi padre tenía una relación muy estrecha con los dragones. Cuando mi madre murió, al nacer yo, se ocupó de que me aceptasen como un hermano dragón. Es algo parecido a lo que le pasa a Kendra por formar parte del reino de las hadas: los dragones me adoptaron como a uno más de su especie y compartieron conmigo algunos poderes. Ha-ha-ha-hablo sus idiomas. Si los dragones me matan, les retarán como si hubiesen matado a otro dragón. Mi estatus como hermano dragón me afecta incluso en el plano físico: soy un poco más fuerte y rá-rá-pido de lo que parezco.

Se pasó los dedos entre el pelo.

—Nadie había sido hermano de dragón desde hacía mucho tiempo. A mi padre le preocupaba que mis habilidades pudieran convertirme en objetivo de algún enemigo, por eso me crio en secreto. Cuando le mataron, el mejor amigo de mi padre, Arlin, me llevó a los Caballeros del Alba. Dado que la Esfinge los dirigía cuando yo ingresé en sus filas, se enteró de los talentos básicos que yo poseía, por lo cual estamos ba-ba-bastante seguros de que la Sociedad ha adivinado mi identidad. Pero seguimos procurando mantener en secreto el hecho de que soy hermano de dragón, por si aún no lo supieran todo.

Trask se levantó.

—Gracias por la franqueza en las presentaciones. Como podéis ver, hemos reunido un equipo impresionante. Todos vosotros habéis estado en presencia, por lo menos, de un dragón, si bien un par de vosotros nunca ha pisado una reserva de dragones.

»Permitidme que os transmita una serie de ideas relacionadas con los dragones, y luego nos iremos a dormir. Gavin, siéntete con total libertad para intervenir cuando lo consideres oportuno. Los dragones son criaturas mágicas desde la punta de sus colmillos hasta el extremo de la cola. Los más viejos se cuentan entre los seres más antiguos del planeta. Sumamente inteligentes, poseen sus propios lenguajes únicos, pero muchas veces hablan cientos de lenguas más. No hay dos dragones idénticos. Tienen aspecto diferente unos de otros, armas diversas que escupen por la boca y distintas capacidades para lanzar hechizos. A semejanza de los humanos, los dragones presentan una amplia variedad de personalidades. Algunos son justos. Otros son perversos.

»Comunicarse con dragones no es tarea fácil. Irradian miedo paralizante. En presencia de un dragón, la mayoría de las personas descubren que los músculos se les bloquean y que deja de funcionarles la lengua. Con la excepción única de Gavin, jamás deberíais mirar a un dragón a los ojos. Si lo hacéis, quedaréis sumidos en un trance e incapacitados.

»Dado que los dragones no están acostumbrados a comunicarse con otras criaturas, la mejor forma de sobrevivir a un encuentro con ellos es entablar una conversación inteligente. Les resulta entretenido y en muchas ocasiones os servirá para salvar el pellejo.

»Las reservas de dragones no se parecen a las otras reservas que hayáis podido visitar. El encargado, el cual hace también las veces de guardián de las puertas, suele gozar de algunas protecciones. Aparte de ellas, no existen protecciones para los visitantes. Para aquellos de nosotros que nos aventuremos fuera de la morada del encargado, será como aventurarse en la naturaleza. Y tendremos que vérnoslas no solo con dragones. Estas reservas especiales se fundaron con la idea de proporcionar un hogar a criaturas demasiado grandes y poderosas para cohabitar con los seres de las reservas más tradicionales. De Wyrmroost se sabe poco. ¿Quién sabe lo que podríamos encontrarnos allí? Gavin, ¿puedes darnos algún consejo?

El chico se encogió de hombros.

—Iremos allí bien equipados. Nuestras armas podrían sernos de utilidad frente a algunas de las criaturas que podamos encontrarnos. Pero olvidaos de vuestras armas si tenemos que enfrentarnos a una amenaza proveniente de los dragones. El primer objetivo es conversar. El segundo es huir o esconderse. Los humanos no tienen nada que hacer contra los dragones. Antiguamente había asesinos de dragones. Hace mucho tiempo de aquella época.

—Mi padre solía utilizar una metáfora: los dragones nos ven a nosotros como nosotros vemos a los dragones. No les resultamos muy sabrosos. No somos uno de sus bocados favoritos. Si nos encuentran correteando entre sus pies, nos matarán simplemente para mantener limpio el lugar. Pero si conversamos con ellos, nos verán como nosotros veríamos a un ratón parlante. Nos convertimos en una curiosidad sorprendente, en una mascota adorable. Haced el papel de un p-p-p-precoz ratoncillo que ningún humano querría matar.

—Buen consejo —aprobó Trask—. ¿Alguna pregunta? ¿No? Por mí está bien. Hemos repasado los aspectos básicos. Estoy orgulloso de trabajar con cada uno de vosotros. Vamos a dormir un poco. Mañana será un día importante.

Mara sopló la vela.

La pared astillada de la caja de embalaje pinchaba el brazo de Seth. La lata de mantequilla de ballena que llevaba metida en un bolsillo se le estaba clavando en el muslo. Cambió de posición, pero el movimiento hizo que tuviese que doblar el cuello hacia delante en un ángulo incómodo, casi hundiéndole el mentón en el pecho. El aire viciado y cerrado del interior de la caja olía a polvo y a madera podrida. Deseó poder taladrar el costado para hacer un agujero. Tenía la piel brillante y perlada de sudor. La alfombra que le tapaba como si fuese una tienda de campaña por encima de su cabeza estaba actuando como una manta innecesaria en la tibia oscuridad.

Lo más triste era que la estrechez y el apelotonamiento de la caja era casi con toda seguridad un sufrimiento innecesario. Era harto improbable que hasta la mañana siguiente alguien bajase la escala.

Se había asido con fuerza a ella a poca distancia de la boca de la mochila, aguzando el oído cuando Warren le daba las buenas noches a Kendra, y entonces había descendido para esconderse en caso de que alguno decidiera almacenar unos últimos pertrechos antes de irse a dormir.

Todo permanecía en silencio. Seguramente no pasaría nada por poner fin a la claustrofóbica tortura, pero no quiso arriesgarse a perder su oportunidad de viajar a Wyrmroost con los demás. Había encontrado unas cuantas cajas de embalar más espaciosas, pero esta estaba arrimada a la pared, bien protegida por otros recipientes de almacenaje en estado penoso. Dentro de esta caja, con la tapa cerrada y la alfombra echada por encima, nadie le encontraría.

Tanu no le había encontrado cuando había registrado la mochila mágica justo antes de partir. El corpulento samoano había peinado a conciencia la habitación con una linterna potente. Incluso había levantado la tapa de la caja donde se escondía Seth, pero no había mirado debajo de la alfombra.

El chico se preguntó qué estarían haciendo sus abuelos en esos momentos. Cuando cayó la noche les habría entrado pánico, pensando que se había metido en el bosque y que quizá se había perdido, o que le habían apresado, o que le habían matado. Cualquiera de esas conclusiones le parecía bien a él, siempre y cuando no acertasen a adivinar lo que realmente había pasado.

Su decisión de esconderse en la mochila mágica no la había tomado a solas. Durante la Nochebuena, el abuelo le había llevado a su despacho para darle la noticia de que no formaría parte del equipo que enviarían a recuperar la llave de Wyrmroost. Como ya le había dado vueltas a la posibilidad de ir de polizón, para disipar sospechas había aceptado la noticia con resignación.

Seth se había retirado a su cuarto a reflexionar. Warren le esperaba allí, haciendo girar una pelota de baloncesto sobre la punta del dedo índice.

—Qué faena que no vengas —le dijo, mirando la pelota.

—Estoy acostumbrado —repuso Seth—. Siempre me pierdo las aventuras más chulas.

—Piensa deprisa. —Warren le pasó la pelota. Seth la cogió y se la devolvió agilmente—. ¿Cuántas ganas tienes de viajar de polizón? —le preguntó.

—¿De polizón?

Warren sonrió.

—No hace falta que te hagas el inocente. Detecto la inocencia fingida a kilómetros. Debe de resultarte bastante tentador pensar en la mochila mágica. Tendremos que llevarla para cargar con los suministros, por supuesto. Ahí dentro hay un montón de espacio. Un montón de sitios en los que uno puede esconderse.

—Eres un cerdo —replicó Seth.

—No te sulfures. No he venido para restregarte nada. En cierto modo, tengo la esperanza de que viajes de extranjís.

—¿Cómo?

Warren se puso en pie y jugó a rebotar el balón adelante y atrás entre las piernas.

—Creo que tienes razón. Posees unas habilidades poco corrientes que podrían venirnos bien en un momento dado. Si no le hubieses arrancado el clavo a la aparición, yo seguiría siendo un albino mudo. Si no hubieses estado en la vieja casona cuando fuimos por el Cronómetro, nunca habríamos encontrado a Patton, y Fablehaven habría caído. Creo en ti, Seth. No estoy aquí para convencerte de que vengas. Pero si tú quieres venir, yo no te voy a disuadir de lo contrario. De hecho, mañana por la tarde llevaré la mochila mágica en el asiento trasero del cuatro por cuatro y dejaré una de las puertas abiertas.

—Esto es algún tipo de truco. El abuelo te ha metido en esto. Es una trampa.

—No es ningún truco, te lo juro. No podemos permitirnos fastidiar la cosa en Wyrmroost. La Esfinge cuenta con el Oculus. No podemos dejar que se apodere del Translocalizador. ¡Imagínate lo que pasaría si la Esfinge puede ver cualquier sitio e ir a cualquier parte! ¿Qué le impedirá adueñarse de todos los objetos mágicos? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que abra Zzyzx, mientras ninguno de nosotros tiene dónde esconderse? Nos guste o no, a estas alturas ya no podemos actuar sin jugarnos el cuello. Si quieres estar en Wyrmroost, yo preferiría tenerte allí en vez de imaginarte aquí en Fablehaven sentado de brazos cruzados.

La conversación había bastado para convencer a Seth por completo. Había escrito la nota para explicar su ausencia. Tal y como Warren le había prometido, después de la cena de Nochebuena, encontró abierto el todoterreno, con la mochila aguardándole dentro.

Desde que se había metido en la mochila mágica, Mendigo había sido su única compañía. A diferencia de Hugo, la marioneta gigante carecía de voluntad propia, de su propia identidad. No hablaba. Obedecer órdenes era la razón de existir del enorme títere de madera. En su día la figura de madera había obedecido las de la bruja Muriel. Ahora era leal a los Sorenson.

Seth siguió esperando dentro de la caja de embalaje, transpirando en medio de la asfixiante oscuridad. Aparte de las nutridas provisiones almacenadas allí por los demás, Warren había metido vituallas de más para Seth, dentro de un viejo baúl. Cuando todos estuvieran durmiendo, recogería barritas de cereales y crema de cacahuete. Antes de que Seth pudiera llegar a esa conclusión, oyó un sonido seco como de madera frotando contra madera, como si se hubiese abierto la tapa de la caja.

No había oído a nadie bajar por la escala. Se asomó a mirar a hurtadillas desde debajo de la alfombra, pero no vio ninguna luz. Oyó el tenue crujido de un baúl al abrirse, el frufrú de una bolsa y el chasquido de una manzana al recibir un mordisco.

¡Alguien se estaba comiendo su lote privado de provisiones!

Alguien se estaba comiendo su manzana, y de forma ruidosa. ¿Quién sería? Mendigo no podía ser. La marioneta no comía. Seth estaba seguro de que habría oído bajar a alguien por la escala, y todos menos Kendra necesitarían una luz. ¿Sería posible que a Coulter le hubiese pasado desapercibido un polizón espía cuando Kendra había recibido la mochila mágica?

Seth cambió ligeramente de posición para sacar su linterna. Cerca de su caja había un bate de béisbol de madera que podría utilizar como arma. Vaciló, preocupado por lo que pudiera ver. Al siguiente mordisco, pasaría rápido a la acción, se dijo a sí mismo.

El misterioso ladrón de vituallas mordió la manzana otra vez más. Seth se puso en pie, abriendo de golpe la tapa de la caja y encendiendo la linterna. El foco iluminó a un trasgo rechoncho y menudo que tenía la cabeza muy grande, la piel mugrienta de tono verduzco, unas orejas largas y puntiagudas y una boca grande sin labios. El trasgo miraba fijamente el haz de luz, mientras sostenía un corazón de manzana en la palma de una de sus manos regordetas; los ojos le destellaban cual dos monedas de bronce.

—¿Quién eres tú? —preguntó Seth con voz dura, al tiempo que palpaba en busca del bate.

—Yo podría probar a hacerte la misma pregunta a ti —replicó el fornido trasgo con calma; su voz denotaba que estaba de malhumor.

Los dedos de Seth encontraron el mango del bate.

—Te estás comiendo mis provisiones.

—Y tú has entrado sin permiso en casa de Bubda.

—Esta mochila pertenece a mi hermana. —Sin apartar el foco de la linterna del trasgo, Seth empezó a pasar por encima de barriles y cajas en dirección a la sección de la habitación que quedaba despejada. El trasgo rechoncho le llegaba un poco por encima de la cintura—. Si le digo que estás aquí abajo, te sacarán a patadas.

—Pero tú también estás escondido —repuso el trasgo Con una sonrisa maliciosa.

—Puede ser. Pero gustosamente me delataría a mí mismo con tal de librarnos de un espía.

—¿Un espía? Tú eres un aliado de la noche. Hablas muy bien el duggués. Creí que sabías lo que era Bubda.

—¿Y qué es?

—Un trol ermitaño.

—He oído hablar de los troles ermitaños —dijo Seth—. Sois los que viven escondidos en desvanes o debajo de los puentes. Nunca había conocido a uno en persona.

—Bubda no quería conocerte a ti. Pero no te marchabas y a Bubda le entró hambre.

El trol se metió el corazón de la manzana en la boca, con pepitas y todo.

Seth llegó hasta el trozo de suelo despejado. Llevaba el bate de béisbol en un lado. No hacía falta ponerse amenazante si podía manejar la situación en tono amistoso.

—¿Cuánto tiempo hace que vives aquí?

—Mucho. Cuando encuentras el lugar adecuado, no hay necesidad de irse a otro. Está oscuro. Bien surtido. Privado. Con escondrijos. Pero dos somos multitud.

—¿Te llamas Bubda?

—Correcto.

—Yo soy Seth. Solo me quedaré unos días. Luego ya puedes recuperar todo el sitio. ¿Cómo es que Coulter no te encontró nunca?

Bubda se puso en cuclillas y se tapó con los brazos. El trol había desaparecido. Era exactamente igual que un tonel. Cuando se irguió de nuevo, poniéndose de pie, el efecto óptico se desvaneció.

—Bubda se camufla bien.

—Qué pasada. ¿Sabes camuflarte de más cosas?

—Bubda conoce muchas triquiñuelas. Bubda nunca las muestra todas.

—¿Tú reuniste todos estos cachivaches? —Seth alumbró con la linterna toda la habitación.

—Algunos ya estaban aquí. Otros los trajo Bubda. Bubda encuentra lo que Bubda debe encontrar.

—¿Casi todo el tiempo estás aquí abajo?

—Casi siempre. Es mejor así.

—¿No hay lavabo?

—Ten cuidado con qué tonel abres.

Seth soltó una risilla.

—No me vendría mal usar un lavabo. Estaba planteándome escabullirme.

—Allá tú. ¿Tal vez te marches y ya no vuelvas?

Seth negó con la cabeza.

—Tendrás que aguantarme unos pocos días. ¿Nunca te sientes solo?

—A Bubda le gusta estar escondido. A Bubda le gusta descansar.

—Deberíamos ser amigos. Yo soy un aliado de la noche. Hablamos el mismo idioma.

—A Bubda le place estar solo. Las otras personas son un pestiño. Tú eres otras personas, Seth. Eres mejor que algunas. Tal vez mejor que la mayoría. Pero ninguna persona es lo mejor.

—¿Nos llevaremos bien? —preguntó Seth—. ¿Vas a intentar hacerme daño mientras duermo?

Bubda se encogió de hombros.

—Bubda aún no te ha molestado. Bubda esperaba a que te fueras. Bubda no puede esperar más.

Seth miró la marioneta gigante de madera.

—Vale. Procura no comerte demasiada comida mía. Y no te comas nada de las provisiones de los demás. Si se dan cuenta de que falta algo, estamos acabados. ¿Entendido?

—Bubda ya lo sabe. Bubda solo cogió comida de donde tú cogiste comida. Bubda tiene otra comida.

Seth se preguntó a qué otra comida se refería el trasgo. ¿Acaso comía el engrudo estropeado que contenían los barriles viejos? La mera idea le dio náuseas.

—De acuerdo. Supongo que somos como compañeros de piso.

—¿Más? —preguntó Bubda, señalando el tonel.

—Claro que sí, Bubda. Toma algo más. Tú me dejas mi espacio y yo te dejo el tuyo.

El trol frunció la boca y asintió.

—Trato hecho.

Aunque Bubda no le llegaba a Seth por encima del pecho, parecía fornido y tenía unas uñas largas y afiladas. El chico se acercó furtivamente a Mendigo y bajó la voz para decir en un leve susurro:

—No le quites el ojo de encima a Bubda. Si se acerca a menos de tres metros de distancia de mí mientras estoy dormido, tírate encima de él e inmovilízale. También si en algún momento se acerca a mí sigilosamente. ¿Me has oído?

Mendigo asintió con la cabeza.